Capítulo once
Cinco días antes: bajo tierra
Las llamas de los braseros siempre encendidos iluminaban la prisión de alta seguridad de los Bosque Sombríos. Ya fuese de día o de noche, aquel lugar maldito desde hacía centenares de años permanecía siempre en las más absoluta oscuridad puesto que las retorcidas y altas ramas de los árboles impedían que la luz solar penetrase en aquel lugar hecho para la muerte.
El cambio de centinelas ya se había efectuado hacía unas dos horas - según marcaba el reloj de arena de la base científica - y los soldados situados en las altas torres de vigilancia escrutaban el cielo según su posición. Uno de los vigilantes, aburrido y hastiado por su tarea tan monótona, paró de bostezar en seco cuando escuchó el sonido vibrante de las ramas siendo agitadas.
Sorprendido, agudizó el oído y escrutó el paisaje oscuro que se abría ante él. Cogió una antorcha apagada del montón que había amontonado en el suelo y lo encendió en el brasero que había en el centro de la torre. Su compañero hizo lo propio y fue a su lado para intentar ver qué había más allá.
O, para ser más exactos, qué se acercaba hacia ellos.
En las otras tres torres, al ver que sus camaradas encendían antorchas, hicieron los mismo para estar alertas. Los centinelas sólo procedían de aquel modo cuando sentían que algo iba hacia ellos. Poco a poco, el vibrar de las ramas se intensificó y todos estuvieron muy alertas. Algo parecía estar agitando no solo los árboles moribundos y retorcidos: también se escuchaba como un batir de alas.
¿Alas?
Si lo eran deberían ser muy grandes.
Los dos compañeros se miraron y leyeron en sus rostros la misma pregunta. ¿Señores del Dragón? ¿Quién más podrían ser si no? Sólo los súbditos del rey podían portar dragones mecánicos. Y aún así nunca iban a la base de operaciones de los nigromantes sin avisar de antemano. ¿Habría ocurrido algo importante con los Activistas? ¿No sería mejor dar la alarma para que su Capitán fuera al encuentro de los jinetes?
Ninguno de los dos pudo hacer ni una ni otra cosa puesto que una lluvia de flechas fue hacia ellos desde los árboles. Las saetas, como relámpagos furiosos, se incrustaron en sus gargantas y en sus sienes matándolos prácticamente al acto. Las antorchas cayeron sobre las torres de piedra y los demás centinelas, antes de poder intentar descifrar la muerte de sus camaradas de armas, escucharon el silbido de los proyectiles. Sin poder oponer resistencia alguna, las puntas afiladas de las flechas atravesaron gargantas y entrecejos y muertos todos los vigías de las torres, salieron de entre los árboles de cortezas enfermizas nueve dragones de acero.
Siguiendo una formación dos, dos, tres, dos; los jinetes de sus grupas descendieron hacia el patio despejado de la prisión de alta seguridad. Los diez ocupantes de los dragones, descendieron de sus monturas bajo el amparo de la oscuridad.
- Hay que vendarse las heridas, rápido - urgió una voz varonil imperiosa.
- Que nadie olvide las píldoras - recordó otra voz más sosegada pero igual de autoritaria.
Los nueve jinetes hicieron lo dicho mientras uno de aquellos recién llegados se mantenía al margen ya que no había pilotado ninguna de aquellas máquinas y se dedicaba a observar las puertas del patio que estaban cerradas salvo una donde ardía el fuego en dos altísimas farolas donde en su cúspide crepitaban las llamas gracias al aceite.
- ¿Has escuchado eso? - dijo una voz procedente de la puerta abierta.
- Sí, hay alguien en el patio.
Cinco soldados con las armas en ristre salieron al patio y otros dos con antorchas encendidas. El que iba en primer lugar vociferó:
- ¿Quién anda ahí?
Las diez sombras recién llegadas no respondieron y el jefe de la pequeña brigada de vigilancia del patio entrecerró los ojos para intentar distinguir lo que se ocultaba entre la oscuridad.
- Señor, son dragones mecánicos - informó el hombre que había a su lado con el martillo de batalla en las manos.
- ¡Es un escuadrón del rey! - exclamó uno de los que portaban las antorchas -. ¡ Es Zorek, señor!
Al pronunciar el nombre del dragón del rey, los solados se detuvieron e hicieron una reveréncia hacia los recién llegados.
-Majestad, no teníamos noticias de su llegada - dijo melosamente el mandamás del escuadrón.
Una de las sombras se adelantó unos pasos seguida de otra de estatura más baja y cuerpo ¿femenino?
- Esa era la idea, soldado - dijo y el susodicho vislumbró que algo se le echaba encima antes de que lo atravesara un dolor sordo en el vientre.
La sangre resbaló por sus piernas hacia el suelo y también un hilillo salió de su boca. Sintió que le faltaba el aire y alzó el rostro para mirar al frente. Ante él, a escasos centímetros, el rostro horrendo de un monstruo que se asemejaba a una mujer le sonreía diabolicamente. El soldado gimió y cayó hacia atrás cuando la garra que lo había atravesado salió de su cuerpo. Mientras caía al suelo de espaldas, vio que sus compañeros habían sido atacados del mismo modo.
Las seis Banshee sonrieron satisfechas por su buen trabajo y revolotearon sobre los cadáveres calientes de sus víctimas.
- Vamos -ordenó Cronos.
Los nueve obedecieron y con Galidel a su lado izquierdo y a Araghii en el derecho pasaron por encima de los muertos y entraron en la prisión.
- ¿Esos solados son los que os atacaron la última vez? - preguntó Tehr a su sobrino.
- No, estos son soldados normales y corrientes. Son carnaza.
-En otras palabras - intervino Araghii - que los más peligrosos están dentro.
- Era de esperar - dijo Zorro -. Más que soldados, parecían tener nociones de magia negra: fueron capaces de detectarnos antes de que el príncipe se diese cuenta.
- Y no sólo eso; tenían grandes dotes para la lucha. Estos soldados que hemos eliminado son simples centinelas que no saben hacer la o con un canuto - señaló Sanguijuela.
Giadel dio el alto y todos se reunieron a su alrededor mientras las Banshee sobrevolaban por encima de sus cabezas en silencio.
- El plan ya está en marcha - anunció el mestizo -. Ahora entraremos dentro y no nos separaremos demasiado los unos de los otros hasta asegurar que tenemos la situación controlada o si no tenemos más remedio. La Banshee que envié a espiar la base nos guiará hasta los barracones de los soldados y los mataremos antes de que sean un problema.
Todos asintieron.
- Zerch y Cascabel estaréis en la retaguardia junto con Nadeï. Que nadie le toque un pelo - ordenó Cronos.
Los dos asintieron y Nadeï, con un arco y un carcaj en la espalda apretó los dientes. Lo más silenciosamente posible, Cronos abrió la puerta y las seis criaturas entraron las primeras dejando que los nueve compañeros de su señor vieran sus siluetas. Una vez las Banshee estuvieron en el interior del edificio, los demás entraron en formación: Gia y Galidel en la vanguardia seguidos de Araghii, Pólvora, Ther, Zorro y Sanguijuela que serían el cuerpo central. Por su parte, la retaguardia era cerrada por Nadeï, Zerch y Cascabel.
Después de recorrer un corto y ancho pasillo bien iluminado por candelabros engarzados en la pared, unas pronunciadas escaleras se abrieron hacia ellos y los diez bajaron por ellas en el más absoluto silencio con las manos preparadas para tomar las armas en el caso que fuese necesario. Allí abajo hacía mucho calor y el sudor pronto perló sus cuerpos enfundados en ligero cuero.
Cuando llegaron al primer descansillo, las Banshee giraron todas a una a la izquierda y ellos hicieron lo propio. En la primera bifurcación giraron a la derecha y de nuevo bajaron otro trecho de escaleras. De nuevo en otro descansillo, sus guías giraron a la izquierda y un tufo invisible se aglutinó en las fosas nasales de Pólvora.
- Esto es muy extraño - susurró
- Es verdad - coincidió Sanguijuela. Zorro gruñó por lo bajo y Araghii masculló algo ininteligible.
- ¿Qué sucede? - quiso saber el erudito. Galidel los miró por el rabillo del ojo.
- No hay nadie por los pasillos y ese hecho apesta.
- ¿A qué? - preguntó la sanadora acongojada.
- A emboscada - respondió Zerch y Cascabel preparó su cerbatana.
- Si todo fuese a pedir de boca, no sería tan divertido - dijo con sorna el hombre con cara de roedor.
- Esto es una ratonera, Cascabel - le recordó Zorro.
- Lo sé y por eso soy el que tiene más posibilidades de salir vivo de esta.
- Nadie va a morir hoy - aseguró Giadel desenvainando su espada sin perder de vista a sus fieles criaturas.
De nuevo giraron hacia la izquierda y llegaron a una gran sala con mesas de madera y bancos. A todas luces aquella sala decía por si misma que era un comedor, pero todas las mesas y los bancos habían sido pegados a las paredes laterales. La emboscada - pensó Galidel.
- ¡Preparaos! - gritó su gemelo y cinco cuerpos cayeron sobre ellos desde las bigas del techo.
Galidel desenfundó sus dos espadas cortas y bloqueó la lanza corta que estaba a punto de clavarse en su pecho y a ensartarla como un pincho. Pólvora dio un salto hacia atrás y desenfundó sus dos pistolas y disparó en la cabeza al primero de ellos que tuvo a tiro. Zorro, con una velocidad sorprendente, pegó una patada a una mujer que iba hacia él con pinchos en los puños y Sanguijuela, con su elegancia particular, la degolló.
Cascabel, desde la retaguardia separada del grupo central y el de la vanguardia, disparó dos dardos envenenados a dos enemigos que iban directamente hacia Tehr y el erudito se limitó a desenfundar su arma mientras veía impasible como aquellos dos infelices caían al suelo entre espasmos. Galidel , con una finta se apartó de su contrincante y Araghii le voló la cabeza literalmente con una de sus pistolas.
Las Banshee sisearon con los cabellos sucios volando a su alrededor y Cronos miró hacia el techo. Allí arriba, sobre ellos, había una decena de guerreros que saltaron sobre las mesas y los rodearon con los aceros listos. Ahora entendía porqué estaba tan despejado aquel comedor y el hecho de que nadie se hubiera cruzado en su camino. Algún centinela del interior había visto lo ocurrido con los vigilantes del exterior y habían reunido a un pequeño grupo de hombres y mujeres para detenerlos. El chico contó que había veinticinco.
Quince contra veinticinco.
No era un mal número.
- ¡Ya sabéis lo que hay que hacer! - dijo Cronos a modo de señal de guerra -. ¡Banshee!
Las seis criaturas, con sendos gruñidos estremecedores, lo siguieron mientras el mestizo corría hacia los tres centinelas que tenía delante. El círculo se dirigió hacia ellos y las espadas, hachas y demás armas empezaron a chocar entre ellas. Los gritos de dolor llegaron pronto. Las Banshee, implacables, se tiraban encima de sus enemigos y les clavaban los dientes o las garras en diferentes partes del cuerpo mientras los soldados gritaban asustados.
Cronos, con la cabeza fría y la sangre hirviendo, movió su espada en dirección al hombro derecho de una mujer fornida que le cortaba el paso. Ésta esquivó con maestría su ataque y el antiguo Dios apartó su espada de la cimarra dentada de ella y se agachó para evitar que le rebanasen la cabeza.
A pocos metros de él, Galidel introdujo la punta de una de sus espadas en el costado indefenso de un joven luchador pelirrojo mientras con la otra bloqueaba la afilada hacha de otro enemigo. El pecho de este fue atravesado por la bala de una pistola y Galidel pudo extraer la espada del cuerpo moribundo de uno para rematar al otro introduciendo las dos hojas en su vientre. Tras ella, la hoja de una alabarda estaba a punto de partirla en dos, pero Terh bloqueó ese acero maldito y Gali, sacó sus armas ensangrentadas y cortó el brazo de otro que le venía por la izquierda.
Tehr, con sus dos sables en forma de equis bloqueando la alabarda, sintió que lo hacían retroceder y apretó los dientes mientras intentaba que sus pies se quedaran firmes en el suelo. El hombre que tenía ante él lo miró con una sonrisa que decía a todas luces las ganas que tenía de matarlo: de oler la sangre y ver como se retorcía bajo sus pies. La alabarda que esgrimía con decisión era un arma pesada que necesitaba que todo el cuerpo estuviese en perfecto equilibrio. Si el cuerpo dejaba de estarlo, el peso del arma haría que el fornido guerrero se inclinase hacia un lado y, desprotegido, él podría matarlo.
Con un plan en mente, el erudito dejó que la bestia que tenía ante él creyera que lo tenía en sus manos y continuó retrocediendo. Al verlo tan débil, su enemigo se confiaría y nadie más se acercaría a ellos al ver que la vida de Tehr acabaría pronto.
- Te voy a partir en dos y a comeré tus entrañas - le gruñó y el erudito vio la confianza en su mirada.
Tehr cayó de rodillas sin apartar las hojas de su posición y el guerrero de la gran alabarda se inclinó hacia delante haciendo más presión para que los brazos de él cediesen ante su fuerza bruta. Sólo tendría unos segundos para matarlo...
"Puedo hacerlo."
- Ya eres mío - se relamió el otro. Entonces, como una centella, Terh rodó hacia su derecha y el peso de la alabarda y la fuerza que el hombre impartía en ella, al no tener el contrafuerte de los sables de Terh, perdió el equilibrio y cayó hacia delante. El erudito, tras él, se subió a su espalda y con sus dos hojas, le cercenó la cabeza de un golpe limpio y preciso.
- ¡A tú derecha! - gritó Zerch.
Nadeï, nerviosa- y muy desentrenada - apuntó hacia la mujer que corría hacia ellos con dos espadas curvas y disparó. La flecha fue fácilmente esquivada por una de sus armas, pero el dardo de Cascabel fue menos clemente y acertó en su muslo. Zech, con su mano curada y su costado mucho mejor que días atrás, dio dos zancadas hacia la chica que, mareada por el veneno, fue incapaz de apartarse a tiempo y Zerch la atravesó desde el cuello hasta la cadera derecha en un tajo diagonal.
- No te pongas tan nerviosa - la regañó su sobrino mientras regresaba cerca de ella para evitar que alguien la hiriera -. Cascabel y yo te cubrimos. Nadie tocará ninguna parte de tu cuerpo. Ni la falda de tu túnica - juró vigilando que nadie se acercara a ellos mientras su compañero cargaba su cerbatana.
A Nadeï le hubiese gustado replicarle pero no le salían las palabras mientras veía a sus compañeros combatir. Sanguijuela y Zorro hacían un equipo demoledor y devastador. Como si no fuese nada del otro mundo, los dos se movían por el campo de batalla como si estuvieran ejecutando una danza. Sanguijuela, gracias a sus habilidades, saltaba y hacia piruetas sobre los enemigos para desquiciarlos y hacer que se pusieran nerviosos y enrabietados. Aquella ventaja la aprovechaba Zorro que los iba apuñalando sin pestañear en los distintos puntos vitales de los mortales: en el pecho, en el muslo a la altura de la arteria femoral, en el cuello, en las ingles y en las costillas a la altura de los pulmones.
Aquel hombre era una auténtica arma para matar. Tenía un conocimiento del cuerpo humano tan bueno como ella pero en vez de usarlo para salvar vidas lo hacía para exterminarlas. Y eso le produjo auténtico miedo y la conciencia de que sólo los fuertes son capaces de vencer.
De sobrevivir a la crueldad de la existencia.
Unos metros hacia su derecha, Araghii, sin balas; se había enfundado sus pistolas y había sacado su dos hachas de mano. Con una de ellas desarmó a uno de ellos mientras con la otra producía en otro una herida profunda en el bajo vientre. A su lado, Pólvora gastó sus últimas balas y mientras su jefe y mejor amigo lo cubría, revistió sus puños con unos guanteletes de hierro con pinchos en los nudillos. De un salto, golpeó la nuca de un infeliz que pretendía atacar al general por la espalda y Araghii le golpeó en la aorta y la sangre le bañó el pecho. De una patada, lo apartó de él y Pólvora partió la muñeca de otro que iba hacia él por la izquierda.
Gimiendo por el dolor, el hombre no pudo evitar perder el arma y Pólvora golpeó sus costados desprotegidos hasta que los pinchos de sus guanteletes arrancaron la piel y la carne de aquel estúpido que se encontraba en el bando equivocado. La sangre chorreaba por sus costados mientras intentaba defenderse en vano del poderoso contrabandista. Extenuado por el dolor, Pólvora le dio una patada y Galidel, a su lado, lo remató con sus espadas.
El comedor olía a muerte.
La sangre bañaba el suelo y en algunos lugar había charcos, entrañas y vísceras desparramadas juntamente con pedazos de sangre. Cronos, bañado en sangre y en sudor, ordenó a sus Banshee dejar de divertirse con los moribundos y los diez se reunieron.
La primera batalla había finalizado.
- ¿Estáis todos bien? - preguntó.
Todos asintieron al unísono.
- Prosigamos. Aún debemos bajar muchos metros.
Y también matar a muchos más y algo le dijo que, contra más abajo, más duro sería el enemigo. Mas todos ellos caerían. Esa sede escondida y bajo tierra iba a ser suya sin importar a cuantos tuviese que matar en el proceso. Cronos iba a demostrarle a Kerri que se había equivocado.
Nunca había que cabrear a un Dios y mucho menos a un mestizo.
***
El sonido de pasos y voces lo despertó.
Esoey abrió los ojos y se incorporó en su catre. ¿Qué era todo aquel jolgorio? Sin perder ni un instante, el comandante de la prisión y de la base se colocó unos pantalones de lino y una camisa que no se molestó en abotonar para gastar ese tiempo en enfundarse sus botas de cuero.
- ¿Qué está pasando? - exigió saber. Un grupo de sus mejores hombres calló al escuchar su voz y todos le hicieron el saludo militar depositando la palma de la mano derecha abierta en el hombro.
-Señor tenemos intrusos - informó Toter, su mano derecha con el semblante serio.
¿Intrusos? La vena del cuello se le hinchó. ¿Quién osaba adentrarse en su territorio sin su permiso? ¿Y cómo los escudos apostados en el territorio de los nigromantes no habían enviado alarma alguna?
- ¿Se sabe quienes son? - necesitaba toda la información posible para organizar el contraataque y repeler al enemigo.
- No lo sabemos. Por la información del exterior han llegado hasta aquí con dragones mecánicos. Para los centinelas, a simple vista, les habrán parecido Señores del dragón. Pero es imposible porque todos ellos han sido exterminados.
- ¿Entre esos dragones estaba el del rey?
Toter asintió.
-Sí, Zorek está entre ellos.
El comandante apretó los puños mientras todos sus hombres iban saliendo de sus habitaciones para reunirse en el pasillo. Esoey caminó en silencio hasta el puesto de información donde cinco vigías parecían haber perdió la comunicación con los pisos superiores.
- ¿Donde está el enemigo?
- Acaban de llegar al cuarto nivel.
Eso lo alarmó. ¿Cómo era posible que ya estuvieran a un nivel por encima de ellos que se encontraban en el quinto?
- Informe, soldado - dijo con Toter tras él esperando sus ordenes.
- Todo es muy confuso señor - informó el hombre -, los mensajes que nos llegan de los vigías de los pisos superiores son muy caóticos. Según parece sólo son diez pero hay algo monstruoso y mortífero que hace pedazos a los nuestros en un santiamén.
- Sacad a las bestias. No podrán con ellas.
El hombre asintió y escribió en una tablilla de pizarra donde había grabado en plata el número cuatro. Con un punzón, el mensaje del comandante fue escrito a alta velocidad y desapareció al instante. Esoey miró la tabla hasta que apareció la respuesta del piso superior. Entendido; aquella era la respuesta. Aquel era un mecanismo infalible creado a partir de las artes de los científicos que recorría todos los puestos de vigilancia que había en los siete pisos bajo tierra y en el patio superior juntamente con las torres guardianas.
- Que todo el mundo se prepare por si acaso - ordenó el comandante mientras su segundo salía de allí para preparar a la élite de los bosques.
Esoey colocó los brazos a su espalda y se mantuvo en pie y en silencio mientras escuchaba a los suyos correr por los pasillos. Aquella orden había sido dada más que nada para mantener a sus soldados en movimiento y sin que cuchichearan nerviosos por lo que sucedía arriba. El comandante estaba completamente seguro al cien por cien que esos intrusos perecerían sin remedio a mano de sus bestias oscuras. No dejaría que ninguna rata infecta atentara contra su hogar.
Los minotauros no eran animales para tomarse a la ligera y mucho menos por haber sido creados por los científicos a partir de toros normales y prisioneros. Los minotauros eran criaturas peludas de más de dos metros y medio con cabezas, cola y piernas de toro mientras que el torso, los brazos y las manos eran de hombres. En sus manos empuñaban mazas de hierro y esa no era su única arma porque sus cuernos de cincuenta centímetros eran perfectos para atravesar gargantas y estómagos.
No iban a avanzar más aquellos Activistas que habían penetrado en su mundo para salvar a un Hijo del Dragón moribundo y a un dragón drogado. Pagarían también por los dragones alados robados y el rey lo recompensaría bien por devolverle el suyo.
Pasaron los minutos y tal vez un par de horas sin que ningún mensaje nuevo apareciese en la tablilla de pizarra oscura. Eso hizo que frunciera sus cejas rubias y se impacientara. ¿Aún seguían vivos los intrusos? No podía ser posible por mucho que ellos llevasen consigo alguna clase de bestias poderosas que él desconocía. En sus planes estaba previsto que algún minotauro fuese abatido pero es que tenían seis de ellos; puro músculo y tendones que pesaban alrededor de cuatrocientos kilos y poseían la fuerza de veinte guerreros normales.
- Señor, ¡tenemos un mensaje nuevo!
"Al fin."
Esoey se acercó al vigía y leyó por encima del hombro:
Vamos a por vosotros. El cazador será cazado.
Una gota de sudor frío cayó por su sien derecha y todos los allí congregados demudaron el rostro. Ni él mismo podía creerse que eso fuese cierto. ¿Era un mal sueño? ¿Una broma de mal gusto? Esos intrusos que no llegaban a la docena habían eliminado al dispositivo de defensa más eficaz que tenían. Con la mandíbula apretada, Esoey salió de la sala para reunirse con sus hombres.
- ¡El enemigo avanza hacia aquí, preparad las flechas envenenadas y las bombas de humo ponzoñoso! - vociferó mientras se ponía a toda prisa su coraza y las protecciones de los muslos y los brazos. Cogió la vaina de su espada y la anudó en su cinturón.
Una avanzadilla de cinco guerreros se colocó en las vigas del techo con un par de bombas en sus bolsas. Los demás formaron en filas con los arcos preparados. Agudizó el oído y el sonido de pasos no tardó en hacer eco entre las paredes excavadas en la roca. Esoey alzó la espada y cuando vio que unas sombras cruzaban la esquina bajó la hoja.
Los soldados del techo lanzaron las bombas venenosas hacia el pasillo ancho y un humo morado y gris llenó todo el espacio del pasillo. Ninguno de ellos podría escapar a eso y mucho menos si los acribillaban a flechazos. Por más protecciones que llevaran encima, iban a morir.
-¡Arqueros! - gritó.
A la orden de su comandante, todos soltaron la cuerda con el hasta de la flecha tensada y las saetas volaron a gran velocidad hacia el pasillo. Unos gritos escalofriantes hicieron eco en las paredes y Esoey dibujó una sonrisa triunfal. Habían ganado; era imposible que él perdiese. Nadie nunca se había internado tan lejos en su prisión y mientras él respirase nadie lo haría.
El humo envenenado se fue dispersando y un silbido en el aire hizo que todos se tensaran después de haber cantado victoria. Del techo, cayeron sin vida los cinco cuerpos de sus hombres allí apostados y el suelo se tiñó de rojo. En ellos habían sendos cuchillos clavados.
"No es posible..."
Un siseo de rabia hizo eco entre las paredes y seis figuras increíblemente rápidas atravesaron el humo venenoso y fueron hacia ellos. La formación de arqueros se rompió mientras lo que parecían ser mujeres, sin abandonar aquella velocidad inhumana, arrancaban cabezas y entrañas con gritos de ira y a la vez de diversión. Paralizado, Esoey fue incapaz de moverse ni de dar una orden para hacer que sus guerreros se reagruparan y no fueran de un lado para otro como títeres sin cabeza. Lo único que parecía capaz de hacer era observar como todos iban muriendo a su alrededor.
El humo venenoso estaba a punto de desaparecer cuando el cuerpo de Toter cayó sobre él con media cara arrancada y la garganta destrozada. Gritando de horror ante aquella barbarie, Esoey cayó con el cuerpo ensangrentado de su segundo encima. A su alrededor todo estaba lleno de sangre y el olor de ella y de las entrañas de los suyos le dio arcadas. El vómito salió de su boca y se colocó de lado para no ahogarse con él.
Nada más terminar entre toses y convulsiones, algo pegajoso le rodeó la garganta y sus ojos vieron el rostro de la más horrible muerte. Los dientes afilados de aquel demonio femenino le arrancó la tráquea y la lanzó bien lejos.
Todo estaba perdido.
Todo...
Con la poca vida que le quedaba, el comandante vio pasar a los intrusos con pasos decididos sin mirar a ninguno de ellos pero un escalofrío de puro terror le recorrió la espina dorsal cuando un joven se detuvo ante él y lo miró con sus iris burdeos lleno de promesas de más muertes y más sangre.
De venganza.
Antes de morir, Esoey supo que la era de los Señores del Dragón y de los científicos estaba al borde de la muerte.
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