Capítulo dieciséis
Cuatro días antes: cansancio
No sabía qué hora era.
Lo cierto es que nunca lo había sabido exactamente por si misma aunque sus sentidos le decían que era demasiado temprano aún para que el sol decidiera relevar a la luna. Todo estaba en silencio y oscuro: Jen dormía profundamente en su cuna y Kotsë descansaba tranquilamente junto a su inseparable amigo.
Zelensa sonrió en su mundo sumido siempre en las tinieblas. Era una bendición que su hija hubiese encontrado algo de consuelo con un amigo. Mochuelo - o Vref como se llamaba en realidad - se había convertido en el apoyo emocional de Kotsë después de la muerte de su abuelo. Los dos adolescentes se habían conocido por los alrededores de la ciudad laberinto mientras el chico practicaba a escondidas el tiro con arco que tenía prohibido por cuestiones de salud.
Mochuelo padecía tuberculosis y debía hacer el mínimo ejercicio físico y respirar todo lo posible el aire puro para no recaer en aquella enfermedad incurable. Desde el ataque de Queresarda, Vref había sido protegido por su superior y relegado de sus funciones para que descansara y se tomara su enfermedad en serio, cosa que él detestaba. Se sentía muy solo, demasiado solo desde que Araghii lo separara de su lado y del de sus compañeros y las muertes de dos de sus camaradas - Tocino y Carroñero - no ayudó a que esa soledad lo abandonase. Al contrario: se incrementó hasta límites insospechados.
Tal vez fuese cierto aquello que se decía y que tan romántico parecía ser: las almas afines se atraen como los polos opuestos de un imán. Los dos niños, de edades semejantes, tenían un gran vacío en sus corazones y sus almas tristes se habían hallado en el peor momento de sus cortas vidas para darse calor mutuo.
Se habían conocido para no llorar solos.
Para consolarse.
Zel abandonó la mecedora donde había estado recostada y se acercó al lecho que los dos niños compartían. Sus ojos ciegos no le permitían ver nada pero con sus manos y sus sentidos tenía más que suficiente y era capaz de "ver" más allá de lo que veían los demás. Su hija tenía la mano derecha de Mochuelo entre las suyas y la cabeza de ella descansaba inocentemente sobre el hombro de él que apoyaba la mejilla en la cabeza de la niña. Era una estampa preciosa, llena de cariño y de ternura.
Llena de amor puro.
¿La habría contemplado alguna vez su madre del mismo modo que ella contemplaba a su hija a pesar de no verla? No lo creía probable. Ella, una Hija del Dragón ciega, no tenía valor alguno. Sólo había sido una carga para sus padres que habían tomado demasiado tarde la decisión de deshacerse de ella por ser inútil. ¿Por qué no la mataron y esperaron a que ella creciera hasta los cuatro años? Aún podía recordar el momento en que se lo preguntó a su madre aquel fatídico día que la flageló hasta desfigurarle la figura con el látigo.
¿Por qué no me mataste antes de que cumpliera cuatro años?
Ella no contestó y la golpeó con más fuerza.
¿Por qué?
Se hubiera ahorrado muchísimo dolor y humillaciones.
"Mas, si hubieses muerto, jamás habrías conocido a Malrren."
Y él merecía todo el dolor que había tenido que soportar y su integridad como mujer perdida en aquel océano de noches clandestinas llenas de sexo y placer por un ínfimo sustento. Malr la había hecho renacer: ser una persona de valía y que no se avergonzara de lo que había sido y de lo que era.
- No escondas lo que eres, Zel - le había dicho -. Sé quien realmente eres.
¿Y quién era realmente? Le había costado mucho encontrar la respuesta a esas palabras y todavía no sabía si era verdaderamente esa persona que Malrren parecía ver cuando la miraba.
A pesar de los años transcurridos, su relación nunca fue fácil y hubo un momento que la joven ciega pensó que todo estaba perdido y que deberían haberla matado aquellos que querían violarla en el muelle donde iba a dejarse morir como un animal perdido. Rompieron las normas y las reglas de los Hijos del Dragón y Malrren se enfrentó a mil y un peligro sólo por ella: para cumplir la promesa que le hizo de no abandonarla nunca.
Zelensa se acarició la cicatriz de la palma de su mano. Esa marca, el vínculo sagrado que la unía a su esposo, le decía que él estaba vivo; que su corazón latía y que sus pulmones le permitían el paso de oxígeno y la expulsión del dióxido de carbono. Y aún así tenía miedo de perderlo. La muerte de alguien era un simple segundo. En un momento está vivo y en el otro está completamente muerto. La parca es despiadada y su guadaña afilada no perdona cuando la sed de sangre es demasiado grande.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas ahora que sus hijos eran incapaces de verla. Ella, siempre positiva, sonriente y fuerte como un muro de ladrillos; se derrumbaba en la oscuridad de la noche y en la suya propia. Malrren era su faro, la luz que ella podía "ver" en su negrura particular. Él era el único que aliviaba los fantasmas de su pasado y el que mantenía cerradas las heridas de su alma. Ya había perdido a dos hijos y no quería perder a ninguno más, pero sin Malr estaría nuevamente a oscuras hasta el fin de sus días.
Sería incapaz de ver el sentido de su vida.
Sería incapaz de ser aquello que en realidad era y que nadie podía negárselo por mucho que sus iris no transmitiesen imagen alguna a su cerebro.
- ¿Aún estás despierta? Deberías descansar.
La voz de Fena hizo que Zel perdiera la poca compostura que le quedaba y que se abandonara al llanto en la cama de su hija que dormía ajena al los tormentos de su madre. Es mejor así - se dijo.
- No puedo - murmuró mientras escuchaba los pasos de Fena dirigirse hacia ella -. Soy incapaz de encontrar reposo sabiendo que Malr está sufriendo.
- Es el sino que nos ha tocado, mi pequeña, debemos aceptarlo y ser fuertes - dijo dulcemente la sabia mujer mientras le acariciaba el pelo.
Para Zelensa, Fena había sido algo parecido a una madre. Si tan solo su madre hubiese sido como ella tal vez todo hubiera sido distinto. En el pasado había fantaseado tanto con los brazos de ella alrededor de su cuerpo para experimentar algo de consuelo, pero de la boca de su progenitora únicamente hallaba insultos y, a la postre, una paliza casi de muerte.
- Lo intento - dijo casi sin voz - pero es tan difícil sin Malr. Mi pasado me atormenta a la vez que mi ansiedad por él aumenta. No sé qué hacer salvo cuidar de mis hijos.
- Él volverá. Confía en los chicos y en los Dioses.
- ¿En los Dioses? - preguntó abriendo mucho los ojos anegados de lágrimas. En aquellos momentos brillaban tanto como la más bella plata.
- ¿Por qué no cantas algo, Dama de Gea? - le propuso la mayor sanadora del continente con dulzura -. Tal vez los Dioses decidan inclinar la balanza a nuestro favor si les cantas algo hermoso.
La Hija del Dragón se levantó del lecho y se dirigió a la ventana abierta por donde entraba una ligera brisa que refrescaba algo el ambiente caluroso. Cantar... ¿por qué no? Siempre había negado y escondido su don para evitar las represalias del Señorío hasta que Malrren la llevó a Queresarda y se descubrió que Gea le había otorgado el don del canto. Hacía días que no cantaba, no desde la llegada de Chisare y las cotínuas batallas.
"Gea, gran Madre, perdóname por no utilizar tu don y no otorgarte el poder que mereces. Lo lamento. Ayuda a mi esposo. No nos hagas más daño."
Suavemente, como una caricia de un amante experto, la voz de Zelensa salió de sus cuerdas vocales hasta la ventana abierta y inundó el silencio de la tranquila habitación.
"El viento se levanta y las flores sonríen mientras sus pétalos vuelan hasta ti. Duerme mi dulce muchacho, el viento me llevará hasta ti junto a los ligeros pétalos."
"El suave vaivén nos mece y acuna, duerme mi dulce muchacho, yo estoy contigo. Pétalo travieso, pósate en sus labios, siente mi amor por ti sin abrir los ojos."
"No rompas el hechizo de la oscuridad. Oh, mi dulce muchacho no dejes de dormir, estoy aquí en tus sueños."
"¿No sientes mi sabor? ¿No sientes mi olor? No abras los ojos, no rompas el hechizo, permanece así mientras el viento se levanta."
Mientras la voz de Zelensa surcaba el cielo nocturno en un intento por conmover a Gea y a Urano, Fena lloró en silencio y Jen, Kotsë y Mochuelo sonrieron en sueños.
Jamás habían escuchado una voz tan hermosa y tan llena de amor. Por primera vez ninguno de ellos tuvo pesadillas.
***
Estaba muy débil y cada vez le costaba más respirar.
Cronos, con paso ligero, encabezaba la marcha por el piso en el cual tenían encerrado a Malrren. Los combates habían sido inevitable. Los científicos con dotes de combate les habían plantado cara con sus hechizos de magia negra. Las Banshee se habían encargado de la mayoría de ellos pero Cronos, Zorro y Zerch no pudieron eludir alguna que otra refriega que los estaba desgastando cada vez más y más.
Se sentía en el límite. Si no encontraban pronto al general, las Banshee dejarían de estar bajo su control y eso equivalía a estar en un peligro más mortal del que ya estaban. Debía hacer algo al respecto y no podía tardar mucho más.
- ¿Cuánto falta? - le preguntó al rehén que Cascabel contenía con gran "amabilidad". Otehf, que no dejaba de sangrar por la nariz y que se le estaba empezando a hinchar el ojo, respondió.
- Poco. Sólo unos pasillos más. Habrá un guardia.
Giadel asintió. Se alegró de que aquel hombre comprendiese su situación y decidiese cooperar - aunque Cascabel había contribuido a ello con unos buenos puñetazos -. El cansancio del grupo empezó a manifestarse. Según sus cálculos llevarían luchando sin parar unas cinco horas o tal vez incluso más. Los músculos del mestizo parecían tener vida propia y gritarle que dejase a un lado aquella pesada espada y que se echara en cualquier lugar a descansar.
- Hay que encargarse de ese guardia sin demorarlo más - les dijo a Zerch y a Zorro. Los dos asintieron y se adelantaron -. Vosotras debéis volver a la Nada - les dijo a sus criaturas. Las Banshee lo miraron sin entender.
- ¿Por qué? - dijeron entre siseos inconformistas. La sed de sangre se les había subido a la cabeza y Cronos sintió que perdía el control.
- ¡Porque es una orden de vuestro señor! No toleraré insubordinación, no me costaría nada desintegraros aquí mismo - mintió a pesar de que su tono de voz declaraba una verdad universal en su amenaza.
Las seis Banshee, arrepentidas, agacharon la cabeza a modo de disculpa y se desvanecieron para ir a su hogar. El hilo mágico que lo unía a sus chicas desapareció y se sintió mejor. Menos ahogado y más libre que antes.
- ¿Eso ha sido buena idea? - le preguntó la sanadora.
- Sí aunque no lo parezca - declaró.
La mujer asintió y pronto alcanzaron a Zorro y Zerch que habían liquidado al último guardia de manera magistral: sin sonido alguno. ¡Al fin se había acabado! Suspirando, Cronos vio a Zerch coger la llave que colgaba del cuello del muerto y la metió en una cerradura que había justamente en el suelo. ¡Una trampilla! Ahora comprendía por qué no había visto ningún tipo de celda, ¡porque todas estaban escarbadas en la piedra! El chico había sido muy agudo al verlo o, quizás, se lo había preguntado al guardia antes de silenciarlo para la eternidad.
Las bisagras de la trampilla metálica chirriaron desagradablemente al ser forzadas de una forma tan abrupta por el ansioso joven que deseaba salvar a su padre. Cronos no se lo reprochaba, en el fondo lo comprendía muy bien. Él haría lo propio por su hermana o por su abuela. ¿Y por Urano y Gea? No podía saberlo. En el fondo aún le dolían las heridas del pasado, del padecimiento por la perdida de Eneseerí.
¿Lo olvidaría alguna vez?
¿Sería feliz al final de aquel túnel?
"Maldito seas Universo."
Él sí que conocía su final. El creador de todo y de todos era el único que conocía todos los caminos y todas las opciones posibles según el sendero que tomara cada uno. Y si era así ¿ por qué? ¿Cómo había sido capaz de permitir que le ocurriera eso a un Dios? Había consentido que le arrebatasen el cuerpo y la mayor parte de sus poderes sin mover ni una pestaña. ¿Tan en serio se tomaba su ley? No inmiscuirse en asuntos mundanos. ¿Eso era él? ¿Un asunto mundano?
Ahora sí.
Ya no era un Dios y, tal vez, no volvería a serlo jamás.
- ¿Padre? - llamó la voz de Zerch. Su timbre tembló y eso sacó a Cronos de sus cavilaciones. Malrren era lo más importante en aquellos momentos no él.
- Es un agujero bastante profundo - le informó Zorro cuando Gia se acercó a ellos. Nadeï se asomó por la obertura.
- ¿Hermano? ¿Malr?
- Hay una escalera apoyada en la pared -. Giadel se acercó a ésta y la cogió con ambas manos después de enfundar su espada la cual ya no era necesaria.
- ¡Padre! - gritó por segunda vez el joven de ojos escarlata sin obtener respuesta alguna.
- Aparta, Zerch - pidió Cronos colocando la escalera de manera que se ajustaba perfectamente en las muescas que había delineadas en los extremos cuadrados de la obertura de la celda.
Cronos dejó que Zerch descendiera a buscar a su padre y no tardó mucho en subir con él a cuestas. El general estaba demacrado y lleno de moratones y sangre reseca. Su ropa, sucia y con desgarrones, no ayudaban a augurar nada bueno sobre su estado físico. Nadeï se apresuró a arrodillarse al lado de su hermano mayor y le tomó el pulso con el ceño fruncido.
- Está vivo pero no por mucho tiempo si no hacemos nada.
- Huyamos entonces.
Nadeï negó con la cabeza.
- No podemos volver a Mazeks, no todavía, hasta que estabilice a mi hermano. Está completamente al borde de la inanición. Lo mejor es reunirse con los demás y buscar algún lugar donde pueda descansar y recuperarse.
El mestizo maldijo por lo bajo y asintió. La vida del mejor amigo de Kanian pendía de un hilo y, seguramente, el Dragón no estaría en condiciones de curar a su compañero para irse de allí cuanto antes. Él tampoco podía hacer nada para ayudar puesto que si aceleraba o atrasaba el organismo de Malrren lo único que lograría sería matarlo por falta de nutrientes y energía vital.
Tendrían que permanecer allí más tiempo y no era un plan demasiado bueno.
***
- He dicho que nadie va a irse de aquí - repitió Nïan mientras intentaba paliar el terrible dolor de cabeza que lo tenía medio atontado. Con la ayuda de Gali y de Sanguijuela lo habían sentado en una silla mientras discutían el salir de allí y esperar al otro grupo el cual había ido a buscar a Malrren.
- Chico - volvió a intervenir Araghii -. No podemos quedarnos aquí. Este sitio es para los gusanos y las ratas. ¡Está lleno de cadáveres y de nigromantes vivos!
- Los que quedarán son sólo niños, ancianos y aquellos que no saben luchar. No nos harán daño - y miró de reojo a la científica que permanecía cerca de Tehr aunque el erudito ya no la mantenía retenida -. Estoy lleno de droga, Araghii, no puedo moverme sin que mi cuerpo no estalle en dolor. ¿Acaso no ves que no se me curan los brazos? Necesitaré diez días o más para expulsar toda esa ponzoña. Y Malr no estará mejor que yo.
El antiguo jefe contrabandista soltó algún que otro improperio por la boca mientras negaba con la cabeza. No estaba de acuerdo con su decisión de mandar a Pólvora a buscar a los demás para llevarlos hasta él. Tocaban momentos duros y de duras decisiones. Pero sería un suicidio salir de allí y viajar hacia Mazeks con los dragones mecánicos.
Todos estaban agotados. Nïan podía verlo sin la necesidad de que su magia dormida se lo dijera. Galidel estaba demasiado afectada por su reencuentro - él estaba otro tanto o más - y Sanguijuela y Tehr respiraban con dificultad y tenían alguna que otra herida superficial. No, no podían irse así de sopetón. Debían descansar unos días y el peligro de los Bosques había sido erradicado.
¿Pero cómo? Eso era lo que no podía entender y que su mente embotada tampoco era capaz de descifrar. En términos generales, le acababan de explicar la misión y el objetivo de rescatarlos y acabar con la amenaza de los científicos como inicialmente él y su escuadrón pretendía. A partir de esa escasa información llegaban las preguntas en tropel a su pobre cerebro agotado: ¿cómo habían logrado infiltrarse sin bajas? ¿Quién o qué fuerza habían logrado obtener para matar a tantos siendo tan pocos?
Le escondían algo y Nïan detestaba no estar lo suficientemente fuerte para exigir que le dijeran aquello que necesitaba saber. Cerró los ojos por un momento. Dioses, estaba agotado y no tenía deseos de dormir. Temía no volver a despertarse. Las manos de Galidel le hicieron abrir los ojos nuevamente y vio el temor en su mirada.
- Tranquila estoy bien - dijo en un murmullo para que sólo ella lo escuchase -. No voy a volver a dormirme.
- Tal vez eso sería lo mejor mientras esperamos a mi... - la mestiza calló y eso provocó que frunciera el ceño.
- ¿Tú qué?
La muchacha negó con la cabeza y se levantó para servirle otro vaso de agua. Su reacción hizo que se dispararan todas las alarmas. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Acaso había encontrado a alguien más en aquellos días en los que él había estado ausente? No, no podía ser posible. Si otro hombre hubiese robado su corazón y su afecto, la joven no habría acudido a rescatarlo. ¿O sí? No había duda de que, a pesar de todo, Galidel era una buena persona y que sus sentimientos del deber y de la justicia eran muy fuertes en ella.
"No, no puede amar a otro que no sea yo."
Un sentimiento egoísta y poderoso lo atravesó de arriba a abajo mientras ingería el agua que ella le ofrecía reuyendole la mirada. ¿Por qué no lo miraba a los ojos?
- Araghii, príncipe, ya vienen - anunció Pólvora con diligencia -. La sanadora pide una estancia para poder ocuparse de su hermano. Malrren está muy mal.
- No podemos separarnos, es peligroso - dijo Araghii. Kanian asintió conforme.
- Tiene razón, que lo traigan aquí. Después lo trasladaremos a un lugar mejor - y miró a Ydánia. La científica tragó saliva ante su mirada azul -. Tendrás que buscarnos un buen lugar donde quedarnos, a poder ser en el exterior de este lugar aberrante.
La joven nigromante le devolvió una mirada cargada de rencor antes de poner un semblante triste y asentir en silencio. Por la puerta abierta de par en par entraron Malrren y Zorro que cargaban a su mejor amigo que tenía los ojos cerrados y que parecía más un fardo desvencijado que un Hijo de Dragón. El corazón imaginario de Nïan se aceleró y el instinto quiso levantarlo de aquella silla e ir al lado de su hermano de corazón para curarlo. Pero su tentativa de abandonar su asiento fue frustrada por la debilidad de sus manos y fue incapaz de hacer lo que le pedía el instinto.
Su alma.
Tras de los hombres apareció Nadeï que se apresuraba a quitarse del cinto de su túnica blanca de anchos tirantes bolsitas de lino donde, probablemente, llevaría remedios para los heridos. Sobre la mesa metálica donde él había despertado del sueño de las drogas, depositaron al general y la sanadora comenzó a preparar los tubos de plástico y las agujas para inyectarle a su hermano mayor algún remedio directamente en sus venas. Desmayado como estaba era la única opción y también aquel era el tratamiento más eficaz puesto que el organismo digería y absorbía mejor las medicinas.
- Venga entra - dijo la voz musical y jocosa de Cascabel que empujó a un hombre que era a todas luces un nigromante. Ydánia, al ver a su compatriota, corrió hacia él para socorrerlo y ayudarlo a levantarse del suelo donde había caído de culo. Los ojos del erudito la siguió con la mirada. Esa chica no iba a por escapar así como así si se pensaba que el no estar atada era una posibilidad de fuga.
- ¿Estás bien, Nïan? - le preguntó la sanadora mientras introducía la punta de la gruesa aguja en el antebrazo de Malr.
- Sí, sólo drogado hasta las cejas. Pero nada que mi organismo no pueda solucionar con unos días de reposo.
La bella hija de Fena sonrió y volvió a ocuparse de su hermano bajo la atenta supervisión de Zerch. Eso le hizo sonreír.
- Me alegro de que todos esteis bien - dijo de corazón. Que sólo él y Malrren fuesen capturados era un consuelo.
- Todos no lo estamos: Mequi ha muerto y Corwën estuvo a punto de seguirle los pasos.
Kanian se quedó sin habla y sin aliento al ver la persona que acababa de decir aquellas funestas noticias. ¿Corwën moribunda? ¿Mequi muerto? ¿Qué demonios estaba haciendo allí Giadel? Abrió mucho los ojos al comprender - ahora - el "mi" de Galidel. ¡Se refería a su gemelo! ¿Cómo era posible? Si su mente estaba completamente perdida en las tinieblas o, mejor dicho, su cerebro carecía de actividad y de impulsos nerviosos.
- ¿Cómo es posible? - le preguntó. ¿Estaría soñando de nuevo? Seguramente se habría quedado dormido y su cerebro estaba reproduciendo aquello por un efecto de las drogas que seguían en su cuerpo.
- Yo también me alegro de verte - respondió Gia con algo de sarcasmo. Eso le escamó: jamás había escuchado ese timbre de voz en él a pesar de que indiscutiblemente era su voz. Y sus ojos...
¡Sus ojos no eran verdes!
- ¿Quién eres tú? - le preguntó mientras veía a Gali acercarse a él.
- Que perspicaz, no esperaba menos del Dragón; del único en su especie. Estoy bien, hermana - le dijo volviéndose cariñosamente hacia su gemela.
- ¿Y las Banshee? - le preguntó ella.
¿Las qué?
- Las he mandado a casa. Era imposible para mí seguir atado a ellas.
¿De qué demonios estaba hablando? Por todas las babosas venenosas del continente, ¿por qué tenían que ignorarlo de aquel modo? Odio esta incertidumbre y este desconcierto - se dijo.
- Su majestad dice que nos quedaremos aquí por unos días - le informó Araghii al mestizo. Gia asintió.
- No hay más remedio. Malrren no está en condiciones de viajar. Tendremos que buscar un lugar con ventilación y limpio para descansar. Pero antes tendríamos que ocuparnos de los supervivientes y de los cadáveres. Aquí no se puede respirar.
¿Giadel asumiendo el mando y hablando de tú a tú con su general? Jamás pensó que vería algo así. El Giadel que conocía seguía las directrices que otros le marcaban y no solía tomar la iniciativa por nada. Su hermana tenía más influencia en eso que él.
- No me gusta estar en la inopia - intervino Nïan con rudeza. El dolor de cabeza aumentó y aunque estaba herido seguía siendo el rey - o príncipe tanto daba - de todos ellos y no estaba tan mal para no ser capaz de tomar las decisiones importantes -. Estoy en plenas facultades para que me expliquéis qué pasa aquí.
- Es muy largo y no estás en condiciones de comprenderlo - le respondió Gia con superioridad. Galidel sonrió por lo bajo y él se quedó a cuadros. ¿Era posible que en carácter fuese ahora igual a su gemela mayor? Araghii soltó una carcajada.
- Los tiene buen puestos el señor - elogió el hombre al mestizo -. No son muchos los que hablan así al príncipe.
- No importa el rango de cada uno, lo importante es que debería descansar y que sus heridas no se curan. ¿No tienes magia? Eso es un problema.
Nïan, aturdido, conmocionado y débil - muy a su pesar - no atinó a decir nada mientras Giadel se acuclillaba frente a él y tomaba sus manos. Su contacto era cálido y a la vez extraño. Su cuerpo recibió una corriente de lo que parecía ¿poder? Magia no era... de eso estaba seguro a pesar de todo. ¿Qué era? ¿Qué tipo de energía le estaba enviando? No, no le estaba enviando ninguna energía sino que la utilizaba para... ¿acelerar el tiempo de su organismo? Un copioso sudor de textura pegajosa y de olor nauseabundo abandonaba su cu cuerpo y manchaba su piel a marchas forzadas. ¿Era la droga? ¿La estaba eliminando?
Cuando el joven apartó sus manos vio que le temblaban y que parecía haber agotado las reservas de sus fuerzas a la vez que él podía sentir de nuevo su magia y como sus artes innatas curativas empezaban a cerrar las heridas de las agujas en sus brazos. ¿Cómo había hecho eso? Era imposible. A menos que...
- ¿Quieres saber quién soy, Kanian? Bueno soy lo que ves y a la vez soy mucho más. Soy Cronos y, ahora, duerme.
Agotado por la magia de Giadel, Nïan cerró los ojos y perdió el conocimiento. Mientras sus parpados ocultaban sus iris azules como el mar en calma, unos pétalos de flores entraron por la puerta abierta y se posaron con gentileza en los labios de Malrren.
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