Capítulo diecinueve
Un día antes: alianzas llenas de luz y oscuridad
Cronos, al igual que Kanian, detestaba aquel lugar. El segundo por las experiencias pasadas y que era lo que más trataba de olvidar y el primero porque la oscuridad siempre reinante allí le recordaba su ceguera, aquella que había padecido durante milenios y que jamás sería capaz de olvidar.
La primera noche, después de la batalla, había sido un completo infierno. Una pesadilla de sudores pegajosos y fríos. A penas pudo pegar ojo mientras las lámparas de aceite encendidas iluminaban el cuarto rectangular que le había tocado en suerte. No había mucho donde poder elegir en la parte exterior de las sede de los nigromantes y ni loco volvería a bajar a sus pasadizos.
Cronos se miró en el espejo. Todavía no se acostumbraba a su nuevo rostro y a la vez no se sentía mal con él. Había que reconocer que algunos mortales tenían una gran facultad de adaptación y Gia la poseía. Ahuecó las dos manos en la palangana de agua sin perfumar y se mojó la cara. El calor era sofocante y ni él ni Giadel estaban demasiado acostumbrado a esa humedad que se pegaba como una lapa al cuerpo.
Unos tímidos rayos de sol entraron a través del ventanuco de su estancia. A causa de la necesidad de quemar los cuerpos de los nigromantes y de sus guardianes, Araghii y él habían ordenado - sin pesar alguno - talar alguno de los árboles que ocultaban la luz del astro rey, la luz divina que su padre guiaba cada mañana para proporcional vida a todos los seres vivos.
A los científicos no les gustó demasiado la idea pero no dijeron nada. Sabían que era la única forma de poder darles a los suyos un adiós digno y el único modo que tenían ellos de sobrevivir a partir de ahora por haber sido sometidos. Cronos observó con sus ojos dorados la afilada hoja de su navaja y hundió la hoja en otra palangana donde había agua caliente y jabón. Cuando la sacó del agua, el acero brilló ante su mirada y se pasó la hoja por la sien izquierda. El pelo cayó a medida que pasaba la navaja y cuando se rapó la cantidad suficiente de cabello, pasó a la otra sien.
Contempló su aspecto. No se quitó los ojos de encima mientras agarraba su mata de pelo que le llegaba por los hombros y lo cortó hasta la nuca y después se rapó ésta. El suelo a su alrededor se llenó con mechones y mechones de su nuevo cabello castaño con reflejos rojizos que contrastaba con su anterior cabellera azabache. Giadel soltó la navaja y volvió a ahuecar las manos sobre la palangana con agua fresca y se la arrojó a la cara, en el pelo y en la nuca.
Abrió los ojos y se contempló de nuevo. El flequillo le caía sobre la frente y pequeñas gotas se formaban en las puntas. Sus sienes estaban con una finísima pelusilla al igual que su nuca mientras que en las demás zonas estaba simplemente corto.
¿Era Gia?
No.
¿Era Cronos?
Tampoco.
Era los dos y así serías hasta que su corazón dejara de latir.
- ¿Y ese cambio?
El mestizo se dio la vuelta lentamente hacia el recién llegado. Sabía que vendría a él pero no cuando por ello había decidido dejar la puerta abierta, señal de que iba en son de paz y que sabía cual era el lugar de cada uno.
- No aguanto mucho el calor - dijo con una sonrisa torcida.
- Te favorece aunque ahora ya no te pareces tanto a tu hermana si no se mira más allá.
Cronos se escogió de hombros y le hizo una señal con la mano a su invitado para que entrara. Kanian asintió con la cabeza y traspasó el umbral de la puerta. Gia no se perdió ningún detalle del príncipe heredero al trono de Nasak. Aseado e imponente, su cuerpo desprendía una aura letal al estar prácticamente recuperado del todo del daño que le hicieron los magos negros. Su piel había retomado color y se notaba que la magia recorría cada fibra de su cuerpo.
Sus ojos azules brillaban de un modo sobrehumano y parecían traspasarlo con la mirada. Él hizo lo propio inmóvil con el espejo sin marco que había colgado con la ayuda de un alambre en la pared de ladrillo y argamasa a su espalda. Giadel sabía que la indumentaria que llevaba no era la apropiada para esa reunión pero con la de Kanian ocurría otro tanto. Después de pasar con la misma ropa cuatro días, finalmente había podido cambiarse las prendas sucias de sudor y sangre por otras limpias aunque de menor calidad.
El hijo de Varel, al igual que él mismo, iba ataviado con unos simples pantalones de algodón oscuros, unas camisas beige de manga corta, un cinturón de cuero viejo y unas botas. En sus cuerpos no habían joyas, ni perfumes ni maquillaje en los ojos. Nada. Eran como dos guerreros errantes que habían tenido tan mala suerte que se habían quedado incluso desarmados ante el dificultoso camino de la vida.
Cronos, alargando el momento del escrutinio, cogió un arrecogedor y una escoba y barrió los mechones que antes habían estado tan tranquilos en su cabeza. A todo esto, Nïan se sentó en una silla de madera que crujió un poco bajo su peso. Cuando el mestizo se incorporó para tirar su pelo por la ventana, se percató de la cicatriz que su acompañante tenía en su mano derecha.
- Habéis hecho el intercambio de sangre - dedujo soltando la escoba y el arrecogedor en una esquina antes de sentarse frente a Kanian.
- ¿Acaso te molesta? - lo retó más que le preguntó. ¿Quería medir sus fuerzas con él o lo que quería era saber qué era en realidad? Tal vez ambas cosas.
- No. Si mi hermana está conforme con eso, a mí no me importa. Lo único que quiero es que sea feliz y que no os hagáis más daño el uno al otro - dijo con sinceridad; palabras que el mismísimo Gia habría dicho sin la necesidad de haberse unido a Cronos.
- Siento mucho poder en ti - soltó a bocajarro el Dragón -, uno que no sé como calificar.
Cronos sonrió divertido.
- Es mi poder del tiempo. Bueno lo que queda de él en este cuerpo - aclaró -. No pude traérmelo todo conmigo cuando ese traidor me despojó de mi verdadero cuerpo.
Cronos, sin omitir ninguna parte de los acontecimientos ocurridos, le explicó cómo Kerri le arrebató su cuerpo no sin antes hablarle de Rea; era imposible no unir una cosa con la otra porque su amada había sido el detonante de todo. La aparición de Rea había desequilibrado la balanza - su balanza - y los planes que una vez tuvo para acabar con toda la vida del mundo se habían evaporado.
Perdido en el pasado, le contó sus principios en el mundo, su vida antes de ser encerrado por sus padres, el amor secreto y prohibido con Eneseerí, su condenación, su liberación a causa de los estragos de su madre en Lasede, su pacto con Xeral para ganar poder, el regreso de Eneseerí en Rea y el plan de fuga que habían ideado para estar juntos, plan que se vio truncado cuando Kerri apareció en el templo de Gea con sus hombres en la última luna azul.
- Siempre he sido una deidad adorada por los practicantes de la magia - prosiguió Cronos que le estaba sirviendo un vaso de ron a su interlocutor -, tanto de magia blanca como negra por eso que los científicos me cedieran sus súplicas y plegarias no me hicieron prestarles más atención de la necesaria. Tampoco pensé que lo que ellos hiciesen podría afectarme a mí a futuro.
- Pero lo hicieron - le dijo Kanian bebiendo un trago de ron. Gia asintió.
- Sí, los mortales estáis evolucionando a un ritmo insospechado. Urano siempre os ha otorgado demasiada libertad.
- Claro y también un tal Cronos no los ató en corto cuando pudo y dejó que las ambiciones de Xeral se descontrolasen.
El susodicho frunció el entrecejo.
- ¿Qué quieres decir con eso, Dragón?
Kanian volvió a traspasarlo con su mirada y Cronos hizo lo propio con sus ancestrales ojos brillantes como estrellas.
- Que ese hechizo del cual has sido víctima, no iba para ti sino para el propio Kerri. Xeral pretendía vivir así eternamente puesto que a los científicos les fue imposible - a pesar de los cien años que experimentaron conmigo - descubrir otro modo para vivir eternamente. Mi tío pretendía matar a Kerri e introducirse en su cuerpo para reinar en su nombre y así continuamente sustituyendo a todos sus herederos.
- Que plan más atroz y retorcido - gruñó por lo bajo -. ¿Cómo sabes tú eso?
- Porque cuando mi primo mató a Xeral por la espalda se lo dijo: le dijo que lo había descubierto todo y por eso lo mató porque se vio acorralado.
- ¿Acorralado? - preguntó extrañado.
- Los seres mortales solemos actuar de forma extrema cuando sentimos el aliento de la muerte en el cogote - le explicó Kanian -. Supongo que para ti es difícil de entender puesto que, al ser un Dios, nunca has experimentado tal cosa.
No, él nunca se había sentido acorralado. Jamás se había visto contra las cuerdas ni siquiera el día en que sus padres lo cogieron por banda y lo confinaron bajo tierra. ¿Qué era sentirse acorralado? ¿Era tener miedo a un final próximo? ¿Era temer perderlo todo en un suspiro y sentirse incapaz de hacer algo que no sea jugarse el todo por el todo?
- Kerri tuvo miedo de perder a Rea, parece que le importa muchísimo y lo comprendo - musitó Nïan bebiendo un buen trago de ron. Cronos sabía que el Dragón no podría emborracharse pero no estaba tan seguro de que él no acabara como una cuba si lo imitaba -. Entiendo perfectamente ese terror de perder a la persona que amas, de ver como alguien más se la quiere llevar de tu lado. Ver como su amor se le escapaba de entre los dedos después de la derrota de Mazeks debió golpearlo duramente y se sintió impotente y acorralado contra una pared mientras que una manada de lobos hambrientos lo miraban con ganas de devorarle hasta el tuétano.
- Menuda comparación - se mofó.
- Y eso mismo es lo que sientes tú, Cronos. Por eso te metiste en este cuerpo antes de morir.
El joven contempló a Kanian como no lo había hecho durante todo el transcurso de su conversación. Su rostro perfecto y duro como el mármol estaba completamente serio y de nuevo sintió el poder que emanaba de todo su ser. ¿Medio curado? Estaba en perfecto estado y lleno de una extraña seguridad. ¿Habría sido su hermana? ¿Ese era el poder del amor y de la confianza?
- No sé qué quieres decir con eso, príncipe, pero estás equivocado. Yo no busqué ningún cuerpo - negó bebiéndose todo el contenido de su vaso. El fuerte regusto del ron lo mareó por unos momentos.
- Tal vez fuese de modo inconsciente o tal vez los Dioses te guiaran, pero viniste por mí porque estabas acorralado. Tu unión con Giadel te garantizaba un nuevo cuerpo ya que él estaba vivo a su vez sólo por su unión con Galidel. Ser Gia te daba la oportunidad de contactar conmigo y, en consecuencia, con mi ayuda y con la de los míos.
- Yo escuché su voz no él la mía - gruñó mientras le venían los fragmentos del momento en que su alma divina y la fragmentada de Gia se vieron por vez primera.
- ¿Y no crees que él podría haber escuchado tu lamento? ¿No crees que él también se sintió tan acorralado que no le importó perder todo lo que le quedaba para que tú ayudaras a su hermana y a las personas que amaba?
Un fogonazo de luz se abrió en las tinieblas de su mente. Sintió el dolor del acero que lo atravesó, vio el rostro descompuesto de Rea. No - gritaba sin voz -, no quiero morir. No quiero desaparecer de este mundo. Si lo hacía, si desaparecía el tiempo dejaría de existir y todo perecería.
Y no podía consentirlo.
"¿Qué he hecho? ¿Yo mismo dividí mis poderes para evitar que el flujo temporal desapareciera?"
Sí, él mismo lo hizo de forma inconsciente.
No quería que Rea ni que nadie muriera por eso la parte que Kerri controlaba se había quedado con casi todo su poder divino.
Lloró y se lamentó, deseó aferrarse a ella cuando la vio derrumbarse ante lo que sus ojos veían. Su alma gruñó y deseó el auxilio del único ser casi tan poderoso como un Dios pero que ni él mismo sabía el gran potencial dormido en su interior. Sí, deseó la ayuda de Kanian. La ayuda del único que podía vencer al nuevo Kerri.
Cronos sonrió y después soltó una carcajada que repiqueteó por toda la estancia. Ese chico le gustaba.
- Eres más sabio de lo que pensaba.
- Y tú eres más humano de lo que creía - contraatacó el príncipe.
- Necesito que me ayudes a recuperar mi cuerpo - reconoció -, sería desastroso si no lo hiciera. El alma mortal de tu estúpido primo no será capaz de aguantar el torrente de poder divino que dejé en mi cuerpo. Cuando éste lo consuma, el flujo temporal quedará fuera de control y todos los flujos vitales y temporales colapsaran entre sí y todo quedará destruido.
- ¿Qué harás cuando lo recuperes? - quiso saber Nïan muy serio -. ¿Volverás a ser mi enemigo?
- Eso ya no me interesa. Jamás haría algo que hiriera a mi hermana.
Sus palabras parecieron sorprender a Nïan.
- En verdad eres Giadel - dijo sorprendido y a la vez maravillado. No obstante, al segundo, su rostro mostró preocupación -. Pero entonces... cuando recuperes tu auténtico cuerpo...
- No pensemos ahora en eso - cortó -. ¿Hay trato? ¿Seremos aliados? - le preguntó ofreciéndole la palma de su mano. Kanian asintió y se la estrechó.
- Somos aliados.
- Bien. Entonces pongamos a su majestad Kerri en situación - dijo y se levantó para coger papel y pluma.
Había llegado la hora de darse a conocer y de demostrarle a ese rey impostor que la venganza es un plato que se sirve tanto en frío como en caliente.
Mientras quitaba el tapón de corcho de un sencillo tintero de vidrio, Cronos se relamió los labios. Todavía sabían a ron.
***
No le gustaba la luz del sol.
Jamás la había visto en sus veinticuatro años de vida y hacerlo en un momento tan dificultoso y doloroso para todos no ayudaba a ver la supuesta belleza que desprendían los rayos solares.
Ydánia sentía una gran quemazón en los ojos. Aquella luz era demasiado potente para unas pupilas acostumbradas a las luces artificiales de las lámparas y las velas. La luz del sol era diferente. La joven sentía una fuerza especial en ella, una energía llena de vitalidad que hacía desaparecer la oscuridad.
Había sido duro tener que claudicar y ver como los invasores - los Activistas - talaban una cantidad considerable de árboles pero lo peor fue sin duda conocer el propósito de la madera de aquellos árboles gigantescos de corteza grisácea y savia espesa que siempre habían sido los guardianes principales de su hogar.
Todo parecía la peor de las pesadillas, como uno de eso cuentos tenebrosos que contaban los ancianos para asustar a los pequeños en las noches de reunión. Qué atrás quedaban aquellas vigilias donde los ancianos se prestaban a explicar todo tipo de historias bajo la tenue luz de los candelabros con una mirada de niños curiosos sentados en un círculo perfecto. A ella nunca la habían asustado con sus historias de seres creados por la oscuridad y por la luz como los fetiches, los golems, los trolls, los basiliscos, las quimeras, los cíclopes... En cambio un grupo de nueve mortales con seis extraños seres de pesadilla la habían aterrorizado tanto que era incapaz de cerrar los ojos y no ver el horror acontecido allí abajo.
La joven se sentó con dos niños que dormitaban con los ojos hinchados y las mejillas rojas y húmedas. Limpiar aquella masacre había sido espantoso y una tarea fatigosa y ardua. Jamás había tenido que hacer trabajos pesados ni nada que no fuera limpiar su habitación, las salas de experimentación donde trabajaba y lavar su ropa. Sus manos, suaves e inmaculadas, ahora estaban llenas de ampollas y de algunos cortes.
Rasposas.
La muerte que habitaba en su hogar había sido complicada de limpiar. Los cuerpos eran muchos y los supervivientes demasiado pocos en comparación. Todavía le parecía una locura que nueve personas hubiesen sido capaces de matar a más de trescientos de ellos y a unos cuantos minotauros. Trabajo desperdiciado - se dijo. Crear vida artificial siempre era difícil y más la unión de dos especies diferentes para fabricar una nueva.
Las carretillas que en el pasado sirvieron para transportar las rocas sobrantes de los túneles ahora eran la mejor herramienta para sacar todo los cadáveres. Las escaleras no ayudaban demasiado, pero entre dos o tres personas se podía alzar la carretilla unos centímetros y ascender hasta el exterior: hasta el patio donde los conquistadores habían dejado la madera lista para ser el combustible que terminaría con aquella matanza.
Aquello que Herron había comenzado.
Lo que el rey Xeral no terminó y Kerri continuaba.
Los ojos grises de Ydánia no derramaron ninguna lágrima. Ella no había perdido ningún familiar porque ninguno de ellos había vivido lo suficiente para verla crecer. Toda su familia había perecido en un experimento fallido y en una epidemia. Completamente sola, se había volcado en sus estudios, en mejorar las habilidades innatas que tenía con la magia negra. Ésta parecía acoplarse a su energía a la perfección: toda la magia oscura se enroscaba en ella y la obedecía sin la necesidad de muchos subterfugios, pócimas o conjuros con algún sacrificio.
Ella era especial desde el día en que había nacido aquella noche sin luna y sin sol en el cielo: el día del eclipse total.
La oscuridad le hablaba y la obedecía. ¿Por qué no hizo nada entonces? Eso era lo que se preguntaban todos. Ydánia podría haberse resistido contra los Activistas, podría haberse liberado de sus captores y matarlos con sus habilidades. Pero ella permaneció temblorosa y tan asustada como un conejo acorralado en su madriguera con cientos de flechas apuntando su diminuto cuerpo.
No importaron sus explicaciones y sus lo sientos. No importó que estuviera al borde de las lágrimas y excusándose por el miedo que había pasado como tampoco les importó la lógica a la cual había llegado de la irrealidad que vivían allí abajo.
- Este es nuestro mundo. Lo de arriba no importa - habían dicho los ancianos y algunas mujeres más jóvenes habían asentido.
Ydánia contempló sus manos. Acababa de limpiar la sangre de uno de los pasillos. El olor a muerte parecía haberse instalado en su nariz y no querer desaparecer de allí al igual que el tacto de las vísceras desparramadas o de la sangre coagulada. Uno de los niños sollozó y ella le acarició el hombro con ademán tranquilizador. Las labores de limpieza estaban a punto de finalizar no así la aceptación de la perdida y el duelo.
El sonido de las botas por el pasillo llamó su atención a la vez que la de todos aquellos que estaban despiertos. Los niños abrieron los ojos alarmados y se escondieron tras ella mientras la joven se tensaba como una vara de fresno. Apretó con fuerza los puños sobre sus rodillas.
La habitación se llenó de luz, una luz poderosa y que salía del cuerpo del ser más poderoso con el que ella había tratado. El príncipe Kanian, vistiendo con ropas sencillas, estaba hermoso a pesar de no lucir lujosas vestiduras. Su rostro mostraba nobleza y seguridad: autoridad. Sus ojos azules miraron a todos los presentes abarcando la sala entera sin perderse ni un sólo detalle. A su lado estaba ese joven que había llevado consigo a esas horrendas criaturas endemoniadas. Ydánia lo vio distinto: se había cortado el pelo y su rostro era inescrutable.
Al lado del chico estaba la joven hermosa que tanto se le parecía y que había despertado a Kanian del sueño de las drogas. Al otro lado del Dragón estaba el otro prisionero, Malrren, hijo del famoso General Rojo, su propio hijo Zerch, su hermana Nadeï, Araghii, su segundo Pólvora, Zorro, Cascabel, Sanguijuela y, medio oculto y con un cuaderno abierto en las manos, Tehr.
El erudito oficial de los Activistas, apartado del resto del grupo, parecía ausente de todo y todos concentrado en anotar lo que fuera en aquel cuaderno que Ydánia le había visto en las pocas ocasiones que habían coincidido durante esos tres días. En ninguna de esas ocasiones se habían dirigido la palabra pero sí la mirada.
- Creedme - empezó a decir Kanian con la mirada oscurecida no sólo por las sombras - si os digo que no me hace gracia alguna estar aquí abajo. Lo mismo que a vosotros tenernos aquí a nuestra merced, supongo. O tal vez no, tal vez mi aversión sea más profunda y dolorosa pero no he venido aquí a decir el mal que me hicieron los vuestros y alguno de vosotros ahora y en el pasado. Lo que he venido a deciros es algo de vida y muerte.
Ydánia tragó saliva y sintió que los niños se acercaban más a ella buscando protección. Las miradas de casi todos se clavaron en su insignificante cuerpo. ¿Esperaban que se enfrentara al Dragón? ¿Estaban locos?
- Los míos os aseguraron que no os haríamos daño y lo hemos cumplido - prosiguió -.Mas ahora quiero saber de qué lado estáis: si del mío o del de kerri. Mis hombres han conquistado los Bosques Sombríos; ahora este territorio es nuestro y si vosotros queréis permanecer en él será bajo mis reglas y condiciones.
>> Si queréis redimiros, si pensáis en la redención, uníos a mí y servidme como mis aliados en esta guerra. En caso contrario, no puedo permitir que sigáis a los ordenes de Kerri. Quien quiera hacerlo, morirá; es inevitable pues no puedo permitir que un enemigo mío permanezca con vida. Pero quien desee no seguirme pero no servir a mi primo, podrá permanecer aquí tranquilamente: yo soy justo con aquellos que no se cruzan en mi camino.
>> La decisión es vuestra pero no hay tiempo que perder: así que la quiero ya.
Todos se contemplaron en silencio bajo la atenta mirada del elegido de los Dioses, del nuevo dragón y de sus seguidores. Ydánia los miró a ellos uno a uno. No vio en ellos maldad, ni crueldad, solo dolor y también cansancio: dudas y desconocimiento. Y a la vez valor, fuerza y luz: había gran cantidad de luz en ellos y en ella y en los suyos había oscuridad porque a ella habían entregado sus vidas.
Luz y oscuridad.
Oscuridad y luz.
Dos fuerzas que se necesitaban la una a la otra para existir y para crear. ¿Sería malo que la oscuridad andara al lado de la luz?
- Os seguiremos, alteza - dijo la joven sin previo aviso. Los ancianos la miraron consternados y con los rostros desencajados.
- ¿Qué demonios dices, Ydánia? - le preguntó Lohuo, el más importante de los venerables nigromantes ancianos. Otefh, el supervisor, le dirigió una mirada silenciosa e indescifrable -. Tú no tienes voz ni voto para elegir nuestro destino.
- Nuestro destino es claro ¿no? Servir al rey y a Cronos ¿no? - dijo como si nada. Lohuo frunció sus arrugados labios.
- Él no es nuestro soberano - repuso contrariado. Kanian alzó una ceja a modo de disgusto.
- ¿Estás seguro, anciano? - le preguntó él con voz gélida -. Mi primo Kerri no está aquí para protegerte y yo si que lo estoy para matarte. Cuidado con lo que dices y escucha a esa chica. Es más lista que tú.
La joven se sintió alagada por sus palabras y le sobrevino un hormigueo en el estómago.
- Puede que no sea tan anciana como tú ni tan sabia, pero soy la más poderosa y lista como bien ha dicho su alteza y debemos abrirnos hacia la luz.
- ¿¡Estás loca!? - exclamaron todos los ancianos a la vez y los otros niños al verlos alterados se abrazaron más a sus madres y a las mujeres que no lo eran -. ¡Somo siervos de la oscuridad y de la muerte! ¿A santo de qué debemos cambiar eso? - exclamó Lohuo.
- Yo no he insinuado eso que acabas de decir. Simplemente creo que ya es hora de salir a la luz, de caminar en ella como su complemento que son nuestras fuerzas. Podemos hacer algo más que lo que todos esperan de la oscuridad y de la muerte: podemos dar vida. ¡Podemos ser algo más que gusanos escondidos bajo tierra!
- ¡Siempre ha sido así y tú no lo vas a cambiar! Seremos neutrales, Dragón, no nos inmiscuiremos en esta guerra y viviremos ocultos por siempre - sentenció el anciano sin mirarla.
Ydánia se levantó como un resorte.
- ¡No! Somos responsables de todo el desastre del exterior: ¡debemos ayudar y acabar con todo esto!
- No sabes nada niña.
El desdén de él le dio más fuerza a la científica.
- ¿No veis que este encierro nos está mermando? No conocemos el mundo y aun así jugamos a ser Dioses, a crear seres y a mutar a otros para que alguien los use para dominar y aplastar. Sin la luz muchos de los niños no sobreviven y por ello somos pocos y débiles. Por estar siempre aquí hay epidemias a mansalva.
- Ese de ahí hizo trampas - señaló al apuesto joven de ojos dorados y cabello castaño rojizo -, esas criaturas que controlaba se servían de magia negra.
- Es cierto, yo las creé - asintió el interpelado -, al igual que mi oscuridad y mi dolor crearon el modo de manejar la oscuridad.
- ¿Qué estás diciendo, mocoso?
El joven se encogió de hombros.
- Vuestros experimentos siempre me han parecido audaces y fascinantes - confesó el chico con una sonrisa maliciosa - al igual que vuestro modo de rezar. Lohuo, aún recuerdo el regalo que me hiciste hace siete años; fue un bonito gesto de tu parte y de los tuyos confeccionar aquellas magníficas riendas para manejar a mis Pesadillas. No pensé que los mortales supieran de las criaturas de los Dioses, pero al parecer sabéis algo.
El anciano palideció e Ydánia también. Aquella ofrenda no la conocía nadie salvo los nigromantes. Por puro azar, alguien había hallado un libro muy antiguo que acompañaba al que ya se encontró en el pasado y hablaba de la manera de matar a un Dios. En este caso hablaba de las manifestaciones en forma física de los atributos divinos. No estaba completo pero había mucha información sobre el culto del Dios del Tiempo y de las criaturas que él había creado y que lo servían y protegían fielmente. Uno de ellos eran los caballos oscuros llamados Pesadillas por las llamas que tenían por crines, cola y ojos.
¿Qué mejor ofrenda para agasajar a su deidad que unas riendas ignífugas para cabalgar a lomos de sus monturas infernales?
- No puede ser...
- Puede ser y deberías saberlo. ¿Quién encontró el modo de meter un alma en un cuerpo distinto al suyo?
Todos, incluso Ydánia, se inclinaron ante su Dios protector, hacia la divinidad que los había protegido y a la vez aniquilado. Ellos habían fallado a su dios supremo y él se había vengado.
- Uníos a Kanian y a mí para vencer a Kerri si queréis enmendar el daño que éste le ha hecho a Cronos, amo y señor del flujo temporal. El Dios de todos vosotros, el Dios a quien habéis perjudicado y el cual está dispuesto a perdonaros - dijo con intensidad en sus ojos dorados que parecían oro fundido.
No hicieron falta más palabras.
Todas las cartas estaban sobre la mesa y la joven científica sabía que ya no podían seguir ocultos y al margen al igual que Lohuo y todos los demás incluidos los niños.
Debían salir al mundo.
Debían servir a su Dios.
De las túnicas grises llenas de suciedad que los cubría, sacaron unas dagas con la hoja de obsidiana y todos se cortaron verticalmente el antebrazo. La sangre de los nigromantes ensució la piedra que tenían por suelo y ésta la aspiró como si tuviera vida propia.
- Os juramos fidelidad, príncipe y Cronos divino - dijo Lohuo con la voz afectada y al borde de las lágrimas por tener allí a Cronos frente a sus ojos en forma mortal, imperiosa y victoriosa - las piedras de esta sala son testigo de ellos y beben nuestra sangre. Este pacto nunca podrá romperse.
Con la sangre resbalando su piel, Ydánia miró a Tehr que dejó de escribir y le sonrió.
Su corazón se disparó.
La luz estaba entrando en su corazón para entrelazarse con su oscuridad.
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