Capítulo cuarenta y uno
La corte de las Ratas de mar
Habían pasado cinco días desde que el pequeño grupo integrado por siete personajes partiese de su lugar de origen con un destino recóndito y lejano. El verano continuaba sin dar tregua ni cuartel a los habitantes de Nasak y en la mitad este del continente el calor era tan sofocante que cortaba la respiración.
El hombre, con la garganta reseca y los labios cortados por los implacables rayos solares, tomó su cantimplora de agua y dio un buen trago. Hizo una mueca al sentir como el líquido - tirando más a ardiendo que a fresco - le corría garganta abajo y, una vez guardó de nuevo la cantimplora en sus alforjas, se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Su equino, un buen caballo joven y vital, tenía la piel sudorosa y parecía estar rozando el límite del cansancio. Sabiendo que su animal y el de sus compañeros necesitaban un buen descanso, agua y alimento, Araghii recondujo a su pequeña comitiva hacia uno de los muchos bosquecillos que inundaban la zona levantina. En aquellos lugares siempre fluían algún que otro arroyo o manantial pequeño que les servía para abrevar a los caballos y para rellenar las cantimploras.
Faltaba poco para llegar a su destino final: los Montes del Alba.
- Haremos un alto hasta la tarde - informó el general por encima de su hombro.
Sus ojos color avellana miraron uno a uno a sus compañeros: Pólvora, Mochuelo, Zorro y Sanguijuela; los únicos compañeros que habían llegado hasta allí con él después de todos los años que llevaban juntos. No hacía mucho tiempo, todos ellos junto con Tocino, Carroñero y Cascabel habían ido por aquellos mismos caminos y parajes para las reuniones que solían celebrarse entre los distintos grupos de contrabandistas y mercaderes del Mercado Negro.
"Y ahora ya no están. Todos ellos se han ido."
Su mirada viajó de sus viejos y estimados compañeros a las dos nuevas adquisiciones que se habían sumado en aquella complicada empresa: Anil y Chisare. El antiguo contrabandista apartó la mirada antes de contactar visualmente con la Dama de Gea. Desde que había vuelto de su misión suicida a La Fortaleza, no había mantenido ni una conversación con la mujer.
Nada.
Ni un triste saludo.
El hombre hizo que su caballo trotase ligeramente con la vista puesta en el camino. Debería haberle dado alguna explicación; explicarle los motivos por los cuales la había traicionado y no le había contado la locura que tramaban los gemelos. Debería sincerarse y contarle toda su historia con Sonus; cómo se conocieron, lo mucho que la amó, el sacrificio tan grande que tuvo que hacer y el daño atroz que se causó a sí mismo y a la mujer que más había amado antes de conocerla a ella.
Tendría que haberle confesado a su adorada Dama que no podía seguir viviendo sin pedirle perdón a Sonus, sin saber si era feliz o infeliz. Lo único que deseó hacer fue salvar al amor de su juventud para poder redimirse y perdonarse por haber sido un canalla, un crío inmaduro y poco valiente. Lo único que pretendía era hacer feliz a la mujer del único modo que se le ocurrió: llevándosela consigo y cuidarla.
Aún la quería. Era absurdo negarlo. Nunca había olvidado a Sonus precisamente por la sencilla razón de que nunca quiso hacerlo. Habría sido un miserable desalmado si hubiese dejado de amarla y de culparse, un monstruo sin corazón si se hubiese limitado a vivir tan tranquilamente la vida después de destrozar la de una mujer hermosa tanto por dentro como por fuera.
Nunca se desentendió de Sonus. Siempre intentaba recolectar información sobre ella, ir a las ciudades donde ella iba a estar y vislumbrarla entre los desfiles reales o los actos oficiales amparado por la multitud. En esas ocasiones nunca veía el espíritu luminoso y risueño de la mujer que amaba, únicamente podía ver un cascarón vacío y tan helado como el hielo en invierno. No sonreía, su rostro siempre era una máscara altiva como la más hermosa porcelana e igual de inalcanzable.
Y todo había sido culpa suya.
Él consintió que ella continuase dentro de aquella vorágine de infelicidad infinita al decidir rendirse en vez de luchar por lo que los dos sentían.
"Se lo debía. Le debía el ser feliz."
Pero la había matado. En vez de salvarla, lo único que logró fue ponerle fin a su vida. Desde entonces todas las noches tenía la misma pesadilla: Sonus desangrándose entre sus brazos. Su hermosa y adorada reina del Señorío lo miraba sonriente y le acariciaba la mejilla antes de desfallecer entre sus miembros inútiles y soltar su último hálito de vida. Araghii, impotente, la zarandeaba, la besaba y la abrazaba con fuerza llamándola a gritos. Pero ella no respondía. Ella simplemente sonreía.
Y eso lo estaba matando y consumiendo.
- Agghh - gruñó Sanguijuela una vez habían llegado hasta un pequeño arroyo. Se bajó de su equino y comenzó a quitarle las alforjas -. Éste calor va a acabar conmigo. Lo único que me consuela es que el sudar ayuda a eliminar toxinas y harán de mi bello rostro algo todavía más sublime.
Anil, a su lado, lo miró con cara de pocos amigos. Sus iris verdes con motas doradas lo traspasaron y Sanguijuela ensanchó su sonrisa al verla tan molesta.
- ¿Ocurre algo, querida? - le preguntó con su habitual buen humor y tono jocoso acercándose a ella.
La hija de Corwën, apartó el rostro y su cola de caballo se zarandeó por su espalda.
- Nada, ¿debería pasarme algo? - le replicó ella.
- No sé - dijo él sin abandonar su tono meloso -. Dímelo tú.
Ante esa pulla, la mujer se volvió hacia él completamente acalorada y no precisamente por la estación del año.
- Te veo venir, Sanguijuela y te aviso desde ya que, si te veo coquetear con alguna mujer cuando lleguemos a ese lugar escondido de la vista de los Dioses, te cortaré los testículos.
Ante esa amenaza tan sumamente cruel y veraz, el contorsionista se limitó a darle un sonoro beso en la mejilla. Ella, enfadada, se apartó de un salto.
- Mi vida, sólo tengo ojos para ti. ¿Pero qué puedo hacer si las mujeres se vuelven locas por mí?
- ¡Te juro que no te aguanto! - masculló Anil y se alejó de él como si fuese un leproso. Ante su reacción, Sanguijuela se echó a reír y Araghii percibió que era una sonrisa franca y sincera que le nacía desde dentro y no la típica risa cínica y sardónica que solía proferir.
Se estaba divirtiendo de verdad; estaba disfrutando de aquellas pullas sin malicia alguna.
Estaba comenzando a ser feliz de verdad como nunca antes lo había sido.
- Jamás te había visto así, Seeram - le dijo el general una vez dejó que su joven montura fuese pausadamente a ingerir agua.
El joven, ante las palabras de su jefe, se sonrojó y sonrió de un modo inocente y avergonzado. ¡¿Avergonzado?! ¡¿Él?! Definitivamente el mundo estaba volviéndose loco.
"Y yo con él."
- ¿Lo crees de veras? - le preguntó azorado pasándose una mano por sus cabellos despeinados por la cabalgata y la humedad. El Jonko estaba muy cerca de ellos y eso hacía que el calor fuese todavía más inaguantable.
- ¿Acaso tú no?
El joven apartó la mirada para buscar a Anil. La Hija del Dragón, de perfil, se estaba secando el sudor con una toalla de lino. Araghii contempló el semblante de Seeram. En él no había ninguna de sus máscaras perfectas, hermosas y demasiado falsas. Ahora, frente a él, estaba el bastardo hijo de un noble; un pobre muchacho solitario que intentaba seguir el camino de la vida tal y como ésta se le presentaba.
- No sé qué pensar. Nunca antes me había sentido así. ¿Esto es el amor? ¿Sentir que si ella no está a tu lado te falta algo más que la mitad de tu cuerpo? ¿Amar es desear estar siempre al lado de una persona, verla, hablar con ella, cuidarla, abrazarla y pensarla?
- Tal vez - respondió el general con ambigüedad ya que, amar, era mucho más que cualquier definición que pudiese articularse con palabras.
- Siempre quise saberlo - reconoció el contorsionista con los ojos tristes y algo vacíos. El general apartó la mirada sabiendo que, en aquel momento, Sanguijuela estaba pensando en el pasado -. Siempre deseé saber qué se sentía al amar y al ser amado. Yo nunca había sido capaz de querer a alguien; nadie me enseñó a hacerlo. Nunca jamás me brindaban palabras o gestos amables en la casa del barón y él siempre que podía me golpeaba y me escupía.
>> En mi corazón siempre ha anidado el odio y el desprecio hasta que conocía a personas que se ganaron mi respeto. ¿Pero amor? Es la primera vez que me asalta y, lo cierto es que, tengo miedo - reconoció a media voz.
- ¿A qué le temes? - le preguntó en un susurro, como si fuese una voz salida de su interior y no de otro cuerpo ajeno.
A su alrededor, Pólvora ayudaba a Mochuelo a despejar a su caballo del peso de las alforjas y Zorro estaba rellenando su cantimplora con agua nueva y fresca. Chisare, al lado de Anil, conversaba con ella. ¿De qué estarían hablando? ¿Qué le rondaría a la Dama de Gea por la cabeza? ¿Por qué había decidido ir con ellos sin preguntárselo y de sopetón?
- A no ser lo bastante bueno, a que ella se canse de mí - confesó.
- Bueno, eso no debe preocuparte. Todos los enamorados tenemos esos miedos.
- Giadel siempre estará ahí y eso, aunque no me guste, jamás podré erradicarlo. Tampoco pretendo eso ya que sé que para Anil él es muy importante. Entre ellos hay lazos que los unen y un amor sincero que, tal vez ahora, no sea tan pasional. Pero ahí está, latente como una llama sin fin.
El ex contrabandista no dijo nada. Él la entendía al igual que sabía que Chisare también era capaz de comprender a Anil. Ella, a pesar de haberse enamorado de él, seguía amando a su marido Iarón y él, queriendo a Sonus a su vez, jamás se lo reprocharía. Pues entonces, si sabes que ella te comprendería, ¿por qué no le cuentas la verdad sobre Sonus? - se preguntó.
- Ella es lo único que tengo - prosiguió un abatido Sanguijuela -. Y si la perdiese, yo...
- Seeram - lo llamó Araghii colocando una de sus fuertes y protectoras manos sobre su hombro -. Nosotros, tus compañeros, te queremos. Y tú, aunque no te hayas dado cuenta, también nos quieres. Somos una familia, ¿no?
El chico parpadeó completamente perplejo ante sus palabras.
- ¿Familia? - tartamudeó.
- Exacto - le confirmó -. Pequeña, pero familia al fin y al cabo. Puede que nadie te enseñase a amar, amigo, pero todos aquellos que poseemos un corazón bueno y piadoso aprendemos a amar de un modo u otro. Y los que tienen corazones como tú, merecen que los quieran.
Emocionado y avergonzado, Sanguijuela agachó la cabeza y apretó los puños. Como se aguanta las ganas de llorar -pensó el general. Cuando alzó el rostro volvió a ver la máscara sempiterna de Sanguijuela.
- Voy a ocuparme de los caballos, jefe.
- Hazlo y ve a hablar con tu novia. La pobre parece preocupada por ti.
Ante sus palabras, su subordinado contempló a la hija de Corwën durante unos instantes y su máscara perfecta se desquebrajó un ápice.
- Tú deberías hacer lo mismo - le dijo mientras daba un paso adelante.
- ¿Yo? Nada tengo que decirle.
- No me refiero a Anil sino a Chisare. - Y, con una sonrisa ladina, se alejó de su lado.
***
La tarde era joven cuando volvieron a ponerse en marcha y, durante todo ese tiempo, Araghii no había podido dejar de pensar en las últimas palabras de su camarada. ¿Tanto se notaba que algo había pasado entre ellos dos? Bueno, tampoco habría que ser un lince para percatarse de que algo ocurría entre ellos puesto que su relación era vox populis y, en aquellos momentos, más que amantes parecían desconocidos.
"Yo la estoy evitando y ella ni siquiera hace el esfuerzo de acercarse."
¿Y por qué debería hacer ella el esfuerzo? ¿Por qué no podía hacerlo él? Extrañaba tanto su cercanía, sus palabras amables, sabias y reconfortantes; sus brazos acunándolo al despertar de una pesadilla, sus labios tiernos y jugosos... Lo añoraba todo de ella y era tan sumamente cobarde que prefería estar alejado de todo aquello que anhelaba a enfrentarse a Chisare.
Sanguijuela lo había dicho: tenía miedo.
Temía que ella lo rechazase.
Ese temor no era nuevo. Cuando Chisare escuchó su conversación con Galidel y se enteró de su oscuro pasado, el mismo temor le atenazó el corazón e hizo que se apartarse de ella para que no lo rechazase. Ahora, una vez más, ocurría lo mismo entre ellos. Un nuevo cisma se había abierto y esta vez no las tenía todas con sigo. Para su suerte o su desgracia, ella había padecido los mismos abusos que él en su niñez y el haber pasado por el mismo horror, los había unido más que nunca.
Y ahora no tendría por qué ser diferente - le dijo una vocecita dentro de su cabeza.
Por supuesto que era diferente. ¿Qué pretendía hacer con Sonus? ¿Cómo cuidaría de ella estando con Chisare? Si hubiese hecho eso, si se hubiese llevado a Sonus y hubiese seguido manteniendo una relación con Chisare, Sonus hubiese sido más desgraciada que antaño y él lo sabía muy bien.
Él sabía perfectamente lo que pretendía aunque ni siquiera se atreviese a reconocérselo a sí mismo.
- Estás muy disperso hoy, Araghii.
La súbita voz de su segundo lo sacó de sus cavilaciones y por poco lo hizo caer del caballo.
- Claro que no - refunfuño estabilizándose en la silla.
- Sí lo estás y no nos conviene. Ya pueden verse los Montes del Alba.
Araghii alzó los ojos y contempló la zona montañosa que empezaba a recortarse por el horizonte. Las aguas del Jonko, a su izquierda, lamía las rocas del filo del continente de Nasak justamente el extremo más al sur este. Ese lugar geográfico era el primero en recibir los rayos del amanecer, era por donde salía el sol antes que en ningún otro punto y por ello todo aquel lugar se conocía como Montes del Alba. Y allí, en el primer lugar donde cada mañana Urano posaba sus ojos, los contrabandistas habían situado su sede madre, el punto de encuentro de todos y uno de los mayores almacenes del Mercado Negro.
Ése era el punto neurálgico del negocio más sucio, rastrero y peligroso que se gestaba allí sin que Xeral hubiese intentado siquiera frenar su avance. Entre esos montes de poca altura se escondía la ciudadela más peligrosa y mejor custodiada de todo Nasak. Ningún intruso había vivido lo suficiente para poder informar de su paradero y todos los contrabandistas habían hecho un pacto irrevocable de confidencialidad para no revelar jamás su ubicación aunque se abandonase el barco. Muy pocos habían sido los necios que habían osado traicionar el pacto y, aquellos lo suficientemente idiotas para pasarse de listos, habían sufrido las peores torturas durante días ante todos los demás contrabandistas para servir de ejemplo.
Nadie debía ir en contra del las leyes del regidor supremo de todos ellos, de aquel hombre que llevaba con mano de hierro aquel organismo y todo el Mercado Negro.
Nadie debía pecar de soberbia y creerse mejor que Ámonef.
- A partir de ahora hay que estar ojo avizor - dijo el general lo suficientemente alto para que todos lo oyeran -. Seguramente ya será de dominio público nuestro abandono en este mundillo y que no nos recibirán con los brazos abiertos.
- Y no sólo eso. También estarán al tanto de todo lo referente al príncipe Kanian y al rey Kerri - añadió Pólvora con buen tino.
- Sí, nuestros amigitos siempre los saben todo - señaló Sanguijuela con ironía.
- Es el Mercado Negro. ¿Esperabas otra cosa? - le preguntó Zorro mordaz.
- Esperaría alguna rebaja en algún producto de mi interés.
- ¿Tan peligrosos son? - preguntó Anil ignorando la discusión entre un Zorro malhumorado y un Sanguijuela jocoso y sarcástico.
- Preferiría estar rodeado de unos cuantos Señores del Dragón que ir a enfrentarme a ellos, preciosa - respondió Araghii con una de sus sonrisas torcidas -. Son brutales y salvajes. La única ley que tienen es que no hay ninguna ley aparte del respeto jerárquico: quien lleve más tiempo en la profesión y haya logrado mayor prestigio está más arriba que los demás. Mochuelo - lo llamó.
- ¿Sí, jefe? - preguntó el chico con entusiasmo.
- Prepara tu arco y adelantarte unos pasos con Zorro. Quiero que, entre los dos, observéis bien el terreno para evitar algún tipo de emboscada.
El muchacho asintió y cogió su arco que estaba a su espalda. Comprobó que la cuerda estaba bien tensada y se adelantó junto con Zorro para otear el terreno con su desarrollada visión.
- ¿Crees que eso puede suceder? - preguntó Chisare.
El corazón le dio un vuelco cuando ella se dirigió a él por segunda vez desde que salieran de Mazeks. La vez anterior sólo le habló para informarlo que había decidido acompañarlos al igual que Anil. Eran muy pocos, argumento, a causa de las bajas de Tocino, Carroñero y Cascabel; no sería seguro si únicamente eran cinco y ella sería de tanta ayuda como Anil puesto que no se defendía nada mal.
Él, consternado y abrumado por verla ante él en su flamante montura, con su cabellera recogida en una cola alta, una camisa de algodón de tirantes, pantalones de lino, botas altas y con protecciones de cuero en las perneras y en los brazos, fue incapaz de disuadirla de algún modo. Desde que la había visto por primera vez que se había sentido atraído y fascinado por ella y no era sólo por su abrumadora belleza y el hecho de que la Diosa Gea le hubiese devuelto la juventud.
Era algo más: su mirada, su actitud, su postura a la hora de enfrentar las cosas... Chisare era fuerte y a la vez era muy frágil. Había vivido muchas cosas que la habían hecho caer y levantarse al poco tiempo para volver a resbalar hasta el fango una y otra vez. Y siempre volvía a alzar la cabeza y a desafiar a todo y a todos con aquella mirada límpida de color miel. Aquello era lo que lo volvía loco y lo atraía con más eficacia como el mejor de los imanes.
- Los contrabandistas y el Mercado Negro son capaces de cualquier cosa. Ya verás que Xeral era un pobre corderito en su lugar - dijo el hombre intentando que su voz sonase irónica y segura como siempre a pesar de estar casi a punto de sufrir un infarto de miocardio.
La acuciante necesidad de volverse hacia ella y mirarla a los ojos estaba comenzando a volverlo loco. Y debía calmarse si quería salir vivo de allí juntamente con todos sus compañeros.
El sol iba decreciendo en el firmamento mientras las horas iban pasando. A unos pocos metros de él y Pólvora, Mochuelo y Zorro estaban ojo avizor ante cualquier mínimo indicio de peligro. El camino ahora se había vuelto más ancho y despejado. En un primer momento, se podría llegar a pensar que eso era un beneficio: al estar el terreno llano y libre de alguna irregularidad agilizaba la marcha.
Completo error.
Cierto que uno de los propósitos de ese camino tan sumamente transitable era que los carromatos y carros pudiesen entrar y salir con mayor facilidad por los Montes del Alba, pero el verdadero propósito del camino era otro más siniestro: la vulnerabilidad. Araghii y los suyos eran un blanco demasiado fácil para todos los centinelas escondidos en los márgenes del camino sobre los grandes y frondosos árboles de gruesas ramas. Nada obstaculizaba a un buen tirador el atravesar el cráneo de su presa con un tiro limpio y certero.
Tras él vio por el rabillo del ojo como las dos mujeres se tensaban y posaban sus manos en sus armas. Anil, una gran experta en el arte del espionaje y del camuflaje, observaba con suma atención los lugares más propicios donde alguien podría esconderse. Sanguijuela, con los sentidos más alertas que los de un gato salvaje, ya tenía en su mano uno de sus letales kunai de afilada hoja preparado para lanzarlo a la primera señal de peligro.
El murmullo de los árboles y el de los animales que anidaban por las ramas era lo único que se percibía con claridad; lo único que acallaba el silencio que se había instalado entre todos los miembros del grupo. Un aroma a hierba y demás vegetación inundó las fosas nasales del general mientras su segundo desenfundaba una de sus cuatro pistolas y soltaba el seguro del arma. El corazón de Araghii soltó un fuerte y contundente latido dentro de su pecho a la vez que se le erizaba el vello de los brazos.
En el momento en que sacaba su pistola, Mochuelo cargó su arco a la velocidad de la luz y apuntó hacia una rama no muy lejana. Una sombra se movió ágil hacia otro lugar y el kunai de Sanguijuela voló hacia la rama de un robusto y gigantesco roble. Una flecha fue desviada con maestría por una de las dagas de Zorro y una risita siniestra reverberó en el lugar. Sabiendo quien era el poseedor de semejante sonido, Araghii dio la voz de alto no así de depositar las armas.
- ¿Esta es la bienvenida que le das a un viejo amigo? - preguntó el hombre entrecerrando sus ojos color avellana.
- Viejo tal vez pero ¿amigo? Eso podría discutirse - respondió el dueño de la risa.
Una figura ataviada completamente de negro y con una capucha tapando su rostro, apareció ante ellos y pronto se le unieron tres más. ¿Sólo cuatro? Vaya, la cosa no estaba perdida del todo.
- Cierto, Nedro, en estos lares la amistad es una lacra y una estupidez - respondió Araghii con su arma bien visible.
- Yo más bien diría que es una perdida de tiempo. Aquí lo único importante son los negocios.
- Sí, eso no te lo voy a discutir.
- Vamos Araghii no te enfurruñes - se jactó el encapuchado llamado Nedro -. He venido a darte la bienvenida en persona, ¿no te alegras?
- ¿De que el capitán de la guardia venga con unos cuantos de sus subordinados a fastidiarme? - preguntó con acidez mostrándole una sonrisa de suficiencia -. Pues creo que no.
- Ohh - suspiró con fingida desilusión el hombre bajándose la capucha. Una cabellera castaña oscura y ondulada cayó por los hombros de aquel maduro Hijo de los Hombres. De la misma edad que Araghii, Nedro poseía un rostro de marcada y fuerte mandíbula cuadrada. Una ligera barba bien recortada recorría sus pómulos, bigote y barbilla la cual le daba un aspecto más masculino y letal. Sus ojos grandes y azul grisáceos brillaron con malicia -. Me partes el corazón.
- Tranquilo, lo superarás.
- ¿Dejamos ya los intercambios sin sentido de palabras? - soltó Zorro malhumorado. Nedro se volvió hacia él y le mostró una sonrisa irónica.
- Mi querido Zorrito tan picajoso como siempre. Hay que ponerle algo de sabor a la vida. Y antes de que me repliques - dijo alzando su mano desnuda - yo y mis hombres os escoltaremos hacia vuestro destino. ¿Alguna objeción? - preguntó con un tono bajo y amenazador.
- Ninguna - dijo del mismo modo Araghii.
El capitán asintió y silbó. Cuatro caballos sin arreos aparecieron y él y los tres encapuchados montaron en ellos. En absoluto silencio y enfundando sus armas, Araghii y sus compañeros siguieron a sus guías con un ligero trote por el ancho camino que recorría los Montes del Alba. A media tarde, cuando el calor comenzaba a remitir un tanto, el camino comenzó a llenarse de transeúntes y carros repletos de mercancías. Caras conocidas aparecieron ante los ojos de Araghii y sus hombres al igual que miradas asesinas, de reproche o de burla.
También había otro tipos de miradas.
Ante esas, Araghii se colocó al lado de Chisare y comenzó a fulminar a todo aquel que dirigiese una mirada depravada a la bella Dama. Sanguijuela hizo otro tanto y no se molestó en ocultar las promesas de muertes lentas y dolorosas en sus ojos oscuros.
Ya habían llegado.
Ya podía verse la gran ciudadela y su ajetreada actividad.
- Aquí estamos, Araghii y compañía - dijo risueño el Capitán de la guardia de la ciudadela -. Bienvenidos a la Corte de las Ratas de mar.
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