Capítulo cincuenta y uno
In saecula saeculorum
(Nota: locución latina que literalmente significa "por los siglos de los siglos". Vendría a decir también "para siempre" o "eternamente").
Cronos se quedó completamente rígido mientras Eneseerí avanzaba hacia él. Su vestido violeta, tan diáfano como espléndido, dejaba ver parte del cuerpo curvilíneo de ella al igual que sus prominentes senos. En su cuello, muñecas y tobillos, sendas tiras doradas decoraban aquellas partes tan vulnerables del cuerpo mortal mientras que su melena, como si fuese un manto rubio ceniza, acariciaba sus hombros desnudos al igual que sus omoplatos.
Sus pies descalzos no hicieron ningún tipo de sonido mientras bajaba los peldaños que formaban aquel estilóbato y estereóbato. Con los brazos extendidos todavía hacia su dirección, aquella figura se fue acercando a él sin borrar aquella brillante y preciosa sonrisa en sus labios sonrosados.
Él no podía apartar la mirada de ella; casi ni era capaz de parpadear ni de respirar. Cuando el cuerpo de ella estuvo cerca del suyo contuvo la respiración. Los delicados y blancos brazos de Eneseerí rodearon su cuello y su cuerpo cálido y femenino se pegó al suyo para abrazarlo con fuerza.
- Amor mío – susurró ella con dulzura.
Se le detuvo el corazón un segundo antes de acelerarse de un modo extremadamente doloroso. Sus poderes divinos comenzaron a crepitar mientras sus brazos se tensaban y apretaba los puños que tenía pegados a su cuerpo. No podía ser posible; seguramente estaba teniendo algún tipo de ensoñación, alguna visión extraña por algún tipo de gas tóxico o eran los efectos de algún tipo de droga.
Pero él no había estado en contacto con nada de todo aquello.
Y, sin embargo, era completamente imposible que aquel cuerpo tierno y dócil fuese realmente corpóreo y no algún tipo de ente etéreo. Pero era de carne y hueso. Olía el perfume de su piel y su cabello le hacía cosquillas en el mentón. Las yemas de sus dedos le estaban acariciando la nuca y sus labios... Eneseerí alzó su cándido rostro hacia él y acercó sus labios a su boca entreabierta por la consternación.
El beso fue inesperado y, a la vez, era lo que más había anhelado y deseado desde que había salido de tras la columna dórica. Tras su espalda escucho un gemido de dolor pero no le prestó atención. Lo único que pudo hacer fue rodear la cintura de ella con sus dos brazos y corresponder a aquel beso mientras todo su sufrimiento, su amor y sus recuerdos acudían a él en tropel. Toda la esencia de Cronos, la parte más fuerte, afloró y se cohesionó con la de Giadel. La bondad y la empatía del mestizo arrulló y consoló a la parte herida del Dios del Tiempo y, entonces, más que nunca en todo ese tiempo, aquellas dos entidades que eran una sola, fueron a su vez más individuales y más unidas que antes.
El dolor unía a las personas.
La comprensión nos hace uno.
- Eneseerí – fue capaz de articular cuando tuvo la fuerza suficiente para apartarse de ella -. ¿Cómo es posible que estés viva?
- ¿Qué importa eso? Estoy aquí, contigo – susurró volviendo a abrazarse a él -. Volvemos a estar juntos de nuevo.
Cronos apartó a Eneseerí tomándola por los hombros. La miró y ella también hizo lo propio. Sus profundos ojos violetas lo miraban con adoración y, ahora también, con algo de desconcierto por la reacción de él.
- ¿De verdad eres tú? – volvió a insistir.
- ¿Por qué no iba a ser yo? – le preguntó ella a su vez-. No sabes cuánto tiempo llevo esperándote.
Sí lo sabía: el mismo que él la había estado añorando hasta que encontró a Rea.
Rea...
Si ella era Eneseerí reencarnada, entonces...
Cronos percibió una sensación hostil a su espalda y usó sus poderes temporales justo a tiempo para detener el cuerpo en movimiento de Alakëm. El chico, con su arma en alto, se quedó completamente paralizado ante los poderes de Cronos y sus ojos cobrizos lo miraron con alarma.
- ¿Qué demonios pretendías hacer? – le espetó Giadel mientras mantenía a Eneseerí a su espalda para protegerla.
- Apártate de ella – siseó el chico mientras intentaba mover su cuerpo en vano.
- ¿Por qué?
- ¡Es peligrosa!
¿Peligrosa? ¿Eneseerí? ¡Eso era completamente imposible! Afirmar aquello era como decir que un león era un animal manso: un completo despropósito.
- No sabes lo que dices – le reprochó mientras veía como Alakëm se resistía en vano a sus poderes -. Lo dices porque estás celoso.
El rostro de Alakëm perdió color y dejó de intentar liberarse de aquella fuerza misteriosa que lo mantenía inmovilizado como una estatua a excepción de su boca, ojos y órganos vitales.
- Tú mismo lo dijiste – volvió a hablar con el rostro todavía demudado y los ojos refulgentes por la ira y algo más que no supo descifrar -. Dijiste que los Dioses habrían puesto trampas para proteger este lugar. ¡No debes fiarte de ella por mucho que la conozcas!
- ¿Conocerla? – río de forma sarcástica -. ¡Es mucho más que eso! – gritó mientras las manos de Eneseerí lo tomaban del brazo -. ¡Ella es...!
Se detuvo antes de poder terminar la frase.
Fue incapaz de terminar "ella es el amor de mi vida. Es la mujer que amo", porque un rostro increíblemente similar, pero con el cabello corto, apareció en su mente. La figura de Rea en una lujosa pero austera habitación se dibujó ante sus ojos como si volviera a estar en La Fortaleza el día en que, después de recuperar los ojos, fue a ver a esa mujer que decía ser la reencarnación de Eneseerí. Rea había estado cepillándose su corta melena cuando él había aparecido y, hasta que no se volvió para mirarlo, no vio más que su espalda. Mas, cuando se giró...
Su mundo se tambaleó al contemplarla. Era Eneseerí y, a su vez, no era ella.
- ¿Eres... eres real? – le preguntó ella con total incredulidad.
- ¿Y tú? – contraatacó él -. ¿Eres real?
La escena cambió y vio a Rea en el jardín de La Fortaleza bajo las flores y con el edicto que él había falsificado para liberar a Sonus mientras Kerri estaba fuera guerreando con los seguidores de Kanian. En aquel momento, sus ojos violetas lo contemplaron con esperanza y temor, con el deseo secreto que escondía su corazón: su amor por él.
Y así lo estaba mirando Alakëm: con el mismo brillo de amor y de esperanza. Con aquello que más deseaba en el fondo de su corazón refulgiendo en sus iris cobrizos. El rostro de Rea cuando Kerri lo apuñaló y su gritó tronaron en su mente y todo su cuerpo pareció ser recorrido por infinidad de rayos y truenos. Las lágrimas recorrían sus amables y adorables ojos violetas mientras, en su vientre, la espada de Kerri le había propiciado una herida mortal a un Dios que, en luna azul, perdía sus atributos inmortales.
Giadel se miró la palma de las manos y vio sangre en ellas cuando aquello debería ser completamente imposible.
- No le escuches – le susurró la melódica voz de Eneseerí -. ¿Cómo voy a ser peligrosa para ti? Soy la mujer que amas, aquella que llevas tanto tiempo esperando y deseando.
Los dedos de ella apretaron con más fuerza su brazo, mas él no fue consciente de ello fascinado por su voz y sus ojos violeta que brillaban como dos estrellas. Se quedó prendado de aquellos globos oculares y todo a su alrededor pareció desvanecerse. Solamente estaban ella y él. Sí, sólo existían y eran importantes él y ella. ¿Qué demonios estaba haciendo en aquel lugar? ¿Qué se suponía que había ido a hacer allí? Su mente comenzó a embotarse, a quedarse completamente en blanco.
- Sí – le susurró con dulzura- y a la vez algo más- la hechizadora mujer -. Piensa solamente en mí y en ti. Nosotros somos lo más importante. Puedo sentir tu corazón herido que reclama sangre y venganza.
Sangre y venganza.
La imagen de Eneseerí desmadejada y muerta en sus brazos hizo que lo viese todo rojo y que sus manos manchadas de sangre aumentasen todavía más aquella cantidad de fluido vital. Sí, no podía negárselo ni a él ni a nadie: quería venganza. Necesitaba vengarse de Kerri por todo el mal que le había ocasionado a él y a... ¿Quién era Kerri? ¿Y esa joven de cabellos corto que le daba la espalda?
No podía recordarlo.
Los pensamientos se le escapaban de las manos como el agua que se escurre entre los dedos.
- Mátalo – le decía la encantadora voz de Eneseerí mientras le clavaba las uñas en el brazo sin que él pudiese sentirlo -. Ha alzado su espada contra mí, contra la mujer que amas. Mátalo para que nadie pueda separarnos.
Cronos se volvió hacia la figura paralizada en el tiempo de Alakëm. El hijo menor de Zingora lo observaba atónito, pálido y sudoroso. La rabia parecía haberse desvanecido de su mirada cobriza y otro sentimiento la había sustituido: la impotencia. ¿Por qué? ¿Por qué lo miraba con esa mezcla de impotencia y tristeza? Eneseerí tenía razón: él era una amenaza. Ese chico había pretendido matarla y no pensaba permitirlo. Una vez ya fue incapaz de protegerla, no podía fallarle otra vez.
- Sí – musitó mientras se separaba del cuerpo hermoso y cálido de ella -. Acabaré con él para que nadie pueda separarnos.
- ¿¡Por qué siempre haces lo que te viene en gana sin sopesar las consecuencias!?
Cronos, que estaba dispuesto a cumplir con la orden de Eneseerí, se quedó en el sitio al escuchar en su cabeza otra voz muy semejante a la de la mujer que tenía tras él. La imagen de una muchacha con los ojos violetas llenos de lágrimas, el cabello corto y el cuerpo tembloroso lo llenó de desasosiego. La imagen de Rea lo contemplaba con la misma mirada de impotencia y tristeza que tenía Alakëm a sólo unos pocos pasos de él.
- Nunca piensas en las consecuencias de tus actos – repitió ella -. ¿Es que los Dioses creéis que siempre tenéis la razón?
El joven vaciló y se miró las manos manchadas de aquella sangre que únicamente él podía ver. ¿Eso es lo que había estado haciendo desde el principio de los tiempos? ¿Pensar egoístamente y solamente en él? La respuesta acudió clara a su mente cuando volvió la mirada hacia su compañero. Aquel chico se había arriesgado a ir con él para apoyarlo y ayudarlo porque lo amaba. ¿Qué había pensado hacer?
"Yo no soy así. Yo..."
Otro recuerdo lo asaltó de repente como un rayo inesperado que estalla en el cielo.
- Estas muerto - musitó Rea.
- ¡No! - se apresuró a corregirla. La tomó del rostro y lo acercó al suyo -. Mírame a los ojos; ¡soy yo, Enesserí! ¿Cómo si no podría saber tu otro nombre?
- Eres una alucinación... - negó ella obstinada e incrédula -. Me está ocurriendo lo mismo que a Kerri.
"Claro, eso es."
- Ella no ha dicho mi nombre en ningún momento – musitó con la mano muy cerca de su cadera.
- ¡Giadel! – gritó Alakëm intentando una vez más liberarse de aquella inmovilidad.
Gia se volvió hacia atrás para ver el rostro enloquecido de Eneseerí con una sonrisa siniestra y sangrienta en su boca de dientes brillantes y afilados. El mestizo detuvo su mano izquierda de largas uñas y la abrazó con cariño al mismo tiempo que retorcía su espada dentro de sus entrañas la cual le había clavado en el mismo momento en que ella pensaba matarlo.
- Así que llevas aquí cuidando de mí, Esfinge – dijo con ternura y agradecimiento -. Llevas cuidando de tu señor del Tiempo durante decenios para que nadie perturbe su sueño.
La falsa Eneseerí, que en realidad era la forma que había tomado una de sus criaturas que creó en el pasado, soltó un alarido de dolor mientras él sacaba la espada y corría hacia Alakëm.
Por su parte, el Hijo del Dragón contempló la escena tan inesperada que se estaba produciendo ante sus ojos. Había tenido que soportar ver como los dos se habían besado y la mirada dulce y de adoración de él. ¿Para eso habían ido allí? ¿Para buscar a una mujer? ¿Con eso quería decir lo de encontrarse a sí mismo?
Se sintió tan dolido y decepcionado que se le cortó la respiración y tuvo que aferrarse con fuerza el pecho que le dolía a rabiar.
Algo se estaba partiendo en su interior.
Y entonces recobró la serenidad. Aquella mujer no era normal al igual que tampoco lo era el comportamiento de Gia. Su cuerpo parecía estar bajo la sugestión de alguien. Al mirar aquella encantadora e indefensa figura, Alakëm sintió un peligro visceral y cuando ella lo miró a los ojos, vio locura y peligro en ellos. Fue entonces cuando supo que ese ser no era lo que pretendía y que estaba embrujando a su compañero.
Intentó apartarlo de ella, atacar a esa falsa mujer que escondía un peligro mortal, pero no pudo ejecutar su ataque. Algo lo había paralizado. ¿Gia? ¿Había sido él? ¿Cómo lo había hecho? A ninguno de los suyos le había pasado por alto el extrao poder incomprensible que exudaba aquel cuerpo; pero jamás imagino que podría tratarse de algo de aquel calibre.
- ¡Alakëm! – lo llamó Giadel corriendo hacia él con el rostro que él tan bien conocía y con sus ojos dorados límpidos y sin aquella neblina que los había estado empañando mientras esa criatura lo tenía a su merced -. ¡Corre!
El chico sintió que podía moverse de nuevo pero no echó a correr como le pedía el mestizo. El joven vio a la mujer gritar con furia mientras de su vientre salía una espesa sangre azul eléctrico. Entonces, con unos ojos inhumanos, aquel rostro y cuerpo comenzaron a cambiar. El rostro de mujer se desfiguró a uno perlado de arrugas, sus cabellos sedosos y suaves se encresparon. Su cuerpo femenino dejó de serlo para tomar las formas de un león y de su espalda brotaron dos alas de halcón.
- ¿Qué es eso? – atinó a preguntar cuando aquel monstruo de cuatro metros y medio les lanzó un coletazo. Gia, que lo había cogido por el brazo, lo lanzó hacia un lado para apartarlo de la trayectoria de la cola fuerte y peluda.
- Lo que tú muy bien me decías: un ser peligroso que tiene la facultad de hechizar y embaucar a los incautos. Se llama Esfinge y es la guardiana de éste lugar – le explicó.
La Esfinge clavó sus oscuros ojos inyectados en sangre en los dos y profirió un gruñido gutural antes de abalanzarse sobre ellos.
- Cúbreme las espaldas – le pidió Giadel con una sonrisa perlada de confianza antes de tornar su expresión vivaz a una seria y mortalmente concentrada.
Giadel, con su espada de doble filo, corrió hacia la Esfinge y rodó por el suelo para esquivar el zarpazo que ella pretendía propinarle. El joven se incorporó de inmediato y esquivó sus dientes afilados antes de hacerle un corte profundo en la pata delantera derecha. Su criatura – la guardiana de su otro yo divino – esquivó casi en su totalidad la hoja librándose de una herida peligrosa y recibiendo un simple rasguño.
Alakëm, que no pensaba obedecer a Gia, corrió hacia el área de combate con su arma desenfundada y, como una centella o una estrella fugaz, le cortó la oreja izquierda. El monstruo de horrorosas facciones gritó enfurecida y dirigió sus ojos coléricos hacia él. Gia observó a su amigo hacer una finta maravillosa para colarse entre las piernas de la Esfinge. Se quedó maravillado ante su agilidad y reflejos. No en vano había ganado todas las carreras en el Salón de Juegos.
Cuando el velocísimo Alakëm salió de debajo del cuerpo de su enemigo, Gia le hizo un signo con los dedos: los colocó en forma de V y se señaló los ojos. El chico asintió guardando su espada y cogiendo su arco mientras se alejaba a una distancia prudencial. La mejor manera de luchar contra la Esfinge era cegándola. Pero su fiel criatura no era estúpida. Cuando los ojos oscuros del monstruo vieron el arco en las manos de Alakëm, ésta corrió hacia él dejando de prestarle a Cronos su atención.
Manchando el suelo de granito de la cueva de sangre verdosa, la Esfinge corrió a gran velocidad hacia el chico.
- Joder.
Mascullando y echando a correr, Gia fue tras la Esfinge mientras Alakëm corría a su vez hacia la entrada del mausoleo. ¿Pretendía esconderse entre las columnas? No, fue algo mucho más impactante e inteligente. Ayudándose entre la separación de dos columnas, Alakëm pudo ascender hacia arriba y cuando la Esfinge alzó su pata y destrozó las dos columas, el chico que ya estaba en elaire. En sus manos estaba el arco tensado con una flecha colocada y su punta apuntando hacia uno de los ojos de la Esfinge. Sin poder hacer nada para defenderse, el monstruo recibió la saeta en su ojo izquierda y gritó de dolor e ira. Sangre y un líquido viscoso salían por su cuenca ocular destrozada.
- ¡Retírate! – le ordenó Giadel cuando Alakëm aterrizó a su lado con soltura y elegancia. Dioses, estaba imponente y parecía más un ser sobrenatural que un mortal
- No voy a dejarte solo – le sonrió -. Te dije que te protegería.
- Bien, pues no te separes de mí. ¡Ataquemos los dos a la vez!
Coordinados, como si fuesen un solo ente que pensara lo mismo, los dos se dirigieron a un flanco de la Esfinge que intentaba arrancarse la flecha en vano. Al escucharlos acercarse, el ser con cuerpo de león y alas de halcón remontó el vuelo para alejarse de ellos.
Alakëm volvió a sacar su arco y a colocar otra saeta mientras que Cronos enfundaba su espada y corría hacia la entrada del mausoleo. Como parte de la entrada estaba destrozada, le fue muy fácil escalar por los tambores de las dos columnas dóricas y llegar a la cornisa. Subió agarrándose a los relieves del frontón hacia la cubierta en forma de dos aguabesos y se alejó todo lo que pudo hacia atrás. Cuando su espalda tocó la pared, desenfundó dos dagas de su cinturón y echó a correr. Ayudado con sus poderes temporales, Cronos detuvo unos instantes las alas de la Esfinge en el momento en que él saltaba desde el filo de la cubierta.
El mestizo clavó las dos sagas en el muslo del monstruo-mujer y dejó que el tiempo de ésta volviera a la normalidad. La Esfinge giró su cara hacia él y llevó sus fauces hacia él para arrancárselo del cuerpo, pero le fue imposible. Una nueva flecha había inutilizado el único ojo que le quedaba y eso le permitió a Giadel subir al a su lomo de león. La Esfinge empezó a proferir alaridos de dolor mientras una lluvia de flechas hería su ala derecha a la vez que Cronos corría hacia su otra ala y la cercenaba limpiamente con un tajo certero de su acero.
Cayendo sin control, la Esfinge intentó recuperar el equilibrio sin ningún éxito. Giadel, sujetándose en los cabellos estropajosos y enredados de ella, saltó al suelo antes de que el monstruo se golpeara contra este. Completamente herida e impregnada de sangre, la guardiana del mausoleo de Cronos intentó levantarse de nuevo con un gran esfuerzo. Su boca murmuraba una serie de palabras en un idioma que sólo Cronos, como Dios, podía comprender.
- No puedo fallarle a mi señor. Él sólo me tiene a mí – decía de un modo tan lastimero que el corazón de Giadel sufrió por ella.
Recordaba perfectamente el momento en el que, de su cuerpo y gracias a sus poderes, una pequeña y bonita Esfinge apareció en sus brazos. No mediría más de treinta y cinco centímetros y su boca de pequeños incisivos afilados le sonrió con ternura. Cronos, como a todos los demás seres vivos que nacieron de él, la crió y la vio crecer. Esfinge era un ser cariñoso. Si los mortales tenían perros, caballo y gatos como animales de compañía, él la tenía a ella.
- No le has fallado – le dijo él en el mismo idioma. Ahora entiendo por qué cuando desperté no la encontré por ninguna parte – pensó.
- ¿Mi señor Cronos? – preguntó ella lastimeramente mirando hacia su dirección.
- Sí, soy yo – dijo con ternura y amor -. Gracias por haber estado a mi lado todo este tiempo.
Cronos se agachó a su lado y le acarició el rostro sucio de sudor, polvo y sangre. Ella ronroneó satisfecha.
- Lo has hecho muy bien. Vuelve conmigo ahora, Esfinge. Sé de nuevo una conmigo.
Después de decir aquellas palabras, Cronos dejó que sus poderes se manifestaran y que su pecho comenzara a absorber a Esfinge. Su cuerpo, relajado y moribundo, no opuso resistencia mientras Cronos devoraba su esencia – su vida y tiempo – para regresar al cuerpo de su verdadero dueño. Poco a poco, su cuerpo fe desprendiéndose de su lugar, como brasas que vuelan y se separan de la madera carbonizada y, estos fragmentos, fueron introduciéndose en el interior de Gia que no dejaba de acariciarla.
- He sido muy feliz a vuestro lado – le dijo ella con una sonrisa y una lágrima rodó por la mejilla del joven mestizo.
- Yo también – le dijo.
El cuerpo de la Esfinge estalló en mil pedacitos dorados que floraron alrededor de Cronos como si fuese una lluvia luminosa y cayó sobre su cuerpo para fundirse con éste y formar de nuevo un único ser.
Alakëm, en completo silencio, contempló todo lo sucedido. Fue incapaz de entender qué se estaban diciendo el uno al otro, pero por el tono de voz de él, supo que no eran palabras malsonantes o maldiciones. Giadel tenía algún tipo de vínculo con aquel monstruo que era capaz de tomar la forma de otros seres vivos y el hecho de estar absorbiéndolo era una señal inequívoca de todo ello.
¿Quién y qué era Giadel?
¿Cómo había logrado paralizarlo y por qué conocía a aquel ser alado? ¿Y esa mujer? ¿Quién era? ¿Acaso era la mujer que Giadel amaba? ¿Sería su mujer?
Pues claro que lo era.
"Eres un estúpido. ¿Creías que eras especial para él porque te ha enseñado a entrenar y es amable contigo?"
Había sido un ingenuo por haberse imaginado cosas, por creer que podría llegar a ser especial para alguien. Por soñar que alguien podría mirarlo sin asco o desprecio y con un afecto que su corazón demandaba a gritos desesperados. El pecho volvió a dolerle con demasiada fuerza y agachó la cabeza para esconder las lágrimas que caían de sus bellos ojos cobrizos.
Fue por eso, por agachar la cabeza, que no vio a Gia levantarse y acercarse a él. Al sentir que unos brazos lo abrazaban con fuerza, se sobresaltó. El olor que exudaba el cuerpo fuerte y esbelto de Giadel inundó sus fosas nasales y sus mejillas se encendieron a la vez que se le aceleraba el corazón.
- ¿Estás bien? – le preguntó sin soltarlo y abrazándolo con fuerza.
- Sí – asintió con la voz ronca por la emoción.
- Perdóname – le pidió con voz compungida y arrepentida -. De verdad que yo no... no quería... - los brazos de Giadel lo atrajeron más hacia su cuerpo -. Bien saben los Dioses que no quería hacerte daño. Jamás lo haría en mi sano juicio. Eres demasiado preciado para mí.
Los ojos del Hijo de Dragón se abrieron como platos y todas sus preguntas y dudas se desvanecieron mientras todos los sentimientos que tenía por aquel hombre se agolpaban dentro de su pecho deseando salir.
- Gia... yo... - comenzó a decir aferrándose al mestizo -. Tú para mí eres lo más importante de éste mundo. Gia, yo te... - las palabras murieron en su garganta y sintió que perdía las fuerzas.
Giadel, al ver que el cuerpo de Alakëm se derrumbaba en sus brazos, se sobresaltó.
- ¡Alakëm! – gritó mientras el joven quedaba completamente inmóvil y cerraba los ojos. ¡Por los Dioses! ¿Qué estaba ocurriendo? -. ¡Alakëm! – lo volvió a llamar desesperado mientras se arrodillaba con él entre sus brazos e intentaba reanimarlo.
- No temas, sólo duerme – dijo una voz.
Cronos, que la conocía demasiado bien, se giró con el cuerpo del muchacho en brazos hacia la entrada destrozada del mausoleo. Las puertas de éste estaban abiertas y allí, parado enfrente de las dos hojas de mármol abiertas, había una figura altísima vestida con una toga morada. Su mata de cabello le llegaba hasta los tobillos y, aunque sus ojos eran pequeños, desde esa distancia pudo ver el color de sus iris: lila.
- Universo – masculló.
- Hola, Cronos. Cuanto tiempo sin vernos.
Nota de la autora:
Muchas gracias por vuestro apoyo este fin de semana. Un familiar mío ha pasado por un mal momento y por ello no pude subir. Hoy os dejo el capítulo y deciros que esta semana no creo que pueda subir el sábado otra vez porque estoy bastante ocupada con la universidad: el sábado precisamente tengo que realizar una práctica y el día 11 tengo examen de Prehistoria así que no podré escribir hasta que próxima semana.
Gracias por vuestro apoyo y espero que os guste el capítulo.
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