Capítulo cincuenta y tres
La forja de un rey
La lluvia comenzó a caer de repente, como siempre solía hacerlo a principios de otoño en aquellas tierras. El dragón movió su gran testa y dirigió su morro escamoso hacia el cielo. La lluvia mojó sus escamas azules y cerró los ojos degustando el frescor y la pureza del agua caída del cielo.
La hierba del valle comenzó a desprender un intenso aroma húmedo y un suave tintinear de finas gotas cayendo sobre los tres manantiales, inundó su sensible sentido auditivo. Kanian permaneció sentado con la cabeza vuelta hacia el cielo, las alas plegadas al cuerpo y la cola extendida todo lo larga que era. No era la primera vez ni la segunda que volaba en solitario hacia uno de los antiguos hogares de los dragones; el único que conocía y en el cual se había criado Zingora.
Sabía que lo que hacía con esas visitas furtivas era poner en peligro a todos los primeros Hijos y al propio Zingora, pero era imposible para él no ir a ese valle. Algo poderosamente fuerte lo instaba a ir hacia allí y únicamente en aquel paraje era capaz de encontrar un mínimo de paz.
Estaba comenzando a desesperarse. Pronto haría dos años de su llegada al pasado y tenía la sensación de no haber avanzado casi nada en su entrenamiento. Cronos había conseguido casi un año atrás, aquello que había ido a buscar y cada día perfeccionaba más sus habilidades e incluso se había atrevido a entrenar con los primeros Hijos dejando que sus poderes fluyeran – sin que estos lo notarasen – para poder dominarlos por completo.
Él, en cambio, parecía estar en el primer estadio del Kalitralel. Hacía mucho que había dejado sus carreras nocturnas en el Salón de Juegos y había empezado un entrenamiento basado en el control de la magia con Zingora. Su antepasado le mostró como mantenerla latente y siempre lista para usarla del mismo modo que algunos trucos para que no se desatase la viruela. En verdad el truco era sencillo: le había mostrado un modo de almacenar una cierta cantidad de magia que le impediría quedarse sin poderes y, con ello, evitar contraer la enfermedad de los jóvenes dragones y perder el control.
Después, a parte de algunos consejos y otros modos de defensa siendo un dragón, le había enseñado a cómo mantener su cuerpo limpio y en forma. Le había dicho qué piedras eran las óptimas para limarse las uñas – el ágata o el sílex – y aquellas que le mantendrían bien afilada la dentadura – la obsidiana y cualquier otra piedra de origen volcánico – que coincidían con aquellas piedras que ayudarían a mantener su ácido interior en perfecto estado para proferir llamas más poderosas y duraderas. Por último, le aconsejó restregar el cuerpo en un campo de manzanilla para mantener las escamas sanas y olorosas y rascárselas con cuarzo para aumentar sus propiedades defensivas.
Sí, desde luego que todo eso estaba muy bien. No tenía ni idea de todos los cuidados que un dragón debía tener con uno mismo para mantenerse en forma y completamente sano, pero no había acudido al pasado solamente por eso. La lluvia fue amainando y Nïan abrió los ojos. El dragón se pasó la lengua por la dentadura y sintió el sabor de la obsidiana que hacía poco había estado masticando. Desde que comenzó a seguir los consejos de Zingora, Kanian había notado unos cambios en sí mismo muy notables. Su cuerpo – tanto dragonil como antrópico – estaba más lleno de energía, se sentía más sano y fuerte que nunca y su calor interior, aquel que originaba sus llamas, era más agradable que antaño.
El príncipe soltó una bocanada de humo por sus orificios nasales y se sacudió el cuerpo en cuanto dejó de llover. Extendió sus alas y las batió para secarlas. En pocos minutos, sus escamas quedaron completamente secas y brillantes bajo la luz del sol que asomaba entre los nubarrones grises. Un sentimiento de profundo desasosiego volvió a atenazarle el pecho vacío y se llevó allí la pata derecha delantera. Se concentró y pudo percibir los latidos de su corazón que ahora pertenecía también a Galidel.
Cerró de nuevo los ojos y concentró todos sus poderes sobrehumanos.
- ¿Nannah? – llamó a su hija tanto interiormente como en voz alta.
Nada.
Lo siguió intentando por casi una hora, pero su hija no respondió a su llamada. ¿Por qué? Había intentado una y mil veces contactar con su hija a través del corazón que lo unía a su amada, pero todo era en vano. Nannah no le respondía y eso hacía que su melancolía aumentara día tras día. Después del incidente que les aconteció a Gali y a su hija nonata contra aquel traidor activista, la preocupación no abandonó el alma ni el pensamiento de Nïan.
Meses atrás, le había comentado al padre de su raza lo ocurrido y éste lo escuchó todo en absoluto silencio. Cuando le pidió que lo ayudara a contactar con su hija, simplemente le dijo:
- Si no quiere hablarte no insistas.
Aquella respuesta tan superficial y vacua lo enfureció.
- ¿Cómo que no insista? – exclamó intentando contener su mal humor y toda la preocupación y añoranza que amenazaban con partirlo en pedazos -. ¿Cómo puedes decirme eso con tanta ligereza? ¿¡No comprendes lo preocupado que estoy por ellas!? ¿Tal vez debo recordarte que mi enemigo las tiene prisioneras?
Zingora se limitó a mirarlo de arriba abajo con cierto aire aburrido.
- Todavía eres un polluelo. Tu hija es más sensata que tú. ¿No te ha dado por pensar que vuestro contacto puede ser peligroso para ellas?
Aquel desaire hizo que Nïan se marchase antes de echarse encima de él y Zingora se limitó a continuar lo que estaba haciendo antes de que él lo interrumpiese: lamerse las patas. ¿Por qué le había dado aquella respuesta? ¿Tan difícil era de comprender su preocupación? Hacía casi dos años que se encontraba allí sin noticias de los suyos: sin noticias de sus amigos.
¿Cómo llevaría Malrren y sus demás generales la situación allá en Mazeks? ¿Estaría listo el ejército? ¿Y las máquinas de guerra que le había solicitado conseguir a su mejor amigo? ¿Y Araghii? ¿Habría logrado conseguir el inestimable favor del Mercado Negro?
"Supongo que cuando regrese al presente sabré todas las respuestas que ahora me atormentan."
Nïan volvió a posar sus ojos azules en el cielo. El sol había vuelto a taparse tras las nubes y los sentidos le dijeron de nuevo que una nueva oleada de agua descendería de los cielos. Sabiendo que debía regresar al bosque Karal'sat, batió sus poderosas alas membranosas y se alzó raudo hacia las nubes para volar sobre ellas y evitar ser visto por cualquier ojo inquieto.
El camino de regreso se le hizo largo y triste a la vez, pero se consolaba con el hecho de que podría buscar a Gia y hablar con él para desahogarse. Cuando regresó de improviso con Alakëm tantos meses atrás, lo tomó del brazo y se lo llevó lo más lejos posible en el interior del bosque para explicarle todo lo que había sucedido. Le explicó su encuentro con el Universo – del cual él ignoraba su existencia – y le narró todo aquello que éste le dijo: que ir al pasado era parte del destino de los dos.
Aquella revelación lo dejó muy confundido, pero pronto recobró la compostura y ató cabos. Su destino, ese que había intentado evadir y esquivar durante mucho tiempo, jamás había estado dispuesto a soltarlo de su amarre. Cuando creyó que podría alejarse de aquello por lo cual había nacido, algo sucedía para recordarle que había nacido por un gran propósito y que él no tenía ni voz ni voto para renegar de los hados que le habían tocado en suerte.
Cuando llegó a Elamurk era ya la hora del almuerzo y las mesas y los bancos estaban perfectamente dispuestos en la plaza central del pueblo. Los niños ya estaban sentados en sus bancos mientras hombres y mujeres salían de sus respectivas casas cargando con los alimentos que iban a ingerirse. Oculto tras un árbol y con su forma humana, Kanian observó la denominada mesa común, el lugar donde todos los primeros Hijos se reunían cada día para hacer sus cinco comidas diarias. Todos los habitantes participaban en todos aquellos banquetes multitudinarios, siendo cada familia responsable de preparar una parte del festín, del mismo modo que era el grupo en sí el encargado de buscar la comida que luego todos comerían.
Estos grupos de caza y de recolección cambiaban cada dos semanas, haciendo con ello que todo el mundo hiciese de todo, y no seguido, para evitar la monotonía. Los grupos de tareas eran escogidos al azar por el hijo mayor de Zingora, Zaggar. Podría decirse que Zaggar era el líder del grupo dejando a Zingora como jefe supremo honorífico que dejaba hacer y que pocas veces intervenía para gobernar la tribu. Kanian no había coincidido muchas veces con él pero, siempre que se encontraba en su presencia, sentía que de él emanaba una gran fuerza interior y seguridad en sí mismo. A sus doscientos cincuenta años, parecía tener unos sesenta de un Hijo del Dragón del futuro y unos treinta de Hijo de los Hombres. Su cabello era del color del trigo maduro y sus ojos del mismo tono cobrizo que los de su hermano menor Alakëm. Su cuerpo esbelto y de piel aceitunada, siempre solía estar enfundada en unos pantalones de cuero teñido de negro y un chaleco de piel de zorro en la estación cálida y de lobo en los días más fríos. Sus brazos, siempre desnudos, estaban completamente tatuados con las distintas runas que componían el alfabeto de los dragones.
Una de las pocas veces que interactuaron entre sí fue cuando coincidieron cinco meses atrás a una partida de caza. Éstas solían durar varios días a causa de la gran cantidad de comida que debía de conseguirse para la ciudad. Cierto era que también se dedicaban a actividades agrícolas, pero la principal fuente económica de los primeros Hijos era la caza y la recolección de las diferentes posibilidades que daba el bosque, las cuales no eran pocas. Zingora, como solía ser habitual en él, se unió al grupo de ocho integrantes encargados del abastecimiento de carne.
En aquellos ocho días que duró la partida de caza, Nïan logró aprender un sinfín de nuevas formas de rastrear una presa. Aprendió más exhaustivamente a ver las señales de los animales; a leer aquello que decía la tierra y la hierba dentro de su habitual mutismo. También aprendió a distinguir centenares de plantas venenosas, sanadoras y alucinógenas. Pero aquello no fue lo único que aprendió: también supo a ciencia cierta que, a pesar de haber sido integrado en el grupo, no era totalmente aceptado en él. Si bien al principio ninguno lo soportaba y que después de su pelea con Quiltakx habían dejado atrás las hostilidades, jamás llegaría a ser uno más del grupo algo que Giadel había conseguido sin esfuerzo.
Cuando apareció de la nada en Elamurk con Alakëm entre sus brazos, fue vitoreado como un héroe, como un ser superior al mismo nivel que el propio Zingora. Con sus sentidos más despiertos, los primeros Hijos sentían que el poder en el interior de Cronos había aumentado además de que su propio aspecto físico también se había alterado. Aunque el cambio no era brusco, su piel tenía un tono dorado que antes no tenía y su rostro se había tornado más perfecto y sobrehumano. Se podría decir que era un versión más perfecta del mestizo.
Su mirada captó la silueta de su amigo. Estaba hablando con unas muchachas que portaban unas cestas de mimbre con bollos de miel. El príncipe sonrió divertido al ver como el chico filtreaba con ellas para obtener aquella cesta de comida. Ellas, sin poderse resistir a sus encantos ni a sus lisonjas, le tendieron la cesta y Gia las besó en la mejilla una por una antes de prometerles un paseo aquella víspera. Una vez con el botín entre sus manos, se encaminó hacia la cueva de Zingora para almorzar con el hijo menor del Protector – el nombre que comúnmente usaban los Hijos de Dragón de su tiempo para denominar al padre de su raza - y con él en cuanto llegase.
Kanian siguió con la mirada a Cronos. Su amistad con Alakëm había madurado y crecido durante aquellos dos años y algo más parecía unirlos desde que regresaron de Nasak. Gia no había querido decirle nada y él no había osado insistir sobre su vida privada; bastante tenía con los problemas que había dejado en el presente para atosigarlo ahora que parecía haber encontrado una bendita paz interior. Lo único que esperaba era que aquella relación amistosa no derivase a algo más peligroso y complicado.
- ¿Qué haces aquí?
La inesperada voz de Zaggar lo transportó de nuevo a la realidad y se reprendió interiormente por haber bajado la guardia. Cierto que allí no tenía nada que temer, pero tampoco era cuestión de dejarse sorprender. Nïan vaciló sin saber bien que responder. La verdad era que no estaba haciendo nada malo, pero no tenía muy claro cómo explicárselo para que el líder en funciones no pensase lo que no era. No quería que el respeto que tanto le había costado ganar se perdiese por algún tipo de malentendido.
- Estaba tomando el fresco – dijo con una sonrisa conciliadora intentando que el ceño fruncido de Zaggar desapareciese. No lo logró.
- Bueno en realidad no importa – dijo el líder con cierto hastío y Nïan suspiró de alivio -. Traigo un mensaje para ti.
Eso lo cogió totalmente por sorpresa.
- ¿A sí? – preguntó estúpidamente. Si Zingora estuviese allí sonreiría y le diría que continuaba siendo un simple polluelo por mucho que se las diera de dragón adulto.
- En efecto – asintió Zaggar con una sonrisa. Estaba seguro que el hijo había pensado precisamente lo mismo que hubiese pensado su padre -. Después del almuerzo, Iruk quiere verte en su armería.
- ¿Por qué? – preguntó completamente confuso y siguiendo la figura de Zaggar que comenzaba a alejarse hacia las mesas predispuestas para la segunda comida del día.
- No lo sé. Solamente ve y lleva esa espada tuya – y sin más, se marchó para ocupar su lugar en la mesa comuna.
***
Llenos de la misma curiosidad que lo invadía a él, Giadel y Alakëm lo acompañaron hacia la armería una vez devoraron el almuerzo compuesto no solamente por los bollos de miel conseguidos por el mestizo sino también por hojaldres rellenos con frutas confitadas, panceta asada y cerveza negra preparado por el joven Hijo del Dragón.
La armería estaba atestada de Hijos del Dragón atareados en volver a su trabajo después de ingerir un sustancioso almuerzo. Los siete hornos estaban a pleno rendimiento y el calor que allí reinaba era sofocante pero muy necesario para obtener los 2.500 ºC que se necesitaban para fundir el estaño y el cobre y crear con ello el bronce especial con las escamas de Zingora que necesitaba esa temperatura para poder fusionarse correctamente.
Los golpes de martillo sobre los diferentes yunques se le metieron en los oídos y miró aquí y allá del gran lugar de piedra y de planta rectangular. En el lado izquierdo, los aprendices más novatos estaban encargándose de darle a los fuelles para avivar los fuegos mientras los aprendices más veteranos acercaban los materiales metalúrgicos para fundirlos con gran cuidado de no quemarse en los infernales hornos. Por su parte, en el lado opuesto de la armería, otro grupo de aprendices y herreros de pleno derecho, confeccionaban a partir del bronce especial diferentes tipos de armas. Lo que más estaban confeccionando eran puntas de flecha de todos los tamaños y formas inimaginables. Aquello era completamente un laboratorio destinado a crear lo más letal y mortífero. Kanian contempló el trabajo de los herreros y quedó totalmente fascinado del grado tecnológico. Algunos estaban haciendo unas flechas tan sumamente pequeñas que, una vez dentro del cuerpo, se desprendían de la asta de la flecha cuando ésta era arrancada, haciendo con ello que la víctima muriese a causa del proyectil. Otras, en cambio, tenían una forma totalmente diferente al de una flecha tradicional. Eran alargadas como las puntas de una lanza con los laterales dentados o como si fuesen un tornillo. Aquello sin duda perforaría cualquier armadura.
"Tendré que tomar nota sobre todo esto. Me será útil en el futuro."
Si es que vencía la guerra.
Negó con la cabeza. Debía ser más optimista.
¡Claro que vencería!
"Perder no es una opción."
- ¿Por qué has tardado tanto, niño?
La figura de Iruk apareció cruzada de brazos y con el rostro cuarteado y moreno mostrando sus habituales malas pulgas. Sus ojos ambarinos contemplaron a sus dos acompañantes con gran desagrado y arrugó la nariz.
- ¿Y a santo de qué te traes a estos entrometidos? – le exigió saber el maestro armero -. No quiero al guaperas ni al Rel en mis dominios.
Alakëm ignoró el insulto por el cual siempre lo denominaban y Giadel, feliz por ver al hombre enfurruñado, le dedicó un guiño y una sonrisa encantadora.
- Nosotros también teníamos ganas de verte, maestro, y no hemos podido resistir la tentación de hacerte una merecida visita de cortesía – le dijo con zalamería e ironía.
Kanian se aguantó la risa. Cronos estaba sumamente cambiado desde que habían llegado al pasado. Parecía alguien nuevo y más semejante al Giadel que él recordaba que al Dios engreído que conoció después de ser rescatado de los Bosques Sombríos. Era increíble y gratificante ver su evolución y lo que habían logrado tanto Galidel como – al parecer – Alakëm en tan poco tiempo.
- ¡Bah! – exclamó el primer Hijo con desdén -. Metete tu ironía por el ano, guaperas.
Renegando entre dientes, el maestro armero se alejó de ellos y estos lo siguieron. Nïan, con Zingora en la espalda, se detuvo cuando Iruk se volvió hacia él con su rostro serio y perlado con una fina capa de sudor. Él también sentía que el sudor resbalaba por su cuerpo. Sus ojos rasgados lo miraron directamente a sus iris azules antes de desviar sus globos oculares hacia la empuñadura de su katana.
- Déjame tu espada – le ordenó extendiendo su mano con la palma hacia arriba. Kanian desenfundó el arma que hiciese el magnífico maestro armero Acero y se la tendió.
Iruk tomó el arma por el mango de plata y aguamarina y lo contempló durante un largo instante asintiendo para sí mismo.
- La vaina – dijo sin dejar de mirar ahora la hoja de doble filo.
Kanian se quitó la vaina de cuero endurecido azul con filamentos de plata y se la tendió. El Hijo del Dragón enfundó el arma con delicadeza y la desenvainó con un rápido movimiento y contempló los dos objetos que mantenía en cada una de sus manos. Se volvió en silencio hacia su mesa de trabajo y depositó allí la vaina y la katana.
- Nunca había visto este tipo de material. ¿Qué es?
- Acero medio en carbono.
El hombre frunció el entrecejo completamente en la inopia. En aquella época todavía no se había descubierto el hierro así que era imposible que pudiesen saber lo que era el acero.
- Básicamente es un metal dúctil y resistente mucho más efectivo que el bronce - explicó.
- Puede que sea mejor que el bronce normal y corriente, mas no creo que sea superior a nuestra aleación con escamas de dragón – dijo con cierto orgullo.
- Supongo que están a la par. ¿Para qué me has llamado a tu taller, maestro? – inquirió con mucha formalidad.
- Zingora desea que mejore esta espada tuya.
- ¿Qué Zingora...? – no pudo terminar la frase puesto que Iruk tomó sus herramientas y desmontó el mango de plata de su arma y lo dejó a un lado juntamente con la rodela que separaba la hoja del propio mango.
- No quieras entender los caprichos que tiene nuestro padre, jovenzuelo. Simplemente obedezco órdenes a pesar de las pocas ganas que tengo de hacerlo.
El gran herrero dejó con suma delicadeza y mimo la hoja desnuda de su katana y la miró con agrado.
- Fuese quien fuese quien hizo esta arma, sabía lo que se hacía. Nunca había visto una hoja tan fina y que corte por los dos lados y que sea tan capaz de lanzar estocadas. Ahora bien, creo que sería mejor dejarle un único filo para que sea más letal que ahora. Sí, esta espada debería tener un afiladísimo y único filo – decía más para sí que para él o sus dos acompañantes. Se volvió hacia él de nuevo con su cara de perro rabioso -. Dame escamas.
- ¿Cómo dice? – le preguntó todavía procesando la información mientras se sentía emocionado por el giro de los acontecimientos.
- Si quieres que te mejore esta arma tendrás que soltar algunas escamas. ¡Vamos! – lo apremió -. ¿A qué esperas?
Asintiendo, Kanian se quitó la camisa de algodón que portaba e hizo que su brazo se tornara en la extremidad delantera de un dragón. Todo su brazo ganó musculatura a la vez que su mano derecha se tornaba una garra de uñas afiladas y bien cuidadas. Las escamas azules, brillantes como el lapislázuli, recubrieron su piel. Satisfecho y sin mostrarse impresionado, Iruk cogió un cubo y Nïan colocó al brazo sobre él y dejó que una lluvia de escamas lo llenaran hasta la mitad.
- Bien – asintió el hombre con un gruñido mientras él recuperaba su brazo antrópico normal y se colocaba de nuevo la camisa -. Ahora no molestéis – les advirtió a los tres con un gruñido más animal que humano.
Los tres se apresuraron a colocarse en un rincón al final del todo de la armería y, con las espaldas apoyadas en la caliente piedra, observaron en silencio los movimientos de Iruk. El hombre metió la hoja de Zingora en el horno hasta que el acero quedó completamente fundido, dejándolo sobre un caldero sin apartarlo del todo del horno, tomó el cubo con sus escamas y procedió a fundirlas también añadiendo algo más que no llegó a vislumbrar. Después, cuando las escamas estuvieron fundidas con un agradable color azul intenso, tomó el acero y las escamas y los fusionó después de que tres aprendices hubiesen añadido más carbón en el horno y que un cuarto estuviese avivándolo a golpe de fuelle.
Cuando el metal estuvo completamente fusionado, el hombre lo colocó en un molde para que se enfriara y Kanian observó el tinte azulado que ahora poseía el acero. Cuando el hierro estuvo lo suficientemente dúctil para manejarlo, Iruk lo sacó del molde en forma de ladrillo y comenzó a darle martillazos sobre el yunque y a plegarlo y plegarlo sin dejar de golpearlo. Volvió a calentar el ladrillo haciendo que el acero fuese más y más fino y alargado. Cuando alcanzó el doble de su longitud original, realizó una incisión justo en el medio y dobló el metal sobre sí mismo hasta volver a obtener el mismo ladrillo original con dos capas de acero entre sí.
Repitió el mismo método un sinfín de veces hasta obtener unas tres mil capas entre sí de acero. Luego eliminó las impurezas del carbón, las burbujas de aire y el exceso de carbono repartiendo éste de forma homogénea para equilibrar el metal y eliminar los puntos débiles. Durante todo aquel lento proceso, el acero debía enfriarse rápidamente y debía volver a meterse con celeridad en el horno para recuperar el punto de fusión y poder unir todas sus partes.
Cuando Iruk estuvo completamente satisfecho, comenzó a darle la forma final a la que sería su nueva katana. La luz del día se había agotado y muchos de los aprendices habían abandonado el taller para ir a cenar. Ellos, sin poder dejar de observar el trabajo del hombre – que parecía ser infatigable -, agradecieron que uno de los aprendices – un niño de poco más de doce años – les entregara un trozo de pan recién hecho con una loncha de queso y jamón conjuntamente con unos vasos llenos de cerveza negra.
Como el filo de una Katana debe ser extremadamente duro a diferencia de su parte no cortante, esta parte del arma necesitaba tener más cantidad de carbono, por ello, Iruk había reservado un ladrillo con menos pliegues de acero (unas cuatro). Este segundo ladrillo fue cortado en trozos y rodeó el ladrillo inicial con éstos. Metió el conjunto en el horno y prosiguió su golpeo sucesivo hasta llevarlo a una longitud de ochenta centímetros con muy pocos centímetros de grosor.
Una vez tuvo la hoja perfectamente formada y enfriada, el hombre se tomó un descanso para comer y beber y los aprendices que estaban recogiendo el taller prepararon unos jergones para que Kanian, Gia y Alakëm pasasen allí la noche. El maestro armero no dijo nada, más bien parecía satisfecho porque aquellos tres espectadores se quedaran allí hasta ver finalizado su trabajo.
Acomodados en el rincón donde se habían atrincherado, los tres amigos siguieron observando el trabajo minucioso de Iruk. Con solo tres aprendices de los más veteranos a su lado, el hombre comenzó el lento y delicado proceso del pulido final. Pasó por la hoja un sinfín de diferentes piedras un millar de veces con cuidado y gran experiencia para no arruinar la simetría de la hoja. Se pasó toda la noche puliendo el arma y afilando su filo y, cuando algunos tímidos rayos de sol comenzaban a asomarse por el horizonte, Iruk – sin señales de cansancio en su maduro y curtido cuerpo- procedió a montar su arma. Colocó la rodela y el mango e hizo una señal a uno de sus mejores alumnos. Éste llegó con una vaina de madera completamente pintada y barnizada de un azul tan oscuro que parecía negro salvo cuando la luz la iluminaba.
El maestro tomó el trabajo realizado por su discípulo y lo miró detenidamente. Satisfecho, alzó la katana recién forjada y Nïan vio asombrado la hoja de su nueva espada: ésta ya no era plateada sino de un precioso azul traslúcido y brillante. La hoja centelleó bajo la luz de las lámparas de aceite y el sonido que hizo el acero al ser envainado hizo que un estremecimiento de placer le recorriese por la columna vertebral. La emoción lo invadió.
Giadel, a su lado, contuvo el aliento observando aquella nueva obra de arte y Alakëm, asombrado, eran incapaz de parpadear. Nïan se levantó del jergón en el cual había dado alguna que otra cabezada en el proceso de pulimentado y se acercó al forjador de su nueva Zingora. El hombre lo miró con el rostro impasible y le tendió el arma.
- Sígueme – le ordenó. Al parecer aquel era su único modo de hablar.
Kanian lo siguió hacia fuera sin rechistar mientras Giadel y Alakëm se apresuraban a seguirlo a él. El día todavía no había comenzado. Los primerizos y diáfanos rayos de sol apenas iluminaban el oscuro cielo de la madrugada y la luna y las estrellas eran perfectamente visibles en el firmamento. Tras la armería, en un pequeño patio, habían dispuesto varios troncos de madera de distintos árboles. Había de avellano, pino, roble, cedro, abeto, encina... Iruk se acercó hacia la mesa de mármol donde estaban colocados aquellos gruesos pedazos de madera y miró a Nïan.
- Vamos a ver si te mereces la espada que acabo de mejorarte, majestad.
Kanian, sorprendido por como lo había llamado, casi fue incapaz de ver el primer tronco precipitándose hacia él. Con sus desarrollados reflejos y su recién adquirida rapidez, movió el filo cortante de su katana y partió el trozo en dos limpiamente. Seguido a aquel primero, le vinieron los restantes trozos de gruesa madera. El príncipe los cortó todos como si fueran trozos de tierna mantequilla. Si antes su espada había sido ligera, ahora parecía tener una pluma entre sus dedos. La hoja ahora era mucho más manejable y se doblaba con mayor soltura que antaño y era capaz de cortar cualquier cosa.
- Bien – asintió el hombre -. Parece que sí que estas a la altura de esa arma.
- ¿Por qué me has llamado majestad? – le preguntó con la afilada punta de su katana mirando al suelo.
- Sé reconocer cuando un arma es fabricada para un simple guerrero y para cuando se forja para un miembro de la realeza. ¿A caso no eres un rey? – le preguntó de un modo que él no pudo calificar.
- Lo seré y más con esta arma. Es magnífica – dijo asombrado y todavía maravillado después de ver lo que era capaz de hacer. Hizo unos cuantos movimientos básicos de espada -. Las escamas de dragón son increíblemente poderosas.
- Desde luego, sobre todo si se unen la de dos dragones distintos.
La voz de Zingora a su espalda hizo que se volviera hacia él y el último dragón hizo su entrada en escena, tan bello, poderoso y seguro de sí mismo como siempre.
- ¿De dos dragones distintos? – preguntó Cronos que no había perdido el habla como el joven dragón.
- Has hecho un gran trabajo, hijo mío – felicitó al herrero, ignorando la pregunta, con una sonrisa agradecida y amable en sus perfectos labios.
- Estoy a tu servicio, padre – le respondió el aludido con una reverencia sumisa y cargada de respeto.
El Dragón asintió devolviéndole el gesto a su descendiente y se volvió hacia el príncipe.
- Ahora ya tienes la espada que un rey merece. Ten por seguro que con ella serás capaz de hacer frente a cualquier peligro. Tu poder y el mío están en esa katana.
- ¿Quieres decir que Iruk usó escamas tuyas juntamente con las mías?
Él asintió.
- Pronto amanecerá y con ello llegará la última fase de tu Kalitralel.
La sorpresa y una oleada de desasosiego atenazó el pecho de Nïan. ¿Cómo? ¿Qué estaba diciendo?
- No lo comprendo – dijo completamente confundido y conmocionado -. ¿Cómo puede ser que ya haya finalizado el Kalitralel? ¡Si apenas me has enseñado nada!
Zingora sonrió paternalmente y le arrebató la espada de la mano sin que él se percatase de ello. La observó con admiración antes de hablar:
- Todavía eres un simple polluelo, pero eres listo y tienes en tu interior un gran poder latente. He intentado decirte muchas veces que el Kalitralel es algo más que luchas y entrenamientos físicos, es un rito de paso de niñez a madurez y se necesitan muchos años para lograrlo. Aun así, te he mostrado todo lo necesario, no por gusto te dije como mantenerte sano y fuerte en tu forma de dragón y algunos trucos defensivos y como mantenerte alejado de la viruela.
>> También has aprendido a ser un dragón de verdad, a pensar y a comportante como uno; a moverte como tal. ¿Crees que el Salón de Juegos es un lugar para jugar? Tus reflejos son tanto o más superiores que los míos. Que Alakëm sea mejor que tú en eso es secundario. Él es una excepción. A lo que se refiere a mejoras físicas, nada más puedo enseñarte y eso es lo que querías de mí. Todo lo demás, nuestra cultura, la tienes recopiladas en diferentes códices que mi buen hijo Zaggar ya ha escrito.
Kanian agachó la cabeza y todas las enseñanzas del padre de su raza acudieron a su mente. Sí, le había enseñado muchísimas cosas útiles: la mejor manera de volar y planear sin cansarse, como esquivar mejor los objetos en pleno vuelo, cómo hacer que sus escamas fueran más efectivas, como hacer que sus llamas fuesen más o menos poderosas e intensas.... No podía quejarse, al fin de cuentas él ya tenía una base militar en su forma humanoide y en eso nada más podría enseñarle Zingora.
- ¿Entonces... ya está? – le preguntó con un dije de esperanza en su voz. Si superaba la última fase de su entrenamiento ¡al fin podrían él y Cronos regresar a su tiempo!
Un destello azulado se precipitó hacia él y Kanian apenas pudo apartarse. Un latigazo de dolor recorrió su cuello y un hilo grueso de sangre recorrió su piel y manchó su camisa antes de cerrarse con la misma celeridad con la cual había aparecido.
"¿Pero qué...?"
Nïan miró a Zingora el cual lo apuntaba con su recién forjada katana. En la punta de ésta vio una mancha de sangre.
De su sangre.
- ¿Qué estás haciendo? – le preguntó extrañado e incrédulo.
- ¿Acaso no lo has comprendido? – le preguntó con un tono de voz helado y letal -. Ésta es la última fase de tu entrenamiento; la fase que realiza cualquier dragón. Tu última prueba es luchar contra mí. Sólo si me vences habrás superado el Kalitralel.
Nota:
Hola a todos aquí os dejo el capítulo de cada semana. Como hoy es 23 de abril y es la diada de Sant Jordi en Cataluña - y no sé si algún lugar más de España - quería desearon a todos feliz día del libro y de la rosa.
Disfrutad de este día y felices lecturas.
Ester.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro