Capítulo cincuenta y siete
La llamada de las armas
No había podido pegar ojo en toda la noche.
O, mejor, dicho, no había ni intentando dormir aquel último día de tregua.
En el interior de la tienda, que portaba montada desde hacía cuatro días, ardía a baja potencia la llama de una lámpara. Ésta colgaba de uno de los maderos colocados de forma estratégica para soportar el peso de la lona que formaba toda aquella estructura de quita y pon.
Sus iris avellana contemplaron la armadura que tendría que ponerse dentro de unas pocas horas. Era incapaz de apartar la vista de ella y no sólo por lo que representaba simbólicamente, sino también por tener el honor de poder ataviarse con una armadura tan bella y magníficamente manufacturada. Araghii se levantó del lecho improvisado y se acercó al expositor donde las piezas de acero descansaban.
Si bien su armadura no podía compararse con la de Malrren o Corwën, la que le habían fabricado a medida sólo unas semanas antes, no tenía mucho que envidiarles. Si bien no tenía piedras preciosas, era de buen acero y con policromía. Cada parte de ésta imitaba al cuerpo escamoso de un dragón y el color que le habían añadido en la fundición de los materiales era un tono verdoso con destellos dorados.
El general tomó la protección del antebrazo que correspondía al derecho y lo contempló bajo la tenue iluminación de la lámpara. Nunca antes le habían confeccionado nada a medida. Cuadro era niño, su ropa había consistido en trapos viejos y usados que aquellos desgraciados violadores hijos de papá le entregaban después de aliviar su libido. Siendo adolescente, su vestimenta había consistido en ponerse aquello que encontraba en los armarios de la guarida y, siendo el jefe de una banda, se había limitado a conseguir sus diferentes atuendos en sus tratados comerciales. Y, esta vez, aquella armadura, aquella que podría salvarlo de la muerte o ser su mortaja, había sido especialmente creada para él y únicamente para él en calidad de general del rey Kanian.
- Estarás imponente con ella.
La voz dulce y sensual de Chisare en su oído hizo que su cuerpo se estremeciera y sonrió gustoso al sentir sus brazos rodeándole la cintura. La Dama pegó su cuerpo a su espalda y Araghii disfrutó de aquel contacto tan íntimo.
- No tanto como tú. Con esa armadura más que querer luchar contra ti, a cualquiera le entrarían aganas de rendirse a tus pies.
Chisare soltó una risa musical y él se alegó de escucharla. Después de todo lo que había sucedido y de lo que estaba por suceder; deseaba pasar los últimos momentos de paz a su lado entre risas. Ese sería un bonito recuerdo que podrían guardar en su mente y corazón pasara lo que pasara ya fuera bueno o malo.
Araghii soltó aquella parte de su armadura y se giró hacia su amada. El hombre la abrazó con ternura y ella hundió el rostro en su pecho desnudo. Sin decir una palabra, solamente piel con piel, los dos se mantuvieron abrazados hasta que supieron que debían separarse para prepararse. Sin romper el silencio, mirándose y diciéndose más cosas con aquel gesto que con un millón de palabras, cada uno comenzó a vestirse.
Antes de colocarse la armadura propiamente dicha, se vistieron con un pantalón de algodón y una camisa. Con aquello como base, Araghii comenzó a colocarse las partes de acero alrededor de su cuerpo. Era la primera vez que colocaba todas aquellas piezas de metal en su cuerpo; la primera vez que colocaba aquellos cierres y que escuchaba aquellos clics metálicos que parecían perforarle el cerebro. Cuando terminó de cerrar el último enganche, se volvió hacia Chisare. Ésta, vestida con una armadura de Hija del Dragón de ámbar – la misma que usara en la batalla de Mazeks – se estaba trenzando el cabello con ágiles movimientos. En sus orejas había dos pendientes de ámbar en forma de lágrima.
Araghii tomó los dos pendientes que le habían entregado juntamente con la armadura. Eran de oro blanco, pequeños y cilíndricos. Dos pequeños aros sin ningún tipo de piedra. Funcionales y tan típicos como los que llevaban los corsarios de Ámonef. Con lentitud, se colocó cada uno de ellos en los agujeros que le habían hecho en las orejas nada más unirse a la banda de contrabandistas de Rintel.
El hombre suspiró y tomó sus armas. Se colocó las dos hachas de mano cruzadas en la espalda y dos pistolas en el cinto con una pequeña bolsa llena de balas.
- Araghii -. La voz de Pólvora se hizo escuchar desde la entrada de la tienda.
El antiguo contrabandista hizo pasar a su segundo al mando y mejor amigo y vio con orgullo la nueva armadura que, si no de la misma calidad que la suya, era una muy buena y decente; la misma que portaban todos los demás guerreros y guerreras de aquel ejército.
- ¿Ha llegado Kanian y Cronos? – preguntó.
Pólvora negó con la cabeza y él asintió.
Desde el día anterior, se había vigilado con gran denuedo los cielos y los caminos para intentar descubrir la figura alada del príncipe dragón o la de dos jóvenes a caballo. Pero en ninguno de los caminos que portaban a Sirakxs había aparecido nadie y, sin la presencia de Kanian, los ánimos estaban empezando a bajar y la inquietud y el nerviosismo empezaban a hacer mella en la mente y el corazón de los guerreros.
"Incluso yo estoy nervioso y expectante por ver a esos dos llegar."
Deseaba ver qué poder habría conseguido el príncipe después de haber sido entrenado por el último dragón.
- ¿Estáis todos listos? – le preguntó escondiendo sus pensamientos y su reciente ansiedad.
- Sí. Los demás generales ya están fuera de sus tiendas completamente ataviados y armados. Ahora van a ir a buscar al gran General a su tienda.
El ex contrabandista volvió a asentir. Se volvió hacia Chisare y ésta, lista, le sonrió.
- Ve, yo voy a rezarle a Gea. Cuando termine me reuniré con vosotros.
Araghii asintió y salió de la tienda en compañía de su camarada y mejor amigo. Durante el atardecer del día anterior, Chisare había estado danzando en el centro del campamento, a la vista de todos, para pedirle a Gea la victoria de aquella última batalla. Verla danzar siempre le aceleraba el corazón y lo maravillaba, mas, ayer, lo impresionó todavía más. El sol poniente hacía brillar los brazaletes de sus muñecas y tobillos al igual que su vestido blanco y toda su piel marfileña y delicada.
Verla danzar al aire libre durante el atardecer y bajo la atenta mirada de miles y miles de personas con el sonido de los cascabeles de sus brazaletes, hizo que su corazón estuviese a punto de detenerse. Se le secó la boca y quiso llorar. Se sentía conmovido y llenos de deseos, unos que jamás se había permitido tener desde que traicionara a Sonus. En aquel momento, mientras veía como movía su cuerpo femenino fuerte y decidido, deseó pasar el resto de su vida con ella, formar una familia a su lado. Quería tener hijos con ella, una casa propia, una ocupación profesional digna... Deseaba ser un gran hombre solamente por ella.
Y, al darse cuenta de todos aquellos anhelos, tuvo miedo.
Mucho.
¿Qué pasaría al día siguiente? ¿Vencerían? ¿Perderían? ¿Moriría alguno de los dos? A pesar de no querer pensar en todas aquellas respuestas, no podía obviar la posibilidad de que muchas de ellas se hiciera realidad. Una guerra no era un juego de niños, no era algo benigno sino destructivo y sangriento. ¿Y si alguno de los dos era malherido y nadie podía salvarlos? ¿Y si Kanian no llegaba a tiempo?
- Deja de darle vueltas – musitó Pólvora de repente nada más dar unos pocos pasos por el campamento. Araghii se detuvo en seco y se quedó mirando la espalda de su camarada.
- No le estoy dando vueltas a nada – musitó frunciendo el ceño.
Pólvora suspiró, se encogió de hombros y lo miró por encima del hombro.
- A mí no puedes engañarme, jefe – le recordó con una sonrisa socarrona -. Nos conocemos desde hace demasiados años.
- Sí – asintió Araghii. ¿Cuántos años portaban ya juntos? Muchos, más de los que se permitiría contar. Pólvora fue su primer amigo cuando se unió a los contrabandistas de Rintel -. A ti jamás he podido engañarte – musitó con cierta nostalgia.
- No eres muy buen actor que digamos.
El general no rebatió sus palabras. Lo cierto era que le costaba demasiado disimular sus sentimientos cuando estaba cerca de él. Pólvora siempre había sido su apoyo, el único que se había preocupado por él de corazón. Tal vez estuviesen tan compenetrados por compartir la misma edad y, puede que esa fuera la misma razón por la cual se volvieron inseparables: dos hermanos de armas y con una profesión peligrosa.
- Supongo que es inevitable el pensar las mil y una posibilidades que pueden llegar a darse durante el día de hoy – dijo finalmente retomando el paso para dirigirse hacia el centro de campamento donde se encontraba la tienda del mandamás designado por Kanian.
- Sí, pero también es inútil hacerlo. Son tantos los factores que deben intervenir y tantas las posibilidades, que perderás otras tantas al preocuparte en demasía por algo que no puedes controlar al cien por cien.
Araghii hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa irónica.
- No quiero perderos – confesó con la cabeza en alto -. No quiero ver morir a ninguno más de los míos. Cuando decidisteis venir conmigo, yo juré que siempre cuidaría de todos vosotros. Pero fracasé – una sombra de dolor cruzó su rostro y su mirada avellana -. Primero se fueron Carroñero y Tocino; después partió Cascabel. Incluso Sonus murió por mí. No puedo dejar de preguntarme quién será el siguiente. ¿Zorro? ¿Sanguijuela? ¿Mochuelo? ¿Yo? ¿Tú? ¿Y si fuese Chisare? Por Urano, ni siquiera estoy preparado para asumir la muerte del condenado de Ámonef y de sus hombres que van a estar bajo mi mando.
El peso de tener bajo su responsabilidad a más de quince mil vidas lo estaba matando. Él, como general, se le había asignado una parte del ejército y como Kanian le había encargado la misión de traerse consigo a los contrabandistas y el Mercado Negro entero, aquellos nuevos guerreros habían sido asignados bajo su ala y, a pesar de haber tenido una pequeña banda y haber sobrevivido a mil y una situaciones peligrosas, nunca había ejercido un cargo militar y mucho menos había comandado un escuadrón con tantísimas personas.
En las diferentes batallas en las que había participado desde que se uniera a la causa de Kanian, se había limitado a dar órdenes a sus camaradas y a nadie más. Mas aquel día, quince mil hombres y mujeres estaban bajo su responsabilidad. La táctica que usarían, su formación, su seguridad y su motivación estaban bajo su entera responsabilidad. Él se había convertido en su seguro de vida, en la luz que les guiaría durante toda la contienda.
- Estarás a la altura – le aseguró Pólvora. Araghii sonrió con ternura ante las palabras de su segundo. Siempre sabía qué se le pasaba por la cabeza, qué lo preocupaba y qué decirle para levantarle el ánimo.
- Qué remedio – suspiró él con mejor ánimo y con el corazón apaciguado -. Tú estarás a mi lado.
- Y siempre lo estaré, Araghii.
El susodicho le dio un apretón en el hombro de agradecimiento y, sin decir ni una palabra más, se reunieron con los demás generales. A una distancia decorosa de la entrada de la tienda satélite del General de generales, Corwën y Gaiver charlaban en voz baja ataviados con sus armaduras de combate. Corwën estaba espectacular con su armadura de Hija del Dragón de esmeraldas. En su espalda estaba su famosa lanza corta que dominaba a la perfección. Gaiver, al igual que ella y como Hijo del Dragón, también portaba una de aquellas armaduras que emulaban las escamas de un dragón completamente de oro y con una capa blanca de seda sobre sus hombros. Los dos portaban los típicos pendientes en forma de lágrima y los ojos maquillados de negro.
Cuando los dos se percataron de su llegada, saludaron a los recién llegados e hicieron la pregunta de rigor.
- ¿Se sabe algo de su alteza? – preguntó Corwën con su única mano apoyada en su cintura.
- No – negó Araghii -. Todavía no.
La general asintió mostrando un atisbo de decepción. Desde uno de los caminos del campamento de planta ortogonal, Zerch se unió a ellos juntamente con su tío Tehr. El erudito, vestido con una de sus túnicas sin mangas y sus pantalones bombacho, se había enfundado unas botas en vez de sus inseparables sandalias. En sus caderas portaba sus mortíferos sables y en su espalda una ballesta y grandes saetas de puntas muy gruesas y con forma de espiral más parecidas a un tornillo que a una punta de flecha convencional. Todos volvieron a saludarse y a hacer la misma pregunta de siempre. ¿Kanian? Nada. Todavía no había llegado.
Zerch entró en la tienda de su padre y Chisare y Fena se unieron a los que esperaban la salida de Malrren. El General al mando no se hizo esperar y, ataviado con la legendaria armadura de su padre, el General Rojo, salió de su tienda.
- Buenos días, amigos. Madre – los saludó Malr. Todos le devolvieron el saludo -. ¿Se está preparando el ejército?
- Sí, general – respondió Gaiver con diligencia -. Todos los capitanes de cada manípulo de cada escuadrón se están encargando de que todos los guerreros se preparen.
Malrren asintió conforme y todos ellos se dirigieron hacia la tienda abierta situada a unos pocos pasos y que era el cuartel general del campamento. En él había cuatro guerreros del escuadrón de Malrren haciendo guardia. Bajo la lona y los ocho postes que componían su estructura básica, había una gran mesa redonda de nogal. En los extremos había sendas sillas, expositores con armas y arcones. Sobre la mesa, un gran mapa a gran escala de la llanura de Sirakxs mostraba con gran detalle y precisión el terreno. Encima del mapa de papel amarillento, había sendas piezas de madera tallada y policromadas. En el lugar donde ellos se encontraban había una pieza ovalada amurallada que simulaba ser el campamento. Alrededor de éste, otras piezas simbolizaban otros puntos estratégicos.
- Muy bien – empezó Malr colocando las manos sobre la mesa y contemplando el mapa con sus ojos rubí -. Antes de comenzar a hablar de cuestiones tácticas, quiero dejar bien claro que quiero que el campamento de levante antes de que amanezca.
Todos asintieron al unísono. Araghii, mientras asentía, mantenía su vista fija en un lugar en concreto del mapa.
- Bueno, ya hemos hablado de todo esto en ocasiones anteriores pero, como todos sabéis, nunca está de más recordarlo y profundizar más en cada parte de nuestra estrategia de combate si es preciso hacerlo -. Malr señaló cinco grandes piezas con forma de guerreros con casco -. Como sabéis, nuestro ejército se ha dividido en cinco partes: yo comandaré el grueso de nuestras fuerzas con treinta y cinco mil infantes. Corwën y Gaiver tendrán a veintiún mil y Araghii quince mil.
>> El siguiente escuadrón – dijo señalando la pieza situada en los acantilados circundantes – comandado por Zerch, cuenta con once integrantes -. Miró a su hijo a los ojos -. Vosotros, los Jinetes Mecánicos, sabéis lo que tenéis que hacer ¿verdad? Vuestro cometido es diferente al nuestro.
Zerch asintió sin titubeos y su padre prosiguió.
- Yo iré en el centro de la formación. Gaiver y su escuadrón estarán situados en el flanco izquierdo que es el más amplio y un punto importante para nuestra formación. Araghii estará en el flanco derecho que da al mar y es una posición más segura para ejecutar las maniobras precisas destinadas a su escuadrón. Por último, Corwën estará en la retaguardia del centro para evitar un ataque por la espalda y para dar soporte a los flancos que lo necesiten. ¿Alguna pregunta? – nadie dijo nada. Todos conocían muy bien cuál era su misión en aquella última oportunidad de victoria.
- Como ya sabéis, esta estrategia no es un dogma ni una ley universal – prosiguió Malr -. Si alguno de vosotros tiene que improvisar, que lo haga. Cuando llegue Kanian, él decidirá cómo seguir según la situación y según sus planes. – Un nuevo asentimiento general -. Madre, tú y los demás sanadores cuidad de los heridos e id con cautela en el hospital de campaña.
Fena le aseguró que así sería. Araghii, que continuaba mirando el mapa con gran concentración, señaló un punto de él.
- ¿Crees que Kerri aceptará luchar tal cual lo hemos dispuesto?
Malr iba a responder cuando Mochuelo llegó sin resuello al cuartel general.
- Jefe, generales – dijo sin aliento y con el cuerpo tembloroso y sudoroso. Como el joven tenía una vista excelente, los exploradores y vigías se lo habían llevado con él hasta que comenzase la batalla -. Se acerca un jinete.
- ¿Kanian?
- ¿Cronos?
Él negó con la cabeza.
- Es un Señor del Dragón. Porta una bandera blanca sobre el estandarte del Señorío. A vociferado que viene de parte del rey Kerri. Quiere parlamentar con un enviado de confianza de su majestad el príncipe Kanian – informó el chico que muy pronto cumpliría los dieciocho años.
Todos se miraron. Tehr dio un paso adelante hacia su hermano.
- Iré yo – dijo con un tono de voz que no admitía réplica alguna. Malrren asintió a regañadientes.
- Está bien. Juega bien tus cartas, hermano.
El erudito se limitó a mostrar una sonrisa enigmática y a caminar rápidamente a buscar su montura. Mochuelo le iba a la zaga y, montando a sus animales, el joven guió a gran velocidad al hijo de Fena. Los dos se alejaron muchísimo del campamento, dejaron la llanura de Sirakxs atrás hasta llegar a un bosquecillo situado al sud-oeste. Allí, a treinta metros, había un hombre montando un orequs con la crin castaña. Mochuelo se quedó rezagado – al igual que los demás vigías – y Tehr avanzó hacia el enemigo con la bandera blanca en el mástil del estandarte de los Señores del Dragón: un dragón mecánico con un jinete encima.
- ¿Quién eres? – preguntó el Señor del Dragón -. No tienes pinta de guerrero.
- Soy el erudito del rey Kanian – informó Tehr con un tono de voz suave pero proyectando su voz para que su interlocutor lo escuchase a la perfección.
- ¿Rey? Pfff – río el jinete -. Bueno tanto me da, tengo un mensaje para tu "rey". Su majestad, el rey Kerri, está dispuesto a perdonar la vida de todos los activistas si el Dragón se entrega pacíficamente. Es una buena oferta – concluyó el mensajero con gran ironía.
- Mi rey no está interesado en evadir la disputa – repuso Tehr sin vacilar -. Dile a su alteza Kerri, que su majestad, el rey Kanian, está dispuesto a luchar hasta el final y ya lo está esperando para darle la bienvenida que merece.
El jinete enemigo se echó a reír con alegría.
- Me alegro. Lo cierto es que todos nos morimos por luchar, pero el rey Kerri es demasiado generoso y tiene muy buen corazón. Os vamos a aplastar – dijo confiado y eufórico.
- ¿Eso también es de parte de tu rey? – preguntó Tehr sin cambiar el timbre de su voz melodiosa.
- No, eso es de parte de los guerreros vencedores que os van a hacer trizas.
- Pues yo sí que tengo algo que decirte de parte de mi rey – se sacó Tehr totalmente de la manga jugando con las cartas que poseía en aquel inicio de la batalla que ese Señor del Dragón ni sospechaba. Con aquello estaba dispuesto a responder a la pregunta de Araghii -. El rey Kanian ha elegido el terreno en el que quiere luchar que se encuentra al noroeste. Solicita que Kerri se dirija hacia allí. Él ya lo está esperando.
- Bien – asintió el guerrero ensanchando su sonrisa -. A mi rey tanto le da el terreno. Estaremos allí a media mañana. Rezad todo lo que sabéis antes de morir, estúpidos.
Dicho esto, el jinete hizo que su caballo se encarase más hacia el sur, y espoleó al equino a cabalgar para dirigirse hacia los suyos. Tehr, sin perder un momento, se reunió con los vigías y los instó a cabalgar lo más rápido posible hacia el campamento. Llegó allí cuando éste estaba prácticamente desmontado y dejó su orequs en manos de uno de los escuderos que iban a limitarse a cuidar de los caballos y a ayudar a transportar a los heridos. Con paso vigoroso y en compañía de Mochuelo y los demás espías, buscó a Malr. Su hermano se encontraba muy cerca de los acantilados que daban al océano contemplando el Jonko. Cuando llegó hasta él, le relató la conversación y su rostro pareció animarse.
- Es tal como habíamos pensado: nos desprecian y nos consideran poca cosa.
- Puede que sea una estrategia.
- Lo dudo – musitó su hermano con convicción -. Kerri está muy seguro de sus fuerzas. Tiene a quinientos Señores del Dragón, ciento veinte mil soldados de infantería y zepelines con artillería. ¿Y qué tenemos nosotros? Doce Jinetes Mecánicos, noventa y dos mil soldados y un puñado de científicos. Kerri cuenta con los poderes de un Dios y nosotros no tenemos ni a Nïan ni a Cronos para ayudarnos.
>> Necesitamos que piensen que tienen las de ganar para conseguir mimbar sus fuerzas hasta que legue Kanian. Cuando lo haga, él nos dará la victoria.
El erudito asintió y miró con aprensión a Ydánia que se acercaba a ellos. La joven portaba una túnica negra sobre su cuerpo delicado que no había luchado nunca en una guerra. Ella lo miró con amor y confianza y él aguantó las ganas de obligarla a marcharse de vuelta a Mazeks. Pero eso era imposible. Después de Kanian y Cronos – y posiblemente Kerri -, Ydánia era la persona más poderosa de Nasak. Su control de la oscuridad era vital si querían aguantar hasta que Kanian y Gia regresaran.
- Estamos listos, general – dijo con el rostro serio.
- Bien. Ve a tu puesto y espera la señal.
La joven asintió y se marchó.
Malr dejó de contemplar aquel océano que siempre había visto desde pequeño y expulsó los recuerdos de su mente para concentrarse en la inminente batalla. El campamento ya había sido desmontado y él se apresuró a subir a la tarima dispuesta para él expresamente y esperó a que todo su ejército se colocara en filas ante la tarima y que sus ojos se fijaran en él. Cuando eso ocurrió, tomó aire.
- Ha llegado el día que tanto habíamos esperado – su voz, amplificada gracias a las sombras reptantes creadas por los científicos, era escuchada por todo el ejército de noventa y dos mil guerreros-. Después de cien años, nuestro momento ha llegado. Nuestros padres, madres, hermanos, hermanas, abuelos y abuelas lucharon en el pasado para conseguir aquello que estamos a punto de tocar con la punta de los dedos: nuestra libertad.
>> Xeral, el tirano, se hizo con el poder de manera rastrera y traidora. Asoló al pueblo de Nasak en un mundo lleno de injusticias y tinieblas. Su hijo, continuando con una monarquía ilegítima, pretende seguir los pasos de su difunto padre. Y, nosotros, los partidarios de la dinastía del rey Varel, decimos basta.
<< Los Dioses decretaron que Kanian, el dragón, el heredero de Zingora- nuestro gran padre -, es el destinado a reinar el continente. Y hoy, al fin, podremos lograr que se cumpla la voluntad de Urano y Gea y que el pueblo vuelva a vivir como antaño: sin abusos por parte de la nobleza, justicia y equidad.
>> Por ese motivo mi padre, el General Rojo, creó a los Activistas, para devolver al continente su antiguo esplendor. Y ahora, yo, Malrren, en este día, os digo que nosotros, los partidarios del Dragón, estamos dispuestos a dar nuestra vida por lograr lo que nos quitaron hace cien años.
>> ¡Hoy, todos nosotros, los que hoy estamos en la antigua capital de Arakxis, estamos dispuestos a ganar! Hoy no somos activistas de poca monta que no tienen nada que hacer contra el Señorío, somos un ejército. ¡Somos el ejército del Dragón! ¡Y, como tal, vamos a ganar y a devolver el trono a su verdadero dueño! ¡Hijos e Hijas del Dragón, Mestizos y Mestizas, Hijos e Hijas de los Hombres, luchad por vuestros sueños, por vuestra libertad! ¡Luchad por el nuevo reino de Nasak y por nuestro rey Kanian!
- ¡Por Nasak y por el rey Kanian! – vociferaron los guerreros al unísono. Los ojos de Malrren se llenaron de lágrimas.
- ¡Y, ahora, preparaos y luchad! ¡A las armas!
- ¡A las armas! – corearon una y otra vez con sus espadas apuntando al cielo.
Aquel era su grito de guerra.
Una que acababa de comenzar para llegar a su final
***
Kerri contemplaba satisfecho como su esplendoroso ejército de infantes descendía de los zepelines. Tánatos, su magnífico y "vivo" dragón mecánico, estaba recostado tranquilamente esperando una orden suya para ponerse en marcha al igual que todos sus subordinados.
Lednar, como su mano derecha y General de generales, daba las órdenes pertinentes para la distribución de la infantería. Los demás Señores del Dragón, desconectados de los tubos y tomándose las pastillas reconstituyentes y demás brebajes para recuperar las fuerzas, no se habían tomado muy bien sus órdenes. No querían limitarse a esperar para atacar. Deseaban arrasar con todo y prenderle fuego a la llanura de Sirakxs, mas él, no deseaba tal cosa.
Sintiéndose superiores, los Señores del Dragón despreciaban a los soldados de infantería. Para ellos no eran nada, eran la purria del ejército. Personas insignificantes sin las cualidades ni la sangre adecuada para haber logrado superar o realizar el entrenamiento pertinente para ser un Señor del Dragón, algo tremendamente duro y que se comenzaba desde la más tierna infancia.
Él conocía muy bien en qué consistía aspirar y lograra comandar un dragón mecánico, pero nunca creyó que los soldados de a pie fuesen inferiores. Al contrario, aquellos eran más valientes por no tener el soporte de una máquina voladora que te daba el noventa por ciento de la victoria.
Pero, no era únicamente por ese motivo por el que prefería mantener la distancia entre sus Señores del Dragón y el ejército de Kanian: era el factor sorpresa. Aquel que su primo ya utilizase contra Xeral en la batalla de Queresarda o con él mismo en la de Mazeks. Kerri no sabía de qué era capaz Kanian en realidad y, con la ayuda de aquel maldito de Cronos, no sabía a qué atenerse. A pesar de creer firmemente en su victoria, no quería menospreciar al enemigo y perder como hiciese en Mazeks unos meses atrás.
"Allí me confié. Hoy no pecaré del mismo modo."
También lo había inquietado las respuestas que le trajese su mensajero enviado a parlamentar con algún emisario de Kanian. Kerri sabía que su primo no iba a rendirse, y quería tener una idea de sus planes o, como mínimo, desconcertarlo. No sabía si lo habría logrado o no, pero le escamaba que Kanian pidiese luchar en un lugar concreto en la llanura. ¿Por qué le pediría algo así? ¿Qué estaría tramando? Por los informes de sus espías, había logrado conseguir un ejército considerable, aunque no tenía cifras: los activistas habían logrado evitar que ninguno de los suyos se infiltrara en su ciudad.
Kerri, como gran estratega, había contado con ello y se había formado una idea aproximada de una posible cifra. Seguramente, todos los grupos activistas se habrían unido más algunos ciudadanos libres que veían la oportunidad de vengar a sus antepasados. Con todo, él calculaba que el ejército contaría entre ochenta y noventa mil guerreros de infantería y algún dragón mecánico suicida que acompañaría a Kanian en su forma de dragón.
Lo mirase por donde lo mirase, él era superior. Tenía muchos infantes y quinientos Señores del Dragón y doce zepelines de guerra. Él tenía la más grande de las ventajas, pero lo del terreno lo escamaba.
Kerri visualizó el mapa de la zona que había memorizado el día anterior. Era una llanura donde la única defensa natural que existía daba al mar. Los acantilados no servirían de nada contra él y su basto ejército. ¿Por qué deseaba luchar tan cerca de ellos?
- ¿Majestad?
Lednar, frente a él, lo llamó reiteradas veces. Cuando finalmente Kerri le prestó atención, éste le informó que la infantería ya estaba lista para partir.
- Bien, que se adelanten. Nosotros iremos tras ellos cuando los zepelines estén listos para zarpar.
El general asintió y dio la orden pertinente mientras él continuaba cavilando ante la petición que el erudito de los activistas le había transmitido a uno de sus Señores del Dragón. Sin llegar a ninguna conclusión, Kerri decidió caminar hacia su descomunal dragón de diez metros de altura y veintisiete de largo. Allí, además de las dos Erinias, atada a un poste, se encontraba Galidel.
Esta vez, a sabiendas de lo ocurrido la vez anterior, el rey no había utilizado ningún tipo de droga sino sus poderes temporales para mantener al bebé dragón y a la madre a raya. Había dejado los poderes de aquel neonato dragón en suspenso y, sin la fuerza mágica de su hijo, Galidel era una mujer normal y corriente incapaz de desatarse de aquel poste de hierro clavado al suelo bajo la atenta mirada de Tánatos, Alecto y Megera.
- ¿Qué hay en Sirakxs? – le preguntó sin preámbulos. La mestiza alzó el rostro.
- ¿De qué habláis?
- Lo sabes perfectamente. Mi primo quiere luchar muy cerca de los acantilados y del océano. ¿Por qué?
Galidel lo miró a los ojos casi sin parpadear. Finalmente, sus labios resecos formaron una sonrisa.
- Si me soltáis, os lo diré.
- Buen intento – dijo él acuclillándose frente a ella -. Pero no lo suficiente.
- ¿Queréis saber qué hay allí? – preguntó ella con un cierto exotismo en su voz.
Kerri, hechizado por su voz y sus ojos color miel, asintió con la cabeza acercando su rostro al de la joven.
- Lo que hay ahí son las ruinas del hogar que vuestro asqueroso padre destruyó – siseó ella llena de cólera -. ¿Nunca habéis sobrevolado esa zona con uno de vuestros dragones infernales? Son unas ruinas muy interesantes donde Kanian destruyó a unos cuantos Señores del Dragón. Lo mismo hará esta vez.
El rey se quedó contemplando el rostro furibundo de ella unos momentos antes de levantarse. A los pocos minutos, el capitán de uno de los zepelines le informó que estaban listos para partir. Kerri se volvió entonces hacia los dos guardias mortales de Galidel.
- Vigiladla bien y no os separéis de ella – les ordenó. Los dos asintieron con gran solemnidad.
Estando todo finiquitado y preparado, Kerri subió sobre Tánatos en compañía de las dos Erínias. Cuando hizo que su gran montura ascendiera a los cielos, los zepelines y los Señores del Dragón lo imitaron con celeridad. Siguiendo el rumbo que le dijera el mensajero, teniendo el sol en posición avanzada – Kerri calculó que serían las diez de la mañana y que sus infantes habrían llegado a destino hacía más de una hora – se apresuró a llegar al campo de batalla. Pero entonces, cuando hacía diez minutos que volaban, unos extraños sonidos sacudieron el lugar. Aquellos sonidos eran fuertes y sibilantes. Una colosal sacudida zarandeó la tierra y una columna de polvo se alzó a lo lejos.
Con un mal presentimiento, Kerri apremió a Tánatos a volar a mayor velocidad. A los lejos, desde aquella altura, el rey fue testigo de cómo grandes piedras eran lanzadas desde numerosas catapultas contra su infantería. Ésta, dividida en dos y con numerosas bajas en sus filas rotas y desordenadas, estaba siendo carne de catapulta para los enemigos.
Y no sólo eso.
Para su gran sorpresa, de la nada, unas grandes torres aparecieron ante sus ojos en la zona de los acantilados. Contando siete pisos, en tres de ellos había dos grandes ballestas apuntando hacia sus Señores del Dragón. Antes de que pudiese decir una palabra, las descomunales piedras de las catapultas y las grandes saetas con puntas en espiral, volaron por el cielo en su dirección dispuestas a matar.
Aclaración sobre el significado de manípulo: Unidad de la legión romana ideada durante las Guerras Samnitas. Cada uno estaba compuesto por 160 infantes con las reformas que hizo el cónsul Cayo Mario en el 107 a.c. Para esta novela se ha cogido el mismo término y la misma unidad que puede variar según el número total de cada uno de los escuadrones de cada general.
Nota de la autora:
Muy buenas a todos:
A causa de mis estudios en la universidad, en las semanas siguientes no podré subir tan regular como hasta ahora a causa de que ya llega la época de exámenes y el final del curso. Por ende, no sé si podré subir el sábado que viene ya que tengo que hacer un trabajo importante y empezar a estudiar.
Agradecer que comprendáis mi situación y el por qué no me puedo dedicar a esto como yo quisiera que, además, lo hago sin ánimo de lucro.
Atentamente: Ester.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro