Capítulo cincuenta y dos
Tu sino es un hilo más del destino
Cronos no se movió ni un ápice. Sus iris dorados contemplaban la figura altísima de Universo, sin atreverse si quiera a pestañear. El ser primigenio, el creador de todo lo que había en el universo, traspasó el lindar del mausoleo y sorteó como un niño travieso los cascotes de mármol de las columnas dóricas.
Gia aferró con más fuerza el cuerpo desvanecido de Alakëm mientras el Universo se acercaba a él con paso vivaracho y una sonrisa armoniosa y hermosa en su rostro de rasgos divinos. Sus iris de color lila parecían girar alrededor de sus pupilas, como si a cada momento viera una y mil situaciones y escenas distintas a una velocidad vertiginosa; como si todos los sistemas solares estuviesen allí concentrados. Seguramente fuese así ya que Universo era el único ser omnisciente que existía.
Él era el único que conocía el pasado, el presente y el futuro y todas sus variantes posibles.
Cuando había sido un Dios, lo había visto en contadas ocasiones y nunca en solitario ni tan de cerca. Conforme se iba acercando a su posición, su cuerpo fue tornándose más rígido al igual que sus extremidades comenzaron a temblar. Aquel cuerpo grácil y esbelto exudaba un poder tan abrumador que su cuerpo mortal – al ser incapaz de no mostrar sus emociones – delataba su verdadero estado de ánimo. Aun así, intento controlar sus temblores pegándose al cuerpo cálido de su compañero.
Universo se detuvo a unos pocos pasos de él y lo miró de arriba abajo. Su cabello negro flotaba a su alrededor al igual que el bajo de su toga morada.
- No hace falta que lo sujetes con tanta fuerza; no voy a hacerle daño – informó él en tono dulce, el mismo que utilizaría un padre amoroso con su hijo pequeño el cual todavía tiene mucho que aprender de la vida. Eso no le gustó ni pizca al antiguo Dios del Tiempo.
¿A qué cojones jugaba? ¿Para qué aquella pantomima? Había creído que nadie sería capaz de detectarlo si evitaba usar demasiada cantidad de sus poderes. Además, se suponía que lo amparaba la regla de oro que el mismo Universo había creado: los Dioses no pueden entrometerse en los asuntos mundanos y, aquello, era un asunto del mundo de los mortales en toda regla desde que él dejó de ser un Dios inmortal. Aun así, debía ganar un poco de tiempo para pensar cómo salir de ese embrollo aunque tuviese frente a él al único ser que lo sabía todo en todo momento.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó lo más tranquilamente que pudo.
- ¿De verdad no lo imaginas? – respondió éste mostrándole una sonrisa de dientes brillantes que le heló la sangre. Y eso que no había ningún tipo de amenaza en ella.
El Universo rio con ganas durante unos segundos antes de darse la vuelta y encaminarse de nuevo hacia el mausoleo.
- Deja aquí al chico y sígueme. No temas, no le pasará nada – le aseguró -. Te doy mi palabra de Dios primigenio.
Cronos cogió a Alakëm en volandas y siguió a Universo. Éste levantó la mirada e iba a repetir sus palabras, pero no las pronunció al ver lo que pretendía hacer Giadel. El chico deposito al Hijo de Dragón con cuidado en uno de los escalones y le apoyó la espalda en una de las columnas que estaban en pie y libre de cascotes y polvo. Cronos observó al Universo y se dispuso a seguirlo. Le había dado su palabra y la palabra de un Dios jamás podía quebrantarse. Si se hacía, el caos se desataría y el Dios sería destruido por transgredir el orden que había dado con su palabra.
En absoluto silencio, el joven siguió a su inesperado guía. Con la misma soltura – aunque no con la misma gracia sobrenatural que el Dios primigenio -, Gia saltó los cascotes de las columnas y contempló la entrada abierta del mausoleo. Las dos hojas abiertas no se movieron mientras entraban: la salida permaneció abierta. ¿Qué estaría planeando aquel ser omnisciente?
El sonido de sus botas era el único sonido que repiqueteaba en sus oídos mientras cruzaban la pronaos, el vestíbulo del mausoleo de Cronos. Unas hermosas teas encendidas iluminaban aquella primera estancia de las tres que componían aquel lugar. Ricas columnas y altos relieves de distinta flora y fauna decoraban los techos. Universo siguió avanzando y él lo siguió bajo la brillante luz.
El mármol brillaba con una blancura cegadora mientras dejaban atrás la pronaos y entraban en la sala principal: la naos. Sus dimensiones eran enormes y tenía dos filas de columnas corintias en el centro, las cuales sujetaban el techo. Los mismos altos relieves de la sala anterior decoraban la sala central de la construcción. Al final de la sala, Cronos vio una pequeña portezuela que conducía al opistodomo, el lugar donde se guardaría el tesoro del Dios.
Pero su tesoro, sus criaturas, estaban allí mismo: en la naos.
No creyó que los vería, al igual que no previó el dolor y la nostalgia que le invadieron el corazón. Matar a su Esfinge no había sido plato de buen gusto, pero ver allí a sus demás guardianes tampoco lo era.
Las Banshee, los Pesadillas, y sus Fuegos Fatuos... Todos eran estatuas de mármol diseminadas por toda la sala salvo los Fuegos que eran altos relieves en las paredes laterales. Gia dio unos pasos hacia sus pobres guardianes. Alzó una mano y tocó el morro de su Pesadilla favorito, el mismo que usaría en un futro para ver a Rea antes del desastre de La Fortaleza.
- ¿Qué les pasó? – preguntó Cronos dándole la espalda a Universo.
- Cuando tus padres te sellaron y construyeron este lugar, Urano apagó tu luz y ellos se apagaron también. Como forman parte de ti, se sumieron como tú en un largo sueño.
El joven se apartó del Pesadilla y recorrió la naos hasta colocarse en el centro de ésta. Contempló el techo antes de volverse hacia su acompañante inesperado.
- ¿Dónde estoy? – le preguntó. Sabía que no necesitaría matizar para que él comprendiera que se refería al Cronos de aquella época.
- ¿No te lo imaginas? – repuso de modo enigmático.
Giadel miró unos instantes el rostro sereno del Universo antes de caer en lo que él pretendía decirle con aquella pregunta. Dio un paso hacia atrás antes de mirar hacia abajo. El suelo, que también era de mármol como el resto de la construcción, cambiaba de material para ser de vidrio reforzado justamente en el centro de la naos. Allí debajo, colocado en posición fetal, estaba Cronos. El Cronos del futuro se quedó paralizado y boquiabierto al verse a sí mismo. De perfil y vestido con túnica y pantalones inmaculadamente blancos, tenía los ojos cerrados y el rostro en calma, aunque no en paz, con su largo cabello extendido sobre él como un manto. Bajo su cuerpo, una infinidad de flores de cerezo y almendro le servían de lecho.
No esperó verse así.
Cuando despertó con el derrumbe de Lasede, sus grandes poderes contenidos estallaron y destrozaron todo el mausoleo. Recordaba estar con sus criaturas sobre un manto de escombros y con el odio acumulado en plena ebullición. Imaginó todo tipo de confinamientos: estar metido en un ataúd y oculto en un sarcófago, estar encadenado en el opistodomo, empedrado en el interior de alguna de las paredes del mausoleo...
Pero así...
Dolía ver el trato tan decente que le habían dado sus padres; sobre todo su madre. Ella habría sido la artífice de las flores y Urano habría dejado a los suyos a su alrededor al igual que habría amansado a su Esfinge para que custodiara su sueño y evitar así que algún mortal lo perturbase durante su profundo su estado de inconsciencia.
Gia dejó que su cuerpo se derrumbase y cayó sobre sus rodillas. Con dedos temblorosos, pegó sus palmas y la yema de sus dedos sobre el vidrio brillante y acarició su superficie en un intento vano por acariciar el rostro de Cronos; el rostro que una vez tuvo y que, ahora, le parecía desconocido. Su cabello cobrizo, mucho más largo de lo que lo había llevado Giadel jamás, le ocultó el rostro de miradas ajenas.
Mas no así de que él vigilase todo lo que lo rodeaba.
Con gran velocidad, una digna de admiración y capaz de rivalizar casi con la de Alakëm, se puso en pie con su espada en la mano y apuntó con ella al Universo. Éste, que se le había acercado en el más absoluto de los silencios, ni se inmutó cuando la hoja le hizo un corte profundo en la mejilla. Sus ojos lilas no pestañearon y no movió ni uno de sus músculos faciales. Unos cuantos de sus cabellos volaron hacia el suelo al igual que una fina línea de sangre recorrió su mandíbula y barbilla. Una sonrisa sardónica afloró en los labios del Universo entero.
- ¿Qué pretendes? – siseó Cronos sin apartar la hoja de su arma de la garganta del Dios.
- ¿Yo? - preguntó con gran inocencia mientras la herida se cerraba con asombrosa rapidez, como si su rostro fuera de resina que, al juntarla, volviera a pegarse -. Eres tú el que me ha atacado a mí.
Sin borrar la sonrisa de su rostro, Universo tomó la hoja desnuda de su acero con la mano izquierda con inusitada fuerza. Y, a pesar de ello, ninguno de sus músculos se había contraído por el esfuerzo.
- Yo de ti la soltaría. No es de buena educación apuntar a alguien de tu familia.
Giadel apretó los dientes pero no obedeció a la divinidad primigenia sino que intentó soltar el arma de su amarre. Para su sorpresa, Universo soltó la hoja y permitió que él lo atacara. Con frialdad calculada, Gia empezó a lanzar tajos y estocadas a diestro y siniestro en los puntos vitales de cualquier ser humano. ¿Qué demonios estaba haciendo? Aquel ser omnipotente estaba jugando con él y él le estaba siguiendo el juego como un chiquillo enfurruñado. Jamás podría herirle ni tomarlo por sorpresa por mucho que se esforzara. Si antes lo había herido había sido porque él mismo así lo había decidido. Además, ninguna arma mortal podía matar o siquiera dañar a un ser inmortal como él.
¿Entonces por qué? ¿Por qué le estaba permitiendo descargar toda su ira contra él?
¿Pero era ira?
No, aquello era frustración.
Frustración por creerse más inteligente que el Dios primigenio omnisciente que todo lo controlaba y que todo lo sabía.
Después de diez minutos lanzando golpes inútiles, Cronos se dejó caer sin soltar su espada corta de doble filo. Todo él sudaba y estaba agotado.
- ¿Te diviertes? – le preguntó al Dios completamente abatido.
- Tal vez. Ni yo mismo lo sé. Es complicado experimentar sentimientos como los seres mortales. Tú deberías saberlo.
Sí lo sabía, pero la verdad es que no añoraba aquel tiempo en que era casi tan insensible como una roca.
- ¿Por qué?
Universo lo miró sin pestañear.
- ¿Por que qué? – le preguntó sin cambiar su expresión. Sabía perfectamente a qué se refería pero prefería no actuar como el ser que todo lo sabe y darle la posibilidad de explicarse, de exponer sus pensamientos en voz alta y no revelar su privacidad si él no quería.
- ¿Por qué no me has matado?
- ¿Por qué debería hacerlo? – le preguntó con una sonrisa paternal. Aquellas respuestas que eran preguntas lo estaban poniendo de los nervios.
- ¿Cómo que por qué? – dijo él exasperado, soltando por vez primera su arma y encarándose a su compañero -. Se supone que he roto las normas. No se puede viajar en el tiempo.
- ¿A no? – replicó Universo con picardía -. Pues parece que sí que se puede viajar a través del tiempo. Si no, no estaríamos aquí los dos teniendo esta agradable charla.
- Por favor – suspiró sintiéndose burlado ante el sarcasmo de su interlocutor -. No me gusta que me tomen por imbécil.
- Tal vez te tome por imbécil porque, sencillamente, eres un estúpido – habló ahora totalmente serio aunque con un tono de voz neutro -. ¿De verdad estás tan ofuscado que no puedes pensar con claridad?
Giadel no dijo palabra y se limitó a mirar a Universo con el ceño fruncido. Al ver que no sabía a dónde quería llegar, Universo suspiró y tomó de nuevo la palabra.
- ¿De verdad crees que has incumplido las leyes del universo? – Comenzó de nuevo con sus enigmáticas cuestiones -. ¿Realmente crees que si Urano y Gea no te han detectado ha sido por tu increíble plan de ocultar tus poderes? - Universo rio -. Ja, no ha sido por eso. Parece ser que dejar de ser un Dios te ha hecho olvidar lo más fundamental: puede que tus padres no sean omniscientes, pero en su "mundo", en su reino, nada se les escapa y lo presienten todo.
Tenía razón.
Claro que la tenía.
Una cosa era jugar al escondite siendo un Dios y otra siendo un mortal con los tenues poderes de una divinidad. Entonces... ¿cómo? Los ojos de Giadel se abrieron ante el giro que tomó sus pensamientos.
- Exacto – confirmó Universo que le había leído el pensamiento quisiera hacerlo o no -. Yo he ocultado la información a tus padres. Yo he hecho que ni Urano ni Gea te presientan al igual que ahora mismo están en la inopia de la profanación del mausoleo.
No podía creerse lo que estaba escuchando. Estaba completamente perplejo mientras el padre de los Dioses le explicaba aquella idea descabellada que él había pensado una décima de segundo antes.
- ¿Lo comprendes ahora? – el Urano del pasado dulcificó su rostro -. No has roto ninguna norma porque no había ninguna. Tu destino era venir aquí desde el principio: debías perder tu divinidad y venir al pasado para que tanto tú como Kanian lograrais el poder necesario para vencer a Kerri. Si no fuese así, jamás habrías podido arribar a esta época porque mi yo futuro no lo habría permitido.
El destino.
¿Desde el principio había estado escrito que todo aquello sucedería? Él que se sentía culpable por haber alterado el espacio tiempo y resulta que eso era exactamente lo que debía suceder.
- Entonces, todo lo que hemos estado haciendo durante todo este año aquí... - musitó sus pensamientos en voz alta.
- Todo debía ocurrir así. Vuestro encuentro con Zingora era necesario para que conociese la profecía que después diría a sus hijos y Kanian debía visitar el antiguo hogar de los dragones y deberá hacer algunas otras cosas para que los Elfos hallen a Zingora y lo maten.
Cronos se estremeció ante aquellas últimas palabras. ¿Nïan iba a ser el culpable de que Zingora muriese? Y así debía ser por muy triste que fuese. Si Zingora no moría, los Hijos del Dragón no emigrarían hacia Nasak y si no iban hacia allí, Urano no ofrecería la profecía del Marcado, el elegido de los dioses, y Kanian no podría nacer. Y si Nïan y los demás no nacían, no podrían regresar; desaparecerían antes de poder llegar al futuro y nada de lo que habían hecho habría tenido sentido.
- El destino es inescrutable y caprichoso – le recordó el Universo mientras recogía su arma y se la tendía por la empuñadura. Cronos la tomó y la guardó en la vaina -. Nunca sabemos lo que quiere de nosotros, pero debemos seguir sus designios. Incluso el libre albedrío está manipulado por nuestro sino. Y, ahora, haz lo que debes.
Universo se alejó del centro de la naos y se apoyó en la más cercana de las columnas corintias. Cronos se quedó completamente solo sobre su cuerpo confinado y dormido. Tomó aire por la nariz y toda aquella masa contenida la acabó soltando por la boca antes de volver a arrodillarse sobre el vidrio. Colocó las dos manos con las palmas abiertas sobre la superficie acristalada, concretamente sobre la parte central del cuerpo del Cronos durmiente. Alzó la mirada hacia el techo brillante y dejó que todo su poder – magnificado por la absorción de la Esfinge – lo rodeara. Todo él comenzó a brillar al igual que su cuerpo pasado. Una especie de cintas de infinidad de colores brillantes, salieron tanto de su cuerpo presente como el de su cuerpo divino.
Sus hilos temporales.
El hilo temporal del Cronos mortal se unió con el del Cronos divino y empezó a extraerlo. Para el Cronos Dios del Tiempo, perder hilo temporal no significaba nada: como tiempo viviente que era, su cuerpo no dejaba de producirlo. El cuerpo de Giadel empezó a temblar cuando aquel increíble flujo temporal lleno de vitalidad y de divinidad entró en su interior. Todos sus sentidos se expandieron y se sintió casi flotar mientras experimentaba de nuevo aquel poder abrumado y el tiempo mismo recorrer cada fibra de su ser de aquel modo tan intenso.
Estaba en éxtasi.
No quería separarse de su yo divino.
Quería volver a sentirse como antes: volver a ser un Dios.
Sentía una terrible nostalgia por ello y a la vez... El rostro de Galidel apareció ante él con una sonrisa en los labios y los brazos extendidos dispuesta a darle un abrazo. A su lado, Chisare también le sonreía cariñosamente.
- Cronos – escuchó que lo llamaban -. Estás sobrepasando el límite. Te vas a perder. ¡Suéltalo!
No podía dejar de mirarlas. Dioses, había intentado ser fuerte y no pensar en ellas, pero la cruda realidad era que las extrañaba horrores. Si volvía a ser un Dios, jamás podría volver a estar con ellas porque ya no existirían. ¿Estaba dispuesto a perderlas? Ellas dos habían sido las dos únicas personas que lo amaban y lo amarían a pesar de todo.
- Gia – lo llamó su gemela.
- Gali – musitó él alargando la mano para poder alcanzarla.
La visión se le emborronó y una fuerza arrolladora tiró de él cuando el hilo temporal del Cronos del pasado había tomado el control. Giadel cayó de espaldas con un golpe sordo y comenzó a toser y a temblar violentamente. Apretó con fuerza los dientes para no morderse la lengua e intentó focalizar lo que había a su alrededor. A su lado, rodeándole la cintura, estaba Universo con el rostro completamente turbio y el ceo fruncido. Por alguna extraña razón parecía contrariado. ¿A caso no había "visto" aquel hecho? No, claro que no. A pesar de ser omnisciente, el libre albedrío tardaba demasiado en manifestarse para que él pudiese verlo con demasiada antelación.
El mestizo, con la respiración agitada y la piel brillante, se sentó en el suelo de vidrio. El Universo ya se había incorporado todo lo largo que era.
Todo el cuerpo de Cronos sudaba; estaba en plena ebullición de poder. Se miró las palmas de las manos. Su hilo temporal había vuelto a introducirse dentro de él al igual que el del Cronos dormido. Su vista se aclaró, su cuerpo se aclimató a todo aquel abrumado poder sobrehumano y todo su sistema cambió de forma vertiginosa. Una arcada le sobrevino, pero logró no vomitar en aquel lugar inmaculado. Cuando todo terminó y su cuerpo aceptó con más fuerza y asimiló casi a la perfección su parte divina, el muchacho pudo levantarse.
Se sentía bien.
Muy bien.
Entero.
"Soy yo. He vuelto."
Y a la vez no era el Cronos, Dios del Tiempo, de antaño. Incluso sus poderes no eran exactamente iguales: eran superiores. Eran más livianos y fáciles de manejar. Unos poderes que no se gastarían tan rápidamente y que se regenerarían durante años sin necesidad de absorberlo de otra fuente.
- Gracias – le dijo de corazón al Dios supremo.
- No tienes por qué hacerlo – se encogió de hombros -. Debes recordar que siempre juego mis cartas como me conviene.
Desde luego.
Él era el único que tenía potestad para no de cumplir con la norma de no interferir en los asuntos mundanos. Él era el Universo, el padre de todo. Tenía el derecho divino para jugar y utilizar sus poderes omniscientes para hacer lo que creyese conveniente para que todo el orden cósmico continuase sin ser alterado.
- Y ahora debes irte – le medio ordenó -. Tu amigo estará a punto de volver en sí. Ya nada te ata a este lugar – le recordó.
Él asintió puesto que Universo tenía razón. Ya había cumplido con su misión. Ya había logrado lo que había ido a buscar. Asintió una sola vez antes de encaminarse hacia la salida sin volver la vista atrás. Debía volver con Alakëm y ratonar a Yurakxis para terminar, junto con Kanian, lo que habían ido a hacer allí.
- No pienses que ella no te ama – escuchó que le decía Universo -. Ella te ha amado desde el día en que te conoció y jamás dejará de hacerlo -. Cronos se dio la vuelta y miró los ojos lilas de su interlocutor -. Tenlo siempre presente. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Sí que lo sabía al igual que entendió perfectamente las segundas intenciones de esas palabras.
- Los sé – musitó con melancolía y amargura -. Sé que me ama al igual que la amo yo a ella. Mas, supongo que todo ese disparate tuvo que ocurrir para que acabara viniendo aquí, ¿verdad?
- Ella solo quería protegerte de la única manera que se le ocurrió: enterrándote en lo más hondo de su corazón y auto convenciéndose de que quería estar con Kerri y ser su reina. Supo ver lo más básico que ni tú mismo supiste percibir: la desigualdad de fuerzas entre Kerri y tú.
- Sí, ahora lo sé – musitó con humildad.
"Y he tenido que perderla y encontrar a otro alguien muy especial para poder darme cuenta de lo equivocado que he estado siempre."
Sin añadir ni una palabra más, Gia recorrió toda la naos y la pronaos en completa soledad. Las luces mortecinas de la galería en la que se encontraba el mausoleo no se podían compararse con la luminosidad del interior del mausoleo de mármol. Sorteando los destrozos, el guerrero fue hasta el Hijo del Dragón y se colocó en cuclillas ante él. Esperó hasta que el chico abrió los ojos el cual lo miró desorientado.
- ¿Gia? – le preguntó con la voz soñolienta.
- Sí, soy yo.
- ¿Qué ha pasado? – dijo mientras se pasaba una mano por el rostro y contemplaba su alrededor.
- Perdiste la consciencia después de la batalla.
Él lo miró no demasiado convencido de ello. Desde luego, aquella raza se creía tan superior que era una completa ofensa para ellos quedar fuera de combate.
- ¿Puedes levantarte?
- Sí, claro – le aseguró el chico. Aun así, él le tendió una mano y Alakëm se la tomó para incorporarse -. ¿No íbamos a entrar? – le preguntó cuando vio que Giadel bajaba el estilóbato.
- No temas. Ya he hecho aquello que he venido a hacer.
Él se lo quedó mirando sin moverse.
- ¿Qué eres? – le preguntó con el ceño fruncido y completamente confundido.
Con una sonrisa, extendió la mano hacia el muchacho.
- A veces la ignorancia es preferible a un conocimiento peligroso – le dijo con una sonrisa en los labios -. Cuanto menos sepas, más seguro estarás.
Alakëm no protestó, pero cuando le cogió la mano para bajar su rostro estaba enfurruñado como el de un niño chico.
- ¿Confías en mí? – le preguntó Gia a su compañero en el centro de la galería cavernosa.
- ¿A qué te refieres?
- Cierra los ojos.
- ¿Cómo?
- Si lo haces, te daré un beso – le dijo de manera jocosa.
- ¿¡Qué!? – exclamó el chico mientras Giadel se acercaba al joven y le tomaba la barbilla. Alakëm cerró los ojos cuando él acercó sus labios. Sin que estos se juntasen, Giadel utilizó sus nuevos poderes para transportarse directamente hacia Elamurk.
Si el Universo le había dicho la verdad, no tenían mucho tiempo más hasta que la vida de Zingora llegarse a su fin.
***
Universo vio como aquellos dos hijos suyos se marchaban del lugar antes de salir de las sombras. Una vez en la pronaos del mausoleo, el Dios utilizó sus poderes para reconstruir las columnas dóricas destruidas. Ahora todo volvía a la normalidad, como si nadie hubiese luchado contra un criatura escalofriante y como si jamás algún ser viviente hubiese pisado aquel mármol tan blanco e impoluto.
Sin hacer ni un solo gesto, el Universo hizo que las pesadas hojas que conformaban la puerta hacia la pronaos se cerrasen produciendo un débil sonido. Se quedó allí plantado unos minutos en completo silencio y sin moverse un ápice. Al parecer había llegado el momento de mover una ficha más en aquel tablero infinito y lleno de piezas interconectadas entre ellas.
- Sé que estás ahí, Eneseerí – dijo con la voz templada y dulce como una tostada con miel.
Un ente brillante y trasparente salió de tras una columna con un cuerpo difuminado como si fuese una voluta de humo. Sus rasgos faciales eran perfectamente reconocibles no así su cuerpo que parecía ser todo él un manto de colores apagados. La difunta miró con unos ojos rojos y amarillos al Dios sin acercarse a él.
- ¿Por qué me habéis traído aquí? ¿Por qué todavía no se me concede el descanso eterno? – le preguntó con una voz distorsionada y para nada humana.
- ¿Cuántas veces me has hecho ya la misma pregunta?
- ¿Y cuantas veces os habéis negado a contestármela?
- Soy un Dios y, por si no te ha quedado claro, el primigenio y creador del universo – le recordó con indulgencia -. No le debo explicaciones a nadie y mucho menos a un ser mortal. Simplemente no puedes fundirte conmigo y convertirte en otro tipo de fuente de vida.
Se hizo un corto silencio antes de que el alma de Eneseerí volviera a tomar la palabra.
- ¿Era él? – le preguntó.
- Es lo que será en un futuro todavía lejano.
- ¿Por qué ha venido de tan lejos?
- Porque ha cambiado – le respondió con sencillez -. En su corazón ya no anida el odio que sí acampa en el tuyo.
Ella rio con gran sarcasmo.
- Yo nunca quise convertirme en esto – le aseguró con amargura -. Jamás quise odiar a nadie. Me obligaron a ello cuando me mataron.
- Pero puedes dejar atrás ese odio.
Eneseerí negó con la cabeza.
- Me pedís un imposible.
- ¿No notaste nada diferente en él? ¿No sentiste una luz brillante en él?
Universo esperó paciente como el más abnegado de los progenitores y vio lágrimas rodar por las mejillas semitransparentes de la joven.
- Estaba cambiado, su rostro no era el mismo y, aun así, su esencia era igual de clara y pura que antaño – musitó la joven entre sollozos -. No había odio en su corazón; sólo amor.
La divinidad asintió y se acercó al alma atormentada y le colocó una mano en el hombro etéreo.
- Tú también puedes redimirte. ¿No sería maravilloso volver a estar con él? – le preguntó con dulzura -. ¿No te gustaría volver a sentir esa luz que desprende?
- Sí – dijo asintiendo con la cabeza para enfatizar su respuesta -. Sí que quiero.
- Entonces elimina tu odio. Y, una vez que lo hagas, deberás unirte a Urano y a Gea. Sólo así podrás renacer y estar con Cronos.
"Porque tú tienes una segunda oportunidad para estar con el amor de tu vida. Los dos podréis redimiros al final de toda esta lucha. Mas yo, a diferencia de vosotros, nunca podré volver a tener el perdón y el amor de Yggdrasil."
Si había un don que el ser mortal poseía era la capacidad de perdonar, uno que los Dioses primigenios eran incapaz de tener.
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