Capítulo cincuenta y cinco
El hombre malo
- Vamos, dime. ¿Qué se supone que he hecho?
Kerri, en absoluto silencio, dejó que la pregunta de su progenitor quedara en el aire. El sentimiento tan agradable y satisfactorio que había sentido hasta hacía unos minutos, había desaparecido de un plumazo y éste había sido substituido por una incipiente inquietud y una gran desconfianza.
Sus ojos amarillos miraban los anaranjados de Xeral y, de estos, pasó hacia la sonrisa socarrona, bella y maliciosa que exhibía su padre en sus labios elegantes y bien formados.
- ¿Qué te pasa, hijo? ¿Te ha comido la lengua un troll? – se burló con sumo encanto, como si todo fuese un juego inocente entre los dos -. Si no me dices a qué te refieres no puedo responderte con propiedad – continuó todavía con aquella extraña sonrisa -. He hecho tantas cosas que tendrás que especificar.
El rey parpadeó mientras digería las palabras, en apariencia inocentes, de su padre. ¿Qué quería decir con que había hecho muchas cosas? ¿Se estaba mofando de él o eran ciertas? Un sudor frío le recorrió la espalda desnuda y calentada por el sol del mediodía mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Era cierto que hacía muchos días que no veía a su padre y, el no verlo después de tener tantas veces la visión de su espíritu, le había escamado y, a la vez, la había extrañado.
Todo era completamente una locura. Él, que odiaba tantísimo al hombre que le había dado su sangre, se había acostumbrado a tener su fantasma al lado y a escuchar aquellos consejos que, aunque malicioso, lo habían ayudado en más de una ocasión. Pero, de repente, después de su matrimonio con Rea, Xeral había desaparecido cual enemigo asustado que se da a la fuga y se retira hacia sus tierras.
Al principio, su falta, no le importó. Agradeció no verle el rostro arrogante y no sentir sus palabras cargadas de veneno. Pero, a medida que transcurrían los días y él no aparecía... Empezó a sentir un mal presentimiento. ¿Por qué no acudía su padre a hostigarlo? ¿Dónde estaba su molesta figura diciéndole consejos y palabras hirientes? ¿Dónde estaba aquella mirada anaranjada completamente malvada y enajenada?
Kerri volvió a fijar sus iris en los de Xeral. Allí estaba, allí estaba aquel brillo demencial que asustaba y a la vez fascinaba por la fiereza y la convicción que escondía.
- ¿Qué has estado haciendo estos días? – le preguntó con el ceño fruncido.
Xeral, contrariado, chasqueó la lengua.
- No, no – dijo negando con el dedo índice muy cerca de su rostro risueño -. Esa no es la pregunta – terminó con voz cantarina -. Sólo voy a contestar una pregunta y es a la primera que me has hecho, aunque incompleta, hace unos minutos.
Kerri maldijo en su interior. Su padre siempre era demasiado precavido y siempre tenía mil y un plan dentro de aquella cabeza suya tan llena de malos pensamientos para el resto de los mortales. Aunque insistiera no iba a soltar prenda así que era mejor conocer una de sus intenciones que ninguna.
- Fuiste tú quien informó a ese desdichado de Negel dónde estaba Galidel – afirmó completamente seguro de sus palabras.
Xeral, que todavía se mostraba risueño, no cambió su expresión ante aquella sentencia.
- Sí, fui yo – asintió sin más preámbulos.
- ¿Por qué hiciste tal cosa? – le recriminó -. ¿No se supone que estás de mi lado?
El rostro de su padre cambió ante aquella última frase. Sus ojos brillaron con más intensidad y su sonrisa se ensanchó mucho más a la vez que se inclinaba con más desfachatez contra la balaustrada de la terraza.
- Claro que estoy de tu parte, hijo mío. Eres sangre de mi sangre. ¿Por qué no debería querer que vencieras tú? No soy tan rencoroso como para estar furioso contigo por haberme matado. No, por supuesto que no.
- ¡No te burles de mí! – exclamó Kerri apretando los puños y acercando el rostro hacia Xeral -. No oses hablarme en ese tono, como si yo fuese un pelele que bailase a tu son.
- ¿Y acaso no lo eres? - le preguntó con ironía y maldad.
El monarca estaba a punto de perder los nervios y los papeles cuando Xeral le dio unos golpecitos amistosos en el hombre.
- Vamos, vamos; era una broma – concluyó el Hijo de Dragón con una sonrisa animosa y cargada de una dulzura empalagosa -. ¿Por qué no enterramos el hacha de guerra? ¿No querías saber por qué había atraído aquí a ese estúpido Activista?
A regañadientes, Kerri asintió y Xeral, apoyando los codos en la balaustrada y mirando al mar, comenzó a hablar:
- Es sencillo: lo que pretendía era poner a prueba a ese dragón nonato y a su madre. Es decir, quería facilitarte el trabajo.
- ¿Qué narices estás diciendo? – quiso saber Kerri completamente anonadado.
- Lo que has escuchado: mi objetivo era que los sentimientos incontrolados de ese estúpido pusiesen a la chica contra las cuerdas para que mostrase su poder. ¿No fue asombroso? – le preguntó con un brillo alegre y calculador en la mirada naranja -. Qué manera de tomar el control. ¡Ese dragón que está por nacer va a ser muchísimo más poderoso que Kanian!
El horror y la perplejidad sumieron al joven monarca en la desazón. ¿Cómo había sido su padre capaz de hacer algo tan inmoral sólo para poder ver en primera línea el alcance de un poder todavía en desarrollo? No le había temblado el pulso a la hora de tomar como conejillo de indias a un joven enamorado y desesperado para sus propios fines. Porque, si había hecho aquello, no había sido por él sino para su propio beneficio. Ya que, si de algo estaba seguro, era que aquel Xeral que estaba ante él no era ninguna visión producida por su mala conciencia, sino que era él de verdad -como ya le dijese aquel en el pasado- y que él había intentado, por todos los medios, no creer.
"De todos modos, es mi propio sentimiento de culpa lo que lo ata a este mundo mortal. Son los lazos que lo unen a mí y a mi primo lo que le ha permitido no fundirse con el universo."
- ¿No le vas a dar las gracias a tu padre por lo que ha hecho por su hijo pródigo?
Kerri lo fulminó con la mirada recobrado la compostura.
No, no podía volver a sentir miedo y a dejarse engatusar por sus teje y manejes. Él ya no era un niño; era un hombre hecho y derecho. Era el rey de todo Nasak y, además, estaba vivo. Su padre estaba muerto por mucho que pululara como un insecto molesto a su alrededor. ¿Qué podía hacer un muerto? Nada, simplemente molestarlo y aparecérsele para hacerle sentir culpable.
No lo iba a conseguir.
"Soy fuerte. No voy a caer en tus juegos."
- Claro que sí, querido padre – le dijo con abierto sarcasmo -. Os doy las gracias de todo corazón. Fue un espectáculo digno de contemplar.
- Veo que vas aprendiendo, Kerri. Es indudable que eres hijo mío – lo felicitó con ironía.
El rey aguantó aquel comentario malintencionado. ¿Cómo osaba decir aquel hijo de perra que ellos dos eran iguales? No, nunca habían sido iguales. Él no iba a ser ningún tirano, es más, ya había comenzado a realizar decretos reales para bajar los impuestos a los ciudadanos más pobres y había decretado una ley para acabar con la prostitución infantil y la trata de blancas.
A Xeral jamás le interesó el pueblo: lo único que siempre había anhelado y querido había sido el poder absoluto. Ser el amo y señor de todas las vidas que anidaban en el Señorío. El sufrimiento y las penurias de los más desfavorecidos le traían al fresco: no le quitaba el sueño el ver los abusos de los nobles y de algunos Señores del Dragón. A él sólo le importaba el poder que amasaba y palpaba con sus manos, el cómo los nobles se arrodillaban ante él y le chupaban las botas y el trasero.
Él había pretendido vivir eternamente y decidir la vida de todos aquellos bajo su yugo.
Kerri no deseaba eso. Él quería una paz duradera y un equilibrio en el Señorío. Deseaba que la gente fuese feliz y que todos sus súbditos tuviesen una vida digna y sin fatigas.
"Y, con el poder de Cronos, podré conseguir todos estos sueños."
- Vaya, vaya – susurró Xeral a su lado mirando fijamente en dirección a la playa -. La cosa va a ponerse muy interesante.
Kerri, dejando de lado sus pensamientos, volvió el rostro hacia el lugar donde miraba su padre y, asustado, entró raídamente al palacio.
***
El día era demasiado brillante y bonito para su estado de ánimo. El rugido de las olas llenaba el lugar de una agradable sinfonía que a ella le atormentaba el alma. Se llevó la mano derecha al corazón y allí la dejó para escuchar sus latidos mientras cerraba los ojos bajo la luz incansable del astro rey.
Gali sintió que Nannah se removía en su interior entre sueños. Después del brutal e inesperado ataque de Negel y que ella lo matara; la mestiza no había sido capaz de volver a conciliar el sueño ni dejar de pensar. Había intentado abordar el tema con su hija una y otra vez. ¿Cómo había sido ella capaz de tomar el control de su cuerpo y ser capaz de diluir el efecto de una terrible droga? Su bebé, que parecía no entender, se limitaba a decirle que su "papi" las había ayudado.
- ¿Cómo podría ayudarnos tu padre estando tan lejos? – le había preguntado sin ser capaz de comer una ligera sopa de verduras que le había servido su doncella Tardelía, después de despertar de su desmayo producido al poco tiempo de que matase a Negel.
- Papi muy poderoso ahora. Es un verdadero dragón.
Y, con esas palabras enigmáticas, Galidel continuaba en la inopia y más llena de dudas y más preocupación que antes de tener aquella breve conversación.
El día de la batalla final estaba peligrosamente cerca y la joven estaba cada día más nerviosa y ansiosa. Sólo faltaban cuatro días para la fecha del desenlace, del momento en que la balanza se inclinaría en un lado o en otro. Se moría de ganas de ver a su familia, de sentirse querida y arropada por su gemelo y por su abuela; cerciorarse que los amigos y camaradas estaban bien y, sobre todo, necesitaba estar frente a frente con Nïan y decirle... Por Gea, necesitaba hablarle de la dragoncita que portaba en su vientre, deseaba que padre e hija se comunicasen; compartir con el hombre que amaba el milagro de la vida.
"Necesito que toda esta guerra termine ya. Me siento tan cansada..."
Galidel nunca pensó que llegaría a sentir aquella desazón, aquellas ganas de que todo aquel conflicto sangriento llegara a su fin. Desde que había nacido, no había conocido otro camino que el de la guerra sin cuartel; el de tener que entrenarse noche y día para intentar sabotear la monarquía establecida. Ella, que era una gran guerrera consumada, ahora que se encontraba en cinta y, para colmo de males, en manos del enemigo, se sentía agotada y sin fuerzas.
La impotencia de verse allí encerrada y sin posibilidades de escapar, y siendo el talón de Aquiles de Nïan, no ayudaba a que se sintiese mejor. Todo lo contrario. Desde el incidente con Negel que era incapaz de dormir más de media hora. El temor de ser atacada no la dejaba casi ni respirar y el miedo le atenazaba el corazón. Nannah, sabedora de sus inquietudes y temores, intentaba aligerar sus preocupaciones y transmitirle todo su cariño y amor.
Galidel sabía que no era bueno para su bebé que ella estuviese tan alterada y negativa; ansiosa y temerosa, mas no podía hacer nada para que aquel estado se evaporarse de su ser. La muchacha, sin apartar la vista del mar en calma, apartó la mano de su corazón alterado. A pesar de intentar consolarse con aquel hilo invisible que lo unía a su amado príncipe, había una parte que no podía contentarse con eso.
Por los Dioses, había pasado tanto miedo y había necesitado tanto a su amado Kanian y a su adorado Gia cuando Negel intentó violarla... ¿Qué hubiese pasado si Nannah no hubiese tomado el control?
¡No quería ni pensarlo!
Y, aun así, era incapaz de no ver las horribles y estremecedoras posibilidades. ¿Por qué nadie había acudido en su auxilio al escuchar sus gritos? ¿Por qué Kerri, a pesar de haberle prometido protegerla, no había acudido más que cuando el peligro ya había pasado? ¿Habría sido él el verdadero culpable de la visita de aquel traidor?
La joven miró hacia su derecha. Torreón, como siempre, estaba vigilándola a quince pasos de distancia. Frunció el ceño. Estando aquel muro de carne humana no podía mostrarse tal cual se sentía; debía fingir que estaba bien y no dejar traslucir sus verdaderas emociones. Y era tan duro pasar casi las veinticuatro horas del día fingiendo un orgullo y una dignidad que no sentía que, si Nïan no la sacaba de allí, al final se rompería en mil pedazos.
"Si al menos Rea me acompañase."
Galidel apartó el rostro del precioso mar azul y contempló sin pudor la figura de Kerri apoyado en la balaustrada de la terraza del palacio. Gali era incapaz de no sentirse apabullada y cohibida cada vez que contemplaba al monarca en el interior del cuerpo de Cronos. Su piel brillaba dorada de manera antinatural y era tanta la perfección de toda su anatomía, que era prácticamente imposible no sonrojarse y no sentirse atraída por él. Mas, a pesar de aquella belleza imposible y divina, se escondía un hombre duro y calculador que había prohibido que Rea y ella hablasen de continuo.
¿A qué le tenía miedo?
¿No se fiaba de Rea? ¿O tal vez temía el amor de su esposa por Cronos el cual jamás desaparecería?
"Creo que, más bien, me teme a mí y a la niña que llevo en mi seno."
La mestiza no apartó la mirada de Kerri. Éste, que la había estado observando, se volvió hacia su izquierda y, a pesar de estar lejos, pudo ver que movía los labios. Estaba hablando, pero ¿con quién si allí no había nadie? Torreón, vigiándola en absoluto silencio, no le dijo nada por estar allí plantada como una palmera contemplando a su rey. Un estremecimiento recorrió la columna vertebral de la joven que no se veía capaz de seguir con su rutinario paseo. ¿Por qué el cuerpo semidesnudo del Hijo del Dragón se había tensado? ¿Por qué su rostro se mostraba perlado de rabia y de inquietud?
Pero lo más inquietante era no saber con quién narices hablaba.
- El hombre malo.
Galidel apartó la mirada de Kerri y se miró el vientre. Su hija acababa de despertarse y, para sorpresa de la muchacha, sintió que su pequeña estaba nerviosa, y totalmente en alerta. Si estuviese en sus brazos, Gali estaba segura de que vería la piel de su niña erizada como la de un puercoespín.
No era la primera vez que Nannah utilizaba ese término para referirse a Kerri pero algo le llamó la atención: no siempre lo llamaba de aquel modo al igual que tampoco se ponía tan nerviosa y alterada cada vez que el monarca estaba cerca. Sólo en algunas contadas ocasiones había manifestado aquella reacción. Y, la última vez fue cuando Negel se puso a hablar solo.
¿Solo?
¡Negel también había hablado con el vacío igual que ahora lo estaba haciendo Kerri!
- ¿Pero cómo...? ¿Cómo puedes moverte? ¡Me aseguraste que no podría moverse!
Mientras pronunciaba aquellas palabras, Negel había estado buscando algo entre la oscuridad de su habitación, esperando una explicación por parte de alguien que, al parecer, sólo él podía ver.
¿Y si era cierto? ¿Y si esa noche había alguien allí que ella no pudo ver?
- Nos está mirando. No me gusta – gruñó su hija de forma lastimera.
- Nannah – le dijo ella hablándole a través de su mente - ¿Quién nos está mirando?
- ¡El hombre malo! – insistió la niña. Galidel llevó sus ojos miel hacia la terraza y contempló cómo Kerri, tenso y hablando haciendo aspavientos con las manos, le daba la espalda.
- Dime quien es, cariño. Mamá no puede ver al hombre malo.
Su hija no le respondió, más bien hizo algo con su creciente poder mágico. Una corriente electica recorrió su cuerpo y, ante su completa estupefacción, al lado de Kerri apareció otra figura que antes no estaba allí. Aquel cuerpo masculino y bastante traslúcido, la contemplaba con sumo interés con unos ojos naranjas calculadores y siniestros.
Galidel fue incapaz de tragar saliva al ser consciente de lo que estaba viendo con sus propios ojos.
- El hombre malo – volvió a repetir la niña como queriendo señalar al ser que estaba junto a Kerri -. Él es el que quiere hacernos daño.
Un sudor frío recorrió su cuerpo y su respiración se agitó al igual que un terror visceral le subía desde su estómago hacia su garganta quedándose instalado en su pecho.
No podía ser verdad.
No podía estar viendo aquello.
Galidel cayó de rodillas sobre la arena abrazándose a sí misma. Torreón se colocó a su lado y le dijo algo que ella fue incapaz de comprender. En su mente sólo era capaz de ver una y otra vez el resplandeciente y rejuvenecido rostro de Xeral. ¡¿Cómo podía ser posible?! ¿Cómo podía estar allí si Xeral estaba muerto y bien muerto?
Alzó de nuevo el rostro y contempló a Kerri mirándola con preocupación y entrando al interior del palacio, abandonando a la carrera la terraza. Mas el ente, aquella figura completamente ataviada con regios ropajes, se apoyó más en la balaustrada para mirarla con más intensidad.
- Así que puedes verme – escuchó dentro de su cabeza. Galidel tembló en los brazos de Torreón que continuaba llamándola por su nombre -. No pensé que ese dragón pudiese ser tan poderoso – dijo con una voz maliciosa y codiciosa.
La joven, muda y temblando, era incapaz de decir algo, de moverse, de apartarse de allí. ¡Había sido él! ¡Él había llevado a Negel hasta ella para llevársela! ¡Xeral quería hacerse con Nannah, estaba completamente segura de ello!
- Muy lista, jovencita – la agasajó divertido -. Mucho más lista que el pelele de mi hijo y el bonachón de mi sobrinito. Fue una pena que la droga no funcionara. Pero así todo es mucho más interesante, ¿no te parece?
Con aquellas últimas palabras, Xeral se apartó de la balaustrada y desapareció. El terror que anidaba en su pecho y alma y que mantenía bajo control a duras penas, afloró y recorrió todo su cuerpo como si se tratase de un veneno de rápida absorción.
- No – musitó con los ojos muy abiertos y con lágrimas en las mejillas -. No te la llevarás. ¡No permitiré que te la lleves! ¡No tendrás a mi hija, malnacido!
Sin dejar de retorcerse, gritar, maldecir y llorar; Galidel cayó desfallecida en los brazos de Torreón justamente cuando Kerri llegó a su lado después de comprender que Galidel había visto a su padre.
***
Rea suspiró y volvió a contemplar el rostro demacrado de Galidel. Después de que Kerri la avisara del ataque de la cautiva, había acudido a sus aposentos para cuidar de ella. Su esposo no le había dado demasiadas explicaciones, simplemente le había relatado cómo él, tomando el sol en la terraza, había visto que la joven mestiza entraba en un total estado de nerviosismo y que, al poco, había perdido el conocimiento.
Tardelía escurrió la pequeña toalla en la palangana con té y romero caliente y se la volvió a colocar a Galidel en la frente.
- Pobre señorita – se lamentó la buena doncella mientras se secaba las manos en el delantal y se marchaba a la cocina para preparar un brebaje reconstituyente que despertara a la joven.
A solas, Rea tomó la mano de la hermana de Giadel/Cronos y contempló el mar que se veía por la ventana. ¿Qué le habría sucedido para que perdiese de aquel modo los estribos? Durante todo el tiempo que portaba allí encerrada, había aguantado el tipo con gran resolución, coraje y valor. ¿Cómo podría venirse ahora abajo? ¿Se había vuelto más aprensiva a causa de su embarazo o tendría algo que ver el incidente con aquel activista traidor que había intentado secuestrarla?
Un jadeo la sacó de sus pensamientos y la reina del Señorío se volvió hacia su amiga. Gali acababa de abrir los ojos y parpadeó durante unos instantes. En sus pupilas podía leerse su desconcierto.
- Gali, ¿cómo te encuentras? – le preguntó acariciándole con afecto la mano que sujetaba entre las suyas.
- Como si un zepelín me hubiese aterrizado encima – balbuceó. Rea le pasó un vaso de agua y la ayudó a incorporarse para que pudiese beber -. ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?
- Llevas casi un día inconsciente –la informó aliviada al ver que, al fin, había abierto los ojos -. Ayer te pusiste muy nerviosa y perdiste el conocimiento.
Al principio, su amiga la miró sin comprender, pero al cabo de unos segundos, sus ojos parecieron aclararse y su rostro se tornó más pálido que la nieve y su cuerpo comenzó a temblar.
- ¿Gali? – la llamó completamente preocupada.
- ¿Es que ni muerto nos va a dejar en paz? – siseó la mestiza antes de apretar los dientes.
- Cálmate – la instó Rea sin saber a qué se refería -. No debes ponerte así, piensa en tu bebé.
Al decir el sustantivo bebé, Galidel pareció recobrarse y dejó de temblar. Su mirada se aclaró y parecía estar viendo algo dentro de su cabeza que Rea ni siquiera podía llegar a imaginar.
- Claro, eso es – musitó. Rea, mirándola sin comprender, dejó que Galidel la tomara de las manos y que se acercara mucho a ella -. Necesito que me hagas un favor – dijo atropelladamente.
- Si está en mi mano ayudarte – repuso ella solícita y amable..
- Tienes que hacerlo sí o sí – insistió Gali con la mirada febril y las mejillas coloradas -. Júramelo. Si de verdad amas a Cronos y deseas que se salve en la batalla, júrame que harás lo que te pida.
- Galidel... - tartamudeó la joven reina sin saber muy bien que decir -. Yo no...
- ¡Júralo! – insistió con más brío - ¡Si no quieres que este mundo se destruya y que todo lo que amas mura, júralo!
- ¡Está bien! – asintió Rea asustada ante aquel estallido de terror que pudo percibir en su ruego desesperado -. Lo haré – le aseguró.
- En las montañas del sur, en el territorio donde nací y crecí, allí vive un gran grupo de Golems –le explicó casi entre susurros y con gran rapidez.
- ¿Golems? – preguntó ella sin saber a qué se refería.
- Son espíritus muy poderosos que residen en gigantescos cuerpos de piedra. Debes ir allí y lograr que el grupo te siga hasta Arakxis.
- ¿Cómo? – exclamó la joven apartándose de la enferma -. No puedo hacer eso. No puedo irme de aquí.
- ¡Me lo has jurado! – le recordó.
- ¡Sí pero no puedo irme de aquí sin que nadie se entere y mucho menos a ver a seres que tienen toda la pinta de ser peligrosos!
- Lo son – corroboró la joven -. Lo cierto es que todos son hostiles y lo serán aún más contigo por ser una extraña.
El miedo se instaló en el corazón de Rea.
- Si lo sabes, ¿por qué me has hecho jurar algo tan sumamente peligroso? ¡Yo no soy ninguna guerrea! No sé defenderme.
- Pero eres la hija de los Dioses.
Rea entreabrió la boca para protestar, pero no dijo nada. Cronos la habría informado de toda su historia así que no debería extrañarle que supiese sus verdaderos orígenes.
- Estoy segura de que, con la ayuda de Gea, podrás hablar con Ankh y lograr que todos ellos te sigan hasta la batalla.
- ¿Ankh?
- Es mi amigo – dijo con una sonrisa afectuosa en su rostro -. Si logras que él te escuche, él se encargará de convencer a los demás para que luchen de nuestro lado. Si no, Kanian no tendrá posibilidades de vencer. A dos enemigos a la vez no.
Rea iba a volver a protestar cuando se abrió la puerta. Esperando ver a Tardelía, la joven hija de los Dioses se sorprendió de ver a su esposo y rey ataviado con una armadura ligera de cuero con refuerzos de fino pero resistente acero. A su lado, Lednar lo escoltaba como su más fiel General.
- Vaya, veo que ya estás despierta – habló Kerri con una sonrisa animosa en los labios -. Perfecto.
Ante una ligera señal de su mentón, Lednar avanzó, esposó a una inofensiva Galidel y la tomó en brazos como un saco de patatas.
- ¡Suéltame! – gritó la joven intentando apartarse de su captor.
- Tú vienes conmigo a la guerra – la informó Kerri -. ¿Creías que te iba a dejar aquí? No señora, eres una pieza clave en la batalla final y mi as en la manga para aplastar a mi querido primo y a ese metomentodo de Cronos.
- ¡Cobarde! ¡Abusador! ¡Poco hombre! Kanian y mi hermano te darán tu merecido a ti y a ese demonio que te acompaña.
Rea, sabiendo a qué se refería al fin, miró a su rey. Éste, con el rostro imperturbable, la ignoró, se acercó a Galidel y la cogió por el mentón.
- Lo estoy deseando – se apartó de ella y se volvió hacia Rea -. Volveré pronto y victorioso a por ti, amor mío, así que espérame tranquila.
Ella no dijo nada y correspondió dócil el beso de despedida de Kerri. Cuando los tres se marchaban, bajo la mirada suplicante de Galidel, Rea dijo más para su amiga que para su esposo:
- Sí, haré lo que me pides.
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