Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo catorce

Cuatro días antes: gritando tu nombre


Estaban a punto de llegar a la meta.

Faltaba tan y tan poco que se le aceleraba la respiración y el corazón que una vez fue de él y que parecía estar latiendo de un modo distinto al habitual: más rápido, más desesperado por llegar al desenlace de aquella complicada misión prácticamente suicida.

La científica, con lágrimas silenciosas en su pálido rostro, los guiaba en silencio por los pasillos sin que el sable de Tehr abandonara su cuello del cual salía un hilillo de sangre. Parecía estar en una especie de limbo; en un mundo completamente roto y desconocido para ella. Seguramente era la primera vez que sus inocentes ojos veían tal destrucción; una que es descontrolada y que es tan imprevisible e inesperada que no se puede prever.

Ellos siempre habían tenido todo bajo control.

Hacía cien años que se proclamaron los vencedores y ahora les tocaba perder.

En cambio, Gali siempre había perdido desde el día en que nació y, por fin, su suerte estaba dando un giro hacia la dirección de la victoria. Sólo faltaba una pieza más para que aquella primera partida ganada fuese completa.

Su rehén se detuvo finalmente en una puerta de metal completamente lisa con una maneta de hierro oxidado. Sin que ninguno de ellos tuviese que instarla a abrir la puerta, la joven colocó la mano en la maneta y la accionó hacia abajo. El pestillo de la cerradura hizo un sonido metálico y las bisagras chirriaron débilmente cuando Ydánia empujó hacia delante.

Tehr se hizo a un lado con la chica y Araghii, Pólvora y Sanguijuela dejaron que ella fuese la primera en pasar. El habitáculo era bastante espacioso y estaba iluminado por lámparas que colgaban de las famosas bigas que sujetaban el gran peso de la roca que conformaban aquella prisión de alta seguridad. A pocos pasos de la entrada había una mesa de acero con una sabana blanca sobre ella. A su izquierda y derecha estanterías clavadas en la pared y mesas de roble barnizadas con rollos de papel, tinteros y utensilios para hacer todo tipo de experimentos como alambiques, tarros de vidrio vacíos o con líquidos en su interior, tubos de plástico, jeringuillas, bisturíes, etc.

Y al fondo de todo, atado en un poste en forma de cruz con los brazos extendidos atados, la ropa sucia, el rostro macilento y con lágrimas de sangre, se encontraba su Nïan con muchos tubos conectados a sus antebrazos desnudos.

Por unos segundos, en un latido de corazón, Gali corrió hacia él con un terrible picor en los ojos que anunciaban las lágrimas que había estado conteniendo desde que todo había comenzado. Se acabó el mantener la cabeza fría y el corazón aislado.

Su alma gritaba mientras se acercaba a él. ¿Por qué le parecía que estaba a miles de kilómetros de distancia? Deseaba tanto abrazarlo y tocarlo. Por los Dioses, parecía más muerto que vivo y hasta que no comprobara que respiraba ni ella misma se veía capaz de hacerlo.

Al fin, después de una eternidad, sus brazos estuvieron sobre el cuerpo inmóvil de Nïan y lo abrazó mientras profería un sollozo. ¡Respiraba! Muy lentamente y de forma casi imperceptible; pero sus fosas nasales estaban cogiendo y expulsando aire. Sus manos, temblorosas, se posaron en sus mejillas pálidas y le limpió la sangre fresca que salía de sus ojos cerrados.

- Mi amor, ¿qué te han hecho? - le susurró mientras posaba sus dedos húmedos de escarlata en sus labios cortados y resecos.

Él no le respondió. Ni tan siquiera había abierto los ojos. No había dudas, ¡estaba bajo los esfectos de las drogas!

- Tenemos que desatarlo y quitarle esos tubos - dijo la joven con entereza mientras sus compañeros se habían adentrado en la estancia sin cerrar la puerta que estaba siendo vigilada por Pólvora para evitar así algún ataque por sorpresa enemigo.

- Yo lo haré - dijo de repente la voz de aquella mujer pelirroja que miraba al reo con los ojos grisees completamente rojos por el reciente llanto. Por la derrota de todo su mundo.

- No - negó ella categóricamente -. Ninguno de los tuyos lo volverá a tocar.

- Le harás daño - intentó justificarse la científica que se vio liberada del yugo del sable del erudito no así de sus grandes y delicadas manos que la aferraban como si en vez de dedos mortales fuesen grilletes fabricados por los Dioses todopoderosos.

- ¿Más del que tú y los tuyos le habéis hecho ya? - se burló ella con dolor en el alma -. No lo creo -. Galidel le dio la espalda a la joven y se volvió hacia Kanian que continuaba sin moverse -. Sanguijuela, Araghii - los llamó. Estos, prestos a su llamada fueron a su lado -. Desatadlo mientras yo le quito los tubos. Tranquilo amor, pronto serás libre - le dijo dulcemente mientras tiraba de un tubo.

La larga y fina aguja salió de su antebrazo derecho manchada de sangre y le siguieron tres más. Unas gotas cayeron en su mejilla y ella las ignoró mientras iba al otro brazo y procedía del mismo modo mientras las cuerdas y las correas que lo sujetaban por brazos, cintura y piernas estaban siendo desatadas por el general y su subalterno que habían comenzado por las piernas para evitar que el peso de la parte superior de su cuerpo se desplomara contra ella.

Con cuidado, Sanguijuela terminó de desatarlo y Araghii lo cogió entre sus brazos y lo depositó sobre el lecho de acero bajo la ansiosa mirada de la mestiza y de la propia científica que observaba horrorizada al prisionero liberado. Tehr frunció minimamente el ceño.

- ¿Qué portaban esos tubos? - preguntó en voz alta mientras Galidel limpiaba las manchas de sangre de las mejillas de Nïan a pesar de que más lágrimas seguían cayendo.

- ¿Qué es esto? - exigió saber a la científica acorralada -. ¿Qué le habéis hecho? - la mirada miel de la joven era más letal que un puñal clavado en un pulmón.

Ydánia tragó saliva visiblemente asustada ante su reacción. Si algo malo le habían hecho a su Nïan, Galidel no creía ser capaz de poder contenerse y no hacérselo pagar a esa malnacida que se comportaba como si no hubiese sido partícipe del sufrimiento del dueño de su corazón y de su alma mortal.

- Nada - tartamudeó al poco tiempo -. Sólo le hemos drogado.

- Pero tenía muchos tubos en su cuerpo - apuntó Tehr que estaba completamente en calma y estudiando la situación como erudito que era, sabedor de muchísimas cosas y de mil temas diferentes -. ¿Todos le inyectaban lo mismo?.

La nigromante asintió.

- Exacto aunque mezclado con alucinógenos, vitaminas y nutrientes para mantener su cuerpo sano - dijo apartando la mirada hacia el suelo -. Teníamos que asegurarnos de que su cuerpo no asimilara la droga y que su magia quedase permanentemente anulada para evitar que despertara y nos atacara.

Gali asintió. Claro, era lo más lógico. Kanian era terriblemente poderoso en su forma de Dragón y si hubiese tenido las más mínima oportunidad hubiera arrasado con todos ellos incluso siendo sólo un mestizo.

- ¿Cuándo despertará? - eso era lo único que quería y necesitaba saber.

La científica volvió a alzar la vista y sus ojos grises se clavaron en los suyos como si no hubiese entendido la pregunta. La mestiza le aguantó aquella mirada entre perdida y atemorizada con el corazón en un puño. Algo no iba bien. No, debía calmarse y no dejarse llevar por los sentimientos ni por las reacciones de la pelirroja.

- ¿Cuándo despertara, dices? - habló al fin la nigromante -. Yo... no lo sé.

Galidel tragó saliva.

- Pero sabes los efectos de esa droga y puedes hacer un cálculo aproximado ¿no? - insistió. A su lado la presencia de Araghii la reconfortó un poco. Aquel buen hombre se estaba convirtiendo en alguien muy importante para ella y también para su familia al igual que Kanian lo tenía en altísima estima. Y, en ausencia de Gia, él era lo más parecido a su hermano menor.

- No lo sé - repitió ella siguiendo en sus trece.

Eso la hizo desesperar.

- ¿Cómo no vas a saberlo? ¡Tú eres una maga negra, debes saber para qué sirve todo lo que hay aquí y como funcionan cada arte oscura!

La mano firme del general en su hombro impidió que ella se abalanzara sobre su prisionera y también el hecho de que Tehr se puso frente a Ydánia para protegerla de su desesperación ante tanta obstinación por no responder.

- ¿Por qué sigue sangrando? ¿Por qué no se le curan las heridas del brazo? - volvió a preguntarle a la científica mientras las lágrimas caían de sus ojos color miel. Se le humedecieron las pestañas -. Por todos los Dioses, ¡responde! - exigió.

Ydánia, que parecía ignorar el hecho de que Tehr ya no la tenía aferrada para evitar su huida sino para mantenerla en pie y derecha, abrió la boca.

- La droga que le hemos estado suministrando es muy potente. Sus efectos son sencillos: hace que el sujeto esté permanentemente inconsciente viviendo un sueño placentero creado a partir de los anhelos y los deseos del subconsciente. Es decir, mientras está bajo los efectos de esta droga vive una vida paralela, algo que no es real más allá de su mente.

>> En un ser mortal normal y corriente, una pequeña dosis, también es afrodisíaca y nuestros experimentos han rebelado que no se puede abusar de ella porque, si se hace, el sueño del sujeto puede llegar a ser perpetuo.

El horror desfiguró las bellas facciones de Gali y de todos los presentes.

- ¿Perpetuo?

- El cerebro es algo muy delicado - explicó Ydánia despacio con un tono de voz monótono y que parecía venir de ultratumba -. Si se lo estimula de un modo u otro se es capaz de controlar o anular a una persona. En el caso de esta droga anula totalmente la parte racional del cerebro, se estimula la parte de los deseos y se elimina toda actividad física del sujeto. En el caso del príncipe Kanian anula sus poderes.

Galidel, que no había escuchado ni una palabra, se limitaba a negar con la cabeza como si un titiritero tirara de los hilos invisibles anudados en su cabeza arriba y abajo sin descanso.

- ¿Perpetuo? - volvió a preguntar. El agarre de Araghii se hizo más fuerte.

- Su cuerpo tiene demasiada sustancia tóxica. Lo más probable es que no vuelva a despertarse y se quede sumido en su sueño ideal para siempre - concluyó la científica.

- No - susurró sin dejar de negar con la cabeza.

Galidel se volvió hacia Nïan que seguía con los parpados expuestos en vez de su preciosa mirada azul. Respirando por la boca, la muchacha cogió su mano inmóvil y la apretó con fuerza entre las suyas que temblaban.

- ¿Nïan? - lo llamó -. Soy yo, soy Gali. He venido a por ti.

Sanguijuela apartó el rostro ante aquella escena tan dolorosa y fue al lado de Pólvora que, con el semblante sombrío, vigilaba el pasillo con los brazos cruzados y los dientes apretados.

- Pronto te sacaremos de aquí - le aseguró ella con un tono de voz alentador - y ya no tendrás que padecer más. Nadie volverá ha hacerte daño.

Una gruesa lágrima cayó en la piel mortecina de él que continuaba sin hacer ningún tipo de movimiento y seguía llorando aquellas lágrimas sangrientas.

- Nïan... ¡NÏAN! - gritó desesperada y se abrazó a él sin poder contener sus sollozos.

***

Fuera llovía y las gotas de agua producían un sonido agradable al caer contra los cristales de su ventanal. Le gustaban los días lluviosos, sobre todo estando en su forma de dragón. Sobrevolar así el cielo, con el agua purificadora sobre las escamas, era la mejor de las sensaciones; le hacía sentir puro, inmáculo.

Renacido.

Deseó hacerlo, abrir el ventanal, transformarse y perderse por las maravillosas tierras de Arakxis y dejar que la lluvia lo empapara de la cabeza hasta la cola. Pero sus deberes reales no le permitían tal cosa. Pronto debía reunirse con su prometida para conocerse más y habar de los preparativos de su enlace.

Eso tampoco estaba mal.

Le gustaba estar con la princesa. Su conversaciones siempre eran interesantes y compartían muchos puntos de vista y tenían también grandes cosas en común. Y, por qué no decirlo, también era un gran aliciente hablar de lucha y de técnicas de combate así como del mejor método para el mantenimiento de las armas. Sería una buena esposa para él.

Y, a pesar de todo eso, a pesar de lo bien que se encontraba a su lado, había algo que estaba mal. Los sueños extraños lo acosaban. Veía escenas sangrientas, luchas por su vida y por la de esa chica que viera en la ceremonia del intercambio de sangre y que seguía apareciendo borrosa. También lo asaltaban visiones de personas que no conocía y situaciones demasiado desagradables y reales.

La muerte de sus padres no lo dejaba casi ni respirar y la muerte de Hoïen tampoco. Se levantaba más de diez veces cada noche sudoroso y con las mejillas empapadas de lágrimas. Y en esos momentos, cuando despertaba, el mundo le parecía confuso e irreal como si las pesadillas fuesen la auténtica realidad y su mundo pacífico sólo una ilusión absurda.

- ¿Qué haces aquí tan mohíno?

Malrren, que había tocado a la puerta de su gabinete antes de entrar a través de ésta que estaba abierta, se dirigió hacia él con una sonrisa en los labios.

- Malrren, ¿tú no tenías más hijos?

Su mejor amigo lo miró confuso antes de volver a sonreír.

- ¿Te has comido algo en mal estado? ¿Un golpe en la cabeza?- bromeó.

- Dos hijos mayores que no llegué a conocer - siguió diciendo él que se sentía como en trance mientras continuaba mirando la lluvia caer -. Se llamaban Pereso y Relín.

El hijo de Hoïen negó con la cabeza y con el semblante serio.

- Por supuesto que no, Nïan. ¿Qué te sucede, amigo? Estos días estás muy extraño.

- Siento que... no debería estar aquí.

- ¿Qué estás diciendo? ¡Menudo disparate!

Nïan se apartó del ventanal y miró a los ojos a quien consideraba un hermano.

- ¿Hice bien en comprometerme? - le preguntó angustiado. Le dolía el pecho cada vez que se miraba la cicatriz de la palma de su mano.

- Pues claro que sí. Es tu destino.

- ¿Mi destino? - repitió anonadado.

- Pues claro, tú eres nuestra esperanza.

Un aluvión de imágenes regresó a su mente, un recuerdo crudo y difícil. Un reencuentro que había estado temiendo desde que se escapara de la prisión de los nigromantes.

- No necesito que hagas nada. ¡No te necesito! - gritaba él postrado en una cama.

- Pero yo si te necesito. ¡Todos los activistas te necesitamos! - le decía Hoïen desesperado.

- Desde luego – resopló con diversión malsana -. ¡Para que os quite las castañas del fuego y sea yo el que mate al rey que tanto odiáis! Porque si pudieseis hacerlo sin mí, Xeral ya sería pasto de gusanos.

- ¿Crees que es por eso? ¿Sólo por tu poder de Dragón? – sonrió de lado mostrando sus blancos dientes y negó con la cabeza -. No, estas muy equivocado.

- ¿Y entonces por qué? ¿Para qué me necesitáis? – clavó la mirada en el hombre y Hoïen le devolvió el gesto con la misma intensidad.

- Porque eres nuestra esperanza, una que estábamos a punto de perder y que tu sola presencia nos ha devuelto. Has llegado cuando estábamos a punto de rendirnos; cuando íbamos a dejar que el destino hiciese con nosotros su voluntad. Pero estas aquí – vuelto de entre los muertos - y la luz a regresado a nuestros corazones para recordarnos por qué luchamos.

- ¿Kanian? - lo llamaba Malrren desde muy muy lejos.

"¿Qué estoy haciendo aquí cuando todos me necesitan?"

Kanian alzó el rostro.

¿Todos?

¿Quienes eran todos?

Un intensísimo dolor de cabeza le nubló la vista. La presión en su pecho aumentó y un dolor atroz lo recorrió por entero.

Que parase.

No quería sufrir más.

- ¿Nïan?

El Dragón alzó el rostro sumido en agonía y se encontró en completa oscuridad.

Todo había desaparecido y él estaba solo.

Como siempre desde que lo capturaron.

Como siempre desde que sus padres habían muerto y sus seres queridos lo habían abandonado. Pero alguien había ido a por él; alguien lo había sacado de su prisión y lo había liberado para hacerlo sentir vivo y renacido del mismo modo que la lluvia cuando tocaba sus escamas. ¿Quién era? ¿Acaso aquella mujer que le daba la espalda?

- Nïan.

Alguien lo estaba llamando. ¿Dónde? ¿Quién? Tenía frío, mucho frío.

***

- Debe de haber algún modo para ayudarlo - masculló Araghii mirando con los ojos avellana entrecerrados a la nigromante -. Algo podrás hacer ¿o sólo sabéis destruir todo lo que tocáis?

Ydánia apretó los puños mientras se le desgarraba el corazón al ver a aquella chica llorando abrazada a su amado. Jamás había visto algo tan desgarrador que la estaba partiendo en dos y la hacía sentir ruin y despreciable. Ahora, en aquellos momentos, se estaba cuestionando la auténtica utilización de su magia y sus conocimientos. La magia, por si sola no es malvada, no destruye ni daña nada si algo no lo dirige. Si había algún mal en su mundo, en el continente de Nasak, era un mal creado por los seres mortales.

Por ellos mismos.

Cierto era que las artes oscuras dañaban más que realizaban bonitas obras luminosas, pero también podían defender y hacer el bien. La oscuridad no tenía por qué simbolizar algo malvado y dañino si la mano ejecutora no deseaba eso.

Y ella jamás había querido hacer daño a nadie: únicamente deseaba aprender y saber hasta dónde era capaz de llegar con sus habilidades. ¿Era mala persona, entonces? ¿Era una mujer abominable por destruir a otros que no tenían culpa de nada por cumplir las órdenes del rey?

El rey los protegía, pero ahora esa regla tan básica había sido destruida y ella se encontraba sola y su familia en peligro de extinción. ¿Quería ser como ellos? ¿Deseaba ver sufrir a otros como esa joven?

"Nosotros lo empezamos y nosotros deberemos terminarlo."

O al menos ella lo terminaría.

- Podría darle un estimulante cerebral - arguyó pensativa y miró al erudito -. Tal vez eso haga que su mente encuentre el camino adecuado para salir de la realidad que ha creado en el sueño de las drogas.

Tehr asintió y la acompañó a la mesa de la derecha donde comenzó a mezclar diferentes líquidos en una probeta antes de coger una jeringuilla vacía e introducir la solución en ella. Bajo la atenta mirada de todos menos de Gali, se acercó al príncipe y clavó la afilada punta en su antebrazo. La joven presionó el extremo de la jeringuilla sin dejar de mirar el líquido que la iba abandonando por segundos.

Al sacar la jeringuilla vacía, los ojos de Kanian se abrieron automáticamente y su cuerpo se convulsionó. Galidel, asustada, miró sus ojos azules que, en segundos, se pusieron en blanco.

- ¡Kanian! - gritó alarmada -. ¡Maldita bruja! ¿¡Qué le has hecho!?

- Ahora todo depende de él y de ti - dijo Ydánia con la voz potente de científica y el rostro serio y decidido -. Yo no puedo hacer más. ¡Llámalo! ¡Grita su nombre! Tu voz puede traerlo de vuelta. Si tanto te importa, ¡grita su nombre!

***

Era niño otra vez y lloraba.

Estaba cansado de las agujas, de los pinchazos y de los extraños medicamentos que le obligaban a ingerir todos los días. La comida era mala, la soledad era avasallante y enloquecedora.

Quería a su madre y a su padre.

Necesitaba el agua de la lluvia mojando sus escamas.

Estaba sucio. Mugriento entre sus propios desechos y se sentía abandonado.

Destruido.

Impuro.

¿Cuándo irían a por él? Quería volver con los suyos y sentirse a salvo. La muerte de Fíren era una carga demasiado pesada para su consciencia infantil y Hoïen no venía. El frío le calaba los huesos.

¿Cuántos años pasaron hasta que se resignó? Era un adolescente cuando comprendió que nadie jamás lo sacaría de allí y que siempre permanecería en aquella oscuridad tan espesa que lo encadenaba cada vez más. La luz lo había abandonado al igual que los Dioses que habían vaticinado que era el "destinado a reinar". ¿El qué? ¿Qué podía un preso gobernar?

Nada.

No tenía ni le quedaba nada salvo el frío y la sensación de vacío.

El dolor.

Algo le hizo reaccionar y sacar la cabeza de las rodillas. ¿Qué había sido eso? ¿Imaginaciones suyas? De nuevo un sonido lejano, muchísimo. Nïan se incorporó en la oscuridad y miró hacia la dirección del débil sonido. Una fuerza que no sabía que poseyera hizo que comenzara a caminar a paso lento hacia allí, hacia aquella voz que, poco a poco, se hacía más audible pero para nada comprensible.

Necesitaba llegar hasta ella. Saber quién era su dueño y por qué estaba allí.

- ¡Nïan!

¡Era su nombre! Alguien lo estaba llamando con el apodo cariñoso que lo hacía sentir humano y algo más que el Dragón prometido por los Dioses y Zingora.

- ¡Nïan!

¿Quién era? ¿Quién estaba gritando su nombre?

- No vayas, Kanian.

El joven abrió los ojos.

Se encontraba en un prado teñido de naranja por la luz del atardecer. En el aire llovía ceniza y él, con el cuerpo masculino cubierto por sus escamas azules de dragón, se miró las manos llenas de sangre. A sus pies estaban los cadáveres de Varel, Criselda y Hoïen.

- ¿Esto es lo que quieres?

Kanian alzó la mirada y vio a una joven de largos cabellos castaños revoloteando a su alrededor con una diadema preciosa de plata con piedras preciosas. Vestía un fascinante vestido dorado de diáfano tejido que mostraba parte de su cuerpo. Sus muñecas y tobillos tenían sendos brazaletes que repiquetearon cuando ella dio dos pasos hacia él con las manos extendidas.

- Mira a tu alrededor - dijo aquella mujer que se parecía demasiado a Galidel -. Todo es muerte y destrucción. ¿Verdaderamente deseas vivir en un mundo tan cruel? - Sus ojos negros como pozos oscuros lo miraban sin pestañear -. Vuelve conmigo y serás el ser más feliz. ¿Para qué quieres regresar? Conmigo no sufrirás - le aseguró con una sonrisa.

- ¡Nïan! - escuchó que lo llamaban. Era tan familiar el tono melodioso y desesperado de aquel grito.

- Yo te haré feliz - dijo esa extraña Galidel que avanzaba hacia él -. Yo eliminaré el dolor.

Nïan apretó los puños y sintió como resbalaba el fluido vital que las manchaba. Miró a los muertos, a todos los que lo rodeaban. La ceniza no cejaba de caer del cielo del color del fuego abrasador. ¿De verdad sería feliz?

"No quiero sufrir más."

La pierna derecha de él dio un paso adelante y después lo siguió la izquierda. Dos pasos más y alargar el brazo, eso era lo único que necesitaba para tomarla de la mano.

- ¡No huyas, Nïan!

Aquel grito, el grito de la voz de Galidel lo detuvo en seco. Se volvió hacia atrás, hacia la dirección de la voz de ella y la vio. Estaba hermosa a pesar de tener el rostro lleno de lágrimas y aterrado. Vestía ropas de viaje, una camisa de lino blanca, pantalones oscuros del mismo material y protecciones de cuero en el pecho, antebrazos y muslos. Su cabello, que le había crecido desde que la había conocido, caía suelto un poco más abajo de sus hombros.

- Me dijiste que cumplirías tu destino; que ibas a lucha por todos aquellos que te necesitan. Me juraste que jamás volverías a huir.

- Galidel - murmuró.

- ¿Qué malo tiene huir? - dijo la doble de Gali a su espalda -. Huir significa sobrevivir y ser feliz. No la escuches, Kanian y dame la mano - y se lo ofreció con una sonrisa amable y cariñosa -. Seamos felices.

Nïan miró la cicatriz de su palma y se miró la suya que desapareció gradualmente.

- ¿Kanian?

- Ella casi nunca me llama así - dijo apartando la mirada de su lisa palma y mirando a la mujer de ojos negros -. Para Galidel yo soy Nïan, no el príncipe dragón sino el hombre. ¿Que qué tiene de malo huir? Eso es de cobardes y yo no lo soy. Prefiero vivir la cruda realidad que un sueño ficticio. ¡Desaparece!

La doble de Galidel, con lágrimas en los ojos, se desvaneció y se giró hacia la auténtica mestiza que le había robado el corazón en el instante en que la vio en la hondonada de las montañas. Ella, con una sonrisa y infinidad de lágrimas brillantes, extendió su mano hacia él y Nïan, decidido, la cogió.

El cuerpo le pesaba y escuchaba que alguien sollozaba a la vez que un cuerpo cálido encima de él y brazos alrededor de su cuello. Estaba tumbado sobre algo liso y duro que era demasiado incómodo incluso para alguien como él que había pasado cien años durmiendo en una minúscula celda.

- Nïan... quédate conmigo. Vuelve a mí... - suplicaban -. Una vez te juré que jamás te dejaría solo; que siempre permanecería a tu lado. Déjame cumplir mi juramente, por favor.

Hizo un amago de sonrisa. Lo máximo que podía hacer en aquellas condiciones. Estaba tan embotado... no sentía prácticamente el hilo de su magia. ¿Lo habrían drogado? Era lo más probable.

"Y ese sueño..."

Lo desechó enseguida. No quería volver a pensar en aquella farsa que su subconsciente había creado. Los suyos lo necesitaban para ganar la guerra contra Kerri.

- ¿Galidel?

La joven, que temblaba encima de él, detuvo sus sollozos cuando la llamó. La joven alzó el rostro y Kanian vio como su mirada acuosa que pasaba de desesperada a incrédula y, seguidamente, a esperanzadora y aliviada.

- ¿Nïan? - preguntó con una sonrisa perlada de alegría.

- Estoy de vuelta.

Ella asintió y volvió a abrazarlo.

Sí, había regresado para no volver a irse nunca más.

Había llegado la hora de cumplir con su destino.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro