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Capítulo Final

—¡Erick! ¡Erick! —clama Eva con desesperación, acariciando su cuerpo entre sollozos. De pronto, una carcajada llega a sus oídos, y su vista se tiñe de ira, para mirar con un profundo deseo de venganza al procurador de esta infame risa.

—Asqueroso malnacido —brama rodeando todo su cuerpo con fuego—. Haré que pagues por la muerte de Erick.
—Eva… —musita Eclipse, mirándola a los ojos, intentando que su serena mirada merme tanto odio.

Con las lágrimas aun cubriendo sus ojos, Eva la observa, y dejando ver un gesto de mala gana, desiste de sus impulsos más violentos.

—Llévense a Erick de aquí —le dice a Clario y a los soldados—. Busquen un buen refugio y aguarden ahí, la batalla terminará pronto.

Expulsa las palabras de su boca, reduciendo las llamas con las que había rodeado su cuerpo. Zar estalla, derramando carcajadas aun más grotescas al ver como retiran el cuerpo del caído. Sin embargo, Eva hace caso omiso a las burlas, evitando caer en el dolor y la desesperación, así como en la ira y el odio. Contiene sus lágrimas oyendo como se llevan a Erick, anhelando poder despedirse de él cuando todo termine.

—No imaginé que ese ogro pudiera ser tan veloz —dice Zar, extendiendo una sonrisa de par en par—. La maldición que envolvía a las llamas negras hizo que ustedes dos no pudieran moverse, por eso él…

Otra carcajada que escapa furtiva interrumpiendo sus palabras, dejando ver como goza con el momento.

—Los que se regocijan en el mal, terminan cayendo por el bien —dice Eva, con un tono grave en la voz, alineándose junto a Eclipse.
—Veo que mis hijas han decidido pelear —responde Zar terminando de reír.

Eva lo mira, intentando ser indiferente. En su memoria repasa el plan, el que le contó a Eclipse cuando se encontraban cautivas, hace tan sólo un momento.

—El hechizo se llama Inara —dijo Eva—. Y considero que es el único que puede vencerlo. Se trata de un rayo blanco y fugaz, que cae directamente de la Luna, es certero y destructivo, eso lo hace imposible de esquivar. El lado negativo es que consumirá casi todo mi mana, no podre efectuar otro ataque, por eso necesito saber si tienes un embrujo similar, si combínanos nuestros ataques tendríamos una oportunidad.

Eclipse se mantuvo un momento en silencio, rebuscando en su mente una respuesta.

—Conozco un embrujo así —respondió—. Pero nunca lo usé, no sé si pueda lograrlo, se llama Umbro
—Yo tampoco sé si pueda lograrlo. Solamente leí sobre este hechizo en libros, por eso necesito contar contigo.

Con su memoria, trayendo esa conversación en un segundo, ella se prepara, sintiéndose parte del todo, conectando con su energía mágica, la que está enlazada con cada uno de los seres vivos de la tierra, y más allá de ella. Vislumbra en su mente al astro celestial del que necesita ayuda, el que se posa de manera más visible sobre el cielo, como si fuera de noche, pero sin que caiga la luz del día. De repente su cuerpo resplandece, emanando claridad y energía, la que puede espantar a cualquier mal.

—Creo que sé lo que estás intentando hacer…

Al pronunciar estas palabras intenta atacarlas con uno de sus rayos, pero se alza el escudo de Eclipse, cubriendo el golpe.

—Tu escudo de Mantra no te servirá de mucho —dice Zar.
—Mi mantra puede hacer más de lo que crees…

Eclipse dice estas palabras como si fueran un susurro, con su pelo suelto por los lados, y algo maltratado por la pelea. Se conecta con toda la oscuridad, intenta tomar un poco de cada rincón del planeta, haciendo que un manto de sombra la cubra. Vuelve al ambiente más oscuro, pero a su vez se mezcla con la luz que emana de Eva, entrelazándose con ella, comenzando a crear sintonía, forjando un perfecto equilibrio.

Zar observa el poder que emana de sus hijas, sin poder disimular el temblor en su barbilla.

—Ustedes no podrán conmigo —clama—. Nadie frustrará mis planes.

Sus manos se alzan apuntando al cielo, sobre ella nace una esfera, repleta de energía oscura, la que crece en cuestión de segundos rodeada del fuego del infierno.

—Memento Mori

Susurra él, aunque despacio, su voz resuena como un eco, creando a su alrededor un aura más oscura que mil noches.

Sin embargo, Eva y Eclipse se mantienen impasibles, con la mirada serena observan el odio de su adversario, como también su temor, el que es perceptible por los latidos que se abomban en su pecho, el sudor cayendo por su frente, y los constantes temblores de su rostro, lo que indica que los demonios también temen.

—Es una pena que no puedas combinar tu maná con tus maldiciones.

Dice Eva, entrelazando sus dedos con Eclipse, así como se une su poder, volviéndose uno. Entonces el impacto ocurre. La esfera de pesadilla nombrada Memento Mori cae sobre ellas, que sin mostrar temor combinan sus ataques, el rayo que cae de la luna y a la oscuridad que emerge de la tierra, juntos en un golpe final. Inara y Umbro, o en su traducción, El Destello y La Sombra.

Trómos mira como sus sueños de conquista se caen a pedazos, así como su última maldición arrojada a la tierra. La mente de Zar despierta antes de ser destruida por completo, tiene un segundo de lucidez, el suficiente para arrepentirse por todo el daño que causó al haber cedido al odio y el rencor. En ese instante, su cuerpo se vuelve polvo, sin dejar rastro terrenal, apenas algunas partículas microscópicas disueltas en el aire, demostrando así el poder de Eva y Eclipse.

Sin embargo, el ataque cobra tal magnitud que ambas también son víctimas de la explosión. Habiendo usado la mayor parte de su poder, sus pies se ven imposibilitados de sostener el peso de sus cuerpos, los que se elevan por el aire, como hojas atrapadas por un tornado, hasta encontrar su punto límite.

Eva se levanta del suelo, tosiendo polvo, el que también nubla su vista. Intenta generar viento para dispersar la humareda, pero no le quedan fuerzas para eso. A paso tambaleante busca a Eclipse, hasta que distingue su figura, levantándose del suelo, como si su cuerpo pesara toneladas.

—¿Estás bien? —inquiere débilmente, rodeando a su cuerpo con sus manos, para ayudarla a levantarse.
—Nunca estuve mejor, la batalla al fin terminó. —responde, abandonando el suelo, para incorporarse con ayuda de sus brazos.
—Juntas pudimos derrotar a esta mal, ahora necesito ver a Erick.

Entre tambaleos y tropezones logran llegar a él. Su cuerpo imponente de ogro descansa sobre el suelo, el peso de la respiración ya no sucumbe a su abdomen a un vaivén, y todo rastro de vida parece evaporado. De esta forma, su conciencia mortal asciende a otro plano. Puede ver a las hojas verdes del bosque brillando con el sol, no veía este brillo desde que era un niño.

Esquivando a los árboles en su caminar, encuentra a la corteza emanando un calor acogedor, se detiene a acariciar uno, y recuerda la primera vez que el tacto de su piel hizo contacto con el bosque. En su camino se topa a dos ogros, que llenan todo de colores con sus simples sonrisas, haciendo que él corra hacia ellos con lágrimas en los ojos.

—Ata, Lulupa —dice Erick, abrazando a sus padres, quienes lo esperaron con los brazos abiertos.
—Qué grande está nuestro muchacho —dice su atá, Derick—. Quién lo diría, sacó la sonrisa de su abuelo.
—Y que ojos tan hermosos tiene —dice su lulupa, Aila—. Con esa mirada hubieras conquistado a cualquier princesa, hijo.
—No saben cuánto los extrañé —declara mirándolos a los ojos, siendo absorbido por la ternura y la paz que emana del momento.

—Erick… —musita Eva en el plano terrenal, arrodillada sobre el suelo, dejando caer amargas lágrimas sobre el pecho de su amado.

—Nuestro sacrificio significó tu vida —susurra su atá—. Ahora sé que mi muerte no fue en vano.
—Perdónenme, no pude protegerlos.
—No te disculpes —responde su lulupa—. Volveríamos a hacerlo, mil veces más. Cuando se ama, se da la vida, y ninguna vida se sacrifica en vano.
—Ahora lo entiendo —declara Erick—. También di mi vida por alguien que amo.
—Te vimos, nos dejaste atónitos, demostraste mucho valor.
—Ahora estoy listo para irme, con ustedes dos, mis amados padres.

—Erick… —clama Eva entre sollozos—. Soy una de las hechiceras más fuertes, y aun así, no puedo usar mi magia para sanarte.
—Eva… —murmura Eclipse, arrodillándose frente a ella, tomando sus manos marcadas por la batalla, con la mirada puesta en sus ojos repletos de luto—. Te diré lo que dije la primera vez que vi a Erick: “Repeles magia, pero no eres rival para mi mantra”.

El rostro de Eva se transfigura por un segundo, sin llegar a entenderla.

—Hay una forma de salvarlo —prosigue—. Debemos combinar nuestros poderes una vez más, como hace un momento. Así mi mantra podría absorber las capacidades curativas de tu maná, y usarlas para que su corazón vuelva a emitir latidos. Aunque que no te garantizo que funcione.
—Intentémoslo, daré todo por él, así como él dio todo por mi.

—Hijo, no estás aquí para venir con nosotros —declara su lulupa.
—¿Qué?
—Todavía tu misión no termina —le informa su atá—. Hay una tierna princesa y todo un reino que te necesitan. Este es tu momento, abre tu corazón para dar amor, así como nosotros te lo dimos a ti, y abraza a tus seres queridos todos los días, con la misma fuerza con la que tus brazos nos envolvieron. No escatimes cuando se trata de vivir.

Con las palabras de su atá su boca enmudece, y los mira con una sonrisa, sabiendo que ellos pueden sentir cada una de sus emociones.

—Siempre los amaré.

Logra decir, antes de perderlos de su mirada, para abrir los ojos con mucha lentitud, siendo acariciado por el tacto de las húmedas lágrimas de Eva, que caen sobre su torso.

El asombro la toma al sentir golpeteos desde el interior de su pecho, su vista se dirige a la suya, viendo como sus ojos se abren buscando mirarla de nuevo. Con su conciencia de nuevo en el plano terrenal, siente a todos los dolores mundanos a conglomerándose en sus heridas. Intenta hablar, pero Eva lo detiene, acariciando suavemente su rostro.

—No te esfuerces —musita ella–. Tenemos toda una vida, tendrás tiempo para decirme aquellas palabras por las que tus labios tiemblan ahora…
—Te amo Eva —logra declarar.
—De igual forma te amo, espero que a partir de ahora, ya nada logre separarme de tus brazos, jamás.

El corazón de Eva late con emoción, la que contiene en sus gestos, pero expresan sus lagrimas, ahora de felicidad y de alivio. Pegan sus frentes, luego una lagrima brota de ambos, la que se junta, volviéndose una. Desvía la vista un momento, para mirar a Eclipse, quien le regala una sonrisa. La unión entre dos factores que se consideraban opuestos fue lo que hizo la fuerza, lo que demuestra que la luz y la oscuridad no son rivales, sino que se complementan.

Son aquellas diferencias las que pueden sacar lo mejor de cada corazón.

 
                                 Fin.

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