III
Al fin... soy libre...
Ahora puedo vengarme...
Hacerles pagar por lo que me hicieron...
Haré que el mundo clame al cielo...
El cielo que yo destruiré...
Eggman no tardó en despegar de su base y dirigirse a su destino. Estaba a punto de terminar de formular otro plan y, como en el anterior, tener éxito. Sabía de cierto tema, pero necesitaba verlo con sus propios ojos si quería asegurar la victoria sola y únicamente para él.
Aquel elemento, aquella clave, aquello que desencadenaría su plan, era algo que sus enemigos tenían. Pero ni siquiera aquel enemigo podía imaginar lo que había encerrado dentro de aquello que tanto custodiaba.
Por lo que pudo averiguar, gracias a unas inscripciones que encontró, nadie sabía del tema más que una antigua tribu y él, y aquel pueblo ancestral murió hacía más de un milenio.
Por lo que solo quedaba él. Y no quedaría nadie más.
Se acercaba. Lo sobrevolaba, más bien. Aquel inmenso y vasto mar. Iba a detenerse y aterrizar en su destino cuando, como de costumbre, Orbot se acercó a él y le informó:
-Jefe, la construcción ha terminado; ya puede estrenar la Serie E.
-Bien, bien... -dijo, con una voz malévola y misteriosa. Orbot, por algún motivo, parecía más temeroso de Eggman de lo normal, cuando realmente solo trataba de huir de él si se enfadaba. Ahora, en cambio, era como si temiera que estuviera enfadado o irritado de forma constante. Sin embargo, se notaba su esfuerzo por fingir que no le pasaba nada.
Entonces se dirigieron una vez más al laboratorio...
●●●
Big. El manso y gentil gato que habitaba, solitariamente, la selva de las Ruinas Místicas. En una pequeña choza, junto a su querida y escurridiza mascota; Froggy. Amante de la pesca y con una serenidad tan solo comparable a su tardanza y lentitud al pensar. No tenía nada de lo que quejarse; una vida tranquila, unos amigos algo lejanos, un compañero adorable, un "amuleto de la suerte"...
¿Quién o qué podría perturbar todo aquello? ¿Quizás... una enorme nave que todo cuanto hubiese debajo lo oscurecía a su paso?
●●●
Bunnie, todavía adormecida, se dio cuenta de que ya era de día. No lo habría hecho de no ser por la tenue y gradualmente más fuerte luz solar. Perezosa y con el pelo enmarañado, se sentó a un lado de la cama. Recordó entonces, con cierta dificultad, lo que hizo la noche anterior.
~Todos estaban tristes. Sin saber qué decirse. Todos lo estaban. Lo ocurrido con el Rey había sido algo difícil de digerir para todos. Ahora que Acorn pasaba por momentos difíciles, lo menos que podían hacer era estar unidos, y eso incluía a Antoine y a Bunnie.
El coyote y ella nunca habían sido íntimos amigos realmente, pero ahora que todos sentían lo mismo, era como si sus diferencias ya no importasen. Cierto que pasaban algún que otro momento juntos, pues vivían bastante cerca, pero en el fondo apenas se hablaban. Antoine era fiel, firme y algo miedoso, mientras que Bunnie era salvaje, extrovertida y enrollada.
Pero aquella noche fue como si los dos fuesen iguales. Como si aquel incidente los hubiese unido de alguna forma, a modo de sacrificio a cambio de algo mejor.
Se iban a dirigir cada uno a su hogar, hasta que Bunnie se atrevió a preguntarle, sin estar demasiado segura:
-¿Quieres... pasar a mi casa? -Antoine se sorprendió bastante y se giró. -Puedes cenar aquí, si quieres... -el cánido mantuvo la expresión.
-...Emmm... cl-clago... -Bunnie se temía que el coyote dudara de ella, haciéndose alguna idea extraña.
Ya sentados en la mesa, con la comida sobre esta, no se dijeron una palabra; apenas se miraban siquiera. Bunnie empezaba a arrepentirse de aquella idea presa, al igual que Antoine, del incómodo silencio que se había apoderado de la estancia y de ellos.
-Bueno... -empezó el aspirante a soldado, queriendo romper el hielo. -¿Qué... qué has hecho hoy? -Antoine miraba a Bunnie con vergüenza, consciente de haber hecho una pregunta de los más tonta y vulgar.
-Pues... -con un brazo sobre la mesa y otro sosteniendo su mentón, la coneja se encogió de hombros. -nada especial. -Y otra vez volvió el silencio. Sin embargo, y no sin esperar un largo minuto, Bunnie se atrevió a interrogarle al coyote. -Oye, ahora que lo pienso... siempre me he preguntado una cosa: ¿por qué te uniste a los Combatientes?
Antoine tragó saliva; nunca le habían preguntado eso, y ahora que alguien lo hacía, no se sentía preparado para responder, fuera o no una pregunta delicada.
-Emmm... mi padgue tgabajaba en la Guagdia Gueal como Guenegal, y desde pequeño me inculcó a seglo yo también. -Bunnie parecía sorprendida y curiosa al mismo tiempo, dispuesta a escuchar la historia de Antoine.
"Mi padgue muguió, pidiéndome, como una pgomesa, que fuese valiente. Yo estaba decidido a continuag su legado, a convegtigme yo también en soldado y llegag a seg algún día como él. Sin embajgo, cuando llegué a Acogn y quise entjag en la Ogden, Eggman atacó Mobotjopolis, obligando a evacuag a todos. Después de que destgonara al Guey, nos gueunimos todos en Knothole y fojmamos la Guesistencia. "
Bunnie sonreía ligeramente; le gustaba la determinación con la que Antoine quería seguir los pasos de su padre, como si él fuese su ídolo. Admiraba la forma en que pensaba que podría honrar a su familia y a su difunta figura paterna.
-¿Y tú? ¿Pog qué te uniste? -preguntó Antoine, devolviéndole la pregunta a Bunnie. Ella, por alguna razón, pareció impactada y tardó en responder, como si le supusiera un gran esfuerzo hacerlo.
-Yo... bueno... no... no tenía adónde ir. -lo último lo dijo algo deprimida, evitando mirar a Antoine, haciendo que él se preocupase un poco. No parecía algo de lo que hablase mucho y menos de lo que le gustase hacerlo.
"No recuerdo mucho de cuando era pequeña; ni padres, ni familia... nada. Cuando Eggman tomó el trono... me secuestraron, junto a otras muchas personas. Nos iban a robotizar, pero entonces llegasteis y nos ayudasteis a escapar. Claro que... tuvo un precio."
Bunnie miró entristecida su brazo izquierdo, aquel que le hacía ver asimétrica y mitad máquina. Nunca le había gustado mirarlo, ni eso ni sus piernas, porque le recordaban que, aunque sabía sacarles provecho, no era un animal del todo. Y, por lo que tenía entendido, nunca más volvería a serlo.
Antoine la miró con simpatía, poniendo su mano encima de la de Bunnie. Ella dio un pequeño brinco y le miró, con la boca ligeramente abierta del asombro y (casi invisiblemente) sonrojada.
-Tienes a tus amigos -sonrió, cortés y comprensivo. -. Vosotjos también sois paga mí como una familia.
Bunnie no pudo evitar sonreír también, sin apartar la mano de Antoine ni la suya, sosteniendo la mirada. Un gesto y un recordatorio como esos fueron suficiente para alegrarla y hacerla feliz.
Después de aquella repentina e inesperada cena juntos, Bunnie acompañó a Antoine hasta la puerta y, cuando salió, el coyote dijo:
-Ha sido... una bonita velada. -sonrió otra vez, avergonzado y con las mejillas rosadas. Bunnie también tenía algo de rubor.
-Lo mismo digo.
Dicho eso, Antoine se dirigió a su casa y Bunnie volvió a entrar en la suya. Al cerrar la puerta, se apoyó en ella y suspiró.
"No ha sido tan malo al final..." pensó, recordando con cierta nostalgia aquel recuerdo tan reciente. ~
Todavía se preguntaba si aquello fue un sueño o no; fuera lo que fuera, le parecía extraño y al mismo tiempo agradable. Se levantó por fin, dispuesta a prepararse física y mentalmente para lo que le esperase aquel día.
Algo que ni ella ni los demás podían imaginarse.
●●●
-Beta, Delta, Zeta, Epsilon, Gamma... curiosos nombres, ¿no, jefe? -cuestionó un robot rojizo y de baja estatura.
-Bueno, no ha sido difícil encontrar buenas propuestas... -decía Eggman, orgulloso de aquel comentario.
-Yo diría que se le están acabando las ideas, jefe. -dijo Cubot, recibiendo un gesto de "¡cállate o morimos!" por parte de Orbot.
-¿¡Pero qué dices!? ¡Yo nunca paro de idear buenos nombres para mis robots! ¡Tengo todo un repertorio lleno de ellos! -replicaba el doctor ovalado, molesto y algo furioso.
-¿Cómo se llamará el siguiente? -Orbot se dio en la frente con la palma de su mano.
-Emmm... pues... ¿Omega? -respondió Eggman, algo dudoso, aunque Cubot no pareció notarlo.
-¡Guau, tenía razón, jefe! ¿Cómo lo hace? -preguntaba el amarillo, inocente. Eggman suspiró para sus adentros y pensó "menos mal que este es tonto".
-¿Qué había dicho? Si ya sabéis que soy un genio... -Orbot, aunque al igual que su compañero no tenía apenas expresión facial, apareció una gota de vergüenza ajena en su sien, como si de un dibujo manga se tratase.
-De eso no cabe duda, jefe. -añadió Orbot, con su típica pose y la cabeza asiente de Cubot, observando como su jefe cruzaba los brazos y levantaba la cabeza, orgulloso.
-Y... ¿cómo funcionan? ¿no había dicho que encontró una nueva fuente de energía? -seguían sonando las preguntas de Cubot. Eggman volvió a sentirse un erudito, cosa que desgraciadamente era, y afirmó:
-Sí, de hecho, aquí viene. -dicho esto, unos brazos robóticos aparecieron, con algo que la pareja roji-amarilla no se esperaba: pequeños pájaros atrapados por aquellas zarpas.
"Me he basado en mis primeras ideas de energía ilimitada para los Badniks, utilizando pequeños animales como fuente de esta." Explicaba el Doctor, mientras las aves, piando, suplicaban que les soltasen.
Pero las máquinas no tardaron en meterlos en el interior de los robots, encerrándolos en sus tanques de almacenamiento contra su voluntad.
-Pobres... -suspiraba Orbot, aunque no muy en serio. Cubot asintió y Eggman rió con toda su malicia.
Porque lo mejor de aquellos soldados metálicos, por lo menos de uno de ellos, se iba a revelar pronto.
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Aquella enorme sombra celestial no detuvo la sesión de pesca de Big; siguió empuñando su caña tranquilamente. No había nada ni nadie, cosa grande o pequeña, que pudiera llamar su atención cuando estaba pescando. Si algo o alguien pasaba a su lado, como mucho respondería y puede que le mirase con sus diminutos e inexpresivos ojos, pero el resto de su gran, ancho y achuchable cuerpo no se movería de su sitio.
Sin más dilación, continuó con su rutina diaria, la cual podía durar varias horas seguidas sin que él se diese cuenta.
Le vino un vago deseo de ver a sus amigos, aquellos que vivían tan lejos de él, sin poder prevenir que tarde o temprano se cruzaría con ellos.
Pero no serían risas y anécdotas lo que compartiría con estos.
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Tails no tardó en desvelarse. No solo se dormía después de los demás, sino que también se levantaba antes. Todavía con algo de sueño, decidió salir de la cama y ponerse sus zapatillas, dispuesto a empezar un nuevo día.
Además... alguien tendría que despertar al dormilón de su hermano; siempre era el último en despegarse de las sábanas. Apenas se acicaló un poco los mechones de su frente y las colas y salió por la puerta.
Miró por los rincones cercanos, buscando a Sonic. Sí, efectivamente: Sonic no tenía casa.
Tendía a dormir en algún árbol, normalmente cerca de la cabaña de alguno de sus amigos, recostado cómodamente. Aunque extraño y con imagen de pobreza, él curiosamente lo disfrutaba de manera sana.
Pero por eso se veían obligados muchas veces a buscarlo, bien por toda la aldea o incluso teniendo que entrar en el Gran Bosque. Y aunque Knothole no era precisamente grande, era un tanto tedioso tener que dar con alguien cuando siquiera tenía un hogar fijo.
Preguntó a sus amigos y a la gente de los alrededores... pero nada. Nadie tenía ni idea del posible paradero del erizo: Rotor no sabía, Antoine tampoco y Bunnie mucho menos. Todos le respondieron con un rotundo no. Solo quedaba una persona a quien podría preguntar: Sally. Se dirigió a su casa, donde, quisiera o no, le esperaba una gran sorpresa...
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Un pequeño pajarillo observaba una horrible escena: su familia, su querida familia, era sellada injustamente dentro de unas misteriosas y terribles máquinas.
Él no fue tenido en cuenta para la robotización. Él no sufrió el mismo destino que sus compañeros.
Él... consiguió escapar de allí.
Llegando a una gran y bonita ciudad.
Su colgante, pesado pero bello, envejecido pero brillante, inútil pero su tesoro.
La reliquia que le haría especial.
●●●
Knuckles vigilaba la Esmeralda Maestra, esta vez despierto. Sin embargo, como era habitual, la joya estaba a sus espaldas.
Hacía rato que tenía un presentimiento, una especie de miedo a un futuro inminente; algo no iba bien.
Y si las cosas iban mal, un motivo de más para no perder su protegida Esmeralda de vista. Sin embargo, no era consciente de lo que pasaría más tarde con ella.
Entonces volvió a ocurrir. Entonces volvió a pasar. La Esmeralda brillaba. Ahora con mayor intensidad que antes.
¿Qué podía significar una cosa así? ¿Qué era?
¿Qué... presagiaba?
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Sonic se despertó y todavía seguía abrazado a Sally. La miró, observando el cabello rojizo y la espalda parda de la ardilla. Fortaleció el gesto, haciendo que la princesa, quien a pesar de la hora seguía dormida, se sacudiese. El erizo entonces pensó en algo para despertarla: sonrió, agarró su cintura suavemente con las manos, dejando escapar su aliento para sorprenderla y, acercando su hocico al cuello de esta, le dio un pequeño e inofensivo mordisco.
Al sentir los repentinos colmillos de Sonic, Sally dio un respingo y se despertó bruscamente. Se dio la vuelta y se encontró a su amante color cobalto riendo juguetonamente.
-No tiene gracia. -decía ella, molesta y ruborizada. Terminó sonriendo también, contagiada por el erizo.
-Buenos días, dormilona. -dijo él, con voz alegre y serena. Sally seguía sonrojada; otra vez cayó en uno de sus juegos.
Empezó a recordar lo que pasó la noche anterior, algo avergonzada y, al mismo tiempo, feliz. Sus sentimientos hacia Sonic no habían desaparecido.
La forma en que le demostró que la amaba... ¿cómo lo iba a olvidar?
Después de aquel recuerdo fugaz, replicó en el mismo tono juguetón que él, sonriente:
-¡No soy ninguna dormilona! lo que pasa es que anoche no me dejaste dormir... -Sonic arqueó las cejas y miró a Sally de forma insinuante, alertando de algo que no supo prevenir de él, como era habitual.
-Entonces... -se puso encima de ella, acorralandola con sus piernas, acariciándole la mejilla y extendiendo la otra mano a un lado de la cama. -¿Quieres repetir lo de anoche...? -Sally le devolvió la misma mirada.
-Claro que sí. -respondió ella, susurrando y colocando la palma de su mano el pecho de Sonic. Entonces él, cuando se encogió para volver a besarla, para revivir las caricias de la noche anterior, algo inesperado ocurrió.
Tails entró por la puerta, después de llamar más de una vez aunque, al estar distraídos con sus cosas, no se dieron cuenta de ello.
Y para cuando lo hicieron, Tails ya se había percatado de la posición de sus amigos.
-¿Pero qué...? -decía, perplejo y con la boca abierta. Sonic y Sally le miraron y se sonrojaron de la vergüenza.
-Eh... ¡n-no es lo que parece...! -decía Sally, todavía debajo de Sonic.
-...En realidad, sí. -contradijo este, mirándola pícaramente. Ella no hizo sino poner una cara de pocos amigos y una especie de respuesta telepática con sus ojos celestes, diciendo "¿¡Quieres hacer el favor de ayudarme!?".
Sally, sin que Sonic se lo esperase, le tiró sin querer de la cama, tratando de apartarle e incorporarse.
-No-has-visto-nada -dijo ella, muy avergonzada y clara, moviendo sus manos a los lados; Tails asintió, algo temeroso.
Pasaron unos largos y prolongados segundos, sin que Tails se fuera ni nadie le ordenara hacerlo; no hablaron siquiera. Fue entonces cuando el zorro por fin dijo:
-Creo que mejor me voy ya... -Y Tails se fue, compartiendo el rubor de sus compañeros, además de un extraño y cómico recuerdo.
Sonic y Sally volvieron a quedarse solos; uno sentado y la otra humillada.
-¿Tenías que convencerle de que íbamos a enrollarnos? -dijo Sally, levantándose plenamente.
-¿Y tú quitarme mi orgullo? ¡Mírale, soy su ídolo! -replicaba Sonic, haciéndose el gracioso.
-Lo que eres es un idiota. -respondió Sally, poniéndose su chaqueta y sus botas.
-...Y eso te encanta. -Sally bufó aunque con las mejillas coloradas y salió por la puerta de su casa.
●●●
Ya había llegado, al fin. La Isla Ángel. Una hermosa roca flotante en el cielo, en mitad del mar, llena de una flora y fauna tropicales. Enorme y sin ningún habitante más que el Guardián de la Esmeralda Maestra, alguien fornido, protector y... bastante ingenuo. No era la primera vez que el Doctor Eggman visitaba la isla en busca de la gran y poderosa gema; la primera vez, con motivo de conseguir una mayor fuente de energía para su imperio, consiguió engañar al Guardián y llevarse la Esmeralda consigo. Mejor no hablar de la encarnizada batalla que aconteció después...
Pero ahora sus intenciones no eran las mismas.
Ahora trataría de romperla.
¿Por qué querría hacer eso sabiendo toda la energía que portaba? Sencillo. Lo que buscaba no era la propia joya, sino algo que esta encerraba en su interior.
Y que el Guardián desconocía completamente.
Lo encontró allí, en su altar, dormitando; la Esmeralda se hallaba detrás de él. El equidna abrió un ojo y se fijó en la gigantesca nave que lo bañó con su sombra. Nada más ver el logo de Eggman, se alertó y levantó de un salto, dispuesto a defender la gema de las garras de aquel vil científico.
Pero desconocía el móvil por el que vino.
Tras abrir una compuerta de la parte baja del Egg Carrier (así llamado), un segundo vehículo, mil veces más pequeño, bajó y se dirigió al lugar donde se preparaba el equidna para pelear. En él, el genio de traje imperial se hallaba serio y firme, de pie sobre el Egg Mobile.
-Hola, Knuckles. -dijo, ignorando el rostro enfurecido del Guardián.
-¿Qué quieres, Eggman? -preguntó, con los puños al frente. El Doctor seguía haciendo como si la furia y los afilados nudillos de Knuckles no estuviesen allí presentes.
-Desde luego es obvio que lo único que tienes. -respondió, burlón y arrogante.
-¡NO PIENSO DARTE LA ESMERALDA MAESTRA! -rugió Knuckles, enseñando sus filosos dientes.
-No vengo a negociar, Knuckles. -unos tentáculos salieron de la parte trasera del Egg Mobile, con unos extraños cañones cargados e intermitentes. Fueron directos a la joya, preparados para hacerla pedazos.
-¿¡Primero el Rey y ahora la Esmeralda!? ¡Ya te vale! ¿¡no crees!? -exclamaba el equidna, tratando de golpear a los agresivos tentáculos.
-El Rey por lo menos cumplía debidamente con su deber, Knuckles -continuaba escupiendo indiferentemente Eggman. -. Tú, en cambio, siempre has sido un Guardián pésimo.
-¡No pienso caer en tus trucos, Eggman! -seguía gritando el rastado rojo, casi al límite de su ira.
-Ni falta que hace -las palabras del villanos empezaban a sonar hirientes. -. Ya lo has hecho demasiadas veces.
Lo peor era que tenía razón.
-¡No vas a...!
Una potente descarga le azotó por detrás, dejándolo debilitado. Eggman se dispuso a terminar el trabajo, clavando los tentáculos en los costados de la Esmeralda. Las pequeñas luces empezaron a brillar y pitar, cada vez más fuerte, cada vez más alto.
"¡...No...!"
Y la Esmeralda se hizo pedazos delante del Guardián, acompañada de un brillo cegador; Eggman lo había conseguido. No podían sino mirar, uno orgulloso y el otro destrozado, cómo los fragmentos de la Esmeralda Maestra se dispersaban por los confines, más allá de la Isla Ángel.
Tras aquel momento de vulnerabilidad e inmovilidad, Knuckles se puso en pie y observó cómo lo que de verdad buscaba Eggman salía de lo que fueron las entrañas de la Esmeralda. Un charco de un líquido azulado, el cual se encogía y dilataba de forma constante.
-Bingo... -dijo Eggman, quien ya había retirado los tentáculos. Knuckles no se movía; observaba expectante como aquel fluido se elevaba ligeramente, adoptando una forma más o menos humanoide. De su extraña cabeza, de la cual se mostraban dos grandes ojos verdes, podía apreciarse su cerebro. Sus manos y pies, de grandes proporciones, tan solo tenían tres indefinidos dedos. Aquella criatura mostraba todo menos vida en su mirada.
Antes de poder golpear a Eggman como se merecía, la Isla empezó a temblar, y aquello solo significaba una cosa:
Isla Ángel iba a caer.
Aquello era lo que Knuckles se temía; si la Esmeralda estaba en cualquier parte menos en el Altar, la energía que proporcionaba a la Isla para que flotase se desvanecería, haciendo que esta cayese al mar.
Y semejante Isla no provocaría una marea baja al impactar, precisamente.
-Pero... ¿¡Qué has hecho!? -preguntó Knuckles, rabioso y confundido.
-Algo que ni tú habrías sido capaz de imaginar. -respondió Eggman, solamente.
Tras un largo momento de desequilibrio, Isla Ángel cayó rápida, fugaz y finalmente sobre el mar, provocando una potente ola que se extendió varios kilómetros, además de un estruendo ensordecedor.
Knuckles, ahora en el suelo, abrió los ojos y vio cómo el Doctor trataba de llevarse la acuosa criatura consigo. Sin embargo,
Esta había desaparecido.
Al ver esto, Eggman huyó al Egg Carrier y se marchó rápidamente de allí.
El equidna, volviendo a incorporarse, pensó en lo que había pasado: ¿qué rayos era eso? ¿Cómo es que, después de haber cuidado toda su vida la Esmeralda Maestra, no sabía de la existencia de aquel monstruo? Y... ¿desde cuándo esta lo tenía sellado?
Fuera lo que fuera y fuesen las que fuesen las respuestas a esas preguntas, no era momento de pararse a pensar en ellas; debía encontrar los fragmentos de la Esmeralda lo antes posible para poder restaurar la Isla.
Entonces pisó algo: un fragmento de la misma.
La cogió y agarró firmemente, dispuesto a cumplir con su importante y autoasignada misión. Justo cuando iba a emprender el vuelo (porque podía volar, aunque no con la gracilidad de un ave), desplegando sus rastas y estirando los puños, hubo algo de lo que no se percató:
El monstruo acuífero no era lo único sellado dentro de la Esmeralda.
Un destello anaranjado, levitando y brillando incandescentemente, se mostró detrás del equidna (quien ya se había ido) y desapareció del lugar, teletransportándose lejos de allí con una fugaz luz.
●●●
Pescar. ¿No hacía otra cosa?
No.
Interrumpir. ¿Nada lo hacía?
Ya había demostrado que no.
"Pero hasta los monos se caen de los árboles", como quien dice.
¿Por qué?
Porque cuando miró con aprecio su amuleto, aquel pedrusco brillante, su querida rana Froggy lo vio, saltó y se lo tragó entero.
-¡No, Froggy, muy mal hecho! -regañaba el gato, aunque sin éxito.
Pero entonces, por algún motivo, la rana sufrió un extraño e inexplicable cambio en su blando y redondeado cuerpo:
Le creció una cola.
Así es, y su dueño no pudo sino sorprenderse enormemente y decir:
-¡Froggy! ¡Si te ha salido cola! -no parecía realmente consciente de la rareza de aquella situación, aunque el anfibio lo aparentaba menos.
Seguido, como ocurría muchas otras veces, Froggy escapó a lo más profundo de la selva, siendo perseguido por un preocupado e inocente Big.
"¡Froggy, espera! ¡No te escapes!"
Pero fue inútil...
●●●
Station Square. La enorme ciudad. La enorme potencia. La enorme... bueno, todo.
Tranquila, nocturna y apacible. ¿O tal vez no?
No había mucha gente en las calles, pues en la noche no había mucho que hacer en aquella ciudad. Por lo menos no tanto como por el día...
Un extraño líquido fluía velozmente por la carretera, esquivando obstáculos; ¿acaso tenía vida?
Llegó a un callejón sin salida, frente a las puertas de un edificio. Los coches patrulla que le habían perseguido sin descanso dejaron que los policías en su interior salieran y rodearan al monstruo.
Una luz azul aterrizó en la azotea de un edificio, triunfal y luego expectante, observando la escena.
-¡Oh, sí! ¡Finalmente algo interesante! -dijo este, decidido e ilusionado por un poco de acción, dispuesto a unirse a aquel espectáculo.
-¡Quieto! ¡Estás rodeado! -exclamaron los policías, con las armas cargadas y apuntando al ente.
"¡Fuego!" y empezaron a disparar sin piedad, llenando el recinto de los sonidos de los disparos, haciendo llover las balas. Sin embargo, la criatura no se inmutó:
Seguía inmóvil, en el mismo sitio. Los proyectiles le atravesaron, mas se quedaron en su interior. Con un leve gorgoteo y un gesto de furia contenida, invirtió la trayectoria de las balas con la misma velocidad con la que fueron disparadas, contraatacando impecablemente. Los policías, asustados, trataron de cubrirse, aunque más de uno fue alcanzado por la ofensiva y terminó malherido o falleciendo.
-¡Señor, nuestras armas no funcionan! -dijo uno de los supervivientes a su superior. Este no respondió; no sabía qué hacer frente aquel monstruo.
Pero entonces, cuando toda esperanza parecía perdida, cayó un cometa azulado, delante de todos, como un relámpago. Los policías se quedaron estupefactos; ahora sí que tenían una oportunidad.
-Bueno, bueno... ¿quién quiere marcha? -dijo, andando y estirando sus guantes. La criatura de agua frunció el "ceño" y alargó uno de sus brazos rápidamente. El erizo, que era más veloz, lo evitó de un salto y alzó sus brazos en mitad del aire. A continuación, se enroscó sobre sí mismo, desplegando sus púas y golpeando sin éxito al enemigo acuático, quien también logró apartarse. Con una potente patada, Sonic (obviamente era él) fue testigo de cómo volvía a fallar y el monstruo escapaba hacia las alcantarillas, volviendo a adoptar su forma de charco.
-¡Eh! ¡Vuelve aquí, cobarde! -gritó Sonic, disgustado por la actitud huidiza de su rival.
A lo lejos, observando desde un cercano edificio, un hombre ovalado y bigotudo dijo, consciente de que no obtendría respuesta:
-No sabes nada, imbécil -la poca luz y su tono siniestro le hicieron sonar vil y enigmático. -. Ese es Chaos, el Dios de la destrucción.
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