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II

¡No permitiré que le hagas daño!
¡Alguien como él... no puede morir así!
¡Debe vivir! él... debe hacerlo...

¡JA, jA, jA! Ingenua...
Morirá en mis manos. Lo sabes.

No... ¡él vivirá!
¡Le protegeré! ¡es mi deber, y cumpliré con él!

Tu deber tan solo es protegerlo hasta que yo le cierre sus ojos para siempre.

¿Cómo estás tan seguro?

Amiga, está escrito.

Que perderás ante él... también está escrito...

...

Los soldados atendían y ayudaban a los aldeanos; el Reino había sufrido un golpe duro.
Tras el incidente del Rey, tras enterarse todo el mundo, ya nadie parecía contento. Los Combatientes de La Libertad habían sido engañados con un maldito cebo.
Pero nadie les culpaba de lo sucedido más que ellos mismos.
Sally se pasó el día en su casa, llorando e investigando; ahora sí que debía saber la localización de Eggman, costase lo que costase. Si la hubiese descubierto a tiempo, podría haberle predicho y salvado a su padre...
Pero... ¿cómo iba a saber lo del plan?
Rabia y más rabia. Culpa y más culpa.
Bunnie y Amy habían tratado de entrar a su habitación y animarla a hacer algo juntas, pero Sally les respondía con sollozos y silencio. Cream, quien a menudo recogía flores para hacer coronas, trató de incitarla a hablar con ella regalándole un ejemplar. Sin embargo, ella no le dirigió la palabra y Cream volvió a casa, deprimida por el rechazo de la princesa. Antoine, debido a su vocación de soldado, era la segunda persona que más culpable se sentía. Rotor y Tails ni siquiera se atrevieron a entrar, por miedo y respeto a su amiga.
Aquellos hermosos recuerdos, antes de convertirse en Combatiente... aquellos paseos por los jardines, aquellas historias, aquel cariño...
Al ver a NICOLE, aquella pequeña computadora, se acordó del día en que su padre y un tal Dr.Ellidy le regalaron aquella máquina.

~El Rey hablaba con alguien. La pequeña princesa no entendía lo que decían aquellas voces, así que bajó por las escaleras a mirar.
Un bonito vestido rosa la vestía, haciéndola ver elegante. Sumado a su cuidada y perfecta coleta trenzada, resultaba una niña de lo más arreglada, aunque solo fuese para andar por su casa.
-...
-...Sí, estoy seguro de que le será útil...
-...
-¡Tranquilo, le encantará...! -oyó la princesa exclamar alegremente su padre.
-¿Qué haces, padre? -preguntó la niña, curiosa e inocente. Los otros dos individuos se miraron, sonrientes. El Rey se arrodilló y le preguntó a su hija:
-¿Conoces al Dr. Ellidy? -ella negó con la cabeza y miró a aquel lince, gris, desgarbado y entrado en años.
"Es un científico muy bueno y simpático que te ha hecho un regalo." afirmó el Rey.
-¡¿En serio!? Vaya, ¡gracias, Sr. Ellidy! -dijo la pequeña Sally.
-Un placer, princesa -añadió este, tendiéndole la mano. Ella pestañeó perpleja y le dio la suya también. -. Hoy estáis muy guapa.
-Je, je, ¡gracias! ¿Y qué es eso que ha hecho para mí? -preguntó Sally, curiosa y feliz.
-¡Sally, no seas grosera! -exclamó su padre, sin mucha seriedad. Ellidy cerró los ojos y negó con la mano.
-No pasa nada, es normal en alguien de su edad. -metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño aparato de dos tapas; parecía una especie mini-ordenador.
-Tened, princesa. Espero que os divirtáis y os sea de ayuda. -se lo dio y cruzó los brazos detrás de la espalda. Sally lo miró detalladamente; le dio la vuelta y, de repente, las dos tapas se desplegaron, mostrando una pantalla y un teclado. La princesa se sorprendió al ver esto, mirando fijamente aquel cristal y esos botones.
"Es un aparato multi-funcional portátil; con él podréis jugar, saber dónde estáis y aprender muchísimas cosas." Añadió Ellidy, al ver como Sally estudiaba muy curiosa aquella ofrenda.
-Guau, ¡muchas gracias, Sr. Ellidy! -dijo esta, mirando sonriente al científico. El Rey y este también sonrieron y el primero le preguntó a su hija:
-¿Cómo lo vas a llamar? -Sally le miró, confusa y sorprendida por la pregunta; ¿ponerle un nombre a un ordenador?
-Pues... -respondió ella, pensativa.
-¿Qué te parece... NICOLE? Es el nombre de uno de tus antepasados... -propuso su padre, esperando la respuesta de su hija.
-Emmm ¡vale, NICOLE! -seguidamente la princesa rió y estrenó aquel regalo que, con el paso del tiempo, se le haría tremendamente útil.~

Aquellos recuerdos hicieron que Sally sonriera melancólicamente y sin darse cuenta.

●●●

Trabajaba en el diseño de un nuevo robot. Bueno, el trabajo lo hacían unas máquinas, pero él pensaba y decía qué hacer y cómo.
Entonces vino Orbot, con las manos juntas, igual que siempre, haciendo una reverencia a su dueño.
-Ya está listo, jefe -dijo a su dueño… bueno, jefe. -. Hemos desactivado la barrera que protegía el Cetro; solo queda que ahora usted haga el ritual.
-Vaya, ¡por fin! Ya tardaba... -respondió el Doctor, levantándose y dirigiendo sus pasos al laboratorio.

●●●

Llegó la última persona y, curiosamente, la primera que esperaba que viniera. Ya no investigaba, ya no lloraba. Solo acariciaba la madera de la mesa con el dedo, apagada.
La persona que entró, aquella que tanto brillaba para ella, que tanto la protegía, fue irónicamente la última en visitarla. Ella no le culpó; solo le extrañaba que siendo tan supuestamente rápido hubiese sido al mismo tiempo el más lento en hacer algo.
Pero nada le importaba ya a la princesa...
-Sal, ¿puedo pasar? -llamó, después de tocar la puerta con los dedos. Su voz era seria pero serena.
-...Claro... -respondió ella, sin dejar de mirar a la nada. La manilla no tardó en girarse y la puerta se abrió, lentamente.
Aquello también le recordaba a su padre; cuando estaba triste o enfadada con él, se encerraba en su cuarto y más tarde le pedía entrar y que le perdonase...
No podía olvidarle. Sencillamente no podía.
Aquella era la impresión que le daba el muchacho a veces. La de un padre. No solo la de un espíritu libre y rebelde, sino la de un chico maduro que velaba por quien lo necesitase. Se acercó a ella, complaciente y sin hacer apenas ruido.
-¿Quieres hablar? -ella solo suspiró, sin llegar a mirarlo. No fue hasta que como otras veces, le puso la mano en el hombro que ella giró la cabeza, sorprendida.
Sonic sonrió pícaramente ante aquella reacción, a lo que Sally se sonrojó.
-Yo... no... no lo sé... -se frotó los ojos con los dedos; no había dormido bien.
-Ssshhh... tranquila. -dijo, en voz baja, estremeciéndola. La relajada y calmante voz de Sonic a veces le ponía la piel de gallina de la impresión.
"Bueno, mejor te dejo tranquila; de todos tú eres quien peor lo ha pasado" y fue alejándose hacia la puerta.
-¡Espera! -le detuvo Sally, se repente, levantándose bruscamente de la silla.
-¿Sí? -Sonic seguía sin cambiar el tono de voz.
-Por favor... esto... quédate... -el sonrojo de Sally volvió, ahora más intenso. Trató de ocultarlo, pero había detalles que Sonic detectaba fácilmente. Se acercó a ella otra vez, aunque en esta ocasión más. La agarró de los brazos, haciendo que Sally entrase en una especie de pánico.
-Haz lo que necesites, Sal -sonrió tiernamente, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza. -. Yo estoy aquí. -acarició su pelaje, pasando los dedos por el rostro de Sally.
Ante esas palabras, sus labios empezaron a temblar, mientras que sus ojos soltaban un brillo aguado.
-Yo... -rompió a llorar, apoyando su mejilla en el pecho de Sonic, sintiendo su mano tratando de consolarla por la espalda.
-Sssshhhh... estoy aquí. -volvió a decir él, haciendo resonar sus palabras en la mente de Sally.
"Estoy aquí..."
"Estoy aquí..."
Las mismas palabras que su padre. El mismo gesto de su padre. El mismo recuerdo de su padre.
Cerró los ojos y más lágrimas cayeron por sus mejillas, presa de la triste memoria. Se sentía nula, débil, inútil; no era nada sin él, sin aquel significativo abrazo, sin aquel necesitado calor, cuando se suponía que ella era una chica fuerte y madura. En el fondo, la Sally misma sabía que era como cualquier hembra, como cualquier persona, necesitada de cosas más importantes y profundas que algo como la salud física.
-Yo... yo le quería... snif... Tendría que haber... snif... ido a ayudarle y... snif...
-No fue culpa tuya, Sal -susurró Sonic, apoyando el mentón en la cabeza de Sally y cerrando los ojos. -. Yo también pude haberlo salvado -la separó suavemente, limpiando sus lágrimas. -, pero en ese momento no podía dejar que te hicieran daño...
Sally ahora se sentía feliz, triste y... furiosa; su amigo daría su vida por ella, pero si no le hubiese detenido, o bien ella hubiese insistido en ir, podría haber enfrentado a Metal Sonic y haber salvado a su padre.
-¿¡Por qué lo hiciste!? -exclamó, dolida. -¿¡Por qué no me dejaste ir!? -Sonic le miró, callado, con un sentimiento de tristeza y culpa reflejado. Sabía que después de decirle lo que le fuese a decir se arrepentiría y le pediría disculpas, pero hasta entonces sus palabras serían seguramente dolorosas. -¡Mi padre ha muerto! ¡Ahora Acorn es un caos! ¡Ahora yo tendré que tomar el trono y no sé si...!
Entonces Sonic le interrumpió. No con palabras, no con gestos de sus manos.
Sino con un beso en los labios.

●●●

Se adentró en el laboratorio, en aquella gigantesca sala. En frente de él, rodeado de cables y máquinas, flotaba el Cetro de Las Tinieblas.
-Bueno, es hora de liberar ese poder legendario. -dijo Eggman, jugando con los dedos.
-¡Seguro que lo consigue, jefe! -dijo Cubot, tan alegre y descerebrado como siempre.
-Tenga cuidado, jefe. -dijo Orbot, algo preocupado.
Eggman caminó al frente, pulsando el botón a un lado de la puerta, observando el oscuro y enigmático objeto: una especie de caduceo, formado por una estalactita oprimida por una espiral. De uno de los extremos salía una figura blanquecina y, con ella, un par de alas emplumadas. De su interior se liberaba una ligera aura fucsia y negruzca, la cual lo hacía lucir todavía más malévolo.
Escoltado por Metal Sonic, su fiel y letal esclavo, el científico alargó la mano y tomó cuidadosamente el objeto, observando detalladamente.
Este reaccionó con un potente y cegador brillo.
El Doctor y Metal Sonic retrocedieron, mientras sus esbirros se giraban escondiéndose en una esquina, cubriendo sus ojos de aquel resplandor, gimiendo por el malestar que les producía). Cuando terminó el momento de vulnerabilidad, Eggman, Metal Sonic, Orbot y Cubot pudieron recuperar la visión y volver a mirar.
Pero entonces ocurrió algo todavía peor.
El Cetro, suspendido en el aire, giró y provocó una repentina, enorme y mortal explosión.

●●●

Seguía besándola, sin saber muy bien por qué. Solo fue un impulso, una extraña fuerza pero, por algún motivo, no podía dejar de hacerlo. Aquel sentimiento de tristeza, culpa y desesperación fue inmortalizado con aquel gesto. Una emoción que había yacido dormida dentro de él, había salido ahora, provocada por aquella fuerte y hermosa ardilla.
¿Por qué había hecho eso? O, lo que es más,
¿Por qué no podía parar?
Tal vez fuesen sus labios... o sus bonitos ojos azules... aquel pelaje suave, aquel cabello... ese cuerpo o... esa personalidad...
Fuese lo que fuese, lo atraía hacia ella como un imán. Le provocaba a seguir. Sally todavía sufría aquella extraña mezcla de emociones, a la que se unió una nueva, que fue llenándola hasta dominarla por completo y sustituir a las demás:
Paz.
Hiciesen lo hiciesen, sintiesen lo que se sintiesen, aquel momento era correspondido por ambos. Los dos tenían los ojos cerrados, presas de aquella adictiva sensación, dejándose llevar por aquel bendito roce. Cuando se separaron para tomar aire, por mucho que ellos quisiesen seguir, abrieron los ojos y se miraron fijamente, jadeantes.
Sonic puso su mano en la mejilla de Sally.
Sally puso su mano en la mejilla de Sonic.
Sonic miró detalladamente de arriba a abajo el cuerpo pronunciado de Sally, agarrándola suavemente de la cintura por debajo de su chaqueta azul. Sally miró detalladamente el cuerpo atlético de Sonic y recorrió lentamente su pecho con la mano abierta.
Aquel impulso volvió y no pudieron escapar, sino que conectaron sus labios otra vez.
Caía la noche, la cual se aparecía poco a poco, gradualmente, ofreciendo un ambiente cada vez más íntimo e intenso.
Estaban felices de haber cambiado de un ambiente tan tenso a uno tan amoroso y, en cierto modo, alegre. No necesitaban palabras para decirse que sentían y pensaban lo mismo.
No hicieron otra cosa: se tumbaron en la cama, se acariciaron, se besaron y… tan solo se mostraban un amor profundo y mutuo.
Tan solo...
Se querían.

●●●

Habían logrado cubrirse a tiempo, aunque no se libraron de la caída cercana de escombros y las grietas del techo, paredes y suelo. Pudieron ver cómo, tras la puerta, había un espacio inundado de oscuridad. Asustados y preocupados por la vida de su jefe, Orbot y Cubot trataron de pasar a través de la tal vez última puerta que había abierto Eggman.
Pero algo se lo impidió.
Un muro de oscuridad.
Tras haber retrocedido una vez más, aquella siniestra sustancia se fue desvaneciendo para toparse con una terrible imagen.

●●●

Knuckles dormía plácidamente en su altar, de brazos cruzados. Su labor de guardián a veces se reducía a eso; dormir a espaldas de la Esmeralda Maestra. No sabía por qué era guardián, o cómo llegó a serlo, pero sabía que no podía dimitir: era su deber. Sin embargo, le pareció oír algo, un murmullo. Se despertó, pestañeó un par de veces y se giró para ver qué pasaba.
Pero la Esmeralda seguía igual.
Suponiendo que era su imaginación, volvió a recostarse y cerrar los ojos, roncando levemente.

●●●

Todos dormían en sus pequeñas casas, en sus cómodas camas, plácidamente. No había nada mejor para desconectar y relajar la mente que una buena noche llena de bellos (y no tan bellos) durmientes... y una rima inintencional.
Tails, aunque el más joven de los Combatientes, era el único que se mantenía despierto.
A menudo solía hacerlo, aún sabiendo la advertencia de no ser algo sano. Pero el zorro tenía motivos para quedarse algún rato más en vela por las noches.
Sus recuerdos.
Todo lo que había pasado a lo largo del día, en especial lo del Rey, daba qué pensar, especialmente en alguien tan joven. No tanto como un niño, y menos cuando su mentalidad e intelecto eran más maduros y avanzados, sobretodo comparados con los de alguien de su misma edad.
Por eso los Combatientes de La Libertad no podían dejarle de lado, permitiéndole acompañarlos en sus misiones. Consciente de tamaño detalle, les estaba agradecido, sobretodo a aquel que consideraba prácticamente un hermano.
Sonic.
Había estado con él desde antes siquiera de conocer a los Combatientes, desde antes siquiera de llegar a Acorn con él. Eran diferentes, sí, pero no había nada que su unión pudiese romper. De hecho, se llamaban así mismos "El Lazo Inquebrantable".
Le protegía, le ayudaba siempre que lo pidiera... Era su ídolo; aspiraba a ser como él, y siempre trataba de devolverle la simpatía con la que le trataba. No era perfecto, como nadie en ese (algo alocado) mundo, pero sí un gran amigo a su parecer. Muy engreído y bromista, pero nada de ello iba cargado con malas intenciones.
Algún día sería como él…
Algún día...

●●●

Eggman yacía en el suelo, inconsciente. Orbot y Cubot no dudaron en ir a su encuentro, proclamando su nombre o, mejor dicho, su forma de llamarle por ellos, una y otra vez. Metal Sonic se hallaba en el suelo, inmóvil y dañado, apoyado por el impacto en la pared de aquella ahora destruida estancia.
-¡Jefe, jefe! ¡Despierte, por favor, despierte! -repetía Orbot, sacudiéndole la chaqueta, manchada y con rasguños. Al cabo de un momento, pudieron verle fruncir el ceño y oírle gruñir.
Aliviados, se apartaron para dejarle incorporarse y ver sus rotas gafas y enmarañado bigote.
-¿Se encuentra bien, jefe? -preguntó Cubot, torciendo su singular cabeza poliedral.
-Ññññ... ¿Qué...? -decía Eggman, aturdido. Visto su estado, le atendieron mientras Metal Sonic, a unos metros, se encendía con su siniestra mirada de robot apuntando fijamente a Eggman.

●●●

No quedaba mucho. No faltaba prácticamente nada para despertar. Ambos, hermanos, dormían en su letargo, en el Núcleo. El Centro era un lugar vacío y oscuro, casi sin luz. Aquel limbo resultaba silencioso, sin sonido alguno en su interior. Lo que hubiese fuera de él resultaba desconocido para los dos.

●●●

Nadie vino a la agencia. Nadie vino en todo el día. Tan solo sus tres propietarios la custodiaban, desde dentro, aguardando aunque fuera el más mínimo indicio de un caso. Uno decente... “y bien pagado, si se puede”.
Un cocodrilo sentado enfrente de su propio escritorio. Imponente, de escamas verdosas y dormitando, produciendo un casi inaudible silbido de reptil. Con sus cascos, en ocasiones se oían fuertes melodías musicales, sonoras a poca distancia, aunque él solía insistir en que no le gustaba el ruido. Una cresta rojiza adornaba su espalda curva, robusta y serpentina, junto a unos ojos ambarinos pero cerrados. Las cadenas de oro que rodeaban su cuello le daban un aspecto feroz, por no hablar de sus visibles colmillos.
A pesar de semejante descripción, no era un mal tipo en absoluto... a no ser que se le enfureciera. Y aquello tampoco era tan difícil...
El segundo fregaba el suelo, impasible y sin ganas; se trataba de un camaleón, de piel fuxia y con los mismos ojos que su jefe. Su llamativo cuerno y su cola en espiral eran sus rasgos más distintivos, con una hilera de púas negras en su espalda. Sus extraños zapatos y brazales eran otro punto físico que compartían ambos lagartos.
Aunque su principal ocupación era la de detective, en el fondo era un ninja innato; sus habilidades marciales eran especialmente valiosas para resolver los casos y defenderse de algún indeseable maleante. 
El tercero era una pequeña abeja, de la mitad de tamaño que sus compañeros, por lo menos. Vestido con una chaqueta y casco de piloto, todo acompañado de una expresión de aburrimiento.
¿Qué haría un niño tan pequeño y trabajando ahí, cuando ni siquiera le soportaban la mayor parte del tiempo? ¿Qué clase de valor tendría alguien como él?
Bueno, cada uno es especial a su manera, ¿no? Además de que una ayuda cercana cuando se es detective nunca suele venir mal... o alguien que pueda volar.
...y usarse como cebo, claro.
El pequeño, mientras uno dormía y el otro fregaba, estalló de impaciencia:
-¡JOOO! ¿¡POR QUÉ NO VIENE NADIE A LA AGENCIA!? -El cocodrilo dio un respingo y se tambaleó, dejando caer lápices y demás material del escritorio al suelo.
-¡MALDITA SEA, NO GRITES! -dijo el cocodrilo, malhumorado. El camaleón no se inmutó; estaba acostumbrado a las rencillas de sus socios.
"A veces creo que soy el único que usa la cabeza aquí..." solía pensar a menudo. Y era cierto; los otros eran uno infantil y el otro gruñón.
Siguieron cada uno a lo suyo, hasta que Espio, el camaleón, se dio cuenta de lo que Charmy y Vector (así llamados) no.
Alguien había llamado a la puerta.
-Ssshhh ¡callaos! -dijo, poniendo una mano en alto. Los otros dos pararon, atentos. -Alguien llama.
-Eso significa...
-¡¡¡PASTAAA!!! -gritó Charmy, muy feliz.
-¡Cierra la boca, Charmy! -dijo Espio, agarrando a la abeja y tapándole la boca, disgustado.
Vector, extrañado y con cierta sospecha, fue lenta y calladamente hasta la puerta. Charmy y Espio solo observaban, uno alerta y el otro expectante.
Girando la manilla.
Tragando saliva.
Abriendo la puerta.
Solo una calle vacía y nocturna.
Sacó la cabeza y miró a los lados, emitiendo otra vez ese extraño silbido reptiliano.
Pero, una vez más, no había nada ni nadie.
Absolutamente nada ni nadie.
...Al menos no a la altura de su cabeza.
Dio un paso al frente para ver mejor, pero sintió como su pie pisaba, de repente, algo que había en el suelo.
Era un sobre. Había estado ahí todo el rato y no se había dado cuenta.
Se agachó, lo cogió y lo miró por ambos lados, curioso. Quienquisiera que había dejado aquello, también dejó dos cosas claras: uno, se había ido. Dos, muy probablemente, se trataba de la misma persona que había llamado a la puerta. Sin más dilación, la cerró tras de sí, entrando otra vez en la agencia.
-¿Qué es, Vector? -preguntó Espio, poniéndose a un lado del interrogado mientras este se sentaba en su escritorio. Charmy imitó al camaleón, revoloteando alegremente como hacía de forma constante.
-Ni idea. -lo abrió finalmente y se dispusieron a leer juntos la nota que había escrita dentro del misterioso sobre:

"Agencia de Detectives Chaotix,
Tengo entendido que, desde hace algún tiempo, la Agencia está sufriendo cierta crisis. A mí, personalmente, me congratula decir que cuento con un caso que, para mi desgracia, no puedo resolver por mí mismo. Sin embargo, por lo que se dice de ustedes, nunca han decepcionado a un cliente y eso me tranquiliza, pues son mi última esperanza. Sé que suena comprometedor, pero estaría inmensamente agradecido si pudieran ayudarme. También he oído que se reclama bastante por los casos completados por la Agencia; el dinero no será un problema.
Atentamente,
Sr. Dark"

Cuando terminaron de leer, se quedaron estupefactos.
-Madre mía... ¡es justo lo que necesitábamos! -exclamó Vector, ilusionado. Charmy hizo una pirueta en señal de alegría e imitación al cocodrilo.
-¡Sí, necesitábamos! -dijo la abeja, con su obvia inmadurez y capacidad de imitación sin pensar al descubierto.
-Un momento... -dijo Espio, tratando de calmar a sus compañeros. - Aquí hay gato encerrado.
-¿Qué dices Espio? ¡Por fin tenemos un caso! ¡Y además uno en que no se quejan por el dinero…! Ni nos llaman nada malo... ¡Es fantástico! -replicaba Vector, con cierto reproche y desacuerdo en el tono, además de alegría.
-¿No lo veis? Justo cuando andamos cortos de dinero, aparece alguien pidiendo ayuda mientras nos echa flores. ¿No es sospechoso? -explicaba el camaleón rinoceronte, demostrando, como muchas otras veces, que a diferencia de los demás detectives él era extremadamente cauto.
-¿Cuando hemos andado cortos de dinero? -preguntaba Vector, haciéndose el tonto, como si nada hubiese pasado o fuese cierto.
-¿Cuándo? -repetía Charmy.
-Emmm... ¿la mayor parte del tiempo? -respondió, encogido de hombros y con una expresión que claramente significaba "por favor, es obvio".
-¡No ahora que tenemos un caso! -exclamó el cocodrilo, triunfante y enseñando la carta.
-¡Caso, caso! -...el que le hacían a la abeja, aunque tarde o temprano se haría notar tanto que sus camaradas le harían una riña juntos.
-¡Ni siquiera sabemos quién es el cliente! ¡Tan solo dice... -cogió la carta, la leyó rápidamente y señaló el nombre al final de ella, enseñándole a sus compañeros. -¡"Señor Dark"!
-¿Qué importa quién sea? ¡Somos detectives! ¡Nuestro deber es ayudar a todo el mundo! Y cobrar bien... -dijo con tono erudito, recordando a un oficial dictando un decálogo lo primero y en voz baja lo segundo.
-Pero... ¿Y si es una trampa? ¿No recordáis cuando el cliente terminó siendo Eggman? -les recordaba Espio, tratando de razonar con ellos o, por lo menos, con Vector.
-¿Se te ocurre una forma mejor de que nos ganemos el pan? -el jefe empezaba a enfadarse, y eso no era bueno.
-Aquel chiringuito en la autopista no fue tan mal... -respondió Espio, consciente de la rabieta inminente de Vector.
-Grrr... ¡Pero ahora somos detectives! ¡Eso es lo que importa y además nos va mucho mejor...!
Y así terminó la conversación, dejando a Espio negando ante la cabezonería de su jefe y la estupidez de su socio.

●●●

...
... ...
... ... ...
Tú... el Relámpago... el Elegido...
Pronto... pronto llegará la...
...Oscuridad...
...Prepárate

Sonic despertó bruscamente. Jadeaba y resonaba el eco de una voz en su mente, una que le pareció oír en un sueño. Apoyado en su mano, cubierto hasta la cintura por una sábana, se fue tranquilizando y recuperando el ritmo normal de su corazón.
Se giró y vio a alguien conocido a su lado, todavía durmiendo, aclarando que lo que vivió antes de quedarse dormido no fue un sueño.
Sally estaba ahí.
Con él, dándole la espalda y roncando levemente. Sonic sonrió sin saber muy bien por qué, embargado por un sentimiento de felicidad. Se acercó a ella y la abrazó tierna y dulcemente, pero Sally no reaccionó. A Sonic no le importaba; disfrutaba teniendo a su amada entre sus brazos, compartiendo su cama con él, después de haberle dado una de las mejores noches de su vida.
Apoyó el mentón en el hombro de Sally, cerrando los ojos. Sonic no era de las personas más afectuosas que uno pudiera encontrarse, pero en la intimidad admitía que era una persona y estaba necesitado de aquel calor. Ese mismo cariño le pedía Sally a veces, antes siquiera de declarar su amor por él la noche anterior, de aquella forma tan profunda y silenciosa.
Pero, como dicen los sabios,
Un silencio vale más que mil palabras.
Aunque muchas veces pareciese que no se llevaban bien, que si uno decía blanco el otro diría negro, en el fondo se querían como buenos amigos. Se ayudaban, se cuidaban y, lo que era más: se amaban sin darse cuenta. Parecía mentira que con todas las rencillas y discusiones tontas que vivían, que con aquellas dos personalidades tan diferentes, hubiesen acabado de esa forma. Tumbados, juntos, abrazados...
Sintiendo su corazón palpitando otra vez, disfrutando de aquella sensación, hundió su rostro en el cuello de Sally y susurró:
-...Te quiero... -ella no respondió, pero la nada, que siempre ve lo que otros no ven, pudo observar como Sally sonreía inconscientemente.

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