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7- Dolor

Rowent


El dolor punzante se intensificaba a medida que la pérdida de sangre continuaba, envolviéndome en una sensación de agonía y vulnerabilidad. Cada latido del corazón parecía llevar consigo una oleada de dolor, mientras que la debilidad se extendía por cada fibra de mi ser.

A medida que la sangre fluía, luchaba por mantenerme consciente y resistir la oscuridad que amenazaba con arrastrarme hacia el abismo. Sentía cómo mis fuerzas menguaban, mi mente se volvía borrosa y mis extremidades se volvían pesadas.

Casi desfalleciendo por la pérdida de sangre, Rama y Miela me habían cargado hasta el campamento.

Varios salieron rápido a nuestro encuentro y ayudaron a llevarme a una tienda cercana. Me recostaron en el suelo y reposaron mi cabeza en una almohada. El miedo y la angustia se mezclaban con el dolor, creando una tormenta de emociones dentro de mí. Sabía que si no se detenía la hemorragia pronto, mi vida estaría en peligro. Cada minuto que pasaba, la sensación de desesperación crecía.

Mis pensamientos se volvían difusos y la realidad se mezclaba con visiones fugaces.

El dolor era insoportable, un fuego ardiente que se extendía desde mi pierna atrapada y lacerada por la trampa. La sangre brotaba con cada latido de mi corazón, y mi visión comenzaba a oscurecerse.

De repente, entre la neblina de mi dolor, vi una figura moverse con rapidez. Era Lilia. Su rostro, normalmente sereno, estaba ahora tenso con preocupación y urgencia. Se arrodilló a mi lado.

—Rowent, aguanta. Voy a curarte —dijo con una voz firme y tranquilizadora.

Sentí una oleada de alivio mezclada con escepticismo. Me aferré a esa última chispa de esperanza mientras la oscuridad seguía cerrándose a mi alrededor.

Lilia colocó sus manos sobre mi pierna herida, y el calor de su magia comenzó a infiltrarse en mi piel. Susurró unas palabras que no pude entender desde el oscuro lugar al que estaba cayendo.

Su magia era una sensación extraña, como si pequeñas corrientes eléctricas recorrieran mi carne, un cosquilleo que rápidamente se transformó en un alivio profundo. Pude ver cómo los bordes desgarrados de la herida empezaban a unirse lentamente.

—Sigue respirando, Rowent. Estoy aquí contigo —me susurró, sus ojos clavados en mi pierna mientras concentraba toda su energía en el hechizo de sanación.

Sentí cómo mi cuerpo respondía a su magia, el dolor retrocediendo poco a poco, reemplazado por una sensación de paz y calidez. La pérdida de sangre había sido severa.

Finalmente, retiró sus manos de mi pierna. El dolor había desaparecido casi por completo, reemplazado por una sensación de entumecimiento y alivio.

—Lo logré —murmuró Lilia, visiblemente agotada pero con una sonrisa de satisfacción en sus labios—. Rowent, necesitas descansar. La herida está cerrada, pero tu cuerpo necesita tiempo para recuperarse de la pérdida de sangre.

Asentí débilmente, sintiendo el peso de su esfuerzo y el impacto de su magia en mi cuerpo. Me recosté con cuidado, dejando que el cansancio me venciera mientras la adrenalina se desvanecía.

—Gracias, Lilia —susurré, mi voz apenas audible.

—Descansa —respondió ella, acariciando suavemente mi frente antes de levantarse. La oscuridad se cerró a mi alrededor, pero esta vez, no era el preludio de la muerte, sino un sueño profundo y reparador.

Desperté en la oscuridad de la tienda, sintiendo una leve desorientación. Me tomó unos segundos recordar dónde estaba y qué había sucedido. La pierna, que antes había sido una fuente de dolor insoportable, ahora solo mostraba una cicatriz. Me senté lentamente, mis movimientos precavidos, y noté una mesita a mi lado con una taza de té que aún estaba tibio. Lo levanté y tomé un sorbo, sintiendo el calor reconfortante extenderse por mi cuerpo.

Después de terminar el té, me incorporé despacio. Apoyé el pie con cautela, esperando el dolor que no llegó. Solo quedaba el reflejo de la herida en mi mente. Di unos pasos dentro de la tienda, asegurándome de que podía caminar sin problemas. Luego, me dirigí hacia la salida, empujando suavemente la tela que la cubría y dejando que el aire fresco de la noche me envolviera.

La noche estaba tranquila, el cielo despejado y lleno de estrellas. Avancé con cuidado por el campamento, mis pasos silenciosos en la hierba. No quería atraer atención no deseada. Quería encontrar la tienda donde habían llevado a la asesina. La curiosidad y la necesidad de respuestas me impulsaban a seguir adelante.

A medida que caminaba, observé las luces de las hogueras y las sombras que proyectaban. El campamento estaba en silencio, solo se escuchaba el crujido ocasional de la madera quemándose y los murmullos apagados de aquellos que todavía estaban despiertos. Intenté recordar la dirección en la que habían llevado a la asesina, manteniéndome en las sombras para no ser visto.

Entonces fue que vi una tienda que parecía estar más vigilada que las demás. Dos guardias estaban apostados fuera, y noté la presencia de cuervos merodeando por los alrededores. Me acerqué con cautela, manteniéndome a una distancia segura mientras evaluaba la situación. Era evidente que la tienda estaba bajo estricta vigilancia, lo que confirmaba mis sospechas.

Sabía que no podía acercarme demasiado sin ser descubierto, así que me quedé en las sombras, observando y esperando una oportunidad.

Decidí rodear la tienda, manteniéndome siempre en las sombras para no alertar a los guardias. Cada paso era calculado, cada crujido de las ramas me ponía en alerta. Finalmente, llegué a la parte trasera de la tienda, donde los pliegues de la tela ofrecían una entrada discreta.

Con cuidado, levanté uno de los pliegues y me deslicé adentro. La tienda estaba débilmente iluminada, lo suficiente para ver sin ser visto. Todo estaba en silencio. Mis ojos se adaptaron rápidamente a la penumbra y la vi: la asesina estaba atada a un poste en el centro de la tienda.

Permanecí inmóvil un momento, asegurándome de que no hubiera nadie más. Era extraño cómo el tiempo parecía detenerse mientras me acercaba a ella. Estaba dormida, o al menos eso parecía. Su respiración era regular y tranquila, como si las ataduras no fueran más que un inconveniente menor para ella.

La observé en silencio, sin atreverme a hacer ningún ruido que pudiera despertarla. Había algo en su semblante que me intrigaba, una mezcla de dureza y vulnerabilidad que no esperaba encontrar en alguien que había intentado matarme. Sus facciones eran fuertes, marcadas por las cicatrices de una vida difícil, pero incluso así, había una cierta paz en su expresión mientras dormía.

La asesina era morena, con una piel bronceada que reflejaba las luces tenues de la tienda. Su cabello era blanco, un contraste sorprendente con su piel. Estaba rapado a un lado, dejando al descubierto una parte de su cráneo, mientras que el resto caía en largas trenzas y mechones sueltos que le daban un aspecto salvaje y desordenado. Alrededor de sus ojos, llevaba un maquillaje rojo que cruzaba por su nariz.

Vestía de oscuro, con prendas ajustadas que permitían libertad de movimiento, y se podía ver que su cuerpo estaba tonificado y entrenado para la lucha. Cada detalle en su atuendo y apariencia hablaba de una vida dedicada a la caza y la supervivencia.

Tenía la cara toda golpeada, las mejillas amoratadas y un hilo de sangre seca reposaba sobre su ceja.

—¿Qué te hicieron? —dije en un susurro al verla.

—¿Y a tí qué? —dijo y me escupió.

Estaba despierta.

—Solo trato de ayudar, podrías intentar ser un poco más cortés. ¿Qué querían saber?

—Entiendo— dijo—. Ahora te mandaron a tí a preguntar ¿verdad? Al chico bueno.

—No— dije y me eché a reír—. Era solo curiosidad, si no quieres, no me digas.

—¿Y qué haces aquí entonces? —sentía la rabia en sus palabras. La habían golpeado para que hablara y no había dado rienda suelta. Ahora solo quería estar sola.

—Buena pregunta— miré el entorno—. Supongo que solo quería ver que estuvieras bien.

—¿Por qué? — me miraba incrédula—. Destrocé tu brazo y luego tu pierna.

—Y me habrías matado, lo sé— me quedé pensativo—. Pero aún no me dices el por qué. No me creo eso de que el emperador en persona sepa quien soy y mande por mi cabeza.

—El emperador lo sabe todo, humano tonto.

Sonrió como quien acaba de ganar una batalla.

—¿No eres también humana? ¿O de qué me perdí? —ella escupió otra vez en mi dirección—. Te encanta eso de escupir ¿no?

Gruñó enojada y me hizo sonreír.

Sentía pena por ella. No estaba acostumbrado a lidiar con mujeres, en realidad no estaba acostumbrado a lidiar con nadie. Pero ella en particular se me hacía peculiar. Probablemente debería de haberle tenido miedo. Pero no era así, me daba curiosidad y algo de pena.

—Me gustaría curarte, ¿duele?

—No entiendes cuando alguien te insinúa que no quiere hablar contigo ¿verdad? Por lo general, que te escupan debería ser suficiente.

—Yo no soy como la mayoría— dije sonriendo con todos los dientes—. No me rindo fácilmente. Y ¿sabes qué? —me puse de pie frente a ella con los brazos en jarras y una brillante sonrisa—. Voy a curarte esas heridas, luego me lo agradecerás.

No estaba seguro de porqué había dicho eso. Había algo en la quietud de la noche y en la seguridad de saber que estaba vivo, que había sobrevivido una vez más, que llenaba mi corazón de una confianza renovada. La magia de Lilia no solo había curado mi pierna, sino que también había encendido una chispa dentro de mí.

La comprensión de que, a pesar de todo, había fuerzas en este mundo dispuestas a protegerme y ayudarme me llenaba de una alegría que no había sentido en años. Por primera vez, sentía que no estaba solo, que había un propósito en mi viaje más allá de la simple supervivencia.

Mirando a la asesina atada frente a mí, sentí una extraña inclinación a ayudarla. Tal vez porque, en sus ojos verdes y en su postura tensa, vi reflejada la misma lucha que había llevado dentro de mí durante tanto tiempo. El miedo que solía atenazarme, la incertidumbre que siempre me rondaba, ahora parecían lejanos.

Me sentía positivo, sin miedo a nada, y esa nueva fuerza me impulsaba a tender la mano a quienes, como yo, estaban atrapados en la oscuridad. Quizás, al ayudarla, encontraría respuestas no solo para ella, sino también para mí mismo.

Salí de la tienda con un nuevo propósito en mente. Mis pasos eran más firmes, mi corazón más ligero. Crucé el campamento en silencio, los sonidos de la noche me envolvían mientras me dirigía a mi tienda.

Al llegar, revolví entre mis cosas hasta encontrar el libro de hechizos. Sus páginas gastadas contenían más poder del que había imaginado, y ahora sentía que era el momento de explorar ese poder de una manera más consciente y deliberada.

Con el libro bajo el brazo, regresé a la tienda de la asesina. La penumbra en su interior apenas me permitió ver su figura inmóvil, atada al poste en el centro. Me acerqué despacio, sentándome en el suelo frente a ella. Abrí el libro y comencé a buscar algún hechizo que pudiera ayudar a curar sus heridas. Las páginas crujieron bajo mis dedos mientras leía atentamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

La luz de la lámpara cercana iluminaba ligeramente las páginas, creando un halo sobre los antiguos caracteres. Sentía una extraña calma mientras buscaba, como si supiera que, de alguna manera, estaba en el camino correcto.

Al fin encontré un hechizo de curación. No era muy complejo, pero requería concentración y energía.

Preparado y decidido, me dispuse a realizar el hechizo, con la esperanza de poder ayudar a la mujer frente a mí.

—¿Encontraste tu librito mágico? —preguntó con voz ronca.

—Si, y ya tengo el hechizo en mente. Solo cállate un momento para que pueda concentrarme.

Hizo silencio pero no dejó de mirarme. Alcé mi mano hacia ella y susurré sanitatem, mis ojos se iluminaron pero nada sucedió.

—¿Y ahora qué, genio?

—Espera, volveré a hacerlo— tragué saliva y repetí: —sanitatem...

Nada pasó.

—Admítelo— dijo con una sonrisita—. No eres tan bueno como creías.

—Es un hechizo nuevo para mí— me justifiqué—. De cualquier manera deberías agradecerme el intentar ayudarte.

—No te debo nada— dijo y cerró los ojos ignorándome.

Sentí una oleada de frustración y desesperanza. Volví a hojear el libro con más urgencia, mis ojos recorriendo las páginas en busca de algo que pudiera ayudar. Fue entonces cuando recordé un hechizo que había usado algunas veces, uno que no era precisamente de curación, pero que producía frío. Pensé que tal vez podría aliviar la inflamación de sus heridas, aunque solo fuera temporalmente.

Me acerqué más a ella y, con cuidado, recité las palabras del hechizo. Canis. De inmediato, sus ojos se abrieron y me miraron con sorpresa.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz áspera.

—Intento ayudarte —respondí con sinceridad—. Esto debería aliviar el dolor y la inflamación.

Ella me observó por un momento, luego suspiró.

—Bueno, eso está mejor —dijo a regañadientes.

Sonreí, satisfecho.

Nuestro momento de tregua se interrumpió por los gritos que resonaban fuera de la tienda. Mi sonrisa se desvaneció y me puse de pie de inmediato.

—Voy a ver qué está pasando —dije, y salí de la tienda, dejando a la asesina sola por un momento mientras me dirigía hacia la fuente del alboroto.

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