17- La aldea olvidada
El mediodía había pasado y las sombras de los árboles comenzaban a alargarse mientras avanzábamos. Drimmar nos informó que llegaríamos a una aldea pequeña en el corazón del bosque Pohuk. La noticia trajo un soplo de alivio a nuestro grupo.
Rama tomó la palabra con una chispa en los ojos.
—Conozco esa aldea— dijo con entusiasmo—. Pasé algunos años allí cuando era más pequeño.
Su voz tenía un toque de nostalgia, y una leve sonrisa se dibujó en su rostro al recordar su pasado en aquel lugar.
Drimmar continuó, explicando su plan de abastecernos en la aldea antes de seguir nuestro camino. La idea parecía sensata, pero un problema evidente se alzaba ante nosotros: no teníamos dinero. Todos guardamos silencio por un momento, sopesando nuestras opciones.
—Bueno, si no tenemos dinero, podemos conseguir lo que necesitamos de otra forma— dije finalmente, rompiendo el silencio. Las miradas se volvieron hacia mí, y aunque algunos mostraban sorpresa, otros, como Maerin, simplemente esperaban a que continuara—. Puedo robar algunas cosas— propuse con un encogimiento de hombros—. Nada grande, solo lo necesario para seguir adelante.
Drimmar frunció el ceño.
—¿Estás sugiriendo que pongamos en riesgo nuestra misión y nuestras vidas robando en una aldea? Podríamos causar problemas innecesarios.
—Lo entiendo— respondí, manteniendo la calma—. Pero, ¿qué otra opción tenemos? Necesitamos suministros y no tenemos con qué pagar. Prometo ser cuidadoso y no llamar la atención. Lo he hecho antes y puedo hacerlo de nuevo.
Rosita, quien había estado escuchando en silencio, soltó una risa sarcástica.
—Así que ahora nos dirás que siempre has sido un ladrón de los buenos, ¿eh? Qué sorpresa.
La ignoré, centrando mi atención en Drimmar.
—Sé que no es lo ideal, pero si nos mantenemos discretos, nadie lo notará. Solo tomaremos lo necesario para seguir nuestro camino.
Drimmar suspiró, claramente conflictuado. Miró a Maerin, buscando su consejo silencioso. Maerin asintió levemente, dando su aprobación.
—Está bien, Rowent— dijo Drimmar finalmente—. Hazlo rápido y asegúrate de no levantar sospechas. No podemos permitirnos retrasos ni problemas adicionales.
—Yo quiero ir— se aventuró Rama—. Soy bueno en eso de esconderse y Rowent necesitará algo de ayuda. Cuatro manos roban más que dos.
—Rama— dijo Maerin—. ¿Tú que sabes de robar?
—Mas que tú seguro—. El rostro de Maerin se torció en una mueca inesperada.— Yo conozco el lugar, puedo guiarlo y asegurarme que todo marche bien.
—La aldea pudo haber cambiado en estos años— intercedió Drimmar—. Todo podría ser muy distinto a ese entonces.
—La aldea pertenece ahora al imperio— dijo rotunda, Rosita—. Es una de las nuevas adquisiciones. No les será tan fácil salir indemnes.
—¿Qué sugieres? —le pregunté.
—El Imperio se los comerá vivos— continuó Rosita.
—¿Por qué no la callas por favor, Rowent? Tenemos mucho que pensar y no necesitamos ningún mal agüero en esto —me dijo Drimmar.
—¿En serio? —siguió ella—. El Imperio no ha dejado ciudad o aldea, por más pequeña que fuera, sin tocar. ¿De verdad piensan ir con los ojos cerrados?
—¿Y aquí estás tú para ayudarnos? —dijo Drimmar.
—Pues verás que sí—. Drimmar se echó a reír.
—¿Por qué ayudarías?
—Ayudaría porque estoy atada a este idiota— me señaló con la cabeza. Que bien, volvimos a los insultos—. Y si algo le pasa, yo quedaré atada de por vida, porque solo él puede deshacer el hechizo. Así que si, quiero ayudar para que regrese sano y salvo al campamento y no se meta en una jaula de lobos como ustedes, manga de tontos, están planeando.
Rosita me miró fijamente, sus ojos verdes brillando con una mezcla de desafío y sinceridad.
—Rowent— dijo, su voz firme—. Desátame. Prometo no escapar. Te doy mi palabra.
Todos a nuestro alrededor nos miraron con enojo y desconfianza. La tensión en el aire era palpable. Pero Rosita no se inmutó.
—Siempre dices que somos amigos, ¿no? Pues confía en mí como amigo.
Me tomé un momento para considerar sus palabras. Había algo en su tono que me decía que no mentía. Asentí lentamente y me acerqué a ella, desatando las cuerdas que mantenían sus manos atadas.
—Está bien— le dije en voz baja—. Pero espero que cumplas tu palabra.
Rosita frotó sus muñecas, luego juntó las manos delante de ella y emitió un sonido peculiar con la boca. Los cuervos, que nos observaban desde las altas ramas, se echaron a volar de inmediato. Todos la miramos, asombrados.
—Esperen— dijo ella, manteniendo su mirada en el cielo.
Pasaron unos minutos largos y tensos. El silencio se hizo más profundo a medida que el tiempo transcurría, y sentí cada segundo como una eternidad.
Los cuervos regresaron, volando en círculos amplios y elegantes, creando una danza oscura en el cielo. Finalmente, empezaron a descender, formando una nube negra que se condensaba alrededor de Rosita. Las aves giraban y revoloteaban, sus alas batiendo en un frenesí casi hipnótico. Era como si la oscuridad misma cobrara vida, envolviendo a Rosita en un manto de sombras vivientes.
Ella se mantenía inmóvil en el centro de aquel espectáculo, sus ojos brillando con una mezcla de triunfo y seguridad. Su sonrisa se ensanchó, y pude ver la chispa de satisfacción en su expresión. Los cuervos parecían obedecer cada uno de sus movimientos, como si estuvieran sincronizados con su voluntad. Era una visión aterradora y sorprendente a la vez.
Cuando los cuervos finalmente se posaron de nuevo en las ramas, Rosita se volvió hacia nosotros con una mirada firme y desafiante. La atmósfera se había transformado por completo, y todos quedamos asombrados por lo que acabábamos de presenciar. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Los habitantes están sometidos a una vigilancia constante por parte de los soldados que patrullan las calles— dijo ella con una voz que ahora parecía llevar un peso diferente—. Me dicen que hay tres soldados apostados junto al portón. Pero no hay nadie que vigile los muros, que no son muy altos.
La información era precisa y valiosa. Todos nos quedamos en silencio por un momento, asimilando lo que Rosita había compartido. Su habilidad para comunicarse con los cuervos y obtener información detallada era impresionante.
Drimmar fue el primero en romper el silencio.
—Es una ventaja significativa— admitió, mirándome con una mezcla de respeto y precaución—. Pero debemos ser cuidadosos. La vigilancia en las calles significa que no podemos movernos libremente.
Nadie pudo negarle a Rama ir junto a mí. La consigna era simple: entrar en la aldea descolgándonos por los muros y correr por los techos para no ser vistos. Nos separamos del grupo y nos dirigimos hacia la aldea cuando comenzaba a anochecer. Era un largo trecho. El aire estaba cargado de tensión, y casi se podía oír el repiqueteo de los latidos del corazón. Las manos de Rama se aferraban con firmeza a las armas, listo para cualquier eventualidad.
Nos movíamos con sigilo, evitando hacer ruido innecesario y manteniéndonos alerta a cada sombra y sonido. Tenía plena confianza en lo que haría pero sabía también que estábamos a punto de adentrarnos en un territorio peligroso, donde cualquier paso en falso podría desatar las alarmas y poner en riesgo nuestra misión.
Rama estaba muy nervioso, se repetía las instrucciones y estrategias acordadas, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón.
—Descolgarnos por los muros, correr por los techos, evitar los guardias— murmuraba para sí mismo, como un mantra. Pero a pesar de su valentía, la incertidumbre y la posibilidad de enfrentarse a los guardias hacían que sus manos temblaran ligeramente.
El momento de la verdad llegó cuando finalmente vislumbramos el umbral de la entrada. La tensión alcanzó su punto máximo, y pude sentir cómo cada músculo en mi cuerpo se preparaba para la acción. Nos deslizamos hacia los muros, utilizando la cobertura de la oscuridad para mantenernos ocultos. Rama me siguió de cerca, sus movimientos más fluidos ahora que la adrenalina comenzaba a tomar el control.
Nos colocamos junto al muro, listos para trepar. Miré a Rama, quien asintió con determinación.
—Vamos— le susurré, y empecé a escalar. Mis dedos se aferraban a las grietas y salientes del muro, subiendo con rapidez pero con cuidado. Cada sonido, cada movimiento era calculado para evitar atraer la atención.
Sentía la adrenalina corriendo por mis venas, impulsándome hacia arriba. Pero a medida que subía, me di cuenta de que algo no estaba bien. Miré hacia abajo y allí estaba Rama, aún en el suelo, mirándome con una expresión de incertidumbre.
Le hice un gesto para que me siguiera, pero él no se movió. Fruncí el ceño y descendí de nuevo a su lado, tratando de mantener la calma.
—¿Qué pasa? —le pregunté en voz baja, sin querer atraer atención innecesaria.
—No sé trepar— admitió Rama, su voz apenas un susurro. Sentí una punzada de preocupación. Este era un gran problema. Necesitábamos ambos estar al otro lado del muro para poder llevar a cabo nuestro plan.
Respiré hondo, evaluando nuestras opciones rápidamente. No podíamos permitirnos fallar. Miré el muro, buscando una solución.
—Está bien— le dije, tratando de infundirle confianza—. Vamos a encontrar otra manera.
Lo cierto era que el muro no era muy alto, pero si no sabías trepar, estabas perdido. Y Rama era un adolescente de estatura baja, desgarbado y con poca fuerza en sus delgados brazos.
—Voy a ayudarte— le dije, decidido a encontrar una solución—. Subiré y te tiraré la mano. Intenta agarrarla. Salta, haz lo que tengas que hacer, pero intenta subir.
Rama asintió, la determinación reflejada en sus ojos. Me dispuse a subir, poniéndome la máscara que me cubría el rostro para mayor seguridad. Trepé a lo alto del muro en un abrir y cerrar de ojos. Me apoyé, recostándome sobre el borde, y tendí el brazo para que Rama me alcanzara.
A pesar de sus esfuerzos, Rama no lograba tocar mi mano. Estiraba su brazo, saltaba, pero la distancia entre nosotros seguía siendo un obstáculo. Me preocupé por cómo treparía por los techos si el chico no podía siquiera subir un muro. Sus saltos eran desesperados, y yo trataba de estirar mi brazo lo más posible, pero no lográbamos conectar.
Finalmente, en un momento de sincronización, nuestras manos se chocaron. Sentí su agarre débil pero determinado, y lo impulsé con todas mis fuerzas hacia arriba. Fue un esfuerzo considerable, y sentí el tirón en mis músculos mientras lo levantaba. Con mucho trabajo, Rama logró trepar hasta el borde del muro.
—¡Lo lograste! —exclamé por lo bajo, ayudándole a ponerse en pie sobre el muro. Su respiración era agitada, pero su rostro mostraba una mezcla de alivio y orgullo.
—Gracias, Rowent— dijo, tratando de recuperar el aliento—. Por favor no le digas nada a Maerin, no quiero que piense que he fallado en mi entrenamiento.
—Descuida— respondí, dándole una palmada en el hombro—. Ahora, sigamos adelante. Tenemos un trabajo que hacer.
Nos deslizamos por el otro lado del muro y nos agachamos detrás de un edificio cercano, tomando un momento para recuperar el aliento y planificar nuestro próximo movimiento. El gran problema de trepar el muro estaba resuelto, pero sabía que aún quedaba mucho por delante.
—Tú ve al norte, yo iré al sur— le dije señalando su dirección—. Nos veremos de nuevo en una hora aquí. —Los dos teníamos nuestros bolsos vacíos, esperando a ser llenados. Chocamos nuestras manos en señal de asentimiento y nos separamos.
Corrí sobre un par de techos antes de saltar a la vereda de enfrente dejándome caer con cuidado junto a una chimenea. Las calles eran bastante angostas, yo había dado saltos más largos que aquellos.
Con cuidado me asomé a las calles, en busca de algún almacén o local de comida.
—Todos los edificios parecen casas— dije con pesadez, murmurando para mí.
Segui saltando con cuidado entre las tejas, siempre tratando de asegurar bien mis pies, lo cual se hacía muy difícil cuando me encontraba con un techo de paja. Era muy resbaladizo y debía tomarlo con calma.
Ese aroma. Me detuve unos instantes, era aroma a pan recién hecho y pastelitos— crujientes tortillas enmantecadas— me relamí los labios.
El aroma impregnaba el aire, proveniente de una tienda con las cortinas bajas, señal de que ya había cerrado. Me descolgué del techo con cuidado, asegurándome de no ser visto. La calle estaba desierta, parecía una calle fantasma, aunque eso no significaba que en cualquier momento no pudiera aparecer una patrulla de soldados.ccc
Me acerqué a la puerta de la tienda y golpeé suavemente. Tardaron en responder, y cuando lo hicieron, apenas asomaron la cabeza. Aproveché ese momento de distracción para empujar la puerta y meterme dentro de la tienda. La señora que me había abierto la puerta estaba aterrada, sus ojos reflejaban el miedo que sentía. Justo cuando estaba a punto de gritar, levanté la mano y conjuré un Dormirus, sumiéndola en un sueño profundo.
—Así está mejor —murmuré para mí mismo, sintiendo un leve remordimiento. No quería lastimar a nadie, no quería ser el villano de esta historia. Pero necesitábamos comida, y nosotros teníamos la mayor de las responsabilidades: salvar al mundo del imperio. Puede que me estuviera tomando muy en serio este papel, pero me aferraba a ello para justificar mi existencia.
Abrí mi bolso y empecé a llenarlo con todo lo que encontré. Panes, tartas, tortillas, pastelitos, masitas rellenas, cada uno más tentador que el anterior. El aroma dulce y cálido llenaba la tienda, haciéndome sentir un poco culpable por llevarme todo.
Con el bolso repleto, abrí la puerta despacio y, después de cerciorarme de que la calle seguía vacía, corrí al frente y me impulsé por una ventana, subiendo nuevamente al tejado. Me deslicé por el borde con la agilidad de un gato, agradecido por la oscuridad que me cubría.
Desde mi posición en el tejado, podía ver las calles vacías, iluminadas solo por la pálida luz de la luna. El mundo dormía, ajeno a la pequeña batalla que librábamos en las sombras. Con el corazón latiendo con fuerza, me detuve un momento para respirar profundamente y dejar que la calma de la noche me envolviera. Aún teníamos un largo camino por recorrer, pero por ahora, teníamos lo necesario para seguir adelante.
Divisé a Rama camino al punto de encuentro, caminando con confianza por los techos. Pero en un techo de paja, tropezó y casi se cayó. Debajo de él, dos soldados estaban hablando y lo vieron, comenzando a gritar de inmediato. Rama corrió, y yo corrí tras él. En dos pasos, estuve junto a él mientras las flechas caían a nuestro alrededor, silbando peligrosamente cerca.
—¡Salta! —le grité, ayudándolo a saltar el muro. Los soldados no dejaban de gritar y lanzar flechas. —Corre al campamento, ¡yo me quedo a distraerlos!
Sin esperar respuesta, me lancé en dirección opuesta, asegurándome de que los guardias me siguieran a lo largo del muro. Sus gritos y el sonido de sus pasos me indicaban que había logrado atraer su atención, alejándolos de Rama. Corrí por los tejados, saltando de uno a otro, esquivando las flechas que seguían cayendo.
Finalmente, en un descuido de los guardias, los dejé atrás y salté del muro hasta la copa de un árbol cercano. Desde mi posición, observé cómo los soldados seguían corriendo en la dirección equivocada. Respiré profundamente, sintiendo el alivio de haber logrado distraerlos.
Esperé unos minutos para asegurarme de que el peligro había pasado antes de descender del árbol.
Corrí lo más rápido que pude, sorteando obstáculos en la oscuridad. Más de una vez estuve a punto de caer, pero seguí el camino de regreso al campamento. La luz del fogón de Drimmar a lo lejos me hizo sentir mejor. Finalmente, cerca de media hora después, lo que pareció una eternidad, llegué al campamento. El cálido resplandor del fuego y las caras conocidas me dieron un alivio indescriptible.
Todos me miraron con alegría, y Maerin incluso aplaudió al verme llegar sano y salvo. Abrí mi bolso y saqué las delicias que había robado de la panadería. El aroma del pan recién hecho, las tartas y los pastelitos llenaron el aire, y la emoción del grupo fue palpable. Sus rostros se iluminaron al ver la comida, y sus risas y voces animadas se mezclaron con el crepitar del fuego.
En medio de esa euforia, no nos dimos cuenta de la presencia de Rosita hasta que su voz cortó el aire.
—¿Dónde está Rama?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro