15- En el bosque
Drimmar
—El sendero está claro ahora— seguí diciendo.
—¿No estábamos siguiendo ya un sendero? —dijo Rowent preocupado.
—No— aclaré—. Íbamos un poco a tientas. Al norte, siempre al norte— aclaré—. Necesitaba encontrar este sendero camino a la montaña ¿Ves? —señalé con el dedo el suelo pastoso, debajo podían verse algunas líneas direccionadas. —-Al sendero lo crearon los elfos hace cientos de años, luego vieron que los humanos lo utilizaban para malos propósitos y lo ocultaron bajo la hierba.
—¿Y cómo lo conocías tú?
—Esa historia será para otro día. Por hoy, acamparemos aquí.
La noche había caído y nos encontrábamos reunidos alrededor de un pequeño fogón en el bosque. Las llamas bailaban en la oscuridad, proyectando sombras alargadas sobre nuestros rostros y creando un ambiente de tranquilidad inquietante. El aroma a madera quemada llenaba el aire, mezclándose con el frescor de la noche.
Rowent, Maerin, Rama y yo estábamos sentados en torno al fuego, con Rosita, a una distancia prudente, sus manos aún atadas pero no tan firmemente como antes. Observé su expresión, intentando descifrar qué pensamientos cruzaban su mente. A pesar de todo, había algo en ella que me intrigaba, más allá de su apariencia peligrosa.
Rowent fue el primero en romper el silencio.
—¿Qué piensas hacer cuando lleguemos a los Pozos de Duhn, Drimmar? —preguntó, mirando las llamas como si buscara respuestas en ellas.
Me tomé un momento para responder, considerando mis palabras con cuidado. Sabía que Rosita estaba escuchando, y cualquier información podía ser vital para ella.
—Necesitamos encontrar el origen de la magia primaria. Nunca he estado ahí ni sé cómo se ven —dije finalmente, fijando la vista en Rowent—. Aún así, los Pozos de Duhn son nuestra mejor oportunidad. Si podemos acceder a ellos, quizás podamos entender mejor cómo controlar y utilizar esa magia. Confío en que cuando estemos allí, lo descubriremos.
Maerin, el elfo, asintió lentamente, sus ojos verdes reflejando la luz del fuego.
—¿Y qué nos hace pensar que ella —indicó con la cabeza hacia Rosita— no nos llevará a una trampa? No confío en alguien que ha hecho lo que ella ha hecho.
Rosita mantuvo su expresión imperturbable, pero noté un destello de desafío en sus ojos. Rowent se giró hacia ella, arqueando una ceja.
—¿Tienes algo que decir en tu defensa? —le preguntó.
Rosita dejó escapar una risa seca y sarcástica.
—¿Qué puedo decir? —respondió con desdén—. Podría mentir y prometer que no les traicionaré, pero dudo que eso cambie algo. Ustedes ya han decidido lo que piensan de mí.
La observé detenidamente antes de hablar. Sabía que teníamos que mantener una cierta precaución, pero también entendía que debíamos confiar, al menos un poco, si queríamos lograr nuestro objetivo.
—Rosita, sabemos que tienes tus razones para desconfiar de nosotros, al igual que nosotros desconfiamos de ti —dije con calma—. Pero si realmente queremos encontrar esos pozos y descubrir la verdad sobre la magia primaria, necesitamos trabajar juntos. No te pedimos que nos confíes todos tus secretos, pero sí que colabores con nosotros en esta búsqueda.
Hubo un momento de silencio antes de que Rosita respondiera. Su mirada se suavizó un poco, aunque seguía manteniendo una barrera de desconfianza.
—Haré lo que pueda —dijo finalmente—. No les prometo nada.
Rowent asintió, pareciendo satisfecho con su respuesta. Maerin, sin embargo, seguía mirándola con recelo.
—¿Y cómo sabemos que no aprovecharás la primera oportunidad para escapar o traicionarnos? —preguntó Maerin.
Rosita lo miró fijamente, sin pestañear.
—No lo saben —contestó—. Pero si fuera tan simple, ya lo habría hecho. Necesito llegar a los pozos tanto como ustedes, aunque mis razones sean diferentes.
Decidí intervenir antes de que la tensión aumentara aún más. Maerin era apasionado y se dejaba llevar muy fácil por sus emociones. Yo tenía que mantenerlo en control.
—Lo que importa es que todos tenemos un objetivo común —dije firmemente—. Si podemos centrarnos en eso y mantener la paz entre nosotros, tendremos más posibilidades de éxito.
El fuego crepitó suavemente en medio de la noche, y por un momento, todos guardamos silencio, dejando que la quietud del bosque nos envolviera. Sabíamos que el camino por delante sería arduo y lleno de desafíos, pero al menos por ahora, teníamos una tregua frágil y un propósito compartido.
El bosque, que antes estaba lleno de vida y color, ahora se sumía en una quietud inquietante. Los sonidos del día se habían desvanecido, reemplazados por los susurros del viento entre las ramas y el crujido de las hojas bajo los pies. El aire se enfriaba, llevando consigo un ligero aroma a humedad y tierra.
Las llamas de la hoguera destellaban y parpadeaban en la oscuridad, creando pequeños remolinos de luz que luchaban por mantener a raya las sombras acechantes. El resplandor de las llamas revelaba rostros cansados y expectantes, mientras nos preparábamos para enfrentar la noche.
Inmerso en la negrura del bosque, sentía cómo la atmósfera se volvía más densa y misteriosa y los árboles se convertían en siluetas amenazadoras.
Sentí una necesidad repentina de estar a solas, de encontrar un momento de paz lejos del bullicio del campamento. Me levanté discretamente y me alejé entre los árboles, buscando un lugar donde pudiera perderme en mis pensamientos.
Encontré un árbol robusto y antiguo, con ramas que se extendían hacia el cielo como brazos acogedores. Trepé con facilidad, hasta alcanzar una rama alta y firme desde donde podía observar el cielo estrellado. Me acomodé y dejé que la belleza del firmamento nocturno me envolviera. Las estrellas brillaban con intensidad, como diamantes dispersos en un manto de terciopelo negro, y el aire fresco del bosque acariciaba mi rostro.
Unos minutos de soledad pasaron antes de que oyera un crujido suave de ramas y hojas detrás de mí. Giré la cabeza y vi a Maerin acercarse con su habitual gracia. Se detuvo al pie del árbol y miró hacia arriba, encontrando mis ojos en la penumbra.
—¿Puedo unirme? —preguntó con una sonrisa tímida.
Asentí, haciendo un gesto con la mano para invitarlo a subir. Maerin trepó con agilidad, y en cuestión de segundos, estaba sentado a mi lado en la amplia rama, nuestros hombros casi rozándose.
Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad del bosque y la vista estrellada. Luego, Maerin rompió el silencio con una voz suave y cargada de ternura.
—Todo irá bien, Drimmar. Lo sabes, ¿verdad?
Lo miré, sus ojos reflejando la luz de las estrellas, y sentí una calidez que me llenaba por dentro. Era en momentos como este que las palabras sobraban. Había una comprensión mutua, una conexión profunda que no necesitaba ser expresada con palabras.
—Espero que tengas razón, Maerin —respondí finalmente, dejando escapar un suspiro—. Siento que estamos caminando por una cuerda floja.
El sonrió, esa sonrisa que siempre lograba calmar mis inquietudes.
—Confío en ti, Drimmar. Y sé que, juntos, podemos superar cualquier obstáculo. No estás solo en esto.
Sentí su mano deslizarse sobre la mía, un gesto pequeño pero significativo. Apreté suavemente su mano, agradecido por su presencia y su apoyo inquebrantable. Había mucho que no se decía entre nosotros, palabras y sentimientos que permanecían ocultos, pero en esa noche estrellada, no necesitábamos decir nada más.
—Gracias, Maerin. Significa mucho para mí —dije, mirándolo a los ojos.
El inclinó la cabeza ligeramente, apoyándola en mi hombro, y nos quedamos así, en silencio, compartiendo un momento de paz en medio de la tormenta. La noche avanzaba, y el cielo seguía brillando con su esplendor estelar.
Apenas habían empezado a filtrarse las primeras luces del alba, cuando me levanté y apuré a los demás a hacer lo mismo.
Los hice avanzar cuanto antes y me siguieron en silencio, tal vez era por el horario que estaban todos un poco dormidos. Pero nadie dijo nada, ni siquiera Rosita.
La mañana corrió tras nosotros y cerca del mediodía nos detuvimos unos minutos a beber un poco de té caliente y un trozo de pan. Hice un pequeño fuego para calentar el agua, y nos reunimos alrededor.
El día estaba frío y la cálida bebida se agradecía. Me froté las manos y di un mordisco al pan. No era recién hecho, claro estaba, pero sabía muy bien. Entonces vi a Rosita a unos metros, sentada en el suelo. No tenía ningún pan en las manos. Me puse de pie y giré en su dirección pero Rowent se me adelantó y le ofreció un trozo. Su relación parecía ir bien. Se entendían, de alguna manera. Aunque siempre se peleaban.
—No quiero tu sucio pan— le dijo ella y miró para otro lado. No sabía qué podría haber cambiado entre ellos, la noche anterior ella había participado en el grupo.
—Algo tendrás que comer. Es solo un pan, tómalo.
Ella se lo quitó de la mano y lo tiró hacia donde estábamos todos sentados, rodando por el piso y cayendo al fin en el fuego que yo había creado.
—Eso es lo que le pasa a tu pan por insistir— dijo con rabia y le dió la espalda.
Vale, no me iba a disgustar desde temprano, todavía tenía todo un día para lidiar con ella y sus volátiles actitudes.
—¿Por qué no vienes a tomar un té con nosotros? —se me ocurrió. Ella ni siquiera se movió.
Rowent la agarró del brazo y la llevó a cuestas hasta el grupo, no sin mucho revuelo de su parte. La dejó sentada frente al fuego y le dijo que se comportara. Todos los mirábamos, parecían estar teniendo un "momento".
—Sepan disculpar— dijo Rowent amablemente— la señorita pidió tomar un té.
Rosita lo miraba con odio.
Él tomó una taza, le sirvió té y la puso en sus manos.
—Bebe— le dijo. Todos estábamos en silencio expectantes a su reacción. —Ya viste que todos bebieron de lo mismo, no te estoy envenenando, ahora bebe.
No movió ni un solo músculo de su cuerpo, solo tenía que beberlo o al menos probarlo. Era tan fácil. Pero era ruda y esa parecía ser una competencia de quien lo era más.
—No me hagas obligarte a beberlo.
La tensión entre ellos crecía visiblemente, y de repente, con un movimiento brusco, Rosita le tiró el té en la cara. El líquido salpicó por todas partes, empapando a Rowent y manchando su ropa. Afortunadamente, el té no estaba muy caliente, por lo que no causó un daño mayor, pero la sorpresa fue general.
Nos quedamos todos atónitos, contemplando la escena con incredulidad. Rowent, con el rostro y el torso mojados, se quedó inmóvil por un momento, procesando lo que acababa de ocurrir. Luego, con una expresión de disgusto, le dio la espalda a Rosita y comenzó a sacudirse el agua de la ropa, claramente irritado.
Rosita no dijo nada, pero su mirada de desafío hablaba por ella. Una energía densa que se podía cortar con un cuchillo, crecía entre ellos. Maerin, Rama y yo intercambiamos miradas incómodas, sin saber muy bien cómo intervenir o si debíamos hacerlo.
La incomodidad en el aire era evidente. Todos entendíamos que, aunque el té no había sido caliente, la humillación y el enojo eran reales.
Tratando de cambiar de tema, esperando que los ánimos se calmasen, les comenté que pasaríamos por una aldea, allí recogeríamos víveres para el resto del viaje. La aldea estaba a un día de camino, no mucho más. Todos parecieron estar de acuerdo y seguimos nuestro viaje.
Poco a poco, el ruido del agua se hizo más fuerte, anunciando la cercanía del río que debíamos cruzar.
El río era ancho y poderoso. Sus aguas cristalinas fluían con una energía incesante, reflejando los rayos del sol que se filtraban a través del dosel de los árboles. El murmullo del río llenaba el aire, invitándonos a detenernos.
Nos agrupamos en la orilla, observando el flujo rápido de sus aguas. Parecía susurrarnos, instándonos a cruzar, pero su caudal imponente y la falta de un puente planteaban un desafío.
Evalué la situación.
—Debemos cruzar este río para continuar nuestro viaje—declaré con voz firme—. Podemos continuar por este camino pero eventualmente tendremos que cruzar. Nuestro destino está al otro lado.
—¿Qué sugieres? —preguntó Rowent, ya de mejor humor. Lo miré pensativo, esperando tal vez una solución de su parte. Sabía que no era algo simple lo que estaba pidiendo.
—¿Hay algo que puedas hacer? —La pregunta se fundió en el aire.
Rama se adelantó, escrutando el río con una mirada inquisitiva.
—Podríamos intentar construir una balsa —sugirió, aunque su tono indicaba que sabía que era una solución poco práctica.
Rosita, aún montada en su caballo, se mantuvo en silencio, pero su expresión reflejaba la misma preocupación que compartíamos todos.
—No tenemos el tiempo ni los materiales para una balsa —dije, tratando de mantener la calma mientras pensaba en posibles soluciones.
—Podríamos nadar —propuso Maerin, aunque inmediatamente sacudió la cabeza—. No, las corrientes son demasiado fuertes y está la cuestión de los caballos.
Miré a Rowent, buscando algún signo de inspiración. Él estaba perdido en sus pensamientos, revisando mentalmente sus opciones.
—Rowent, ¿tienes alguna idea? —le insistí.
Él levantó la vista y asintió lentamente.
—Voy a revisar en mi libro de hechizos. Tal vez haya algo que podamos usar —respondió, sacando su libro y comenzando a hojearlo con rapidez.
Todos esperamos en silencio. Después de unos minutos, Rowent levantó la vista con una expresión de esperanza.
—Podríamos intentar crear un camino congelado —dijo, su voz cargada de emoción—. Hay un hechizo simple que podría funcionar. Se llama daritus.
La idea parecía prometedora, y asentí con determinación.
—Enséñame el hechizo. Lo haremos juntos —dije.
Rowent se acercó y comenzó a explicarme los movimientos de la mano y las palabras necesarias para conjurar el hechizo. Nos posicionamos en la orilla del río, concentrándonos profundamente.
—Daritus —pronunciamos al unísono, tratando de canalizar nuestra energía mágica hacia el agua.
Al principio, no pasó nada. La superficie del río permaneció inalterada, y un sentimiento de frustración comenzó a asentarse en nosotros.
—Vamos, podemos hacerlo —dije, tomando una respiración profunda y concentrándome aún más.
Rowent asintió, y volvimos a intentarlo. Esta vez, sentí una chispa de poder fluir a través de mí, fusionándose con la energía de Rowent.
—Daritus —repetimos con más fuerza.
Una capa de hielo comenzó a formarse en la superficie del agua, extendiéndose lentamente hacia el otro lado del río. El progreso era lento, y la energía requerida era considerable, pero nos mantuvimos enfocados.
El camino congelado estaba completo, un sendero sólido que atravesaba el río de un extremo a otro.
Todos nos miramos con renovada esperanza. Maerin fue el primero en probar el camino, pisando el hielo con cuidado. Al ver que aguantaba, los demás lo siguieron, uno por uno. El río rugía a su alrededor, pero el puente se mantuvo firme.
—Vamos— le dijo Rowent a Rosita, tirando de ella— es nuestro turno de cruzar.
—No pienso cruzar por ahí— se negó la asesina bajandose ágilmente del caballo y alejándose de nosotros.
—¿Le tienes miedo al agua?
—No me importa cuanto lo intentes, no voy a cruzar.
Me quedé atrás, escuchando su discusión en caso de que mi compañero me necesitara.
—Nos estás retrasando, no me dejas más opción—. Siguió diciendo él y antes de que ella pudiera protestar, la alzó del suelo y se la colocó sobre los hombros, con las piernas adelante y la cabeza detrás.
—¡Suéltame! —gritaba ella golpeándole la espalda a codazos—. ¡En cuanto te descuides, te mataré niñito idiota!
Traté de no oír aunque era casi imposible. Lo miré a Rowent, la mirada fija en el camino. Imaginé que por su mente pasaban muchas ideas, entre ellas la de tirarla al río. Parecía algo muy plausible.
Caminé cerca suyo, riendo por lo bajo. Me reía para no llorar. Esto la enfureció más.
Al llegar al otro extremo, la dejó caer directamente al suelo y se sacudió la ropa, arreglándose.
—Había que cruzar el río, ¡era una necesidad! No sabía que los cazadores eran tan miedosos— Rowent la señaló con el dedo—. Deberías agradecer que lo crucé por tí y dejarte de todas estas tonterías de niña ruda.
Ella lo miró con odio pero no dijo nada. Se puso de pie a la vista de todos y se sujetó del caballo para montarlo.
—No, no— la detuvo alejándola—. Ya tuviste demasiados privilegios por tan poca colaboración. Seguirás a pie, como todos.
—No te atreverías— dijo Rosita entre dientes.
—Mira como sí—. Rowent la desató de una mano y la giró para atarla nuevamente por la espalda, dándole poco movimiento.
—Eres un... —gruñó ella.
—Cuida esa boca tan bonita— le dije yo, caminando a su lado—. No te va a servir de nada que insultes o patalees. Podrías probar en ser amable, tal vez eso funcione mejor.
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