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11- Sanitatem


Rowent


Pasé el resto de la tarde en la tienda de Lilia. Le enseñé mi libro de magia, eso pareció interesarle mucho.

—¿De donde lo sacaste? —preguntó hojeando las páginas.

—Era de mi madre, ella me lo legó.

—¿También era bruja?

—No, me temo que no— contesté sin sentirme afectado por su muerte. Tal vez ya había pasado demasiado tiempo para recordar, sentir tristeza—. Ella me dijo que lo encontró, a lo mejor lo robó. No la juzgo.

—Eso no importa, lo bueno es que llegó a tí, muy convenientemente. —Siguió mirando los hechizos, página a página—. Me dices que intentaste uno que no te salió.

—Sí— me apresuré a contestar—. Sanitatem. En general me salen los hechizos nuevos, pero con este no tuve suerte.

Sanitatem no es cualquier hechizo— sonrió—. Usa muchísima energía de quien lo usa, se requiere para poder curar a la persona que lo necesita. No es cualquier hechizo—explicó.

—Vale, lo entiendo—dije pensativo—. ¿Cómo puedo hacer que funcione?

Sanitatem es un hechizo de curación muy poderoso— comenzó, mostrándome un gesto con las manos que parecía captar la energía del aire—. Requiere concentración y una intención clara de sanar. La magia responde a nuestra voluntad y a nuestra conexión con el mundo que nos rodea. Debes visualizar la herida cerrándose, la piel regenerándose y el dolor desapareciendo.

Asentí, tratando de absorber cada palabra. Me hizo repetir el hechizo una y otra vez, insistiendo en la importancia de la pronunciación y el control del flujo de energía. Sanitatem, sanitatem, sanitatem. Las sílabas rodaban por mi lengua, primero torpemente, luego con más confianza.

—Imagina una luz cálida emanando de tus manos, rodeando la herida. Debes sentir la energía fluyendo a través de ti, canalizándola hacia el lugar que necesita ser curado— continuó Lilia, sus ojos brillando con entusiasmo.

Me concentré, cerrando los ojos y visualizando lo que ella describía. La teoría era una cosa, pero sabía que la práctica sería mucho más difícil.

—Repite el hechizo, una vez más— me pidió—. Sanitatem.

Sanitatem— murmuré, intentando imitar su tono y cadencia.

—Bien— dijo con una sonrisa alentadora—. Ahora, recuerda que la clave está en tu intención. No es solo decir las palabras, es sentir lo que significan hizo una pausa ¿por que te interesa tanto este hechizo en particular?

No le dije a Lilia para qué quería aprender el hechizo Sanitatem. En realidad, no pensaba esperar a que ejecutaran a Rosita. No tenía intención de esperar a que la mataran. Planeaba curarla y liberarla, sacarla del bosque. Estaba convencido de que si hacía eso por ella, probablemente se sentiría en deuda conmigo y olvidaría su misión de matarme. Y si no lo hacía, confiaba en que podría defenderme.

Antes, en Vaeloria, habría ignorado a alguien como ella. Mi única preocupación era mi supervivencia. Pero aquí, en este campamento, algo había cambiado. Tal vez era el hecho de haber sido ayudado por personas que no me conocían. Tal vez era la influencia de Lilia y Maerin, que parecían tan dispuestos a ayudar. O quizás, simplemente, era el deseo de ser mejor de lo que había sido.

Había hecho cosas de las que no estaba orgulloso, decisiones egoístas que me perseguían en mis sueños. Finalmente Welly tenía razón, mi manera de vivir solo había ayudado a crear un gran vacío.

Ayudar a esta mujer, redimirla de alguna manera, me parecía una oportunidad para redimirme a mí mismo. No podía cambiar mi pasado, pero tal vez podía influir en mi futuro y en el de ella.

Me levanté, aún repitiendo Sanitatem bajo mi aliento, y salí de la tienda. Tenía mucho que hacer y poco tiempo para hacerlo.

Sabía que me vigilaban, había visto a Maerin oculto tras la tienda mientras yo hablaba con Rosita. No era muy bueno en eso de ser un espía. Muy probablemente estaba espiando para Drimmar.

En realidad, no me importaba. Solo le agregaba otra capa de complejidad a mi plan, pero no era algo que no pudiera hacerse.

Decidí que tenía que actuar lo más rápidamente, durante la noche, cuando el campamento estuviera en su punto más tranquilo. Cuanto más tiempo pasara, peor sería todo.

Practiqué el hechizo repetidamente hasta sentirme confiado de poder ejecutarlo correctamente. Sabía que la ejecución debía ser precisa; cualquier error podría ser fatal para Rosita.

Esperé hasta después de la cena.

Estabamos todos sentados en un pequeño fogón. Bueno, no todos. Maerin, Drimmar y dos elfos más a quienes no conocía. Cada tienda hacía su propio fogón o lo compartía con otra, cómo era este caso.

Comimos salchichas ahumadas y puré de patatas. Todo estaba delicioso, iba a extrañar estas comidas.

—Me contó Maerin que hoy patrullaste con él la zona sur— me dijo Drimmar mientras agregaba más puré a su plato.

—Si, si— hablé mientras masticaba una salchicha—. Fue interesante.

—¿Qué me cuentas de la asesina? —preguntó esperando incomodarme, pero no me inmute. Terminé de tragar y le contesté con la tranquilidad de quien está diciendo la verdad.

—Dijo bastante y otro poco lo deduje. Se llama Rosita.

Maerin escupió su bebida al otro lado de la fogata.

—¿Ella te dijo su nombre? —preguntó uno de los elfos.

—No, lo deduje— dije mientras seguía comiendo—. Pero le queda. En fin, es una asesina del imperio. Algo que ya sabíamos. Alguien se chivó y pusieron los ojos sobre mí. Yo soy su objetivo. Pero no me preocupa.

—¿No te preocupa que ya haya matado a brujos y tenido éxito? ¿Qué te hace tan especial? —preguntó Maerin.

—No lo sé. Tal vez no es tan infalible como cree. Al final de cuentas es solo una chica— bebí un poco de agua—. También tiene mucha fuerza, entrenamiento, y una insaciable sed de sangre. Pero nada que no se pueda manejar.

—Me sorprende tu positivismo. Cuando llegaste aquí planteaste que no eras muy buen brujo, ¿qué cambio? —quiso saber Drimmar.

—En realidad nada—contesté—. Sigo creyendo eso, tengo mucho que aprender si es que alguien me puede enseñar. Pero soy lo suficientemente bueno para lidiar con ella. Con eso me basta.

Drimmar y Maerin intercambiaron miradas. Sabía que eso significaba que Maerin iría tras de mí esa noche. Yo estaba preparado para sortear los inconvenientes. Saludé a todos en el fogón, me desperecé y me alejé a mi tienda, con la excusa de estar muy cansado.

Esperé que la oscuridad envolviera el campamento y los sonidos se redujeran a los murmullos lejanos y el crujido ocasional de la madera en las fogatas. Tomé mi libro bajo el brazo y deslizandome silenciosamente fuera de mi tienda, me dirigí hacia la de Rosita, asegurándome de no hacer ruido. Cuando llegué, vi la figura de Maerin cerca, vigilando la entrada.

Necesitaba una distracción. Recordé que había un pequeño grupo de cuervos que solían rondar por el campamento. Sabía que eran inquietos y propensos a hacer ruido si se sentían perturbados. Lancé una pequeña piedra hacia ellos, lo suficientemente lejos para que Maerin tuviera que investigar. Los cuervos empezaron a graznar y a volar en círculos, creando el caos suficiente para atraer su atención.

Aproveché el momento y me deslicé por un pliegue de la tienda de Rosita. Ella seguía atada al poste en el centro de la tienda, con la cabeza caída y respirando con dificultad. La luz de una lámpara débilmente iluminaba su rostro, mostrando sus heridas y sus ojos cerrados.

—Rosita —susurré, y sus ojos se abrieron lentamente, mirándome con sorpresa y desconfianza. Me arrodillé junto a ella y empecé a murmurar el hechizo sanitatem.

Nada pasó. Volví a intentarlo, nada.

—Vamos Rowent, no seas el inútil que todos creen que eres— me dije a mí mismo. Cerré los ojos, respiré hondo y volví a susurrar sanitatem. No fue rápido, pero empecé a sentír el flujo de energía mágica a través de mis manos mientras aplicaba el hechizo sobre sus heridas. Su respiración se hizo más estable y las marcas en su piel comenzaron a desvanecerse. Tenía dolor en su cuerpo, heridas internas probablemente. Se encontraba muy débil, puede que no sobreviviera muchos días más en ese estado. El hechizo la recorrió recomponiendo su cuerpo mientras ella no dejaba de verme fijamente. Hubiera dado una pequeña fortuna por saber lo que pensaba en ese momento.

A pesar de la recuperación total, aún estaba débil. Pero tenía que movernos rápido. La desaté y ayudé a ponerse de pie sosteniendola mientras salíamos de la tienda por el mismo pliegue por el que había entrado. Los cuervos seguían causando revuelo y vi a Maerin a unos metros de distancia, aún distraído. Sabía que no tendría mucho tiempo.

Con Rosita apoyándose en mí, avanzamos sigilosamente hacia el borde del campamento. Sentía mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Había decidido ayudarla y no me detendría ahora. Nos deslizamos entre las sombras, evitando las patrullas y los centinelas.

Finalmente, alcanzamos el borde del campamento y nos internamos en el bosque. Nos movimos tan rápido como pudimos, alejándonos del campamento y de cualquier posibilidad de ser descubiertos. Sabía que nuestra huida no pasaría desapercibida por mucho tiempo, pero por ahora, habíamos logrado escapar.

—Gracias —murmuró Rosita, con una voz débil pero agradecida.

Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y responsabilidad. Había hecho lo correcto, aunque no sabía qué nos depararía el futuro.

—Tenemos que movernos, dudo que tarden en notar que no estás.

Ella me detuvo.

—¿Por qué lo haces? Mi propósito es matarte y cargar con tu cabeza hasta el mismísimo emperador.

—Está bien, ¿vas a matarme ahora?

Ella me miró con una expresión inescrutable. Sus ojos verdes, rodeados por el maquillaje rojo, reflejaban una mezcla de emociones que no pude descifrar. Hubo un momento de silencio tenso en el que todo mi cuerpo se preparó para cualquier reacción de su parte. Luego, con una voz suave pero firme, respondió:

—No. No por ahora.

Su respuesta no era exactamente tranquilizadora, pero algo en su tono me hizo sentir que, al menos por el momento, estábamos en el mismo bando. Sonreí, satisfecho con su respuesta. Tal vez era ingenuo de mi parte, pero preferí confiar en que mi acto de bondad había establecido una especie de tregua entre nosotros.

—Está bien —dije, volviendo a tomarla por el brazo para seguir avanzando—. Vamos. Tenemos que alejarnos más antes de que se den cuenta de nuestra ausencia.

Seguimos moviéndonos por el bosque, cada paso alejándonos más del campamento y de cualquier amenaza inmediata. A pesar del peligro que aún nos rodeaba, me sentía extrañamente optimista. La sensación de propósito que había estado buscando parecía al alcance de mi mano. Estaba ayudando a alguien, tomando decisiones que podían cambiar nuestras vidas. Y aunque Rosita seguía siendo un enigma, no pude evitar sentir una conexión con ella, una comprensión mutua que, aunque tenue, era suficiente para mantenernos unidos en esa huida desesperada.

El bosque nos envolvía con su oscura espesura, pero por primera vez en mucho tiempo, me sentí más vivo que nunca.

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