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El Despertar De Rosita© - Cap. 9

Capítulo 9


—Quédate tranquila y cúbrete bien, yo voy arreglar esto.
—Por favor, soluciona esta bochornosa situación —dije, tapándome entera.
—Sorry, sir. Do You speak spanish? / Disculpe, señor, ¿habla español?
—Yes, I speak spanish too / Sí, también hablo español.
—Okey, hablaré español entonces —dijo mi esposo—. Lo sentimos, oficial, lo que pasa es que estamos de vacaciones, celebrando este viaje, y vimos el callejón y nos dejamos llevar por la pasión. Somos matrimonio. Somos de Chile, en Sudamérica.
Recogí mi ropa, me la puse y me arreglé el vestido por mientras Ismael seguía hablando con aquel hombre. El policía se nos acercó, nos mostró su placa de identificación y en verdad, no había duda alguna, era policía.
—¿Saben que puedo arrestarlos por tener sexo en un lugar público, aunque sea un callejón? Porque si no lo saben, este callejón es transitable.
—No lo sabíamos —manifestó mi esposo ya algo nervioso.
Yo estaba muda sin decir nada, aunque quería decirle algo a mi marido, darle algún apoyo, pero mis palabras no salían. En cambio, él me miraba, buscaba mi apoyo y… todo era muy extraño. La verdad, estaba muy asustada.
—Tendré que llamar al cuartel para avisar sobre lo que ha pasado. Tendrán que entregarme sus documentos, voy a trasladarlos bajo arresto. Además, tendrán que pagar una multa que no les será muy barata, y quizás, no podrán regresar a este país —nos explicó sin tomar un solo aliento.
—Lo sentimos, oficial, solo queríamos vivir este momento. Queremos arreglarlo de alguna manera —me atreví a expresar.
—A lo mejor se puede arreglar la situación de ambos, mi hermosa señora —añadió él.
—¿Cuál sería el arreglo, oficial? Me gustaría que esta situación se solucionara muy pronto —prorrumpió Ismael.
—Okey, pero no podemos dejar de lado a su esposa, ella también tiene que opinar si está de acuerdo.
—Gracias por su preocupación —dije sin poder mirarlo a los ojos.
—Bueno, les diré, para que no pasen ustedes un mal momento, y sobre todo una vergüenza, me gustaría que lo arregláramos a la antigua. ¿Qué tienen para ofrecerme?
—¿Perdón? —formulé estupefacta.
—¿Un soborno? ¿Está hablando en serio, oficial? —preguntó mi marido muy sorprendido.
—Es lo que dije. ¿Qué les parece? No creo que les sea tan difícil la decisión que van a tomar. Es simple, me dan algo y yo desaparezco y aquí no ha pasado nada.
—Pero oficial, acabo de darme cuenta que no tengo el celular a la mano, debo haberlo dejado olvidado dentro de la disco y por lo mismo no tengo cómo llamar a la limusina y ahí dentro tengo mi chequera. Mire, le daré mi tarjeta y le mostraré mi identificación, así usted mañana me llama y arreglamos esto de día, en algún lugar del centro. ¿Le parece? — profirió mi marido muy nervioso.
—Y usted, bella dama, ¿no tiene nada para ofrecerme? —Quiso saber el policía en un tono que me hizo pensar en doble sentido. Pero no, era imposible que eso fuera lo que trató de decirme.
—Esteeee… No, tampoco tengo nada, porque también dejé mi cartera dentro de la limusina y solo llevo conmigo mi identificación. —Traté de mantenerme serena.
—Bueno, de alguna manera hay que arreglar esto o, simplemente, me los llevo detenidos, y en la delegación ya verán qué hacen con ustedes dos.
—No, oficial, no puede hacer eso —expresé sin pensarlo.
—¿Cómo qué no? Puedo hacerlo, es mi deber. Además, ustedes estaban haciendo algo indebido, algo en contra de la ley, y eso no puede quedar sin castigo.
—Pero oficial, dígame de cuánto estamos hablando y lo solucionamos, pero no nos lleve detenidos, por favor —dijo mi marido.
—Mil dólares. Quinientos por usted y otros quinientos por su bella esposa.
—De acuerdo, oficial, pero se los podré pagar mañana sin falta. Debo volver a la disco a recuperar mi celular para llamar a la limusina. Si duda de mí, espere aquí, y con mi esposa vamos a buscar el celular y...
—No, de eso nada. Si es su plan, va usted solo y deja a su esposa aquí. Me quedo con ella, esperándolo. Tiene treinta minutos.
—¡Pero oficial, debo acompañar a mi marido! —exclamé casi rogando.
—¡Qué no! Su marido va solo a la disco. Tiene treinta minutos para ir y volver. Si no llega, lamentablemente, mi bella dama, tendrá que acompañarme a la delegación y yo mandaré a una patrulla a que venga por su esposo. Así que ya sabe.
—Tranquila, volveré antes de que eso suceda. Entro, recupero mi celular y llamo a la limusina —me explicó Ismael muy confiado, mientras corría en dirección a la disco.
—¡Al fin solos! —expresó el policía segundos después.
Vi la mirada de aquel hombre llena de morbo y deseo, no podía creer lo que estaba pasando, mi esposo no llevaba un minuto de ausencia y ya me sentía desprotegida y a merced de un hombre con el poder de hacer lo que quisiera con nosotros. Su mirada hacía temblar todo mi cuerpo, lo que decía me parecía algo descabellado y pensé que realmente ese tipo estaba loco, pero a la vez me sentía atraída por la loca idea que pasaba en este momento por mi mente. La verdad, nunca le había sido infiel a Ismael, pero me imaginaba siéndolo en aquel instante, en aquel callejón y con aquel policía.
Estaba absorta en mis pensamientos lujuriosos producto del alcohol ingerido esa noche, hasta que la voz del oficial me devolvió a la realidad.
—¡Señora! Venga aquí, espere mejor dentro de la patrulla —dijo mientras abría la puerta trasera del auto.
Entré y enseguida me esposó la mano a la puerta.
—Para que no haga alguna tontería —añadió.
Cerró la puerta y caminó lejos del vehículo, hizo una llamada, pero nada podía oír desde donde me encontraba. «Rutina  policíaca », pensé.
Miré mi reloj y habían pasado apenas 5 minutos, que ya se me habían hecho eternos, y ni señas de Ismael ni del policía. Bueno, al menos, no era un depravado sexual como lo había pensado antes.
Cinco minutos después, sentí la llegada de otro auto y era otra patrulla. El chofer se bajó y caminó hacia donde yo estaba...

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