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El Despertar de Rosita© - Cap. 4

Capítulo 4


—¿Y esto, Ana Rosa? —Era mi esposo.
—Acá estoy, mi amor, sigue el camino y te llevará donde me encuentro.
Subió las escaleras, llegó a nuestro dormitorio, y en su cara vi lo impresionado que estaba, sobre todo cuando me vio recostada en la cama y vestida de esa manera.
—¡Mi amor, que sexy te ves! —exclamó.
—¿Te gusta? Quise que esta noche fuera muy especial para los dos.
—Me encanta. Estás hermosa y muy sensual.
—Entonces, no perdamos tiempo, cariño.
Y empezamos a besarnos muy apasionadamente. Ismael comenzó a tocarme por todo mi cuerpo mientras yo le sacaba la ropa a tirones, quedando desnudo, cuando nos recostábamos en nuestra cama, sin dejar de besarnos. Entonces, mi esposo empezó a besar mi cuello, luego mis hombros, mis pechos, mi abdomen, mis piernas, y me recorrió de principio a fin. Estábamos tan excitados, que no esperó en correr mi calzón para empezar a besar a Rosita, (ese nombre le puso Ismael a mi vagina, y yo a su pene le puse Nacho, por su segundo nombre).
—Rosita está muy mojadita, amor, está exquisita.
Solo sonreí y me dejé llevar, sentía tan rica su lengua que llegué a gemir, y después sentí sus dedos dentro de mi vagina, los que movía de una manera deliciosa. ¡Qué momento tan placentero! Luego, Ismael me besó en la boca, cambiamos de posición, y ahora yo estaba encima de él. Empecé a recorrer su cuerpo, besándolo y dándole pequeños mordiscos. Besé sus piernas y llegué donde estaba su rico miembro, o mejor dicho, donde estaba Nacho, apuntándome, y muy duro. Así que lo agarré con mi mano y empecé a masturbarlo despacio, y a pasarle también mi lengua para lamerlo.
Sentía como mi marido se quejaba y se estremecía en su totalidad, ya que el sexo oral era su favorito. Me saqué mi ropa interior y me quedé con las botas y ligas puestas, eso lo excitó aún más. Nos hicimos sexo oral mutuamente y fue muy placentero. Cambiamos de posición, lo monté, y sentía que cabalgaba a un potro salvaje.
—¡Amor, cómo me tienes de caliente! Mi cuerpo se estremece y mis pezones se colocan durísimos.
—Tú me has dejado loco con esta sorpresa, Rosita es única y tiene a Nacho atrapado. Es demasiado exquisito todo —expresó y lanzó un quejido de placer.
Después me puse en cuatro y mi marido me agarró de mis caderas y me empezó a penetrar de a poco, hasta que lo hizo completamente para darme durísimo, como a mí me gustaba. Con una mano agarraba mis senos y los apretaba, y con la otra me jalaba el pelo, fue tal mi excitación, que comencé a masturbarme con una mano y a quejarme y a gemir, porque me regaló un orgasmo muy fuerte.
Con posterioridad, Ismael me volteó y se tiró encima de mí y siguió penetrando a Rosita aún más fuerte que antes. Luego, puso mis piernas sobre sus hombros, sin dejar de bombear, y casi acabó dentro de Rosita, pero se salió a tiempo y prefirió acabar en mi cara, y la verdad, botó bastante semen. ¡Qué noche, Dios!
Nos abrigamos, descansamos, y nos quedamos dormidos muy cansados, y a pesar que nos cubrimos, sentía un poco de frío. De pronto, abrí mis ojos y me di cuenta que había sido solo un sueño, porque estaba sola.
Antes de cerrar los ojos había mirado la hora y eran los 22.30 horas, y cuando la vi otra vez, ya eran las 05.30 de la madrugada e Ismael aún no había llegado. Lo llamé y nadie contestó. Me levanté, me puse la bata, bajé al primer piso y vi las velas que ya estaban apagadas; empecé a preocuparme. No entendía la actitud de mi esposo, «él no es así», pensé.
Tomé mi celular, que estaba en la mesita del living, y lo llamé, pero el suyo sonaba apagado. Me angustié pensando que algo malo le podría haber sucedido. Pensé en llamar a la policía, al hospital, a su madre, fue como un huracán de ideas repentinas que vinieron a mi mente, pero después de calmarme un poco y pensar con frialdad, llegué a la conclusión de que si algo malo le hubiera pasado, ya me habrían avisado. Además, preocuparía mucho a su madre si la llamaba a esta hora. Entonces, me tranquilicé y me dije: "igual va a llegar y tendrá que darme una buena explicación para que le crea”.
Recogí todo, los pétalos y las velas, las guardé en una bolsa y pensé: «armé todo esto por nada». Me dio mucha rabia y pena a la vez, así que me saqué la lencería, las botas y las ligas, y de pura ira guardé todo en el sótano para no sacar aquello más de ahí. Después, me puse mi pijama, miré la hora y ya eran las 07.00 de la mañana y aún no llegaba. Por si acaso volví a llamar a su celular y todavía seguía apagado. Así que le dejé el siguiente mensaje de voz en su buzón:
“Ismael, ¿qué pasa contigo? Prende tu celular y llámame, estoy muy preocupada.”
Eran ya como las 08.30 y llamé a mi jefa para decirle que no iría a trabajar, porque no me sentía bien, y menos mal que Sara me dijo que no había problema.
Me quedé dormida un rato y desperté cuando escuché que abrían la puerta. Miré la hora y ya eran las 09.30 cuando sentí pasos subiendo la escalera y dirigiéndose al dormitorio. Era mi marido; se sorprendió mucho cuando me vio.
—¿Ana Rosa, tú acá?
—Ismael, ¿me puedes explicar dónde mierda has estado? —expresé con rabia.
—Eeehhh, me quedé en casa de mis padres, lo siento. Solo vengo a buscar ropa para ir a trabajar —dijo muy nervioso.
—¿Lo siento? Así de fácil, pero ¿quién te crees que eres?, ¿cómo no se te ocurrió llamar? Si supieras la angustia que pasé.
—Ya te dije que lo sentía, estaba muy enojado, me quedé allá y se me olvidó llamar.
—¡Qué atento eres! Te llamé a tu celular muchas veces y lo tenías apagado, ¿por qué?
—Lo apagué porque estaba enojado y después se me olvidó prenderlo. Lo siento, Ana Rosa, ¿qué quieres que haga? Se me olvidó y ya, ¡tanto alboroto!
—Obvio que me tengo que enojar, si a ti no te importa, a mí sí. Y lo mínimo, por respeto hubieras tenido la delicadeza de haberme avisado, por algo soy tu esposa. Además, tu madre podría haberme llamado, así que voy hablar con ella y me tendrá que explicar también. —Y en eso me interrumpió:
—¡Eh, no! Ni se te ocurra llamar a mi madre.
—Según tú, ¿por qué no la puedo llamar?
—Porque yo le pedí que no te avisara, a pesar de que ella sí quería hacerlo. La convencí de que no lo hiciera, eso es todo y... ¡Me aburrí! ¡Es problema tuyo si me crees! —agregó muy molesto.
—¿Pero qué es lo que te pasa, Ismael?, ¿te volviste loco? Ves ahora las cosas tan frías, como si nada te importara.
—¿Sabes? Estás demasiado paranoica y no, no es que vea todo fríamente, pero no veo que sea tan grave. Me equivoqué y te pedí disculpas, pero tú quieres seguir discutiendo y yo no. Por último, me voy a trabajar, me llevo mi ropa y, por si acaso, me duché en casa de mis padres. ¿Okey?
—Ismael, te desconozco, algo te pasa. No sé qué es, pero voy a…
—¡Basta, Ana Rosa, me voy! ¡Adiós! —Y se marchó muy rápido sin que yo pudiera decirle nada. Escuché el golpe que le dio a la puerta de nuestro dormitorio y bajó las escaleras con rapidez. Luego, salió y cerró la de la entrada con otro fuerte golpe, y cuando me asomé a la ventana, lo vi subiendo a su auto, enfurecido. Entonces, me acosté y lloré amargamente por un buen rato, ya que desconocía al que hasta ahora era mi esposo.
Últimamente había tenido un cambio que ahora recién advertía, y que de a poco se estaba haciendo muy notorio.

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