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El Despertar de Rosita © - Cap. 37

Capítulo 37


De pronto, sentí un grito.
—¡Geraldine! ¡No lo hagas!
Abrí mis ojos y miramos las dos a la vez, era Ismael.
—¿Qué? ¿Cómo llegaste aquí? —dijo ella, sobresaltada.
—Te seguí, ya que estos últimos días has estado actuando muy extraña.
—¡Ni se te ocurra acercarte!
—Baja esa arma, no arruines tu vida por esto.
—Ella arruinó mi vida, tú la amas, no me amas a mí y eso no se lo perdono.
Ismael se acercó muy lentamente, pero ella se puso más violenta y empezó a llamar a su amigo, al extranjero que se encontraba en el auto.
—¡Ayuda! ¡Ven, te necesito acá!
—No sacas nada con llamar a tu amigo, yegua loca, está bien amarradito, Alejandro está con él. —Esa voz era inconfundible, y cuando miré advertí que era Lucas.
—¡Cállate, marica!
—Yegua atrevida, seré marica a mucha honra, pero no soy una ninfómana con neumáticos.
—Geraldine, no hagas eso, no creo que quieras convertirte en una asesina —dijo Gloria, quien también se encontraba allí.
—¡No me interesa, estúpida! Esta perra tiene que morir. Además, ¿cómo supieron dónde estaba?
—No fuiste capaz de ocultar tu frialdad, Ismael me contó cómo te comportaste cuando te contaron que Ana Rosa había desaparecido. —Era Matt el que ahora intervenía, mi corazón estalló de felicidad al verlo.
—Claro, y tú tan buen psicólogo sacaste conclusiones, ¿no? —espetó Geraldine.
—Por algo fui policía.
—Geraldine, dame esa arma y quédate tranquila —expresó Ismael, acercándose muy lentamente y con cuidado a ella.
—No te acerques, pues no respondo. —Y el que todavía era mi esposo se acercó aun más sin tomar en cuenta las palabras de ella, hasta que inesperadamente todos oímos un disparo.
—¡Ismael, por Dios! —Grité.
Él se volteó constatando que Geraldine le había disparado en el costado derecho.
—¡Ana Rosa, te sigo amando! —Y otro disparo rasgó el viento, porque Geraldine había vuelto a dispararle al padre de su hijo, mientras él se desplomaba, cayendo al piso.
—¡Dios! La yegua con neumáticos le disparó al anabólico, me va a dar un soponcio —dijo Lucas y se desmayó.
—¡Lucas! —exclamó Gloria y fue hasta él.
—¿Ana Rosa, estás bien? —formuló Alejandro, quien había aparecido de pronto.
No dije nada. Ni siquiera pude mirarlo, estaba en un tremendo shock al ver a Ismael en el suelo y sin moverse.
—¡Tú, Ismael, fuiste el culpable! No quería hacerlo, pero me obligaste. ¡Perdóname, mi amor! —Lloraba Geraldine entre gritos.
—¿Cómo fuiste capaz? ¡No pensaste en las consecuencias!
—¡Tú tuviste la culpa! Ahora vas a morir con mayor razón. ¡Púdrete en el infierno, desgraciada!
Y me disparó.
—¡Ana Rosa!
Alejandro trató de ir hacia mí, pero ella también le disparó, hiriendo su brazo.
Fue así como apareció Matt y forcejeó con ella para quitarle el arma, me dolía mucho el hombro y a la vez me sangraba profusamente, me sentía aterrada. De pronto, mi amado se desestabilizó y cayó, entonces ella se aprovechó de eso, agarró el arma y apuntó hacia mí, mientras mi novio reaccionaba, se levantaba y con agilidad iba hacia ella, quien lo vio y le disparó. Matt cayó de espaldas, cuando ella volvía a apuntarme, diciéndome que ya era hora de morir. Cerré mis ojos, lo vi todo perdido, hasta que un nuevo disparo nos acalló. Sinceramente, pensé lo peor.
Rápidamente, abrí los ojos y vi a Geraldine en el suelo. Miré a Matt con un arma en la mano, él le había disparado, finalmente. ¡Qué horror había sido todo esto! Sin duda, parecía una verdadera película de terror y acción al mismo tiempo.
Matt seguía en el suelo. Me levanté como pude, porque todavía tenía mis manos amarradas, entonces mi amiga Gloria me desamarró para que pudiera llegar hasta mi amado. El dolor en mi hombro era tremendo y seguía perdiendo sangre, pero de igual forma me senté al lado de Matt, viendo también a mi amigo Alejandro ir donde estaba tendido Ismael.
—Matt, amor, ¿cómo estás?
—También con una herida a bala. Mi amigo, ¿cómo está Ismael?
—Él está muerto —anunció Alejandro, logrando que con esas escuetas palabras me pusiera a llorar—. Lo siento, Ana Rosa.
—También lo siento, amor, creo que no resistiré mucho tiempo —dijo Matt, preocupándonos a todos.
—¿Por qué lo dices?
—Porque me disparó en el estómago, creo.
—¡Dios! ¡Alejandro, le disparó en el estómago! —Grité, desesperada.
—Déjame ver Ana Rosa. ¡Resista, amigo, por favor!
—Gloria, la medusa de Geraldine mató al anabólico de Ismael y también le disparó al cuerazo de Matt por defender a mi amiga. ¡Qué horror! —exclamó Lucas, sollozando, una vez ya recuperado.
—No puede ser que pase esto, sobre todo para nuestra amiga —comentó Gloria, llorando.
—Mil veces haría lo mismo con tal de defenderte, y eso es porque te amo —dijo Matt, mirándome a los ojos.
—Mi amor, yo también te amo, pero resiste, hazlo por nosotros para que tengamos una linda vida, juntos. No me dejes. —Me acarició la cara y sonrió.
—Me alegra saber que me amas. Por fin logré ganarme tu amor, que bueno que te conocí —murmuró, cerrando sus ojos.
—¡Matt, no me dejes, por favor! ¡Matt! —Chillé con impotencia, olvidándome de la herida de mi hombro, hasta que un dolor intenso invadió todo mi cuerpo, el que casi me hizo desmayar, pues caí de espaldas.
—Ana Rosa, tranquila, no cierres tus ojos, sé fuerte. —Era Alejandro el que lo manifestaba.
—¡Amiga, por favor, no nos dejes! —añadió Lucas, exasperadamente, mientras no podía evitar cerrar mis ojos. Sentía que me iba de este mundo, porque cada vez el sonido de sus voces se alejaba más y más.
—¡Amiga, por favor, tienes que resistir! ¡Tú eres fuerte!
—Yegua, no cierres los ojos.
—Ana Rosa, despierta, por favor.
Y esas fueron las últimas palabras que le escuché decir a Alejandro, cuando volvía a cerrar mis ojos, para no oír nada más.

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