El Despertar de Rosita © - Cap. 35
Capítulo 35
—Sí, me alegra oírte nuevamente. Espero, por favor, no me cortes —expresó.
—No te preocupes, no te voy a cortar. No soy de esas. Ahora dime, ¿qué deseas?
—Necesito hablar contigo, y que nos juntemos para contarte todo lo que realmente pasó.
—¿Y qué saco yo con eso? El mal está hecho.
—Lo sé, pero te amo con todo mi corazón y no puedo vivir sin ti. Estoy muy mal y quedé peor al verte partir ese día, en el aeropuerto.
—No me iba a quedar con todo lo que supe. Imagínate lo mal que quedé yo, me vine con el corazón destrozado por culpa de ustedes.
—Lo sé, y no sabes cómo me arrepiento por ello. ¡Necesito verte, amor! —comentó, desesperado.
Me quedé en silencio, hasta que volvió a proferir.
—Espero que me dejes explicarte todo. ¿Estás en tu casa?
—No, Matt, no estoy en mi casa.
—¿Dónde estás?
—En otro lugar y tranquila. No pienso decírtelo ni a ti ni nadie, pues no quiero que vengan a molestar. —Suspiré—. Está bien, hablaré contigo, y espero que por una vez en tu vida empieces a ser sincero.
—Te juro que no te mentiré más.
—¿Nos juntamos hoy?
—Lo siento, todavía estoy en Miami, en estos días viajo, te llamo y nos vemos.
—Cualquier cosa me avisas y conversamos en persona. Que estés bien. Voy a seguir durmiendo.
—Claro. Gracias por no cortar. Me alegraste el día. Que estés bien. Lo único que te puedo decir es… que te amo. —Y cortó la llamada.
Me dejó muy pensativa. Sentí que estaba siendo honesto, y como dijo mi amigo Lucas y también Alejandro, tenía que darle la oportunidad de que me explicara para tomar la mejor decisión.
Puse mi cabeza en la almohada y me volví a quedar dormida. Al rato, volvió a sonar mi celular, no quise contestar, preferí seguir durmiendo, pero el aparato no paraba de chirriar. Al final, a regañadientes contesté, pensé que era Matt nuevamente, pero…
—Aló. ¿Qué pasa ahora?
—¡Ana Rosa, por favor, no me cortes —expresó una voz de mujer.
—¿Con quién hablo primero que nada?
—Con Geraldine. No me cortes, por favor, necesito hablar contigo, es urgente. —Su desesperación me dejó helada. ¿Qué querría exactamente?
—¿Qué quieres y cómo conseguiste mi número?
—Lo encontré en el celular de Ismael, a escondidas, eso si.
—Dime de una vez por todas ¿qué quieres?
—Tengo que contarte algo muy delicado sobre Ismael.
—Bueno, cuéntamelo ahora.
—No puedo por teléfono. Además, sé que estás en Valparaíso, te vi el otro día. Esto es muy serio, Ana Rosa, te perjudica tanto a ti como a mí —mencionó, preocupada.
—Mira, Geraldine, no tengo la más mínima intención de ver tu cara. No sé qué tramas, pero espero que estés hablando en serio o…
—Es en serio y muy importante —me interrumpió—. Si quieres nos vemos en Viña, donde está el reloj de flores.
—No sé, voy a ver —respondí con cierta ironía.
—Si no fuera tan urgente, no te molestaría. Necesito que hablemos lo antes posible —comentó algo compungida.
—Bueno, nos vemos a las tres de la tarde, allá donde dijiste, y espero por tu bien que sea importante.
—No te arrepentirás. Nos vemos en la tarde. Adiós.
Me pregunté... ¿Qué cosa sabrá ella de Ismael y en qué me perjudica? Todo esto era muy confuso. Con ese llamado no pude seguir durmiendo, pues me dejó muy preocupada, así que me levanté, me bañé, me vestí y me fui a tomar desayuno, pero estaba sola, ya que Alejandro había ido a trabajar y Vanessa estaba en la escuela. Entonces, limpié la casa, cociné algo rico, almorcé y al rato fui al encuentro con Geraldine. Llegué diez minutos antes, hasta que ella apareció.
—Hola, Ana Rosa.
—Hola. Dime de una vez, ¿qué pasa con Ismael?
—Acá no te lo puedo decir y menos en una cafetería.
—¿En dónde, entonces?
—Vamos a mi departamento y ahí hablamos con tranquilidad. —La seguí, pero con cierta desconfianza. Caminamos como dos cuadras y llegamos al edificio, lo raro era que aquí no había conserje. Nos adentramos por un pasillo del primer piso y al fondo estaba la puerta, me dijo que ahí se hallaba su departamento. Entramos, y la verdad, era bastante bonito; tenía que admitirlo, la infeliz poseía buen gusto.
—Toma asiento. ¿Quieres beber algo?
—Por mí no te aceptaría nada, pero como me hiciste caminar dos cuadras y con este calor, aceptaré un vaso de jugo helado, por favor.
—No hay problema. Además, caminar te sirve para que sigas manteniendo tu figura —dijo con algo de sarcasmo, dirigiéndose a la cocina.
—No tengo para qué, soy regia, pero a ti te serviría mucho más hacer ejercicio, estás gordita —señalé con ironía.
—Tan simpática como siempre. Acá tienes tu jugo. —Me lo entregó.
—Gracias. Por lo menos eres buena anfitriona. —Tenía tanta sed, que bebí la mitad del líquido de un sorbo.
—Gracias, Ana Rosa, parece que te encantó el jugo —expresó con una extraña sonrisa.
—Sí, estaba bueno, algo que sepas preparar, ¿no? Pero dime de una vez, ¿qué pasa con Ismael? ¿Qué hizo y en qué nos perjudica? —pregunté, ansiosa, y volví a tomar el resto de jugo; todavía tenía mucha sed.
—Tranquila, mujer, ya te vas a enterar. ¡Uf! Te tomaste todo el jugo de nuevo, creo que te traeré otro vaso.
—Gracias, pero de una vez por todas explícame, ¿qué hizo Ismael? Oye… Me siento un poco mareada. Geraldine, ¿dónde estás?
—Acá estoy, querida, en la cocina. ¿Me puedes ver?
—Te veo un poco borrosa, todo me da vueltas y... ¡Perra! ―Grité―. ¿Qué me hiciste?
—Algo muy simple. Pronto te dormirás, huevona de mierda. Por fin estás en mis manos.
Traté de pararme, pero enseguida me fui al suelo, veía más borroso, no tenía fuerzas, de a poco se me cerraban los ojos y… de ahí no supe más.
Desperté de golpe, me dolía muchísimo la cabeza y pensé que "todo esto era un mal sueño", pero me di cuenta que la habitación estaba muy oscura, me asusté y traté de pararme, pero no pude, estaba atada de pies y manos a la cama; entré en pánico. Repentinamente, sentí que no podía hablar, pues me habían puesto un pañuelo en mi boca para que cuando despertara y me diera cuenta, no pudiera gritar. No entendía nada, hasta que empecé a oír pasos, estos llegaban justo a la puerta, la que abrieron, y como estaba oscuro, no conseguí distinguir bien a la persona que allí estaba. Acto seguido, encendieron la luz y por la silueta pude diferenciar que era un hombre maduro, quien me miró, y sin decir nada se fue. Admiré la habitación, ya no estaba en el departamento, me pareció que estaba en una cabaña, pero ¿cómo había llegado acá? ¿Por qué Geraldine hacía esto? ¿Qué quería de mí? Me hice mil preguntas, pero las respuestas me las tenía que dar ella.
Me dolían las muñecas y los pies, y todavía me sentía mareada. El hombre volvió, me quitó la mordaza y así pude respirar mejor.
—¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? —Pregunté, pero él aún seguía en silencio—. Dígame algo, ¿dónde está esa maldita de Geraldine?
—Mire, señora, no puedo contarle nada, espere que ella pronto vendrá —respondió con acento claramente extranjero.
—Necesito ir al baño —pedí.
—Ahí le dejo una cubeta para que haga sus necesidades, la voy a soltar solo por un rato. No haga nada tonto, porque lo lamentará.
—¿Van a matarme? —Formulé con temor, pero no obtuve respuesta.
El hombre me soltó y salió de la habitación, entonces, me pude parar torpemente. Admiré todo el lugar y solo se veía la cubeta y la cama. Tenía muchas ganas de orinar, así que tuve que hacerlo. Quise ver la hora y me di cuenta que no tenía mi reloj, ni mi cartera, ni nada, me lo habían quitado todo. Me acordé de Matt, de Alejandro y de Vanessa, tenían que estar muy preocupados. No recordé si había dejado alguna nota. A la par, evoqué a mis amigos sin parar de llorar. El miedo de a poco me estaba descontrolando.
Se abrió la puerta otra vez y era aquel hombre.
—Señora, acá tiene algo para comer, y es mejor que coma, porque la tengo que volver a amarrar.
—¿Qué hora es?
—Son las diez de la noche. Ahí está la bandeja —dijo y salió.
—Tan tarde, ¡Dios mío! —Fui hasta la puerta, pensé tontamente que estaría sin llave, pero el tipo no sería tan estúpido para dejarla así; obviamente estaba cerrada con llave. Miré la comida, tenía hambre. Entonces, preferí comer y al rato volvió e hizo lo que mencionó. Preferí cooperar y no puse resistencia alguna, pensando en que si quisiera matarme, ya lo habría hecho.
Así pasaron dos días en los que desarrollaba la misma rutina, y una tarde, como siempre, el hombre abrió la puerta de sopetón.
—Pase, señora, ella se ha portado bien y no me ha dado problemas.
—Gracias por ayudarme —contestó quien venía a su lado.
—Estoy a su servicio y espero ser bien recompensado.
—Así será, mi buen amigo. Ahora, déjame a solas con este estropajo —le ordenó.
—La dejo a solas, cualquier cosa me llama —dijo mi cancerbero antes de perderse tras la puerta, cerrándola.
—Bueno, Ana Rosa, por fin te veo toda derrotada y como yo quería que estuvieras. ¡Uy! No puedes decirme nada porque tienes ese pañuelo en la boca, pero ese color no te queda, deja que te lo saque de una vez. —Y eso hizo, finalmente.
—¡Loca de remate! —Grité fuertemente—. ¿Por qué me tienes así?
—¡Tú te lo buscaste!
—¡Imbécil, si ya no estoy con Ismael, él se quedó contigo!
—Obvio que se quedó conmigo, el hombre es inteligente, pero está conmigo de cuerpo, no de mente y corazón, esos están contigo. El muy idiota supo que te ibas con el gringo y se fue detrás de ustedes, ¿y sabes cómo lo supe?, porque el muy cínico descarado me lo dijo; se fue a Miami por trabajo y me llamó un día...
Solo la miré mientras seguía revelando su loco relato a dos voces.
—Aló, Geraldine. Amor, lo logré ―prosiguió.
—¿Qué cosa, Ismael? ¿Dónde estás?
—Estoy en Miami y estoy feliz, ¡ja, ja, ja!
—Explícate bien, por favor.
—Por fin pude separar a Matt de Ana Rosa, ya no están juntos.
—¡Qué! ¿Para eso fuiste? ¿Acaso, yo no te importo? ¡Siempre la has amado a ella!
—Siempre te lo dije, ese idiota no se la merecía y logré mi objetivo de separarlos.
—Ésta no te la perdono. Adios, idiota —dije y le corté el llamado. No sabes todo lo que lloré.
No podía creer lo que me contaba, y ciertamente la entendía, pero no era mi culpa nada de lo que Ismael había hecho.
—Por eso planeé todo esto. Supe por él que regresaste a Chile, por lo que esperé pacientemente el momento preciso para que cayeras en la mentira que te conté. Y fue tan fácil engañarte. Eres una ilusa, Ana Rosa. Una verdadera tonta.
—¡Pero yo no tengo la culpa de nada! ¡Ni siquiera lo he buscado!
—Sí, tienes tanta culpa, como la tiene él, y tu verdadera culpa es que estás viva. Si no existieras, todo podría ser muy distinto —mencionó alocada y algo descontrolada.
—Estás loca. ¡Yo no amo a Ismael! Además, ni sabe que estoy desaparecida y no creo que le importe.
—¡Te equivocas, bruta! Ya sabe que estás perdida por ahí.
—¿Cómo?
—Tú sabes perfectamente que me cuenta todo, y me dijo que apareció un tal Alexis o Alejandro, no recuerdo bien, que llegó a la oficina de “mi Ismael” —recalcó— preguntando por ti, diciéndole que habías estado alojada en su casa y que de la nada desapareciste. Que le pareció extraño que te fueras dejando tus cosas en su casa. Tu amigo piensa que volviste con Matt.
—¡Dios! Si supieran que me tienes cautiva en esta pocilga… ¡Eres una demente!
—Obvio que no van a saber jamás. Ya todos creen que estás desaparecida y te andan buscando como locos, y yo disfrutando como sufren por ti. Pobrecita… pero después van a estar peor cuando ya no estés en este mundo.
—Me van a encontrar, lo verás, ¡y lo pagarás muy caro!
—Por supuesto que te van a encontrar, pero muerta, estúpida, y ese será mi mayor logro y mi más ansiada felicidad —argumentó muy segura de sí misma.
«Esta perra me quiere matar a toda costa», pensé.
—Entonces, ¿por qué no me matas ahora? ¿Qué te detiene?
—Te haces la valiente, infeliz. Todavía no es el momento de hacerlo.
—Me imagino lo enojada que estás de que Ismael me esté buscando, como Alejandro y Matt.
—Así que Alejandro se llama… ¡Ah! Obviamente me molesta que mi hombre te busque, pero tu gringo no ha aparecido, así que te imaginarás que ya fuiste historia para él. Bueno, debo irme. Que disfrutes tu estadía, es gratis, pero ya te queda poco. Adiós.
—¡Eres una maldita perra! ¡Te odio infe...! —No alcancé a terminar de hablar, pues volvió a ponerme la mordaza en la boca.
«Maldita Geraldine. Eres una enferma mental, y seguramente, la próxima vez que vengas será para matarme».
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