El Despertar de Rosita © - Cap. 34
Capítulo 34
Vi a Matt mirándome muy desesperado y su rostro expresaba angustia al ver que yo me iba. Quise abrazarlo, besarlo y decirle que lo amaba, pero no lo hice, pues sería volver atrás y con más dolor. Miré hacia otro lado y no podía creer que también estuviera Ismael allí, pero su mirada era muy diferente. Sonreía como si hubiera ganado la partida. Unos segundos después, volví a mirar a quien ya no era mi novio y volteé, seguí mi camino hacia la sala cuando mi nombre era proclamado nuevamente, pero ya no volví la vista hacia atrás, solamente seguí caminando con el dolor de perder a otro amor.
En el avión, y ya rumbo a mi país, no pude dejar de pensar en Matt, menos cuando lo vi angustiado porque me iba. Por un instante sentí que todo su ser me pedía a gritos que no me fuera. Y así transcurrió todo mi viaje, las lágrimas no me dejaban en paz entre el dolor y la angustia.
Luego de un largo viaje, al fin el avión estaba a punto de aterrizar. Suspiré muy hondo y me dije “Por fin en casa"; al menos, Alejandro me estaría esperando y con su compañía no me iba a sentir tan sola.
Por fin el avión aterrizó, salí y miré a todos lados, vi que el día estaba hermoso y con un bello sol, pero mi interior estaba nublado. Bajé las escaleras y me dirigí a la sala de desembarque a hacer los dichosos procedimientos y a encontrarme con mi amigo Alejandro. Al concluirlos, Alejandro estaba allí, nos miramos y me abrazó tiernamente, no aguanté más y lloré en su pecho mientras me acariciaba el pelo. Así estuve como unos cinco minutos, y cuando ya me pude tranquilizar, nos fuimos de aquel lugar rumbo a mi ciudad, Valparaíso.
Me sentía con muy pocas ganas de salir adelante, pero tenía que reponerme y con un amigo como Alejandro sabía que lo iba a conseguir.
No hablé en todo el camino y él lo entendió, pues no hizo ninguna pregunta. Llegamos a Valparaíso y nos dirigimos rumbo a su casa, y al estacionar su auto vi a su hija en el antejardín, quien cuando vio a su padre fue a abrazarlo. Más tarde, él nos presentó.
—Hola, hija mía, te quiero presentar a una amiga. Vanessa, ella es Ana Rosa.
—Hola, Ana Rosa —dijo la niña, dándome un beso en la cara, pero también un abrazo.
—El gusto es mío, Vanessa —contesté.
—Mi papá dijo que te quedarás unos días con nosotros.
—Así es. Espero no ser una molestia —comenté con timidez.
—¡Claro que no! Eres bienvenida —intervino Alejandro.
—Tienes cara de pena, espero que se te pase pronto —señaló la niña.
—Entremos, te mostraré tu habitación —manifestó él, sacándome de aquella situación.
—¡Sí, papá! Así le muestro mi habitación a Ana Rosa.
—Encantada de conocer tu habitación —dije.
—Papá, tu amiga es muy simpática —murmuró ella y entró a la casa, corriendo.
—Le caiste muy bien a Vanessa, pues no se da con todas las personas. Con mi ex pareja se llevaba mal, y te aseguro que jamás la dejó entrar a su habitación.
—Me alegro que le haya caído bien, tu hija es muy especial.
—Gracias, Ana Rosa. Bueno, estás en tu casa.
—¡Es hermosa! —admití, fascinada.
—Muchas gracias por eso también.
—¡Ana Rosa, ven a conocer mi habitación! —gritó Vanessa.
Con Alejandro nos miramos y sonreímos. Entonces, fui donde estaba ella a conocer su dormitorio. Desde ese momento me sentí muy cómoda, se notaba que eran una linda familia.
Así pasaron tres días. Poco a poco retomé mi vida, y aunque la pena era grande, sentía que no tenía que decaer, tenía que volver a levantarme. En eso estaba pensando, cuando mi móvil empezó a sonar, miré la pantalla y era Lucas.
—Hola, Lucas.
—¡Hola, yegua! ¿Cómo has estado?
—¿Cómo qué yegua? Atrevido, estoy bien, ¿y tú?
—Yo estoy regio como siempre.
—Me parece muy bien.
—Cuéntame, mi vida, ¿cómo lo estás pasando?
—Lucas, ni me digas —dije con tristeza.
—A ver, ¿qué pasó?
Me quedé muda por un rato, no sabía qué decir y cómo contar lo que me habían hecho.
—¿Qué onda, amiga?
—No sé ni cómo empezar.
—Iría altiro para que me contaras qué te pasó, pero estás tan lejos, yegua.
—De hecho, ya no estoy en Estados Unidos. Estoy de vuelta.
—¡Me va a dar un soponcio! ¿Cuándo llegaste?
—Hace tres días.
—¡Huevona! Y no fuiste capaz de llamarme, ¡te odio!
—No podía, no me sentía en condiciones.
—¿Estás en tu casa? Voy de inmediato.
—No, Lucas, estoy alojada en otro sitio y he estado tranquila en estos tres días. De verdad, ahora no quiero hablar de lo que pasó.
—¡Amiga, te quiero ver! Estoy preocupado por ti.
—Disculpa por preocuparte, pero te quiero pedir un favor, no le cuentes a nadie que ya regresé.
—Entonces, ¿soy el primero en saberlo?
—Así es.
—¡Por fin! Le gané a los demás, ¡ja, ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja!, ¡qué loco eres!
—Lo bueno de esto, te saqué una risita, mi vida.
—Te lo agradezco.
—De nada, pero igual te quiero ver hoy, sí o sí —sentenció.
—¿Estás en la peluquería?
—Te salvaste, hoy no fui a trabajar, estoy en mi departamento.
—Entonces, voy para allá y conversamos un ratito.
— Okey, corazón, te espero.
—Nos vemos, amigo.
Fui a cambiarme de ropa para ir a ver a Lucas, porque sabía que me daría un buen consejo para poder tomar una decisión con respecto a Matt. Y con Ismael… eso definitivamente se acabó. No pienso volver con él, menos a dirigirle la palabra. Con lo que me confesó y de lo que es capaz, prefiero mantenerlo lo más lejos de mí, ya que la confianza que le tenía se hizo polvo.
Cuando estuve lista, le avisé a Alejandro que iba a ver a mi amigo Lucas para que no se preocupara. Lo llamé, le conté, y me dijo que no había problema, pero que me cuidara mucho, y sobre todo, que fuera muy cautelosa, le di las gracias y me despedí, saliendo de la casa.
Tomé un taxi, menos mal que Lucas no vivía tan lejos. Llegando al lugar, sentí que me vigilaban, pero gracias a Dios nadie sabía donde estaba alojada. Cuando llegué, le pagué al chofer del taxi, me bajé y me fui a paso veloz al edificio donde vive Lucas, tomé el ascensor y subí al décimo piso.
Una vez allí, frente a la puerta de su departamento, no demoré en tocar, anunciándome.
—¡Amiga de mi corazón! —exclamó efusivo, dándome un abrazo y un beso en la cara.
—¡Hola, amigo! ¡Qué bueno verte!
—A mí también me da gusto verte. Entra mi vida, por favor.
—Gracias, permiso.
—¿Quieres tomar algo?
—Jugo, por favor.
—¡Niña, qué estás sana! Yo, en cambio, tomaré una cerveza. ¿Y cómo estuvo el viaje de vuelta?
—La verdad, bastante triste, no me esperaba algo así. —Emití un suspiro de pena.
—¡Pucha, amiga! Listo, acá está el jugo para ti y mi cerveza. Vamos a sentarnos en el sofá y me cuentas que pasó.
Nos sentamos y le empecé a contar lo sucedido, Lucas me miraba con horror, no podía creer lo que le estaba comentando.
—¡Estoy en schock!
—Eso es lo que pasó. Imagínate cómo quedé yo, casi morí de la pena.
—¿Qué onda esos dos? Tu marido es de lo último y tu Matt, te seré sincero, fue un miserable en primer lugar, ese engaño fue horroroso. ¡Tenía que haber sido sincero desde el principio!, pero prefirió ocultarlo, ayudando a la lacra de tu esposo. Y después viene con eso de que no quiere perderte, amiga.
—Quisiera creer eso. Matt apareció en mi vida de la nada y yo pensé que era cosa del destino, pero no fue así. Ismael lo planeó todo, lo contrató para ver si yo le era infiel y como no encontró nada, no le quedó otra cosa que decirle a Matt que me sedujera. Esa fue una canallada muy grande.
—Mi amor, te encuentro toda la razón, ese gringo tenía que haberte dicho la verdad. Sinceramente, pienso que al principio fue un juego y después se sintió atraído por ti, y obviamente, esto se le fue de las manos. Estoy seguro que no planeó enamorarse de ti; si me estás contando que cuando te tiraste una canita al aire a solas con él en Miami y grabó todo ese espectáculo y después lo borró, fue por algo.
—Ya no sé qué pensar. Jamás creí que Ismael fuera capaz de hacer una cosa semejante.
—Mi vida, te juro que desde que se colocó anabólicos, estos de a poco le comieron algunas neuronas. O, simplemente, ya era una mierda de nacimiento y los anabólicos hicieron lo suyo.
—Ay, tú y tus palabras locas.
—Amiga, creo que tienes que hablar con el cuerazo de Matt, dale la oportunidad, al menos, de que te explique todo, y ahí recién tomas una sana decisión. Y sobre Ismael, creo firmemente que tu matrimonio ya llegó a su fin, te pasarías si llegaras a pensar en volver con esa ex lombriz solitaria.
—¡Ja, ja, ja! Ex lombriz solitaria… ¡Qué chistoso eres! Ni loca volvería con él, ahora lo desconozco, no tiene nada que ver con aquel Ismael del que me enamoré.
—"Yeguis", yo creo que siempre ha sido así, o a lo mejor no tanto, y desde que se unió con la caliente de Geraldine, él cambió. Recuerda que no me caía muy bien, la encontraba mojigata, y mira con qué salió. Ella no debió haberse metido en tu matrimonio, ella sabía que él era tu marido, aunque él le haya coqueteado descaradamente, tenía que haber sido leal contigo, pero prefirió meterse y destruir tu relación. Insisto, ella siempre supo lo que hacía. Es una yegua suelta.
—Lo sé, pero lo hecho, hecho está, y no se puede volver atrás. Me siento utilizada, ellos no debieron traicionarme así.
—Tienes razón, pero lo de tu Matt es algo que se puede conversar y solucionar. Además, me contaste que fue al aeropuerto con un rostro de angustia y no tuvo palabras para pedirte que te quedaras. Eso, mi muñequita de porcelana, es amor. Si no le importaras, no te habría buscado. Piensa, corazón, ese gringo te ama, y te lo doy firmado que tú también lo amas a él, ¿sabes por qué? Porque primero fue calentura, pero “CALENTURA” con mayúsculas, mi cachorrita. Después de la calentura pasó al gusto, al gusto de su rico paquete, ¡ja, ja, ja, ja! Es una bromita, no te enojes. Y bueno, después vino el amor. Sabes, mi niña hermosa, encuentro que tu historia es de pasión, tragedia y amor. ¡Uy! ¡Qué emoción me da! ¡A tu salud, niña! —dijo, tomándose su vaso de cerveza de un tirón.
—¡Amigo, casi te ahogas! Eres un verdadero payasito, las cosas que se te ocurren.
—Pero es la verdad. Deberías ir donde un escritor para que escriba tu trágica y apasionante historia, pero lo que te ha pasado ahora, porque si cuentas tu vida anterior a esto, ¡uf!, se aburre. Ahora, habla con Matt y soluciona todo con él. La mariconada que te hizo ya fue. Además, nunca le pasó el dichoso video a Ismael y por eso ese idiota se enojó con el gringo. ¡No seas huevona, amiga!
—Para ti todo es fácil, llegar y perdonar. No lo sé, estoy confundida y no sé qué hacer. Ismael y Matt fueron muy maricones conmigo, creí conocer bien al que era mi esposo y ¡no!, era un lobo con piel de oveja, y ahora mi supuesto novio también tenía una “yayita” del porte de un buque. Quisiera saber, ¿cuál de los dos es peor?
—El anabólico de tu marido pues, mijita, quien más. Y por otra parte, tu amado amor del país del norte fue su cómplice en el momento, ¡pero niña!, cuando se comió el pollito al velador contigo en ese trío lo dejaste loco y marcando ocupado. Igual siguió con el plan de Ismael, y te aseguro que cuando te comió solito y sin ninguna escoria como tu marido, ahí lo atrapaste y se dijo: "Me dejó caliente, me dejó caliente, etc". O mejor dicho: "Quiero a mi Rosita, quiero a mi Rosita", ¡ja, ja, ja! El consejo maternal que te puedo dar es el siguiente: habla con Matt, arregla las cosas y verás que toda esa bronca que tienes ahora se irá y lo perdonarás, pero al enfermo de anabólicos ni cagando lo perdones, mejor ¡pégale un buen combo en el hocico y patéalo en el suelo! ¡Dios mío, qué estoy diciendo! Pero me gustaría ver eso.
—Me haces reír mucho. Okey, tomaré tu consejo, voy a hablar con Matt, no estoy segura qué le voy a decir, pero hablaré con él en su momento. Ya es tarde, me tengo que ir.
—Que estés muy bien, y gracias por venir, me encantó verte de nuevo.
—A mí igual, Lucas, pero te pido que no le cuentes a nadie que regresé.
—Despreocúpate. Ahora entiendo por qué Ismael te andaba buscando hace como dos días atrás en la peluquería, pensamos que no sabía que te habías ido con el gringo a vivir allá, y nosotros no le dijimos nada, pero ahora lo entiendo todo, era por la cagada que se mandó.
—Seguro que sí, tiene que haberme ido a buscar a la casa y no me encontró; menos mal que le hice caso a Alejandro.
—Menos mal. ¡Oye, no sabes la última que te tengo que contar! ¿Recuerdas que tu amigo Alejandro se iba a cortar el pelo con Paulina? Bueno, fue y se hizo amigo de la Pau, a los dos días salieron y, no lo vas a creer, la Pau se lo sirvió con todo.
—¿En serio?
—¡Te lo juro, niña! Ella misma me contó, fue la media canita al aire. Además, me conoces, me encanta que me cuenten de los primeros —comentó, riendo.
No supe qué decir, como que no lo encontré tan chistoso, y sí, me molestó un poco. Me despedí de mi amigo con un cierto tinte de desilusión y le dije que le mandaría un mensaje cuando llegara a casa.
Ya en ella, Alejandro todavía no llegaba, así que me fui al dormitorio y le mandé un mensaje a Lucas. De pronto, sentí pasos y fui a ver quien era, Alejandro había llegado. Nos saludamos, pero todavía sentía un pequeño enojo al saber que se había metido con Paulina; sabía que no era de mi incumbencia su vida personal y tampoco eran celos. ¡De qué, por favor! Quise preguntarle por lo de Paulina, pero en realidad, no me atreví, mejor lo dejé ahí. Después, nos fuimos a comer algo con la niña y al término de esto a dormir.
Al otro día, bien temprano sonó mi celular, y sin darme cuenta contesté medio dormida.
—Aló.
—Hola, Ana Rosa, gracias por contestar.
—¡Matt! —exclamé sobresaltada, hasta se me quitó el sueño al oír su voz, sintiendo un cosquilleo en mi estómago.
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