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El Despertar de Rosita © - Cap. 28

Capítulo 28

Lo esperé hasta que nos fuimos a una cafetería que estaba cerca de la Compañía de Seguros. Tenía que admitir que era un agrado conversar con Alejandro, era un hombre muy inteligente, culto y muy alegre. Me hizo reír bastante y me di cuenta que teníamos muchas cosas en común; nos gustaba casi la misma música. Me contó que en su juventud fue un trashers, que usó el pelo bien largo y que andaba vestido todo de negro. Sus padres, cuando lo veían así, se horrorizaban, y a él le daba risa ver sus caras de espanto. Esa etapa fue de los quince hasta los veinticinco años, ya después se cortó el pelo y se puso responsable, pues a los veinticinco años fue padre de una niña y se casó con la madre de su hija. Estuvieron casados durante cinco años, pero quedó viudo, porque a su esposa le dio cáncer de senos. Le hicieron una mastectomía en ambos senos, pero el cáncer estaba muy avanzado y no pudo ganar esa batalla, falleciendo finalmente.
Ella tenía solo veintisiete años y se llamaba Marlene.
Me contó, además, que le costó mucho tiempo superar la ausencia de su esposa, pero tenía que salir adelante por su hija y por eso no podía derrumbarse, pero cuando estaba a solas lloraba con mucho dolor. Me conmovió cuando me contó lo de su esposa. Bueno, también le conté lo que me hizo Ismael. Me dijo que me encontraba valiente y me preguntó si yo tenía algún romance en la actualidad, pues me haría bien tener a alguien a mi lado. Le dije que no, que por el momento prefería estar sola; no quise mencionarle a Matt. Alejandro lo entendió. Le pregunté si él estaba en pareja y me dijo que estaba conociendo a alguien y que justo en este momento había salido de vacaciones y se iba con ella y su hija de viaje a Isla de Pascua a conocer los Moais, Playa Anakena, Playa Ovahe, Playa Pea, el volcán Rano Kau y también Ana Kai Tangata, y obviamente, a descansar. Comentó que iba por dos semanas. Le mencioné que había ido en una oportunidad y que lo pasé muy bien, porque era un hermoso lugar. Así estuvimos conversando casi toda la tarde y lo que más me gustó fue que no hubo algo sexual de por medio; por fin pude hablar con alguien como amigo, a pesar de que apenas lo conocía. Aunque… lo que más me avergonzaba era que había tenido un sueño erótico con él. Ni loca le mencionaba eso.
De pronto, miró la hora y dijo que tenía que marcharse, pero que me agradecía que yo hubiese aceptado su invitación a tomar un café; además de que me encontraba muy encantadora. Me deseó suerte en todo y me sugirió que no decayera jamás, menos por un hombre, porque yo era valiosa. Pero por sobre todo, que no lo olvidara. Le di las gracias por sus buenos deseos y me sonrió. Entonces, pagó la cuenta y nos fuimos de aquel lugar, nos despedimos con un beso en la cara y me pidió que ante cualquier cosa lo llamara a su celular, que me ayudaría con mucho gusto. Al rato se marchó y yo seguí mi camino, y cuando llegué a mi auto escuché a alguien que me llamaba:
—¡Ana Rosa!
Entonces, me volteé y me sorprendí al mismo tiempo al ver quién era.
—Hola. ¡Vaya! ¡Tanto tiempo sin verte!
—Sí, bastante tiempo. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, ¿y tú? ¿Cómo estuvo el viaje?
—He estado muy bien, y la verdad, fue un viaje largo y aburrido.
—¡Ja, ja, ja! A ti qué no te aburre, Matt.
—¡Ja, ja, ja! Bueno, así es —respondió.
Por mi parte, solo sonreí, pero me dio gusto verlo. Lo invité a mi casa para que conversáramos y aceptó, nos subimos a mi auto y nos fuimos rápidamente. Llegamos, le ofrecí un café y le pregunté cómo me había encontrado, me dijo que por casualidad, que me había reconocido y que por eso me llamó; quedé con una pequeña duda, al mismo tiempo que me preguntaba qué había hecho en estos tres meses que él no había estado.
—Ya no estoy trabajando en la peluquería, me fui de viaje a España, donde vive mi hermano con su familia, estuve un mes allá y ahora estoy haciendo trámites. ¿Qué cuentas tú?
—Trabajando, pasándolo bien... No me mires así, con ironía, pues no estuve con ninguna mujer —aseguró.
—Cuesta creer eso, tú no puedes estar sin tener sexo.
—Sí, es verdad, pero no he estado con ninguna, te lo habría dicho. ¡Para qué ocultarlo!, ya sabes que soy muy sincero.
— Okey, te voy a creer.
—¡Ja, ja, ja! Okey. De todas maneras, sigues hermosa —mencionó coquetamente.
—No empieces, sabes que no voy a caer en tus redes —respondí tajante.
—Yo sé que todavía te gusto y que me deseas también.
—¡Qué engreído eres! Voy a ser sincera, cuando estuve en España tuve una aventura con alguien de allá y lo pasé muy, pero muy bien.
—Me parece excelente, pero ese ibérico no se compara a mí, pues yo fui el primero que despertó a aquella Rosita —dijo, acercándose a mí. Traté de pararme, pero no me dejó y, de pronto, empezó a besar mi cuello y a morder suavemente mi oreja. En realidad, este hombre me prendía, por lo que poco a poco comencé a excitarme, hasta que me aparté, nos miramos fijamente y el deseo fue incontrolable. Nos besamos con pasión; me tomó en brazos, me subió al segundo piso y fue directo a mi habitación. Me tiró a la cama y se echó encima de mí, nos empezamos a sacar la ropa y quedamos completamente desnudos, me puso en cuatro y luego su pene entró en mi "Rosita", ella ya estaba empapada; me jaló del cabello y empezó a bombear con fuerza y eso, sin duda, me fascinó.
—¿Te gusta?
—Sí, me encanta —dije, gimiendo fuerte.
—Me encantas como gimes, como una verdadera putita. Eso, sigue gimiendo así, ¡puta!
—Tú no pares, ¡puto!
—Sí, soy tu verdadero puto y tú mi puta deliciosa, ¿cierto? —expresó, jalándome más fuerte el pelo.
—¡Ahh!
—¿Cierto? —Volvió a formular.
—Aaa, sí... lo soy.
—Ahora, ven a montarme y sé una buena jinete. Quiero sentirte toda mía. —Entonces, lo monté y me bombeaba más fuerte, mientras él se quejaba en mi oído y yo me excitaba aún más. De pronto, sentí dos de sus dedos entrando en mi ano; eso me dolió un poco, pero me gustó.
De nuevo me puso en cuatro y ahora me lo hacía analmente, yo gemía como loca, hasta que acabó ahí y a mí me dio un orgasmo muy fuerte; quedamos extenuados en la cama. Matt sí sabía como llevarme al placer.
Estuvimos casi toda la tarde retozando y después se tuvo que ir. No quise decirle que se quedara, pues quería llevar las cosas con calma. Nos despedimos con un beso y él se fue.
Cuando estuve a punto de ingresar a la casa, escuché una voz que dijo con suma ironía.
—Vaya, Ana Rosa, por fin encontraste a un reemplazante.
Volteé, pero esa voz no me causó ni siquiera una sorpresa, viendo a esa persona muy desafiante:
—¿Acaso, te causa envidia? —inquirí con ironía.
—Para nada, ya tengo lo que quiero y estoy bien conforme, te diré —proclamó ese personaje.
—¡Por supuesto! A ti te encanta destruir matrimonios, pues no fuiste capaz de encontrar a alguien soltero para que te tomara en cuenta, sino que preferiste cazar a uno casado y el primer idiota cayó, o sea Ismael —expresé con rabia.
—Tus palabritas no me llegan, me resbalan. Por lo menos, "ese idiota" se quedó conmigo, eso es muy inteligente —dijo ella.
—Que quieres que te diga, ¡muy inteligente! ¿Sabes qué?, lárgate mejor, llegan a darme naúseas de solo verte.
—Que pena por ti, a mí me dan peor las naúseas. Ismael ya te está olvidando, le estoy dando todo lo que desea —aseguró con una sonrisa de burla.
Al escuchar eso mi corazón se apretó, pero reaccioné rápido:
—Me parece bien que me esté olvidando, total, un clavo saca a otro clavo, a excepción de ti, claro, que estás bastante oxidada.
—Que simpática eres… Pero bueno, oxidada o no, Ismael se quedó conmigo. Siempre supe que yo era mejor que tú.
—Me alegro que pienses así, pero te falta bastante rutina de ejercicios para quitarte esos rollitos y, sobre todo, usar bien tus neuronas y no hablar huevadas.
—Mis neuronas están muy bien y tu ex marido me quiere y me desea tal cuál soy.
—¡Uf! Que mal gusto tiene. Últimamente, ya no tiene esos gustos exigentes que tenía antes, ahora le gusta la primera perra que se le cruza en el camino.
—Me dan lo mismo tus palabras, parece que todavía no te convences que ahora él me ama a mí.
—Lárgate, contaminas mi aire, y no estoy para escuchar a putas baratas.
—Por mí me iría de inmediato, pero mi amor me pidió que viniera a buscar unos documentos que se le quedaron acá.
—¡Ya! Y tú como buena niña le obedeciste, ¡qué lindo! —Escupí con ironía.
—Para que veas, lo que me pida mi exquisito amor, yo lo hago. Quizás, por eso me prefirió.
—¡Ja, ja, ja! Verdaderamente eres ridícula. Bueno, te dejaré pasar porque yo sí tengo educación, pero cuando encuentre y te entregue dichos documentos, te largas de inmediato.
—Con esas palabras quién no entiende —mencionó, preparándose para entrar.
Una vez al interior, le pregunté si Ismael le había dicho dónde había dejado aquellos documentos, me respondió que le había manifestado que estaban en la habitación, en el closet, específicamente en uno de los tres cajones. Le contesté que los iba a buscar y que, por favor, no se llevara nada de la casa, ya que con Ismael le bastaba y sobraba; me miró con cara de odio. Le devolví la vista con una sonrisa de burla y subí al segundo piso. Cuando entré a la habitación, todavía estaba el aroma de Matt y también el olor a sexo; sonreí traviesamente al recordar nuestro particular encuentro. Entonces, busqué en el closet, revisé los dos primeros cajones, y allí no estaban los documentos, pero sí los hallé en el tercer cajón. Los puse en una carpeta y cuando me asomé por el pasillo, vi a Geraldine de espaldas, justo donde tenía los documentos de mi seguro de vida.
—¿Se te perdió algo? —formulé repentinamente, mientras se sobresaltaba.
—¡Uf! ¡Me asustaste! Solo miraba.
—Ay, querida, tú no tienes nada que mirar aquí, esta no es tu casa —enfaticé, bajando las escaleras.
—Bueno, disculpa. Veo que encontraste los documentos de Ismael.
—Así es. Toma, ahora te puedes ir.
—Muchas gracias, y espero no volver otra vez —señaló, dirigiéndose a la puerta.
—Espero que así sea. Ahora lárgate, que apestas.
—Lo mismo digo, odiosa. Adiós. —Y se marchó.
La detestaba por lo que me hizo, era una descarada de mierda. Sinceramente, esperaba no volverla a ver...

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