El Despertar de Rosita © - Cap. 27
Capítulo 27
Por fin lo tenía en mis manos.
—¡Tomen asiento! Me doy cuenta que el niño se quedó dormido. Geraldine, llévalo arriba —dije.
Entonces, ella miró a Ismael, estupefacta. No le salían las palabras. Así que subió al niño al dormitorio y al rato bajó. Venía pálida la pobre infeliz y, la verdad, me quería reír, pero me contuve, me encantaba mirarles a los dos sus caras de impacto.
—Bueno, siéntense, ¿qué esperan? Quiero mostrarles el final del video, pero ¿qué les pasa?, ¿vieron un fantasma?, ¿están mal atendidos? Pero, amor, cambia la cara. Bueno, para qué esperar, los invito a ver el capítulo final del video.
—Ana Rosa, no entiendo nada, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? —preguntó la descarada de Geraldine, haciéndose la desentendida.
—Ya lo sabrás, no te desesperes, querida Geraldine.
—Ana Rosa, amor... Yo... —dijo Ismael muy nervioso.
—¿Qué pasa, amor?, ¿por qué tan nervioso?
—Eeeh... No pasa nada.
—Entonces, si no pasa nada, no tienes por qué estar nervioso. Tranquilo, ahora viene lo mejor.
Y de di play al video, las caras de los infelices eran tremendas, estaban muy asustados. Hasta que llegó el momento de la escena protagonizada por ambos en nuestra casa, y en vez de mirar la película, preferí mirarlos a ellos. La cara de Geraldine y la de Ismael eran de horror. Mi esposo se tapó el rostro con sus manos, ya que su mentira había sido descubierta.
Cuando por fin terminó el video erótico, apagué la televisión, ya que me tocaba decirles todo lo que pensaba acerca de ambos.
—Bueno, las cartas están echadas sobre la mesa —mencioné.
—Amor... —expresó Ismael, pero lo interrumpí.
—¡No me digas "Amor", porque esa palabra te queda bien grande! —exclamé fuertemente.
—¡Perdóname! —pronunció desesperado.
—Eso tenías que haberlo pensado antes de hacer tu trabajito extra, ¿o no?
—Ana Rosa, sé que no tengo perdón, pero no tenía el valor de contártelo —señaló Ismael.
—¡Ah! No tenías el valor de decírmelo, pero si tenías el valor de traer a tu amante a nuestra casa y montar una verdadera orgía, y más encima, llevarla a nuestra habitación ¡Por favor! ¡Qué desvergonzado eres!
—¡Ismael! Tarde o temprano lo iba a saber, para qué quieres rogarle —intervino Geraldine.
—¡Vaya, Geraldine! Por fin sacaste el habla o, mejor dicho, las garras —mencioné con ironía.
—No me interesa tu ironía. Y sí, somos amantes... —aseveró, mientras la interrumpía Ismael.
—¡Cállate, quieres! ¡No arruines más las cosas!
—Deja que hable, me interesa lo que va a decir. Te escucho, Geraldine.
—¿Qué quieres saber, Ana Rosa?
—Quiero saber, ¿desde cuándo eres amante de mi marido?
—Desde hace tres años.
—¿Hace tres años? —Inquirí fuera de mis cabales—. Quieres decir que empezaron a ser amantes cuando trabajabas en la peluquería. ¡Son unas asquerosas mierdas! —Vociferé.
—No voy a permitir que me ofendas, Ana Rosa —dijo ella.
—¿En serio? Qué patuda eres, puta asquerosa, ¿quieres que te dé un abrazo y te felicite? —prorrumpí muy alterada.
—¡Lo siento mucho! —Respondió de irónica manera—. Pero no me arrepiento de nada. Amé a Ismael desde el primer momento en que lo vi y no me importó arrebatártelo.
—¡Qué lindo! Y no se te ocurrió nada mejor que entrometerte en nuestra relación e hiciste todo para convertirte en su puta amante. De verdad, no tienes escrúpulos.
—Sí, hice lo que pude para que él se fijara en mí y lo conseguí —dijo, y fue tanta la rabia que me dio al escuchar eso, que le di una bofetada.
—¡Asquerosa enferma! Tan mojigata que te veías cuando trabajabas en la peluquería y eras una lobita con piel de oveja. Y tú, ¿qué tienes que decir, infeliz?
Mi esposo no dijo nada, se sentía atrapado y no tenía ninguna excusa, solamente me miraba muy nervioso.
—¿No dirás nada? Con esto me doy cuenta que eres un maldito cobarde, un mentiroso y un verdadero infeliz.
—No sé qué decirte… ¡Solo perdóname, Ana Rosa! —comentó desesperado.
—¿Perdonarte? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué descarado eres! Me desilusionas bastante, Ismael. Asume mejor tus errores, sobre todo el "error con patitas" que está arriba durmiendo —señalé.
—Para que sepas, mi hijo no es un error —dijo ella.
—Para ti, quizás, pero para él si lo es, estúpida —rebatí enojada.
—¡Mentira! Ismael ama a su hijo, porque lo he visto, y se lo ha demostrado con hechos. ¡Eres una loca!
—¡La loca eres tú! ¡La demente eres tú! ¡La enferma mental eres tú! Te metiste en mi matrimonio, te embarazaste para tener un bastardo...
—¡Mi hijo no es un bastardo! —exclamó colérica y me dio una cachetada.
—¿Quién te crees que eres, bastarda? —La encaré y le devolví la cachetada, rompiéndole el labio.
—¡Me rompiste el labio! —añadió mientras seguíamos forcejeando.
—¡Basta, Ana Rosa, y córtenla las dos! —dijo Ismael, tratando de separarnos, hasta que pudo hacerlo.
—¡Váyanse de mi casa! ¡Y tú llévate a esta puta y al bastardo de su hijo! —espeté muy alterada.
—¡No te voy a permitir que llames a mi hijo así! Te sigo amando, Ana Rosa, pero ante todo soy padre y respetas a mi hijo —dijo enojado, mirándome fijamente a los ojos.
—Ahora te crees un excelente padre, pero como marido no vales nada.
—¡Vámonos, Ismael! ¡Ve a buscar a nuestro hijo!
Eso fue lo que hizo, subiendo con rapidez.
—Sabes, Ana Rosa, Ismael se llevó una gran desilusión contigo al haberte expresado así en contra de nuestro hijo. Y me da gusto decirte que volvería a quitártelo, pues ese hombre es mío desde que lo vi, así que asúmelo, tú no eres competencia para mí, ¿lo entiendes? Este hijo nos unió aún más. Jamás fuiste capaz de darle un hijo, solo te dedicaste a trabajar y eso fue un punto a mi favor, pues cuando me metí en tu relación, tú te dedicabas a trabajar a full, dejándolo de lado. No me arrepiento, entré en acción y lo conseguí, y ahora la vida me premió, ya que él está conmigo. Y lo que me alegra es que estaremos juntos por siempre, perra —subrayó, sonriendo descaradamente.
—¡Lárgate o si no lo lamentarás! —Grité mientras Ismael bajaba las escaleras con el niño en brazos, que seguía durmiendo.
—Vámonos, amor, y pásame a nuestro hijo. Te espero en el auto —dijo ella, mirándome, volviendo a sonreír y salió.
Ismael no dijo nada y se fue, pero en sus ojos vi su desesperación y a la vez cómo me pedía perdón, mientras me sentaba en la escalera y no aguantaba el llanto. Lloré amargamente y me juré no decaer y salir adelante como fuera.
Así pasaron tres meses, seguí con mi vida a pesar del tremendo dolor que me causaron Ismael y Geraldine. Preferí dejar mi trabajo en la peluquería por un tiempo, pues ya no me sentía capacitada para estar ahí. Sin duda alguna, me causó una gran tristeza dejar mi trabajo y sobre todo a mis amigos. Matt, entretanto, volvió a Estados Unidos, y cuando se despidió de mí me dijo que volvería lo más pronto posible.
Después de separarme de mi marido, me fui de viaje por un mes a España, a visitar a mi hermano y a su familia. Fui con mis padres, lo pasé muy bien, necesitaba olvidarme de todo, pero también olvidarme de Ismael, pues lo seguía amando, pero no lo podía perdonar.
En el tiempo que estuve en España conocí a una chica llamada Cristina, que era hermana de mi cuñada. Nos caímos bien y nos hicimos muy buenas amigas, era tan graciosa como Allison, mi cuñada. Con ella salíamos a todas partes, íbamos a restaurantes, pubs y discotheques. En uno de los restaurantes de flamenco que visité, el cual me encantó, conocí a un español llamado Javier −debo admitir que era muy atractivo−, tuvimos un desliz bastante apasionado, dejándome impresionada con lo fogozos que eran los españoles. Nos presentó Cristina, pues era amigo de ella. Salí con él unos días, especificándole que yo estaba hace poco separada de mi marido y que no quería ir más allá con nadie. Javier lo entendió y me dijo que no había problema, pero el desliz que tuvimos ocurrió en el penúltimo día. Lo hicimos toda la noche, hasta que amaneció. Después de eso, volví al país más relajada, y un tanto más tranquila.
Un día, mientras aprovechaba de hacer trámites sobre mi separación, o mejor dicho, sobre mi divorcio, me acordé que tenía que ir a la Compañía de Seguros, pues quería desvincular a Ismael de mi seguro de vida. Así que me dirigí hasta allá.
Ya estando en la Compañía, la señorita de informaciones me llevó a la oficina del agente de seguro, y la sorpresa que me llevé al ver quien era fue monumental.
—Buenas tardes, señora, tanto tiempo. ¿Cómo ha estado?
—Buenas tardes. Muy bien, pero… ¡Qué sorpresa me he llevado al saber que es usted la persona con quien tengo que hablar para realizar mi trámite!
—Sorpresas nos da la vida, ¿no? ¿Cómo está su tobillo?
—Bien, señor...
—Alejandro. Vaya, parece que se le olvidó mi nombre, señora Ana Rosa.
—En realidad, sí, pero solo su nombre, pues no me he olvidado todavía de la persona que me salvó la vida. Además, me sorprende que no se haya olvidado usted de cómo me llamo.
—¡Ah! Es que todavía tengo el papel que me dio.
—Okey. Pero cambiando de tema, vine por algo puntual...
—Dígame, entonces —respondió, retomando la formalidad.
—Quisiera sacar como beneficiario de mi seguro de vida a mi esposo.
—Dígame el nombre de su esposo.
—Ismael San Martín Sepúlveda.
—¿Cuál es su apellido, Ana Rosa?
—Ortiz.
—Un segundo, por favor. Claro, él es su beneficiario. Disculpe que pregunte, ¿por qué razón desea quitarlo como beneficiario?
—Muy simple, me estoy separando de él y no quiero tener ninguna vinculación con su persona —añadí seriamente.
—Entiendo, pero no sé si conoce las normas de nuestra Compañía, y como usted tiene a su marido como beneficiario por tantos años, y todavía no se han separado o divorciado en forma legal, no lo puedo eliminar tan rápidamente.
—¿Por qué?
—Porque necesito algún comprobante que certifique que usted se está separando de su esposo, por seguridad.
—Disculpe que le diga esto, pero me parece ridículo eso de estar mostrando un comprobante para que me crea.
—Lo sé, señora Ana Rosa, pero las normas de la Compañía son así. Además, por lo que veo en el computador, fue el señor Ismael quien le sacó el seguro de vida, quedando automáticamente como beneficiario, y a menos que él renuncie, usted necesita comprobar si realmente se van a separar en forma legal.
—Primera vez que escucho esto, pues en otras Compañías no tramitan tanto como en esta.
—Lo siento muchísimo.
—Sé que usted no tiene la culpa, pero esto es un fastidio. Bueno, cuando tenga mi separación legal, vendré de nuevo para tramitar que mi marido quede fuera de mi seguro.
—Cualquier cosa me avisa, por favor. Acá tiene nuevamente mi tarjeta, así me llama y hacemos todo el trámite directamente.
—Muchas gracias, Alejandro, lo tomaré en cuenta. Bueno, me tengo que ir.
—Pasó la hora muy rápido, igual me tengo que ir. Disculpe mi atrevimiento, me gustaría invitarla a tomar un café, espero no se moleste —mencionó tímidamente.
—No se preocupe, no me enoja su invitación —contesté.
—Pero si no puede o no quiere, yo lo entiendo.
—Muchas gracias, y no hay problema, acepto su invitación a tomar un café —dije repentinamente.
—Gracias por aceptar. Espéreme unos cinco minutos y nos vamos.
—Okey. Lo espero afuera de su oficina...
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