El Despertar de Rosita © - Cap. 23
Capítulo 23
Preferí cerrar mis ojos y cuando volteé, los abrí muy asustada. Miré para todos lados, pero no había nadie, estaba sola y también sudada por completo. Me di cuenta que todo había sido un mal sueño, que nunca había estado con aquel hombre. Entonces, me levanté del sillón y fui a tomar agua, me sentí muy contrariada.
—¡Dios mío, qué me está pasando! ¿En qué me estoy convirtiendo?, ¿me estaré volviendo una ninfómana? —me pregunté.
Ahora, con cualquier hombre que conociera soñaría que iba a tener sexo con él. ¡Qué horror me daba de solo pensarlo!
Subí a mi habitación y me fui a dar una ducha para sentirme mejor, y la verdad que funcionó, porque se me quitó toda esa angustia que sentía. Salí del baño, me sequé bien mi cabello y preferí descansar, viendo televisión un rato.
Así transcurrió mi día, lo único que deseaba era que llegara pronto mi marido.
A los dos días, Ismael regresó, venía feliz, me dijo que le había ido muy bien con el negocio y que venía a celebrarlo; de paso me entregó mi nuevo celular, era precioso. Estaba muy contenta por él, le conté que mi hermano nos había invitado a Iquique y que estaban todos allá. Entonces, me sugirió que viajáramos temprano al otro día, así celebraríamos en familia.
Eso fue lo que hicimos. Al siguiente día nos fuimos temprano a Santiago, después al aeropuerto, Ismael compró los boletos y esperamos alrededor de media hora para que saliera el avión. Realizamos los trámites que nos exigían, hasta que nos avisaron que en diez minutos despegaría el avión rumbo a Iquique. Con posterioridad, fuimos a abordar el avión. Lo que me tenía muy contenta era el hecho de que pronto estaría con mi familia.
En dos horas llegamos a Iquique y mi hermano nos estaba esperando en el aeropuerto, había alquilado un auto, así que teniendo nuestro equipaje ya en él, nos fuimos a la ciudad, ya que el aeropuerto quedaba en las afueras de ella. Con mi marido salimos a todas partes, conocí la Playa Cavancha, la Plaza Pratt, los galpones y tiendas que tiene Zofri, además de las Salitreras. Y hasta la Tirana; y por supuesto, fui a ver a la Virgen, todo esto lo hicimos el fin de semana y nos sacamos muchas fotos de lo que vimos y conocimos. ¿Y cómo lo pasé? Increíble.
Traté de buscar a Lucas, pero como mi otro celular se perdió, no pude dar con su número. Igual me dediqué a mirar bien en todos lados, por si en una de esas me lo topaba, pero ni luces de él. Por más que ansié verlo, no pude encontrarlo.
El domingo, después de almorzar, nos fuimos al aeropuerto para regresar a nuestra realidad, ya que mi licencia se terminaba. Pero aún a pesar de ello había sido un espléndido y hermoso fin de semana.
Al día siguiente ya estaba levantándome temprano para prepararle desayuno a mi esposo, mientras se bañaba, pues entraba temprano a su trabajo, antes que yo. Bajé al primer piso, miré por la ventana y advertí que estaba lloviendo, no podía creerlo, que mal día me había tocado para regresar a trabajar. Puse un rato la estufa y me fui a la cocina a preparar café con leche y unas tostadas, hasta que apareció Ismael.
—Mmm... ¡Huele rico! —exclamó.
—Siéntate, te voy a servir café con leche —mencioné.
—¡Qué bien! ¡Me encanta! Te deseo un lindo día de trabajo, amor.
—Gracias, cariño, también deseo lo mismo para ti.
—Gracias, eres un encanto —añadió sonriendo y a la vez besándome.
—Lo único malo es que se puso a llover —dije, lamentándome.
—Tranquila, lo bueno es que andas en auto y no tienes que esperar bus como las demás personas, que ellas sí tienen que esperar mucho rato y sobre todo cuando llueve, así que imagínate cuánto se mojan. ¡No te quejes!
—Sí, tienes razón. Lo único bueno es que voy a ver a mis compañeros y eso me alegra. Solamente los vi ese día, cuando casi me atropellaron.
—Que bien. A propósito, no prestes atención a cualquier cosa que te digan —me advirtió.
—No entiendo, ¿por qué lo dices?
—Por nada en especial. No me hagas caso, creo que el café con leche me hizo hablar tonterías, ¡ja, ja, ja, ja!
—Así parece. Desayuna tranquilo.
Al rato mi esposo se despidió de mí. Por mientras me fui a bañar, pues entraba tarde a mi trabajo, y así esperaba a la señora Julia a que llegara. Cuando estuve completamente lista, bajé al primer piso y me encontré con la señora Julia, le encargué que cocinara una cazuela de pollo, me dijo que sí, y que además haría de postre leche asada, pues sabía que a mi marido le encantaba; siempre lo regaloneaba con las cosas que a él le gustaba comer. Entonces, me despedí de ella y me fui a trabajar. Menos mal que había parado de llover, aunque de igual manera me sentía un poco inquieta, pero la verdad, no tenía razones para estarlo. Así que sin dilatarlo más, subí a mi auto y me fui directo a mi trabajo.
Cuando llegué todos me saludaron eufóricamente, estaban muy preocupados por mí.
—¿Cómo te has sentido, Ana Rosa?, ¿tu tobillo está mejor? —inquirió Paulina.
—Bien, y mi tobillo está bien, gracias —respondí.
—Nos alegramos mucho, niña. Te estuvimos llamando a tu celular y estaba apagado —intervino Sara.
—¿En serio? Yo pensé que se habían olvidado de mí. Lo que pasa es que perdí mi celular.
—Pero ¿cómo amiga? —formuló Gloria.
—No lo sé, seguramente cuando estuvieron a punto de atropellarme, y cuando el joven me empujó para salvarme y yo me caí, ahí tuvo que haberse caído.
—¡Qué raro! Miré al suelo por si acaso y no vi nada —anunció José.
—Es que con el alboroto, a lo mejor alguien lo tomó y se fue con él —elucubró Paulina.
—Puede ser, hija, en esta vida todo es posible —añadió José no muy convencido.
—Pero no importa, ya tengo otro celular nuevo, me lo compró mi marido, así que al rato les doy el número y así estamos nuevamente comunicados por cualquier cosa.
—¡Qué bueno! —exclamaron todos.
—Ahora cuéntanos, ¿cómo te fue en tu viaje a Miami? —Ansió saber Sara.
—Estuvo genial, lo pasé muy bien y todo estuvo muy lindo. Traje el albúm de fotos para que puedan verlo y se den cuenta de lo maravilloso que es Miami y sus playas. ¡Es mágico! Pero además, también les traje unos regalitos —los sorprendí, entregándoselos a cada uno. Estaban muy contentos.
—Muestra, niña, que estoy ansioso de ver ese álbum —dijo José.
—Tranquilo, tan ansioso que nos saliste, mmmm, ¡ja, ja, ja, ja! —Bromeó Gloria, riendo.
—¡Oh! Niña mal pensada, lo único que piensas en tu cabecita son cosas cochinas —respondió José.
—Para qué te enojas, hombre, te estás poniendo viejito —expuso Sara, también riendo.
—Es que esta niña me hace pasar vergüenza —admitió José con seriedad.
—Pero José, esas cosas cochinas son las que a uno la hacen vibrar, y yo sé que te gustan — intervino Gloria bien picarona y guiñándole un ojo.
—Estoy de acuerdo con Gloria. Además, José se hace el tonto y le gustan las cochinadas. Miren cómo se saborea esos labios pensando en lo que hizo anoche con el frío que se dejó caer. Pobre señora, creo que hoy apenas se pudo levantar —añadió Paulina muerta de la risa, mientras todas nos reíamos, y a José no le quedó otra que reír también.
—Ustedes están realmente locos, pero me encanta tenerlos como mis amigos.
—Eso es lo lindo, Ana Rosa, disfrutar de la vida con cosas tan pequeñas que te hagan ser feliz por un momento, olvidándote así de todo lo malo —explicó Sara.
—Tienes razón, jefa. Y a todo esto, ¿cómo ha estado el trabajo? —pregunté.
—Ha estado un poco flojo, pero hay días en los que esta peluquería se llena. Esperemos que llegue bastante gente hoy.
—Esperemos que sí.
Los demás se pusieron a ver las fotos, cuando me di cuenta que José me miraba bastante, algo lo agobiaba, tenía cara de preocupado. De pronto, empezó a llegar la clientela y Sara dijo que era hora de trabajar, así que guardé mi albúm de fotos. Ya en hora de colación, José se me acercó y dijo que necesitaba hablar conmigo, y Sara también hizo lo mismo, mientras Gloria y Paulina salían a comer a un restaurante.
—Okey, ya estamos los tres, ¿qué tienen que decirme?
—Bueno, hija, tenemos que contarte algo muy delicado. Creo que para nosotros dos es importante que lo sepas ahora —dijo Sara muy decidida.
—¿Ya? Entonces, ¿de qué me tengo que enterar?
—Es sobre tu marido, hija, creo que no me toca a mí contarlo, sino a José —dijo Sara nuevamente.
—Entonces, dime, José, ¿qué pasa con Ismael? —pregunté.
—¡Ay, mi niña! ¡Qué difícil es para mí contarte esto!, pero es mi obligación.
—¡José, por favor, no le des tanta vuelta al asunto! ¡Ve al grano! —comenté un poco molesta.
—Sorry por lo que te voy a decir, pero… lo que pasa es… que la semana pasada, después de tu casi atropello, iba a médico, salí temprano del trabajo, me fui a Viña del Mar y llegando al Mall, cerca de un restaurante, me encontré a tu esposo. Creo que piensas ¿qué tiene de importante eso? Nada ¿cierto? Bue...
—Espera... dices que viste a mi marido ¿en Viña? —formulé, interrumpiéndolo.
—Así es. ¿Por qué lo preguntas, hija? —dijo José.
—Ismael me dijo que salía fuera de la ciudad, a otra región del país, me dijo cuál era, pero ya no me acuerdo a dónde iba.
—Entonces, te mintió, Ana Rosa —dijo Sara.
—¿Por qué me mentiría?
—Simple, hija, para llevar su doble vida, por eso —reveló, de pronto, José.
—¿Qué dices? ¿¿¿Una doble vida??? —inquirí anonadada.
—Sí, Ana Rosa, él tiene una doble vida, y yo lo vi. Tiene otra persona y lamentablemente, esa persona es conocida, hija.
—Dime, José, ¿quién es ella? —mencioné un poco alterada.
—Es Geraldine, cariño, y lo peor de todo no es eso —añadió mi amigo.
—¿Geraldine? ¡¡¡Geraldine!!! ¡No puedo creerlo! —exclamé casi gritando.
—Sí, hija, y yo le creo a José. Sabes que no diría una cosa tan delicada como ésta —afimó Sara.
—Disculpen. Necesito sentarme, estoy muy confundida.
—Te voy a traer un vaso con agua y con azúcar —dijo Sara, dejándonos un breve lapso de tiempo a solas.
—Así que la puta de Geraldine es la amante de mi marido… y tan calladita que se veía cuando trabajaba acá. José, ¿tienes alguna prueba de lo que me contaste?
—No, hija, solamente lo vi.
—¡Alguna grabación en tu celular!, ¡algo que pruebe el engaño de Ismael hacia mí!
—No. Quedé tan impresionado que no me acordé de grabarlo en mi celular, pero él me vio y se hizo el desentendido.
—¿Te vio?
—Ya, Ana Rosa, bebe esto, te hará bien —dijo Sara, ya de regreso, pasándome un vaso con agua.
—Gracias. Ahora, sigue contando, José —pedí por mientras que bebía un sorbo de agua.
—Sí, me vio, porque tomó al niño en brazos, le dijo algo a Geraldine y se fueron rápido al auto.
—¡Qué dijiste! ¿Un niño?
—Sí, Ana Rosa, un niño. Le dijo “papá, te amo”.
Me paré como si tuviera corriente en mi cuerpo, no podía creer lo que me estaban contando. Por eso me sentía tan inquieta hoy.
—José, disculpa, pero necesito pruebas para creer todo lo que me estás diciendo, esto es demasiado delicado —expresé, cuando mi cara se llenaba de lágrimas.
—Lo sé, cariño, pero no las tengo. Y no podía callarme esto, no te lo mereces —profirió, abrazándome.
—Hija, yo le creo a José, ¡para qué te va a decir una cosa como esa! —intervino Sara, así que me volví a sentar.
—Si sé, pero ¿por qué me hizo eso? Y lo peor, tuvo un hijo con esa mierda, ¡no lo puedo creer! —manifesté llorando.
—Solo él lo sabe, Ana Rosa. Las respuestas las tiene tu marido.
—No quiero ir a casa, pues sé que voy a escupirle la cara a ese infeliz. Necesito calmarme, pensar fríamente en cómo voy a enfrentar esta situación, buscar las pruebas necesarias y con eso enfrentarlo.
—¿Adónde piensas ir? —preguntó José.
—A la casa de mis padres no puedo, me conocen y les tendría que contar, y seguramente lo encararían de inmediato. Además, quiero hacerlo todo a mi manera.
—Entonces, quédate en mi casa, sabes que vivo sola —dijo Sara.
—Gracias, jefa. Lo voy a llamar.
—Okey, Ana Rosa.
Entonces, fui a buscar mi cartera, necesitaba mi celular. Después que le marqué, esperé en línea y al fin escuché su voz.
—Hola, amor, ¿qué pasa?, ¿te sientes mal? —preguntó él de inmediato.
—Hola, cariño, estoy bien, solo quería avisarte que hoy no llegaré a casa.
—Y eso ¿por qué?
—Es que mi jefa está enferma, y como vive sola, no tiene a nadie que la cuide, y mis compañeros no pueden. Así que no me pude negar.
—Está bien, pero cualquier cosa me llamas.
—Sí, yo te llamo. Ahora tienes chipe libre toda la noche —comenté con ironía.
—¡Qué dices! ¡Ja, ja, ja! Qué loca eres, amor mío.
—Te aviso que la Señora Julia preparó cazuela de pollo y de postre leche asada por si quieres comer.
—¡Qué rico! Por supuesto. Entonces... ¿no llegas?
—No. No llego.
—Bueno, amor, me tengo que ir, por aquí tengo mucho trabajo, pero ¿estás bien? Te siento extraña.
—Estoy bien, no te preocupes. Te aviso también que desde la casa de Sara vendré a la peluquería directo con ella mañana. Más tarde solo pasaré a sacar algo de ropa para cambiarme.
—Bueno. Que estés bien, que se mejore tu jefa. Te amo.
—Igual, que te vaya bien —finalicé y corté la llamada.
Sara y José me miraron asombrados, me sentía decidida a comprobar todo con mis propios ojos, ya que con la pregunta que me había hecho de “si llegaba o no a la noche”, pues, seguramente necesitaba confirmar bien que realmente no iba a casa a dormir. Estaba planeando algo y me tocaría averiguarlo.
Ya terminada la jornada de trabajo, me fui a casa de Sara. La verdad, mis compañeros eran verdaderamente amigos, tanto José, Sara, y bueno, Gloria y Paulina ya sabían, y me brindaron todo su apoyo.
Llegamos a la casa de mi jefa, compramos cosas para comer, pero no sentía hambre, le dije que saldría a la medianoche, a mi casa, ya que tenía un presentimiento, me dijo que no había problema, pero que manejara su auto para que no hubiera sospechas, y que ante cualquier problema o eventualidad la llamara de inmediato para que me fuera a buscar. Se lo agradecí, afirmándole que así lo haría.
Tal y como lo tenía planeado, me fui en el auto de Sara en dirección a mi casa y cuando llegué, vi que en mi hogar las luces estaban encendidas, tanto en el primer piso como en el segundo. Me pareció sospechoso, pues Ismael no las encendía tanto; es más, se suponía que era económico y que no le gustaba gastar tanta luz.
Entré sigilosamente por el antejardín y traté de hacer el menor ruido posible. Me di cuenta que en la ventana del comedor habían dos personas, entonces, fui a mirar, me asomé, y por suerte habían dejado solo un poco la ventana abierta. Mis ojos se sorprendieron con lo que ahí estaba sucediendo, porque Ismael hacía un trío con Claudia y Matt. Por un instante pensé que estaba con esa infeliz, pero no fue así. Realmente eso era lo que quería; a lo mejor José confundió las cosas y… Dejé de observar un rato, me dispuse a volver al auto para irme de ahí, me tapé la cara con mis manos, hasta que escuché otra voz de mujer que me dio muy mal presentimiento. Me asomé nuevamente y comprobé que era la puta de Geraldine desnuda la que también estaba ahí y nada menos que besando a mi esposo. No había salida para él, esa mierda me estaba engañando.
—Entonces, Ismael, ¿quién es ella? —preguntó Claudia, confundida.
—Una amiga especial, Claudia, es como yo, muy fogosa —le respondió.
—¡Ay! ¡Qué rico como me penetras por atrás, Matt, pero…! ¿Ana Rosa lo sabe? —prosiguió Claudia.
—No, y no se lo vas a contar, es un secreto —comentó, pero más bien con un tono de exigencia.
—Además, con Ismael nos llevamos muy bien —intervino Geraldine.
—Así es, cariño, así es. Ahora, bésame de nuevo —le pidió mi esposo. Y eso fue lo que hizo ella, ¿y yo?, quería que me tragara la tierra, o mejor, que todo esto fuera un mal sueño. No podía dejar de llorar. De pronto, se me ocurrió grabar la escena con mi celular, así tendría la prueba para enfrentarlo. Y eso hice. Me dio por mirar a Matt, pero lo vi muy serio, movía su cabeza de lado a lado, como si estuviera negándose.
—Ismael, creo que su señora debería saberlo —comentó.
—¿Qué cosa? —dijo Ismael.
—Debería contarle a su esposa sobre ella.
—¡Estás loco, me mata! Además, hay que pasarla bien, necesito de Geraldine y mucho.
—Lo siento, seré muy liberal, pero siempre coloco mis límites —insistió Matt.
—Tranquilo, hombre, Ana Rosa en su momento lo sabrá.
Matt lo miró muy incrédulo, hasta que pararon un rato para que las chicas se prepararan, porque se venía lo bueno. Entonces, Ismael se llevó a Matt a la cocina, algo hablaron en ese lugar, quizás qué le contó, ya que la expresión de Matt cambió; creo que se llevó la sorpresa de su vida. No sé qué hizo mi esposo para convencerlo, porque siguieron en lo suyo con las dos mujeres. De pronto, Geraldine e Ismael se acercaron hacia la ventana, donde yo estaba, así que me escondí rápido, y no sé cómo hice para seguir grabando, pues me temblaba todo el cuerpo. Fue en ese instante cuando escuché lo que decían, a pesar de los gemidos fuertes de Claudia; no sé qué le estaría haciendo Matt, pero ya nada me importaba.
—Que suerte que tu esposa te dejó esta noche libre, ahora eres mío —dijo Geraldine.
—Mmm... Golosa, sí, fue suerte. Tenía ganas de hacer esto. Además, si se lo hubiera propuesto a Ana Rosa me habría dicho que no.
—Ella no es tan fogosa como yo. Siempre te doy todo lo que me pides en la cama.
—Sí, me das todo lo que te pido —repitió—, y eso me encanta y me excita todavía más. ¡Eres adorable! —expresó, al mismo tiempo que sentía que le daba un beso.
—Te amo y lo sabes. Siempre voy a estar un paso adelante de ella.
—Okey, por esta vez tú ganas, pues sabes que mi esposa también me ha dado lo que yo he querido.
—Eso me gustó, que hoy ganara yo. Además, te he dado algo que ella no te ha dado, nuestro hijo —afirmó Geraldine.
—Así es, mi hijo, pero en su momento ella también me dará uno —agregó Ismael.
—Espero que cuando eso pase, no te olvides de Julián, que también es tu hijo. Quiero decir, nuestro hijo —aseveró.
—Obviamente que no, ¡cómo me voy a olvidar de mi niño, si tú sabes cuánto lo amo! —dijo mi esposo, o mejor dicho, la mierda de mi marido.
Al escuchar eso, casi lancé un grito, pero alcancé a taparme la boca con mi mano. ¡Qué dolor tan grande sentí al oír precisamente eso! "Julián" se llamaba el hijo de ambos.
—Ahora, hazme completamente tuya, corazón mío, junto con tu amigo —pidió Geraldine.
—Ojalá Ana Rosa fuera como tú para que me pidiera eso y se dejera llevar sin prejuicios, porque todavía los tiene. Me gustaría que despertara… —dijo Ismael y suspiró.
—¡Deja de hablar de ella! —exclamó enojada esa puta maldita.
—¡Qué celosa te pones! —respondió Ismael, cuando sentí que se besaban nuevamente.
—Estamos en un momento íntimo, ¿por qué tiene que salir de tu boca cada vez su nombre? A veces pienso que la amas más a ella que a mí.
—Nunca te he engañado con eso, sabes que amo a Ana Rosa, y tú lo aceptaste como tal. Además, tú me encantas y tampoco te voy a dejar así como así.
—Tienes razón. Entonces, vamos.
Ya no tenía ganas de mirar, pero saqué fuerzas y seguí grabando. De pronto, Ismael se llevó a las dos mujeres al segundo piso, seguramente a nuestra habitación, en cambio, Matt se quedó ahí, buscando algo. Me quería morir, esto había sido mucho para mí. Así que me decidí, iba entrar a enfrentarlos aunque tuviera el corazón hecho pedazos. Suspiré, me di la vuelta para ir directo a la puerta y entrar a la casa, cuando inesperadamente sentí que me tomaban del brazo, deteniéndose.
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