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El Despertar de Rosita © - Cap. 22

Capítulo 22


En ese momento, pensé en un montón de cosas, hasta que sentí que me tomaron por la cintura, por lo que abrí mis ojos. Y me empujaron, consiguiendo que me desestabilizara, llegando a caerme. Vi pasar el auto a toda velocidad. La verdad, nunca tuvo la intención de detenerse.
—¡Aprende a manejar, infeliz! —Gritó un hombre.
—No distinguí quien era, iba muy rápido —dijo una señora.
—Ni yo —agregó el mismo hombre.
—Señora, ¿está bien? —Ansió saber la mujer.
No respondí. Aquel inesperado incidente me había dejado totalmente en blanco.
—Pobrecita, está en shock —expresó la señora.
—Cualquiera diría que querían atropellar a esta mujer —aseguró el hombre.
En eso llegaron mis compañeros de trabajo.
—¡Ana Rosa! ¿Estás bien? —proclamó José, alterado.
—¡Amiga, dinos, cómo te sientes! —intervino Paulina.
—Está shockeada —insistió la señora.
—¿Ustedes la conocen? —Preguntó el hombre—. ¿Saben quién es?
—Sí, somos sus compañeros de trabajo. Trabajamos en la peluquería del frente.
—Entonces, llevémosla para allá —pidió, tomándome finalmente en brazos.
No podía salir del estado en el que me encontraba, porque todo me daba vueltas sin que yo supiera nada más. Y cuando desperté veía un poco borroso, pero de a poco comencé a distinguir con más claridad. Por ejemplo, vi que estaba en una sala y que mi marido no estaba a mi lado, tampoco estaban allí mis compañeros de trabajo, hasta que una enfermera entró en ese lugar, dándome a conocer que me encontraba en un hospital.
—¿Qué hago acá? —pregunté un tanto angustiada.
—La trajo un joven, señorita, venía desmayada. Nos contó lo que le pasó, pero por favor, ahora tiene que estar tranquila.
—Seguro es mi esposo. ¡Ay! ¡Me duele mi tobillo!
—Sí, debido a un esguince que tiene en su tobillo. Le tomamos una radiografía y ahora le voy a inyectar un calmante. Usted trabaja, ¿cierto?
—Sí. ¿Por qué me lo pregunta?
—Va tener que estar en absoluto reposo durante una semana, el doctor tiene que darle una licencia médica y también le recetará calmantes.
—Gracias, señorita. ¿Puede entrar mi esposo?
—Claro, le voy avisar. Con permiso. —Y se retiró. Entonces, miré al techo esperando ver a mi marido, hasta que escuché una voz:
—Permiso, ¿cómo se siente? —expresó alguien que no era mi esposo, sino más bien un hombre que ni siquiera conocía.
—Algo adolorida, tengo un esguince en mi tobillo, gracias por preguntar. Disculpe, pero ¿quién es usted?
—Me llamo Alejandro. Soy la persona que la salvó cuando estuvieron a punto de atropellarla.
—Muchas gracias, señor Alejandro, le debo la vida —respondí, agradecida.
—De nada, era lo mínimo que podía hacer. Disculpe que la haya empujado, seguramente por eso, y al caerse, se dobló el tobillo.
—No se preocupe, estaré bien. Gracias nuevamente. Yo… pensé que afuera estaba mi esposo.
—No tengo idea si se ha enterado de lo que le pasó, pero los que sí están enterados son sus compañeros de trabajo.
—¡Ah, qué bien! —Suspiré con cierto dejo de desilusión.
—Bueno, me tengo que ir, pero le dejo mi tarjeta por cualquier cosa que necesite. —Leí lo que decía aquella tarjeta, él trabajaba en la Compañía de Seguros, donde mi esposo me había abierto un seguro de vida.
—Usted trabaja en la Compañía de Seguros donde mi marido abrió un seguro para mí —le conté extrañada por aquella casualidad.
—Así es, y si no le molesta, anóteme acá, en esta hoja, su nombre y su número de teléfono, me gustaría llamarla para saber como sigue de salud.
—Claro que sí, muchas gracias.
Empecé a escribir en el papel lo que me había pedido.
—Listo, señor Alejandro.
—Muchas gracias, señora. Bueno, que esté muy bien. Cuídese mucho.
—Sí, me cuidaré, y muchas gracias nuevamente.
—De nada. Adiós. —Finalizó, sonrió y se fue.
Luego de su visita aparecieron mis compañeros de la peluquería, estaban todos y muy preocupados. En eso llegó Ismael muy acelerado, y cuando me vio, corrió a abrazarme; se veía desesperado. Con posterioridad, les hizo preguntas a todos, Sara y Gloria le dijeron que estaban dentro de la peluquería y que por lo tanto no habían visto nada. José, en cambio, vio el auto, pero justo se volteó, y Paulina mencionó que había visto acelerar el automóvil, casi segura de que al volante iba una mujer. También le dijo que estuviera tranquilo, ya que yo estaba viva, cuando mi marido le respondía que tenía toda la razón.
Llegó la enfermera para entregarme la licencia médica y los medicamentos, informándome que me podía ir. Fue así como le entregué la licencia a Sara y nos fuimos del hospital; mis compañeros se despidieron de mí y tomaron rumbo hacia la peluquería. Mi esposo y yo, entretanto, nos subimos al auto y nos dirigimos a casa. Una vez en mi hogar, mi marido me llevó en brazos al segundo piso y me acostó en la cama, se sentó a mi lado y empezó hacerme cariño, diciéndome:
—Cuando me informaron sobre lo que te había pasado, casi morí de la desesperación. De solo pensar que estuve a punto de perderte me dan unas enormes ganas de llorar. Mi Ana Rosa, eres todo para mí, perdona si alguna vez te hice un mal. Te amo. —Inesperadamente sentí que una gota cayó en mi cabeza, al parecer, mi esposo estaba llorando.
Lo abracé con fuerza, era la primera vez que lo veía tan acongojado. Ismael por fin mostraba sus sentimientos. De alguna forma sabía que esto nos iba a unir mucho más.
Sin darme cuenta me dormí, el calmante que me habían dado en el hospital me hizo efecto; habían sido muchas emociones para un solo día.
Al otro día traté de levantarme, pero Ismael no me dejó. Entonces, le pedí que no le avisara a mis padres, para no preocuparlos, aceptó, sugiriéndome que me quedara tranquila, porque iba a comprar al supermercado, que si necesitaba algo, la señora Julia estaba en el primer piso. Accedí mientras me sonreía, me besaba y se marchaba de la habitación. Al cabo de un momento tocaron la puerta, era la señora Julia que venía con una bandeja y me traía el desayuno, le di las gracias y le pedí que lo dejara en la mesita que se encontraba al lado de la cama. Así lo hizo, especificándome que ante cualquier cosa que yo necesitara la llamara. Asentí, expresándole que así lo haría.
Empecé a tomar desayuno y sin quererlo, me puse a pensar en la posibilidad de que Ismael le hubiese contado a Matt lo que había sucedido conmigo. De pronto, sentí la necesidad de verlo, ya que sea como fuere, Matt tenía un encanto muy especial.
Luego de unos minutos, sentí el teléfono, así que contesté.
—Buenas tardes.
—¡Ana Rosa! ¿Cómo te encuentras? Ismael me contó lo que te pasó. —Era Claudia.
—Estoy bien, solo tengo un esguince en mi tobillo. Me dieron licencia por una semana.
—Cuida ese tobillo. Me asusté cuando tu esposo me contó —añadió.
—¿Cuándo viste a Ismael?
—Hace un momento, me dijo que iba al supermercado.
—Okey. Y tú, ¿cómo estás?
—Excelente. Espera, amiga, te quieren saludar.
—Hola, mi dulce señora, siento mucho lo que le pasó. —Era Matt y estaba con Claudia. Me dio rabia y pena a la vez, porque este tipo era un mujeriego de primera clase.
—¡Ah! Hola, Matt. Estoy bien, gracias —contesté con frialdad.
—Me alegro. Su esposo nos dejó preocupados a Claudia y a mí.
—Gracias por la preocupación, pero no es necesaria. Veo que se lleva muy bien con ella.
—Sí, es un verdadero bombón —dijo el muy descarado.
—Me imagino, sobre todo en la cama.
—¡Ja, ja, ja! Mmm.... —Dejando entrever que sí pasaban la mayor parte del tiempo encamados.
—Bueno, ¿podría hablar con ella otra vez?
—Claro. Que esté muy bien.
—Okey. —Finalicé un tanto cortante, oyendo nuevamente la voz de Claudia.
—Aló, amiga, ahora me quedo más tranquila. Uno de estos días te voy a ver, espera... cariño, ¿me puedes comprar cigarrillos en ese almacén, por favor? Gracias, eres un encanto.
Me dejó muda, ¿ahora se trataban de "cariño”? Y pensar que en la playa de Miami Matt me dijo que yo le gustaba y mucho. Qué ironía, y le creí como una tonta. Bueno, qué se podía esperar de un tipo como él, si había sido capaz de contarle a mi esposo de mi infidelidad. Sinceramente, no tenía escrúpulos.
—Listo, amiga, y como ves, en estos momentos estoy con Matt.
—Sí, ya me di cuenta. Se llevan muy bien —articulé algo enojada.
—¡Uf! Bastante bien —me dio a conocer—, y está alojando en mi casa.
—¡Vaya! ¿No te da miedo llevar a tu casa a un desconocido? Apenas lo conoces.
—Esa noche que hicimos el trío me di cuenta del hombre que es, muy encantador, y debo confesarte que me gusta mucho, y creo que yo igual a él, así que no hay problema que se quede en mi casa.
—Tú verás a quien llevas a tu casa, Claudia. Bueno, tengo que descansar.
—Okey, amiga, nos estamos viendo o comunicando en cualquier momento. Que estés bien. Adiós. —Y cortó.
La verdad, Matt me estaba desilusionando de a poco. ¡Qué tonta había sido al pensar que realmente yo le gustaba! A ese tipo le gustaba cualquiera, y seguramente a todas les decía lo mismo. Pero bueno, por lo menos la desilusión la tenía ahora y no después. Lo único que realmente me tenía que importar era mi marido y nada más. Pero aún así no podía negar la rabia y los celos que sentía. ¡Qué rabia, Dios!, me dije en completo silencio, optando por dormir un rato para que se me fuera el enfado y así poder dejar de pensar en él.
Al rato, desperté. Al principio me costó quedarme dormida, pero después caí rendida. No conseguía olvidar la conversación con Claudia, y peor aún, la rabia que me carcomía al saber que Matt estaba con ella.
De pronto, la puerta de mi dormitorio se abrió de par en par, era mi esposo.
—Por fin despertaste, dormilona —dijo.
—Es culpa de los medicamentos, me hacen dormir más de lo que yo quisiera.
—¡Oye, amor! Me encontré a Claudia con Matt y les conté lo que te pasó, se preocuparon bastante, sobre todo tu amiga.
—Sí, ya lo sé, me llamó a la casa.
—¡Qué bien!
—Y me contó que Matt está alojando en su casa —proseguí.
—Eso no lo sabía. No pierde oportunidad ese hombre… Me imagino cómo se llevarán, principalmente en la cama, ¡ja, ja, ja! —exclamó, riendo.
—A mí no me parece gracioso —comenté un tanto seria.
—¿Y eso? Acaso, ¿te afecta en algo?
—No me afecta en nada, solamente pienso que Claudia no lo conoce del todo para llevarlo a su casa.
—Sí, amor, pero eso es problema de ella, no tuyo. Mejor preocúpate de nosotros dos, que de los demás.
—Tienes razón. Mañana es el cumpleaños de mi padre y tenemos que ir.
—Sí, mañana iremos. Pero te aviso que la próxima semana tendré que viajar por asuntos de trabajo.
—¿En serio? Justo ahora que voy a estar acá una semana más, y resulta que me voy a quedar sola. ¡Qué injusto!
—Tranquila, solo van a ser tres días.
—Pero igual voy a estar sola —comenté amurrada.
—¡Ja, ja, ja, eres muy niña! ¿Qué te parece si almorzamos? —preguntó después de darme un cariñoso beso en la frente.
No dije nada, así que nos fuimos almorzar.
Fue un día muy tranquilo, mi esposo me regaloneó, en la noche nos acostamos temprano y nos pusimos a ver películas. Ismael compró hartas cosas ricas para comer y disfrutar, así que nos dormimos bastante tarde. Al día siguiente nos levantamos bien abrigados porque hacía mucho frío y nos fuimos a la casa de mis padres. Ellos vivían en el Cerro Alegre, así que la pasamos muy bien. Estuvimos junto a toda la familia, además de mis tíos y primos. ¡Qué lindo cumpleaños fue el que disfrutamos! Mi padre se veía muy feliz, porque había llegado de sorpresa mi hermano Pedro con su familia −quienes vivían en España− a pasar unos días con ellos. Me dio gusto ver a mi hermano, mis sobrinos estaban tan grandes −eran gemelos, uno se llamaba Daniel y el otro Diego−, tenían 5 años, eran hermosos. Mi cuñada Allison era muy simpática y tenía un buen sentido del humor, nos hizo reír bastante con sus historias. Me encantaba como era ella, destilaba puro positivismo y me alegraba que hiciera tan feliz a Pedro.
Fue un día exquisito, mi esposo bromeó bastante. El cumpleaños de mi viejo siguió hasta el otro día, así que no nos dejaron ir, por lo tanto tuvimos que quedamos a dormir, pero mi esposo mencionó que iría a buscar ropa para cambiarnos, así que se fue con Pedro, Allison y los niños para que conocieran nuestra casa. Por mientras, me puse a conversar con mis padres, les conté del viaje a Miami, que lo pasamos increíble, y obviamente sin mencionar la aventura erótica que tuvimos Ismael y yo en esas lejanas tierras. En eso, cuando estábamos conversando, llegó Ismael con los demás. A mi hermano y a su esposa les encantó la casa, y sobre todo la vista que tenía. Sencillamente, quedaron encantados.
Al final, a los niños les dio sueño. Mi madre y Allison los llevaron a las habitaciones, pero los demás seguimos conversando y después nos pusimos a bailar; bueno, ellos, porque yo no podía debido a la lesión de mi tobillo. Estuvimos hasta la madrugada y el domingo nos levantamos muy tarde, así que optamos por ir a almorzar a un restaurante en el mismo Cerro Alegre. Estuvo todo muy entretenido y ameno, y así se nos pasó el día domingo, demasiado rápido. Cuando ya era de noche, nos despedimos de mis padres, de mi hermano y su familia, debíamos regresar a nuestro hogar.
Realmente, lo pasé increíble con mi familia, mi esposo quedó encantado con ellos, mencionándome que el próximo año nos íbamos a poner en campaña para tener nuestros propios retoños. Me encantaba ver tan animado a Ismael, se notaba distinto. Luego, llegamos a la casa y nos fuimos directo a la habitación a descansar, ya que mañana él tenía que levantarse temprano.
Al otro día, mi esposo arregló un bolso con algo de ropa y me anunció que me llamaría cuando llegara. Almorzamos juntos, y como a las cuatro de la tarde se despidió de mí. No pude obviar la pena.
—Amor, no me mires con esa carita, si solo serán tres o cuatro días. Sí el asunto va bien, sin duda, serán menos.
—Pero igual me voy a quedar sola.
—No tan sola, está tu hermano y su familia, seguro vendrán a verte.
—Sí, pero...
—Nada de peros. Ya pues, regálame una sonrisa —me dijo tiernamente.
Le sonreí y se quedó tranquilo. Despúes, me dio un beso y me dijo que me amaba mucho. Y se fue. Pensé que iba estar sola todo el resto de la tarde, pero no fue así, llegaron de visita mis padres, mi hermano con su familia y todo fue espléndido, se me quitó hasta la pena que sentía por mi marido que se había ido de viaje. Me contó Pedro que esta semana iba a viajar a la ciudad de Iquique, iba con su familia y mis padres, me invitó para que viajara con ellos, le agradecí el gesto, pero le dije que esperaría que llegara Ismael. Entonces, me acordé de Lucas y les conté de él; por un momento pensé en viajar a Iquique con Ismael, así podría ir a verlo.
Ya de noche, mi familia se fue. Apagué todas las luces del primer piso y subí a mi habitación, esa noche dormí tranquilamente.
El siguiente día pasó sin ninguna novedad; eso sí, mi esposo me llamó diciéndome que había llegado bien y que iba estar unos tres días, al menos. Me alegré bastante al escucharlo. Así que fue un día tranquilo, al igual que la noche, donde volví a dormir sin ningún tipo de preocupación.
Al otro día, mientras estaba sentada en el sofá y afuera hacía un sol espléndido, estaba con mi notebook mirando mi facebook, cuando de repente sentí que alguien abrió la puerta. Cuando miré me di cuenta que mi marido había regresado.
—¡Amor! ¡Por fin llegaste! —exclamé emocionada.
—Lo siento, amor, tuve que venir a buscar unos papeles que se me quedaron, los dejé en el dormitorio.
—¿En serio? Pero… ¡Qué desilusión! —añadí con pena.
—Lo siento mucho, si no llevo estos papeles, no podré terminar el negocio de la empresa y tendré que quedarme un poco más de lo que te dije en un primer momento. Ahora, voy a subir a buscarlos.
Guardé silencio, me parecía injusto saber que esta semana, y con licencia, iba estar sola. Sí, pensé seriamente en viajar a Iquique para reunirme con mi familia, hasta que Ismael me habló desde el segundo piso.
—Ana Rosa, quería preguntarte algo.
—Sí, dime.
—Tus compañeros de la peluquería, ¿tienen el número de teléfono de la casa?
—No, solo tienen el número de mi celular.
—¿Y ninguno de tus amigos te ha llamado?
—Ahora que lo dices, no, a lo mejor tienen mucho trabajo.
—Otra pregunta, ¿tus compañeros saben dónde vivimos?
—Solamente Lucas. A los demás no los he invitado jamás a la casa.
—Entonces, ¿solo Lucas conoce nuestra casa?
—Sí. No entiendo por qué me haces tantas preguntas, ¿pasa algo?
—¡Nada, amor! Solo me pareció raro encontrarte sola, pensé que alguno estaría acá, acompañándote.
—¡Qué loco eres! Están trabajando a esta hora —aseguré y seguí mirando Facebook.
De pronto, oí que bajaba la escalera.
—Tienes razón. Bueno, me tengo que ir. Nos vemos, te amo. —Y me besó.
—También te amo y te voy extrañar mucho.
—Yo igual. Adiós. —Y se marchó.
Ahora me dio más pena que la vez anterior, así que preferí continuar en Internet para no tener que pensar en ello. Me entretuve toda la tarde, escuché mi música favorita y a mi banda preferida, "Metallica", comí tostadas con mermelada y bebí café con leche, así mi tristeza me abandonó por un buen rato. Ya de noche, me acordé que tenía que llamar a mi madre, así que fui a buscar mi celular. Subí al segundo piso, busqué en mi cartera, pero no estaba, lo busqué también en mi chaqueta, pero tampoco lo encontré, revisé el cajón de mi velador, nada. Bajé al primer piso, inspeccioné por todas partes y no había señas de él. Me desesperé un poco, así que preferí llamar a mi marido, a lo mejor él se lo había llevado sin querer. Tomé el teléfono y marqué su número, esperé a que me contestara.
—¿Aló, amor? —dijo.
—Ismael, hola. ¿Has visto mi celular?
—No, para nada.
—Qué extraño. Lo fui a buscar y no lo encuentro por ningún lado.
—¿No se te habrá caído cuando casi te atropellaron y no te diste cuenta?
—Puede ser… —dudé—. La verdad, no me acuerdo.
—Tiene que ser así, Ana Rosa, o en algún lugar estaría.
—¡Qué rabia! ¡Ahí tenía a mis contactos y fotos!
—No te preocupes, te compraré otro. Pero tienes que estar más atenta la próxima vez.
—Lo sé, pero igual no deja de darme rabia. Tenía que llamar a mi mamá y no me sé su número.
—¿Quieres que la llame para darle tu recado?
—Sí, dile que me llame a la casa, por favor.
—Bueno. Ya debo irme, y no te preocupes, yo te compro otro celular a mi regreso.
—¡Gracias! ¡Te amo!
—También yo, cariño. Cuídate mucho.
—Así lo haré. Adiós.
Me quedé tranquila esperando el llamado de mi madre. Al rato pude hablar con ella, así que conversamos bastante.
Al otro día no estuve tan sola, ya que la señora Julia vino a trabajar, me llevó mi desayuno y después como a las dos de la tarde almorzamos juntas. Al rato me fui al living y encendí la estufa a leña porque empezó a hacer mucho frío. Echaba de menos mi celular, llamar algún amigo o amiga, inclusive a Claudia, pero me acordé que estaba con Matt. No pude negarlo, me dio rabia y celos de solo acordarme, entonces, tomé mi notebook y me puse a jugar. Unos minutos después, la señora Julia vino a despedirse de mí y se marchó. Seguí jugando y sin darme cuenta me quedé dormida, desperté solamente porque tocaban el timbre. Cuando fui a abrir la puerta, encontré frente a mí a un hombre con un ramo de flores.
—Hola, ¿a quién busca? —pregunté con desconfianza.
—Buenas tardes. Disculpe mi atrevimiento, soy Alejandro, la persona que la salvó cuando casi la atropellan. ¿Se acuerda de mí?
—¡Oh, sí! Buenas tardes. ¿Cómo está?
—Bien, gracias, y usted, ¿cómo se ha sentido?
—Mejor, pero todavía con un pequeño dolor en mi tobillo.
—Lo siento mucho —dijo.
—¿Quién le dio la dirección de mi casa? —Ansié saber.
—Bueno, como usted tiene un seguro en la compañía que yo trabajo, y me dio su número de teléfono y su nombre, me tomé el atrevimiento y la busqué en la base de datos. Así logré dar con su dirección. Espero no se moleste, solo quería saber sobre su estado de salud, y por eso me atreví a venir y a hacerle una visita de cortesía.
—Para nada. Adelante, por favor, hace mucho frío acá afuera.
—Muchas gracias, permiso. ¡Ah! Estas flores son para usted. —Y me las dio.
—Gracias. —Le agradecí el gesto y cerré la puerta.
Nos fuimos al living, puse las flores en un jarrón y después nos sentamos en el sofá. Le ofrecí un café, aceptó y se lo fui a preparar. Cuando después se lo llevé, me senté nuevamente a su lado, mirándolo detenidamente, pero con cierto disimulo; la verdad, era bastante atractivo.
Con Alejandro conversamos bastante, me di cuenta que era algo coqueto, simpático y muy agradable. Me preguntó por Ismael, y le mencioné que se había ido de viaje por trabajo. De pronto, tomó mi mano y me dijo que mi piel era muy suave, a cambio solo le sonreí nerviosamente.
—Lamento haberle tomado su mano, pero desde que la vi, usted llamó mi atención.
—No entiendo, ¿qué quiere decir?
—Usted es una mujer muy interesante, y por lo que veo, su esposo no la ha valorado todavía.
—Está equivocado, mi esposo me valora mucho. Además, no sé qué le pasa para que me hable de esa forma.
—Desde ese día, del casi atropello, cuando la llevé en mis brazos, su aroma quedó impregnado en mí, por lo que no he podido dejar de pensar en usted.
—Es mejor que se vaya —manifesté seriamente.
—Usted es una mujer muy deseable, y debo confesar que la deseo enormemente —confesó, dejándome estupefacta con su atrevimiento.
—¡Mejor váyase! —le exigí y me levanté de golpe.
De pronto, me tomó de la cintura y me besó, quedé helada frente a su reacción.
—Usted es una mujer llena de deseos, déjese llevar por la pasión y verá lo bien que la pasaremos, total, su marido ni se enterará de esto. Por favor, necesito tenerla.
Y volvió a besarme. De pronto, me acordé de Matt, no así de Ismael. Me dio rabia nuevamente contra él, pues estaba con Claudia, así que decidí vengarme y hacerle caso a este sujeto, iba a dejarme llevar...
Nos empezamos a besar con mucha pasión y nos sacamos la ropa, ese hombre tenía un cuerpo que se notaba que se lo cuidaba mucho. Entonces, nos acostamos en la alfombra y nos seguimos besando con desenfreno, sin dejar de acariciarnos. Nos paramos, me tomó en brazos y me dio vuelta, yo estaba boca abajo y empezamos a hacernos sexo oral mutuamente, un verdadero sesenta y nueve, pero de pie. ¡Cómo movía esa lengua en mi "Rosita"!, mientras no dejaba de lamerle su rico rabo. Me encantaba sentir sus gemidos y notar como su cuerpo se estremecía gracias a mí. Después, me dijo que me pusiera en cuatro en el sofá y que a su vez se iba a colocar condón, le dije que no, que lo quería así, sin condón, y él sonrió coqueto y morboso. Por lo tanto, se acercó, me penetró y empezó a bombear suave y fuerte al mismo tiempo; tenía que admitir que lo estaba disfrutando al máximo, porque me estaba vengando de Matt, ese cretino se merecía lo que yo estaba haciendo. De improviso, me jaló del cabello, me bombeó con más fuerza y yo no podía dejar de gemir. Me pidió que lo montara y eso fue lo que hice. ¡Qué manera de tener sexo desenfrenado con este hombre! Si hasta se me olvidó mi marido. Alejandro me exigió que lo besara mientras que me follaba duro, me aproveché de esa situación al disfrutar de sus labios, cuando sentí un grito.
—¡Ana Rosa!, ¿qué es esto?
Rápidamente me levanté y no podía creerlo, me habían pillado infraganti...

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