El Despertar de Rosita © - Cap. 19
Capítulo 19
Del susto, al escucharla, me tragué el semen de Ismael, me tapé la cara con mis manos y me dije a mí misma "¡qué vergüenza, Dios mío, nos pillaron! ¡Quiero que me trague la tierra". Miré a Ismael y el solo sonrió con descaro.
—Nada, Claudia, no pasa nada —respondió mi marido.
—Mmm... ¿Seguro?
—Muy seguro.
—Ana Rosa, ¿por qué no te levantas? ¿Estás buscando algo?
«Tan preguntona que salió esta Claudia», pensé. Entonces, tuve que tomar valor. Me levanté y sonreí cínicamente, pues por dentro me moría de vergüenza. ¡Cómo me hacía pasar Ismael una tremenda incomodidad!
—¿Qué pasa, Claudia?
—¡Ay, amiga, solamente quería verte! —contestó, sonriendo con una cara de morbosa, y se fue a conversar con otros amigos.
—¡Qué vergüenza! ¿Viste Ismael? ¡Ella vio todo! —exclamé nerviosa.
—Tranquila, mujer. Además, estuvo rico y no puedes negarlo.
—¡Mejor cállate! Ve con nuestros amigos, voy a subir a la habitación a guardar estas fotos y a recuperar la cordura. —Y salí del bar.
Al escucharme, Ismael se largó a reír. De solo oír su risa me enojé, pues sentí que se estaba burlando de mí. Así que subí al segundo piso, entré a la habitación y di un portazo de lo enojada que estaba. Luego, me tendí un rato en la cama. Aunque todavía seguía enojada, mi esposo tuvo razón, todo fue muy exquisito y osado, ¡y me encantó!
Repentinamente, sentí que golpeaban la puerta.
—¡Pase!
—Permiso, Ana Rosa. —Era Claudia.
—¿Qué pasa, Claudia?
—Quería saber cómo estabas, no te vi abajo y le pregunté a Ismael. Me dijo que estabas acá.
—Estoy bien, tranquila.
—Me sentí un poco mal, pensé que te habías enojado por lo que dije. Te pido disculpas.
—Solo necesitaba subir un rato. Iba a a bajar dentro de un momento.
—¡Ay! No te puedo mentir, necesito contarte algo.
—Sí, cuéntame.
—Es que yo...
La verdad, no entendía qué le pasaba a Claudia, estaba muy rara, y ni siquiera podía abrir la boca. Ya me estaba colocando muy nerviosa.
—Dime de una vez qué sucede, me tienes intrigada —manifesté.
—Te lo voy a decir. Menos mal que traje un vaso de mojito. Deja que tome un sorbo para agarrar valor.
—Bueno, pero te tomas ese sorbito y me dices de una vez qué es lo que pasa.
Asintió, se tomó como tres sorbos y empezó a hablar.
—¡Uf! Listo, amiga. Bueno, te voy a contar. Vi lo que estaban haciendo Ismael y tú en el bar, allá abajo.
Quedé helada, sabía que nos había visto y ante eso quería que me tragara la tierra. «¿Por qué me tiene que pasar a mí?».
—Sorry, Ana Rosa, pero fue muy excitante. Me encanta ver esos actos tan osados, y tengo que confesarte algo, llegué hasta a masturbarme antes de venir a tu habitación. Te felicito por tu osadía. No creo que existan muchas parejas como ustedes. Son admirables.
—¡Claudia, no se te ocurra decirle a alguien, por favor!
—Tranquila, no se lo voy a contar a nadie.
—Gracias, amiga —respondí con algo de alivio.
—Bueno, pero ahora bajemos a pasarlo bien. Además, no es la primera vez que veo este tipo de escenas, soy una verdadera voyeurista.
—¿De verdad te gusta? ¡Qué increíble!
—Me encanta, amiga, pero mejor bajemos. Quiero seguir pasándola bien.
Salimos de la habitación y nos reunimos con mi esposo y los amigos. Y así transcurrió la noche, extraña, pero bastante divertida.
Al otro día, en la hora de almuerzo, me llamó mi amigo Lucas para decirme que venía a la casa para verme y conversar, y a despedirse, pues se iba de viaje y su bus saldría tarde. Me anunció que llegaría como a las ocho de la noche, después del trabajo. Por lo tanto, le dije que viniera, que lo esperaba muy ansiosa. Así pasó el día hasta que el reloj marcó las ocho de la noche. Tocaron el timbre, abrí la puerta y efectivamente era él.
—¡Amiga, qué gusto me da verte! —exclamó, dándome un beso en la cara.
—A mí también me da gusto de verte. Tengo muchas cosas que contarte.
—¡Cuéntamelo todo, niña!
—Tomemos un cafecito, entonces, y conversamos.
—¿Café? Estás loca, ¿me quieres matar? Mejor un Pisco Sour. Ya sabes que tomo café solo en el trabajo.
—¡Ja, ja, ja, ja! Eres un caso perdido. Te serviré tu Pisco Sour y yo iré por un café. Además, tengo pizza. ¿Quieres?
—Eso me agradó, pero una pregunta, ¿tu marido se encuentra en la casa?
—Sí, está en el dormitorio.
—Bueno, pues, cuéntame de tu viaje.
Mientras que le preparaba su trago, le conté algo de mi viaje, le dije que en la mesa estaban las fotos para que las viera, y empezó a verlas una a una. Le encantó Miami. También vio la foto donde salía Matt y lo encontró exquisito, me preguntó si lo conocía y le dije que no. Me contó que se iba de viaje a Iquique, donde vive su abuela materna, pues estaba muy enferma, y que le había pedido sus vacaciones a Sara, aproximadamente por un mes.
En eso bajó Ismael.
—Buenas noches, Lucas, tanto tiempo —saludó, dándole la mano.
—Hola, Ismael. Así es, bastante tiempo. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, gracias, ¿y tú?
—Excelente, no me quejo, vivo la vida como me gusta —comentó Lucas con entusiasmo.
—Me alegro mucho. Cambiando de tema, amor, tengo que salir un momento, trataré de no demorar mucho, para que no se coman toda la pizza.
—Bueno, amor, pero ¿a dónde vas?
—Voy hablar con Carlos antes que se vaya de viaje, me llamó a mi celular.
—Okey, que te vaya bien.
—Gracias. Nos vemos al rato, Lucas, si es que te encuentro acá todavía.
—Por supuesto. Nos vemos, Ismael.
Se despidió y se fue.
—¡Guau! ¡Qué cambiado está físicamente! Me sorprendió. Pero lo arrogante no se le quita. ¿Qué le pasó, amiga? ¿Se operó en Miami?, ¿anabólicos? Sea lo que sea le hizo bastante bien el viaje, porque así como está, con ese físico que tiene me dan ganas de quitártelo, pero cuando abre la boca prefiero devolvértelo.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja! Lucas, no hay nadie que te supere en tus frases.
—Obvio, soy único e irreemplazable —aseguró, riendo.
—Pero sí, con el viaje que hicimos cambió radicalmente. Ahora se preocupa más de su físico y de verse bien. Pero no solo de él, sino también de mí.
—Un buen viaje te renueva energías y hay cambios que a veces son favorables.
—Así dicen y… ¡Lucas! Necesito contarte algo, solo en ti confío.
—Mmm... ¿Qué pasó, pillina?, ¿te anduviste portando mal? Mi instinto maternal me lo dice. —Colocó su mano en su pecho.
Entonces, empecé a relatarle la aventura que vivimos en Miami, lo del trío con Matt, que siempre Ismael me pidió hacer uno y que yo me negaba, pero que cuando pasó lo del callejón y lo que pidió Matt con tal de que no nos llevaran presos, acepté hacerlo.
Lucas se hallaba muy asombrado ante lo que no paraba de oír.
—Amiga, te juro que estoy en shock, no te imagino en esa parada.
—Es la verdad.
—Con razón tu marido está tan cambiado, creo que le diste lo que quería. La mente morbosa de tu esposo, y tan recatado que se veía. Se lo tenía escondidito, estaba calladito, mmm... ¡Cochinón! O mejor debería decir, ¡cochinones!
—¡Ay, Lucas! No hables así, que me da vergüenza.
—¡Ahora te da vergüenza, fresca! Pero igual te gustó, no me lo puedes negar, sino fuera así me lo contarías como si fuera una tragedia.
—Sí, me gustó, y no me preguntes el por qué, porque ni yo misma sé la respuesta.
—Tranquila, niña, no te preguntaré nada para no incomodarte, pero para quedarme tranquilo quiero saber si estás arrepentida o si fuiste obligada.
Le comenté que no estaba arrepentida, ni que me sentí obligada, con eso Lucas se serenó.
—Pero te vuelvo a mencionar que tu marido está mejor que antes y que se transformó completamente. Perdona, pero está como quiere.
—Pero eso no es todo, necesito desahogarme, quitarme este peso —añadí un poco angustiada.
—¿Otra confesión más? Me estás asustando, ¡cuéntamelo todo, ahora!
Le confié mi noche de locura a solas con Matt, que tenía algo que me envolvía con su forma de ser y que ante eso no me pude resistir, porque era una pasión incontrolable. Y que él lo sabía y se había aprovechado de eso. Le mencioné, además, que me había sentido muy mal por sentir aquello, sobre todo porque le fui infiel a Ismael.
—¡Me va a dar un soponcio! Estoy anonadado. La cagaste, amiga.
—Sí, sé que la cagué y me siento muy culpable.
—¡No seas huevona!
—¡Qué dices!
—¡Qué no seas huevona! —Replicó con convicción—. Estamos claros que le fuiste infiel a tu marido, pero jamás de los jamases se lo vas a decir, porque si llega a enterarse, no te perdonará tu traición y todo ese cambio bueno que ahora tiene se irá a la mierda.
—¡No sé qué hacer!
—Simplemente, y que te entre en tu cabecita, ¡no le digas nada, por favor!
—No me gusta mentirle, pero desde que estuve con aquel tipo esa noche empecé a mentirle a Ismael.
—Si ya empezaste a hacerlo, encuentro absurdo que quieras decírselo. Míralo de esta manera, te diste un gusto, una canita al aire y ya pasó. Perderás todo el cambio de tu marido por contarle que tuviste un polvo de una noche. Yo también los he tenido, amiga, pero ha sido el momento y ya. No creo que el tipo de Miami venga, así que deja de preocuparte. Lo que tienes que hacer es darle una buena noche de amor a tu marido y asunto resuelto. ¡Compórtate como una verdadera puta en la cama!
—¡Ay, amigo! Tú no cambias. Gracias por tu consejo.
—De nada, cuando se te ofrezca, pero no muy seguido, sino voy a empezar a cobrar, ¡ja, ja, ja, ja! —profirió Lucas, riendo.
—¡Ja, ja, ja, ja! Okey, así será. Pero te pido que esto no se lo cuentes a nadie, ni siquiera a Gloria.
—¿Por quién me tomas? Obvio que no lo voy a contar, niña, y menos a Gloria. Ya sabes que esa no se calla nada.
—Muchas gracias.
—Ahora, usa nuevamente esa hermosa lencería, las botas y las ligas que te compraste el otro día. A todo esto, ¿cómo te fue esa noche?
—Bueno, no las usé esa vez, porque hubo un problema.
—¿Otro más? Cuéntame qué pasó.
—Esa tarde, cuando llegué a la casa...
De pronto, sonó el celular de Lucas.
—Espera, dame un minuto. Dime, gordo… ¡Cómo! ¡No puede ser! Sí, me voy entonces. Nos vemos. Bye, corazón.
—¿Qué pasó?
—Me tengo que ir, se adelantó el viaje. A mi regreso me cuentas qué te pasó y por qué no usaste la lencería.
Asentí, confirmándoselo.
—Y te doy un consejo, úsala ahora, lo dejarás muy loco y lo tendrás comiendo de tu mano. Eso no falla jamás.
—Bueno, lo haré, te lo prometo.
—No tienes que prometérmelo a mí, sino a ti. Hazme caso y no le cuentes nada a Ismael, solo vive y disfruta el lindo momento que estás pasando. Y no lo arruines, porque lo lamentarás.
—Así lo haré. Gracias, amigo.
—De nada. Y me voy a tomar mi vasito de Pisco Sour a tu salud —y se lo tomó de un tirón—. Nos vemos, amiga, cuídate mucho y nos estamos comunicando. ¡Ah! Me llevo un trozo de pizza para el camino.
—Llevátelo, no hay problema.
—Gracias. Pero antes de que me vaya, ¿cómo se llama el tipo que hizo el trío con ustedes?
—Se llama Matt.
—Mmm... Sensual nombre. No quiero llegar a imaginar cómo es en la cama.
—¡Córtala, Lucas!
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Lo sabía! ¡Uy! Ya es tarde, me voy. Te adoro, amiga, nos vemos. —Y se despidió de mí con un beso en la cara.
—Adiós, amigo, buen viaje.
Sabía que podía confiar en él, porque era una gran persona.
Cerré la puerta y me fui a sentar un rato, hasta que inesperadamente me acordé de lo que me había dicho Lucas, eso de la ropa interior. Así que bajé al sótano a buscarla. Abrí la puerta, encendí la luz y empecé a rebuscar la lencería junto con las botas y las ligas, me costó encontrarlas, ya que las tenía en una bolsa. De pronto, vi otra bolsa, donde tenía la ropa que había usado aquella noche que estuve con Matt. La miré por un buen rato y pensé: «¡para qué guardarla! Mejor la lavo y asunto resuelto». Así que la saqué y la eché en la canasta de la ropa sucia. Después, apagué la luz, salí del sótano y cerré la puerta.
Me fui al segundo piso a colocarme la lencería. Debo confesar que me encantaba como se veía sobre mi cuerpo. Lo más seguro era que Ismael se volvería loco al verme con ella. Al cabo de un momento sonó un celular, me pareció que era el de Ismael; seguramente se le quedó y no se dio cuenta de ello.
Lo busqué, pero no lo pude encontrar, y cuando lo hallé, el aparato dejó de sonar. Quedó la llamada perdida y registrada en la pantalla, además de un mensaje en el buzón de voz. Mi curiosidad fue mayúscula, así que… fui a escuchar aquel mensaje.
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