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El Despertar de Rosita © - Cap. 16

Capítulo 16

—Contesta, Ana Rosa, ¿dónde has estado? —dijo mi esposo muy enojado.
—Eeehhh... Salí un rato —respondí muy nerviosa.
—Te he estado llamando desde que llegué al aeropuerto de Detroit, y no me has contestado hasta ahora, pensé que te habías dormido un rato. ¿Qué sucede?
—Perdona, amor. En realidad, sí, me quedé dormida, por eso no sentí el móvil.
—Ya, ¿qué pasó en la noche, entonces...?
No supe qué contestar, ¿qué le iba a decir? Mira, Ismael, la verdad es que salí, me emborraché un poco y que me fui con Matt e hicimos el amor como locos. Si ya mi esposo había vuelto, no tenía cómo salvarme de esta, y lo peor de todo, estaba sola en este lugar que ni conocía y no tenía cómo volver. Matt, simplemente, me había abandonado a mi suerte.
—Estoy esperando una respuesta, Ana Rosa —manifestó aún más enfadado.
No dije nada más y me largué a llorar desconsoladamente. Sí, estaba en shock. Con esto mi matrimonio se iba a romper por completo, y todo por una calentura. Tenía que haberme controlado y no haberme dejado llevar por la galantería de ese infeliz y mi maldita pasión.
—¡Amor!, ¿qué te pasa? No llores así. ¡Diablos! Y yo todavía acá en el aeropuerto de Detroit —Se lamentó mi esposo, desesperado.
—¿Cómo? ¿No estás acá en Miami? —pregunté sorprendida.
—No, amor, estoy acá todavía, en media hora sale el avión. Ahora dime, ¿qué te pasó?
—Nada, Ismael, no pasa nada —dije sin parar de llorar.
—¿Cómo que nada?, si todavía estás llorando.
—Lo siento, es que te extraño demasiado y ando sensible. —Mentí.
—Tranquila, cielo, ya voy de regreso. Solo quiero saber por qué no contestaste mis llamadas.
No podía decirle nada, ya no sabía qué inventar. La verdad, me estaba volviendo muy descarada y mentirosa, y yo no era así. Qué triste era todo esto.
—Entonces, amor, ¿me vas a decir? —Insistió Ismael.
—Eeehh…
—Estoy esperando...
—Bueno, yo...
—¿Qué pasa?... Espera un poco. ¡Ok, thank you! —Silencio—. Lo siento, me acaban de avisar que debo abordar, cuando llegue me cuentas que pasó. Nos vemos, adiós —finalizó y cortó la llamada.
Aliviada, suspiré muy fuerte. Tenía que levantarme y salir de este lugar, y obviamente tenía que pensar qué iba a decirle a mi marido sobre lo que me preguntó con tanta insistencia. Estaba muy nerviosa, esto había sido mucho para mí, porque además de burlada, me sentía utilizada. Tenía que olvidarme de Matt. Tenía que sacarme de la cabeza a ese desgraciado.
Entonces, me levanté, me vestí y me fui de esa casona. Desorientada y angustiada, sin saber cuántas horas me tomaría llegar al hotel, sin saber en qué calle estaba, solamente me quedaba preguntarle a alguien para que me ayudara. Y así lo hice con cuatro personas, menos mal que sabían hablar español. Los tres primeros no sabían dónde quedaba mi hotel, pero la última persona sí, advirtiéndome que yo estaba muy lejos de este. Pero aun así se ofreció a ayudarme.
Me llevó por una calle y yo iba con la desconfianza a flor de piel; creo que lo notó, porque me dijo que estuviera tranquila, que no me pasaría nada. De pronto, me mostró donde se estacionaban los taxis. ¡Qué alivio tan grande sentí! El señor le indicó al taxista donde debía llevarme, así que me monté en el auto, dándole las gracias a aquella persona por su amabilidad. Él solo me sonrió a modo de despedida y se fue. Entonces, el taxi partió, llevándome por fin a mi destino.
Cuando llegamos al hotel, le pagué al taxista y entré rápidamente, tomé el ascensor y, cuando estuve en el quinto piso, casi corrí a mi habitación. Dentro, me saqué la ropa y me fui a duchar. Ya bañada y vestida, me senté en la cama y me puse a mirar la ropa que había usado la noche anterior; estaba todo tirado en el piso. Odié las prendas con todo mi corazón y tomé una bolsa, puse la ropa ahí dentro y la guardé en mi maleta, prometiendo que al llegar a casa la dejaría en el sótano.
Al cabo de un instante, bajé a comer algo al restaurante del hotel para esperar a mi marido, y cuando ya estaba de nuevo en la habitación descansando y viendo televisión, abrieron la puerta y era Ismael.
—¡Amor, por fin llegaste! —exclamé feliz, levantándome rápidamente para saludarlo.
—¡Uf! Sí, llegué, y lo peor es que dentro de seis horas tendré que volver a subirme a un avión para regresar a casa —dijo, lamentándose.
—Tranquilo, ¿comiste algo?
—Sí, cuando llegué, así que solo quiero descansar, una hora aunque sea, lo necesito.
—Descansa, no te preocupes, por mientras dejaré las maletas listas —acoté.
—Muchas gracias, pero no te olvides que tienes que contarme por qué no contestaste mis llamadas.
—Sí, amor, te contaré, pero ahora descansa —insinué, mirándolo. Luego, volteé a otro lado, me sentía muy preocupada. Entonces, Ismael sonrió y se quedó dormido, al tiempo que yo preparaba las maletas. Cuando tenía todo listo, preferí ver un rato la televisión, no me di cuenta que pasó una hora, hasta que mi marido despertó, se levantó, fue al baño, se demoró bastante dentro de él y salió.
—Listo, quedé fresquito con la ducha que me di. Bueno, ahora a cambiarse de ropa, y usted señora, por mientras, cuénteme lo que pasó.
—¿Por qué tanta insistencia?
—Simple, te noté demasiado nerviosa y eso me preocupó, así que espero tu sinceridad.
—Okey, te contaré. Lo que sucedió fue que… salí un rato en la noche, me fui a tomar un mojito en un restaurant y se me pasó un poco la mano, me mareé y en ese momento, cuando fui a buscar mi móvil, me di cuenta que no lo tenía y no recordaba si lo había llevado o no.
—Bueno, si no lo tenías, ¿cómo me contestaste en la mañana?
—Eeehhh... yo ya estaba en el hotel, y lo había dejado acá.
—Mmm... Me parece extraño todo esto, ¿estás segura que esa es la verdad?
—Sí, amor, te dije la verdad, eso fue lo que pasó —aseveré, ocultando la otra parte de la historia.
—Te creo. Bueno, ahora que está todo listo, voy a cancelar la estadía del hotel y ya nos vamos al aeropuerto —me anunció y me dio un beso muy dulce.
Mi esposo salió de la habitación y fue a recepción a realizar los trámites respectivos, al rato volvió y con él venía un botones a retirar nuestras maletas, porque ya estaba un taxi esperándonos para llevarnos al aeropuerto. Ya saliendo del hotel, miré todo por última vez, suspiré y me subí al vehículo. Abracé a mi esposo y cerré los ojos, los tendría así hasta llegar al aeropuerto, ya que no podía sacarme de la cabeza todo lo que me había pasado, en específico lo ocurrido la noche anterior y lo de esta mañana. No pude ni siquiera despedirme de aquel policía, el sujeto se había marchado como lo que era, como un verdadero canalla.
Todo había sido muy raro y no quería buscar respuesta alguna, quería estar tranquila, pero tenía impregnado su aroma en todo mi cuerpo, su fuego lo llevaba dentro de mí, y solo, quizás, dentro de mi corazón, tenía ganas de verlo. Pero debía resignarme a que eso no volvería a suceder.
Al cabo de un momento, mi esposo dijo que ya habíamos llegado, por lo que abrí mis ojos y nos bajamos del taxi. Volvimos a realizar todos los procedimientos para embarcarnos, hasta que sentí ganas de ir al baño.
—Amor, vuelvo enseguida, voy al baño —le anuncié.
—Vaya no más.
Me dirigí hasta los servicios, hice lo que tenía que hacer, y ya lavándome las manos me miré al espejo cuando, inesperadamente, vi a Matt detrás de mí.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunté realmente sorprendida.
—¿Tú que crees? Vengo a despedirme de ti. En un baño te conocí y en un baño nos despediremos como se debe. ¿O no recuerdas lo que pasó en Chile?
—Mejor te vas o si no voy a gritar —dije muy enojada.
Él no dijo nada, me tomó a la fuerza, me llevó dentro de uno de los cubículos, cerró con pestillo y me besó. Por mi parte me resistí, no iba a caer de nuevo en su juego.
—¡Basta! ¡No volverás a engañarme de nuevo! ¡Suéltame!
—No te resistas, me deseas tanto como yo a ti.
De pronto, ya no pude zafarme de sus besos y de sus arrebatadoras y frenéticas caricias, y eso que le mordí los labios para que se apartara, pero aún así siguió besándome. Y me subió el vestido, me sacó las bragas y dijo que se las dejaría de recuerdo. Fue así como me volteó, y cuando se bajó su pantalón, sentí de inmediato la punta de su pene cerca de mi "Rosita", listo para la acción, hasta que oímos que gritaron desde afuera.
—¡Ana Rosa, sal inmediatamente!
Ismael se oía nervioso y autoritario, mientras que con Matt nos mirábamos, dándonos cuenta que estábamos perdidos.

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