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El Despertar De Rosita © - Cap. 11

Capítulo 11


Siguió sentado a mi lado. Me miró desafiante, sin decir nada, estuvimos en silencio casi dos minutos y fui yo la que rompió el hielo. Le pregunté qué pensaba hacer conmigo ahora que me tenía esposada y no me respondió, solo pude ver que en su rostro se dibujó una sonrisa traviesa, como si una idea, de pronto, se le hubiera ocurrido. Acto seguido, se bajó del auto y cerró la puerta, dejándome dentro. Mientras estaba esposada me imaginé que entraba y me tomaba por la fuerza, intentando besarme y hasta violarme. Y pensando en esas cosas, sin querer, me excité, y me odié a mí misma por sentirme así, pensando en aquel sujeto.
La verdad, no pasó nada, salió del auto y se quedó afuera. Quedé muy perpleja ante esa situación. Cerré mis ojos y creo que hasta dormité un rato. De pronto, escuché unas voces, una de aquellas era la de mi marido.
—Lo que me está diciendo es verdaderamente loco, por así decirlo —le oí decir a mi marido.
—Creo que no le queda otra opción. Además, yo sé que le resulta interesante lo que le acabo de proponer.
—¡No sé! Quizás sí o quizás no. Creo que tiene que haber otra solución.
—Si hay solución, y usted lo sabe, puede evitarse el peor mal rato de su vida —dijo aquel policía.
—¡Maldita suerte! Si el encargado no se hubiera ido, ya sé habría arreglado esta vergonzosa situación.
Al escuchar aquello me di cuenta que a Ismael le había ido mal en la disco, parece que el encargado no se encontraba. Ahora sí estábamos en problemas. «Quiero que me trague la tierra», pensé en este momento.
—Entonces, ¿qué decide, señor Ismael? No tengo todo el tiempo del mundo, necesito una respuesta —profirió el policía.
—¡No me ponga más nervioso de lo que ya lo estoy! Mire, lo voy a conversar con mi esposa, ella tiene derecho a saberlo. La decisión que tome para mí va estar bien.
—Convérselo con ella, pero hágalo ahora mismo.
—Por supuesto.
Entonces, vi como Ismael se acercó a la puerta, la abrió y entró al auto policial. Nuestras miradas se encontraron:
—Amor, ya despertaste, pero ¿qué es esto? ¡Estás esposada! —Abrió la ventanilla y llamó casi a gritos al policía.
—¿Qué pasa ahora? —dijo ese hombre.
—¿Me dice qué pasa ahora? Simple, mi esposa está esposada. Acaso, ¿es una criminal? ¡Esto es el colmo! —vociferó muy furioso.
—Lo siento, pero era preferible. Su esposa sabe por qué lo hice, así que mantenga la calma.
—¿Qué pasó, Ana Rosa?
La verdad, no supe qué decir, ese maldito patán me dejó en una encrucijada. ¡Cómo le iba explicar a mi marido la verdadera razón de que me dejara esposada! No me lo perdonaría. Me dio un miedo terrible. Miré a ese policía, sentí cuánto lo odiaba, hasta que de pronto él habló.
—Yo se lo voy a decir. —Lo miré horrorizada.
—Lo escucho, espero que no sea nada grave —contestó Ismael, preocupado.
—Simple, su esposa quería ir donde estaba usted y le dije que no podía. Se enojó y quiso salir corriendo, así que no me quedo más remedio que esposarla.
—Amor, ¿pero en qué estabas pensando? Si hubieras hecho eso estaríamos peor.
—¡Ay! No sé qué decir —comenté atónita.
—Piensa mejor las cosas. Bueno, olvidemos lo que pasó —suspiró—. Tengo una mala noticia, el encargado de guardar los documentos ya se había retirado, vuelve mañana en la tarde para entregármelos. Te darás cuenta que estamos metidos en un gran lío.
—Ismael, esto es terrible, ¿nos iremos presos, entonces? —pregunté muy afligida.
—Amor, el policía me dio una solución.
—¿Ah sí? ¿Y cuál sería esa solución? —comenté esperanzada.
—Me propuso algo para que no pasáramos una bochornosa situación en el cuartel.
—¿Dime qué sería? Cualquier cosa con tal de no pasar por eso, lo prometo —expresé muy envalentonada.
—¿Estás segura, cariño?
—Sí, amor, segura.
—Me acaba de proponer este señor... —pronunció muy nervioso.
—Tranquilo, y dime de una vez por todas qué fue lo que te propuso.
—Me dijo que para él es algo simple, que… hiciéramos un trío —aseveró.
—¿Qué? ¿Acaso, estás bromeando? —formulé incrédula.
—Ojalá fuera una broma, pero no es así.
—¡Dios mío! No puedo creerlo. ¿Y tú qué opinas?
—La verdad, me gustaría que pasara, lo sabes bien. Por mucho tiempo ha sido mi fantasía, pero no así, no en estas circunstancias. No niego que me gusta la idea, me es atractiva y me seduce, pero también respeto tu opinión.
—Me lo imaginaba, es tu deseo, no el mío —añadí enojada.
—Sí, es verdad, pero no de esta manera.
—Seguramente ya se pusieron de acuerdo los dos y asunto arreglado, no creo que mi opinión valga la pena, ¿verdad? —comenté furiosa.
—Te equivocas, Ana Rosa, no quedamos de acuerdo. Le mencioné que lo conversaría contigo y que después le daría una respuesta.
—¡Usted es un descarado! ¡No tiene nada de decencia para ser policía! —grité encolerizada.
—Cuidado, señora, que esas palabras podrían ser usadas en su contra —me respondió aquel patán muy convencido.
—Si usted lo dice... —Pero no alcancé a terminar mi frase, pues mi marido me interrumpió.
—¡Basta, Ana Rosa! No sacas nada con ser grosera, no vamos a solucionar así las cosas. Lo estás empeorando, ¿qué no te das cuenta? Necesito una respuesta tuya y listo, se acabó.
—¿Se acabó? Mi respuesta simple es "No" —contesté decidida.
—¿Estás hablando en serio?
—Por supuesto que estoy hablando en serio. ¿Crees que voy a dejar que este hombre me toque? Obviamente que no.
—Amor, respeto tu opinión —dijo Ismael.
—Gracias por tu comprensión, cariño —añadí aliviada.
—Pero no la comparto, pues si quisieras me ayudarías a solucionar este problema.
—¡Ahora resulta que soy yo la culpable!
—¡Nooo!, claro que no, el culpable fui yo al proponerte algo así. No pensé que nos podían pillar, pero nos descubrieron, y lo peor de todo que fue la policía.
—También fue mi culpa por seguirte el juego, pero no voy a cambiar de opinión, ¡nunca! ¿Me oíste bien? ¡Nunca me voy a meter con este individuo!
—Mira, amor, entiende de una vez por todas, es una solución simple.
—Para ti es simple, para mí es un horror —repliqué muy molesta.
—Bueno, veo que la señora ya dio su rotunda respuesta, a pesar que dijo que prometía hacer cualquier cosa —aseveró el policía.
—¡Verdad! Eso es cierto, Ana Rosa, prometiste hacer cualquier cosa con tal de no irnos presos. —Me recordó mi esposo muy seriamente.
—Ustedes dos están locos —dije, haciéndome la tonta.
—Señora, usted lo mencionó, pero veo que no es una mujer de palabra, ni siquiera para ayudar en una situación como esta.
—¡Lo dije sin pensar!
—Entonces, no me queda más que llamar al cuartel para contar que llevo a una pareja detenida por tener sexo en la vía pública.
—Ahora sí que estamos perdidos. Me decepcionas por tu falta de palabra, Ana Rosa —dijo mi marido, tapándose la cara con sus dos manos.
En realidad, él tenía razón, prometí algo y no lo estaba cumpliendo. Sí, soy una egoísta, pero este hombre es un verdadero infeliz, solo está sacando provecho de la situación. Y fue entonces cuando me decidí, pues al mirar a mi marido y ver en su rostro la desesperación, revoqué mi decisión de inmediato.
—¡Espere! Por favor, no llame al cuartel.
—La escucho, señora —expresó el policía, viéndome por el espejo retrovisor.
—Eeeehhh… —miré a mi marido—, solamente lo hago por ti. Acepto.
—¿Verdad, amor? —inquirió mi esposo, esperanzado.
—Así es. Acepto la propuesta con el dolor de mi alma.
—Okey, señora. No se arrepentirá, se lo aseguro.
—Mire, hagámoslo rápido y después se olvida de nosotros  —mencioné desafiante.
—¡Ja, ja, ja, ja!, le prometo que así será —me respondió morbosamente.
—Gracias, amor, me has salvado. Entonces, señor policía, como dijo mi esposa, hagámoslo rápido.
—Antes, vámonos a otro lugar, donde estaremos mejor los tres.
No dije nada más, solamente esperé que no fuera tan traumático todo esto. El policía echó a andar el auto y nos marchamos. Nos llevó un poco lejos de la ciudad, a lo que parecía ser una playa solitaria...

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