El Despertar De Rosita© - Cap. 10
Capítulo 10
Pese a la oscuridad del lugar, pude vislumbrar la silueta de un hombre. «Otro policía», pensé.
—¿A qué vendría? ¿Lo habrá llamado el oficial que nos descubrió?
La cosa fue que habló con el otro policía y el que me había esposado vino a donde yo estaba sentada, me quitó las esposas y me hizo salir del auto. Me dijo que tenía otro procedimiento y que debía irse, pero que me dejaba con su colega, a quien ya le había dado toda la información del procedimiento a seguir, incluyendo el motivo por el cual nos detuvo.
Durante todo el proceso de cambio de patrulla, aún no podía ver a este nuevo policía, pues él seguía en la parte más oscura del callejón.
Cuando ya estuve sentada, nuevamente esposó una de mis manos a la puerta. La cerró y se fue a su auto, se subió, encendió el motor, las luces y se fue del lugar.
En todo este ritual pasaron unos 10 minutos aproximadamente, hasta que sentí que el policía que había quedado se acercó a la puerta trasera de la patrulla, donde yo estaba.
Abrió la puerta y sentí su mirada. Por vergüenza opté por no verlo, así que la cerró y se fue hacia el maletero del auto, mientras por mi parte aprovechaba de entreabrir un ojo para mirar de reojo lo que pasaba, hasta que lo sentí regresar. Volví a mi posición de darle la espalda y no ver nada. La puerta se abrió y sentí caer algo suave sobre mi cuerpo, era una manta; el policía me la estaba pasando para que me cubriera del frío.
—Iré por dos cafés, uno para cada uno —dijo y se fue.
Aquella voz me era demasiado familiar. Pero no, era imposible que fuese el mismo tipo, aquel sujeto que me había dado un beso en el baño del restaurante. ¿Sería posible que fuera él, o yo me estaba volviendo loca y no podía dejar de pensar en ese hombre?
Me apuré y giré la vista hacia donde estaba el policía, pero ya iba caminando algo lejos de la patrulla y, la verdad, la luz ayudaba bien poco a distinguir las sombras.
No me quedó más que esperar a que regresara con los cafés, pero claramente no era eso lo que me importaba, sino descubrir si ese policía era el tipo del restaurante.
A los pocos minutos, que dicho sea de paso se me hicieron eternos, volvió, y esta vez lo esperé, mirando de frente. Se acercó a la patrulla, abrió la puerta y... Sí, era ese tipo. No lo podía creer. El sujeto que hace unos días me había puesto tan nerviosa, y hasta me había robado un beso, siguiéndome hasta el baño de mujeres, era aquel uniformado.
—Buenas noches, bella dama —me saludó con su voz grave.
—Esteeee, buenas noches, oficial —respondí, tratando de aparentar calma, que para nada sentía.
—Mi compañero me informó sobre su situación. Bueno, la de usted y su marido.
—Pero oficial, no pensábamos que est...
—Shhh, mi bella dama —me interrumpió mientras que con su mano me tapaba la boca—, recuerde que todo lo que diga puede ser usado en su contra.
Lo miré atónita, esperaba que no me reconociera, pero aún así lo vi directo a los ojos, como desafiante, a ver si así, al menos, lograba que el nervioso fuera él y no yo.
—Tome, bébase este café, le sentará bien —dijo, al tiempo que se sentaba a mi lado y me pasaba el café.
—Gracias, pero no quiero café. ¿Quiero saber qué piensa hacer con nosotros? —pregunté en un tono muy pesado.
—Vaya, vaya, la señora está sacando las garras. No creo que le convenga hacer eso, mi bella dama, ¿o quiere que le recuerde lo que antes estaba haciendo con su marido en este callejón? O quizás, ¿que hace un momento quisieron sobornar a mi compañero?
—¡Oiga! ¡Pero nosotros no fuimos los que sobor...! —Me volvió a tapar la boca.
—Shhh, relájese y beba café. En la cárcel no lo sirven tan bueno como este.
—Disculpe, oficial, pero es la segunda vez que me tapa la boca con su mano. No crea que no conozco mis derechos y usted no tiene derecho a ponerme una mano encima, ni menos a cubrirme la boca —mencioné ya muy ofuscada.
—¿Ah, sí? ¿No tengo derecho a taparle la boca con mi mano?, pero y ¿qué hay de tapársela con un beso? —me preguntó al mismo tiempo que me besó en los labios muy sutilmente.
Cerré los ojos y sin querer me dejé llevar por ese beso. De alguna manera me trasladó, me hizo volar, ni recordaba ya que estaba esposada en una patrulla o que estábamos con mi marido en un lío del porte de un buque. En ese momento solo me importó besar a ese tipo.
Para cuando aterricé en mis pensamientos vagos, era muy tarde, el sujeto me besaba con demasiada pasión, tenía su mano sobre mi pecho y con la otra me acariciaba una pierna. Abrí mis ojos y con mi mano libre lo empujé hacia atrás, diciéndole:
—¡Oficial, esto no está bien! ¡Soy una mujer casada y usted me acaba de casi violar, aprovechando que me tiene esposada en su patrulla! —grité furiosa.
El solo se rió muy fuerte.
—¡Ja, ja, ja, ja! Señora, ¿por qué se engaña a sí misma? ¿O me va a negar que no le gustó que la besara el otro día en el restaurante?
—Yo... no sé qué decir. Usted es un patán y ahora me está asustando. Esto no está bien, ya llegará mi marido y le contaré todo, y lo mismo haré en la delegación de policía. A usted lo van a destituir de su cargo, y quien irá a tomar café a la cárcel será usted —le planté al rostro no con mucha convicción.
—Vamos por parte, mi bella dama. Primero, usted está detenida por ofensas a la moral y a las buenas costumbres. Segundo, se les acusa a ambos de intento de soborno a un oficial en servicio. Tercero, tal vez tenga razón y yo aproveché que está esposada, pero eso tiene arreglo —y me quitó las esposas—. Cuarto, el otro día en el restaurante yo era un civil y pese a eso usted me respondió el beso. Quinto, ahora tiene sus manos libres y puede abofetearme si quiere, pero no lo hará, ¿y sabe por qué?
—¿Por qué?
—Porque está esperando que la vuelva a besar. —Y diciendo esto, volvió a acercarse a mí y a besarme en los labios, pero ahora no estaba dispuesta a caer en sus redes de conquistador vanidoso, y lo evité. No correspondí a su beso, sino que le di una sonora cachetada.
El oficial no esperó esa reacción de mi parte, pero lejos de amedrentarse, me tomó las manos con fuerza y me volvió a esposar, pero esta vez con ambas manos a mi espalda, dejándome sentada a merced de lo que quisiera hacer conmigo.
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