Capítulo 4: Ecos de Sombras y Luz
"Los ecos no solo reflejan el pasado, sino que distorsionan el presente. Adentrarse en ellos es enfrentar tus propios miedos, multiplicados y proyectados sobre una pantalla que no puedes apagar."
— Diarios de Viajantes de Portales, Volumen 6.
La salida del Eco no trajo el alivio que Alix y Veda esperaban. Incluso después de escapar del colapso de la cámara y la esfera de luz, la sensación de que algo seguía acechándolos no se desvaneció. Cada paso fuera de aquel pasadizo, cada inhalación de aire más limpio, se sentía insatisfactorio, como si el lugar se hubiera incrustado en sus mentes, dejando un rastro persistente de tensión y misterio. Alix sentía que el Eco no solo los había dejado ir; les había permitido seguir adelante como una forma de retenerlos más profundamente en su red.
El paisaje seguía siendo un mosaico caótico de fragmentos flotantes y ruinas suspendidas, una mezcla de lo que alguna vez fueron hogares, oficinas y monumentos. Aquí, las sombras parecían más densas, sus contornos más definidos, como si observaran a los dos exploradores con un propósito desconocido. Las estructuras se alzaban y caían en ciclos lentos, como si cada una tuviera su propia voluntad, un reflejo constante del estado inestable del Eco.
Veda se detuvo frente a un edificio inclinado, sus ventanas rotas mostrando el interior destrozado. Miró a Alix, con una expresión que combinaba agotamiento y alerta. Habían estado en muchos Ecos antes, pero este tenía una forma de consumir sus energías de una manera que ninguno de los dos había experimentado. El Eco no solo los agotaba físicamente, sino que drenaba su voluntad, empujándolos constantemente al borde de la desesperación.
—No podemos seguir así mucho más tiempo —dijo Veda, ajustando su rifle y limpiando una capa de polvo gris de su visor—. Necesitamos un punto de referencia, algo que nos diga hacia dónde ir. Este lugar no tiene lógica.
Las palabras de Veda resonaron en la mente de Alix como un eco distante, reflejando la misma frustración y cansancio que él sentía. Pero había algo más. Una sensación persistente de que todo lo que veían era una ilusión diseñada para confundirlos. Se preguntó si sus pensamientos eran realmente suyos o si el Eco estaba manipulando sus emociones, amplificando sus miedos y ansiedades.
—Podríamos intentar recalibrar los rastreadores, ver si conseguimos una señal más clara del portal —sugirió Alix, sacando su dispositivo y manipulando los controles. La pantalla seguía mostrando un mapa lleno de interferencias, líneas entrecortadas y datos que no tenían ningún sentido. Cada intento por trazar una ruta terminaba en un error, un callejón sin salida.
Mientras intentaba ajustar los parámetros, Alix sintió una presencia que lo incomodaba. No era física, sino algo más profundo, como un susurro en el borde de su conciencia. No podía precisar de dónde venía, pero sabía que no estaba solo en sus pensamientos. El Eco se había convertido en un espejo distorsionado de sus propias dudas, un lugar que respondía a sus temores más íntimos y los proyectaba hacia afuera como si fueran parte del paisaje.
Veda se movió hacia una serie de columnas rotas, explorando con cautela los restos de un antiguo puente que se extendía hacia la nada. Las sombras aquí parecían más densas, como si el aire estuviera impregnado de una sustancia viscosa e invisible. El Eco no solo alteraba el espacio, sino también la percepción del tiempo. Minutos se sentían como horas, y la sensación de haber estado en el mismo lugar antes se volvía incesante, casi como si estuvieran atrapados en un bucle interminable.
Cada estructura, cada fragmento flotante, parecía moverse con un ritmo propio, danzando en una coreografía silenciosa y caótica que seguía reglas desconocidas. Alix no podía evitar pensar en las historias de los exploradores que se habían perdido en los Ecos, atrapados en bucles de tiempo que los devolvían al mismo punto una y otra vez, hasta que perdían toda noción de la realidad.
—Este sitio... es como si estuviéramos siendo observados y evaluados a cada segundo —murmuró Veda, sus ojos escudriñando cada rincón oscuro. Había una extraña repetición en el entorno: patrones de desgaste, objetos que parecían replicarse a lo largo de los caminos. Se preguntó si realmente estaban avanzando o si el Eco los estaba jugando, manteniéndolos en una especie de laberinto sin salida.
De repente, un destello de luz azulada brilló en la distancia, iluminando brevemente el horizonte descompuesto. Fue un parpadeo fugaz, pero suficiente para llamar la atención de ambos. Veda se giró hacia Alix, con una mezcla de curiosidad y precaución. Sabían que cada fuente de luz en un Eco tenía el potencial de ser una trampa, un anzuelo diseñado para atraer a los incautos.
—¿Lo viste? —preguntó Veda, con el rifle preparado y la mirada fija en el punto de origen del destello.
—Sí —respondió Alix, acercándose a su lado y evaluando la dirección—. Podría ser una señal de la grieta... o de algo peor. Pero no podemos ignorarlo.
Decidieron avanzar con precaución, sus pasos resonando débilmente sobre la mezcla de metal y cristal bajo sus pies. El aire alrededor se volvía más denso y frío, cargado de una electricidad estática que erizaba la piel. A medida que se acercaban al origen del destello, el entorno comenzó a cambiar una vez más, pero no de la forma errática y caótica a la que ya se habían acostumbrado. Esta vez, había un patrón, una simetría inquietante en la disposición de las ruinas.
Llegaron a lo que parecía ser el vestíbulo de un antiguo edificio, aún parcialmente intacto. El destello provenía del interior, donde una luz titilante iluminaba las paredes cubiertas de símbolos similares a los de la grieta. El aire aquí estaba cargado de una sensación de anticipación, casi como si las sombras mismas esperaran el momento adecuado para atacar.
Alix sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando sus ojos se encontraron con la figura que los esperaba en el centro de la sala. Allí, rodeado por un halo de energía fluctuante, se encontraba un Sintiente, su figura alta y delgada envuelta en una armadura que parecía estar hecha de fragmentos del mismo Eco. Las placas metálicas de su armadura no reflejaban la luz de manera convencional; en cambio, absorbían los destellos, proyectando sombras aún más densas que parecían moverse con vida propia.
La máscara del Sintiente era un enigma en sí misma: lisa, sin rasgos, como si hubiera sido esculpida a partir de una sombra sólida. A través de los ojos del Sintiente, vacíos y oscuros, Alix sintió una presencia que lo penetraba, como si el Sintiente pudiera ver más allá de su apariencia física, adentrándose en sus pensamientos y emociones más recónditos.
El Sintiente no se movía, pero su mera presencia llenaba el espacio con una intensidad que sobrecogía. La luz azulada que parpadeaba a su alrededor parecía alimentarse de la energía del Eco, proyectando figuras fugaces en las paredes, como reflejos distorsionados de otras realidades. Alix sintió que cada sombra contenía fragmentos de historias no contadas, momentos atrapados en un limbo eterno.
—Estamos aquí para buscar respuestas —dijo Veda, con voz firme pero temblorosa. Su rifle permanecía alzado, pero era evidente que el Sintiente no era un enemigo al que pudieran enfrentar con simples armas—. No queremos problemas, pero no nos iremos sin saber qué está pasando.
El Sintiente giró la cabeza lentamente hacia Veda, sus movimientos fluidos como el agua, desafiando las leyes de la física. Un destello recorrió su armadura, y las sombras que lo rodeaban se expandieron, cubriendo las paredes con un manto oscuro que absorbía la luz. Cuando habló, su voz no resonó de manera tradicional; era como si las palabras vibraran en el aire, flotando en el espacio entre los pensamientos de Alix y Veda.
—Este lugar no os pertenece —dijo el Sintiente, su tono reverberando como un eco distante, cargado de una melancolía profunda—. No sois más que intrusos en un recuerdo que no podéis comprender.
Las palabras del Sintiente calaron hondo en Alix, quien sintió una punzada de inseguridad. Era como si la criatura estuviera viendo a través de él, descifrando sus dudas y sus intenciones. Alix intentó mantenerse firme, pero la sensación de vulnerabilidad era abrumadora. La presencia del Sintiente no era simplemente física; era como si el Eco mismo se hubiera encarnado en él, tomando forma para advertirles de su insignificancia.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Alix, su voz apenas un susurro. No sabía si estaba hablando con el Sintiente, con el Eco o consigo mismo—. ¿Por qué los Ecos se están desmoronando?
El Sintiente avanzó un paso, y cada movimiento parecía desencadenar una reacción en el espacio. Las sombras se extendieron y se contrajeron, formando figuras casi humanas que se disolvían al instante, como recuerdos fugaces de personas que habían estado allí antes. Alix y Veda se encontraron rodeados por una danza inquietante de luces y oscuridad.
—Los Ecos no son simples fragmentos de realidad —dijo el Sintiente, su voz resonando en sus mentes como un trueno distante—. Son heridas en el Multiverso, cicatrices que contienen los restos de mundos que han perecido. Cada Eco es un lamento, una protesta contra el olvido.
La figura del Sintiente se volvió más oscura, casi perdiéndose en la negrura que lo rodeaba. Alix sintió un tirón en su interior, una mezcla de miedo y atracción hacia las palabras de la criatura. Era como si estuviera presenciando no solo una advertencia, sino una verdad fundamental sobre la naturaleza de los Ecos y su propósito.
—¿Qué podemos hacer? —insistió Veda, dando un paso adelante con el rifle aún en mano, aunque era evidente que ya no se sentía en control—. ¿Cómo podemos detener este colapso?
El Sintiente los observó en silencio, como si evaluara sus intenciones. Luego extendió una mano hacia el techo, y la luz azulada se condensó en un punto brillante, proyectando un mapa etéreo de líneas y formas sobre sus cabezas. Era una representación del Multiverso, pero no como lo conocían. Los Ecos aparecían como manchas oscuras, puntos de inestabilidad que se expandían lentamente, amenazando con devorar las realidades circundantes.
—El equilibrio está roto —explicó el Sintiente, sus palabras entrelazadas con las sombras que se agitaban—. Los Ecos son la manifestación de esa ruptura. Para salvarlos, debéis entender el dolor que albergan. Pero cuidado... no todos los recuerdos desean ser recordados.
La última frase resonó como un susurro en el oído de Alix, una advertencia que le heló la sangre. Sabía que el Sintiente no solo les estaba dando información; les estaba dejando una carga, un enigma que tendrían que resolver a costa de su propia cordura. Las sombras se arremolinaron una vez más, y antes de que pudieran reaccionar, el Sintiente se desvaneció, disolviéndose en la penumbra como un sueño roto.
Salieron del edificio con una sensación de urgencia renovada, pero también con una carga invisible que se había instalado en sus pensamientos, como un peso que no podían sacudirse. El Eco, en su silencio perpetuo, parecía haber ganado una nueva dimensión, una en la que no solo eran exploradores, sino también piezas en un tablero cuyas reglas apenas comenzaban a vislumbrar. Cada paso que daban resonaba con un eco apagado, y la sensación de estar siendo observados no disminuía. Las sombras parecían seguirlos, retorciéndose lentamente, como si susurraran secretos que solo ellos podían entender.
El aire seguía denso, y la atmósfera del Eco se había vuelto aún más opresiva tras el encuentro con el Sintiente. Alix sentía que cada inhalación le costaba más, como si el lugar estuviera drenando su energía a un ritmo más acelerado. La figura del Sintiente seguía grabada en su mente, no solo como una presencia amenazante, sino como una manifestación del propio dolor del Eco. Se preguntaba si esa criatura había sido alguna vez algo más, un ser consciente atrapado en un ciclo interminable de vigilancia y desesperación.
Veda caminaba a su lado, sus pasos firmes pero su mirada perdida en los pensamientos que el Sintiente había dejado flotando. No era solo el miedo a lo desconocido lo que la inquietaba, sino la comprensión de que los Ecos no eran solo escenarios descompuestos; eran seres sufrientes, recuerdos atrapados en una espiral de destrucción. Las palabras del Sintiente resonaban en su mente como una melodía disonante: "Los Ecos son heridas... cicatrices que contienen los restos de mundos que han perecido."
Se detuvieron en lo que alguna vez debió ser una avenida, ahora un sendero roto y desordenado que se extendía en todas direcciones, perdiéndose en la distancia entre ruinas flotantes y columnas quebradas. La vista era impresionante y aterradora a la vez; edificios colgaban en el vacío, atrapados en un momento eterno de colapso. Fragmentos de vehículos y máquinas rotas flotaban como islas diminutas, girando lentamente como si buscaran una forma de recomponerse, pero sin nunca llegar a tocarse.
Alix miró a su alrededor, sintiendo una profunda melancolía que no sabía si era suya o del lugar mismo. Había algo en los Ecos que lo conectaba con una tristeza antigua, una que no pertenecía a un solo momento, sino a una acumulación infinita de historias perdidas. Se preguntó si cada grieta, cada sombra y cada destello de luz era un vestigio de algo que había sido amado y luego olvidado, y si al cruzar por esos fragmentos estaba alterando esos recuerdos, profanándolos de alguna manera.
—Es como caminar por los restos de un sueño roto —dijo Alix en voz baja, sus palabras más dirigidas a sí mismo que a Veda—. Todo lo que vemos aquí, lo que pisamos... son los fantasmas de algo que una vez tuvo sentido.
Veda asintió, pero no respondió de inmediato. Observaba el horizonte quebrado, tratando de asimilar la magnitud de lo que enfrentaban. Había pasado toda su vida explorando los Ecos, creyendo que eran simplemente anomalías del Multiverso, pero ahora entendía que eran más que eso: eran cárceles de memorias, lugares donde el tiempo y el espacio se habían rendido, y donde las cosas que alguna vez existieron se resistían a desaparecer del todo.
—No podemos seguir ignorando lo que está pasando aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos—. Si los Ecos caen, todo lo demás también lo hará. Esto no es solo una misión de exploración. Es una advertencia.
Sus palabras pesaban en el aire, cargadas de una verdad incómoda que ambos intentaban asimilar. La misión que creían tener bajo control se había convertido en algo mucho más grande, una encrucijada donde el destino del Multiverso parecía depender de su capacidad para entender lo incomprensible. No solo estaban explorando ruinas; estaban caminando sobre los bordes de la realidad misma, y cada paso los acercaba a un abismo que no podían ver pero que sentían en lo más profundo de sus huesos.
Veda revisó su dispositivo de rastreo una vez más, pero la pantalla seguía llena de interferencias. Los mapas que antes podían confiar ahora eran inútiles, y la red de portales que conectaba los Ecos con el resto del Multiverso estaba desapareciendo en un mar de ruido blanco. Era como si las líneas que sostenían la realidad se estuvieran deshilachando, y cada intento de orientarse solo los llevaba de vuelta a un punto de confusión.
Alix sintió una punzada de frustración. Había sido entrenado para enfrentar lo inesperado, pero esto era diferente. Aquí no había enemigos claros, no había un camino a seguir ni una estrategia que pudiera salvarlos. Solo había la sombra constante de un colapso inminente, una amenaza que se extendía más allá de lo que sus ojos podían ver.
—Necesitamos encontrar una forma de contactar con el Consejo —dijo Veda, su voz firme pero cargada de preocupación—. Esto va más allá de cualquier misión. Si los Ecos caen, todos caemos con ellos.
Alix asintió lentamente, sus pensamientos atrapados en una maraña de posibilidades. Sabía que tenían que hacer algo, pero también comprendía que las respuestas no vendrían fácilmente. El Sintiente había dicho que los Ecos eran heridas, cicatrices llenas de recuerdos que no querían ser recordados, y para salvarlos, tendrían que enfrentarse a verdades que quizá no estaban preparados para aceptar.
—No hay marcha atrás —dijo Alix, con una determinación que no había sentido antes—. Encontraremos la forma. Y haremos lo que sea necesario para detener esto.
Las palabras resonaron en el aire, un eco de promesa y desafío que se perdió entre las ruinas. Alix y Veda se miraron, y por un instante, encontraron en los ojos del otro la misma mezcla de miedo y resolución. No estaban solos en esta lucha; estaban juntos, y eso les daba una chispa de esperanza en medio de la incertidumbre.
Con una última mirada a las sombras danzantes, ambos se adentraron de nuevo en el Eco, sabiendo que cada paso era un riesgo calculado y cada decisión un salto al vacío. El paisaje cambiaba constantemente, distorsionándose en formas que desafiaban toda lógica, pero esta vez, Alix y Veda no se dejaron intimidar. Sabían que el camino sería largo y peligroso, pero también comprendían que sus acciones, por pequeñas que fueran, podían marcar la diferencia.
Mientras avanzaban, las sombras seguían susurrando, pero ahora había algo más en esos murmullos, como si los Ecos estuvieran respondiendo a su presencia de una manera nueva, casi expectante. Alix sentía que estaban caminando sobre los vestigios de algo más grande, algo que los llamaba a continuar. Los Ecos no solo eran trampas o enemigos; eran fragmentos de una historia aún por descubrir, y por primera vez, sintió que esa historia también era la suya.
Veda, a su lado, ajustó su rifle y miró hacia el horizonte, donde un débil resplandor azul titilaba en la distancia. No sabía lo que les esperaba, pero la conexión que sentía con este lugar se había vuelto más personal, más urgente. No podían salvar todo, pero podían intentar entenderlo, y eso era suficiente por ahora.
Los dos siguieron adelante, sus figuras recortadas contra el horizonte roto del Eco, moviéndose entre la luz y la oscuridad. Sabían que lo que habían visto y lo que aún descubrirían los cambiaría para siempre, pero estaban dispuestos a enfrentarlo. El Eco vibraba a su alrededor, un susurro constante de advertencia y promesa, y mientras Alix y Veda continuaban, sabían que su viaje acababa de empezar.
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