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22. La primera pista

Pronto llegó el otoño y empezaron las clases. Era mi último año. Lyon no se opuso y además me dejó llevar la ropa normal para ir a clase. Temía que me hiciera llevar sus creaciones. De vez en cuando me cruzaba con Carl en los descansos, pero trataba de pasar desapercibida o si debía saludarle, lo hacía deprisa y seguía mi camino. Muchas veces acompañaba a Lyon, por lo que no me fijaba tanto a mi alrededor. Por las tardes estudiábamos en la habitación de Lyon, en la mesa de la salita en la que no faltaban el té y unas galletas. Los fines de semana salíamos al teatro o a comer fuera o a ver carreras de caballos. Aprovechábamos el buen tiempo para ir a dar un paseo en carroza por el parque y cuando llovía nos sentábamos en el saloncito de su habitación delante de la chimenea, leyendo algo o conversando. De vez en cuando, nos visitaba el médico de la familia para hacernos una revisión y asegurarse de que todo estuviera bien.

Un día de noviembre, salí de clases sola, ya que Lyon no se encontraba bien y se quedó descansando en la cama. Me había quedado la última para ayudar a una profesora a ordenar por orden alfabético unos trabajos que habíamos entregado. Una vez fuera, un coche negro se detuvo frente a mí y salió un hombre vestido de negro con gafas de sol. Tuve un mal presentimiento y salí corriendo hacia el interior del instituto. El hombre se detuvo y volvió al coche, que no parecía querer moverse pronto. Tuve que buscar otra salida. Sin embargo, en cada salida había un coche negro esperando. Me asusté, ya que no entendía qué estaba pasando. Me fijé que uno de los hombres empezó a conversar con el conductor y vi mi oportunidad para salir a hurtadillas y huir. Salí pegada a la pared, tratando de no llamar la atención. Llegué a la esquina y creí que estaba a salvo al doblarla, pero oí que arrancaban el coche y no me quedó más opción que echar a correr.

El coche se detuvo un poco más delante de mí y se abrió la puerta de atrás. No me dio tiempo a frenar y me di con la puerta, cayendo al suelo. Me cogieron y me metieron en el coche. Me ataron las manos a la espalda y me cubrieron los ojos.

- Si sabes lo que te conviene no vas a sacar ni un sonido- me amenazó el hombre mientras notaba la punta de una pistola contra mi cabeza.

Al llegar, me hicieron caminar hasta un lugar donde abrieron una puerta y me hicieron entrar. Pensé que sería un lugar frío, pero notaba el calor de una chimenea. Me dejaron de pie en medio de la habitación y se marcharon. Escuché que informaban a alguien sobre el procedimiento y que esa persona les regañaba por su agresividad. Entró a la habitación, cerró la puerta y se me acercó.

- Disculpa el comportamiento de mis hombres, les dije que no se pasaran. Pero han aprovechado para divertirse un poco.

Esa voz... ¿Era...?

- Te he mandado secuestrar porque de otra forma no hubieras accedido a hablar conmigo, ¿me equivoco?

- No te equivocas.

- Ahora vas a contestarme algunas preguntas...

Sentí su voz a mis espaldas y quise girarme y apartarme, pero di con el sofá y caí encima. Era difícil incorporarse con las manos atadas a la espalda. Él se rió y vino a ayudarme a sentarme bien.

- ¿Es necesario estar con los ojos tapados y las manos atadas?

- Así podrás decir que no viste a quien te secuestró. Lo siento, Sofia, pero un secuestro es un secuestro y si te dejara libre ya no lo sería. Además, tengo el presentimiento de que no te conviene que piensen que estás aquí por propia voluntad... Aunque a mí me encantaría que te echaran y te vinieras conmigo- me susurró.

- Will... Digo, James... Lo siento, no me he acabado de acostumbrar.

- Shhh... No digas mi nombre, no sabes quién soy- me puso un dedo sobre los labios.

Sonreí. Tenía un estilo muy propio y peculiar, pero me gustaba. No apartó su dedo de mis labios, sino que los acarició con la yema del dedo. Me estremecí y sentí una corriente por mi cuerpo. Aunque no le veía, podía adivinar que se había quedado mirando mis labios, deseándolos. Antes de quedarme en trance bajo el hechizo de la caricia, decidí interrumpir.

- ¿Qué me querías preguntar?

Su dedo índice comenzó a deslizarse desde mis labios hasta mi mejilla mientras los demás dedos le seguían. Me hacía cosquillas pero también me resultaba placentero, aunque me ponía un poco nerviosa, pues no era la mejor situación. Lyon debía de estar preocupándose por mí, ya que no regresaba y lo que necesitaba era descansar tranquilo y recuperarse. Terminó la caricia en la mejilla y retiró la mano. Me relajé un poco.

- Dime, ¿qué te hizo Carl?

- Me encerró...

- ¿Dónde?

- Abajo...

- ¿Cuánto tiempo?

- Quizá un mes... Después Lyon me encontró y me ofreció sacarme de ahí, pero me tuve que ir con él, claro.

- Deduzco por la ropa de sirvienta tan sexy que llevabas que te hizo su sirvienta personal y decidió divertirse de paso.

- Sí, pero en realidad me ha tratado bien- dije, aunque en mi mente completé "la mayor parte del tiempo".

- ¿Y por qué parecía que no querías verme esa vez en casa de Carl? Por cierto, ¿qué hacías ahí?

Me quedé en silencio. No quería contestar a ninguna de esas preguntas. Sentí su mano cogiendo mi barbilla y aguardé sus próximos movimientos con un nudo en la garganta.

- ¿Debo acudir a métodos de tortura para hacerte hablar?- insinuó cerca de mis labios, notando su aliento sobre ellos- Ahora mismo estás indefensa en mi guarida. No vas a ninguna parte hasta que me expliques a qué se debió ese comportamiento.

Enrojecí. James siempre tendría esa chispa, hacer que algo así dicho de cierta forma causara el efecto deseado.

- ¿Tortura?- pregunté curiosa.

- ¿Estás segura de que quieres saberlo?

Me lo pensé mejor y negué con la cabeza. Sí, lo mejor sería contestar.

- Te contestaré.

- Así me gusta- se apartó, dejándome espacio y se dispuso a escuchar.

- Carl me amenazó con hacérmelo pasar mal si Lyon decidía dejar de protegerme, y su condición era no acercarme a ti. Pero ese día volví a mi antigua habitación para recuperar el anillo del baile que intercambiaste.

- Así que... ¿te arriesgaste por el anillo que te devolví sin que te dieras cuenta que era el mío?

Notaba su tono pícaro y podía imaginarle con una sonrisa y una mirada a juego. Giré la cabeza para que no me viera sonrojada.

- Bueno, ya contesté a tus preguntas, así que por favor déjame volver con Lyon para evitarme un lío con Carl. Además, no se encuentra bien y lo último que necesita es preocuparse.

- Te dejaré ir con una condición.

- Vale. Pero tendrás que dejar de buscarme hasta que se cumpla el año.

- Hasta que se cumpla el año. Hecho.

Acepté demasiado deprisa. Confiaba demasiado en James como para pensármelo. Insistió en que no sería un secuestro si no mandaba un mensaje pidiendo un rescate por mí al día siguiente, por lo cual esa noche me hizo dormir a su lado, abrazándome. Me desató las manos y aflojó la venda que cubría mis ojos hasta la mañana siguiente y después me volvió a atar para que me llevaran a un lugar neutro donde, tras recibir el dinero a cambio de mi libertad, uno de los hombres de James vino al coche a sacarme y llevarme con el representante de Lyon, pero antes, me metió en la cartera que llevaba a clases el dinero que recibió.

- Instrucciones del señor James- dijo.

- Gracias.

Me llevó con el representante de Lyon y me dejó ahí mientras volvía al coche y se marchaba. El representante me quitó la venda de los ojos y me desató las manos. Me froté los ojos. No podía ver bien. Me entregó unas gafas de sol que agradecí mucho y entré al coche tras darme con la cabeza. No calculé bien. Necesitaría un rato para acostumbrarme. En el camino de regreso, el hombre me contó preocupado:

- El señor Lyon no ha podido venir en persona porque ayer estuvo buscándola hasta la madrugada creyendo que se perdió por el camino aunque debía estar en cama descansando y su enfermedad ha empeorado. Hoy se ha quedado en cama con fiebre.

- ¿Enfermedad?- me asusté.

- Quiero decir, su malestar.

- ¿Cómo de grave es?

- No se preocupe, señorita, le hará sentir peor. Lo único que le ayudará sería que esté a su lado y vea su sonrisa.

No podía esperar a llegar a casa y correr junto a él. Cuando llegué, vi que abría los ojos y sonreía con dificultad.

- Menos mal, estás bien.

- Claro que sí, eres tú quien quiero que esté bien- dije con lágrimas en los ojos.

- Estaré bien ahora que te tengo conmigo.

Solo pude esbozar una sonrisa amarga mientras él volvía a cerrar los ojos para descansar. No me aparté de su lado, incluso me dormí ahí por la noche, sentada junto a la cama y con la cabeza apoyada en la cama, sosteniendo su mano. No podía sacarme de la cabeza que aquel hombre mencionara una "enfermedad"...

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