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8: Regalos.

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Debido a la nueva orden que tiene Obanai de quedarse en casa, es complicado tenerlo sentado y sin nada que hacer.

Sus actividades son: levantarse tarde, comer el desayuno dejado por su marido y luego rondar por toda la casa. Incapaz de encontrar un pasatiempo adecuado.

Al principio fue fácil, su cuerpo le pedía un descanso y eso tuvo, habían días donde se la pasaba durmiendo, solo levantándose a comer o ir el baño, siendo esto último bastante recurrente sin la necesidad de haber bebido tanta agua.

Luego, cuando su cuerpo descansó por completo, Obanai se empezó a sentir inquieto, puesto que las horas dejaron de pasarse en sueños agradables.

Hace lo que puede y lo que está en su disposición, porque aunque haya pensado en limpiar sabe que Tomioka se lo prohibió, por algo él se encarga de eso.

Decide jugar con Kaburamaru, con una pequeña varilla que tiene en la punta un liston rojo y lo sacude alrededor de la serpiente. El animal lo persigue de un lado a otro, feliz de la atención.

Pero luego del sexto día haciendo lo mismo, Kaburamaru parece odiar tener la atención sobre él, negándose a salir de su espacio, dejando a su querido dueño aburrido otra vez.

Sus manos van a su vientre, el cual está bastante más notable, pero nada grande, después suspira y se recuesta en el respaldar del sofá, decidiendo pensar en algo que no ha llegado a considerar.

¿Será niño o niña?

Y de ser ese el caso, ¿qué nombre le pondrían?

¿Qué le gustaría a Giyū?

Su rostro sube al techo, donde se queda quieto, dejando que su imaginación fluya con toda la calma que puede tener.

En ambos casos estaría bien, Obanai estaba bastante seguro de no tener preferencias, puesto que ambos tendrían sus molestias.

Si la criatura fuese una niña, ya se imagina quejándose una mañana antes de ir a la escuela sobre el cabello despeinado de la pequeña, o de tener que soportar las horribles canciones de princesas durante los primeros 10 años. También tendría que llevarla a clases particulares de alguna cosa.

Y en el dado caso de ser varón, ¿no será más revoltoso? ¡Jura que lo mataría si de puro accidente le rompe una ventana jugando! Igualmente, sería muy estresante tener que llevarlo a clases de fútbol, básquet o cualquier deporte de turno donde los niños se inscriben para que los padres se los saquen de encima 3 horas...

Bueno, su bebé ni siquiera ha nacido y ya se encuentra frustrado de situaciones hipotéticas, planeando meterlo en algun pasatiempo regular para no tener que aguantarlo todo el día.

Sus pensamientos cambian, ahora pensando en el nombre, ¿cual podría ser? No sabe, por lo que su mente maquina un par pero ninguno es de su agrado, y en todo caso le gustaría escuchar las opciones que tiene Giyū para ofrecerle.

Cuando menos se lo espera, la puerta es tocada con insistencia, Iguro rodando los ojos se levanta para abrir. Sus pies hormigueando después de durar tanto sentado.

Para su sorpresa, es Sanemi quien lo visita y por ende alza una ceja bastante extrañado.

—¿Qué haces aquí? ¿Quién te invitó?

Obanai pregunta, con sus brazos cruzados mientras observa de arriba a abajo a su mejor amigo.

—Se dice: "hola, buenas tardes, Sanemi. Puedes pasar."— Corrige fastidiado y empuja a Obanai a un lado para entrar como perro por su casa.

El gesto enoja a Iguro, no por el empujón en si, sino por la manera tan suave en la que el hombre lo trató. Diferente a la rudeza habitual.

Le molesta que el trato cambie, es como si le dijeran "delicado", pero lo único que lo reconforta es que la preocupación va hacia el bebé, no a él.

Los bebés sí son delicados.

Cierra la puerta y camina hasta la sala, donde el hombre ya estaba sentado mientras observaba el coche.

—No puede ser, Obanai... ¿No haz movido el coche? ¿en serio?— Queja el menor, mirando con enojo al más bajito tomar asiento en el sillón de enfrente.— ¿Tienes idea de lo que costó esa cosa? ¡Al menos guárdala en la habitación del bebé!

—¿Cuál habitación, Sanemi?— Pregunta Obanai, incapaz de quitar el gesto molesto de su rostro.— No tengo idea de dónde poner al mocoso cuando nazca.

Shinazugawa mira a su amigo para suspirar, recostarse por completo en el mueble y mirar al techo, arrugando su expresión como si le estuvieran dando un castigo.

—Si quieres...— El albino habla despacio, siendo algo muy extraño.—... puedo ayudarte con eso.

Obanai lo mira con interrogación, una ceja alzada con mucha desconfianza.

—¿Tú? ¿Tú qué sabes de bebés?

—Me subestimas.— Expresa con exageración.— ¿Tienes idea de lo que es tratar con 6 hermanos menores? ¡Soy un experto en cambiar pañales!

Y eso, le da una idea al mayor.

—¿Estás insinuando que quieres ser su niñero designado?

—¿Eh? ¡Yo no dije eso, tonto!

—Pero eso serás, no quiero escuchar tus quejas.— Finalmente Obanai se levanta del mueble.

El más bajito invita a Sanemi a subir las escaleras, tomándole silenciosamente la palabra con respecto la ayuda con la habitación. Al menos que le aconseje cuál podría servirle.

—Hay tres habitaciones desocupadas, cada una más polvorienta y mugrosa que la anterior.— Explica, abriendo una puerta de las nombradas a lazar.

Una pequeña brisa de polvo sale haciendo estornudar a Sanemi.

—Di-Dios...— Queja, llevando una mano a su nariz.— Pensé que un obsesionado con la limpieza tendría su casa impecable.

—Culpa de Giyū.— Acusa.— No me deja limpiar, pero se niega a acomodar estas habitaciones porque: "no tiene sentido si no se usan."

—... Tiene razón.

—Son unos cerdos.

Y con ese comentario, Obanai siguió caminando para mostrarle las otras dos habitaciones que sobran.

Tenían cajas, todas estando muy bien acomodadas, pero debido a la falta de limpieza el polvo y un poco de las telarañas cubrían las esquinas.

Parecía como si hubieran pasado años desde la última vez que alguien pasó una aspiradora, cuando en realidad apenas y se cumplen 4 meses.

—¿Y bien? Según tú, cambiador de pañales profesional, ¿cuál habitación está mejor?

Sanemi suspira y se rasca la nuca, casi como si le dijera la obvio.

—Todas son una mierda, matarás al bebé si no le haces una limpieza profunda antes.— El mayor rueda los ojos, como si no supiera eso.— Pero la que está enfrente de la habitación matrimonial me gusta.

Obanai asiente, como si lo anotara en una lista de cosas importantes mentalmente.

—Si te soy sincero, no deberías preocuparte demasiado en su habitación.— El hombre casado lo mira con duda.— Cuando ese mocoso nazca, Tomioka no permitirá que duerma en un cuarto aparte, querrá verlo todo el tiempo.

Obanai arruga su expresión, intentando negar pero reconociendo perfectamente que el albino tiene razón.

—Es mas, en lo que deberías preocuparte es que ese idiota no te saque de la cama para darle más espacio al bebé.

Nuevamente, la posibilidad es palpable y muy posible, por ende Obanai suelta un pequeño "tsk" y sin decir una palabra baja a la cocina con intención de comerse algo.

Por alguna razón, se le había antojado un poco de la pizza congelada del día anterior, y cuando la puso a calentar fue solo cuestión de tiempo para escuchar la voz burlona de Sanemi a sus espaldas.

—Jamás pensé vivir lo suficiente para verte comer comida chatarra.— Shinazugawa se sigue riendo.

—No es como si tuviera opciones.— Explica, apoyándose en el mesón de la cocina mirando con cansancio al menor.— El bebé parece que quiere nacer con sobrepeso.

—O que tú tengas el sobrepeso, ¡mírate!— Exclama exagerado, señalando con el dedo y su estúpida sonrisa al más bajito.— Ya no pareces anoréxico, ¿cuántos kilos has aumentado? ¿5?

Obanai frunce el ceño y mira a un costado, sonrojandose un poco.

—... 9 kilos.— Murmura, dejando que Sanemi se siga riendo de su repentino "sobrepeso".— Me veo como un cerdo.

—Te ves como una persona normal, no jodas.

Aún así, Obanai sigue molesto con su apariencia, no se había dado cuenta antes. Pero ahora que se ve en el suave reflejo de los azulejos de la cocina, es que se percata que está más cachetón con sus brazos gordos.

Después baja y, obviamente, se consigue con su pequeña panza, sus caderas más anchas y sus piernas gruesas.

Sin hablar de sus pies, cada que se quita sus pantuflas debe ver cómo parece que ha aumentado una talla más de calzado.

Tampoco quiere hablar de su ropa, debe usar pijamas sueltas de algodón si no quiere parecer, según él, "un bollo mal amarrado."

El sonido del microondas le avisa que ya está lista su pizza.

Pizza.

Va a seguir engordando.

Pero cuando menos se lo esperó, ya estaba sentado en el comedor comiendose la segunda rebanada con total calma. Después podía quejarse libremente de su peso.

Sanemi, quien se había quedado esperando que le ofreciera al menos un pedazo, solo pudo mirar con ofensa al mayor.

—Ojala te conviertas en un cerdo, infeliz,

—Déjame en paz.

Sanemi murmura un insulto y Obanai lo contesta con otros murmullos insultantes, comenzando una pequeña pelea que acabó cuando Obanai terminó su pizza, y se levantó para buscar helado y eso sí lo compartió con Shinazugawa.

Siguieron hablando un poco, ya no del embarazo, Sanemi parecía un poco estresado por sus hermanos y ventiló sus problemas con el mayor, pero de pronto se levanta de la mesa apresuradamente.

—¿E-eh?— Obanai alza la ceja.— ¿Qué te pasa?

—¡Tengo unos regalos para el bebé en el carro!— Dice y luego se va, probablemente para buscarlo.

Obanai solo se queda pensando, como si su mente estuviera cargando y procesando lo que su amigo había dicho, hasta que...

—¿... Regalos...?— Susurra, como si fuera inaudito.

¿Los bebés deben tener regalos? Se pregunta, como si la idea jamás se le hubiera ocurrido antes.

Es decir, cosas, sí, los niños deben tener cosas pero... ¿por qué de bebés? No son consientes de si mismos, ¿por qué un regalo?

¿Eso quiere decir que, constantemente, debo comprarle regalos?

No.

No quiero.

Su mirada baja a su vientre abultado, sus manos acarician por encima de la ropa.

—Solo te daré un regalo cada navidad, nada más...— Murmura.— No quiero que llores en cumpleaños o fechas especiales porque no voy a darte nada,  ¿entiendes?— Le habla como si el bebé pudiera entender o siquiera escuchar lo que dice.

Satisfecho con su advertencia, tomó el helado con una mano y la cucharilla con la otra, se levantó de la silla y caminó lentamente hasta la sala, esperando a que su amigo llegue con los regalos.

Quedándose con los ojos sobre abiertos cuando lo vió llegar.

Unos adornos flotantes para la inexistente cuna que se niega a comprar.

Una caja de bloques de madera para construir, junto con un juego completo de "alfombras" de plástico para colocar en el suelo.

Pero lo que más llamó su atención fue el peluche de jirafa que, aproximadamente, era del mismo tamaño que todo el torso de Sanemi.

Obanai se metió una cucharada de helado en la boca, anonadado.

—Sanemi...— Susurra, parpadeando con incredulidad y después se reincorpora para mejorar su posición, decide actuar con normalidad.— ¿Por qué una jirafa? Son aburridas.

—¿Cómo que por qué? Es para que el bebé tenga una buena motivación y crezca, ¿o quieres que sea igual de enano que tú?

Obanai está demasiado sorprendido por los regalos como para quejarse del insulto, por eso solo hace una seña de ofensa y se acerca con cuidado con los objetos que su amigo echa al sillón.

El señor de Tomioka miraba las cosas como si fueran entes extraterrestres, fuera de este mundo.

Colores pasteles, diseños demasiado infantiles para su gusto.

¿Dónde demonios pondría esa alfombra? Es de pésimo gusto tener que conectar todas sus piezas como si fuera un rompe cabezas de colores chillones.

Y los bloques de madera, ¿los tendrá que recoger él después de que su bebé juegue?

Y esos estúpidos muñequitos flotantes, le recuerdan que debe comprar una cuna.

—Más basura para la casa, gracias, idiota.

Aún con su queja, en el fondo suena agradecido y Shinazugawa lo sabe, es solo que Obanai es muy orgulloso para aceptarlo a la primera.

—Las únicas basuras que viven aquí son tu esposo y tú, deja de quejarte.

Y con ese pequeño insulto, fue que sin explicación coherente Obanai se molestó, echando a Sanemi de la casa, como si el menor jamás hubiera dicho algo similar antes.

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