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3: Posibles problemas.

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Faltaban un par de días para que se cumpliera un mes desde que Obanai le había pedido tontamente un deseo a la estrella, como si tuviera sólo un dígito en su edad.

Ha dejado de pensar en eso, simplemente lo diagnóstica cómo un producto de su sentimentalismo del momento, estando aun preocupado sobre ser suficiente para Giyū ahora que sabe su pequeño capricho.

Sin embargo, con el pasar del tiempo Obanai simplemente dejó de pensar en ello, esa conversación se quedó como algo secundario, sin mucha importancia en la vida que estaban viviendo ahora; la realidad.

Tomioka no ha mostrado verbalmente otra vez su interés en niños, el menor no volvió a pronunciar una palabra al respecto y ahora ambos son felices haciendo lo posible para consentir a Kaburamaru.

Había comenzado por Giyū, quien decidido en mostrarle a Obanai que de veras quería a la serpiente, le comenzó comprando una jaula de cristal más grande, gracias a eso su esposo lo tomó como competencia por el amor de Kaburamaru, y prosiguió a comprarle juguetes que el animal jamás tocó, pero la intención fue la que contó, porque luego Tomioka compró accesorios para la jaula y Obanai prefirió darle su comida favorita.

Era una pelea silenciosa, ambos divirtiéndose a su propia manera, hasta que finalmente la pobre serpiente se aburrió de ambos y ya ni siquiera estaba interesada en acercarse a sus dueños.

Eso fue una derrota para ambos, doliendo por completo en el orgullo de Obanai, pero no le dolió tanto como el dolor de cabeza que sentía en este momento.

El pobre hombre estaba sentado en el comedor, con una mano en su frente, preguntándose tan insistentemente qué había hecho para sentirse de esa manera, estaba con fatiga, sintiéndose raramente pesado. Eso no tenía sentido para él, apenas eran las 9 de la mañana, ni siquiera habia hecho el desayuno.

No sentía energías y tampoco tenía el humor para mantenerse optimista por Giyū, aún así hizo un intento, suspirando, logrando una respiración calmada y concentrada antes de armarse de valor y levantarse de la silla con rapidez.

Sus rodillas tambalearon un poco, al mismo tiempo su mente empezó a dar vueltas, ¿por qué estaba mareado? La pregunta era muy estúpida, Iguro es consiente que no ha estado comiendo bien, aunque también es tonta esa explicación, él jamás come adecuadamente.

Se sostuvo al mesón, era incapaz de hacer algún movimiento correcto, deseó volver a sentarse, pero si de casualidad se movía un poquito su visión parpadeaba en luces oscuras, ¿se le estaba bajando la presión? ¿o esto significa que le está subiendo? No lo sabía, sinceramente se maldecia por jamás prestar atención a sus clases de primeros auxilios.

Tal vez algún valor lo tenga bajo, era normal viniendo de él, incluso puede estar en riesgo de anemia otra vez. ¡Qué molestia para Obanai! No puede durar un par de meses sin enfermarse.

Se resignó, no le quedó de otra.

—¡Giyū! ¡ven rápido!— Gritó, esperando a que su esposo responda a su llamado, si es que ese hombre no se había dormido unos "cinco minutos más". Su propia voz le perforó los oídos, su cerebro dando palpitaciones fuertes contra su cráneo.— Ugh, maldición...— Susurró, cerrando los ojos.

No recibió respuesta, Obanai no pensó gritar otra vez y agradeció cuando escuchó los pasos de Tomioka bajar las escaleras apresuradamente, se pudo oír como Giyū terminó por tropezarse en el último escalón.

—Si será idiota...— Murmura.

—¿Qué pasa, amor?— La cabeza de Tomioka se asomó por el pasillo antes de finalmente dejarse ver, aún con un aspecto de sueño, conservando la cara sucia y adormilada con la pijama puesta. El hombre suelta un bostezo.— ¿Ya hiciste el desayuno?

Por algún motivo desconocido, el menor detestó que Giyū tuviera la comodidad de levantarse más tarde y solo despertar por el desayuno. ¡No era justo!

A Obanai parece ser que se le olvidó que él mismo disfrutaba de hacerlo, siempre sacando a Tomioka de la cocina a patadas cuando su marido quería cocinar algo.

¿Qué podría decir? A Iguro le entretenía cocinar, era mucho mejor que comer.

Pero ahora es todo lo contrario; quiere comer mas no quiere cocinar, no quiere levantar ni un dedo.

—¡No, tonto! ¡No hice el maldito desayuno! ¡¿A caso piensas que todo lo debo hacer yo o qué?!— Exclamó molesto y Giyū se despertó por completo tras el regaño.— Ay, mierda.— Otra vez una punzada, llevó sus manos a la frente otra vez, cerrando los ojos y aguantando la respiración un par de segundos, no quería seguir estando allí parado.— No me... No me siento bien.— Admite, arrugando las cejas y los labios en muecas cuando su marido se acerca.

—O-Oh, entiendo.— Dice Tomioka con precaución, acercándose lentamente al menor.

Lo conocía muy bien, es por eso que se siente extrañado que Iguro le haya gritado.

Desde que su relación se volvió intima Obanai jamás le había regañado, y cuando comenzaron a vivir juntos Iguro nunca se había quejado de cocinar, todo lo contrario, siempre quería lucirse con los platillos. Tomioka sabía muy bien que su esposo disfrutaba de verlo comer.

Se preocupó un poco, ¿qué tendrá?

Giyū acarició el hombro de Obanai, cuando tuvo la certeza de no ser rechazado se acercó un poco más.

—¿Qué tienes? ¿Te duele algo?— Habla despacio y su voz pareciera sonar como un sutil canto, el más bajito asintió suavemente.— ¿Qué te duele? ¿La cabeza, amor?— Otro asentamiento y después un tambaleo a su pecho, Iguro se dejó caer en los brazos de su esposo, un pequeño fallo en sus piernas.— O-Obanai, te llevaré a la cama.

Iguro no dijo mayor cosa, ni siquiera siguió conservando su mal humor, se sentía extraño. No podía dejar de sentir extrañas pesadeces en sus extremidades, como si su cuerpo estuviera hecho de rocas.

Aunque lo peor no vino con su dolor de cabeza, mareos y fatiga, eso podría deberse a una intoxicación, Tomioka no estaba verdaderamente preocupado, hasta que...

—¿Podrías hacer de desayuno panqueques?— Preguntó Obanai mirando insistentemente a Giyū, quien se quedó quieto en su sitio, mirando con sus ojos destilando preocupación al más bajito.— Quiero 4.

Definitivamente este no es mi marido.

El cerebro de Tomioka hizo que su caminata se detuviera a la mitad de las escaleras, provocando que Obanai también se detenga. Ahora el más bajito se tambaleó un segundo, pero no evitó que mirara extrañado a Giyū.

—Amor, ¿panqueques? ¿estás seguro?— Pregunta Tomioka, hasta llegó a considerar que escuchó mal.— ¿4 panqueques?

¡Obanai detesta lo dulce!

Y mucho menos, en el dado caso de obligarse a comer, se comería 4. A lo mucho 1, esto no tiene sentido.

—¿Hay un problema? Me provocó, ¿qué tiene?— Como si Iguro no se conociera así mismo, pregunta el porqué de la extrañeza en el rostro de su esposo, arrugando las cejas en el proceso; un tanto por la molestia de la pregunta y otro tanto por los dolores que le causan las luces.

Tomioka evita decir lo obvio, solo niega con la cabeza y vuelve a acercarse un poco a su marido, sonriendo dulcemente.

—No es nada, vamos a la cama.— Y así, sin decir alguna palabra Tomioka siguió caminando.

Obanai fue guiado hasta la habitación matrimonial, donde fue acostado en la cama y el bombillo de la habitación fue bajado hasta llegar a una luz agradable para Iguro.

Giyū pasó su mano por la frente de Obanai, buscando una señal de fiebre pero no hubo nada, su temperatura estaba bien, lo normal de todos los días. Es por eso que hace una especie de mueca confusa.

—¿Quieres un té?— Pregunta Tomioka.— ¿Qué más sientes?

—Mareado y cansado.— Confiesa, recostandose aún más en la suavidad del colchón.— Debe ser hambre, supongo.— Mueve la cabeza a un lado, mirando a Tomioka mientras sentía algo extraño. 

Obanai se sentía demasiado fuera de lugar, pero al mismo tiempo, sabía que todo estaba bien. Solo son unos mareos y unos pocos problemas de salud que se quitarían rápidamente, pero en su interior, aunque no pueda comprobarlo, sabía que algo no estaba del todo bien, habían cosas extrañas.

—Haré los panqueques, ¡quédate tranquilo!— Tomioka parece ser que se "activo" después de darle un beso en la frente a su esposo.— Ya te traigo el té.

Y así se fue, dejando a Obanai acostado y preocupado, mirando al techo con una sensación de náuseas apareciendo en el fondo de su garganta.

No está bien.

Y en definitiva, tras esa mañana, no ha estado bien.

Desde ese día se ha sentido cada vez más fatigado. Ha pasado poco más de una semana, una semana llena de mareos y náuseas durante las mañanas, cambios de humor bruscos durante las tardes y ganas de comer comida insoportablemente dulce en las noches.

Obanai se había hecho un par de exámenes, y si bien algunas cosas las tiene altas y otras bajas, no explica todo lo que le está sucediendo. Los doctores le dicen que está bien, le ofrecen medicamentos para los síntomas, pero simplemente es como si su cuerpo rechazara las pastillas, ¿qué puede hacer ahora?

No va a comunicárselo a Giyū, al menos por unos días, confía en que puede mantener sus síntomas a raya y no preocupar a su esposo, pero es muy difícil cuando este día parece ser una pesadilla.

Hay visita, una amiga de su marido, también es amiga de Obanai, pero Iguro siempre toma su distancia, aún así el hombre ha estado intentando atender a la visita mientras su esposo conversa con ella.

Algo pequeño, después quiere acostarse y no salir de su habitación, pero es que no puede con las malditas náuseas.

Mientras prepara el té y acomoda los dangos en unos platos, puede sentir el ardor característico de la bilis querer salir de su garganta, sus ojos parecían moverse en círculos y su cuerpo estaba muy lento, apenas podía mantenerse firme en su propia posición.

Debería pedirle ayuda a Tomioka, pero había estado dependiendo mucho de él. Su avaricia y egoísmo se hacían cada vez más fuertes y exigían mucha más atención de lo acostumbrado, aunque claro, según Obanai, Giyū no se ha percatado de eso.

El señor de Tomioka suspira, entrecierra los ojos para calmar sus síntomas corporales y camina hasta la sala de estar, siendo lento y cuidadoso cuando se dejó ver a los presentes.

—Aquí les traje u-unos...— De imprevisto le faltó el aire por un segundo, Obanai respira profundo.

Grave error.

Como si no se hubiese visto obligado a comer unos dangos hace unos segundos, el olor dulce del postre le llegó al cerebro, empeoró sus náuseas y los mareos aumentaron considerablemente.

Obanai solo puede volverse pálido, mirando a la nada mientras sus músculos se entumecian con cada segundo.

—¿Amor?— Pregunta Giyū, mirando preocupado a su marido para después volver la vista hasta Kochō, quien se quedó igual de preocupada observando a Obanai. Tomioka volvió hasta el hombre.— ¿Qué tienes...? ¡¿Obanai?!

Como si el cuerpo de Iguro fuese de trapo se desplomó. Justo después del sonido de un plato rompiéndose en mil pedazos en el suelo, fue acompañado por Obanai, cayendo estrepitosamente en el suelo en señal de haberse desmayado sin explicación alguna.

La primera persona en reaccionar fue Shinobu, moviéndose del sillón para acercarse al azabache, estando bastante "acostumbrada", por decirlo de alguna manera, a estas cosas al ser Doctora. Mientras que Tomioka tuvo que parpadear un par de veces para terminar de despertar y moverse hasta su marido.

Movió el cuerpo dormido de Iguro, bastante preocupado y con pequeñas desesperaciones.

¿Por qué sucede esto?

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