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Akane vuelve al bosque de los deseos

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Akane vuelve al Bosque de los deseos

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—¡Te has vuelto loca! —gritó P-chan a pleno pulmón. Estaban en la calle, las temperaturas estaban a bajo cero grados y aunque la chica le apretaba fuerte contra su pecho mientras corría a toda velocidad por una ciudad desierta, el pequeño cerdito se moría de frío y de incertidumbre—. ¡¿De verdad crees que vas a conseguirlo?!

—¡¡Tengo que intentarlo al menos!! —chilló Akane. El viento le zumbaba en los oídos por la velocidad. Consiguió arañar esas palabras a pesar de que se estaba quedando sin aire en sus pulmones—. ¡¡Ranma nunca se rinde y yo tampoco!!

—¡Pero si has hablado con él y va a volver! ¡Creí que estabas decidida a quedarte aquí!

Ella también lo había pensado, estaba casi segura de que era estúpido insistir en descubrir su deseo y que la vida en ese mundo tampoco sería tan mala, con mayor razón ahora que sabía que su marido iba a volver y que todo estaba bien entre ellos.

Sin embargo...

Conozco a Ranma mejor que nadie se dijo. Y a pesar de esos tres años, ese hecho no había cambiado. Sabía reconocer sus verdaderos sentimientos tan solo por su tono de voz y aunque era cierto todo lo que el chico le había dicho, Akane había percibido una nota de tristeza cuando él mencionó las otras navidades. Sí que lamenta lo que pasó.

¡Y ella también!

Aunque Ranma no la culpara, el recuerdo de sus primeras navidades casados era algo demasiado importante como para que estuviera ensombrecido por una discusión absurda. En cuanto se dio cuenta de ello, miró al reloj y descubrió que aún le quedaban veinte minutos antes de que acabara el plazo del deseo.

Y sintió una intensa confianza en sí misma. ¡Aún podía arreglarlo! Si hacía realidad su deseo, podría volver a esas navidades y evitar que todo se estropeara.

¡Podía hacerlo! ¡Por su familia, por Ranma!

Pero sobre todo por sí misma. Porque no se merecía pasar tres años sintiéndose culpable.

¿Y cómo lo haría? Al instante lo supo; solo había un modo de descubrir cuál había sido su deseo: regresar al Bosque de deseos y encontrar su tarjeta.

—¡Pero es absurdo! —replicaba P-chan, tiritando entre sus brazos y muerto de miedo—. ¡¿Y si el Bosque ya no existe?! ¡A estas alturas puede haber desaparecido!

—¡No, tiene que estar! ¡Seguro que está!

—¡Eso no lo sabes! —Las calles estaban silenciosas, pero heladas por el frío. Todo el mundo estaba en el interior de sus hogares celebrando la navidad, así que ellos eran los únicos que estaban fuera. Sus largas zancadas restallaban contra el asfalto congelado. La chica se tambaleaba una y otra vez, a punto de caer, pero siempre se equilibraba a tiempo—. ¡Y aunque estuviera allí, sus puertas estarán cerradas! ¡Es casi medianoche!

—¡De todos modos entraré!

—¡Es inútil, Akane! ¡Casi no queda tiempo!

—¡¡¡NO!!! —La chica apretó el paso. Se sentía sudar bajo las capas de ropa, pero de sus labios salían volutas de vaho cada vez mayores—. ¡¡Lo lograré!! ¡¡Estoy segura!!

Así que siguió corriendo. Sin pensar en que las piernas le hormigueaban y le ardían por el esfuerzo de correr sin resbalarse, sin pensar en que el frío se le hincaba como agujas de acero en el rostro y en el cuello, sin pensar en que, en realidad, su plan se sostenía sobre una lógica muy fina, casi inexistente y la posibilidad de llegar a la calle principal y que el bosque hubiera desaparecido era mucho más probable que siguiera allí después de tres años.

No pensó en nada. Solo siguió corriendo concentrada en no desfallecer.

Atravesó carreteras gélidas donde tan solo vio algún haz de luz lejano y las luces de los semáforos parecían cambiar con extrema lentitud. Recorrió callejuelas y avenidas, siguiendo la ruta más directa que su cerebro podía recordar y cuando empezó a ver adornos, sintió que el corazón se le aligeraba un poco.

Avanzó entre las tiendas, con los ojos ardiéndole por el frío y no parpadeó. Ascendió una leve cuesta que la hizo jadear, pero cuando por fin estuvo arriba, apareció ante sus ojos el bosque y se le escapó un resoplido, porque no le quedaban fuerzas para lanzar un grito de júbilo.

¡Ahí estaba!

Tal y como lo recordaba, al final de la larguísima avenida comercial de Nerima que estaba igual de engalanada que en sus recuerdos. Los tarros con velas encendidas a lo largo del paseo iluminaban los escaparates de manera silenciosa; el mágico temblor de sus llamas creó el efecto de que la calle se balanceaba frente a ella. Akane luchó por recuperar el aliento y se pasó una mano por la frente.

—Te dije que estaría —murmuró, orgullosa. El pabellón de cristal estaba vacío, lo único que lo iluminaba era el reflejo desvaído de una farola. Habían retirado la alfombra roja y las puertas estaban cerradas—. Tengo que entrar como sea.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harás?

—Las paredes son de cristal...

—¡¿Estás pensando en hacer añicos la pared?! —Si bien no era la idea más apetecible de todas, Akane estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario. Había encontrado el bosque y no iba a detenerse ante nada—. ¡Espera! ¿Qué es eso?

El sonido de unos pasos retumbó en la quietud de la calle. Akane se ocultó tras una esquina justo antes de que un tipo vestido con uniforme apareciera por una de las intersecciones. Avanzó hasta el centro de la avenida y se tambaleó al dejar salir un bostezo enorme. Se rascó la cabeza, miró a su alrededor y tras meterse las manos en los bolsillos, empezó a pasearse sin demasiado interés.

Ese uniforme pensó ella, frunciendo el ceño. Se parece mucho al que llevaba ese chico tan pesado que repartía las tarjetas para los deseos.

—¡Debe ser un guardia de seguridad! —exclamó ella—. ¡¿Qué hace nadie vigilando esto en Navidad?!

—¿Qué importa? —replicó P-chan, que de pronto parecía muy aliviado—. ¡Este plan no habría funcionado de ningún modo! Aunque hubieses podido entrar al bosque, tu deseo ya no estaría allí.

>>. Recuerda que este no es el mismo bosque en el que tú estuviste. ¡Han pasado tres años! La tarjeta con tu deseo se perdió hace mucho.

—Tonterías —gruño Akane. Observó los movimientos de guarda y se pegó a la pared, estirándose lo más posible para quedar oculta—. No pienso rendirme. ¡Aún me queda tiempo!

—¡Te quedan menos de diez minutos!

La chica le tapó el hocico al cerdo con la mano y aunque se revolvió con todas sus fuerzas, ella no desistió. Esperó a que el hombre se girara, y avanzó de puntillas hacia la siguiente tienda para ocultarse tras uno de los árboles decorados cuando este volvió a mirar.

¡Estaba decidida a conseguirlo aun cuando solo le quedaran unos pocos segundos!

Akane aguantó la respiración y puso toda su atención en lo que el guardia hacía, y cada vez que este se distraía con algo o se detenía a mirar su reflejo en un escaparate, ella avanzaba unos metros lo más deprisa que podía. Después se escondía y esperaba con la mente enfocada en que cada vez estaba más cerca de su objetivo.

El pabellón de cristal empezó a acercarse y pudo distinguir las sombras de los árboles, con sus ramas llenas de deseos, al otro lado. Se mordió el labio inferior y siguió avanzando. Se olvidó del frío, del tiempo y del animal que le estaba babeando la mano; únicamente era consciente del guardia y de mantener el equilibrio entre carrera y carrera para no caerse.

Cuando al fin estuvo detrás de un enorme macetón decorativo junto al pabellón, tuvo que esperar a que el desconocido se perdiera por otra de las calles que cruzaban la avenida, pero tuvo suerte y entonces fue que se atrevió a mirar el reloj. La sensación fue como recibir un puñetazo en el estómago; apenas le quedaban siete minutos.

—No lo lograrás... —insistió P-chan al dejarle en el suelo.

Le ignoró y miró a su alrededor.

Su única opción sería romper uno de los cristales. ¡Medidas desesperadas! Abrir un agujero lo bastante grande como para entrar, de un solo golpe, porque el estropicio alertaría al hombre y entonces trataría de detenerla.

En caso de que no tuviera éxito... era posible que la detuvieran. ¿La llevarían a la cárcel? ¡¿En Navidad?!

No pienses eso se dijo, apretando los puños.

Respiró hondo y adoptó una expresión decidida, resolutiva... esperando que su ánimo se contagiara un poco más de esa determinación. Tenía que ser rápida, eficaz y sobre todo no dudar. Si dejaba que la más mínima vacilación la dominara, fallaría.

No fallaré se dijo, convencida. Estoy convencida de que puedo hacerlo. Encontraré mi deseo, lo haré realidad y volveré a casa.

Aunque solo le quedaran siete minutos.

Cogió una de las macetas de menor tamaño que había en el suelo y la alzó con todas sus fuerzas.

—Por favor, Akane... ¡Esto no puede salir bien! —P-chan se echó a temblar a sus pies—. ¡Tu deseo no está ahí dentro!

Pero ya no había tiempo para escuchar nada más. Tomó impulso y lanzó la maceta contra el cristal. Se cubrió los ojos con los brazos y el sonido del impacto pareció ser el de una tormenta partiendo el cielo. Al mirar descubrió que gran parte del cristal estaba agrietado, pero no roto. Sin pensar, lanzó una patada que terminó de echarlo abajo y se coló dentro, rasgándose una mejilla con uno de los cristales que quedaron. Aunque apenas sintió nada, pues la emoción la sobrecogió al encontrarse de nuevo con la frialdad y el olor a tierra mojada del bosque.

Esa atmosfera familiar que era idéntica a la de la vez anterior la animó hasta que escuchó un grito a su espalda.

—¡¡Eh, tú!! ¡¡ ¿Qué diablos haces?!! —El guardia, que no se había alejado mucho del pabellón, corría hacia ella agitando una porra en su mano—. ¡¡Quieta!! ¡¡Llamaré a la policía!!

—¡¡Akane!! —P-chan saltó a su lado, histérico.

La chica echó a correr y se internó entre los árboles. Trató de recordar la ruta que había seguido la primera vez pero todo estaba demasiado oscuro y por más que miraba, nada le resultaba conocido.

Empezó a ponerse nerviosa y la respiración se le atascó en la garganta. Se puso a girar en torno a sí misma, repasando los árboles y las tarjetas pero no veía nada que la ayudara a orientarse.

—¡¡Te dije que no es el mismo bosque!!

—¡Calla! —exigió ella, llevándose las manos al pecho. ¡Tenía que concentrarse! El árbol con su deseo estaba allí, ¡seguro! Tenía que estar.

—¡¡Jovencita, te has metido en un buen lío!!

El guardia había entrado a buscarla. Asustada, la joven siguió corriendo, rodeando abetos y tropezando con las tuberías invisibles en el suelo. Comenzó a jadear por el esfuerzo o por el miedo, no lo sabía. Quizás también por la desesperación... ¿Y si P-chan llevaba razón?

¿Y si su deseo no estaba allí?

¡Me van a meter en la cárcel! Se lamentó, nerviosa. No veré a mi familia, ni a Ranma... ¡¿qué estoy haciendo aquí?!

¿Había sido una idea estúpida?

Aun así, Akane siguió avanzando, huyendo de los gritos encolerizados del hombre y del haz de su linterna. Se encogió tras un árbol especialmente grueso y esperó a que se le ocurriera un plan mejor. P-chan, que también parecía asustado, se acurrucó contra sus piernas.

—¿Qué hacemos ahora? —Le preguntó.

¡No lo sabía!

Echó la cabeza hacia atrás y apretó los párpados. ¿Por qué no podía recordar su deseo? ¿Por qué había tenido que pedirlo si quiera? ¡Su vida de antes era maravillosa! Si ella misma no se la hubiera complicado con sus exageradas expectativas y su nefasta auto exigencia aquello no habría ocurrido.

De la frustración que sintió consigo misma, Akane se dio un cabezazo contra la madera.

—¡Ah! —soltó, al calcular mal la fuerza. Parpadeó y sus ojos vieron como el chorro de luz de la linterna del guarda asomaba por entre las ramas del árbol. Se rompía en cientos de partículas diminutas de luz blanca que flotaron entre las agujas de las ramas y dibujaron el contorno de las tarjetas. Justo sobre su cabeza, vio una tarjeta que parecía estar a punto de romperse; tenía una raja en el agujero por haber sido encajada en la rama a la fuerza—. ¡Mi tarjeta! —gritó sin querer.

—¡¡¿Dónde estás?!! —rugió el otro y la luz desapareció del árbol.

Pero no importaba porque ella la había visto. Su tarjeta. ¡Estaba segura de que era la suya!

Se puso en pie de un salto y se estiró, tratando de cogerla.

—¡Es imposible! —exclamó P-chan.

No, no lo es se dijo Akane. Se estiró tanto que sus gemelos fueron atravesados por una punzada de dolor insoportable. Es magia... así que nada es imposible.

A su espalda, volvió a aparecer la luz de la linterna. La presencia del hombre se hizo evidente y sus gritos, más fuertes y horribles.

—¡Te encontré! —Chilló. Pero Akane ni le miró. Estiró el cuello, alargó el brazo todo lo que pudo y uno de sus dedos la rozó, antes de que sus piernas flaquearan un poco—. ¡¿Qué estás intentando robar?!

Akane sacó la lengua y entornó los ojos intentándolo de nuevo. Dos de sus dedos rozaron la tarjeta pero no pudo engancharla. El hombre seguía gritándole preguntas estúpidas, pero otro sonido lo silenció todo para ella.

Desde algún lugar le llegó el sonido de un reloj.

¿Campanas? Pensó ella, aturdida. Estaban por dar las doce, solo le quedaban unos segundos cuando una mano cayó sobre su hombro y trató de alejarla del árbol.

—¡Ahora verás, ladronzuela!

—¡No, suéltame!

Akane se revolvió pero solo logró desembarazarse de él cuando P-chan saltó directamente al estómago del hombre. De la sorpresa, este retrocedió y cayó al suelo con el cerdo sobre él, mordiéndole la ropa.

—¡Date prisa! —La urgió el animal.

Akane se dio la vuelta y dio un gran salto, alargando la mano lo más posible, consiguió hacerse con la tarjeta, aunque esta se resquebrajó del todo. Pero la chica unió los pedazos y achicando los ojos, pudo distinguir su propia letra, garabateada en mitad de aquella bola de navidad destrozada.

Buscó algún resquicio de luz para leer lo que decía. Había perdido la cuenta de las campanadas había oído, pero se dijo que aún quedaba tiempo.

—Deseo... deseo... —Leyó con problemas. El guardia cogió a P-chan con sus manos y lo arrojo con todas sus fuerzas, pero el animalillo rodó hasta los pies de ella y alzó la vista, a punto de desmayarse.

—¿L-lo... sabes? —La preguntó. La joven, con los ojos abiertos de par en par, hizo un débil gesto de asentimiento. Releyó las palabras, su deseo, una y otra vez. Sonó una campanada más—. ¿Puedes... cumplirlo?

Akane le miró, sobrecogida.

—Ya lo he hecho...

—¿Q-qué...?

Entonces, Akane escuchó las zancadas del guardia que se había puesto en pie de nuevo. Y también la última campanada traída por el viento y se giró. El hombre alzó la linterna hacia su rostro, cegándola hasta que sus ojos le ardieron y tuvo que cerrarlos. Sintió un mareo que la golpeó en la cabeza y al intentar retroceder para huir del hombre, sus pies se hicieron un lío y perdió el equilibrio.

Akane se sintió caer. Pegó un chillido y agitó los brazos queriendo agarrarse al vacío.

Se hizo la oscuridad a su alrededor pero el zumbido del aire la envolvió. Y cuando creyó que su cuerpo impactaría contra el frío suelo del bosque, unos brazos la cogieron en el último segundo.

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Un rápido y profundo dolor se apoderó de su cabeza. Fue lo primero que sintió al volver en sí. Y el mareo, que le produjo náuseas y sensación de ingravidez cuando trató de abrir los ojos. Sabía que sus pies volvían a estar en la tierra y los brazos de quien la había salvado, seguían sosteniéndola pero parte de su cuerpo estaba todavía en posición horizontal.

Su consciencia iba y venía. Los recuerdos de los instantes previos a perderla se le amontonaban como pesados copos de nieve y de hecho, su mente era como la frágil rama da un árbol que está a punto de partirse por el peso. Al mismo tiempo, no obstante, oía murmullos que se iban haciendo fuertes y voces que le sonaban familiares.

—¿Qué le ha pasado?

—No sé... ¿se ha desmayado?

—¡Qué extraño! ¡Así de repente! —Akane sintió una mano sobre su mejilla—. ¿Qué es eso que tiene en las manos?

—Parece un papel con forma de bola...

La pequeña arrugó el entrecejo, luchando contra el dolor de su cabeza y parpadeó. Vio sombras enormes que se alzaban sobre ella y un fondo luminoso que la hizo parpadear de nuevo. Sintió el frío y la humedad.

—¿Akane? —Una voz, dulce y sosegada, le habló desde muy cerca—. ¿Estás bien?

—Mmmm —se quejó ella. Notaba la boca seca, los músculos pesados—. ¿Qué ha pasado?

—Hemos visto que te caías hacia atrás —le explicó la voz—. Menos mal que Nabiki ha podido cogerte antes.

Nabiki repitió su cerebro. Forzó la vista y las sombras empezaron a aclararse, se redondearon hasta convertirse en rostros. ¡Los rostros de sus hermanas! Nabiki la sostenía acuclillada en el suelo y Kasumi la observaba, preocupada.

—¡Te has desmayado, hermanita! —le dijo Nabiki, mientras la ayudaba a sentarse—. No tendrás la gripe o algo así, ¿verdad?

Akane se irguió de repente.

—¡No estoy embarazada!

Sus hermanas se miraron entre sí con una sonrisilla de guasa.

—¿Por qué saltas con una tontería semejante? —quiso saber Nabiki.

—Pero si eres tú la que... —Akane se frotó la cabeza y miró a su alrededor. Estaba en el bosque de los deseos pero había luz, y gente paseando a su alrededor. A través del cristal vio que aún era de día.

Eso significaba que... ¿había vuelto?

—¿Qué es esto? —Kasumi tenía entre sus manos la tarjeta con su deseo. ¡El deseo! ¡Ahora se acordaba! P-chan saltó sobre el guardia en el último minuto y ella pudo leer su deseo antes de que dieran las doce. Y al hacerlo, Akane descubrió que ya lo había hecho realidad—. Deseo esforzarme más para que las navidades futuras sean más felices para todos —Leyó su hermana. La miró y sonrió—. ¡Qué deseo más bonito Akane!

—¿En serio has pedido eso? —refunfuñó Nabiki—. ¡Qué desperdicio!

—No le hagas caso, es muy generoso por tu parte —La mayor le devolvió la tarjeta con una sonrisa nerviosa—. Siento si hace un rato fui muy dura contigo, Akane.

—¿Hace un rato?

—Sí, cuando te dije que no te esforzabas lo suficiente —explicó Kasumi con su cabello recogido, sus bolsas en las manos, su rostro luminoso y sonrosado, ahora un poco contraído—. De hecho, soy yo la que no se ha portado bien contigo porque...

—¡No importa! —exclamó Akane, recordando por fin. Atrapó la mano de su hermana y la miró fijamente. ¡Se acordaba de todo! Porque ya no hacía tres años que había pasado, sino solo un rato. ¡Porque había regresado a su mundo! Pero aun así conservaba los recuerdos de lo que había pasado en ese otro mundo del futuro y sabía lo que Kasumi quería decirle—. Sea lo que sea, estoy segura de que no es algo tan malo como para que tengas que pedirme perdón. ¡A veces nos sentimos mal y no pasa nada!

>>. Te agradezco todos los consejos que me das, Kasumi. ¡No dejes de hacerlo nunca!

La otra la miró un instante confusa, incluso hizo el intento de disculparse de nuevo pero la pequeña apretó su mano y meneó la cabeza. No hace falta, ahora ya todo está bien.

—Ah... bueno... ¡Claro! —Respondió la mayor, contenta—. Cuenta conmigo... aunque por ahora tú eres la única que puede dar consejos de casada, ¿verdad?

Porque aún soy la única que está casada se dijo, convencida. ¡De verdad lo había conseguido!

Al esforzarse tanto por salvar aquella desastrosa navidad había hecho feliz a su familia, que era justamente lo que había pedido. ¡Había cumplido su deseo sin saberlo si quiera!

P-chan estaría orgulloso...

Miró a su alrededor con disimulo pero, por supuesto, el cerdo no estaba allí. El deseo había terminado, de modo que el quisquilloso espíritu debía haber vuelto a su hogar.

¿Al árbol?

Cuando al fin pudo ponerse en pie, Akane apoyo una mano sobre la madera y entre las rugosidades de la corteza pudo sentir una ligera descarga que la hizo sonreír.

—Lo hemos logrado —susurró con emoción—. Gracias por todo.

Aquel espíritu había sido irritante y desquiciante la mayor parte del tiempo, pero no habría conseguido volver de no ser por él. Al menos, ahora podría descansar en el interior de su árbol hasta la siguiente navidad.

—¿Akane? ¿Seguro que estás bien?

—Sí, perfecta —respondió con una sonrisa.

—Bien, ¿qué tal si nos vamos? ¡Estoy harta de caminar! —se quejó Nabiki.

—Sí, mejor volvamos ya —Kasumi recogió las bolsas del suelo y Akane vio asomar entre ellas la tela roja con motitas blancas. Y volvió a sonreír.

Perfecto pensó, animada. Todo es como debía ser.

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Salvo por el hecho de que cuando llegaron al dojo, Ranma no estaba.

Preguntaron a Soun por él, pero el hombre no le había visto en todo el día. Al parecer su ausencia no se debía a una de sus salidas de camaradería masculina. Este hecho inquietó un poco a Akane, especialmente cuando la cena pasó y el chico siguió sin dar señales de vida.

Notó que el resto de su familia empezaba a lanzarle miradas de preocupación a cada minuto que pasaba, pero ella se armó de valor y respondió con calma.

—¡Será por algo del trabajo! —les dijo escudándose en el buen humor. No pensaba caer en la desconfianza. La experiencia que había vivido le había enseñado que debía ser paciente—. Volverá en cuanto pueda, estoy segura.

>>. Mientras tanto... creo que iré a decorar el árbol.

—Creí que querías decorarlo con Ranma...

—No importa —respondió con sinceridad—. Solo es un árbol.

Y con toda la serenidad de que fue capaz, por segunda vez en lo que para ella fueron menos de veinticuatro horas, se encontró cara a cara con el árbol desnudo. Aunque ya no le pareció tan solemne como antes...

Seguro que no tiene ni espíritu propio se dijo, con guasa.

No valía la pena darle tanta importancia a ciertas cosas. Después de lo que había pasado, Akane sentía que podía ver con más claridad lo que era importante de verdad.

Mientras colocaba, de nuevo, sus viejos adornos entre las ramas del abeto, reflexionó sin saber a ciencia cierta si Ranma aparecería en unos minutos, esa noche de madrugada o al día siguiente; lo que sabía es que volvería en algún momento y eso sí era importante. Se sintió mejor y no porque debiera forzarse a ser comprensiva, sino porque atendía a un auténtico deseo por serlo y no pasarlo mal.

Cambiar tu actitud puede parecer fácil, en especial para aquellos que no necesitan hacerlo demasiado a menudo. En realidad, es algo muy complicado cuando un comportamiento está tan arraigado en tu interior. Pero se puede lograr... Se puso a repasar otros momentos de su pasado que ahora podía ver bajo una luz distinta y que la hicieron sonreír.

Pensó en su noche de bodas.

¿Pudo ser mejor? Sí, claro. También pudo ser peor. ¿Y qué era lo importante? Que pasó ese momento especial con el chico que amaba, que se rieron, que se demostraron su cariño, que durmieron juntos... Y si ella no se hubiera empeñado en esperar más, en imaginar más, habría podido disfrutar de todo aquello con más intensidad.

Así que, cuando la caja de adornos estuvo vacía y el árbol fue vestido de fiesta, Akane se sentó en el suelo, acurrucada en su abrigo y lo observó sin esperar nada salvo la llegada del chico. Y se dijo que si no llegaba esa noche, seguiría esperando a la mañana siguiente. Y sería comprensiva. No porque tuviera que serlo, sino porque quería ser comprensiva con los demás para poder serlo también consigo misma.

Y porque, al fin y al cabo, era su marido y le quería.

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Era tarde. Ranma no quería pensar en lo tarde que era pero al mismo tiempo no podía dejar de buscar por el rabillo del ojo algún haz de luz que le permitiera mirar su reloj. ¿Por qué lo hacía? Cada vez que veía la hora sentía que su estómago se retorcía.

No le gustaba llevar reloj. Antes de empezar a trabajar en el dichoso gimnasio, nunca llevaba y le iba bien. Cuando tienes reloj, también tienes la necesidad de consultarlo todo el tiempo. ¡Y no le gustaba! Si ahora no lo tuviera, no estaría tan agobiado. Podría sonreír y decirse a sí mismo: ¡Seguro que no es tan tarde como yo creo!

Pero lo era. ¡Desde luego! Muy tarde.

Y lo más frustrante era que, aunque quisiera, no podía caminar más rápido. En realidad sí podría...

Pero no debo.

Por delante de él, caminaban dos hombres. Uno de ellos era un señor larguirucho y pálido, con una mata de pelo oscuro y marcadas arrugas en su frente. Entornaba los ojos a la oscuridad de la calle mientras intentaba sostener, con las escasas fuerzas de sus extremidades temblorosas al otro espécimen. Este era bajito y rechoncho; más que rechoncho, su figura era parecida a una bola gigante sobre un par de piernas un tanto amorfas. Su rostro estaba colorado, sus rizos castaños se le pegaban a la frente y tenía las gafas redondeadas empañadas a causa del contraste entre el frío de la noche y sus jadeos de esfuerzo.

Eran el director y su ayudante del gimnasio donde Ranma trabajaba. Aunque aún iban trajeados, habían perdido toda dignidad cuando ambos se subieron al escenario del karaoke a cantar juntos una balada en inglés. No obstante, y a pesar de que Ranma quiso meterse bajo la mesa para huir de la vergüenza ajena que sentía, el numerito impresionó a los clientes que iban a invertir en la empresa.

El joven artista marcial había sido arrastrado por sus jefes hasta una supuesta cena de empresa que se había alargado hasta la madrugada. En nochebuena. Intentó escaquearse pero al parecer los posibles inversores estaban muy interesados en las clases de artes marciales y era imprescindible su presencia en la reunión.

Y no me han dejado decir ni una palabra rezongó con fastidio. Hundió las manos con más fuerzas en sus bolsillos sin apartar su mirada furibunda del dúo de borrachos que se zarandeaban por delante de él. Nadie me ha hecho ninguna pregunta, ni me han pedido opiniones... ¡Si es que no he abierto la boca!

Pero no había habido modo de escabullirse. Ni siquiera cuando los clientes se marcharon, tuvo que quedarse y soportar el espectáculo lamentable de esos dos hombres bebiendo como si no hubiera un mañana.

Y mientras tanto su familia estaría degustando la deliciosa cena de nochebuena de Kasumi y celebrando las fiestas sin él. Y lo que era aún más importante...

Seguro que Akane estará furiosa se dijo. No albergaba dudas al respecto. Había fallado a su promesa de decorar con ella el árbol y aunque no podía entender qué tenía eso de importante, sabía que para ella lo era.

Estúpido trabajo pensó, intentando no abrir la boca y soltarlo en voz alta.

Estúpidos jefes...

—¡¿Has dicho algo, Saotome?! —Dio un respingo, deteniéndose de golpe en mitad de la calle. ¡¿Lo había dicho en alto?! Por suerte los hombres sonreían de forma agitada como si en verdad no lo hubieran entendido. El director movió sus carnes para acercarse a él siendo sostenido en todo momento por el ayudante. Le sonrió e hipó un par de veces—. ¡Feliz Navidad!

—Sí, eso...

—¡Hoy hemos hecho un buen negocio! ¡Debemos sentirnos orgullosos!

—¡Sí, señor! —aulló el ayudante, cuadrándose como un soldado o algo parecido.

Ranma meneó la cabeza. Si seguían gritando de ese modo en mitad de la madrugada saldría algún vecino a quejarse. Al fijarse un poco más en las casas que tenía a su alrededor, el chico descubrió con asombro que sin darse cuenta había llegado a su barrio.

Apenas estaba a unos metros del dojo.

¡Por fin! Pensó con gusto.

—Bueno, yo me quedo aquí —informó, levantando una mano—. Nos vemos en unos días.

—¡No, Saotome! ¡Sigamos la fiesta! —pidió el jefe. Se apartó las gafas deslizándolas hasta la punta de su nariz y husmeó lo que tenía a su alrededor—. ¡Además, ¿qué es aquí?! ¡¿Dónde estamos?!

Aquí... este lugar —trató de explicar Ranma sin auténtico interés—. Yo vivo aquí.

—¿Tú vives aquí?

—¡No, eso es una cabina de teléfonos! —replicó cuando el jefe señaló lo que tenía más cerca. Resopló y les hizo un gesto de cabeza—. Vivo en la casa que hay al final de la calle.

—¡Vaya! ¡Es enorme! —Admiró el ayudante. Después frunció el ceño y se tragó un eructo—. Señor... creo que le paga demasiado a Saotome... si es que puede tener... una casa como esa.

—Es la casa del padre de mi mujer...

—¿Estás casado, Saotome?

—Lo estoy —respondió, impaciente—. Por eso debo irme ya, mi familia...

—¡No, no! ¡Quédate con nosotros! ¡Solo un rato más!

—No puedo. Mi esposa...

—¡No puedes negarte a una petición del jefe! —De pronto, el ayudante espatarró los ojos tanto que su frente se alisó casi por completo—. ¡Ya sé... vayamos a uno de esos locales con mujeres hermosas!

—¡Sí! ¡Sí, vayamos! ¡La empresa paga!

—¡No! —exclamó Ranma. ¿Qué le pasaba a esos tipos? ¿No estaban agotados de beber? ¡Si apenas se sostenían en pie!—. ¡No iré a un sitio de esos!

—¿Por qué no?

—¡Porque estoy casado!

El jefe sacudió la cabeza y sus cachetes temblaron como la superficie de un flan.

—Espera, espera... ¿estás casado? —volvió a preguntar—. ¿Y por qué no lo has dicho antes?

—¡Sí lo he dicho, yo...! — ¿Por qué se molestaba? Esos hombres se habían bebido la mitad del alcohol de Nerima; ni le entendían, ni se acordarían de nada al día siguiente así que no tenía por qué ser tan diplomático—. En fin, me voy.

Y antes de que pudieran detenerle, Ranma pasó por delante de ellos y se alejó a buen paso. A sus espaldas, eso sí, los hombres continuaron gritando y aullando como si nada y pudo escuchar sus locos planes de encontrar el bar con las jóvenes más atractivas de Japón.

Pero si ya debe estar todo cerrado se dijo él.

Dobló la esquina y se detuvo un instante frente al portón del dojo. Las puertas estaban cerradas, claro y cuando miró los caracteres grabados en la madera le parecieron algo deslucidos.

Resopló.

¿Cuántas posibilidades había de que Akane estuviera en la cama, profundamente dormida y él pudiera echarse a su lado y unirse al sueño sin más contratiempos?

Ninguna se dijo cuando, tras saltar por encima del portón, aterrizó en el suelo del jardín y vio las luces encendidas en el dojo. ¿En serio? Se preguntó. Se imaginó a la chica enfurruñada y muerta de frío, esperándole para preguntarle por qué no había cumplido su promesa y sintió un intenso cansancio. Aunque también se la imaginó triste, esperándole junto al árbol desnudo y eso le hizo sentir algo peor.

Echó un vistazo a la bolsa donde llevaba su regalo y se preguntó si habría acertado.

Supongo que ahora lo sabré.

Caminó con cierta rigidez hacia la puerta de madera y exhaló con prudencia cuando la empujó y la luz del interior le dio lleno. Lo primero que vio ante sí fue el árbol, que no estaba vacío como él se imaginaba, sino totalmente decorado. Y podía captar la mano de su esposa en el modo en que los adornos se amontonaban en ciertas ramas, mientras que otras zonas estaban vacías. No había armonía ni equilibrio y por eso supo que había sido ella.

Y también, por supuesto, porque la joven estaba en el suelo, apoyada en una de las paredes, cubierta por una ligera manta y en apariencia, dormida. El chico suspiró; podía cogerla en brazos y llevarla hasta el dormitorio sin que ella lo notara.

¡Y se habría salvado!

Con mucho cuidado soltó la bolsa de papel a un lado y de puntillas, empezó a acercarse a ella. Pero una de las tablas de madera crujió bajo sus botas y la chica se agitó. Ranma se detuvo, con una pierna en alto y cara de circunstancias. Casi dejó de respirar cuando Akane parpadeó y movió la cabeza. El riego de sangre que circulaba en el cuerpo de él se congeló cuando su mujer volvió la cabeza y le vio.

Oh, oh...

Se temió lo peor aunque la expresión de Akane no era la que esperaba. Se quedó mirándole un par de segundos, muy sorprendida, casi desorientada. Terminó de posar el pie en el suelo al saberse descubierto y soltó una risita tan ligera que apenas él la oyó.

—Hola Akane... —saludó—; sé que es un poco tarde, pero...

—Ranma —murmuró ella y la manta cayó de sus hombros cuando se giró del todo hacia él—. Al fin, has vuelto.

—Sí... lo sé, yo... —Akane se puso en pie de un salto y corrió hacia él. Ranma aguantó el tipo sin saber qué esperar hasta que los brazos de la chica le rodearon con fuerza—. Mis jefes me llevaron a una cena de empresa y... —Ella le apretó con fuerza, estirándose hacia arriba, con el pecho tan palpitante de pronto que le hizo callar. Un tanto confuso, el chico le pasó las manos por la espalda unas pocas veces para después rodear su cintura—. ¿Va todo bien?

—Sí —respondió ella a toda prisa, hundiendo más la cabeza en su hombro—. Te he echado de menos.

—¿Ah, sí? —Ranma suspiró, aliviado. No parecía enfadada así que se dijo que podía bajar la guardia. La estrechó, cerrando los ojos, notando su olor y la calidez que desprendía, un enorme y placentero estremecimiento barrió su cuerpo cansado y helado—. Mmm... Akane, estás tan calentita...

—¿Qué?

El chico dio un respingo, volviendo en sí y se apartó para mirarla.

—¡No, me refiero...! Aquí dentro hace más calor que fuera, ¿no? Y yo vengo de fuera... ¡Y hace mucho frío ahí fuera! —Se explicó, trabándose y sacudiendo la cabeza—. ¡Entonces, yo tengo frío... tenía frío...! Y tú estás muy cálida... ¡Cálida, eso quería decir! Porque estás aquí dentro...

—Sí, ya te había entendido —afirmó ella, ruborizada. A pesar de todo sonrió y volvió a estirarse sobre la punta de sus pies para besarle. Ranma sintió que se derretía en la dulzura del momento, cuando extendió aún más sus brazos para abarcarla por entero. Su corazón pretendió estallarle en el pecho al observar la expresión amorosa y resplandeciente de ella cuando se separaron.

Menos mal que es Navidad se dijo. Si no hubiese sido esta fecha, ahora sería hombre muerto.

Si había algo que jamás cambiaría, sería el amor desmedido e inextinguible de Akane por aquella fiesta.

—Veo que ya has decorado el árbol —comentó, echándole otro vistazo—. Siento no haber llegado a tiempo.

—Solo es un árbol —dijo ella a toda prisa, encogiéndose de hombros—. Además, quería que ya lo vieras listo cuando llegaras.

—¿Y no estás ni un poquito enfadada? Como querías que lo decoráramos juntos...

—Me gustaría que, algún día, esta fuera nuestra tradición —reconoció ella—. Pero aún tenemos muchas navidades por delante para hacerlo.

A Ranma le sorprendió mucho la calma con que dijo esas palabras, pero tuvo el buen tino de no decirlo en voz alta. No comprendía bien a qué venía semejante cambio de actitud, pues los últimos días Akane se había mostrado muy preocupada por el tema del árbol. En cualquier caso, estaba feliz porque no discutieran esa noche y su retraso no fuese causa de conflicto.

Aunque cada vez estaba más seguro de que debía hablar tanto con su jefe como con Soun para que dejaran de acaparar su tiempo y tenerle alejado de Akane.

Quizás mañana sea un buen día se le ocurrió. La gente es más razonable durante las fiestas.

—Bueno, me alegro de que no estés enfadada —dijo él. Retrocedió hasta la bolsa de papel y se la tendió—. Pero, por si acaso, aquí tienes tu regalo.

>>. Espero que te guste.

No obstante, la chica lo tomó con cierto cuidado y apretó los labios al mirar dentro. No pareció sorprenderse cuando vio las campanas de bronce y el modo en que sonrió, fue un tanto forzado.

—¿No te gustan?

—¡Oh, sí! ¡Me encantan! —Asintió con ganas, pero también enarcó una ceja—. Oye Ranma... ¿tú sabes para qué se usan las campanas?

—¿Para qué se... usan? Son para adornar el árbol... ¿no?

Akane se quedó mirándole, con los ojos un poco entornados, hasta que se le escapó una risa.

Creo que hay algo que no entiendo...

—¡Sí, para decorar! —convino ella, de repente más contenta. Se apresuró a abrir la caja con entusiasmo y se acercó al árbol—. Vamos a colocarlas ahora mismo.

—¿Ahora?

—¡Sí!

Exclamó esa palabra con tantas ganas que las sospechas de él se hicieron un poco mayores. Su instinto de artista marcial le decía que algo había pasado y que quizás debía investigar un poco y descubrirlo, pero estaba al mismo tiempo encantado con la alegría que mostraba la chica mientras ambos decidían los lugares más estratégicos para colocar las campanitas.

No será tan importante se dijo y su mente hizo a un lado esas sensaciones.

Una vez que acabaron, el viejo árbol tenía mucho mejor aspecto que antes.

—Ahora sí parece un árbol de navidad —murmuró él.

—¿Cómo qué ahora?

—¡No, nada! —Alargó un brazo y rodeó los hombros de la chica que se acurrucó contra él y soltó un gran bostezo—. ¿Estás cansada?

—Como si hiciera tres años desde que dormí por última vez —respondió en voz baja—. ¿Sabes? Esta podría ser nuestra tradición de navidad.

>>. Colocar un adorno nuevo en el árbol.

—Entonces, tendré que regalarte uno nuevo cada año...

—Sí, eso me gustaría... —Ladeó la cabeza para mirarle y añadió—. Ranma, ¿tienes algún deseo para esta navidad?

—¿Deseo? Mmm... Creo que no. ¿Y tú?

Akane frunció el ceño, pensativa pero casi al instante negó con la cabeza.

—Tampoco. Todo está bien tal y como está.

El chico se sintió satisfecho al oírlo y posó sus ojos en el árbol. Lo estuvieron contemplando un buen rato en silencio, hasta que él notó que la chica daba una cabezada. La cogió al vuelo antes de que las piernas dejaran de sostenerla y suspiró. Akane apretó el rostro contra su pecho y sonrió dormida.

Antes de salir, Ranma miró por última vez el árbol. Estaba realmente hermoso y sintió algo especial al contemplar las campanitas agitándose en las ramas. En un momento dado, le pareció ver algo, con un reflejo o una chispa de luz que se movía entre los adornos para ocultarse entre ellos. Fue muy breve, como un guiño y apenas se desvaneció, su cerebro le dijo que lo había imaginado.

Se encogió de hombros y salió del dojo.

Las luces se apagaron, y la luz volvió a asomarse entre las agujas del abeto. Una de las campanitas se movió. Tilín. El sonido de un espíritu que, por fin, puede retirarse a descansar...

Hasta la próxima navidad.

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Fin

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¡Hola, Ranmaniaticos!

¡Feliz Nochebuena! He madrugado para colgar el último capítulo del fic (y porque siendo nochebuena me quedan muuuuuuchas cosas por preparar), pero al menos esto ya está completo.

¿Qué os ha parecido?

Final feliz, por supuesto, jajaja. Si alguien creía que Ranma no aparecería de verdad en la historia, se equivocaba.

Espero que os haya gustado mucho esta historia navideña ^^ Que os haya entretenido, os haya hecho reir, suspirar y gracias por compartir conmigo el espíritu de la navidad y de Ranma 1/2. Me ha gustado mucho pasar estos días previos a esta noche por aquí con vosotros. ¡Recordar que aún quedan muchas historias por contar!

Ahora sí, como ha hecho el espíritu, yo también me despido por hoy. Os deseo a todos una agradable cena de Nochebuena, en familia si es posible, pero sobre todo a salvo y en armonía. Disfrutar mucho de estas horas mágicas y pasar un estupendo día de Navidad ^^

Nos veremos pronto por aquí.

¡Felices Fiestas a todas y todos!

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