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Akane pide un deseo

Disclamer: Como ya sabéis, porque lo digo siempre, los personajes, parte de la trama y demás no me pertenecen a mí, sino a la gran sensei Rumiko Takahashi. Escribo sin ánimo de lucro, solo para divertirme.

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Nota: Navidad es Ranma 1/2 y Ranma 1/2 es navidad para mí, jeje, así que aquí os traigo el fanfic navideño que escribí el año pasado. Es un fic de cinco capítulos que iré publicando cada día hasta Nochebuena. ¡Espero que os guste!

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Akane pide un deseo

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—¿No te gustaría pedir un deseo?

Akane Tendo sintió un latigazo en la mitad de su espalda. Fue como un pellizco en un lugar muy concreto de su columna y eso fue lo que hizo que se volviera. Tras ella había un chico sonriente, solo unos pocos centímetros más alto, con una cara redonda de la que parecían descolgarse unos cachetes abundantes en piel y bronceados de manera artificial; exhibía una sonrisa exagerada que dejaba a la vista demasiado de sus encías.

Parpadeó para no mirar fijamente ninguno de estos detalles tragando saliva antes de hablar.

—¿Cómo has dicho?

El chico, que llevaba el mismo uniforme que el resto de trabajadores de aquel "centro comercial" que habían improvisado en el centro de Nerima por razón de las fiestas navideñas, no dejó de sonreír cuando señaló con su mano, también rolliza, un pequeño pabellón de cristal que habían levantado al fondo de la calle.

—Es el Bosque de los Deseos de Navidad —le explicó. Llevaba unas pulseras de cuerda de distintos colores atadas en su muñeca y Akane se fijó en eso, y no en lo que le señalaba, porque recordaba haber jugado con sus amigas a fabricar pulseras como esas cuando era pequeña. Era curioso ver que un chico (adulto) las llevara—. El ayuntamiento de Nerima lo ha inaugurado este año y ha traído árboles de verdad.

>>. Talados especialmente para el Bosque de los Deseos.

Menudo desperdicio pensó ella.

—¿Y qué se supone que hay que hacer? —preguntó, no obstante.

—Lo primero es conseguir una tarjeta para escribir tu deseo —Del interior del uniforme el chico se sacó una tarjeta con forma de bola de navidad. Era roja y dorada y se abría por la mitad para poder escribir en ella. Se la puso en la mano antes de que Akane pudiera reaccionar—. Aquí tienes, guapa —Le soltó y ella entrecerró los ojos—. Escribes lo que más deseas para esta navidad y después, vas al bosque y cuelgas tu deseo de la rama de uno de los abetos mágicos.

>>. Y si la tarjeta se sostiene, tu deseo se cumplirá.

—¿Ah, sí? —Akane examinó el trozo de papel con una mueca incrédula. No es que no creyera en la magia (¿cómo no hacerlo a esas alturas?), sin embargo había aprendido a reconocerla cuando esta era real y, por desgracia, esa historia le parecía un poco tonta.

—Deberías darte prisa —la animó el chico, atreviéndose a rozarle la muñeca. Usó sus dedos en pinza para darle un toquecito, tanteando el terreno con vacilación aunque con claro descaro—. Solo estará abierto esta noche y después se cerrará para que la magia actué por Navidad.

Akane forzó una sonrisa cordial.

—Gracias —le dijo—. Aún tengo que pensar cuál será mi deseo.

—Oh, sí. Piénsalo muy bien porque solo tienes una oportunidad —El chico volvió a rebuscar en el interior de su traje y esta vez extrajo un bastón de caramelo—. Para ti, hermosura.

La chica apretó los labios y tras un par de segundos, aceptó el caramelo.

—Gracias —repitió con un tono algo más seco que antes. Miró a su alrededor mientras hacía un gesto de contrariedad con la mano—. Bueno, tengo que irme. Mis hermanas me estarán buscando...

—Oye, ¿qué te parecería si nos viéramos después de mi turno? —le propuso el otro a bocajarro al ver que la chica intentaba huir. Avanzó hacia ella con un paso algo intimidante, pero su sonrisa se estiró todavía más y sus ojos se entornaron con chulería—. Podemos dar una vuelta por ahí.

—No, gracias —Le respondió. Fue rápida y firme, rechazando cualquier titubeo o intento por ser compasiva. A fin de cuentas no le conocía de nada y cada vez tenía más ganas de perderle de vista—. Estoy ocupada.

—Vamos, belleza... ¡es Nochebuena! —Insistió él con calma—. La noche del romanticismo, las parejas, el amor...

—He dicho que no, gracias.

—Yo siempre tengo una cita por nochebuena, ¿sabes? —El chico siguió parloteando como si estuvieran en medio de una agradable charla, pero Akane sentía que su temperamento comenzaba a burbujear dentro de ella por más que intentaba controlarse; no quería montar una escena en plena estampa navideña y amargarle las compras al resto de la gente—. Pero este año quise dejarlo para el último momento, ¿sabes? ¡Lanzarme a la aventura y conocer a alguien especial! —Le guiñó un ojo y ella le respondió con una mueca de fastidio que fue ignorada—. Tú podrías ser ese alguien, bonita...

Entonces, le acarició el brazo con la punta de sus gruesos dedos y aunque Akane llevaba tres capas de ropa y el chico, a su vez, unos guantes para la nieve, sintió tal indignación ante ese contacto no deseado que alzó el puño en el que sostenía el bastón de caramelo y lo hizo estallar en mil esquirlas multicolor que salieron volando por todas partes.

El pecho le ardía, y también el rostro.

—¡¡Te he dicho que estoy ocupada!! ¡¡ ¿Estás sordo o qué te pasa?!!

Por algún asombroso motivo, el chico continuó sonriendo hasta que sus ojos se toparon con algo inesperado para él. Entonces se puso rígido y su mueca chulesca desapareció de su regordete rostro.

—¡Vaya, no había visto tu alianza! —murmuró a toda prisa. Akane dio un respingo; la mano con que había roto el bastón era la izquierda y sí, en su dedo anular brillaba la sortija dorada—. ¡Así que estás casada! ¡Enhorabuena! —Ahora era él quien miraba a su alrededor con clara angustia y nerviosismo—. ¿Has venido con tu marido a hacer las compras navideñas?

Akane frunció el ceño y ocultó el puño en su espalda.

—No —respondió, molesta—. He venido con mis hermanas.

—¡Aún mejor! ¡La familia es muy importante! —El chico retrocedió un par de pasos llevándose consigo su aroma dulzón por los caramelos que empezaba a volverse a amargo a causa de su apremiante sudor—. ¡Feliz Navidad!

>>. ¡Y no te olvides de colgar tu deseo en el árbol!

Retrocedió más sin quitarle los ojos de encima, vigilando en todo momento que ningún marido enfadado apareciera de detrás de un adorno para saltarle encima y hacerle pagar su osadía. Solo cuando chocó contra un anciano que caminaba con bastón por el carril contrario de la calle se dio la vuelta para mirar por donde iba.

Logró esquivar el capón que el anciano trató de propinarle con su garrote, pero Akane le vio salir trotando poco después y no pudo reprimir un resoplido.

¡Ja! Hasta tres veces le he dicho que NO y solo me ha dejado en paz cuando ha visto mi anillo.

¡Qué actitud tan indignante y machista!

Aún con disgusto se sacó la mano de la espalda y observó la joya, refulgía con malicia, o eso le pareció, por haber cumplido su propósito. No se podía decir que fuera ostentoso, pero resultaba un gran repelente para los babosos que, todo sea dicho, aparecían para incordiar con mayor insistencia ahora que estaba casada. Por suerte, la magia del anillo era inmediata; solo tenía que agitar la mano ante sus narices y todos salían despavoridos.

Seguía siendo insultante que los hombres reaccionaran con corrección ante un simple objeto brillante y no ante una clara negativa, pero prefería no pensar en ello.

Su expresión, y también su ánimo, se fueron relajando cuanto más repasaba la superficie dorada del anillo con los ojos. Aun se le hacía raro despertarse por las mañanas y verlo en su dedo, también le ocurría cuando volvía del baño tras ducharse y lo encontraba sobre su tocador, esperándola.

Lo sentía como un ente separado que la acompañaba allá a donde fuera, como un espíritu guardián o algo parecido.

Akane se decía que aún era pronto, y que poco a poco se iría haciendo a la idea de que le pertenecía. A veces le inquietaba mirarlo y sentirse extraña, pero había otras veces que le gustaba. Hacía un par de noches se había quedado dormida observando su mano; sus dedos entrelazados con los de su marido y las dos alianzas brillando a la luz amarilla de la lámpara, unidas, casi parecía que los metales se fundían en un único y perfecto todo.

Al recordarlo estuvo a punto de sonreír pero algo se lo impidió. Bajó la mano con un suspiro y se dedicó a observar el ambiente festivo que la rodeaba.

En realidad, no estaba en un centro comercial.

Como cada año por esas fechas, el centro de Nerima se había engalanado para la ocasión y la calle comercial principal se había transformado en el paraíso navideño más esperado por todos los habitantes de la ciudad.

Había luces y coronas por todas partes, los escaparates se habían vestido representando todo tipo de escenas mágicas y los villancicos aullaban por cientos de altavoces distribuidos de manera que envolvían a los compradores azuzando su espíritu navideño. Decoraciones con nieve, bolas resplandecientes, purpurina, velas encendidas por todas partes... era todo un festival de luz y los colores rojo, verde y dorado llenaban cada rincón con ostentación.

Pero funcionaba. Había cientos de personas paseando por allí cargados con abultadas bolsas de regalos y adornos; los comerciantes estaban haciendo un buen negocio y se notaba porque no dejaban de asomarse a la puerta para gritar: ¡Feliz Navidad! con los ojos brillantes y sonriendo como si la vida les fuera en ello.

La navidad había atraído tal afluencia de personas que el ayuntamiento tuvo que contratar a más gente para que mantuvieran el orden y resolvieran las dudas de los clientes. Eran en su mayoría chicos y chicas jóvenes ataviados con un uniforme azul marino oscuro (indispensable que se les pudiera diferenciar del fondo brillante por el que se movían) que se paseaban repartiendo folletos y dulces.

El chico que la había estado molestando era uno de ellos.

Akane y sus hermanas llevaban como dos horas paseando por allí y haciendo las compras de última hora; los últimos regalos, algunos ingredientes que faltaban para la comida de navidad y la parafernalia necesaria para la fiesta que darían en el dojo al día siguiente. Se había convertido en una tradición de los Tendo el dar esa fiesta para todos los amigos y vecinos (y en otros tiempos, rivales) que, quisiera la familia o no, se dejaban caer por allí cada navidad.

No había modo de evitarlo, ni resultaba agradable tratar de resistirse, de modo que era más inteligente y práctico tenerlo todo preparado para cuando las visitas llegaban.

Tradiciones rumió Akane, balanceándose sobre sus calentitas botas de invierno. Las tradiciones son importantes... cuando te dejan llevarlas a cabo.

Arrugó la nariz, pensativa, pero por suerte Kasumi apareció antes de que sus pensamientos la llevaran más lejos. Se separó de la multitud que iba y venía, algo acalorada y con una sonrisita nerviosa se acercó a su hermana pequeña como dando saltitos.

—¡Vaya, cuántas personas! —anunció. Traía un par de bolsas de una tienda especializada en el menaje del hogar, sus favoritas y su larga melena recogida en una coleta baja estaba ahuecada y despeinada—. Vayas a donde vayas, te ves atrapada y mecida por la gente.

Kasumi dijo esas palabas como solía decirlo todo; con un tono que iba de la comprensión a la resignación y una amable sonrisa que lo suavizaba hasta quitarle el disfraz de queja.

—Quizás no debimos esperar al último momento... —meditó Akane. Tenía que alzar la voz para hacerse oír por encima del zumbido de los altavoces que a su vez alentaba a la gente a hablar más alto—. ¿Dónde está Nabiki?

—Ha ido a mirar algo a la tienda de las cámaras...

—¡Cómo no!

—Akane —Kasumi se recolocó como pudo la coleta y la miró con los ojos entornados—. ¿Quién era ese chico con el que hablabas? ¿Y por qué ha salido corriendo?

—Nadie —respondió poniendo los ojos en blanco—. Vino a hablarme del Bosque de los deseos —Señaló con la cabeza al pabellón de cristal pero su hermana tampoco le prestó atención—. Y fue un poco desconsiderado conmigo.

—¡Oh, Akane! ¿Qué le hiciste?

No le gustó nada la pregunta, mucho menos el tono en que fue hecha como si ya pudiera imaginarse la respuesta.

—¡Nada! S-salió corriendo al ver mi anillo...

Su hermana arqueó las cejas para después bajar el rostro y ponerse a trastear con las bolsas; no estaba claro si la creía o no, pero Akane no pensaba dar más explicaciones al respecto.

—¿Seguro que no le has hecho nada más? —le preguntó Kasumi algo más seria.

¡Será posible! Quiso bufar, cruzarse de brazos y chillar para dejar claro que sí, se había comportado bien, tal y como se espera de una mujer casada; pero esa no habría sido una reacción adecuada para reafirmarse en dicha condición.

—¿Por qué tendría que haberle hecho algo?

—No sé... llevas enfurruñada todo el día —La mayor se cambió las bolsas de mano y se llevó la otra a la cara, ahuecada la colocó sobre su mejilla en un tierno gesto pensativo—. Apenas has hecho otra cosa que gruñir desde la hora del desayuno hasta la comida y después, no querías venir de compras.

—Yo no gruño.

—Ni siquiera has decorado el árbol de navidad —le recordó Kasumi—. No lo entiendo, me pediste expresamente hacerlo tú misma —Akane apretó los labios para no decir algo indebido como, por ejemplo, lo mucho que se arrepentía de habérselo pedido—. ¡Con lo que a ti te gusta la navidad!

Eso era verdad.

Desde niña, a Akane le encantaba la navidad y todo lo que tenía que ver con ella. Adoraba las historias, las tradiciones, la decoración, la comida... ¡Todo! Siempre pensó que era la época más mágica del año y se había asegurado de conocer todos los símbolos que la rodeaban. Y no es que eso hubiera cambiado, pero debía reconocer que las últimas navidades no habían sido las más perfectas que recordaba.

Todas han sido un caos desde que Ranma y su padre llegaron al dojo se dijo.

Y esta que iniciaba se estaba revelando como una auténtica decepción para ella.

—Lo haré después, cuando volvamos...

—¿Quieres esperar a Ranma para decorarlo? —preguntó Kasumi de pronto. Akane se tensó y la otra inclinó un poco la cabeza para mirarla bien—. ¿Es eso?

>>. ¡Estás enfurruñada por eso!

—¡No! No es por eso... ¡No! —exclamó a toda velocidad pero como siempre que intentaba mentir a Kasumi, se sintió torpe y evidente—. ¡Ya no soy una niña! ¡No me molesto por esas cosas tan tontas! —Los ojos de su hermana no dejaron de mirarla, pacientes como era habitual, pero fijos en los suyos hasta hacerla titubear—. Aunque la verdad es que ese tonto ya podría haber regresado...

—¡Ay, Akane! —resopló Kasumi. Meneó la cabeza mirando al cielo y Akane se sintió, ahora sí, como una niña ridícula. Se había prometido mantener en secreto esos sentimientos que la avergonzaban más que nunca. No obstante, era tan natural compartir cualquier cosa, por pequeña que fuera la preocupación, con su hermana que se le escapó—. Ya sabes que Ranma anda muy liado últimamente; el nuevo trabajo en el gimnasio, arreglando los asuntos del traspaso del dojo con papá...

Sí, los asuntos del dojo pensó con mordacidad.

—Lo sé, lo sé —Las mejillas se le encendieron a causa del ridículo que sintió, incluso tuvo que apartar la mirada—. Ya lo sé.

—Tienes que ser comprensiva...

—Lo sé.

—Y más paciente...

—Lo sé, Kasumi.

—Hace muy poquito que os casasteis y hay mucho que organizar todavía...

—¡Lo sé! —exclamó sin poder contenerse. Apretó los puños tras su espalda, frustrada y sintiendo más claramente la redondez de la alianza en su dedo. No quería perder los estribos, ni comportarse de ese modo pero... —. Es que... —Resopló con malestar—; no me siento bien con eso.

Y entonces Kasumi calló. Y las voces de los desconocidos resonaron con más fuerza en los oídos de la pequeña, las melodías navideñas resultaron ensordecedoras porque de pronto se sentía en un vacío abominable que la consumía y del que solo podía asomar la cabeza. Llevaba un par de días sintiéndose así, sin atreverse a hablar y ahora que por fin había cedido a la imperiosa necesidad de quejarse... no recibió la respuesta que esperaba.

—Mira Akane —retomó Kasumi. Se atrevió a mirarla pero esta no sonreía y eso la inquietó—. ¿Qué quieres que te diga? Para sentirte mal no has de hacer nada.

>>. Pero para sentirte bien, sí que hace falta un pequeño esfuerzo por tu parte.

Se quedó tan perpleja ante esas palabras, ante esa mueca de ofuscación y aburrimiento que su hermana le dirigió que no pudo responder nada.

No fueron palabras especialmente duras pero lo que representaban la dejó sin aliento.

—Voy a acercarme a la tienda de las telas —comentó Kasumi, poco después—. He visto unos lazos para decorar las paredes de un tono rojo con motitas blancas, como si fuera nieve —Poco a poco la seriedad de su rostro se aligeró para dibujar una sonrisa—. Compraré algunos para decorar el dojo, creo que quedará muy bonito, ¿no te parece?

—S-sí... bonito.

—¿Por qué no vas a pedir tu deseo? —Le propuso—. Así haces tiempo.

>>. En cuanto Nabiki aparezca volveremos a casa.

Akane asintió, mirándose los pies y cuando la otra pasó junto a ella con un melódico silbido, la pequeña sufrió un espasmo.

Pero, ¿qué...?

Kasumi se alejó ligera, de nuevo flotando sobre la acera y rodeando con gracia a la gente que se aproximaba desde el otro extremo, dispensando sonrisas sin problema alguno.

Seguía siendo navidad a pesar de todo.

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No tardó en comprender que las palabras y la actitud de su hermana, más que sorpresa, le habían causado una aguda tristeza que anestesió su cuerpo y parte de su mente.

Cuando Akane se sentía tan triste como lo estaba en esos momentos, era como si caminara por un túnel oscuro cuyo final se iba estrechando, a cada paso que daba, hasta que solo podía ver frente a ella un lejano y diminuto agujero del que apenas escapaba la luz. Parecía imposible alcanzarlo o salir de él, al menos en los primeros segundos tras caer en ese estado de ánimo tan opresivo.

Echó a andar, sin fijarse en la gente que pasaba por su lado o en la reconfortante luz anaranjada de las velas que temblaban dentro de los botes de cristal que habían colocado los comerciantes en sus escaparates. Caminó con las manos en los bolsillos, aplastando la tarjeta del deseo con más desidia que auténtica rabia.

Los viandantes eran espectros ruidosos, borrones en movimiento y lo único que podía pensar era en no dejar que las ganas de llorar la vencieran.

No estaba segura de por qué las palabras de su hermana la habían hecho tanto daño... en realidad, Kasumi la había regañado muchas otras veces antes, y casi siempre encontraba un modo de amable de señalarle sus errores y el modo de corregirlos.

Pero nunca había tenido esa sensación.

Si bien era sencillo darse cuenta de que el anillo que llevaba en su dedo la hacía ver distinta a los ojos del resto de la gente (en especial a los hombres), era la primera vez que ocurría lo mismo con un miembro de su familia, al menos que ella hubiera notado. Estaba casada y, eso, al parecer la había convertido en adulta de repente aunque solo tuviera 20 años.

Las palabras y el tono de Kasumi no eran los destinados a su hermanita pequeña sino que había prescindido de la delicadeza y comprensión habituales. Había dejado a un lado las sutilezas y había sido firme y clara en su mensaje; Akane no se estaba esforzando lo suficiente.

No me estoy esforzando repitió en su mente, convencida. Bueno, no era tan distinto a lo que había oído en otras situaciones pero sí se sentía diferente.

Siguió caminando hasta que sus pies se toparon con algo rojo y levantó la vista. Había llegado, sin prestar atención alguna, hasta el pabellón que guardaba el Bosque de los Deseos. En realidad, solo era un rectángulo alargado de cristal con dos enormes puertas abiertas de las cuales salía una alfombra roja muy sucia. Se hundió bajo sus pies al dar un paso sobre ella porque también estaba húmeda, justo después notó el potente chorro de luz amarilla que provenía del interior y la pegadiza melodía del Cascanueces.

Se quedó parada en el borde justo cuando una pareja de enamorados salía del Bosque. Supo que lo eran por el modo en que se sonreían al preguntarse entre susurros muy altos (los enamorados no susurran nunca, son demasiado felices) qué deseo habían pedido al árbol. Era encantador el modo en que caminaban pegados, cogidos del brazo y al parecer, decididos a que sus hombros permanecieran hincados el uno en el otro. Esperó a que pasaran de largo y después, haciendo una mueca, se coló dentro.

Un escalofrío la hizo tambalearse y sus dientes castañearon, en el interior del pabellón hacía más frío que en la calle. Aunque la imagen la dejó impresionada, expulsando vaho por su boca entreabierta unos cuantos segundos.

La potente luz que inundaba el espacio incidía en los adornos dorados que embellecían las pareces, las ramas de los abetos y los macetones donde estos reposaban haciendo que todo brillara como en uno de esos fantasiosos anuncios que no dejaban de poner en la televisión. El techo estaba lleno de vigas de metal y cableado que sostenían unos focos enormes, las cristaleras estaban llenas de lazos y campanitas de metal, además de navideños dibujos hechos con nieve falsa. El suelo estaba recubierto por un complejo sistema de riego que se introducía en las macetas para que los abetos estuvieran frescos pese a haber sido talados.

Por eso hace tanto frío aquí dentro.

Pero los árboles eran bellísimos.

No eran muy altos, pero tenían una frescura y vigor impresionantes. Su olor y el de la tierra mojada bailaban en el aire con las notas del ballet. Las ramas estaban repletas de tarjetas con deseos felices y alegres adornos; aunque en el lado opuesto, Akane vio amontonadas y empapadas las que se habían caído al suelo.

Deseos rechazados.

Deseos que no se cumplirán pensó, melancólica.

Apretó un poco más la suya y se puso a buscar alguna rama libre aunque no tenía ni idea de qué deseo pedir, ni si valía la pena hacerlo.

Seguía preguntándose, desconcertada, qué podía pasarle a Kasumi y por qué le había hablado así.

Que yo no me esfuerzo esta vez frunció el ceño al repetirlo.

¿A qué se refería? ¿A qué no se esforzaba tanto como ella en casa? Quizás su hermana esperaba que, ahora que estaba casada, comenzara a tomar el rol de ama de casa. ¡Si era así, bien podría habérselo dicho! No era necesario tanto misterio.

Aunque también había otra posibilidad.

Mientras avanzaba entre los árboles frotándose los brazos para recuperar la sensibilidad de los dedos, Akane recordó un comentario que había oído a Nabiki tan solo unos días antes.

Kasumi estaba muy seria, sentada en el comedor y con la mirada perdida en una pared y no en el televisor donde daban su programa favorito, cosa que a la mediana no le pasó desapercibida. Le estuvo preguntando incansablemente pero como la otra no dijo una palabra, Nabiki decidió burlarse de ella.

—¿Qué pasa? ¿No será que estás molesta porque Akane se ha casado antes que tú, hermana mayor?

Kasumi apenas se inmutó y respondió que eso era una tontería, en absoluto afectada o molesta. Por eso ella apenas le dio importancia pero... ¿podía ser verdad? ¿Era posible que la buena, dulce y siempre sacrificada Kasumi estuviera herida porque no había sido la primera de las tres en casarse?

Pero, ¿qué culpa tengo yo de eso? Se preguntó, entonces. Hundió con más fuerza las manos en sus bolsillos y percibió una punzada de enfado en su nuca. No es mi culpa que Tofu y ella no se atrevan a dar el paso después de tanto tiempo de relación.

Tampoco era su culpa que su boda con Ranma se hubiera precipitado como lo hizo, la verdad. A ella le habría gustado más esperar un poco. No solo porque le parecía que ambos eran aún demasiado jóvenes como para casarse, sino porque desde ese día apenas habían podido pasar tiempo juntos y eso lo detestaba.

¡Cómo echaba ahora de menos los dulces meses que duró su noviazgo secreto! Claro que tenía sus dificultades mantener una relación a espaldas de una familia tan entrometida como la suya, pero era tan divertido y excitante encontrarse a solas por las casa, hablarse por medio de miradas, perderse por las calles de Nerima durante horas con cualquier boba excusa, como salir a comprar leche, y hacer lo que querían.

Akane había sido tan feliz durante ese tiempo que aún se le encogía el pecho al recordarlo. Eran libres para hacer lo que quisieran y todo era tan nuevo, excitante y maravilloso.

Pero en cuanto su amor salió a la luz, todo cambió.

A sus padres les entraron las prisas por casarles cuanto antes y no importaba lo que ellos dijeran al respecto. Genma y Nodoka anunciaron de improviso que se irían a vivir a la casa de la mujer, llevándose a Ranma con ellos, hasta el día de la boda. Así fue como los presionaron para que escogieran una fecha para el enlace lo más cercana posible.

Fuimos un par de tontos rememoró ella.

No tanto por haber caído en ese truco, sino por haber subestimado la casi agotada astucia de sus atolondrados padres. Esos dos "señores" tan distanciados de la juventud por lo visto aún recordaban la intensidad casi agónica que caracteriza los sentimientos de amor cuando estos acaban de florecer entre dos enamorados, y lo usaron en su contra.

Cuando Akane oyó que los Saotome se irían de su casa, miró a su prometido y sintió que se quedaba sin aire, que el corazón se le partía dolorosamente ante la perspectiva de que se fuera a vivir lejos de ella. Y a Ranma, aunque disimuló un poco mejor, debió pasarle algo parecido. Ambos claudicaron de inmediato y sus padres se salieron con la suya.

Akane quiso creer que el mal trago de la boda pasaría rápido y después todo estaría bien. La vida no iba a cambiar tanto a fin de cuentas; estarían casados, sí, pero eso solo significaría que sus familias los dejarían tranquilos de una vez, que tendrían su propio cuarto para estar a solas y serían libres de comportarse como quisieran en cualquier momento. No habría más intromisiones de prometidas ni pretendientes, ni malentendidos, ni celos... Así fue como empezó a fantasear con una perspectiva muy feliz.

Pero la realidad se presentó bien distinta.

Tras la boda llegaron nuevas responsabilidades. Mientras el tema del traspaso del dojo se aclaraba, Ranma se puso a trabajar en un gimnasio del centro de la ciudad a tiempo parcial como instructor en artes marciales y Akane se decidió al fin a ingresar en la universidad y continuar con sus estudios. Se las arregló para organizar sus clases de manera que su horario coincidiera con el del chico y, al menos, pudieran pasar juntos las tardes. No le dijo a nadie lo mucho que le costó conseguir este arreglo para salvaguardar su orgullo, pero se felicitó a sí misma por ser tan resolutiva. La perspectiva de felicidad que se había imaginado seguía intacta y pudieron disfrutar de algunas semanas de tranquilidad, cada uno entregado a sus quehaceres pero, al fin, unidos.

Ahora que había un nuevo matrimonio en el dojo, los padres de Ranma siguieron adelante con su plan de mudarse a casa de Nodoka. El dormitorio que había pertenecido a Genma y a su hijo desde su llegada años atrás fue rehabilitado para los recién casados y hubo mucho más espacio en la casa para todos. Un espacio que, sobre todo, Soun acusó. La marcha de su mejor amigo le sumió en un curioso estado de apatía y melancolía que a duras penas era vencido por la alegría que sentía por tener un heredero para su dojo.

Al menos durante unos días.

Fue justamente cuando Soun cayó en la cuenta de este hecho, y de lo que Ranma representaba ahora que pertenecía a su familia de manera oficial, que todo cambió.

A peor se dijo Akane, arrugando la nariz helada. Muy, muy a peor.

Y es que su padre había quedado tan necesitado de compañía masculina que comenzó a acaparar a su yerno en los pocos momentos de libertad que este tenía. Ponía todo tipo de excusas relacionadas con las complicadas acciones que se requerían para traspasarle la titularidad del dojo; papeles, notarios, escrituras... Akane, no obstante, veía que esos aburridos asuntos revivían a su padre de modo que al principio incluso se alegró.

Pero según pasaban los días y las semanas, Soun y Ranma desaparecían con mayor frecuencia y, lo que era peor, volvían a casa a las horas más intempestivas. Y en su ingenuidad, Akane no adivinó a donde iban hasta la noche en que su marido apareció cargando con su padre borracho, balbuceando feliz a pesar de todo y llamándole ¡Hijo! con toda la fuerza de sus pulmones.

—¡¿Eso es lo que hacéis por ahí cada vez que salís?! ¡¿Ir a beber?!

—No, claro que no —se justificó Ranma. Entre los dos lograron acostar a Soun que siguió aullando y pidiendo bebidas con chillidos ahogados por el alcohol hasta que se durmió horas más tarde—. ¡Hoy ha sido la primera vez!

—¡No puedo creerlo, Ranma!

—¡Oye que yo no he hecho nada! Solo he seguido a tu padre y he evitado que se metiera en problemas —Declaró con bastante lucidez—. Al parecer esto es lo que hacían nuestros padres antes...

>>. Me parece que echa de menos a mi viejo.

—¿Y por qué no va a buscarle para salir juntos por ahí? ¿Acaso tu madre se lo impide?

—¿Mi madre? ¡A ella tampoco le gusta tener a mi padre todo el día metido en casa!

Aquella noche fue la primera vez que Akane volvió a sentirse furiosa de verdad con Ranma después de mucho tiempo. Y es que, sin pretenderlo, se vio atormentada por insoportables imágenes del chico siguiendo a su padre hasta oscuros tugurios repletos de alcohol servido por descaradas mujeres ataviadas con ropa ligera y que tratarían de atraer la atención de un joven fuerte como él.

Los celos la golpearon con la misma intensidad que años atrás, atravesándola por la mitad y convirtiéndola en la niña insegura que había sido. Temperamental e incontrolable.

—¡¿Por qué diablos tienes que seguirle a sitios así?! —Le espetó, furiosa—. ¡¿Qué hay allí que te interesa tanto, pervertido?!

Ranma respondió con incredulidad.

—¿Pervertido? —Hinchó su pecho y se estiró, ofendido—. No sé qué te estás imaginando pero te equivocas.

>>. Solo lo hago porque se trata de tu padre y no sé cómo negarme...

—¿Qué tal diciendo que "no"?

Ranma frunció el ceño y calló.

Si bien era verdad que, tras aquella discusión tan desagradable, Akane se obligó a sí misma a observar mejor y descubrió que Ranma parecía harto de aquellas salidas nocturnas, seguía sin rechazarlas abiertamente y eso le crispaba los nervios con saña.

¡¿Qué no me esfuerzo?! Volvió a pensar.

Ahora tenía la nariz roja como los lazos que colgaban de los cristales y temblaba de forma violenta pues cuanto más se internaba entre los abetos repletos de bolas, más intenso era el frío que atenazaba sus músculos. Por otro lado, la tristeza que había sentido minutos atrás parecía estar disipándose a causa del frío, y su lugar lo estaba ocupando la ofuscación.

Kasumi no sabía, en realidad, cuánto se esforzaba.

De hecho, nadie parecía notar lo mucho que Akane estaba reprimiendo dentro de ella para ser una buena esposa. La esposa que todos esperaban que fuera.

—Que no me esfuerzo...

Akane entendía que dentro de ella había cosas que se podían mejorar. No le había quedado más remedio que observarse y era mucho más consciente de sus defectos de lo que el resto de su familia parecía pensar. Siempre había sido temperamental, algo impulsiva en sus juicios (y en sus actos) y tenía una terrible tendencia a desconfiar de los demás. Pero es que a menudo la vida la había llevado por un camino por el que se sentía obligada a golpear antes de que la golpearan.

Pero sí, sabía que esas no eran precisamente sus virtudes más agradables y por ello había soportado que toda su vida sus hermanas y su padre se dedicaran a señalarle estos incómodos detalles. Y por más que ella ya lo supiera, no resulta para nada divertido que otras personas escarbaran en su personalidad para darle a entender qué partes de su carácter eran inadecuadas.

¡¿Qué se creían?! ¿Qué no habría preferido ser dulce y paciente como Kasumi de forma natural en lugar de tener que obligarse a cosechar esas cualidades? ¡Por supuesto! No obstante, cada uno es como es, ¿no?

Nunca lo admitiría pero entre los bobos insultos de Ranma acerca de su aspecto físico y las continuas quejas y recomendaciones de sus hermanas a fin de perfilar y mejorar su personalidad, era preferible enfrentar al chico. Incluso cuando él mismo se quejaba de que no era dulce ni femenina, Akane podía ver el poco interés con que se lo decía y se convenció de que él era el único que en verdad aceptaba su forma de ser, en el fondo.

¿No es por eso que acabaron juntos? Cuando llegó el momento de elegir, Ranma la escogió a ella con todos sus problemas de carácter, igual que ella lo eligió a él con su multitud de rarezas y sus aires de vanidad y egocentrismo. Y eso la hacía feliz porque significaba que ambos se habían mirado en lo más profundo y estaban decididos a lidiar con todo para permanecer unidos.

Cuando fue capaz de comprender esto Akane se sintió más feliz y fuerte que nunca y supo que había llegado el momento en que podría dejar ir a la niña boba e inclinada a las rabietas que había sido. Tenía la intención de madurar para comportarse como una buena esposa y eso significaba aprender a confiar y a ser más paciente.

Lo he estado haciendo se dijo. ¡Con todas mis fuerzas!

Cada vez que los viejos fantasmas de sus inseguridades hacían acto de presencia en su cabeza, ella trataba de espantarlos. Se decía que era distinta, que podía ser mejor. Se esforzaba (¡claro que lo hacía!) por no dejarse llevar por sus viejos impulsos, por ser más lista que esas voces en su cabeza. Por confiar. Por ser amable. Por hacer lo que debía.

Pero Ranma cada vez pasaba más tiempo fuera y eso empezó a afectarla. Se sentía una estúpida porque justamente hacía accedido a la boda para poder estar con él y el resultado había sido el contrario. ¡Era casi como si la boda fuera lo que ahora los separaba! Aun así calló y no dijo nada, no se quejó, no se mostró egoísta... pero todos esos malos sentimientos se acumulaban dentro de ella, detrás de una fina pared compuesta por falsas sonrisas y buenas palabras que le sabían amargas en la boca. Era un peso demasiado grande para ella.

Y se dio cuenta de que... un anillo en el dedo no te transforma en adulta mediante magia. Ella seguía siendo una niña que había caído de golpe en un papel que no sabía cómo interpretar, y cuanto más se presionaba para lograrlo, peor lo hacía.

Empezó a enfadarse más de lo habitual y después de aquella discusión sin sentido que tuvo con Ranma por culpa de algo que había hecho su padre, descubrió aterrorizada que se estaba volviendo más ella misma que nunca; pagando con Ranma sus problemas como siempre hizo.

Akane meneó la cabeza. Se sintió culpable, sí, pero tampoco era como si el chico fuera del todo inocente.

Encontró, al fin, un árbol con ramas vacías. Se quedó frente a él, mirándole, con la tarjeta doblada entre sus dedos. En las ramas más bajas había cientos de bolas de papel, cargadas de deseos, pero ella seguía sin saber qué es lo que quería.

Estaba más confusa que nunca.

Volvió a mirarse el anillo de su mano izquierda y le dolió el corazón.

Quiero que Ranma vuelva a estar conmigo pensó avergonzada, aunque solo lo dijo en su cabeza.

Esto no se lo había dicho eso a nadie pero realmente sentía que le echaba de menos, como si se hubiera ido de verdad y es que había días en que no veía a su marido hasta la madrugada. Aguardaba con impaciencia el momento en que él volvía, caída ya la noche, y se acurrucaba junto a ella en la cama. Sentía su corazón oprimido, como enjaulado y sin aire, hasta que percibía su presencia rodeándola y oía su voz adormilada desearle dulces sueños. A veces la invadía un alivio tan grande cuando esto ocurría que casi se le saltaban las lágrimas en la oscuridad.

Todo lo que quiero es que estemos juntos como antes.

Pero ya nada era como antes. Ni su casa, ni el trato con sus hermanas, ni con su padre... ni siquiera las cosas entre ellos lo eran.

Con la proximidad de la navidad, su época favorita, Akane se había llenado de ilusión de nuevo y había albergado la fantasía de que Ranma y ella pudieran crear una tradición secreta. Sería su primera navidad casados. Quería que hicieran algo, aunque no fuera nada especial, los dos solos y que ese acto se repitiera todas las navidades que estuvieran por venir.

Decorar el árbol los dos solos antes de la cena de Nochebuena.

A Ranma pareció gustarle la idea cuando lo oyó, pero según se acercaba la fecha Akane empezó a ver flaquear sus planes, pues el trabajo en el gimnasio era cada vez más exigente y Soun lo acaparaba con más frecuencia.

Finalmente había llegado el día y Ranma estaba desaparecido una vez más. No estaría de vuelta a tiempo para decorar el árbol como ella había querido. Cuando se dio cuenta y se convenció, su corazón se endureció como si lo hubieran vuelto de piedra.

Y la navidad perdió casi todo su sentido.

—Sé que Ranma se está esforzando mucho, pero yo también lo hago aunque nadie se fije —susurró, contemplando la blancura de su tarjeta. Recordó las palabras de su hermana, su mirada aburrida y sí, puede que con un poco de rencor hacia ella—. No es mi culpa... —se repitió. Gimió y se vio invadida por más enfado que antes—. ¡Qué culpa tengo yo por haber sido la primera! —Ella no pidió casarse, no quería que nada cambiara—. Hago lo que puedo... ¡Y tampoco es que Ranma sea tan perfecto!

En realidad, ¿cómo sabía ella que no le encantaba que Soun le llevara a esos lugares? ¿Cómo sabía que no disfrutaba estando lejos de casa? ¿Cómo sabía que realmente se preocupaba por ella si ni siquiera había podido hacer el esfuerzo de estar a su lado para decorar el estúpido árbol de navidad?

¿Es tanto pedir?

Akane se sentía enfadada, muy enfadada. Y también ansiosa... ¿De verdad que sus primeras navidades como casados iban a ser así?

Bajó la vista hasta su tarjeta y leyó los caracteres escritos con purpurina dorada:

Escribe tu deseo y cuélgalo en el árbol para que se cumpla esta navidad.

¡Ojala fuera verdad! Si fuera tan sencillo como pedir un deseo y que este se realizara...

Pediría tener unas hermanas más comprensivas se dijo, apretando los labios. ¡No, pediría tener un marido más atento! ¡No, no! ¡¿Qué tal si pido que la navidad desaparezca para siempre?!

Quizás el universo le estuviera diciendo que iba siendo hora de dejar de creer en la navidad, en su magia y en todo lo que representaba. ¡Hacerme mayor, madurar! ¿No era eso lo que todo el mundo le exigía?

¡Esfuérzate, Akane! No te estás esforzando lo suficiente...

Resopló y rebuscó entre sus bolsillos un bolígrafo. Cuando abrió la tarjeta y se encontró con la blancura del papel aún seguía confusa y agitada por sus emociones pero tras respirar hondo un par de veces...

¡Ya sé!

Lo tenía. El deseo perfecto. Lo que de verdad querría para esas navidades.

Se apresuró a anotarlo antes de que se desvaneciera de su mente y después se puso de puntillas para colgar la bola de la rama más baja que encontró. Aun así estaba como diez centímetros por encima de su cabeza, así que tuvo que estirarse con todas sus fuerzas. Cuando logró meter la rama por la pequeña ranura del papel sus pies se tambalearon y esta se agrietó.

¡Oh, no!

Aguardó unos instantes, muy quieta, observando como su deseo estaba a punto de resquebrajarse del todo y no respiró hasta cerciorarse de que el trozo de papel resistía. Debía asegurarlo un poco más o se caería en unos pocos segundos por el peso.

Vamos se dijo, al tiempo que sacaba la lengua y la pegaba a su labio inferior. Estiró un poco más sus piernas y sus brazos, trató de mantenerse equilibrada y empujó la tarjeta hasta más arriba de la rama. Un poco más.

Cuando casi lo había conseguido, sus ojos se movieron hacia arriba y el poderoso haz de luz que salía de uno de los focos le golpeó las retinas como si fuera un rayo de sol. Sintió su ardor y tuvo que parpadear, pero al cerrar los ojos se sintió desorientada y sus pies se tambalearon. Sufrió un fuerte mareo que la hizo retroceder un par de pasos y un vértigo repentino en el estómago la avisó de la caída inminente.

—¡Ah! —exclamó, asustada. Aleteó los brazos para recuperar el equilibrio perdido. Se sintió caer hacia atrás sin remedio pero en el último instante, algo la sostuvo y fue como si su cuerpo rebotara en el aire devolviéndola su verticalidad.

Apretó los ojos un momento y al abrirlos, se topó con los rostros preocupados de sus hermanas.

—¡Akane! ¡Pero, ¿qué haces?! —exclamó Nabiki soltándola al tiempo que chasqueaba la lengua. Ella la había cogido al vuelo, salvándola de un buen golpe aunque el corazón aún le retumbaba contra el pecho por el susto.

—¡Ah! ¡Vaya! ¡Gracias, Nabiki!

—¿Estás bien? —se interesó Kasumi.

—S-sí... solo... creo que me he mareado al colocar mi tarjeta —Akane se volvió para buscarla pero, al menos, esta seguía encajada en la rama del abeto. Algo doblada y con una grieta, pero inamovible. Había quedado del revés mostrando una superficie roja con los caracteres en dorado que decían:

Tu deseo ya se ha cumplido

¡Feliz Navidad!

Akane arrugó la nariz llevándose una mano a la frente, acababa de despertársele un dolor de cabeza que parecía palpitar como un tambor.

—¿Un mareo? —repitió Nabiki llamando su atención. La miró de arriba abajo con una sonrisa—. ¡Tal vez estés embarazada por fin!

—¡¿Qué?! —La pequeña dio un respingo, totalmente roja y negó enérgicamente con la cabeza—. ¡¿Qué estás diciendo?! ¡¿Te has vuelto loca?! ¡Es... prontísimo para eso!

—¿Prontísimo? —murmuró Kasumi.

—Pues yo diría que ya es hora, la verdad —Nabiki se encogió de hombros para después estirar los brazos liberando un poderoso crujido y fue ahí que Akane se fijó en que no llevaba bolsa alguna en sus manos.

—Es la primera vez que vuelves de la tienda de las cámaras con las manos vacías —comentó intentando cambiar de tema.

—¿Qué dices? Si esa tienda ya cerró... ¡¿Dónde tienes la cabeza?! —Nabiki meneó la suya y después se estiró—. ¿Qué tal si nos vamos? ¡Estoy harta de caminar!

Sin esperar respuesta se dirigió hacia la salida del pabellón.

—Lleva razón, será mejor volver ya —convino Kasumi. Akane se quedó mirando su rostro pues tenía algo distinto, casi imperceptible y que de hecho, apenas pudo identificar salvo por el detalle de que se había soltado el pelo—. ¿Ocurre algo? ¿Por qué me miras así?

—¿Ah? —No lo sabía, porque su hermana seguía siendo la de siempre. Pensó que habría sido cosa de su imaginación y lo dejó ir—. ¿Y los lazos? —le preguntó, entonces.

—¿Qué lazos?

—Los que ibas a comprar para adornar el dojo —explicó Akane pero su hermana torció el rostro confusa—. Los lazos rojos con motitas blancas...

—No sé de qué me hablas... ¿seguro que estás bien?

Akane frunció el ceño algo perdida pero decidió asentir con la cabeza y no darle más vueltas al asunto porque de repente sintió un enorme cansancio que se extendía por todo su cuerpo. Llevaban ya varias horas comprando y paseando por las tiendas; estaba agotada y la cabeza le dolía cada vez más.

—Será mejor irnos, sí —murmuró.

No solo le dolía, además la notaba pesada y entumecida, pero se dijo que debía ser cosa del mareo.

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El trayecto de vuelta al dojo solo hizo que el malestar de Akane empeorara y para cuando llegó a la casa estaba tan cansada y le dolía tanto la cabeza que decidió irse a dormir directamente.

Le daba pena perderse la cena de Nochebuena que con tanto esfuerzo había preparado su hermana mayor y así se lo hizo saber, aunque esta parpadeó con extrañeza y le dijo que tampoco era para tanto y que no se preocupara.

Akane se arrastró escaleras arriba y entró, sin encender la luz, al dormitorio que compartía con su marido. Estaba vacío, claro, Ranma aún no había vuelto... su turno en el gimnasio ya había acabado pero seguro que Soun había ido a buscarle y ahora estarían por ahí...

No vale la pena pensó ella con disgusto, mientras se ponía el pijama a tientas. No dejaría que esas imágenes penetraran en su atención.

Se metió en la cama y rodó hasta la mitad donde el chico solía dormir para hundir la cara en su almohada hasta captar su olor olvidado sobre la funda.

Todas las noches se quedaba dormida en ese lugar, esperando a que él volviera y la despertara. Aunque no estaba segura de que fuera a conseguirlo esa noche porque notaba como un profundo y terrible sopor se iba apoderando de ella.

Las alucinaciones del sueño la inundaron sin remedio y ella quiso dejarse ir lo antes posible. El enfado también se desvaneció lentamente y el rostro del chico apareció ante sus parpados cerrados atrayéndola al sueño.

... Ven a casa pronto, Ranma.

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¡Hola, Ranmaniaticos!

¿Qué os ha parecido el primer capítulo del nuevo fic navideño?

Cómo podéis ver, en esta ocasión me he ido al futuro (no muy lejano) donde Ranma y Akane por fin han dado el paso (o los han empujado) y se han casado. Justamente, estamos en su primera navidad como marido y mujer y... sí, ya sé que no ha empezado muy bien, jaja. Pero Akane acaba de pedir un deseo y si se cumple, tal vez haga que las cosas mejoren, ¿no?

Las navidades tienen un sentido especial para mí desde siempre, pero cuando comenzaron a volverse agridulces, Ranma apareció en mi vida para endulzarlas de nuevo. Así que es casi una tradición escribir y publicar algo sobre este fandom por estas fechas.

Espero que os guste este fic ^^ Nos vemos mañana con el siguiente capítulo.

Si os ha gustado, dejarme un voto y algún comentario *__*  Solo quedan cinco días para Navidad (este detalle es importante, así que recordarlo).

¡Nos vemos!

Besotes para todos y todas.

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