Prefacio
15 de octubre del 3704
En alguna parte de la Tierra
El silencio era inaudito en todo el mundo, los edificios colapsados causaban estragos al ser vistos por los sobrevivientes; el cielo que antes tenía vida ahora estaba teñido de un oscuro tono grisáceo que provocaba dolor; el aire estaba contaminado, casi nadie podía respirar sin sentirse sofocado; el mundo se estaba muriendo ante la vista de todos.
Dos hermanos adolescentes que se habían ocultado en un sótano subterráneo salieron de su escondite con la esperanza de encontrarse un mundo pactando su paz, pero lo que encontraron fue otra cosa; algo que probablemente hubieran llamado milagro, sino fuera por el dolor que sintieron.
La casa estaba prácticamente destruida, alguna bomba debió caer sobre ellos, y gracias al subsuelo, sobrevivieron. Había una densa niebla que oscurecía aún más a lo que quedaba de la Tierra. Y eso les preocupaba a los hermanos, parecía que nada malo podría ocurrirles si decidían acercarse al condado.
Frente a ellos, a una considerada distancia había una especie de escudo, con tonos brillosos, con un peculiar parecido a una burbuja. Esa extrañeza se interponía en sus caminos, y para poder cruzar al otro lado, sabían que debían pasarla; el miedo era débil ante la necesidad de sobrevivir. La joven mujer, quien era mayor entre los dos, tomó de la mano a su hermano y le sonrió delicadamente, tratando de demostrar que todo estaría bien.
Su hogar se encontraba en las afueras del condado de Iowa, y antes solía ser un pueblo escaso de árboles, pero en ese preciso momento, lo que sus ojos vieron fue majestuoso. Era como si de pronto, todo lo que no tenían comenzó a vivir. La naturaleza se había expandido increíblemente en el pueblo, el cielo lucía distinto al que ellos podían ver desde su posición. Pero era imposible pasar por alto la gran ausencia de personas.
Sujetó con fuerza la mano de su hermano, comenzando a dudar de aproximarse al pueblo, aun así esa era su única opción, nunca llegarían a encontrarse con agua y comida si decidían irse lejos. Además, ella tenía a algunos de sus amigos en aquel sitio, y estaba segura de que la ayudarían. Suspiró armándose de valor, y empujó suavemente a su hermano para seguirle el paso. No podía darse el lujo de lucir aterrada, ella era lo único que le quedaba a su hermano. Ella sabía que a partir de ese momento eran huérfanos.
Todo iba bien, estaban muy cerca de cruzar la gran calle que los separaba del condado, y también estaban a próximos de mirar de cerca la peculiar barrera. El terror de no saber nada los alteró cuando escucharon las fuertes sirenas que anunciaban un eminente peligro; la joven comenzó a correr, arrastrando a su hermano hacía el condado, con la única idea de encontrar algún sitio para esconderse.
No se inmutaron cuando cruzaron la barrera. No notaron el cambio interno en el condado, ni siquiera presenciaron el dolor que los torturaba a cada segundo.
El grito de su pequeño hermano la detuvo ante la búsqueda de un nuevo escondite, y se atrevió a escrutarlo, tratando de averiguar lo que le sucedía; entonces ella lo supo. Algo había ocurrido en el condado, alguna sustancia toxica fue liberada en ese mismo sitio y por eso la barrera existía. No pasó más segundos cuando ella misma sintió que el oxígeno le faltaba, un dolor en su columna vertebral le provocó una caída inmediata, se arqueó tratando de sobrellevar el miedo, y en ningún instante soltó las manos de su hermano, quien empezaba a dejar de ser el niño de catorce años que ella recordaba.
Su precioso rostro se deformó hasta convertirse en liquido rojo, parecía que algún tipo de ácido lo estaba deteriorando, y luego sintió que le ocurría lo mismo a ella.
Pero pensó, mientras morían, que por lo menos se irían juntos, nada ni nadie los iba a separar incluso en esa tormentosa agonía que los mataba.
¡Agentes Inestables está preparándose para su edición final!
Los capítulos serán editados, para corregir pequeños errores gramaticales y ortografía.
Continua disfrutando de sus aventuras anormales mientras se enamoran de lo que no deberían.
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