03: El bosque (parte dos)
—¿Estamos todos? —Jared buscó alrededor y al confirmar que estaba en lo correcto, observó al chico que había gritado mientras que salía del bosque—. ¿Santiago, vas a decirnos lo qué viste?
Estaba segura de que el ritmo de mi corazón no se iba a emparejar con aquella respiración que, también intentaba llevar la velocidad al máximo como los pies de todos, mientras veíamos las luces de la camioneta que dejamos encendidas en caso de que algo así nos fuera a pasar.
—¿Qué dijiste? —Santiago continuó comiendo el relleno de una bolsa de frituras en lo que hacía el intento de abrir una lata energética, que de seguro trajo sin acordarse de los que faltaban. Su tranquilidad envidiable no se comparaba con mi alma, tan fina para ser destrozada por un débil soplido y pesada para remplazar—. No te escuche con los crujidos de las papas.
—¿Por qué nos hiciste correr?
—¿No lo vieron?
—Yo corrí porque tú lo hiciste —Camila lo señaló.
—¿Viste al profesor Jimin? —Valeria se apretujó con los asientos y Sophie le empezó a dar unas caricias en la espalda mientras que la otra lloraba—. Sabía que era mala idea.
—¿Era algo peligroso? —di una opción y él elevó ambos hombros—. ¿Los papás de Victoria?
—Eso no tendría que asustarme.
—¿Y entonces?
—¡Deja de estar jugando, Santiago! —Xam se hizo notar después de mi pregunta, elevando la voz—. ¿No ves que no tenemos todo el tiempo que quieres? ¡No seas inoportuno y cuéntanos lo qué viste! Y si vas a decir que no estás seguro de que era no te atrevas a hablar.
—Xam.
—SI vas a decir que no estás seguro de que era, ¡no hables! —Me ignoró y siguió—. ¡Sal a buscar!
—¿Y que me maten?
—Así podrás comprobar que tus palabras no son mentira.
—Yo nunca te he mentido.
—Pero siempre has sido dramático.
—Es tu envidia hablando porque sabes que yo tengo más carisma.
—No tengo por qué envidiarte eso.
—Sabes que si —Santiago se retorció en su asiento buscando al chico de mi lado—. Yo puedo conseguir lo que quiera por mi forma de ser, y tú no.
—Dime una sola cosa y te lo creeré.
—Novia —soltó y los puños de Xam se apretaron sobre su regazo, su cara se enrojeció y las cejas se inclinaron—. Sabes perfectamente que puedo conseguir a la chica que te gusta, en un día, y te pones así porque también sabes que no miento con esto —Después Xam se brincó del asiento y cayó al lado de Jared, abrió la puerta y se alejó en lo que Santiago volvía a hablar—. ¿Crees que es buen momento para decir el nombre de tu enamorada?
—Santiago, ya déjalo.
—¿Yo que hice?
—¿Qué no ves? Hiciste que se fuera, cuando hay quién sabe que cosa allá —le respondió Sophie.
—Ni modo, él se lo ganó por tener la mecha corta.
—Ve por Xam —le ordenó Camila y Santiago abrió otra lata, bebiéndola de un trago.
—Nah.
—Eres tan infantil.
—¿Yo?
—No, el monstruo de afuera —Sophie le arrojó su bolso de maquillaje aún abrazando a Valeria—. ¡Claro que tú! Fuiste el culpable.
—Yo solo estaba jugando.
—A mi no me parecía que lo hacías con esa intención —Lancé una última mirada a la ventana y me salté el mismo sillón que Xam, el aire fresco capturó los escalofríos en mi piel, pero no fue lo suficientemente helado en este momento para arrepentirme y no ir a buscarlo—. Lo retaste.
—¿Y ahora te podrás de su lado? ¿Quién más lo hará para que se baje de mi maldita camioneta?
Todas se quedaron calladas, Jared hizo un ademán hasta que sintió los aires libres cuando di un brinco al tomar mi mochila junto a una bolsa de supermercado, que Xam había traído. Aventé la puerta sin cuidado y con un toque encapsulado, lo escuché maldiciéndome y lanzando golpes al volante.
Levanté una rama limpiando mi camino de las hojas quebradizas. Ni siquiera me había puesto a pensar en cómo nos íbamos a regresar, porque estaba segura de que Santiago no nos querrá de vuelta y que el plan terminaría cancelado. Me apoyé en la corteza de un árbol y saqué el teléfono con la linterna encendida: el lugar tenía tropiezos de basura, huesos que esperaba que fueran de alguna comida y muestras de un liquido seco, derramado en ciertas partes.
—¿Xam?
—¿Isabella? —no tardó en preguntar.
—¿Dónde estás?
—¿Qué haces aquí? Es peligroso.
—Lo sé, por eso vine por ti —No volví a escuchar su voz, solo las pisadas a mi al rededor—. ¿Xam te estás acercando? Por favor dime que eres tú y no una bestia.
—No dejes de hablar.
—¿A caso quieres que los osos vengan por mí?
—¿Isabella?
—¿Si?
—Deja de bromear y sigue hablando, necesito tu voz para encontrarte.
—Tengo miedo.
—Tranquila, si alguien te lastima usaré tus gritos e iré por ti —Soltó una risa y al no escuchar mi contestación volvió a hacerse notar—. ¿Qué te dije?
—Que siga hablando.
Me recargué en el tronco y volteé a ambos lados, no veía nada y mis nervios incrementaban con mis respiraciones, me senté en la tierra llevando el palo extendido en la mano, por si algo se me acercaba le pudiera dar un golpe para salir corriendo.
—Pensé que Santiago era tu amigo.
—También lo pensé.
—¿Llevan pocos años de amistad?
—Diez.
—¡Eso es toda una vida! —exclamé más cómoda y abrí una de los refrescos que traje, dándole un sorbo antes de continuar—. Creo que no era tu amigo. Los amigos no se quitan las chicas, te dan apoyo en tus decisiones por muy mal que estés y que te sientas mal, sabes que estará cuando te necesites hundir, porque nunca te responderá con un: «que lástima».
—Entonces no tengo amigos.
—¿Y Jared?
—No somos de hablar mucho, tal vez lo mío no es tener amistades.
—¿Y tienes hermanos?
—Los mejores.
—En ese caso te equivocas.
—¿En qué parte?
—En que no tienes amigos.
—No lo había visto de esa forma, Isy.
—Yo tengo una hermana, pero es tan pequeña para poderle contar mis traumas.
—¿Cuántos años tiene?
—Cinco —Abrí los bombones, me comí uno meneando los pies, algo que me caracterizaba si me sentía feliz—. Y mi mejor amiga es Sophie, nos metimos juntas al taller. Queríamos compartir el mayor tiempo desde que ambas salimos de la secundaria, y sus papás le empezaron a dejar ir a con sus amigas.
—¿Has tenido más amigas?
—Sip, pero no como Sophie.
—¿Me permites sentir envidia?
—Xam, algún día encontrarás a alguien que lo sea todo para ti y que también lo seas para ella, así como cuando yo conocí a Sophie.
—Mis hermanos cumplen ese papel.
—Entonces, alguien se unirá con ellos —dije, intencionada con que fuera yo esa persona pero al parecer no lo entendió—. Oye, Xam.
—Dime.
—¿Quién era esa persona de la que hablaba Santiago?
—¿Por qué la pregunta?
—Me dejó con curiosidad.
—Levántate.
—¿Levantarme? ¿Para qué?
No me contestó más que los sonidos de aquella hojas, chocando una con otra sobre el suelo mientras yo me paraba después de dejar los bombones en la mochila y dar otro sorbo a la lata. Apunté la luz por atrás de mí y ahí estaba con su radiante sonrisa. Me apresuré en correr hacia él y hizo lo mismo, chocamos abrazándonos, sin hacer importante el hecho de que derramé algo de mi bebida encima de su espalda, al colocar mis brazos rodeando sus hombros.
—¿Te encuentras bien? —tomó la iniciativa.
—Si, ¿tú lo estás?
—Ahora si —Se separó viéndome a corta distancia, apretó mi cabello encima de mis laterales de la cara y volvió a abrazarme, con más fuerza—. Necesitamos volver.
—Pero Santiago se quedó muy molesto contigo y digamos que yo también lo provoqué.
—¿Lo hiciste enojar?
—Pues termino diciendo que se bajaran todos los que te iban a defender.
—No puede dejarnos aquí, la semana pasada lo ayudé con los exámenes y no le pensaba cobrar, pero si así nos vamos a llevar...
Xam sacudió su camisa por el liquido y me ayudó con la mochila, me impulsó para que yo fuera enfrente de él y no me perdiera de vista. He de mencionar que mi corazón se relajó, ahora que podía ver la carretera más cerca con la camioneta blanca.
Tras unos cuantos pasos llegamos y la puerta fue abierta por alguien de adentro. Santiago aún en el volante con la diferencia de que ahora estaba en el teléfono en lo que Camila le hablaba, Jared jugaba con Sophie a hacer burbujas grandes de chicle en la parte de atrás, y Valeria leía un libro acerca de leyes.
—¿Ya terminaron de llorar? —cuestionó Santiago evitando nuestros rostros—. Suban o los dejaré aquí.
Obedecimos a regañadientes. Valeria se recorrió, luego subí yo y al final Xam. Santiago dejó caer el celular en el tablero debajo del parabrisas, arrancó metiéndole reversa y retomó la ruta por la que entramos, poniendo su música de reguetón colombiano a todo lo que da.
—¿Descubrieron algo de Jimin? —interrumpí la lectura de la rubia, hablándole en el oído ya que casi no me escuchaba.
—Nada interesante. Lo vimos salir de la casa unas veces con los padres de Victoria, pero nadie se atrevió a ir después de lo que pasó.
—¿Santiago dijo que se iba a cancelar esto?
—Si.
—¿Habló de nosotros?
—Siendo agresivo, si, la única que lo enfrentó fue Camila aunque no le ha ido muy bien.
—¿Por qué lo dices?
—Él ni siquiera la escucha.
—Se enfadó mucho —afirmé por lo que me contó—. ¿Sabías que ellos dos son mejores amigos?
—Si.
—¿Los conoces desde hace mucho?
—A Santiago lo conocí hace tres años.
—¿Y a Xam?
—En nuestra ciudad de origen cuando teníamos siete años.
—Guau, eso es mucho. ¿Eres de...?
—Los Ángeles.
—¿No tienen otro tema de conversación que no sea del rubio lleno de petróleo? —Santiago frenó de golpe y aceleró todavía más—. Por no decir intento de ser rubio.
—¿Crees que me tiño el cabello?
—No eres blanco ni moreno.
—Racista —murmuré.
—¿Por qué le hablan? Tengo historias mucho más interesantes que sus sueños frustrados.
—Envidioso —volví a murmurar.
—No me digan que ustedes creen que ese cerebrito es tan inteligente como él dice, todo lo saca de internet y si no le copia a Valeria, no por algo han ido siempre a los mismos colegios.
—Resentido —Esta vez Xam me observó haciendo notar una sonrisa lánguida, en lo que Valeria fingía no escuchar nada de esto.
—Mi padre es presidente, mi hermano va a pertenecer a la SWAT, mi madre es hermosísima y mi hermana seguro va a ser una afortunada, que no necesita trabajar para tener su vida de sueños.
—¿Qué más vas a decir? Ya cállate, Santiago.
—¿Sabes lo que Xam quiere?
—Si el quiere contarme, me lo dirá, y si no es así, me niego a saberlo por ti.
—Eres bonita para quedarte de su lado.
—Gracias, pero—
—Puede que tengas toda la razón —intervino Camila refiriéndose a Santiago—, Xam no debe de merecer lo que tiene y tú si, ¿pero qué se hace con estas cosas?
—No le des por su lado —dije.
—Camila está conmigo, si no te importa.
—A ti es a quien no le debería de importar, si no quieres que sea lo que mencionaste o no deseas saber acerca de mí, no me mantengas en tu boca —la voz de Xam sonó firme y gracias a Dios, ya estábamos a la vuelta de la casa de Victoria.
—Uy, cuanto miedo.
—Tú solo estás dándole poder a lo que no quieres.
—¿Eh? ¿Estás diciendo que sueño en tener todo lo que tú?
—No dije eso.
—Menos mal porque estás equivocado.
—Lo admitiste tú, Santiago.
—No, tener tu vida sería como estar jodido en el infierno.
Xam abrió la puerta justo antes de llegar hacia un árbol, Santiago gritó y Xam volvió a cerrarla.
—No vuelvas a hablar así de mi vida.
—Tú me das motivos, no vuelvas a contarme nada.
—¿Y tú si podrás decirme de todo?
—Ya no, prefiero soltar todos tus secretos. ¿Qué tal si los vendo y también la dirección del según presidente de tu padre? A ver si un valiente lo asesina y votamos por alguien mejor.
—Haces eso y te juro que—
—¿Le hablarás al aprendiz de tu hermano? —le cortó Santiago y Xam volvió a abrir su lado de la camioneta a nada de pasar por un tronco—. ¡Cierra la puerta!
—Estaciónate.
—¡Cierra la puerta!
—Estaciónate.
—¡Que no! ¡Cierra mi maldita puerta!
—Estaciónate —advirtió por última vez Xam, antes de que con la velocidad y el tronco el pedazo saliera volando lejos. Santiago volvió a gritar desabrochándose el cinturón, apurándose en ir a buscar al chico del lado derecho—. Isabella, vámonos.
No esperé a que dijera algo más, observé a Sophie y Valeria tomando la mano de Xam, salté del escalón. Santiago nos quiso interceptar por el frente, al contrario de donde salimos corriendo al auto en el que Xam lo abrió con una tarjeta, no nos tomamos el tiempo de asegurarnos cuando arrancó ignorando las piedras que no nos llegaron a chocar.
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