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29. BREATHIN


Narra Ana

Dejo que Alexander me guíe hacia el interior del pabellón. Es entrada la tarde y él ha decidido que hoy es muy buen día para enseñarme a jugar voleibol.

Hace tiempo que me dijo que no le importaría hacerlo (o, más bien, Levi le dijo que Alexander me podría enseñar) y parece que ha sido esta mañana cuando se ha acordado.

—¿Cómo es que tienes ahora todo el pabellón solo para ti?

Alexander me mira brevemente para dedicarme una sonrisa ladeada.

—Privilegios de ser famoso.

Pongo los ojos en blanco.

—Se me olvidaba que eres el famoso Alexander Jones.

Me guiña un ojo.

Cruzamos el largo pasillo hasta que llegamos a la zona donde la red se encuentra perfectamente colocada.

—Ahora vengo, voy a por un par de pelotas —asiento, conforme.

Doy una vuelta sobre mí misma para observar mi alrededor antes de acercarme a unos de los bancos para dejar mi bolso y el teléfono.

Los últimos rayos de sol se filtran a través de las ventanas del pabellón, bañando la cancha de voleibol en una cálida luz dorada. Miro a Alexander, quién reclama mi atención con un carraspeo, con una mezcla de nerviosismo y emoción cuando me lanza el balón que hace un segundo cargaba en su mano.

—¿Lista para tu primera lección con el mejor profesor que puedas tener? —pregunta Alexander, con una sonrisa burlona.

Alzo una de mis cejas.

—No mucho.

Alexander sonríe con diversión.

—Me vale. Bien, lo primero es lo primero —dice Alexander, acercándose a mí—. Tenemos que trabajar en tu postura.

Alexander me guía para colocarme en la posición correcta, con los pies separados a la altura de los hombros y las rodillas flexionadas. Sus manos se enredan en mi cintura y brazos para moverme con mucha más facilidad. Lo que él no sabe es que su contacto hace que me ponga más nerviosa de lo que ya estoy.

—Así... y ahora, relaja los hombros. Imagina que el balón es una pelota de playa.

—¿Así?

Asiente.

—Sí.

Agarro la pelota y muevo esta con suavidad para hacerme a ella. Casi puedo decir con certeza que solo he jugado una vez en mi vida y no volví a jugarlo.

—¿Ves esta línea imaginaria en el suelo? —pregunta a la vez que lo señala con un dedo—. Cuando vayas a golpear el balón, tu mano debe seguir esa línea.

Asiento, concentrándome en cada una de sus instrucciones.

—¿Cómo voy? —pregunto a la vez que le observo de reojo.

Me doy cuenta de que me recorre de arriba abajo con rapidez.

—Muy guapa.

Suelto una pequeña carcajada.

—No, idiota, en lo que me vas enseñando.

Veo como finge que está indignado.

—Yo te piropeo y te enseño a jugar y tú a cambio me insultas, muy bonito.

Sonrío.

—Gajes del oficio.

Alexander empuja con la punta de la lengua en el interior de su mejilla a la vez que entrecierra los ojos en mi dirección.

—Te la tengo guardada.

Le guiño un ojo.

—Seguro que sí, cielo.

Se muerde el labio y niega con la cabeza.

—Venga, deja la pelota en el suelo que te lanzo esta —señala la que tiene en su mano—, así puedo ver cómo recibes —me dice cuando me enseña a colocar a la perfección las manos y cómo debo golpear.

Asiento y hago lo que me dice.

Alexander me lanza el balón sin darme mucho tiempo de margen para pensar en todo lo que me ha enseñado. Coloco las manos de la misma manera en la que él me ha mostrado hace unos minutos y golpeo con fuerza, pero la pelota sale disparada hacia arriba y cae en la otra esquina del pabellón.

—Uy —es lo único que digo, avergonzada.

—Vaya, si que golpeas fuerte —exclama Alexander en cuanto vuelve de recoger la pelota.

—¿Tu crees? —bromeo con una pequeña sonrisa.

—Sí, pero necesitamos que tengas un poco más de precisión y que no golpees con tanta fuerza para que así puedas controlar la dirección y el destino de la pelota.

Río con nerviosismo.

—Lo intentaré.

Alexander continúa enseñándome los fundamentos del voleibol: cómo pasar, cómo sacar, cómo bloquear. Intento ser la mejor alumna aplicada posible, pero a veces me cuesta coordinar mis movimientos. A veces, el balón se me escapa de las manos o golpea la red.

—Lo importante es que no te rindas —me anima Alexander cuando escucha mis quejas—. Todos empezamos desde abajo.

A medida que avanzaba la lección, cada vez comienzo a sentirme más cómoda con el balón. Mis movimientos se han vuelto un poco más fluidos y los golpes algo más precisos.

—Vaya, no se te da mal. Vas bien —dice Alexander cuando se coloca frente a mí.

Sonrío.

—¿En serio?

— Sí, en serio. Aprendes rápido.

—Vaya, gracias.

Al final de la lección, tras haber seguido haciendo pases, ambos estamos agotados pero satisfechos. Dejo el balón a un lado y camino hacia la pared para dejarme caer en el suelo. Alexander no tarda en colocarse a mi lado. No tarda en pasarme una botella de agua para que pueda beber y así poder saciar mi sed.

—Gracias por tu paciencia —digo.

—No hay de qué —responde Alexander—. Me lo he pasado muy bien enseñándote.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de la compañía del otro. El sol ha terminado por desaparecer y el pabellón iluminado por las luces que contaba el lugar.

—No estaría mal repetir esto —comenta después de unos minutos en silencio.

Giro mi cabeza para mirarle.

—¿Quieres que me convierta en una buena contrincante para ti? —bromeo.

—Oh, seguro que ya me ganas si jugamos un pequeño partido.

Río.

—Ya, seguro que sí.

Apoyo la mano en su hombro para levantarme y dirigirme hacia donde están mis cosas. Me giro de nuevo para mirarle.

—¿Quieres venirte a mi casa a cenar?

Alexander se acerca a mí con lentitud.

—¿Eso significa repetir lo de la última vez? —Su mano se acomoda en mi cintura.

Hago como que me lo pienso.

—No lo creo.

Entrecierra sus ojos en mi dirección.

—Vale. Lo acepto igual.

Sonrío.

—Eso esperaba. —Forma una sonrisa.

Terminamos recogiendo todo y hacemos una pequeña parada en un restaurante de comida rápida antes de irnos hacia mi apartamento.

Cuando llegamos, no tardamos en dirigirnos directamente hacia el salón para cenar. Mi estómago ya ha comenzado a reclamar algo de comida. Alexander se acomoda en el sillón mientras que yo lo hago en el suelo. Apenas hablamos, es por eso que tardamos menos de lo que esperaba en comer. Me coloco en el sillón, a su lado, cuando ya estoy completamente llena.

Miro de reojo hacia la ventana. Fuera ya no hay ni un ápice de luz del sol, por lo que las luces de mi apartamento son los que crean un ambiente cálido y acogedor. Apoyo la cabeza sobre mi mano y observo a Alexander, quién guarda toda la basura en la bolsa.

Mantengo la mirada fija en los tatuajes que adornan el brazo de Alexander. Sin poder evitarlo, me incorporo un poco para trazarlos con la yema de mis dedos. Eran diseños entrelazados y llenos de significado, una especie ofrenda visual a su pasado y sus sueños. Ambos brazos estaban decorados por estos, al igual que algunas zonas de su pecho y espalda.

—¿Qué significan todos los tatuajes que tienes? —pregunto. Mi voz es apenas un susurro.

Alexander se gira para observarme y me dedica una pequeña sonrisa ladeada.

—Son como mapas de mi vida. Cada uno marca un momento importante, una lección aprendida, un sueño alcanzado o simplemente porque me gustaba el diseño.

—Cuéntame sobre este —digo a la vez que señalo un tatuaje en forma de fénix.

—El fénix representa la capacidad de renacer de las cenizas —me explica—. He pasado por momentos muy difíciles en mi vida, pero siempre he logrado encontrar la fuerza para volver a empezar. Es un símbolo de esperanza y resiliencia.

Asiento, comprendiendo la profundidad del significado.

—Y este, ¿qué es? —señalo una pequeña ancla tatuada en su muñeca.

—El ancla simboliza estabilidad y seguridad —responde Alexander—. Siempre he anhelado encontrar un lugar al que llamar hogar, un lugar donde sentirme seguro y protegido.

—¿Y no lo has encontrado aún? —cuestiono sin dejar de mirarle.

Alexander me mira directamente a los ojos. Una pequeña emoción cruza por sus ojos, pero desaparece con tal rapidez que me es imposible identificarla.

—Sí, quizás sí. Quizás ya lo he encontrado.

La conversación continua, cada tatuaje me desvela una nueva faceta de la personalidad de Alexander. Escucho atentamente cada una de sus palabras, fascinada por la historia que se escondía detrás de cada diseño.

—¿Por qué te hiciste todos estos tatuajes? —pregunto después de un rato.

Alexander se encoge de hombros.

—Los tatuajes son una forma de expresarme, de mostrarle al mundo quién soy —responde—. Son como una armadura que llevo puesta, pero también como una obra de arte que llevo conmigo a todas partes.

—Me gusta. Todo un artista con las palabras —digo, admirándolo.

Él me sonríe.

—Tú también lo eres, Ana. Cada palabra que escribes es una pincelada en el lienzo de tu alma.

Sonrío. conmovida por sus palabras y por el reconocimiento que me acaba de hacer. Creo que necesitaba escuchar eso.

—Creo que todos somos artistas, de una forma u otra. Solo necesitamos encontrar nuestra propia forma de expresión. Tú lo haces con los tatuajes y el voleibol. Yo con la escritura.

—Exacto —dice—. Y tú, ¿te harías algún tatuaje?

Me quedo pensando en su pregunta unos segundos.

—Nunca lo he considerado seriamente.

—No tienes por qué hacerlo —comenta—. Pero si algún día sientes la necesidad de expresar algo de esa manera, no lo dudes.

—Quizás tengas razón —dijo Ana, sonriendo.

—También es verdad que tienes que tener en cuenta que una vez que te haces tu primer tatuaje, ya no puedes parar. Es como si no pudieras parar de querer más.

Suelto una pequeña carcajada.

—Lo tendré en cuenta.

La conversación se prolongó por lo que creo que fue unas dos horas más. Siento que ambos estamos creando un vínculo cada vez más profundo y fuerte entre nosotros. Aun así siento que me quedan muchas cosas por descubrir de Alexander y que puede ser muy importante para esta relación que estamos formando.

—Gracias por compartir tus historias conmigo —dijo Ana, su voz llena de gratitud.

—Me gusta que te intereses por mí —comenta sin dejar de mirarme.

—¿Y por qué no?

Nuestros ojos se conectan al instante cuando termino de hablar. Ambos nos quedamos en silencio, sin saber qué más decir. Hace tiempo que el ambiente entre los dos cambió de manera drástica.

El timbre del apartamento comienza a sonar con estruendo un par de veces lo que hace que nuestro intercambio de miradas se vea interrumpido. Alexander me observa con curiosidad.

—¿Estás esperando a alguien?

Niego brevemente con la cabeza.

—Voy a ver quién es.

—Claro.

Me levanto del sillón y me dirijo al instante hacia la entrada para observar por la mirilla de quién se trata. Arrugo el entrecejo al identificarla al momento. Como no hacerlo.

No tardo en abrir la puerta hasta quedar cara a cara con ella.

—¿Mamá? —cuestiona, confusa.

—He dejado a tu padrastro.


...........................

Holaaa!! ¿Qué tal el capítulo? 

Sorry not sorry por el final  ;)

Avisaré por instagram de las próximas actualizaciones del libro porque cada vez nos acercamos más y más al final de la historia ;)

Nos vemos <3

insta: teenagerwriter_

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