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♠ Capítulo 8: City's Night Pub

Y tan rápido como un pestañeo llega el viernes. El año se esta yendo en un abrir y cerrar de ojos. Solo falta una semana para que llegue noviembre y con él, mis exámenes finales (tiemblo solo de oír la palabra… Exámenesssss Finalesssss), pero antes, debo rendir las ultimas dos pruebas de calculo III, mi archienemigo, mi némesis. Tengo una el lunes y otra en tres semanas más y luego por fin rendiré el examen y me librare para siempre de calculo, o eso espero. No es que mis notas en el ramo sean brillantes, la verdad siempre estoy rasguñando el “aprobado”, nunca se me han dado las matemáticas y nunca se me darán, para todo lo demás soy una bala.

Es viernes y yo me amurro en la biblioteca, repasando funciones. Es la segunda vez en mi vida que reviso esta materia y sigo sin entender, pero no debo perder la calma, tengo a Carmen, mi tutora personal y descendiente directa de Pitágoras.

La veo acercarse entre los libreros, me mira raro, debe ser por la cara de dos metros que arrastro, la cual no es exactamente por mi ineficiencia con los números.

—¿Por qué la cara larga?—pregunta dejando sus cuadernos sobre mi mesa.

—Es viernes…

—¿Y desde cuando eso es considerado malo?

—Desde que los de derecho tienen prueba solemne.

—¿Ya?

—Gabriel se puso traje. Camisa, corbata, zapatos… ¡Todo!

—¿Se veía bien?

—Tuve que salir en bote del departamento

—¿Porque tu baba inundo el lugar?

—No exactamente mi baba, pero era un fluido y era mío.

Se ríe a carcajadas y la bibliotecaria la hace callar.

Hablando enserio, mi estadía en ese departamento es cada segundo más peligrosa, es muy probable que alguien salga herido más pronto que tarde, sexualmente hablando.

Nos concentramos el resto del día en mejorar mis habilidades en cálculo sin mucho avance, nunca logramos mucho la verdad.

Miro el reloj de muñeca al llegar al metro salvador, son las 6:45 PM, para mi pesar me atrasé demasiado con Carmen y ahora no puedo pasar a ducharme al departamento antes de ir a trabajar. Tomo una micro y llego hasta mi querido y nunca bien ponderado lugar de trabajo.

“City’s Night Pub” es un gran lugar para beber, bailar y perder totalmente la noción de lo éticamente correcto, en resumidas cuentas, un antro de la perdición. Mujeres bailando sobre la barra, el barman haciendo trucos con fuego y alcohol, sillones apartados para los más tranquilos y pista para quienes quieren lucirse (en la buena y la mala manera). En el momento que acepte este trabajo estaba realmente desesperada, pero con el tiempo he ido descubriendo que no es tan malo. La paga es buena—para lo corta que es la falda y el mandil, debe de serlo—, puedo comer todo lo que quiera—y llevar a casa si quiero—y mis hormonas se controlan, es como si huyeran ahuyentadas por el halito alcohólico de los clientes. Trabajo de 7:30 PM a 3:30 AM, atiendo las mesas uno hasta la doce, y si eres lo suficiente simpática las propinas no son malas.

Llego, me visto, limpio las mesas, ordeno las sillas y me preparo mentalmente para la horda enloquecida de alcohólicos decadentes que querrán abusar de mi. Si solo fuera un poquito más desenfrenada, una gota más alocada, si mi súper yo no me gritara al oído que revolcarse con muchachos que con suerte tienen conciencia de que siguen en este planeta es malo, mi pequeño problema de castidad se hubiera solucionado hace mucho.

La noche transcurre sin novedad pero me siento más cansada que de costumbre, es fin de año, la peor época para hacer cualquier cosa que no sea descansar y estudiar. Apenas logro reconocer mi propia letra de lo exhausta que me encuentro y el barman lo nota cuando le repito por quinta vez que son dos cubas libres y un vodka naranja, no un Shirley Temple y seis Bloody Merry.

—¿Te pasa algo?

—Quiero tirarme de un puente y acabar con todo este sufrimiento—Carlos, el barman, eleva una ceja.

—Tranquila Camilin, la vida es muy corta como para pensar en terminar con ella.

Resoplo abrumada y lleno mi bandeja de tragos y picoteos. Carlos siempre logra tranquilizarme, él es el prototipo de hombre perfecto para mi, alto, relajado, simpático, diez años mayor (tengo un complejo de Electra, nacido por la falta de padre presente en mi infancia), masculino y por sobre todo, sexy, muy sexy. El único problema con Carlos es que nunca se fijaría en mí, por dos razones: primero, me ve como una hermanita pequeña, segundo, prefiere a la gente de su mismo sexo. Puedo sobreponerme a la primera, pero, a menos que me crezcan testículos—de los de verdad—no puedo evadir sus preferencias.

Me paseo entre mis mesas entregando pedidos, recogiendo propinas y retirando vasos, hasta que un molesto timbre de voz me invoca.

—¿Camila?—me giro con rapidez sorprendida por la voz que acabo de escuchar. Son las 3:00 AM y es posible que el oído me este fallando, además el estridor causado por “Heads will roll” de los Yeah Yeah Yeahs me impide diferenciar con certeza los sonidos—¿Aquí trabajas?

Como lo sospeche, es Claudio y su sequito de compañeros médicos. Me mira de arriba abajo, la cara, el escote, las piernas y la cara de nuevo.

—Sí Claudio, acá trabajo—se ríe de medio lado.

—No es muy tú que digamos.

—Que puedo decir, estudiante universitaria de día, prostituta cara de noche—sonrío con pesar. Claudio puede ser muy molesto cuando quiere, y siempre quiere.

Uno de sus amigos, ya bastante tomado, se me acerca con tanta proximidad que me lanza su aliento a la cara, mis hormonas corren a esconderse a su canil.

—¿Quien es tu amiga Claudio?—de solo olerlo la alcoholemia me sale alterada.

—Amigo, por si no escuchaste dije “prostituta cara” a menos que ya tengas el titulo, mejor vete esfumando—parece no agradarle mi comentario y se retira. Yo resoplo.

—Vives con dos desconocidos pero te da asco mi amigo, algo hipócrita de tu parte… pero volviendo al tema—dice Claudio mientras yo recojo un par de vasos de su mesa—trabajas acá… ¿Eso quiere decir que tienes que servirme?—“el curo tu dedo, el curo tu dedo” repito sin cesar en mi cabeza.

—¿Deseas algo para tomar?—“puedo ofrecerte soda cáustica” pienso.

—Un mojito por favor. Y que sea rapido—dice poniendo un billete de diez en mi escote. Recuerdo brevemente mis clases de yoga, repaso las respiraciones, me relajo y voy a mi lugar feliz, una sala de tortura donde Claudio cuelga de cabeza sujeto con una cuerda amarada en sus genitales.

—Claro—le respondo sonriente. Pero mentalmente ya le saque la madre, el padre y tres de sus abuelitos.

Llego a la barra y para mi sorpresa es hora de retirarme, mi turno por fin ha acabado. Pido las ordenes al barman y me dispongo a marchar.

—Tienes un billete en el sostén—me dice Carlos. Me había olvidado completamente de Claudio.

—Un pedido especial Carlitos—digo con malicia—quiere un agua bendita pero con hielo y hierva buena.

—¿Tanto dinero solo por eso?—me encojo de hombros y lo miro desconcertada.

—Hay tanto loco en el jardín del señor.

“Agua bendita” es el nombre pomposo que le damos al vaso de aguardiente (importada directamente de México) con azúcar. Es tan fuerte que nadie se ha podido tomar uno completo. Lamentablemente para Claudio se uno de sus sórdidos secretos, me lo contó Carmen en una borrachera. Cuando tenia seis sufrió de una extraña enfermedad cerebral, de estas que solo le dan a los médicos y por eso deciden ser médicos, lo bueno es que se recupero, lo malo es que perdió el 95% del sentido del olfato, es decir, solo reconoce dulce, salado, amargo, acido y picante, todos las otras sensaciones dependen del olfato, por ende él no las tiene. Me lo imagino bebiendo el licor, pensando en que es un mojito, pero no. Sonrío con maldad, la primera parte de mi plan va de maravilla.

Me regreso a casa con una compañera que me deja en la puerta. Reviso mi celular, tengo seis llamadas perdidas de Alejandro ¿Qué habrá querido? Ya se lo preguntare en la mañana. Saludo a don Germán, quien no parece contento en verme llegar en mi ropa de trabajo casi a las cuatro de la mañana. Bueno, don Germán nunca esta contento con nada de lo que yo haga.

A la mañana siguiente mi despertador suena a las 6:30 AM. Me levanto con pereza y me pongo buzo, amo trotar los sábados, sin importar cuanto dormí la noche anterior. Bajo en el ascensor hasta el primer piso, hago calentamiento previo durante algunos  minutos y saco el celular. Marco el número de Claudio y espero, al sexto timbre contesta a duras penas, tomo aire.

—¡¡¡¡CLAUDIO!!!!—grito a todo pulmón, y siento como trituro su materia gris- buenos días.

—¿Podrías no gritar?—susurra más amable que de costumbre—me duele un poco la cabeza.

—¿¡QUE!? ¡No te escucho, están construyendo por acá cerca!—la gente en el parque me mira extrañada.

No… por favor, no hables más, tengo una resaca terrible—lo se, yo misma le enterré el hacha en la frente. 

—¡No te escucho! ¡No importa, hablamos más tarde! ¡¡¡¡ADIOOOOOS!!!!—corto, con ríos de satisfacción corriendo por mis venas. Soy feliz por dos razones, logre fastidiar a Claudio y no lo maté de un coma etílico. Carcajadas malvadas salen de mi boca y un par de madres alejan a sus pequeños de mí. Me estiro un poco más y comienzo a correr, amo la monotonía del trote, tan rítmico, tan simple, no hay nada mejor en el mundo. La sangre fluyendo bajo mi piel, mi corazón trabajando a mil, el aire saliendo y entrando de mi cuerpo. Me pongo los audífonos y solo somos yo, los Foo Fighters, mi respiración y el asfalto.

¿Debería buscar un nuevo lugar para mudarme? Pienso mientras muevo las piernas. Para ser sincera me agrada tener dos chicos guapos alrededor, me hace no perder las esperanzas, pero por otra parte, se ve realmente mal que viva con dos desconocidos. ¿Si nos conociéramos un poco más se vería mejor? No lo creo.

De cualquier manera me caen bien, no son mala gente, uno de ellos es un orgulloso maldito y el otro es casi perfecto excepto por que nunca se separa de la pantalla, pero aun así son simpáticos, y guapos, sobre todo guapos, principalmente guapos. Se me viene la imagen nítida de Alejandro en toalla y la imperiosa necesidad de correr más rapido me inunda, debo gastar toda mi energía ¡Toda! Gabriel tampoco esta mal. Tiene un apretable trasero, cabello fino, negro y de aspecto tan suave que me dan ganas de perder las manos en él, y su sonrisa… ¡Dios que pedazo de sonrisa! Apresuro el paso aun más.

Pero volviendo a Alejandro, su espalda ancha es sin duda magnifica, su piel de importación arábica, morena y cobriza al mismo tiempo, y su mirada, esos ojos verde claro que me escrutan por sobre sus lentes sin marco. Vivo en el paraíso y en el infierno a la vez.

Me detengo cuando noto que voy mas rapido que los autos y lo peor es que apenas me siento cansada. Doy media vuelta y vuelvo a casa.

Cuando llego, sudada, roja y despeinada, Alejandro y Gabriel están en el living, son las 8:30 AM y me sorprende que estén despiertos. Alejandro hace una llamada, mientras se pasea trazando círculos a rededor de la mesa de centro, y Gabriel ojea un librito gordo de color azul levantando los pies de la mesa cada vez que Alex se le cruza.

—¿A que se refiere con 24 horas? ¿Qué vamos a esperar que este muerta?

—¿Qué pasa?—pregunto preocupada a Gabriel. Él solo me levanta la ceja.

—No se preocupe ya llego—dice mirándome con cara de fastidio Alejandro, mientras corta el teléfono—¿¡Se puede saber donde estabas... desde ayer!?

—¿Trabajando?—ahora que lo pienso no avise que trabajaba los viernes. De cualquier manera no tengo que avisar nada, no es que seamos familia o algo así.

—¡No llegaste a dormir!

—Sí llegué… tarde

—¿Y porque tu cama esta hecha?

—Yo siempre la hago antes de salir Alex—me siento un poco molesta de dar explicaciones, no se las daba ni a mi padre y se las voy a dar a alguien que conozco hace una semana.

—Podrías avisar que no vas a llegar a dormir ¡Estábamos preocupados!

—Yo no—agrega Gabriel.

—Eran las dos de la madrugada y de ti nada ¡Pensamos que podría haberte pasado cualquier cosa!

—Yo no pensé eso.

—Y te llamamos como seis veces sin respuesta.

—Él llamó

—¡Podrías por lo menos avisar que no vas a llegar, como para que no nos preocupemos!

—Yo no estaba preocupado…

—Tranquilo… papá—le digo solo un poquito condescendiente. Mala idea. Entrecierra los ojos y endurece la boca. Gruñe furioso.

—¡Vivo con un par de pendejos!—se va pisando fuerte y se encierra en su cuarto ¡Uy, que maduro!

Miro a Gabriel, quien no saca la nariz del libro, no parece estar interesado en comentar la situación.

—¿Y que bicho le pico a este?—pregunto.

—Déjalo, se estresa por cualquier cosa. Se le pasara en un par de semanas.

—¿¡Un par de semanas?!

—Sí—dice riendo—Alejandro es extremadamente irritable y puede guardar rencor por siglos si es necesario. Ya lo iras conociendo—cierra su libro y por fin me mira. Me sonríe de medio lado—pareciera que no estas muy acostumbrada a que se preocupen por ti. Es obvio que este no era el caso y que Alex exagero la nota pero, de cualquier manera, deberías ser un poco más empática con las demás personas, y sobretodo con Alex, él es de los que se preocupan hasta de la gente que estornuda en el metro.

Se levanta y camina hacia mí, va en pijama gris largo. Pone su mano en mi pelo y lo desordena aun más—se buena niña y discúlpate con el luego, no agarres mis malas costumbres—me cierra un ojo y se va.

Me molesta un poco el altercado pero no puedo enojarme, no cuando Gabriel me trata con ese tono de hermano mayor, me dan ganas de… de… ¡Arg! Creo que ya había pensado esto antes…

Llega la hora de almuerzo y nos sentamos en la mesa a compartir un incomodo silencio. Alejandro pone mi plato en frente sin la más pequeña muestra de cariño, le sonrío para suavizarlo y le regalo mí mejor “gracias”, sin resultados. Gabriel por su parte sigue leyendo su libro azul ¿nadie le enseño que no se lee cuando se esta comiendo?

—No leas cuando estemos en la mesa—y ahí va Alejandro leyéndome la mente, comenzare a considerar en serio el hecho que son telépatas.

—Alex, no es conmigo con quien estas molesto, es con ella, no me eches la bronca—le lanzo mi mejor mirada de “Gracias por el apoyo, compañero” pero él sigue pegado en el libro.

—Me puedo molestar fácilmente, además aun no te disculpas por lo del dedo—¿Aun se acuerda de eso? Ni yo estoy molesta, y eso que es mi dedo y aun me duele un poco.

—Eso pasó como hace una semana…

—¿Y?—Gabriel suspira y cierra el libro, toma el tenedor y se lleva un trozo de carne mechada a la boca. Son como uno de esos matrimonios que llevan muchos años de casados, estos dos ya van por las bodas de oro.

Terminamos y me dispongo a lavar los platos, mi tarea auto impuesta. Suena el teléfono y Gabriel se levanta a contestar. El departamento cuenta con línea fija. “Es para ti” dice y me sorprendo, la única persona que tiene este número es Carmen. Efectivamente es ella con una mala noticia, han agregado más contenidos a la prueba del lunes, ahora debo estudiar el doble. Pongo el grito en el cielo por un momento y me escuso de la salida que teníamos planificada para esta noche. Colgamos. Lo que me recuerda…

Cojo el teléfono y marco, el tono suena un par de veces. Claudio contesta con voz lastimera. Parece tener aun dolor de cabeza, si mis cálculos no fallan, después de un “agua bendita” tienes veinte horas de resaca aseguradas.

—¡¡¡¡BUEN PROVECHO PARA EL ALMUERZO CLAUDIO!!!!—grito y corto. Mis acompañantes me quedan mirando pasmados mientras río con malicia.

—¿A quien llamabas?—me pregunta Gabriel.

—A un amigo… con resaca—río nuevamente. Alejandro levanta una ceja.

—¿Qué te hizo?

—Nada en especial.

—Eres la encarnación de la maldad—acota Gabriel, yo vuelvo a los platos y Alejandro regresa a su cuarto.

Me deleito con la imagen mental de Claudio agarrándose la sien con dolor y no puedo evitar que una carcajada se me escape, una de esas de malo de película. Gabriel toma su libro azul y se va lentamente. Yo poso mis ojos sobre los suyos y sonrío.

—Me pones la piel de gallina mujer… ¡Mala chica!

—No sabes cuanto Gabriel, no sabes cuanto—levanta una ceja y se va. Yo sumerjo las manos en la lavaza pensando en Alejandro, su paternal preocupación y el extraño sentimiento que nace en mi pecho.

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