♠ Capítulo 7: ¿Como no noté tanto desastre en todos estos días?
Corro a toda velocidad desde el living a mi pieza, escuchando pesados pasos pisarme los talones y manos que rozan mi ropa. Entro pero no alcanzo a cerrar la puerta, él la abre, Alejandro la abre.
Retrocedo un par de pasos y choco con la cama, caigo sentada e indefensa. Él me mira directamente, sonríe con picardía, apoya las rodillas en el colchón y se acerca. Retrocedo como puedo enredándome con el cobertor y los cojines, mi espalda topa la pared y se que ya no tengo escapatoria, me siento como un blanco conejito asustado, pero es solo un momento, un ardiente demonio se apodera de mi y me lanzo a sus labios. Son tan suaves, tan diestros, me encantan. Siento una mano resbalar por mi vientre y se que no es de Alejandro. La pared ha desaparecido y es en el pecho de Gabriel donde me apoyo ahora.
Alejandro baja a mis pechos mientras Gabriel sube por mi hombro, recorre mi cuello y mi mandíbula hasta mi cuello. Enrosca su lengua en mi lóbulo y susurra a mi oído…
—Buenos días radioescuchas, son las 6:30 de la mañana, soy C.J. y esto es “Hecha a andar la maquina” Vamos con una canción para terminar de despertar. Lo que escuchamos ahora es Lonely Boy de The Black Keys.
Abro los ojos, petrificada, en parte por mi sueño, en parte por que aun siento que me lamen. Giro la cabeza. Agatha me mira y esconde la lengua, ronronea mientras se lame los bigotes. Casi la escucho decir “ha llegado la hora humana, levántate y aliméntame”
Veo sus marrones y regordetas patitas desaparecer tras el umbral de mi puerta un segundo antes de que mi cojín impacte peligrosamente cerca. Lo recojo y lo lanzo de vuelta a la cama. La furia me invade desde el más largo de mis cabellos hasta el más distante callo de mis pies, este es el tercer sueño con contenido sexual que tengo esta semana, el lunes soñé con Alejandro, el martes con Gabriel y anoche con los dos… ¡Con los dos! ¿Que grado de perversión es eso? ¿Hay escala para medirlo o van a tener que ajustarla a mí? Desde ahora son grados Celsius, Farenheit, Kelvin y Calentura de Camila (una escala que parte en los 100 º C y se extiende hasta el infinito).
Entro a la cocina con dirección al refrigerador y abro la puerta, saco todas las cubiteras y pongo el hielo en el bol limpio más cercano. Gabriel entra en el segundo exacto en que trato de salir, va solo con boxers y son de los ajustados, estoy segura que se le esta marcando todo lo que dios le dio pero evito mirar. Chocamos de frente pero el bol con hielo nos separa, puedo sentir su aroma concentrado de recién levantado, me recuerda a algo pero no estoy segura.
—¿Para qué es todo ese hielo?—“para castigar este cuerpo pecador” pienso.
—Mi doctor me dijo que metiera el dedo en hielo para deshincharlo—miento
—¿Tanto para un solo dedo?
—Nunca es suficiente hielo para mi—levanta la ceja sin lograr leer las intenciones de mis palabras.
—¿Y como va el dedo?—pregunta. Y yo le suelto un monologo sobre la hinchazón, el dolor y los controles con Claudio. Pongo parte de mi atención en el lavaplatos lleno de vajilla, sin dejar de hablar, y siento algo de asco. Algunos están ahí desde que llegue hace ya seis días.
Cuando vuelvo el rostro noto que la atención de Gabriel esta en otra parte.
—Gab… mis ojos están por acá, esos son mis senos—el levanta la mirada con cara culpable, como un niño que esconde las manos llenas de pintura parado junto a una pared manchada. Lo cierto es que debería enojarme y hacer arder Troya para no salirme del papel de señorita respetable, pero estoy tan ganosa que mi cerebro no puede cumplir más funciones.
—No te… no estaba mirándote los senos… Camila—intenta excusarse pero no le resulta. “Podrías ser un poco más discreto” pienso, yo no le ando mirando el trasero de esa forma, no cuando él me esta mirando por lo menos.
Suspiro y retomo el camino al baño. Me detengo frente a la puerta y llamo a Gabriel.
—¿Qué?—dice.
—¿Podrías preocuparte que tu gata duerma contigo? Me estaba lamiendo la oreja hoy en la mañana—el ríe.
—Bueno dicen que las mascotas se parecen al amo—mueve las cejas coquetón y yo no puedo evitar recordar mi sueño. Involuntariamente mis ojos se clavan en su entrepierna y siento como el sonrojo se acerca a mis mejillas. Un segundo antes hundo mi cara en el hielo.
—¡¿Que haces?!
—Tratamiento de belleza—digo antes de entrar al baño.
¡Es suficiente! Si mi subconsciente sigue así voy a explotar en mil ciento once estrellitas y mi epitafio dirá “Aquí yace Camila. Murió de caliente, pero que dios igual intente guardarla en su reino”
Vierto el hielo en la tina, normalmente solo me sentaría en él hasta que se derritiera (no se toma tanto tiempo como se podría creer), pero instancias desesperadas requieren medidas desesperadas. Abro la llave del agua helada y cuando se llena hasta la mitad, me sumerjo. Se me corta la respiración con el contacto gélido del líquido, es difícil de soportar al principio pero a los pocos segundos empiezo a sentir el agua mas tibia. A veces mi calentura me asombra. Quince minutos después abandono el baño, irónicamente lo único que no he sumergido en el agua ha sido mi pulgar.
—Echaste chispas allá adentro—me dice Carmen a la salida del salón. Son las cuatro de la tarde y no he comido nada. Hace más calor que en mercurio e incluso mi falda blanca no me salva de sudar como caballo de carreras.
—¿Qué querías que hiciera? Montero me estaba preguntando puras tonteras.
—Lo se.
—Si me hubiera preguntado a cuanto estaba el dólar, hubiese sido más atingente.
—Sí, se lo mencionaste…—a veces, cuando estoy teniendo un mal día y algún idiota me molesta, me salgo de mis casillas de tal manera que hasta Carmen (primer Dan Carmen) me teme—a pesar de tu arrebato te puso nota máxima.
—Le conteste todo, mínimo un siete. El comentario final solo se lo hice para que replanteara su ramo.
—Que atenta—me levanta una ceja y caminamos hacia la cafetería.
—Y pensar que esperé desde las ocho de la mañana para un oral tan patético. Venía preparada para pasar raspando o algo así.
—Y lamentablemente pasaste con nota máxima… que irónica es la vida—suspiro. Carmen tiene razón, estoy exagerando.
—¿Como va todo con tus compañeros de departamento?
—Los veo desnudos…
—¿En tus sueños?
—En todas partes… ayer Alejandro entro en toalla a mi baño para preguntarme si tenia pasta dental. Estaba todo mojado y vaporoso—gesticulo con las manos siguiendo el recorrido del vapor
—¿Alejandro es el moreno?
—Sí, el de cabello castaño.
—¿Y que paso?
—Le pasé la pasta ¿Qué más crees que podría pasar? ¿Qué se le cayera la toalla, me tomara entre sus brazos y lo hiciéramos en la ducha?
—Por tu humor supondré que eso no fue lo que pasó
—No—la verdad nada esta sucediendo como yo deseaba. Vivo con dos chicos sexualmente activos, que parece han “atracado” con medio chile y nada. ¿Es que no notan mi desesperación? ¿Debo ser más obvia? ¿Debo ponerme un cartel de neón en la frente que diga “se acepta touch and go”?
—¿Tu primo aun hace letreros de neón?—le pregunto a Carmen.
—No, ya dejó el negocio—responde sin entender lo que pasa por mi mente.
Llego a casa a las cinco y el calor no ha bajado ni un misero grado ¿O soy yo la que no ha bajado un grado? Me inclino por esa opción. Entro a la cocina, todo esta aun más asqueroso que hoy en la mañana ¿Cómo lo hacen? Ni aunque me esforzara podría llegar a este nivel de desastre. Recojo un par de platos y los tiro al fregadero, limpio el mesón con un trapo y saco un par de potes de la nevera. Uno de ellos tiene algo comestible, el otro una trampa mortal para los sentidos. Lo abro solo un milímetro pero lo cierro inmediatamente, hay algo verde con pelitos que huele como baño publico. Lanzo el pote completo a la basura, eso no era comida, era el nacimiento de una nueva especie.
Voy a mi cuarto con un plato de albóndigas y arroz. Alejandro en un dios en la cocina ¿Lo será también en otra parte? En mis sueño si por lo menos. Como leyendo un apunte sobre programas informáticos mientras termino el almuerzo y luego dejo el plato en la cocina. Si alguien no lava la vajilla pronto no habrá espacio para poner nada más.
Salgo asqueada con dirección a mi cuarto, pero antes me doy la vuelta por los cuartos de mis compañeros. La pieza de Alejandro esta vacía. Por fin se levanto del computador y fue a conocer el mundo. Que pena que lo haya hecho el día más caluroso del año. Su cama está sin hacer y hay ropa tirada en montoncitos por el cuarto. Conozco esa técnica, mi hermana la llamaba el bombero, te sacas los pantalones y los dejas en el suelo y en caso de emergencia (o no tanta) te ubicas tal cual te los sacaste y solo tiras, mi hermano Enzo lo hacia todo el tiempo ¡Puaj!
En el cuarto de Gabriel me encuentro con el cuerpo casi muerto de su habitante regular. Esta recostado de panza con la boca abierta babeando la almohada. Al parecer llego tan cansado que ni siquiera se saco el bolso del hombro, para que hablar de las zapatillas. Se ve sudado e incomodo, pero no parece tener ganas de despertar ¿Qué debería hacer? ¿Le quito los zapatos? ¿Trato de retirar el bolso? ¿Habrá comido algo? No, no, no… ¡Recuerda que por su culpa perdiste la uña!
Hay conflicto de ideas en mis sesos y de repente un leve susurro se abre paso entre tanto jaleo, “viólalo… nunca lo sabrá”, pego un respingo asombrada de mi misma “deberíamos intentarlo” agrega mi curiosidad “no hay nadie en la casa, no hay cámaras y tenemos los tranquilizantes que nos dio Claudio” comenta mi sentido del peligro “se ve como una oportunidad de invertir energía en algo distinto” finaliza mi espíritu emprendedor. No se si asustarme porque una voz en mi cabeza me diga que abuse de alguien o por que este considerando la idea.
“Esta es quizás la única oportunidad de deshacerte de tu ya sabes que…” reza mi sentido común, esa es mi señal para salir del cuarto antes que me saque la policía esposada por acoso.
Entro a mi cuarto y boto el aire de mis pulmones. Se veía demasiado atractivo, incluso con la baba y la posición incomoda. El cabello negro, el cuerpo moldeado, la polera ajustada, los jeans (amo los jeans). ¿No es eso lo que quiero, abusar de un muchacho semi-dormido? Corro de vuelta a la cocina y saco algunos cubitos de hielo, el calor me afecta más de lo que puedo resistir. De vuelta en mi cuarto me siento en la cama y restriego el hielo por mi cuello y pecho para aliviar el calor mientras miro hipnotizada el parque a través de mi ventana. Los niños que juegan, mujeres paseando sus perros, runners practicando para alguna corrida. Y entre ellos el reflejo de los ojos oscuros de Gabriel mirándome desde el umbral, siguiendo cada uno de los movimientos de mi mano sobre mi cuello.
Suprimo el reflejo de voltearme a mirarlo y trato, con la mayor naturalidad posible, seguir en mi tarea. Deslizo con cuidado el frío trozo por mi hombro hasta en nacimiento de mi mandíbula. Dejo el hielo de lado un poco para sujetarme el cabello en un moño alto, dejando ver el nacimiento de mi espalda.
¿Me está espiando? ¿Él maldito quiebra uñas está acechándome cual psicópata? Pues si quiere show ¡Tendrá show!
Sostengo lo hielos en mi mano nuevamente y los paso con delicadeza por mi espalda, masajeando mis músculos, emitiendo leves quejidos de satisfacción, contorneándome lentamente. Los cubos se derriten y mojan mi polera trasluciendo el sujetador. Todas las voces en mi cabeza concuerdan en algo “quedarse con una polera mojada puesta es sinónimo de neumonía… deberías sacártela”. Mi cordura, solitaria en un rincón suspira con pesadez y desgano “esto va a terminar muy mal” repite con monotonía.
Me quito la polera quedando solo en ropa interior, y de reojo veo el reflejo de Gabriel mirar mi espalda con deseo ¡Mi maldad no tiene limites! Y lo mejor de todo es que como se supone que yo no se que el me esta mirando puedo seguir torturándolo así el resto de la tarde ¡Que mala soy!
A quien engaño, tengo yo más ganas de hacer esto que el de verlo.
Termino de derretir el último hielo con mi piel y noto que el sujetador también esta mojado ¿Qué debería hacer con el? Tomo con los dedos el broche y me dispongo a eliminar esta prenda también, pero soy burdamente interrumpida por un vulgar “miau”. En mi ventana, Agatha ronronea inocente. Salta hasta mi escritorio, luego al suelo, y se va moviendo la cola fuera de mi cuarto. Gabriel ya no esta en el umbral, es posible que nunca lo estuviera.
Me levanto y cierro la puerta para terminar de cambiarme. Definitivamente este lugar me esta volviendo loca, o esta sacando la locura que tan bien había ocultado.
Minutos después estoy de vuelta en la inmunda cocina, Gabriel esta frente a mi con un bol repleto de hielo (es increíble cuanto hielo se ocupa diariamente en esta casa)
—¿Para que tanto hielo?—hacemos un segundo de silencio y nuestros ojos se encuentran. Nos miramos profundamente y de repente nuestros pensamientos se conectan. El sonríe mostrando todos los dientes y se le escapan un par de risitas.
—Pues, mi doctor me dijo que debía meterlo en hielo para deshincharlo—hace una pausa—el dedo… me lo martille instalando una lámpara—creo que ya he tenido esta conversación antes, y si no fuera porque su voz es mas ronca que la mía, podría jurar que esta intentando imitarme.
—¿Tanto hielo para un solo dedo?—digo con mi mejor cara de poker.
—Tengo un gran dedo—levanta su pulgar y me lo muestra.
Trago saliva ¿Estamos hablando de lo que creo que estamos hablando? ¿Cuánto sabe? ¿Cuánto logró descifrar de nuestra conversación mañanera? ¿Sabe que soñé con él? ¿Puede deducirlo de un par de líneas? Cambio de tema rápidamente.
—¿Alguien lava la loza aquí?
—Solo si se necesitan platos o si es alguna ocasión especial—¿Cual es la definición de ocasión especial para ellos, cada vez que pasa el cometa Halley?—aquí trabajamos con la ley de si te importa hazlo— prosigue—a Alex le importa que comamos solo comida de Delivery así que cocina, a mi me importa que las llaves goteen, los baños se tapen y las ampolletas no enciendan, así que lo reparo. Si te importa la loza, lávala, nadie dirá nada si no lo haces, pero te agradeceremos si lo haces.
Pasa por mi lado y retoma su camino, no puedo evitar mirarle el trasero cuando de va ¡Dios, que buena retaguardia le diste!
—¡Camila!—alzo la cabeza en cuanto me habla—mis ojos están acá, ese es mi trasero. No creas que porque lo miras cuando me volteo no se que lo haces—sale triunfante, pero vuelve enseguida. Se abre el pantalón y deja caer algo de hielo dentro de su calzoncillo. Miro para otro lado completamente impactada.
—¡¿Qué haces?!—casi grito.
—Tratamiento de belleza—se va riendo con malicia.
Tengo las mejillas como hierros calientes y carezco de sarcasmo elaborado para defenderme. En mi mente solo hay vergüenza en su estado más puro, vergüenza que me hace guardar mis comentarios, de esa que me obliga a dirigir mi cuerpo al lavaplatos y lavar vajilla hasta que se me gasten las manos, en el más completo e incomodo silencio.
Un poco antes de que apague la luz, ya bastante entrada la noche, Alejandro se aparece en mi cuarto preguntando por los potes, el refrigerador y la loza.
—La lavé
—¿Y los potes?
—Los boté
—¡¿Todos?!
—No, solo los que tenían comida podrida dentro—eran casi todos pero omito ese detalle.
—Podrías haberlos lavado también.
—Alex, abrí solo uno de ellos y estoy casi segura que la criatura que salio de ahí me llamó mamá—me mira algo avergonzado por la falta de cuidado con los comestibles.
—Gracias.
—No hay de que—respondo.
—Y… ¿Sabes que paso con todo el hielo?
—Ni idea—miento—pregúntale a Gab.
—¡Yo tampoco se!—grita desde su cuarto. Me mira desconcertado y yo me aguanto una sonrisa.
Me desea la buenas noches y regreso a mi rutina. Apago la luz y cruzo los dedos deseando no soñar con ellos, pero me equivoco. En cuanto me duermo aparezco en una piscina de hielo, nado desnuda, junto con dos conocidos acompañantes.
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