♠ Capítulo 4: Hágase la luz
Despierto sola, encandilada por la luz que entra por mi ventana, hay algo pesado sobre mi pecho, me cuesta un poco respirar. Es el gato. Siamés, peludo, gordo y perezoso. No se mueve ni un milímetro así que lo aparto a la fuerza. Salta de la cama engrifado, no sin antes pegarme un zarpazo limpio y certero en el brazo. ¡Maldita criatura de Satán!
Me cuesta reconocer donde estoy ¿Qué hora es? Miro la radio reloj, pero esta apagada, olvide conectarla ayer.
Tomo el celular y veo la hora. Once y veinte. Es algo tarde para mí, pero que más da…
Me estiro perezosa, salgo de la cama al baño y del baño a la cocina, muero de hambre. Es domingo, todo está tranquilo, tengo casa nueva y una cama de dos plazas. Entro y me encuentro con mis compañeros de casa, están desayunando con tranquilidad en la mesa de la cocina muy bien acompañados por un par de mujeres. Una rubia y una morena. Me miran nerviosos. La verdad no se como actuar en esta situaciones así que he de improvisar.
—¿Como dormiste en tu primera noche?—pregunta incomodo Alejandro.
—Excelente, la cama es muy cómoda.
—Sí, era mía antes—dice Gabriel.
Me lo imagino recostado con una mujer, luego otra, luego otra más… creo que cambiaré el colchón. Es raro, pero la imagen no me produce ningún sentimiento indebido. ¿Quizás este es uno de esos escasos días donde no estoy interesada en sexo y ser virgen me importa un rábano?
Me siento a la cabecera. Mi recién nombrado “lugar oficial” está ocupado por la morena pechugona, sí, es pechugona. Me pregunto cual de ellas es para cual de ellos. Me miran suspicaces. Quizás crean que tengo algún poder sobre sus hombres. O que mi presencia cambiara en algo la actitud de ellos.
—¿Té?—pregunta Alejandro acercándome una tasa.
—Sí, por favor—todos van semi-desnudos, excepto yo. Ellos en calzoncillos, ellas con las camisas de sus amantes, reconozco la prenda a cuadrille de Gabriel.
—Podrían haberme avisado que el desayuno era de etiqueta—bromeo mientras unto mermelada en un trozo de marraqueta—como para no hacer el ridículo—señalo mi pijama azul, polera y pantalón largo.
La rubia rueda los ojos, no gusta de mi humor, la morena resopla con desagrado. ¡Me da lo mismo! De cualquier manera las despacharan luego y yo seguiré acá, ¡Ha, tráguense esa!
Gabriel, al contrario, ríe a carcajadas derramando su café. Me regala una mirada sensual y brillante, pero no siento nada, hoy definitivamente es uno de esos días donde lo hombres me importan poco, que alivio.
—¡Pero que dices Camila!—dice luego de calmar su risa—¡Estas como para la alfombra roja! Ese adorno de mermelada te da un toque.
Miro mi pecho y ahí esta, mermelada chorreante y pegajosa.
—Mierda… no se comer.
Gabriel vuelve a reír y Alejandro me sonríe meneando la cabeza. Se ven más relajados, he logrado hacerlos entender que, a pesar de que hay dos mujeres semi desnudas en la mesa que me intimidan, puedo ser cool.
La morena carraspea sonoramente mientras mira de reojo a Gabriel. Claramente no le agrada mi presencia.
—Creo que se te olvido presentarnos—tiene una voz bajita y suave, casi empalagosa.
—Claro. Cami ellas son Alexa y Trini. Vienen bastante seguido por acá—la morena me sonríe triunfante, ni siquiera tengo claro por que.
—¿Y tú quien eres?—la rubia, Trini, suena chillona y medio tonta.
—Camila, la nueva inquilina—me mira sorprendida.
—Y… ¿ustedes se conocen de antes?—pregunta Alexa.
—Nop—respondo algo nerviosa.
Abren los ojos como diciendo “que tipo de mujer sin respeto propio se va a vivir con dos hombres que no conoce…”. Disculpen pero no soy yo la que esta semi-desnuda en la cocina de dos tipos que solo quieren una revolcada casual.
“Eso es justamente lo que tú querías hasta ayer” dice una voz en mi cabeza, la ignoro, estoy demasiado ocupada juzgando a esas zorras.
—Cambiando de tema—dice Gabriel—recuerda que hoy instalaremos tu lámpara.
—¿Instalaremos? ¿Algo así como ustedes dos?
—Tú y yo—responde—dijiste que me ayudarías. ¡Vamos hermano!—ahora soy su hermano. La morena sonríe, parece deleitarse con mi imagen masculina.
—Haré lo que pueda—respondo antes de pararme—pero primero me bañare. Un gusto en conocerlas Alexa y Trini—“y ojala que mueran de manera lenta y dolorosa, consumidas por alguna infección venérea ¡Zorras!”. Ese comentario queda en mi mente, en la carpeta que se titula “Oraciones que debo decir únicamente cuando no volveré a ver nunca jamás a alguien”
Paso treinta minutos en la ducha golpeando mi frente contra los azulejos del baño, repentinamente mis hormonas vuelven a su nivel normal y descubro que he hecho algo estúpido. No puedo mudarme con dos hombres, no importa lo bien formados que sean, no importa lo bien que se vean en camisas de cuadrille, no importa lo sexys que luzcan un par de lentes en ellos, no esta bien. Que pasa si son sicópatas sexuales, o violadores, o algo peor. Dios, soy como un hombre, me suben las hormonas y dejo de pensar en ese mismo segundo.
—¡Ahh!—grito mortificada con tono grave.
—¿Estas bien?—pregunta Alejandro desde fuera.
—¡Si! Es solo que el agua salio fría por un momento—meto la cabeza bajo el chorro pensando que hacer. No puedo simplemente irme. “Disculpen acepte este departamento por calentura momentánea, pero ya estoy mejor así que adiós”. ¡Camila mala! Que diría mi hermana. Probablemente me tomaría de una oreja y me llevaría a rastras a un convento, o a un exorcista, lo que quede más cerca.
Salgo del baño a eso de las doce cuarenta, las mujerzuelas ya no están, Alejandro aun se pasea en calzoncillos mientras que Gabriel luce una impresentable tenida de maestro de construcción. Se ve sucio y sudado, con la ropa rota y llena de pintura. ¡Puaj!
—¿Piensas instalar la lámpara con esa ropa?—me pregunta.
—¿Que tiene de malo?
—Bueno la polera es blanca y los jeans parecen nuevos, no querrás ensuciarlos. Cámbiate rapido, hay que ir a buscar tu lámpara.
Quince minutos después estamos en el primer piso, en el área de estacionamientos frente a la bodega de nuestro departamento. Él saca una caja de herramientas de dentro del cuarto y me la pasa. Esta pesada pero me hago la valiente y la sostengo sin siquiera mostrar un poco de preocupación en mi rostro. Me entrega también una escalera llena de polvo y telas de arañas.
Sale finalmente con un enorme aparato, es una lámpara con ventilador de madera.
—¿Vamos a instalar eso?
—Lo intentaremos, la ultima vez no salió muy bien. Como te comente ayer.
—¿Me lo comentaste? ¿Cuando?
—Ayer cuando me dijiste que querías una lámpara. ¿Me estabas escuchando?
—No…—la verdad tenía mi mente ocupada sintiendo vergüenza por pensar en tú y yo sobre mi cama…
—¡Mala chica!—me regaña. Me lo merezco, he sido mala aunque el no puede dimensionar cuanto.
Subimos por el ascensor mientras me explica algo de conectores, cables, conexiones que explotan y ventiladores asesinos.
—¿Eso de verdad paso?
—Cada palabra—me responde.
—Diantres… creo que ya no quiero una lámpara—nunca la quise en verdad.
—¿Dijiste diantres?
—Sí ¿Qué tiene de malo?
—Nadie usa esa palabra, no es el territorio continental por lo menos—ríe.
“Diantres” se me pego de mi hermana, ella lo obtuvo de mi mamá antes de que muriera, sonará extraño pero me agrada la palabra, es como si por un segundo mi mamá estuviera acá.
—Soy anticuada para hablar joven Gabriel, ahora si me excusa me gustaría retirarme a mis aposentos—bromeo justo cuando se abren las puertas del ascensor.
—Claro, my lady—hace una reverencia y un ademán con la mano. Comienza a caerme bien, puede que sea promiscuo, pero tiene sentido del humor.
Nos instalamos en mi cuarto, la escalera de tijeras bajo la tapa blanca. Destornilladores y alicates por doquier, él sentado en lo más alto de la escalera y yo desde abajo cumpliendo rol de arsenalera. Alejandro nos mira desde la puerta.
—¿Le contaste lo que pasó la ultima vez que intentamos instalarla?
—Está a al tanto de ello colega.
—Se me ha entregado la información satisfactoriamente joven Alejandro, no tenéis porque preocuparos.
—¿Me perdí de algo?
—Elemental mi querido Alex, resulta ser que nuestra nueva inquilina no solo es un hombre encubierto sino que también gusta del uso sofisticado de palabras coloniales.
Alejandro rueda los ojos. Es más maduro que nosotros, definitivamente. Creo que me gusta eso de él, le da un tono de seriedad a las conversaciones.
—Podéis retiraos, Alexander—dice finalmente Gabriel—pero si sois tan amable ¿Podrías cortar el suministro eléctrico? Lady Camile y yo agradeceríamos no electrocutarnos durante nuestra travesía.
—¿Ah?—pregunta Alejandro.
—Que bajes los fusibles, ignorante—responde Gabriel.
—Creo que lo mejor seria que se le frieran los sesos de una buena vez Sir Gabriel—su tono sarcástico y juguetón me impresiona—si me necesitan estaré en el escritorio redondo luchado contra bites y softwares. No se demoren mucho la batería solo dura tres horas.
En cuanto la electricidad se va comenzamos a trabajar. Mis conocimientos sobre cableado e instalación de aparatos eléctricos es casi nula, hace un par de años, Enzo, mi hermano chico, me enseño a cambiarle los enchufes a las batidoras, pero dudo que pueda repetir la acción.
Gabriel por su parte se ve bastante confiado, desatornilla la tapa blanca y expone una decena de cables de variados colores.
—Mmm… esta pegajoso—dice él tocando la punta de uno de los cables
—¿Y eso es malo?
—Sí, significa que está malo
—¿Qué hacemos?
—Pues lo cortaré mas arriba para ver si esta completamente malo, si ese es el caso habría que cambiar todo el cableado, en nuestro caso significa que no tendrás nunca lámpara de techo.
Trato de lucir decepcionada, debo mantener mi actuación hasta el final.
—Excelente, el cable esta bueno…—celebra luego de cortar más arriba. Parece un niño en navidad.
—¡Ajuy!
—¿Ajuy? ¿Te criaste en una película de blanco y negro o que?
Trata en vano de explicarme sobre los colores de los alambres, la conexión a tierra, lo importante de la conexión a tierra en las lavadoras, como lo hará para girar el ventilador y como los circuitos eléctricos son diferentes para ciertos aparatos. Las palabras me entran por un oído y me salen por el otro y de pronto me encuentro sentada en la escalera, aburrida como ostra organizando los desatornilladores según tamaño.
—¿Te estoy aburriendo?
—Solo un poco, me recuerdas a un amigo, puede hablar horas sobre el cerebro y como conecta el cuerpo, sin importar si a alguien más le interese.
—¿A sí?
—¿Sabias que hay una parte de la cabeza que puede hacer que hables idioteces sin sentido para el resto de tu vida sin afectar ninguna de tus otras funciones?
—No, suena interesante
—No lo es, te lo digo por experiencia. Bueno, suenas igual que él, me asombra que vayas a ser abogado y no ingeniero.
—¿Acaso él va a ser neurólogo?
—Neurocirujano la verdad.
—Buen partido, deberías colgarte de su cuello mientras aun esta soltero—ríe de su propio chiste—ya estas mayorcita, a tu edad mi mama ya tenia dos hijos.
—Lo se… seré la tía solterona—bromeo—porque prefiero tener mil gatos que colgarme del cuello de Claudio.
—¿Y que te hizo ese apuesto futuro cirujano para que lo rechaces?
—Es una larga historia
—Tengo tiempo, este ventilador no esta poniendo mucho de su parte. ¿Podrías sostenerlo un segundo?
Levanto mis brazos y tomo el artefacto por dos de sus aspas.
—¿Y?
—¿Y que?
—¿Y que te hizo como para que prefieras compañía felina en vez de la de él?
—Realmente no importa
—Vamos, estamos en confianza.
—¡No quiere decirte Gab!—grita Alejandro desde la sala—¡Deja de insistirle!
—¡Métete en tus pixeles cuatro ojos!—grita Gabriel de vuelta, estirándose hacia la puerta. La lámpara se tambalea y si no fuera por que la estoy sujetando, su fin pudo estar cerca.
—¡Cuidado!—grito, y él la toma un segundo antes de que yo pierda el equilibrio.
—Casi…
Trabajamos en silencio el resto del tiempo, creo que no quiere importunarme con preguntas, es estudiante de derecho y si algo he aprendido de ellos es que son curiosos e inoportunos cuando no les quieres decir algo.
—Y entonces… ¿Porque no estudiaste ingeniería si tanto te gustan los cables?—pregunto de improviso.
—Mi padre dijo que por lo menos uno de sus hijos varones tenía que ser abogado… y resulta que soy el menor de los varones.
—Oh… eso es triste.
—Sí. Estuve mucho tiempo enojado con él por eso, pero resulta que me enamore del código civil. Es uno de esos matrimonios arreglados que salen bien.
—¿Y te gusta más que el alambre de cobre?
—Podría recitarte el código civil aquí y ahora, el penal también.
—No gracias—ya ha sido mucha palabrería sin importancia por un día.
Finalmente atornilla el armatoste al techo, parece faltar un tornillo pero se sujeta sin problema así que decide dejarla así. Lo que le preocupa no es que se caiga, sino que la ampolleta explote como la vez pasada.
Corro a dar la luz y la prueba. Esta tiene una cadena delgada para prenderla y otra para encender el ventilador. Parece que no hay problema con ninguno.
—Listo ahora te toca limpiar—me dice—recoge la escalera y déjala en la bodega junto con las herramientas.
—¿Por qué yo?
—Porque yo hice todo el trabajo. Se una buena niña y hazle caso a Gab—está comenzando a cansarme lo de “buena niña” y “mala niña”. Estoy segura de que si mis hormonas estuvieran un poco más animadas me derretiría con sus palabras juguetonas de hermano sobre protector, pero como no lo están, veo sus claras intenciones de aprovecharse.
Acepto de cualquier manera, medio molesta, pero acepto. Al final todo esto de la instalación es mi culpa, así que debo pagar por ello.
Ordeno las herramientas una por una con lentitud, me acerco a la escalera cuando algo cruje sobre mi cabeza. Miro hacia arriba un segundo antes que la lámpara caiga, y solo alcanzo a cubrirme la cabeza con una mano y sujetarme con la otra de la parte superior de la escalera.
Para mi buena suerte no me cae sobre la cabeza, sino que apunta a mi mano sobre la escalera, con calculada dirección a mi pulgar.
Escucho un crujir que me recorre el cuerpo, seguido de electricidad y un extraño temblor en mi brazo.
¡Dios como duele!
Pego un grito cuando el dolor alcanza su máxima magnitud y en menos de tres centésimas de segundo ambos muchachos están en el umbral de mi puerta. Se me escapan las lágrimas de los ojos y veo mi dedo sangrar a borbotones.
—¡Maldita lámpara del demonio!—grita Alejandro, y corre hacia mí. Gabriel no reacciona.
Me tomo la mano y corro hacia el baño cierro la puerta tras de mi y abro el grifo. El agua en contacto con mi uña parece aumentar mil veces mi dolor y me muerdo el labio para no soltar un alarido.
Hay sangre por todas partes y el agua se tiñe de rojo al pasar por mi dedo. Me miro con atención, tengo la uña partida transversalmente a la mitad, el dedo se hincha mas con cada segundo y la punta se pone de color morado
—¿Camila? ¿Estas bien?—no tengo ganas de hablar pero el incesante golpeteo en la puerta me pone nerviosa, más de lo que ya estoy.
—¡No! Largo.
—¿Necesitas algo?—Alejandro suena preocupado.
—¡No! Dije… ¡Largo!—duele tanto que no me quiero mover ni medio milímetro.
Corto el agua cuando mi pulgar para de sangrar, se ve mal. Esta amoratado y del doble de su tamaño. Suspiro. Lo envuelvo en una gasa que saco del botiquín, siempre tengo uno propio en el baño. Desecho casi inmediatamente la idea de desinfectar, moriría mil veces.
Abro la puerta solo un poco, no hay moros en la costa. Salto hasta mi cuarto y cierro con pestillo. Tengo mucha rabia, todo es culpa de Gabriel y sus instalaciones mediocres. Mis deseos de gritarle hasta dejarlo sordo me carcomen.
—¿Camila? ¿Como esta tu dedo?—Alejandro me habla a través de la puerta—¿Quieres que te lo revise?
—No, estoy bien, no me molesten—escucho sus pasos alejándose.
Para mi sorpresa la escalera ya no esta en mi cuarto, tampoco las herramientas y el piso no esta repleto de sangre, tampoco esta la lámpara, y yo que tenia ganas de patearla hasta hacerla polvo.
Me recuesto el la cama y poso el dedo sobre un cojín. Puede esperar hasta mañana. Claudio sabrá que hacer. Solo debo aguantarme hasta mañana. Solo una cuantas horas, solo eso.
No se en que momento me dormí pero ya son las cinco cuarenta, me despierta el tintinear de un vaso, abro los ojos y a mi lado, sentado en la cama, esta Alejandro con una bandeja. Trato de sentarme pero al apoyar mi mano izquierda es como si me partieran el brazo. Me arde el dedo, lo siento caliente y duro, no puedo doblarlo, y solo mover la mano me causa pánico. Esto no va nada de bien.
—Te traje almuerzo, no quería despertarte, disculpa—me trae un plato de pollo con vegetales y puré, ensalada de espárragos, un vaso de jugo y fruta picada para el postre. Parece que se alimentan de maravilla en este hogar.
—¿Puedo ver tu dedo ahora?—me saco la gasa y se lo muestro. Esta completamente morado e hinchado, la uña se encarna hacia adentro junto en la mitad, tiene sangre seca y trozos de carne colgando. ¡Dios, esto realmente no va nada de bien!
—Hay que llevarte a urgencias, eso se ve pésimo. Toma una chaqueta te llevare de inmediato.
—No es necesario—respondo.
—¡Claro que si! Voy por mi licencia, levántate y vamos.
—Alejandro… no. No puedo ir a urgencias.
—¿Por que no?
—No tengo plan de salud, cualquier cosa que me hagan tendría que costeármela yo y no tengo dinero. Es solo una uña rota—que duele como una pierna quebrada—esperare hasta mañana, tengo un amigo que me revisará gratis.
—Pero…
—No hay pero… no tengo más opciones—parece molesto. Su rostro se tensa un segundo, es claro que busca alguna manera de arrástrame a un matasanos, pero es tan pobre como yo.
—Bien, como quieras. Come lo que te traje, yo iré a comprar un antiinflamatorio.
—Pero…
—Y no hay pero… es solo una pastilla, acéptame aunque sea eso.
Asiento y él se retira. Lo escucho caminar por el pasillo y detenerse.
—¿Como está?—la voz de Gabriel se escucha tenue al final del pasillo.
—Debe ir a un doctor, pronto…
—La lámpara no es tan pesada… imposible que sea para tanto.
—¡Le partiste la uña a la mitad!
—¡Yo no le partí nada!—me dan ganas de patearlo hasta que necesite cirugía.
—Es tu culpa que se cayera la lámpara, ambos sabemos que es peligrosa. Debiste asegurarte que quedara bien.
—Lo que quieras ¿Dónde vas ahora?
—A la farmacia, voy por antiinflamatorios. Y mientras estoy fuera considera pedirle disculpas.
—Debe ser una broma ¡Fue un accidente!
—Gabriel ella es nuestra nueva compañera mantén buenas relaciones con ella.
—No voy a disculparme por algo que no es mi culpa…—“¡Claro que es tu culpa electricista mediocre!” es lo único que puedo pensar.
—¡Pendejo orgulloso!—escucho un portazo y repentinamente la discusión ha terminado. Gabriel se mueve y puedo jurar que se detiene un segundo frente a mi puerta pero sigue de largo.
Como puede ser tan orgulloso, es una simple disculpa, ni siquiera eso, con que pregunte como estoy me basta. ¿Tanto le cuesta mostrarse un poquito arrepentido de no haber atornillado la lámpara correctamente?
Tomo la bandeja y como algo de pollo, esta realmente delicioso, no se de donde habrá sacado Alejandro el don culinario pero si que lo disfruto. Bebo jugo y picoteo mis espárragos.
Unos pocos minutos después entra Alejandro de nuevo, con el medicamento
—¿No ha venido Gab por acá?
—No, y prefiero que no se aparezca.
El retira mi bandeja y procedo a estudiar las materias de mañana, debo poner mi concentración en algo que no sea el incesante y doloroso palpitar de mi dedo.
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