♠ Capítulo 31: ¿Cómo llegamos a esto?
—Puedo apostar que perdí la virginidad más viejo que tú.
Frunzo el ceño mientras me meto un tostito con guacamole a la boca. Una parte de mi mente se siente ofendida ya que Gabriel piensa que soy tan fácil como para haber perdido el tesorito antes que él, lo que, conociéndolo como lo conozco, debió haber sido poco después de nacer. Otra parte teme que descubra que perdí mi tesorito con él. Y una última parte piensa ¿Cómo llegamos a esto?
En serio, no recuerdo como partió esta conversación. Recuerdo vagamente que llegó Gabriel gritando a los cuatro vientos que era por fin un alumno de cuarto año de derecho con todas las de la ley, celebramos, nos emborrachamos… no, eso fue ayer.
El caso es que son las seis de la tarde, es martes, Alex esta a punto de sufrir un derrame cerebral debido a su trabajo final—el maldito vestido de anillas— y nosotros hacemos turnos para ayudarle. De cualquier manera ya terminé todos mis ramos y no tengo nada mejor que hacer.
Me limpio las manos llenas de palta y aceite, para continuar enlazando una a una las anillas. Lo bueno es que ya llevamos seis metros de tela, lo malo es que necesitamos nueve para mañana. Esta será una larga noche.
Gabriel es mi “pareja” de trabajo, él dobla y corta las anillas y yo las enlazo. Una a una. Y así hasta que nos cansamos, ahí es cuando Alex y Miky nos relevan o a veces se nos unen antes, todo depende de cuanto te duelan las muñecas y si te sangran o no los dedos. Yo, por ejemplo, tengo parches en todos los dedos, y Gabriel luce cientos de pequeñas ampollas moradas que han ido apareciendo luego de los apretones que se ha dado con el alicate.
Lo que sea por un amigo ¿No?
Regresando a los que nos compete.
—Eso es imposible Vernetti, No puedo haber perdido la virginidad antes que tú.
—No digo antes, digo más viejo. Es decir que teniendo la misma edad yo era virgen y tú no.
Alzo mi ceja, eso es igual de imposible. Yo la perdí a los veinte, eso es ser muy vieja para perderla para las mujeres, en cambio la mayoría de los hombres consideran tarde perderla alrededor de los dieciocho. Las estadísticas están de mi lado.
—¿Cómo estás tan seguro?—sonríe rodeado de misterio, lo que me hace pensar ¿No se dio cuenta que él fue mi primera vez? ¿En serio? Creí que los chicos se daban cuenta de cosas como esa.
—Soy muy sensible en esos aspectos ¿Quieres apostar?—lo medito un segundo pero la verdad tengo todas las de ganar.
—De acuerdo, pero tú me dirás a que edad la perdiste y yo te diré si era más joven o no.
—Está bien. Aunque no creo que sea necesario.
Suspira largo y tendido, guarda silencio para tensar el ambiente, como si su revelación fuera la noticia del año. En serio ¿Cómo demonios llegamos a esto?
—Tenía veintiuno. Y considerando que tú tienes veinte creo que ya gané.
Un pitido suena en mi cabeza, mientras una barrita de “loading…” carga lentamente en mis pensamientos. No me aguanto más y reviento de la risa ¿Cree que voy a tragarme eso? Él, perdiendo la virginidad a los veintiuno, por favor, no me lo tragaría ni aunque lo trajera firmado ante notario con seis testigos.
Me mira algo molesto.
—¿Qué tiene de gracioso?
—¿Crees que me voy a creer semejante tontería? Tú, Gabriel Vernetti, perdiendo la virginidad a los veintiuno. Pfff, patrañas. Te he visto salir con, por lo menos, diez mujeres en los dos meses y tanto que he vivido acá, no te vengas a hacer el santurrón.
Bufa molesto y llama a Alex. Este aparece de inmediato, con un enorme par de ojeras y ropa sucia encima.
—Alex ¿A que edad perdí la virginidad?—abre los ojos asustado y nos mira intercaladamente. Se ajusta los lentes y masculla incomodo.
—¿De veras quieres que le diga? Eso podría afectar tu reputación.
—Dile, vamos.
—A los veintiuno.
—Ves, te lo dije.
Cierro la boca y los observo suspicaz, Gabriel quizás sepa mentir pero Alex no puede engañarme ni un poquito. Espero, espero, espero. Nada. Alex no miente. ¡Oh por dios!
—¿Es en serio?
—Sí, no era el chico más lindo de la tierra antes de cumplir los veinte. Pero créeme he recuperado el tiempo perdido… y con creses.
Enarco una ceja mientras él pone una de sus sonrisas coquetas, siento el tinte subir a mis mejillas y regreso a las anillas avergonzada de ser tan obvia.
—Te sonrojaste.
—¡No!—grito mientras aprieto un par de anillas entre mis manos.
—Lo estás—agrega pícaro y se acerca más de lo que mi salud mental resiste—aquí y aquí—toca mis pómulos con sus dedos y sufro un infarto agudo al miocardio, arritmias múltiples, un par de calambres y finalmente un paro. Esquivo su mirada y salgo del cuarto con el cuerpo anestesiado y la sangre bombeándose con fuerza por mi cuerpo—¡Hey! No tan rápido, yo gané. Quiero mi recompensa.
Me volteo a verle por un segundo, me siento tan débil, tan frágil, tan estúpida, y él ni se inmuta.
—¿Qué quieres?—trato de sonar desafiante pero suena más como un: “Oh mi señor que desea usted de tan humilde plebeya”. Es un asco estar enamorada.
—Que seas mi novia…
Lo sentimos, la cabeza de Camila ha dejado de funcionar en estos momentos, por favor intente más tarde. Estamos trabajando para usted.
—…el día de la gala. Solo serán un par de horas, y lo único que tendrás que hacer es decir: “Sí, somos novios y nos queremos mucho, etc, etc…” ya sabes.
Asiento sin ganas y me retiro con alguna mala escusa que no vale la pena mencionar, con los pulmones colapsados y un sabor dulce en la boca, algo como una sonrisa que no llegó a ser.
Aunque no me guste hago cambio de turno con Miky quien no tarda en jactarse lo muy llorona que soy y lo patética que me veré si algún día llego a conocer a Lorena (que como van las cosas será probablemente nunca). Yo solo suspiro con cansancio y me voy del cuarto que los gemelos comparten solo para asilarme en mi cuarto, donde paso el resto de la tarde fingiendo que duermo más pesado que una tonelada de plomo.
A eso de las nueve treinta el teléfono me saca de mi “letargo”. Es mi querida y nunca bien ponderada madrastra. Divago entre contestarle o no. Las cosas han estado un poco tensas desde que me negué a volver, he evitado a mi hermana todo lo que he podido, y conste que es difícil esconderse de una detective de la policía de investigaciones. Se que dije que volvería, pero nadie en mi familia sabe, prefiero comunicárselos cuando esté apunto de regresar, es decir cuando este en la puerta de mi casa.
Al final contesto solo porque necesito descargar ira en alguien. Pero para mi sorpresa Alicia me trata como tela de algodón egipcio, es decir suave. Me pregunta como estoy, como me fue en los exámenes, que tal el clima ¡Vivimos en la misma ciudad! Es más, mi ex casa queda a dos estaciones de metro.
—¿Te sientes bien Alicia?
—De maravilla, gracias por preguntar. Mira niña, lo hemos estado pensando con tu padre y asistiremos a la misa de navidad que celebra tu universidad ¿Vas a estar tú ahí?—dice con fingida despreocupación.
¡Oh, no! No, no, no, no, no, no, no, no, no y no.
—Puede ser, es posible, quizás. Pero creo que solo por un minuto.
—Pero un pajarito me contó que ibas a cantar un solo—estúpidos pájaros chismosos.
—¿Por esas casualidades ese pajarito usa una sotana?
—Puede ser, es posible, quizás.
Suspiro cansada y trato por la siguiente media hora de convénsela que sacar a un hombre moribundo de su casa es una pésima idea, a mi favor tengo que tengo razón y en mi contra está el hecho de que ella es enfermera. No es que no quiera que me vean cantar… mentira, no quiero que me vean cantar, primero porque se lo sentimental que se pone mi padre cuando canto y segundo, debido al poco tiempo de practica y mi escasa capacidad vocal, saldrá horrible.
Discutimos un largo rato y luego de perder ambas los estribos le corto diciéndole que haga lo que se le venga en gana y ella me grita un »claro que lo haré«. Se termina la “comunicación” y en pleno berrinche mental Alex me interrumpe.
—¿Cami?
—¿Que demonios quieres?— gruño. Él se aleja un par de pasos con cara de asombro. Se que no tiene nada que ver Alex en todo esto pero a verdad Alicia me quita todo el poco tino que me queda.
—¿Vas a ayudarme con lo de las anillas? Porque si estás ocupada puedo hacerlo solo, no hay problema…
—¿Dije que lo haría no?—rumio mi mal humor hasta la sala y me siento en mi lugar de siempre a enlazar anillas previamente cortadas por Gab, cientos y cientos de ellas.
Alex se sienta en el sillón de en frente a hacer lo mismo que yo pero antes prende el computador y pone un poco de música para relajar el ambiente. Elton John canta Tiny dancer y Alex tararea la letra bajito y algo atropellado, su ingles no es muy bueno que digamos.
—Creo que nunca te pedí disculpas correctamente por lo que pasó la vez que salimos…
—Alejandro, ves claramente que estoy más que molesta por algo externo y tú no encuentras ningún tópico mejor que sacar a colación que el día en que se te olvido mi nombre ¿Despertaste suicida hoy?
Calla y trabajamos en tenso silencio por un cuarto de hora más. My father’s gun y Your song siguen en el track list pero no les pongo atención.
¿Han notado lo difícil que es hacer un trabajo manual fino cuando están molestos, es como si el centro neuronal de la motricidad fina estuviera conectado directamente con el centro neuronal de la furia intensa, al activarse el segundo el primero desaparece de inmediato.
Las manos comienzan a tiritarme, las anillas se me caen, creo que voy a explotar en cualquier segundo.
—¡Lo detesto!—grito lanzando las anillas por el aire. Alex corre a atajarlas antes de que caigan por ahí y se pierdan para siempre en la anarquía que es nuestra sala en estos minutos.
—¡Ya, ya, calma por dios! De estas cositas depende que termine mi carrera.
—¡No tienen derecho a meterse en mi vida!
—¿De quien demonios hablas?
—Mi familia, mi hermana, mi padre, Alicia.
Hago un puchero y me acurruco en un rincón. Su mirada se clava en la mía y alza una ceja, se ve algo molesto, no se porque la verdad.
—¿Qué pasó ahora?
Comienza un largo monólogo sobre mi historia familiar, sin darme cuenta regreso a mi posición anterior y las anillas y yo volvemos a hacernos amigos, él asiente a cada tanto y solo me interrumpe para preguntar algún dato que no entiende. Le hablo de mi madre, de su muerte, mi abuela, mi tío, mi padre, Alicia, mi hermana y su embarazo precoz, del alcoholismo en mi familia, de cómo vi muchas veces llegar borrachos tanto a mi padre y como a mi hermana, de cómo Alicia nos trataba y lo diferente que era con mis hermanitos. Todo lo que alguna vez tuve para decir lo digo y luego de todo eso siento una extraña sensación contradictoria.
—¿Eso es todo?—pregunta al finalizar la historia.
—Sí
—¿Quieres una opinión?
—Sí
—Deja de victimisarte.
Me quedo de piedra por dos razones, no era lo que esperaba que digiera y al mismo tiempo sabía que me diría eso. Abro la boca para replicar pero la voz no me sale.
—Mi padre me golpeaba con un cinturón cada vez que mis calificaciones no eran perfectas y mi madre lo avalaba. Eso es terrible porque demuestra que no solo hay una versión torcida de lo “correcto” en mi familia, sino que también una clara ausencia de cómo demostrar cariño. Lo que veo cuando te escucho hablar de ellos, tus padres, es que son gente que cometió errores pero que de una forma u otra está tratando de arreglar el mal hecho y que tú, repito, TÚ, no los dejas porque eres una mocosa orgullosa que cree que lo sabe todo—trato de replicar de nuevo pero la sorpresa me deja muda, literalmente—recuerda que yo conozco a Alicia y a tu hermana y la verdad me pareció que lo único que les interesa es tu bienestar.
—Yo…
—Déjame preguntarte algo ¿Quién paga tu universidad?
—Eso…
—¿Tu padre?—asiento. De un momento a otro siento como si tuviera cinco años y Alex me estuviera regañando por no comer todo mi plato—Yo pago mi universidad, yo pago mis gastos, yo pago mis hospitalizaciones. Y cuando realmente he necesitado ayuda y he estado en problemas de verdad, repito, DE VERDAD, las únicas personas que me han tendido la mano son Gab y su familia, quienes, más allá de la larga amistad que tengo con Gab, no tienen nada que ver conmigo. Por eso cuando te escucho hablar tan enrabiada sobre tu familia me dan ganas de cachetearte ¿Te molesta que Alicia te llame solo para regañarte? Piensa que por lo menos te llama, ni siquiera es tu madre, pero te llama ¿Te molesta que te digan que vuelvas? ¿No has pensado que quizás te extrañan? Tu padre va a morir inevitablemente, tu hermana volverá a Francia, tus hermanos presenciaran tu ausencia en momentos difíciles y al final te quedaras sola ¡Reacciona Camila!
—Púdrete Alex—me levanto con todas las intenciones de encerrarme en mi cuarto y maldecir en todas las lenguas que conozco pero me detiene.
—¿Vas a dejarme acá solo haciendo el vestido?
—Sí
—Creí que habías dicho que me ayudarías ¿No?
—Siento unas ganas desmedidas de ahorcarte en estos momentos—digo antes de volver a mi puesto y enlazar nuevamente anillas.
—Tengo ese efecto en las mujeres, más aun cuando tengo la razón.
Bitácora del cuarto al mando (Sí, aparentemente Miky tiene más poder que yo en este maldito barco)
La travesía está llegando a su fin, puedo divisar el puerto más cercano a solo unos días de distancia. Es triste, pero aun así dicen que lo que cuenta en es trayecto…
¿A quien engaño? Solo te abrí, querida bitácora, para quejarme de ese maldito desgraciado mal nacido del capitán ¿Cómo se atreve a tratarme de esa manera? ¿Quién se cree? Yo nunca le ha dicho que es un niño llorón arrastrado por Lorena (quien quiera que sea).
Estúpido.
Los días pasan, terminamos el vestido y Alex aprueba todos sus ramos, oficialmente está en quinto, su último año. Miky se muda mañana—aleluya por eso— y Agatha tendrá gatitos. Si, como lo leen. Aun no sabemos quien es el padre ¿Cómo una gata de departamento se embaraza? Extraño, muy extraño.
Yo por mi parte espero en la barra de la gala de Gab, vestida en el vestido rojo más apretado que Carmen me pudo prestar, con el pelo repleto de lindos bucles, la cara maquillada y una piña colada sin alcohol en la mano.
Bufo molesta mientra algún tipo cuasi abogado me trata de conquistar con frases como: “¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?”, “debió dolerte cuando te caíste del cielo, ángel” y mi favorita “Te pareces mucho a mi próxima novia”. Ruedo lo ojos exageradamente pero no se da por aludido. Al parecer los estudiantes de derecho no son tan brillantes como yo pensaba.
—Mira—digo después de diez minutos ignorándolo—es muy probable que no veas chicas lindas muy a menudo y por eso tu manejo con el sexo opuesto no sea el más adecuado, pero en serio para de hablar porque estás avergonzando al genero, además vengo con alguien—sonrío cansina y en menos de dos segundos el chico ha desaparecido.
No voy a ocultar mi mal humor, esta no ha sido mi mejor semana, y aun queda, ya que mañana es noche buena y todos sabemos lo que significa… Nella Fantasía. ¡Yupi!
—¿Divirtiéndote?—pregunta Gab reapareciendo luego de desaparecer hace más de una hora.
—¿No se nota por mi cara de fiesta?—mascullo entre dientes.
—¿Molesta?
—Increíble deducción Sherlock.
—¿Por…?
—Me has dejado sola toda la noche y lo único que has hecho es utilizarme para…
—¡Gabriel!—grita una chica apareciendo detrás de la barra y lanzándosele al cuello a Gab—¿Bailamos?
El sonríe de lado y se “disculpa”.
—Vine con mi novia, no puedo Naty—la chica abre los ojos desconcertada y me mira. Parece que no sabía que Gabriel Vernetti tenía novia, y eso es porque ¡Gabriel no tiene novia!
—No sabía que tenías novia.
—Sí, somos novios y nos queremos mucho, bla, bla, bla…—digo y ella se desconcierta aun más—¿Puedes sacarle los brazos encima a mi hombre por favor?
Lo suelta y luego de una breve despedida se retira roja y avergonzada.
—Fuiste un poco grosera
—¡Lo único que has hecho es utilizarme para que tus compañeras de carrera no te acosen!
—Bueno, si lo pones en esos términos suena un poco duro—lo perforo con la mirada y bebo lo que queda de mi piña colada rápidamente.
—No entiendo ¿Por qué no te tiras a alguna de estas mujeres desesperadas?
—Regla de vida: nada de relaciones casuales con alguien que tengas que ver todos los días—frunzo el ceño y coloco mi mejor cara de ¿Ah?, él mira al techo y busca algo imaginario en sus bolsillos—digamos que tú eres la excepción que confirma la regla.
Luego de ese comentario—que no ayudo a mi humor en ningún sentido—digamos que las cosas se pusieron un poco tensas. Discutimos por un cuarto de hora en uno de los balcones del salón—lo que por cierto solo reforzó la idea de nuestro noviazgo— y me fui indignada a la barra nuevamente donde compartí un par de palabras con un recién egresado que no conocía a Gabriel y no le importó cortejarme. Una hora después fui rescatada por Jomi, realmente lo abogados son las personas más aburridas de la tierra, o por lo menos con lo que yo he hablado.
Benjamín me llevó a un rincón de la pista y bailamos, mientras me contaba lo que se decía de mí. Primero: soy una mala mujer que “maltrata” al pobrecito Gabrielito. Segundo: soy una bruja controladora y celosa que no le deja compartir con sus compañeras. Y tercero: soy una zorra vengativa que se va con el primer tipo que encuentra para ponerlo celoso.
No, ninguno de esos comentarios mejoro mi humor tampoco.
Llegando al punto de ebullición de mi sangre decidí salir de la fiesta—realizada en el club hípico—para tomar aire y dejar que el silencio de la noche me calmara. Cuento corto, el silencio de la noche no me calmó y media hora más tarde estaba aun más enojada.
¿Por qué la vida se empeña en molestarme? ¿Por qué no puedo simplemente retirarme a una cueva en la cordillera y vivir ahí el resto de los años que me quedan?
Pienso, pienso y pienso, pero todo me lleva a lo mismo ¿Por qué todo me sale tan condenadamente mal?
—¿Camila?—la moleta voz de Gabriel me interrumpe en mis cavilaciones y me volteo lentamente solo para taladrarlo con mi más profundo desprecio. Pero para variar no se inmuta.
—¿Que quieres?
—Irme a casa ¿Vienes?
—Da igual.
Lo sigo a través de las arboledas hasta el estacionamiento y nos subimos al auto en completo silencio. Deben aceptarlo tengo un dominio superior en las relaciones interpersonales.
—Hueles a alcohol ¿Bebiste?—pregunto un poco después de que prenda el motor.
—Solo un poco.
—¿Eres tonto? No puedes conducir en ese estado ¡Bájate de inmediato!
—Claro que no ¿Cómo volveremos?
—Yo conduzco
—No tienes licencia.
—Claro que tengo— saco mi licencia de mi bolso y le la muestro. El sonríe de medio lado y enarca una ceja.
—¿Qué le pasó a tu cabello?
—Fue una etapa ¿De acuerdo?
—Vestirse completamente de negro puede considerarse una etapa pero el pelo en ese tono de verde es más bien una catástrofe nacional.
Y esa fue la gota que derramó el vaso.
—Acá a la izquierda.
Giro, en completo silencio señalizando debidamente antes. Hace más de tres años que no tomo un volante pero es mejor que un borracho.
—¡No estoy borracho! Solo bebí una cerveza ¡UNA!
—¿Dije eso en voz alta? No sabes cuaaaaaanto lo siento.
Gab bufa molesto. Al parecer no le gusta que le quiten su puesto de macho alfa, me importa un rábano, aunque debo admitir que su cara cuando lo saque a la fuerza del asiento y me senté frente al volante me subió bastante el animo.
—Acá a la derecha.
Un giro más y comienzo a notar que no tengo idea donde estamos. Tengo la leve sospecha que el borrachín no tiene idea de donde está.
—¡Que no estoy borracho!
—¿Dije eso en voz alta también?
—Detente acá—miro a mi alrededor, son las cuatro de la mañana y estamos en un barrio que se me hace completamente desconocido.
—¿Estás orate?
—Detente ahora.
—Claro que no—abre la puerta de improviso y baja un pie, lo que me obliga a detener el auto de inmediato. Se baja y desaparece en medio de la noche. Una parte de mi dice: “vete ahora, abandónalo ahí y jamás regreses”, la otra grita: búscalo, encuéntralo, mátalo. Gana el instinto asesino.
Estaciono sobre la berma y me bajo agarrando la punta de mi vestido rojo más furibunda que leona con cachorros. Ese hombre me va a escuchar, definitivamente me va a escuchar, en cuanto sepa donde demonios se metió.
Recorro una cuadra sin verle ni la sombra. Me detengo en una esquina solo para revisar a mi alrededor, lo vislumbro junto a una pandereta, parece observar detenidamente un graffiti.
—Estas no son horas para apreciar el arte Gabriel ¿Quién demonios te crees para bajarte del auto de esa manera estúpido patán?
—Vete sola, si sigues derecho por esta calle llegarás a la alameda, doblas a la izquierda y en diez minutos estarás en casa.
—¿Me estás ignorando? Mira Vernetti me tienes… ¿Qué haces?—de un salto se encarama en la muralla y en un dos por tres ya esta del otro lado—¡Gabriel!
—Verdad, olvidé que estabas acá ¿Vienes?—me tiende una mano. Le miro con desprecio y asco—o puedes quedarte sola en la mitad de esta calle desolada… como quieras.
—No sabes cuanto te detesto—le doy la mano y luego de un montón de movimientos ridículos e incómodos llego a la cima de la muralla. Hago un mal movimiento y en un santiamén estamos los dos al otro lado ¿Creen que caímos uno sobre el otro románticamente? No, yo caí en un pequeño lago artificial y él en una montaña de lo que pareciera ser estiércol. Muy romántico. Debo acotar que lo del estiércol me subió un poco el ánimo.
—Esto va a doler mañana—dice.
—Esto duele este minuto—se levanta y me ayuda a recuperar el equilibrio ¿Puede ponerse esta noche aún peor?
¿Como demonios llegamos a esto? Los dos, en traje de gala, sucios, irrumpiendo ilegalmente en propiedad privada, él oliendo a estiércol, yo mojada hasta la medula con su chaqueta—que también huele a estiércol—en mis hombros paseando tranquilamente por lo que parece ser un…
—¡Santa virgen de la papaya! Esto es un cementerio—grito al notar las placas de loza bajo nuestros pies “decorando” el pasto—¿Qué mierda hacemos en un cementerio? ¿Gabriel?¿Gabriel?
Lo diviso un par de pasos más adelante parado en medio de una colina pequeña. Corro aterrorizada hasta él y lo tironeo de uno de sus brazos. Pero él no se mueve ni un milímetro. Mi ansiedad crece, no se ustedes pero estar en un cementerio de noche no es una de las cosas en mi lista de “Cosas para hacer antes de morir”. No pienses en muerte, no pienses en muerte.
—Gabriel juro que no te llamaré más borracho, así que por lo que más quieras vámonos de aquí, por favor.
Él me ignora olímpicamente y noto repentinamente que estamos frente a una placa cuadrada de piedra negra. Leo detenidamente y repentinamente comprendo todo, absolutamente todo.
Lorenzo Renato Vernetti Lazo
Amado hijo y hermano.
Descansa y que tu alma ilumine el lugar donde te encuentres,
al igual que lo hiciste en este mundo
14.09.1976 - 23.12.2009
Me quedo callada esperando que Gabriel diga algo, haga algo, o lo que sea. Cualquier señal de que sigue vivo me sirve, pero no hace nada más que contemplar la tumba con una cara tan insondable que me inquieta.
Hoy es veintitrés de diciembre, la fecha inscrita en la placa, hace cuatro años este mismo día el hermano de Gabriel falleció.
—¿Sabes? Le dije a mi madre que hoy estaría extremadamente ocupado y que no podría asistir a la cena que organizaron en honor a mi hermano y la verdad es que nunca he ido a una gala de derecho, esta es la primera a la que asisto. Es irónico, pero esas fiestas pomposas que tanto odio me salvaron de una triste y decadente cena. Soy un hijo de puta ¿Cierto?
—Yo creo…—pero no se que decir, porque creo que en verdad es un hijo de puta.
—Por años nunca me disculpé por nada, tengo un estúpido trauma infantil que me incapacita a ello, una tontera de proporciones increíbles, pero al fin y al cabo simplemente no puedo hacerlo, no puedo disculparme porque alguien me enseño que disculparse no arregla nada. Pero cuando desperté en el hospital y me contaron que Lorenzo no sobrevivió te juro que lo único que deseaba hacer era disculparme.
»¿Con quien te disculpas por seguir viviendo? ¿A quien le pides perdón porque tú sigues vivo y tu hermano no? No sabía como mirar a la cara a mis padres, a mis hermanos, a la novia de Lorenzo. Quería decirles que lo sentía y que no fue mi intención sobrevivir, pero si lo piensas es estúpido y, como muy bien me enseñaron, no porque me disculpe Lorenzo volvería a la vida. No puedes simplemente decir que preferirías haber muerto en vez de Lorenzo, o por lo menos morir con él, a un montón de personas que lloran de felicidad porque despertaste de un coma de un mes.
—Gabriel no…
—¿Sabes cuales fueron mis últimas palabras para él?—creo que no quiero saberlo pero tampoco tengo el valor para callarlo—Muérete ¿Sabes cuales fueron las de él? Vete al infierno. Lo chistoso es que él se murió y yo vivo un infierno desde entonces.
Suelta una leve risita que me cae como una patada en el colon ¿Se está riendo?
—No se como puedes encontrarlo gracioso.
—Bueno Cami, es que si sigo llorando me voy a secar. Lo lloré por semanas, lloré cuando me contaron, lloré hasta dormirme y cuando desperté seguí llorando, lloré durante la rehabilitación, lloré cuando volví a mi casa, lloré cuando se cumplió un año de su muerte, lloré cuando entré a la universidad, y hasta el año pasado seguía llorando cada veintitrés de diciembre. Creo que ya es suficiente, solo me queda reír.
Suelta otra carcajada y trato de mirar otro lado solo para respetar las lágrimas que le resbalan por las mejillas incesantemente. Sobetea su nariz y se limpia con la manga la cara. Debo acotar que nunca una imagen me había roto tanto el corazón, Gabriel parado llorando a su hermano es probablemente la imagen más triste en mi cabeza.
—Daría mi vida solo para hablar una vez más con él, solo para intercambiar un saludo o un abrazo. Lo extraño tanto que me duele el corazón cuando pienso en él, nada duele más que lo que se siente cuando pierdes algo que realmente te importa y sabes que no volverá jamás. Absolutamente nada. Bueno quizás una patada en los testículos, eso también duele harto.
Suelto una risa tonta, incluso en un momento tan tenso Gabriel no deja de ser un payaso.
—Tonto.
—Y bien ¿Sacas alguna enseñanza de todo esto?
—¿Qué demonios? ¿Todo esto fue porque me quejé sobre mi familia?
—En parte. Mi hermano realmente murió un día veintitrés de diciembre, yo realmente iba a saltarme la cena familiar y realmente pensaba llevarte a la gala y hacerte fingir que eras mi novia, pero pensaba llevarte a casa antes de visitar el cementerio. Ahora, viendo el estado actual de las cosas decidí hacerte enojar toda la noche y luego vertí una cerveza sobre mi camisa para guiarte hasta el cementerio y hacerte bajar irremediablemente del auto…
—Espera…¿Vertiste una cerveza sobre tu camisa? ¿Es decir que no estás borracho?
—Como crees, mi hermano murió en un choque por un hijo de puta que conducía ebrio nunca manejaría un auto con alcohol encima ¿Que tan idiota crees que soy?
—¿Quieres una respuesta honesta?
—La verdad no.
—¿Y todo esto solo porque…
—Sí. Recuerda lo que te dije, Alex es un tipo filosófico, yo soy pragmático. Y para ser honesto me importas mucho y no quiero que vivas lo que yo tengo que vivir, no es agradable.
Lo abrazo y escondo mi cabeza en su pecho—lo se, huele a estiércol pero ya que—aprieto fuerte mi cuerpo contra el suyo y me separo. Lo miro a los ojos y le agradezco por todo.
Luego lo golpeo en la entrepierna tan fuerte que tengo la seguridad que le dejé los testículos de amígdalas.
—¡Y acuérdate de eso la próxima vez que quieras enseñarme una lección hijo de puta!
Me voy pisando fuerte. Pienso en mi padre y en las palabras de Gabriel. Voy a volver a casa, voy a intentarlo.
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