♠ Capítulo 15: Frutilla Bañada en chocolate
Bitácora del tercero al mando.
Gabriel Vernetti es un mal nacido, un hijo de puta y un cabrón. Ojala se contagie de una peste sin cura, lo encierren en cuarentena para el resto de su vida y le metan tubos por el poto. Nada más que decir respecto a eso… no esperen, antes de que todo eso le suceda déjenlo treinta minutos en un cuarto conmigo y un par de cuerdas, replicare con lujo de detalles el sueño que tuve anoche, más un poco de mi propia cosecha. Luego pueden llevarse los trocitos que queden de él.
Pendiente: recordar todas las otras cosas que me han pasado, en este minuto mi cabeza está demasiado ocupada maquinando como hacer que la muerte del segundo al mando parezca accidental y no descubran que abuse sexualmente de él antes de matarlo.
La nariz se me enfría, la boca se me enfría, los pómulos se me enfrían, pero aun tengo la entrepierna caliente. Los párpados se me enfrían, las sienes se me enfrían, la frente se me enfría, pero mi mente aun piensa en el candente beso de Vernetti, la piel se me enfría, los músculos se me enfrían, los huesos se me enfrían, el cerebro... ¡Ag! ¡Se me congela el cerebro!
Saco la cabeza rápidamente del lavamanos, repleto de agua helada y hielo, para apretarme con fuerza entre las cejas. Debe haber una forma más fácil de apaciguar a mis demonios. ¡Claro que la hay! Atalo, desnudado, úntalo en chocolate, lámele hasta la vesícula y hazlo tuyo... Veinte veces, una por cada año perdido. Ok debo volver al hielo.
La nariz se me enfría ¿Que voy a hacer ahora? Veo a Gabriel y lo único que pienso es: tengo tantas ganas de matarlo como de agarrármelo ¿Sera la necrofilia ilegal? No puedo seguir conviviendo bajo el mismo techo, no después de aquello ¿El agua se está evaporando? Dios, en serio estoy que ardo. Por cosas como esta se derriten los casquetes polares. Muy probablemente soy la causante del calentamiento global... ahí quedo mi buena onda con la tierra y es que con cada arranque de calentura mía un oso polar muere.
Lo peor de toda la situación es esa voz aguda en mi cabeza que dice: sedúcelo, sedúcelo, sedúcelo. No vas a encontrar otro hombre tan dispuesto en este mundo.
Es cierto, no lo voy a encontrar, pero hay un problema ¡No sé seducir! ¿Qué hago? ¿Me visto con poca ropa, pongo “You can leave your hat on” y bailo con las piernas abiertas o eso es muy sutil? Porque de verdad, en serio, en serio, de veritas, de veritas, la Camila tranquila, meditativa y controlada fue cruelmente torturada y asesinada por Gabriel, lo que veo ahora en mi reflejo es la encarnación misma de la maldad.
—¿Camila?
—¿Qué pasa Alex?
—¿Estás bien? Llevas toda la mañana metida en el baño.
—Sí... no iré hoy, no me siento bien—me estoy friendo de adentro hacia fuera, a fuego alto, en el desierto del Sahara, luego de las destrucción de la capa de ozono, justo antes de que la tierra colisione con el sol.
—¿Quieres algo?
—Mata a Vernetti.
—¿Qué?
—¡Haz espagueti!
El silencio nos inunda y me pateo las áreas lingüísticas de mi cerebro, debo considerar cortarme la lengua, de raíz.
—¿Salsa boloñesa o pesto?
—¡Pesto!
—A todo esto ¿No tenias que entregar un trabajo hoy?—demonios lo olvidé, al igual que casi todas las cosas importantes como: mi dirección, mi tipo de sangre, mi peso y mi segundo nombre ¿Domitila? ¿Clodomira? ¿Sinforosa?
—Cierto... salgo en un momento.
Lo bueno de esto, porque a estas alturas lo único que me queda es buscarle algo bueno, es que no tendré que dejar la carne y no será necesario reforestar Brasil, de cualquier manera no me gusta el clima tropical.
Salgo del baño y corro a mi cuarto, me visto con la ropa más ligera que tengo, debo evitar la combustión espontanea, y salgo rápidamente a tomar el ascensor.
¡Sorpresa! Grita mi karma. Gabriel está ahí, en el pasillo, esperando el ascensor. Se gira, me mira y me sonríe ¿Comente en algún momento lo linda que es su sonrisa? ¿Sí? Ahora imagínenla con un ladrillo impactando directamente. Hermoso.
—Buenos días bella durmiente, parece que alguien no quería dejar la sabanas hoy en la mañana...—muérete, tú, tus hijos, tus nietos—¿Bajas?—tus bisnietos, tus tataranietos—hace algo de calor afuera, pero veo que vas vestida para lo ocasión—tus tataratataranietos... y si tienes perro, el también, y sus hijos y sus nietos…
Pasan su buen par de minutos en los cuales el silencio nos envuelve de forma tan incómoda para mí que puedo oír mi saliva transportarse hasta mi estomago con suma precisión.
—Gabriel...—el timbre del elevador suena, se abren las puertas y entramos...
—¿Sí?—las puertas se cierran y el aprieta el botón del primer piso.
—Respecto a lo de ayer...—no timidez no te aparezcas ahora, ayer estabas de lo mejor ronroneando con los deditos juguetones de Vernetti.
—¿Ayer?
—Sí, sobre aquello que sucedió.
—¿Que sucedió ayer? ¿Me perdí de algo?
Mi mente se silencia y entran en un concilio solemne los miembros más importantes de mi cerebro. Mi instinto asesino propone descuartizarlo con un tenedor, mi sentido común, además de jactarse que tenía razón, sugiere la retirada, mi sed de venganza asegura que la mejor opción es acorralarlo en una esquina, lamerle el cuello al tiempo que le susurro: nunca lo he hecho en un ascensor. Todos concuerdan en algo, este tipo está jugando de lo lindo conmigo.
—Hiciste una misión de reconocimiento en mi entrepierna ¿Te acuerdas ahora?
—¡Ah! Eso...—mira al techo como si estuviese escrito ahí lo que tiene que responder y las puertas se abren—¡Oups! —Fue sin querer—da un paso fuera y me mira—... Queriendo.
Las puertas se cierran de sopetón y yo me quedo ahí helad... caliente. Para cuando me recupero del TEC cerrado el elevador ya va subiendo. Llega al quinto, se abre la puerta y Alex me observa desconcertado.
—¿No te habías ido ya?
—¿Subes o no?—entra veloz y me mira de soslayo.
—¿Pasó algo?
—No Alex, no paso nada, absolutamente... nada.
Razones por las cuales no debo matar a ese hijo de su gran madre.
Tiene familia (no creo que lo extrañen)
Sus abdominales son patrimonio de la nación (es italiano, la embajada se encarga)
Iré a la cárcel (vale la pena)
Manchare de sangre mis manos (procurare no usar ropa blanca)
Es tu mejor opción para... ya sabes (la única razón de peso hasta el momento)
Gruño molesta, si hay algo peor que intentar violarme es no acabar el trabajo ¿Quién se ha creído? No soy su juguete o algo por el estilo, además ¿Qué significa eso de sin querer queriendo? ¿Mucho chavo del ocho quizás? Porque si es así no tengo ningún problema en descalabrarle los cachetes de marrana flaca ¿Qué hago ahora? ¿Sigo con mi vida como si nada de esto hubiera pasado? Parece que es eso lo que quiere ¿Y desde cuándo que yo hago lo que él quiera?
—¡Maldita sea!
—¿Ahora qué?—me pregunta Álvaro compungido por mi cara de ogro a dieta. Son casi las tres de la tarde y dedicamos nuestro tiempo a nutrir nuestros cuerpos con comida envasada.
—¡Nada!
—¿Nada masculino o feminino? Porque ustedes las mujeres cuando dicen nada no es nada precisamente.
—¿Qué crees tú?
—¿Femenino?
—¡Bravo! Ve a buscar tu premio detrás de la cortina número dos, lugar donde descansa mi buen humor y mis ganas de guardarme el sarcasmo.
—Definitivamente femenino ¿Qué pasó?
—No sé si decírtelo... ¿Prometes no sacar conclusiones apresuradas?
—Claro, pero antes ¿Tiene algo que ver esta historia con esa marca de mordida en tu hombro?—dirijo mi vista hasta mi hombro con dramática lentitud. Vernetti no solo te dejo pagando Camilita, sino que también te marcó, como si fueses algún tipo de animal rumiante y él el dueño del fundo.
—¡No! Esto es otra historia.
—Bueno, cuéntame.
—Alguna vez has tocado a una mujer de manera... íntima y te has ido sin hacer nada—abre los ojos como platos—¡Hey! Sin conjeturas dijimos—resopla.
—¿Qué tan íntimo?
—Muy íntimo... entre segunda y tercera base.
—Oh... deditos traviesos—me sonrojo enseguida.
—Eso... traviesos.
—No, creo que no, mi fuerza de voluntad no es tan grande. No creo que haya hombre capaz de hacer algo así—sí que lo hay y duerme a tres metros de mí.
—Pero, supongamos que es físicamente posible, se te ocurre alguna razón...
—Solo una, fastidiar.
—¡Lo sabía!
—Aunque...—mi cara se transforma—podría ser algún tipo de retorcido juego de seducción.
—¿Podrías no citar a Soda estéreo? Me recuerda a alguien.
—Disculpa, bueno quizás es un tipo de prueba, ya sabes, para ver que hace la otra persona. Tira y afloja ¿Esto no tiene nada que ver con los dientes en tu hombro?
—Absolutamente nada, y no son dientes.
—¿No?
—Para nada—nos instalamos en una intensa batalla de miradas, la comida se enfría pero no importa, de cualquier manera tengo ensalada ¿Donde está Carmen cuando se le necesita?—y... si estuvieras dentro de este "juego", o te hubieran invitado ¿Entrarías?
—Depende de los incentivos ¿Es guapa?—si—¿Me atrae sexualmente?— hasta las rocas me atraen sexualmente—¿Quiero algo en ese tono?—desde que mi cuerpo produce estrógenos—¿Estoy dispuesto a jugar sin caer primero?—yo... ¿Ah?
—¿Ah?
—Obvio, es un juego de tensión sexual, hay que tensar el ambiente. Ya sabes, como poner la frutilla con chocolate a unos centímetros y ver quien la toma primero, entre más tiempo este la frutilla más divertido es y el que la toma primero será quien pierda.
En mi mente me visualizo frente a Gabriel, la frutilla está entre nosotros, pestañeo y la frutilla ya no está, tengo la boca sucia de chocolate y mis manos están dentro de su pantalón. No creo que sirva para este tipo de juegos.
—¿Como genero tensión sexual?
—¿En serio no tiene tu hombro nada que ver aquí?
—¡No hombre! Dime como...
—Provócalo... Ofrécete pero luego hazte la esquiva. Lo que hacen siempre las mujeres, coquetea, pero no con simples miraditas ¿Me entiendes?—alza las cejas con picardía.
—¿Dedos traviesos?—pregunto con la cara roja. Asiente.
—Y entonces tu hombro ¿Que pasó?—me pilla desprevenida, creí que lo había superado.
—Son unos masajes tailandeses para mejorar mi escoliosis.
—No sabía que tuvieras escoliosis...
—Terrible—miento—cuasimodo es normal a mi lado. Son súper rudos los masajes y a veces me entierran las uñas... Ves, son uñas no dientes—me escruta en silencio, si se la cree es que es más tonto de lo que creo.
—Camila... Si tu masajista tailandés esta toqueteándote creo que deberías denunciarlo, no seguirle la corriente.
Suspiro.
—Por un momento creí que no llegabas...
—¿A entregar el trabajo? Como crees, era lo más presente en mi mente—Carmen me mira de reojo con clara incredulidad...
—¿Mas que deditos traviesos?
—¡No lo llames así! No debí contarte.
Descansamos esparcidas por el suelo de su departamento mientras "repasamos" la misión, visión y objetivos de una de las tantas empresas que nos han obligado a crear en el transcurso de la carrera. Me estiro con pereza con los ojos pegados al techo, la alfombra del living de Carmen es sin lugar a dudas el lugar más cómodo en la tierra, podría dormir ahí sin problemas, es felpuda, suave y gigante. Una duda me taladra la cabeza.
—Carmen ¿Lo has hecho en esta alfombra?
—Cientos de veces—responde sin sacarle la atención a su portátil. Me levanto asustada con ganas de preguntar cuando fue la última vez que la lavó pero me abstengo, se que la respuesta es nunca. Arrastro mi cuerpo hasta el sillón, no voy a preguntar si lo hizo ahí también, quiero poder sentarme en alguna parte.
—¿Y... que vas a hacer?
—Tomar la oportunidad ¿No es lo que he querido todo este tiempo?
—Bueno amiga, se ve que él tiene mucha más experiencia que tú en esto de seducir...
—Ya... ¿Qué insinúas?
—Puede que te salga el tiro por la culata... No he hablado mucho con él pero es un tipo astuto.
—Te acepto lo de la experiencia pero de astuto no tiene nada.
—Si tú lo dices... puedes revisar la página veinte, hay un error de gramática—tomo mi propio portátil y paso las páginas en Word buscando algo digno de ser corregido.
—¿Y cómo piensas seducirlo? Y no me salgas con el cuento de "You can leave your hat on"
—Funciona en nueve semanas y media—me mira nuevamente—¿Que propones?
—No sé... paséate en ropa interior.
—¿Has visto mi ropa interior? Tiene ositos—se voltea hacía mí y frunce el ceño.
—¿No tienes nada sexy?—niego con la cabeza—¿Ropa transparente? ¿Encaje? ¿Tanga? ¿Lencería fina?
—No, no, no y no. La primera vez que Alex vio mi ropa colgada en el tendedero se rió el resto de la tarde.
—Compra algo entonces... ¡Esas cosas son indispensables!
—Para alguien con vida sexual activa Menchu.
—Bueno, dado el hecho de que vas activar tu vida sexual pronto—yo toco madera tres veces—es momento de que tus calzones maduren.
Luisa, su prima, la llama y me deja sola hundida en mis pensamientos ¿Debo comprar ropa sensual para seducir? Suena lógico, más que lógico ¿No será suficiente con un par de hielos como la otra vez? ¿Eso fue seducir? Necesito clases de esto. Y conozco un profesional de la seducción, pero dado que al mal nacido se le ocurrió mencionar mis lazos familiares en nuestro último encuentro prefiero, por el bien de mi apetito y el de su nariz, no entablar ningún tipo de conversación con él, nunca.
A las seis llego a casa y misteriosamente no hay ningún alma. Está desierto, lo que me da cierta libertad. Me recojo el cabello y comienzo la titánica tarea de dejar la cocina inmaculada, no puedo quejarme, cada vez que la limpio ellos hacen su mejor esfuerzo por no ensuciar, por lo menos respetan el esfuerzo ajeno. Una hora más tarde tengo todo casi estéril, saco algo de fruta y la pelo, me gusta la ensalada de frutas y como a estos mastodontes no les va ni les viene la vida sana soy la única que se preocupa de mantener su colon limpio. Pico las manzanas, agrego plátano, meto gajos de naranja y mandarina y por último los mezclo con kiwi. La puerta se abre y cierra avisando la llegada de alguno de los moradores, es Gabriel. Entra en la cocina sin hacer escala en ningún otro lado y me pilla con las manos en la ensalada de frutas.
—Hola
—Hola
Abre la nevera y saca una lata de cerveza, la abre y bebe como si de agua se tratara, la termina de un solo sorbo y me mira.
—¿Te molesta si saco otra?—me encojo de hombros—hace un calor infernal en esta ciudad ¿Que preparas?—saca otra lata y se acerca por sobre mi hombro.
—Ensalada de frutas.
—Que agradable, algo fresquito—mete la mano en el bol para robar kiwi pero le golpeo el dorso.
—¡No te has lavado las manos!
—Auch... dolió bruja—me mira con el ceño fruncido—quedaste llena de kiwi—acota señalando mi clavícula, hay una rodaja del verde fruto ¿Cómo es que llego ahí? Acerco mi mano para sacarlo pero Gabriel se me adelanta... con su boca. Toma el trozo de Kiwi con los dientes, exhala sobre mi piel, me mira a los ojos desde su posición y a mí se me escapa un suspiro. Un osito polar menos. Mastica y traga para luego pasar su lengua por la zona. Que detalle, no quería que quedara pegajoso. Este es un buen momento para sacar la Camila seductora y deslenguada que llevo dentro.
—Gabriel...
—¿Qué?
—Tengo un cuchillo en la mano y muy pocas ganas de que salgas ileso—¡Grandioso! No me refería a ese tipo de deslenguada ¡Bruta! Sonríe de oreja a oreja, con una de esas sonrisas que debería patentar como arma de aniquilación masiva por infarto.
—¿Quieres que guarde esa loza?—toma el paño de platos, como si nada hubiese pasado, y comienza a secar y guardar los platos. De alguna manera no me es incomoda la situación, independiente a que hace unos segundos me estaba lamiendo, todo parece relajado. Deja el último plato y su lugar y yo me lavo las manos pegajosas. Se va a su cuarto en el mismo segundo que llega Alex. Me saluda y le sirvo un poco de fruta. Resulta que si yo lavo, pelo y pico la fruta si les gusta... ¡Hombres!
—No comiste espagueti.
—¿Ah?
—El que me pediste que hiciera, almorzamos acá y me tomé la molestia de prepararte un poco pero ni lo tocaste.
—Sí… creo que se me quitaron las ganas.
—¿Pasó algo entre tú y Gabriel?—su pregunta me toma por sorpresa y un trozo de manzana se va a mis pulmones, hago mi mejor esfuerzo para no toser como si me estuviera muriendo. Carraspeo como señorita que soy, dejo mi tenedor a un lado (si vamos a conversar esto me conviene no comer) y sonrió.
—¿Por qué lo preguntas?
—Pues, está extraño...
—¿Conmigo?
—En general. Hoy estudiamos juntos un rato después del almuerzo y bueno, mientras leía se reía solo, con esa risa psicópata que le sale a veces.
—No he tenido el placer de escucharla.
—Es macabra, en fin, no he estudiado derecho nunca pero podría jurar que dentro de sus libros azules no hay nada chistoso y además tiene pegada “Persiana americana”, me la canto hasta en italiano, solo canta esa canción cuando algo realmente retorcido está pasando por su cabeza.
—¿Y dónde entro yo?
—En ninguna parte, solo preguntaba por si sabías algo—la manzana sale de mi tráquea y toma por fin el camino correcto hasta mi estómago—creo que trama algo. Vete con cuidado.
—¿Yo? ¿Por qué? No he hecho nada que merezca que me cuide—ríe con suavidad.
—Carly Gab Jepsen...—ahora lo entiendo todo ¡El mal nacido hijo de su madre se está vengando! ¡Venganza! Y yo preocupándome por comprar ropa interior... No, esto no se va a quedar así ¡Vas a ver de lo que estoy hecha Vernetti!
—Cami... Te está tiritando un ojo—recobro la compostura botando todo el aire de mis pulmones.
—Alex, no te preocupes, se cuidarme.
—Te lo digo porque conozco a Gabriel y hay veces en las que transgrede todo limite—eso ya lo aprendí... a la mala.
—Tranquilo, tengo experiencia...
—Eso espero, aunque se hace pasar por el tipo simple que ama hacer arreglos hogareños es un zorro astuto... Muy astuto.
—¡Maldito Gabriel mal nacido!—murmuro entre dientes mientras torturo mi esponja de baño. Hiervo en ira. Dejo caer mi espalda en el borde de la tina mientras el aroma de las sales de baño hace el intento de relajarme, un pésimo intento la verdad. El agua, en forma de vapor, sube hasta condensarse en el techo goteando, finalmente, fría. Necesitaba un momento de soledad en esta casa de locos. Tomo mi cerveza y le doy un sorbo largo ¿Como pudo ese desgraciado hacerme eso solo por venganza? Calló bajo, muy bajo. Pero creo tener una forma de conseguir lo que quiero y vengarme. Por el momento debo mantener este juego de tire y afloje, quizás participar un poco más, ser más seductora... Vas a pagarlo caro Gabriel, muy caro. Torturo mi esponja un poco más, la ahorco (o por lo menos hago la mímica de que apretó mis manos en su cuello de esponja), y la sumerjo. No me tranquilizo hasta que la última burbujita sube. Así voy a quitarte el aire Vernetti maldito.
Me salgo en cuanto se acaba la cerveza, seco mi cuerpo y cabello con la toalla más cercana, salgo en dirección a mi cuarto y recuerdo repentinamente que debo llamar a mis hermanitos ¿Como pude olvidarlos? ¡Ag! Esto también es tu culpa Vernetti. Camino hasta el teléfono en toalla, son las nueve en punto si no me equivoco Alicia va al gimnasio los jueves y no vuelve hasta pasadas las nueve y media.
Marco el número de mi casa y espero. Es probable que papá si esté, pero es casi imposible que conteste, ese hombre no contesta ni aunque tenga el teléfono en la mano.
—¿Camila?—se me detiene el corazón—¿Dónde mierda te metiste? ¿Qué es eso de que estas viviendo con un hombre?—es la chillona e inconfundible voz de Alicia, mi no muy querida madrastra—¡Contesta mal agradecida, sé que estás ahí!—ruedo lo ojos con exasperación. Si no me equivoco, y no lo hago, lleva todo el día esperando a que llame. O por lo menos desde que se entero de que llamé ayer.
—Madrastra querida... ¿Qué es de tu vida?
—Niña insolente ¿Quién te crees? Llamas cuando se te viene en gana, desapareces, ni siquiera preguntas por tú papá, es un hombre enfermo ¿Sabes?
—Cierto... mándale saludos y dile que gracias por recordar mi cumpleaños, espera, no se acordó.
—¿Y a quien le importa eso? Esta muriéndose Camila, tiene cosas más importantes que pensar.
—¿El color de su cajón por ejemplo? No te preocupes, elegirá lo que tú le recomiendes. Ahora pásame con Martín por favor, prometí que hablaría con él, no contigo.
—¿Pasarte con mis hijos? Ni en sueños, agradezco el día en que te fuiste, así por lo menos eliminé las malas influencias de la casa...—respiro calmada. "No debo insultar a la madre de mis hermanos" es mi nuevo mantra.
—A.... cia... pi... do... comunic... no... e... ucho... zorra—cuelgo. Espero de todo corazón no haya escuchado la última palabra, eso y que no tenga visor de números telefónicos en el teléfono. Regreso y al pasar por el pasillo me encuentro con G... el hijo de puta ese. Me mira de pies a cabeza. Aun voy en toalla medio mojada. Pasa de largo y tengo la sensación de que me está mirando el trasero. Giro mi cabeza y efectivamente es así. Nuestros ojos se cruzan y se me ocurre una brillante idea.
Gabriel, mis ojos están acá—digo traviesa. Él alza la mirada avergonzado—aunque... si quieres mirar, deberías hacerlo en primer plano—suelto el nudo de mi toalla y esta resbala dejando a la vista mis nalgas y mi espalda. Su cara se transforma y parece como si la sorpresa lo congelara. Ha sido completamente inevitable hacerlo, como cuando estás en el jardín y hay un caracol y no te puedes aguantar tocarle los cachitos para que los guarde. Así, pero con una toalla y una sonrisa picara.
Da un paso y yo corro a mi cuarto, cierro la puerta con pestillo esperando cualquier cosa. La manija vibra por los intentos de Gabriel de abrirla.
—Camila... abre esta puerta—susurra a través de la madera—no te hare nada…
—¿Sino qué?—respondo juguetona.
—No juegues con fuego que te puedes quemar, Camila.
—Veamos quien se come primero la frutilla Gabriel.
Bitácora del tercero al mando
Que empiece el juego.
Pd: Llamar a Greenpeace y advertirles sobre la disminución masiva de animales que sufrirá el círculo polar y la región antártica en los próximos días. Espero no causar daños mayores al ecosistema.
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