Prólogo.
Mi cuerpo estaba cubierto de sudor. Temblaba, pero no de miedo... o al menos no completamente por miedo.
Frente a mí, se encontraba él: Astaroth. El Gran Duque del Infierno y parte de la Trinidad maligna.
Su piel estaba caliente, pegada a la mía. Sus manos posicionadas bajo mis muslos, haciendo que mi intimidad estuviera a su merced.
Nunca antes un demonio me había hecho una mamada. Mucho menos uno tan poderoso y... uno que se obsesionó conmigo, me acosó durante dos semanas y, posteriormente, me mantuvo —y mantiene— preso de mi libertad desde hace una semana y media.
Intenté huir, pero él era un demonio y yo un simple mortal propenso a caer en la tentación.
—Déjame ir —susurré, mi voz apenas un un murmullo descuidado, preso del éxtasis de su boca—. Por favor.
El demonio se apartó de mí, sus ojos malévolos me miraron con desdén.
—¿Por qué lo haría? —cuestionó—. Después de todo este tiempo, ¿por qué apenas me súplicas por tu libertad?
Resoplé.
—No te he suplicado por nada, lunático —le dije—. Quiero volver a mi vida.
—Tu vida ya no es tuya —replicó, su aliento cálido como el fuego chocó contra mi piel sensible—. Ahora me pertenece a mí.
Sentí sus dedos en mi zona inferior y supe que volvería a empezar.
Este sujeto había estado utilizando mi cuerpo para su propio placer —y consecuentemente para el mío—, y aún no daba señales de agotamiento.
¿Es que los Duques del infierno no tenían nada que hacer?
Yo estaba exhausto. Ya casi no sentía mis piernas. El sudor cubrió mi piel una vez más mientras Astaroth nos hundía en un vaivén lujurioso.
—Te llevaré conmigo —me dijo al oído, cuando mi cuerpo comenzó a temblar. Yo no era capaz de hallar mi propia voz—. Te llevaré al infierno y serás eternamente mío.
No me podía concentrar bien, su cuerpo seguía chocando contra el mío casi frenéticamente. Aún así, le dije:
—No.
Hubo una pausa, tan breve como peligrosa. Apenas una fracción de segundo y él reanudó sus movimientos.
Le dije que no al demonio.
Pasaron horas, tal vez tres o tal vez ocho. Ya no era consciente del tiempo. Solo sabía que mi cuerpo estaba tembloroso y húmedo cuando terminó.
—No te pregunté —me dijo él, alejándose apenas lo suficiente para que me dejara de sentir tan invadido. Me tomó bruscamente del cabello e inclinó mi cabeza hacia atrás, exponiendo mi garganta—. Tu vida me pertenece, ¿recuerdas?
Sentí su cornamenta contra mi mandíbula cuando sus colmillos afilados se adentraron en la suave piel de mi garganta.
Al final, sí me llevó al infierno con él.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro