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El joven vagabundo

EPISODIO 1:EL JOVEN VAGABUNDO 

POV NARRADOR

En una noche oscura pero serena, El cielo claro dejaba que la Imponente luna llena dominara los Cielos, bañando con su luz pálida Todo el paisaje. El silencio Nocturno sólo era roto por el Estruendo de golpes metálicos y Secos que resonaban una y otra Vez contra el suelo. Los ecos de la Violencia eran casi tan pesados Como la misma atmósfera que Envolvía aquel lugar.

A los pies de una iglesia antigua, Una escena macabra se Desarrollaba. El terreno estaba Plagado de cadáveres; cuerpos de Hombres armados yacían sin vida En el suelo. Portaban armaduras Blancas, decoradas con símbolos Bíblicos ahora manchados con Sangre espesa y oscura. Sus Espadas, lanzas y escudos estaban Dispersos, inservibles como los Mismos cuerpos que una vez los Blandían. Los soldados que habían Intentado proteger la iglesia ahora Descansaban en la muerte. 

En medio de todo este caos, un Niño de aspecto desaliñado se Movía con una furia primitiva.Vestía únicamente harapos viejos,Sucios y rotos, que contrastaban Fuertemente con su cabello blanco Como la misma luna que lo Observaba desde el cielo. Pero lo Que más llamaba la atención era lo Que hacía. Aquel niño, aún con su Apariencia frágil, blandía una Espada mucho más grande de lo Que su cuerpo debería ser capaz De soportar, golpeando Repetidamente la cabeza de uno De los soldados caídos. Este Soldado, diferente a los demás, Llevaba una armadura más Ostentosa y decorada, como si Fuera su líder.

Cada golpe resonaba, brutal y Despiadado. La cabeza del soldado Ya no era más que una masa Amorfa, irreconocible bajo el yelmo Deformado, pero el niño no paraba. Gruñía con furia, con rabia ciega, Como si no fuera capaz de Detenerse, como si el simple hecho De haberlo matado no hubiera sido Suficiente. Cada arremetida de la Espada contra el cráneo era Impulsada por una fuerza Sobrehumana, muy por encima de Lo que su edad y tamaño Permitirían.

Y mientras todo esto ocurría, en las escaleras de la iglesia, un hombre observaba. Era un padre, ataviado con los ropajes oscuros y solemnes de la iglesia. Su mirada era impasible, fría como la misma luna que iluminaba la masacre. Ni una mueca, ni una palabra escapaba de sus labios,

Simplemente miraba...

El niño, aún con sus pies descalzos hundidos en el polvo ensangrentado, dio un último espadazo con una fuerza descomunal. El impacto fue tan brutal que formó un pequeño cráter bajo sus pies y levantó una cortina de polvo que se esparció por la zona. Su respiración era pesada, irregular, como si su propio cuerpo aún no Comprendiera la magnitud de lo Que había hecho. 

Manchado de sangre ajena, apenas se mantenía en pie, apoyado únicamente por su agarre firme en la espada que había arrebatado a su último Enemigo, el exorcista másPoderoso entre los caídos.

Los soldados habían osado llamarlo "demonio" desde el instante en que cruzó las rejas de la iglesia en busca de alimento. Sólo deseaba un trozo de pan, alguna migaja que lo ayudara a subsistir un día más en su dura y solitaria vida, pero en lugar de compasión, lo atacaron sin piedad. Algo oscuro y profundo dentro de él se había despertado ante ese primer golpe... y luego, sin más control, la masacre ocurrió. Su furia había sido desatada sin remordimiento alguno.

El padre de la iglesia, observando desde las escaleras, se mantuvo imperturbable. Sus ojos, vacíos de emoción, se clavaron en el niño que ahora descansaba sobre la espada de su mejor exorcista, con los restos de brutalidad a sus pies. No dijo nada. Sólo avanzó, sus pasos resonando sobre el suelo de piedra mientras su mirada seguía fija en la figura menuda del niño.

El joven, aún sumido en sus pensamientos, no reaccionó ante la proximidad del hombre. Seguía procesando lo que acababa de hacer, incapaz de comprender por completo lo que había despertado en él. El rugido de la batalla en su mente no se apagaba.

El padre, sin cambiar su expresión impasible, extendió su mano lentamente. De manera inesperada para el niño, esa mano no fue agresiva, ni llena de juicio. En su lugar, comenzó a acariciar suavemente la cabeza blanca del joven asesino. Al principio, el niño se tensó. Sus músculos rígidos, su respiración más entrecortada... pero a pesar de la sorpresa inicial, no se apartó. En cambio, permitió que el contacto continuara, aunque su mirada se ensombreció,

Por primera vez en su corta y violenta vida, alguien le mostraba

Lo que parecía ser un gesto de Cariño.

Su memoria era un caos. No podía recordar un solo momento de su vida donde hubiera sentido algo parecido a ternura o afecto. Siempre había sido un vagabundo, un niño sin hogar, sobreviviendo en las calles como un animal. Los adultos lo ignoraban, o peor, lo miraban con asco. Algunos le daban monedas, no por compasión, sino para acallar sus propias conciencias culpables. Los otros vagabundos que compartían su miseria eran incluso peores; buscaban herirlo, aprovecharse de su fragilidad o cosas más oscuras aún.

Entre los otros niños que vivían Como él, tampoco había Encontrado consuelo. Eran Violentos, formaban pandillas para Sobrevivir, y lo veían como una amenaza por su fuerza. El niño Siempre había sabido que era Fuerte, mucho más fuerte que cualquiera a su alrededor, pero También sabía que debía Contenerse... porque su fuerza, desatada, podía destruir.

Cuando llegó a la iglesia, había tenido una pequeña esperanza. Quizá allí encontraría algo diferente, quizá allí lo recibirían con misericordia. Pero, cuando lo atacaron sin advertencia, sin razón, algo dentro de él decidió en un instante que no valía la pena contenerse. Había liberado toda su furia acumulada, todo el dolor y el estrés de su vida de miseria sobre aquellos hombres. Y ahora, frente al padre de la iglesia, el hombre que en teoría debía haber liderado a todos esos exorcistas caídos, ese hombre no mostraba odio ni furia. En cambio, lo acariciaba con Ternura.

El niño no comprendía. ¿Por qué lo trataba con tal suavidad después De lo que había hecho? ¿Después de haber convertido el suelo sagrado en un campo de muerte? Nada tenía sentido en su joven mente. El caos de emociones que lo había arrastrado hasta esa masacre ahora se encontraba con una calma incomprensible.

El padre, tras cerciorarse de que el niño no representaba una amenaza para él, retiró lentamente su mano de la cabeza ensangrentada del joven y habló, su voz suave pero profunda, con un tono grave que emanaba una extraña amabilidad.

Padre: ¿Cuál es tu nombre, joven guerrero?

El niño no levantó la mirada. Sus ojos seguían clavados en el suelo, como si toda la energía de la batalla lo hubiera abandonado de repente. Con voz seca y carente de emoción, respondió:

Zalgus: Zalgus.

El padre inclinó levemente la cabeza, observándolo con más interés. Le preguntó más cosas sobre sí mismo, pero las respuestas del niño eran igual de escuetas y vacías. Zalgus no sabía nada de su vida, ni de dónde venía, ni si tenía familia. Lo único que sabía era su edad,6 años,y su nombre, o al menos, el nombre que una vez había escuchado en un sueño, un eco lejano que lo había acompañado en su soledad.

Zalgus: Me llamaron así en un sueño... así que lo hice mío.

El padre asintió lentamente, comprendiendo la simplicidad y crudeza de la vida que había llevado el joven. Entonces, con un tono más serio pero aún sereno, le hizo otra pregunta.

Padre: ¿Tienes dónde vivir, o alguien que te espere en algún lugar?

Zalgus, sin pensarlo mucho, negó con la cabeza. La respuesta era obvia. No tenía un hogar, no tenía a nadie que lo esperara, y nunca lo había tenido. Sin embargo, antes de que el silencio pudiera asentarse, el padre habló de nuevo, esta vez con una ligera sonrisa en los labios.

Padre: Entonces, ¿qué te parece si te quedas aquí en la iglesia?

Zalgus frunció el ceño, finalmente levantando un poco la mirada, aunque aún con desconfianza.

Zalgus: ¿Gratis?

La risa del padre resonó en la fría noche, una risa grave y profunda que parecía reverberar en los muros de la iglesia. No había maldad en ella, sólo una cierta diversión por la rápida intuición del muchacho.

Padre: Ah, tienes buen ojo para estas cosas, joven Zalgus. Pocos en tu lugar lo preguntarían.

Hizo una pausa, caminando lentamente en círculos alrededor del niño, observando con más atención los restos de su brutalidad esparcidos por el suelo.

Padre:No, no será gratis, claro está. Pero veo que eres fuerte... muy fuerte ( Su tono se volvió un poco más bajo, casi conspirativo) y después de lo que has hecho aquí, ahora necesitamos a alguien de tu calibre. Mis mejores hombres... bueno, ahora están fuera de servicio, gracias a ti,

Zalgus se mantuvo en silencio, aún intentando procesar todo. El padre continuó, con una leve sonrisa en su rostro.

Padre: Tu fuerza será útil para la iglesia. Y a cambio, te ofrezco un lugar donde quedarte. Alimento, protección... y una razón para seguir adelante.

El joven miró al hombre con ojos serios, aún desconfiante, pero la oferta parecía tentadora. La vida que había llevado hasta ahora no le ofrecía más que hambre, frío y peligro constante. Quizás, solo quizás, aquí encontraría algo más... o al menos, un propósito.

La decisión de Zalgus fue inmediata. No había nada que perder en aceptar la oferta del padre. Sin decir una palabra más, siguió al hombre hasta una de las habitaciones de la iglesia. Era pequeña y sencilla, pero para Zalgus era mucho más de lo que jamás había tenido. Una cama, una ventana por donde entraba una suave brisa nocturna y una luz tenue iluminando el cuarto. El padre lo dejó en la puerta, despidiéndose con una promesa tranquila.

Padre: Nos veremos en la mañana, joven Zalgus. (Dijo con una calma que tranquilizó al chico).

Zalgus no respondió, simplemente observó cómo el hombre cerraba la puerta detrás de él. Tan pronto como su cuerpo tocó el colchón, el cansancio acumulado por años de vagar y sobrevivir lo venció. Esa noche, Zalgus durmió profundamente, en una paz que jamás había experimentado.

La mañana llegó con los primeros rayos del sol colándose a través de la ventana, bañando la habitación en una cálida luz dorada. Zalgus gruñó, molesto por haber sido despertado. Entonces, el toque firme en la puerta interrumpió el silencio.

Zalgus: ¡Entra! (Murmuró con voz adormilada y ligeramente irritada).

La puerta se abrió lentamente, revelando a un hombre con ropajes blancos. Su presencia imponente llenaba el cuarto. Era alto y corpulento, con una armadura ligera adornada con detalles dorados que recordaban a los antiguos caballeros templarios. Su cabello rubio peinado hacia atrás y su rostro severo y cuadrado acentuaban su naturaleza disciplinada y rígida. Sobre su pecho, una cruz plateada brillaba bajo la luz del sol. Era Credo, el capitán de los caballeros de la iglesia, cuyo deber era proteger los sagrados intereses de la institución. Sus ojos azules parecían juzgar cada movimiento de Zalgus.

Credo: Joven Zalgus, el padre solicita su presencia en su oficina. (Habló con un tono frío y autoritario, casi militar). También me pidió que le trajera este cambio de ropa. (Dijo mientras le ofrecía una bolsa simple que contenía una camisa blanca, un pantalón negro de mezclilla y un par de tenis).

Zalgus observó la ropa que se le ofrecía, consciente de que cualquier cosa era mejor que los harapos que llevaba puestos. Credo, sin añadir más, salió de la habitación, dejándolo a solas.

El muchacho se levantó lentamente, aún con el cuerpo adormecido por el sueño, y comenzó a cambiarse. La nueva ropa, aunque sencilla, era más cómoda que cualquier cosa que hubiera tenido antes. Sin embargo, el agua y el jabón seguían siendo un lujo que no había tenido esa mañana. El pelo blanco de Zalgus, enmarañado y con restos de sangre seca, seguía manchado, pero al menos se veía algo más presentable.

Una vez listo, Zalgus salió de la habitación. Credo lo esperaba fuera, con la misma postura rígida y militar. Sin mediar palabra, el caballero lo guió por los largos y silenciosos pasillos de la iglesia hasta llegar a la oficina del padre.

Al entrar, lo primero que captó la atención de Zalgus fue la figura de una mujer sentada en un elegante sofá de cuero. Era altísima, al menos dos metros, con una postura relajada pero a la vez poderosa. Su pelo negro estaba recogido en una larga coleta, caía por su espalda como una cascada oscura. Llevaba gafas de montura delgada y su vestimenta, un traje negro ajustado, resaltaba su silueta esbelta y atractiva. Había una mezcla de elegancia y peligro en ella, una presencia que no podía ignorarse. Sus ojos verdes brillaban con inteligencia y una pizca de arrogancia, observando a Zalgus como si pudiera ver más allá de lo evidente. Era una mujer imponente, tanto por su belleza como por su aura de poder.





El padre, que estaba de pie tras su escritorio de madera oscura, sonrió con satisfacción al ver a Zalgus entrar.

Padre: Bienvenido, joven Zalgus. (Dijo en un tono alegre). Gracias, Credo, por traerlo. Puedes retirarte. (Dijo, despidiéndose del caballero con una ligera inclinación de cabeza).

Credo asintió con firmeza y se retiró, dejando a Zalgus frente al padre y a la enigmática mujer.

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