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Capítulo 9.

Nada cambiará.

(CAPÍTULO EXTENDIDO)

Un poco más calmada.
Al día siguiente amanecí con los ojos hinchados.
Arthur seguía durmiendo, escuchaba su respiración y unos pequeños ronquidos muy suaves.
Restregué mis ojos y observé cómo Arthur me estaba abrazando de la manera que yo quería pero tenía puesto una chaqueta contra el fuego. Una chaqueta gruesa. ¿Cómo la había conseguido?

—Arthur... —susurré dándome vuelta.
Su cara estaba sudada, el cabello pegado en su frente y sus labios ligeramente separados, por ahí salían sus pequeños ronquidos. Que adorable se veía—. Arthur —insistí y me quité su brazo.

—¿Ah? —susurró y humedeció sus labios a la vez que abría sus ojos. Estaba muy perdido—. ¿Qué hora es?

—Son las tres de la tarde, debimos estar muy cansados —comenté mirando mi teléfono.

—Anoche nos dormimos a las cuatro de la madrugada, me hiciste ver todas las películas de Harry Potter, ¿lo olvidaste? —preguntó bajando el cierre de su chaqueta.

—¿De dónde sacaste esa chaqueta? —pregunté ayudándolo.

—No dejabas de llorar así que fui a la tienda cerca de acá que venden ropa e implementos para bomberos y la compré —susurró. Seguía adormilado—. No podía dejar que siguieras llorando y darte la espalda para dormir ignorándote.

Eso era lo más lindo que alguien había hecho por mi. Cubrí mi boca sin saber que decir.
Él se libró de la chaqueta y respiró aliviado.
—No sé cómo no morí sofocado —comentó echándose aire con la mano—. Un poco más y moría.

—Te desperté justo —dije con una pequeña sonrisa.

—Bueno, ya estamos a mano Edith... yo calmé tu ansiedad y tú salvaste mi vida. Ahora no nos debemos nada —rió—. Porque sé que odias deber favores.

Reí con él y le di la razón.
—Iré a tomar una ducha, ¿me prestas una toalla?

—Si, claro, sácala del closet.

—Gracias.

Se puso de pie, se quitó la camiseta que tenía puesta y buscó la toalla. Tenía un buen físico, no lo iba a negar. Así que lo miré hasta que desapareció en el baño. Esperé unos segundos y me di la vuelta en la cama tocando inconscientemente mi cintura.
—¿Qué les pasa? —susurré preguntándoles a las cicatrices—. Me controlan la vida amorosa y eso no me gusta —acaricié lentamente mi piel una y otra vez absorta en mis pensamientos mirando el techo. No sentía nada. Anoche sentí mucha pena, mucha rabia y no lo entendía. Estaba siendo irracional solo porque Arthur no podía abrazarme y cuando lo hizo no estaba consciente... pero si había dejado de llorar entonces había servido.

Pero Arthur tendría que pasar todos nuestros momentos con esa horrible chaqueta. No, no era agradable para él... ni para mi.
Suspiré.

Me quedé en esa posición un largo rato, hasta que lo vi volver a la habitación con la toalla en las caderas. Sin que él me dijera algo me di vuelta en la cama dándole la espalda.
—¿Crees que me puedas prestar ropa? Solo hasta llegar a casa y ponerme algo decente —preguntó.

—Si, tengo unas camisetas grandes en el cajon y unos cuantos pantalones que te quedarían buenos —comenté. Él sabía que me gustaba ponerme camisetas grandes, cuatro tallas más grandes para usarlas como vestido y un short debajo.

Escuché como revisaba los cajones.
—Edith, pero este pantalón es muy grande para ti.

—Si... es que tuve la gran idea de ir a la sección de hombres y pensé que las tallas eran iguales que las de mujeres así que tomé mi talla y al llegar a casa me di cuenta que una talla mía eran como dos veces más grande para los hombres.

—Pero es cuestión de ver —añadió con risa—, ¿no te pruebas la ropa antes de comprarla?

—No, me dan asco los probadores y siempre que llego a casa lavo la ropa —le conté una pequeña manía que tenía—. Quédatelo si te gusta, me harías un favor.

—Claro que me los quedaré, es más, saldré con estos a ver la Ópera —comentó. El pantalón era verde de cotelé arremangado en los tobillos. No lo había visto pero ya me imaginaba cómo se veía.

—Tengo otro de esos pero de mi talla, ¿te molestaría si saliéramos iguales?

—No, sería un honor.

—Perfecto —dije y sonreí. Arthur me tocó la pierna, entendí que podía darme vuelta. Tenía puesto una camiseta negra con el logo de una banda antigua metida un poco por dentro del pantalón, se veía muy guapo—. Me iré a bañar, procura dejar la toalla en el patio o se pondrá hedionda.

—Bueno, abuela —comentó secando su cabello con la toalla. Le pegué un codazo, Arthur rió—. ¿Me acompañas a mi casa o te vengo a buscar?

—No te des dos vueltas, vamos de acá a tu casa y de ahí a la ópera.

—Me parece bien.

Agarré dos toallas más del mueble, metí al baño, cerré con seguro la puerta y me desnudé. Abrí la llave del agua caliente, rápidamente el baño se llenó de vapor tapando el espejo frente al lavamanos, ahí me di cuenta que ya era momento de entrar a la ducha. Dejé las toallas sobre el retrete y de puntitas me metí a la ducha.
El agua estaba hirviendo, sentía como resbalaba por mi piel pero no me quemaba. Estaba en el paraíso.
Me quedé unos segundos parada con los ojos cerrados recibiendo el agua que caía por mi cabello, bajaba por mi cuerpo y llegaba hasta mis pies donde desaparecía por el desagüe. Respiré profundo, restregué mis manos en mi rostro y, acto seguido, tomé el envase del champú.

—Edith, ¿estás bien? —preguntó Arthur del otro lado—. ¡Sale mucho vapor por debajo de la puerta!

—Si, estoy bien... el agua está templada —mentí. No quería que entrara y arruinara mi baño, lo estaba disfrutando—. Debe ser porque tengo la ventana cerrada.

—Eso puede ser...

Seguí en lo mío.
Me tomé mi tiempo, como nunca antes y al salir Arthur me miraba sorprendido.
—¿Qué? —pregunté agarrando bien la toalla.

—Estas roja como langosta, ¿segura que no te quemaste? —preguntó acercándose a mi, acarició mi rostro como cuando las madres buscan la fiebre en el rostro de sus hijos. Reí y le hice el quite.

—Estoy bien... llevaba tiempo sin disfrutar un baño como este —confesé—. Date la vuelta, por favor —pedí. Arthur asintió y se sentó en la cama del otro lado dándome la espalda.
Busqué la ropa en el mueble; pantalón verde de cotelé, una camiseta como la que tenía él y un suéter café. En mis pies, unos zapatos bajos.
Me vestí a la velocidad de la luz, no sin antes haberme puesto crema y perfume en todo el cuerpo, amaba hacer eso—. Ya, ¿nos vamos? —pregunté desordenando mi cabello.

—Te ves preciosa —comentó—. En ese caso no tenemos que ir a mi casa, me pondré el abrigo con la que había llegado aquí ayer por la mañana.

—Amo ese abrigo —dije rápidamente—. ¿Y no quieres ir a echarte perfume o a arreglarte un poquito?

—¿Me veo muy mal? —preguntó alzando una ceja.

—No, no, me refería a... no lo sé... algo de perfume... desodorante... cepillo para el cabello... —balbuceé.

—Bueno, si insistes.

—No insisto, pero pensé que te molestaría no estar tan arreglado —me encogí de hombros. Arthur rió.

—Quieres ir a mi casa, ¿verdad?

—¡Si! Quiero ver tu hurón —supliqué—. Podríamos llevarlo, es tan hermoso y esa niñera no me agrada —añadí acercándome a su cuerpo y posicionando mis manos encima de su pecho con una mirada suplicante.

—Bueno, pero me tendrás que esperar porque haré todo lo que me sugeriste.

—¡Claro! —chillé.

Salió de la habitación.
Lo seguí de cerca, agarró su abrigo con sus cosas del sofá y yo las mías, imitando su gesto. Abrió la puerta con un gesto para que yo saliera primero, lo hice y esperé afuera a que él cerrara la casa. Agarré su brazo. Él hizo una especie de "gancho" para que mi mano no se deslizara hacia abajo y caminamos lejos de casa.

En el camino Arthur me contaba lo que estaba sucediendo en su vida, yo lo escuchaba atentamente. Nunca me sentía incomoda con su presencia o por nuestra falta de temas por conversar, puesto que, decía lo que salía de su cabeza y eso era agradable. Me encantaba que no tuviera miedo a decir algo. Incluso me contaba situaciones en la que por un momento se sintió humilde o con mucha vergüenza, esas historias eran las mejores.

Entre historia e historia llegamos a su casa.
Abrió la puerta lentamente, me dejó entrar primero como buen caballero y luego entró cerrando detrás de su espalda. La niñera se encontraba con el pequeño hurón sentada en el sofá. Sonrió.

—Buenas tardes —saludó la muchacha—. Vedder se ha portado muy bien —añadió mirando a Arthur.

—Muchas gracias por quedarte aquí Melody, sobre todo por la noche. Eres un sol —respondió él—. Me vas a odiar pero necesito pedirte otro favor...

—Dígame, ¿qué necesita? —preguntó entregándole toda su atención a este hombre, el cual, lo veía como si fuese un dios.

—Edith y yo iremos a la Ópera, hemos pasado por unas cosas. ¿Crees qué te podrías quedar un par de horas más? —preguntó haciendo un gesto de súplica con sus manos—. Te pagaré por las horas extras que estes aquí. No es justo que yo disponga de tu tiempo, eres una muchacha joven y me imagino que tienes tus deberes.

—Si si, no se preocupe... vaya tranquilo —respondió como si no fuese gran cosa mientras acariciaba al pequeño animal entre sus manos.

Sentí cierta empatía por la muchacha, se notaba en sus ojos que sentía algo por Arthur y deseaba llamar su atención, pero él no se daba cuenta. Desearía poder ayudarla.

—Muchas gracias, Melody —le respondió por última vez con una sonrisa de oreja a oreja y agarrando mi mano con su brazo me llevo por las escaleras hasta su habitación. No dije nada con respecto al hurón, Melody buscaba acercarse a Arthur a través del cariño que le tenía el animal... no sería capaz de quitarle su única oportunidad.

—Hey, Vedder se lleva muy bien con la chica —dije sentándome en la cama, necesitaba saber qué era lo que pensaba de ella.

—Si, me dijo en la entrevista que los animales se le acercaban con mucha confianza... y no mintió con eso —respondió con una risita—. Melody es muy humilde, me cae bien.

—¿Cuánto tiempo lleva cuidando a Vedder?

—Cinco meses, lo ha hecho excelente, nada que decir de ella —me respondió otra vez—. ¿Por qué tanta pregunta? ¿a qué debo tu repentino interés?

"Cinco meses guardando el secreto que solo crece y crece en tu interior... que tortura" pensé con la mirada perdida.
De repente un sentimiento de vacío llenó mi cuerpo. Me sentía como si fuese Melody. Sentía hasta sus ganas de decirlo. De gritarlo a todo pulmón.

—No, por nada... —respondí sin parpadear aún con la mirada perdida. De repente, sentí el olor del perfume de Arthur y eso me devolvió a la realidad. Me giré sin que él me lo dijera y por suerte ya estaba desordenando su cabello como último retoque—. Deberías acercarte a la muchacha, se ve que es buena persona, podrían ser amigos. Esos amigos que se sientan a tomar un café mirando el paisaje —le tiré la indirecta.

—Puede ser... —respondió quedándose pensando. Luego me agradeces Melody.

—Pregúntale que tiene que hacer después, cuando regreses a casa y se toman un café en la cocina por último. Ella necesita conversar con alguien, Arthur, sé ese amigo que de repente todos necesitamos.

—De acuerdo Edith, te haré caso.

—Gracias.

—Ahora vámonos o llegaremos tarde a la Ópera —ordenó haciéndome un gesto con la mano para que me acercara. Me puse de pie, estiré la mano y él agarró la mía. Al bajar, antes de tomar las escaleras solté su mano y me apoyé en su brazo como lo habíamos hecho al llegar a su casa—. Nos vemos más tarde —se despidió de ella. Yo solo le sonreí con un movimiento de cabeza, ella me devolvió el gesto y dijo: "¡Que disfruten de la función!"

Salimos caminando un poco más rápido esta vez. No tuvimos tiempo de conversar, tomamos un taxi que nos llevó velozmente al lugar. La gente ya estaba entrando y los guardias esperando en la entrada nos avisaban con los ojos que ya se cerraban las puertas.

Nos bajamos del taxi no con tanta prisa, Arthur le pagó al señor y entramos mirando la entrada del increíble lugar. Como sacada de una película antigua. Estaba maravillada.
A lo lejos pude ver a aquel chico de Tinder, mi corazón se aceleró y las cicatrices. a su vez, habían reaccionado. Siempre en un mal momento. ¡Picaban como nunca!

Conversaba con otra persona que desconocía, asentía y sonreía. A penas habíamos entrado me había dado una rápida mirada.

Pasé junto a él como si no estuviera ahí.
Me agarré de Arthur y con un pequeño apretón le hice entender que ahí estaba lo que él tanto quería ver. Su sueño se había cumplido. Un futuro psicópata estaba entre nosotros.

Sacó las entradas de su bolsillo y se las entregó al sujeto frente a nosotros. Los cortó y nos dejó pasar.
La sala era enorme. Buscamos unos asientos que tuvieran la mejor visibilidad. Arthur me guío así que supuse que esos eran los que él había comprado. Faltaban pocas personas para que la sala se llenara. Arthur se acomodó junto a mí. Esperé a que lo hiciera y justo cuando mi boca se iba a abrir, el chico llamado Timothee en Tinder llenó el vacío pidiendo "permiso" para llegar a su asiento.
Mi corazón se aceleró al pensar que se sentaría junto a nosotros pero, no fue así, se sentó tres asientos lejos desde Arthur.
Me petrifiqué.
Sudaba helado.

—¿Estás bien? De repente te pusiste pálida —preguntó Arthur. Le di un apretón a su brazo para que bajara la voz, me miró frunciendo el ceño así que le hice un gesto con los ojos mientras agarraba mi frente para que mirara a su lado izquierdo. Miró inmediatamente. Gruñí en mi interior haciendo un gesto con los ojos. ¡No podía ser más obvio!

—¿Por qué mejor no te paras y vas directo a él a preguntarle si es el chico de Tinder, eh? —le pregunté casi gritando en susurro.

Arthur carcajeó.
—No le veo la gracia —comenté cruzándome de brazos y achicándome en mi asiento.

—Relájate, solo es un chico que con solo verle la cara te das cuenta que no tiene idea que hace acá —dijo.

—Tiene veinticinco años... —comenté.

—Bueno, con mas razón debería darle vergüenza ser tan bobo.

Reí.
Eso había sido gracioso.

Me volví a sentar como estaba al sentir instrumentos siendo tocados. Eso había sido una señal.
Los asientos vacíos comenzaron a ser llenados y Timothee se cambió al ver que un hombre de edad se acerca a él. Le sonrió al igual que el señor que le agradeció. Lo ayudó a sentarse. Sonreí un poco, eso era bueno... un gesto muy lindo de su parte.

Observé cómo bajaba las escaleras hasta dos filas más abajo de nosotros y se sentaba en el mismo asiento que Arthur.
—¿Ves que no pasó nada? —me preguntó—. No es un psicópata, Edith.

—Espera y verás... estos chicos de Tinder no son blancas palomas conmigo, ya sabes lo que sucedió con Bill y con Ronnie —le comenté—. Aunque Hero no fue tan malo... —pensé en voz aún más baja sobando mi mandíbula.

—Sabes que no te escucho cuando hablas así, ¿qué planeas ahora? —preguntó acercándose un poco.

—Nada, solo recordé a otro chico...

—Cuéntame.

—Hero —dije—. Un chico que conocí entremedio. Fue una noche que salí con Anna, ella se fue con Jacko y yo me quedé sola en la pista de baile, un poco alcoholizada y sin transporte para ir a casa.

—¿Por qué no me llamaste?

—Estaba enojada contigo.

El asintió, pero por su mirada podría decir que aquello le había dolido un poco. Eso me había hecho dudar si mis enojos a veces eran con razón o simplemente... de una niña mimada.
Volví a recordar el incidente con Bill y el enojo con James ya no era el mismo de aquel entonces y la culpa me carcomía de cierto modo. Muchos sentimientos intensificados he sentido hoy.

Llevé mi mano a su pierna y lentamente la acaricié en un gesto de cariño. Arthur miró como la movía, la agarró y se la llevó a los labios, donde, depositó un beso muy suave en mi palma sin mirarme. Y así habíamos sellado ese tema sin concluir.

Bajé la mirada a Timothee quien seguía recargado en la misma posición y pensé...
Es extraño que no volviera a ver a ninguno de esos chicos y ahora me encuentro con otro de Tinder. ¿Será que esa aplicación está maldita como la que supuestamente te dice el día de tu muerte?
A estas alturas del partido todo es posible.
He aquí la prueba irrefutable en mi cintura de un color particular.

Suspiré y miré a Arthur, éste estaba idiotizado por los instrumentos en el escenario; como los estaban acomodando y afinando.
Miré hacia Timothee otra vez, éste había acomodado su cuerpo hacia atrás pero hacia el lado derecho, piernas cruzadas y cabeza recargada en su mano. Una posición completamente relajada y sin malas intenciones. Quizás Arthur tenía razón.
Pero mis sentidos no dejaban de estar atentos ante cualquier anomalía.

Hace mucho que no tengo una tarde relajada, esta no será la excepción.

Las luces bajaron un poco, la sala se llenó y el silencio fue la estrella principal en el coliseo. Seguida por los instrumentos y quienes los tocaban con tanta delicadeza.
Ahora la idiotizada era yo.

Miré a Arthur, éste aún sujetaba mi mano sobre sus labios. Poco a poco se le cansaba y de un momento a otro ya estaba en su cuello. Su cálido y suave cuello. Algo dentro de mi afloró.
Mi piel se puso de gallina.

Mire hacia adelante como si nada pasara pero todos mis sentidos y mi atención se encontraban en mi mano. ¿Cómo era eso posible? No lo sé. Solo lo sentía y ya.
A mis fosas nasales llegó el olor de su perfume.
Como cuando no estás haciendo nada y repentinamente te llega el olor a polvo o un olor que no sabes identificar, te quedas pensando y luego lo dejas pasar... esa misma sensación pero la diferencia está en que yo no lo dejaba pasar.

Mi mano helada cada vez que se calentaba más y el frío que tanto me mantenía estable se estaba transformando en calor, un calor que me dominaba y hacía de mi su esclava.

Mi cuerpo comenzó a impacientarse, a alterar mi flujo sanguíneo y acelerar mi corazón. Nada se notaba por fuera pero por dentro estaba apagando el fuego con toallas húmedas. Así de inútil era mi autocontrol. Pobre de mi.









Las horas transcurrieron.
Mi mano ya se encontraba en su pecho y no había prestado atención en nada de la Ópera. Primera vez que venía a ver una función y la había desperdiciado.
Mordí mi labio.

Estaba sintiendo el pulso en su cuello.
Las tranquilas y constantes pulsaciones en su cuello.
Sentí el impulso de apretar su mano pero no lo hice, eso lo alertaría y me soltaría. Era lo que menos deseaba en estos momentos.

Suspiré entrecortado.
Al mismo tiempo pude ver cómo Timothee abandonaba su asiento y desaparecía por el pasillo. Eso me tenía sin cuidado.
Volví a mirar al frente ignorando a Arthur.

A los minutos su mano ya tenía la mía en su pecho y era el latido de su corazón el que sentía. No puedo más.
—En seguida vuelvo —le susurré de cerca volviendo a recuperar mi mano. Él asintió con una sonrisa y hundió los pies para dejarme pasar.

Seguí el mismo pasillo que había seguido Timothee y recordé el momento que había tenido con Ronnie.
¡Oh no, que este chico no me haga la misma jugarreta!

Caminé a toda prisa al baño intentando no ser vista por ninguna persona. Miré a todos lados psicoseada como si estuviera en una película de terror. Entré y me miré al espejo, nuevamente volvía a sentir lo mismo que con Ronnie... ahora solo faltaba que Timothee se adentrara y terminara lo que no pude con el tatuado. No, eso no podía pasar.

Hice una cuenta regresiva en mi cabeza desde el número diez observando la puerta desde el espejo. Mi corazón estaba a mil; omitiendo el pequeño dato importante del calor que sentía por dentro.
Mis brazos temblaban y mis dedos se movían como locos contra el lavamanos.
Llegué al número uno y nadie entró.
Suspiré cerrando los ojos. Esbocé una sonrisa complacida.

Saqué un poco de papel del dispensador, me limpié las manos aún temblorosas y lo tiré a la basura. Me quedé quieta con los ojos cerrados, inhalé y exhalé las veces necesarias hasta que mis piernas recuperaron su fuerza. Mi corazón ya latía con normalidad y mis cicatrices ya se sentían frías otra vez.

Di un paso, seguido de otro y de otro hasta estar fuera del baño.
Al doblar por el pasillo, me sobresalté al sentir una presencia. Mis manos en defensa se pusieron al frente quedando posicionadas en un pecho masculino. Levanté la mirada y ahí estaba él.

Me miró con un brillo en la mirada.
Tragué saliva.
El calor dentro de mi volvió a surgir, ahora mis dos manos estaban en su pecho y los latidos de su corazón me confirmaban lo que tanto temía.

Sus brazos se enrollaron en mi cintura al igual que lo había hecho Bill pero él lo estaba haciendo con ambos brazos. Me pegó a su cuerpo quedando su boca muy cerca de la mía.
Tragué saliva otra vez, tenía la boca seca.
Sus labios estaban entre abiertos y sin más los pegó a los míos.
Moví mis labios al compás de los suyos y mis manos se recargaron en su cuello.

La mano que se aferraba a mi cintura del lado de las cicatrices hizo que esa parte de mi cuerpo ardiera.
Su boca no quería soltarme, su respiración me lo confirmaba pero el jadeo repentino de su garganta hizo que nos alejáramos. Me soltó con dificultad.
Alejó sus manos de mi, apretó la derecha y la movió de un lado al otro con una expresión de dolor en su rostro.
Le tomé la mano asustada, la abrió y observé cómo tenía unas quemaduras de la forma de mi cintura. Lo miré con culpa.
Me había abrazado por debajo de la ropa.

—No quise hacerte daño —dije pero la voz se me cortó. Apreté los labios para no llorar.

—No fue tu intención, Edith —dijo él queriendo calmarme. Pero ya nada podía hacer para que no me sintiera mal.

—No puedo hacer esto... —susurré mirándolo a los ojos con una pena incontrolable—. Te quiero Arthur, no sabes cuanto te quiero pero no puedo hacerlo.

Arthur llevó sus manos a mi rostro y lo agarró.
Me sonrió pero en sus ojos se veía lo mal que se sentía porque él sabía lo que esto significaría.
—Mis sentimientos por ti jamás cambiarán... y por eso respeto tu decisión.

Sollocé.
Él lo entendía. Realmente lo entendía.
Y por eso me dolía, por no poder tenerlo conmigo.
Por no poder luchar contra unas marcas de por vida.
Por sentir el incansable pensamiento de que me quedaría sola toda la vida.

Arthur acarició mi rostro con ambas manos y me volvió a besar como si nuestras vidas dependieran solamente de este momento. Volví a posicionar mis manos en su pecho para sentir por última vez su corazón latiendo fuerte por mi.
Me soltó los labios, restregó su rostro contra el mío sabiendo que esto seguiría tal cual estaba y se distanció un poquito.
Me sonrió, me hizo un gesto con el brazo para que se lo tomara y me dijo: —¿Ya nos vamos, señorita?

Asentí con la cabeza y le agarré el brazo.
A lo lejos se escuchaban aplausos.
Nos habíamos perdido gran parte de la Ópera.

Nos abrimos paso entre toda la gente hasta encontrar la salida.
A centímetros de salir escuché una voz gritar mi nombre: —¡Edith!
Me giré a observar de quién se trataba.

Era Timothee. Se quedó mirándome fijamente a los ojos por unos largos segundos esperando que yo supiera lo que quería pero no lo sabía.
No vi reacción de su parte ni tampoco de la mía así que me volví a girar y con Arthur salimos de ahí sin decir nada.

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