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Capítulo 8.

Quemaduras.

Al día siguiente no me levanté hasta las doce del día. No me sentía con ganas de soportar a la gente. Incluso había apagado el teléfono para una mejor privacidad. Al darme cuenta tenía llamadas perdidas de Arthur pero no de Anna ni de Ronnie.
Así que decidí tomarlo como una señal y darle una oportunidad, después de todo... me había enojado y lo había ignorado por días. Merecía aclarar las cosas.

Me levanté de la cama, fui a la cocina, encendí el hervidor para prepararme un té y en ese momento llamé a Arthur. Le puse altavoz.
A los tres tonos él contestó.
Edith...

Arthur —respondí. Se creó un pequeño silencio.

¿Cómo estás?

Bien bien —mentí.
Yo y mi costumbre de mentirles a todos, debía mejorar eso. La mentira me salía con mucha facilidad y yo no era así.
—¿Cómo estás tú?

Algo preocupado por ti, Edith... llevas días sin contestarme, ¿estás enojada conmigo? —preguntó.

—Al principio si, no lo voy a negar... porque perdí un trabajo que tanto me gustaba y no me pagaron todo el dinero que yo merecía —confesé.

¿Viste tu finiquito?

Si.

En todo caso no estás obligada a firmarlo si no estás de acuerdo con el monto establecido, Edith... pued...

Tuve que hacerlo Arthur, no tenía otra opción, soy una desempleada. ¿O tú no lo aceptarías? —lo interrumpí pasando mis manos por mi rostro masajeándolo. Él seguía hablando a la misma vez que yo, no le entendí nada y no le preguntaría que había dicho.

¿Al menos me dejarías ir a tu casa y hablar mejor todo esto? —preguntó con un suspiro. Él había venido un par de veces, antes solíamos juntarnos, tomarnos un café o ver una película.

—Aún no me levanto, sigo con el pijama.

Bueno, no sería la primera vez que te vea en pijama.

No me he lavado ni la cara, no quiero que me veas así.

Vamos Edith... ambos nos hemos visto en nuestro peor momento y no nos importa.

Lo pensé.
Hice un sonido con mis labios por unos segundos para que no pensara que la llamada se había cortado y al final le dije que si. Rió y me colgó.
Saqué una taza del mueble con toda tranquilidad y una bolsa de té del frasco que tenía destinado para ello. La metí en la taza enrollando el hilo de la bolsa en la manilla. Agarré el hervidor y le eché agua a la taza, no tan llena.
Observé el vapor y al momento de agarrar la taza de la manilla con intenciones de ir a sentarme al sofá la puerta fue tocada. Solté la taza dejándola en el mismo lugar.

Fui a la puerta y la abrí.
—¿Tan rápido? —pregunté arrugando la frente—. Si mal no recuerdo, vives a media hora de acá.

Él me miraba con una sonrisa y las manos metidas en el largo abrigo que cargaba su cuerpo. Se había dejado una pequeña barbita, sus ojos avellana estaban cansados y su cabello castaño desordenado. Lo miré con una sonrisa y los ojos entrecerrados. Su sonrisa era contagiosa.
Abrió su abrigo y reí, andaba con pijama.
—Venía en camino cuando te llamé.

—¿Sabias que te diría que si? —pregunté mirando su camiseta y su pantalón. Él se rió también, dio unos pasos a mi y me dio un abrazo cubriéndome con su abrigo. Enrollé mis brazos en su cintura, estaba abrigadito y olía a sueño. Si, se había levantado y se había venido—. Ay, no me sueltes que me dio sueño —pedí con una sonrisa restregando mi rostro en su pecho.

Me hizo caminar en reversa, empujó la puerta con su cuerpo y cerró con su pie.
—Siempre eres tan pesada cuando hablamos por teléfono pero cuando estamos frente a frente no eres capaz de decirme las cosas —explicó y carcajeó—. Por eso prefiero encararte.

—Es que me haces unas caras cuando hablamos en persona... —dije alejándome de su cuerpo. Arthur se quitó el abrigo y lo dejó en el sofá—. O me miras tan serio que me hace reír. No puedo verte serio.

—Siempre estoy serio, ¿por qué te da risa?

—Porque yo te conozco Arthur, tú no eres así aunque te esfuerces en parecerlo. Solo yo sé la verdad.

—Y por eso no le dirás a nadie mi secreto —dijo caminando a la cocina—. Así como yo no les diré el tuyo, que eres una cascarrabias pero delante de todos te mantienes tranquila y callada, toda un ángel.

—Es que no es un secreto, es una táctica —respondí siguiéndolo de cerca—. No tienes que mostrar inmediatamente la hilacha. Debes hacer que se acerquen a ti y cuando ya te quieren lo suficiente pues... mostrarles tu lado oscuro —continué y me apoyé en el mesón mientras él tomaba una taza de la repisa.

—No, yo creo que es mejor mostrarse tal cual es con las personas —dijo su punto de vista sin mirarme, preparándose un té—. ¿Tienes miel, por casualidad?

Asentí con la cabeza y me estiré para sacarla de la repisa junto a mi. Sentí la mirada de Arthur en cada movimiento que hacía, cuando agarré la miel sentí su mano en mi cintura. Un escalofríos recorrió mi cuerpo y no me moví de la posición en la que me encontraba, mi mano se entorpeció y botó la miel al piso. Por suerte estaba bien cerrada.
—Edith, ¿qué es eso? —preguntó alarmado. Bajé la cabeza y él estaba mirando las cicatrices. Mierda.

—No sé qué decirte... —dije en voz alta planteándome si decirle la verdad o mentirle.

—Jamás las había visto, ¿desde cuando las tienes? —preguntó insistente mirándome preocupado a la vez que las tocaba—. Es que parecen tatuaje.

—Está bien... —hablé suspirando. Saqué sus manos de mi cuerpo, las agarré con las mías y le apunté con la mirada la miel. Él la recogió y la puso sobre la mesa—. ¿Recuerdas el acoso que sufrí por Bill?

—Nunca podré olvidar a Skasgard y su actitud petulante —comentó—. ¿Él te hizo eso? —preguntó. Asentí cabizbaja—. ¿Y qué? ¿El sujeto era mitad "hombre lobo" o qué? Porque ningún ser humano deja así la piel con un rasguño.

—Al principio creí que se habían puesto así por mi piel sensible, cuando estaban rojas e hinchadas. Pero luego se pusieron doradas... no tengo explicación para eso.

—¿No fuiste a urgencia? Eso podía haberte matado.

—¿Para que me encerraran en un laboratorio, me hicieran muchas preguntas y experimentaran con mi cuerpo? No. Puedo ser mala pero ya a hacerme ese daño a mi misma... yo creo que no —respondí con una risa sin ganas, más bien, asustada. Ambos guardamos silencio por unos segundos, miraba la cara de Arthur de querer tocarlas otra vez así que levanté mi camiseta y le hice un movimiento de cabeza para que se acercara.
Arthur lo hizo, se puso de rodillas y las tocó repetidas veces preocupado. Por un momento sentí que las quería besar, pero no le di la oportunidad.
Dudaba si era con otras intenciones o solo porque me quería y sentía empatía. Arthur siempre me generaba preguntas de mujer que no se podían hacer en voz alta ni mucho menos a esa persona. Me daba cierta... inestabilidad emocional. Anna era la única que me generaba lo contrario y la quería tanto por eso, no sé qué haría sin ella. Literal.

Auh... —se quejó y se alejó bruscamente.

—¿Qué te sucedió?

—Me quemaste los dedos —explicó y movió las manos de un lado al otro echándose aire.

—No fue mi intención, estoy igual de asustada que tú —confesé con el corazón a mil—. Ahora que sabes mi secreto te pido de todo corazón que no le digas a nadie y pretendas que solo son tatuajes.

—Lo intentaré.

—Gracias, ahora... pásame una bolsa de hielo del refrigerador, debo calmar este ardor.

—¿Te arde? —preguntó buscando lo que le pedí.

—No, no siento nada pero si no lo hago luego puede que se me pegue la ropa o queme todo lo que me acerque a mi cintura sin querer —expliqué—. No sé si funciona así pero por lógica lo digo.

—Es increíble como lo normalizas —dijo angustiado y me pasó la bolsa que le pedí.
Me senté sobre la mesa, levanté mi camiseta y me puse la bolsa de hielo, no sentía nada pero veía como el hielo se derretía rápidamente.

—Es que... no se si lo entiendas, pero... —suspiré—. Estas cicatrices son parte de mi y de alguna manera han controlado mi sistema, al principio estaba asustada, ¡demonios, no te imaginas la ansiedad que tenía en ese momento! —exclamé alzando las manos sintiéndome liberada. Primera vez que le contaba a alguien de esto y no me miraba raro. Solo asustado.

—¿Por qué no me contaste? —preguntó tomando la taza de té. Veía su cara, necesitaba relajarse. Esas hierbas le ayudarían.

—Porque estaba muy molesta contigo y en ese momento me bloqueé, no le conté ni a Anna. Ella vio mis heridas la vez que salí del trabajo, me mandó a médico y no quería eso. Así que busqué ayuda por mi cuenta... —seguí contando e hice un movimiento de hombros con una mueca en mis labios.

—¿Y qué encontraste?

—Busqué en internet, estas marcas doradas en japonés se llama "Kintsugi".

Ah, el viejo arte de reparar objetos con oro —dijo rápidamente—. ¿Pero que tiene que ver eso con el ser humano?

—No lo sé, pero es lo único que encontré por el momento. Soy arte, Arthur.

—Siempre lo has sido —susurró mirando su taza pensando que yo no lo escucharía. Claro que lo hice, tenía un oído muy agudo. Aún así dudaba si sus sentimientos por mi eran más grandes, me gusta que las personas sean directas y Arthur siempre me descolocaba.

—Ese día... —carraspeé—. Volviendo al tema de cómo me salieron las marcas —cambié de tema—. Recuerdo haberme mirado al espejo, somnolienta y pensé que había sido mi imaginación la forma extraña de cómo fue el proceso. Me mojé tanto la cintura que dejé un charco en el piso, quedé toda empapada...

—Me imagino tu desesperación —comentó—. Me gustaría haber estado aquí ese día.

—Todo sucede por algo, quizás... este proceso me pertenecía solo a mi, algo que debía hacer por mi cuenta. Pasar por todos los estados emocionales y demás... —expliqué dando vuelta la bolsa de hielo, ya casi estaba hecha agua. Le hice un gesto a Arthur para que se acercara y las tocara.

—Están muy frías.

—Perfecto —dije y lancé la bolsa al lavaplatos para no seguir mojando la cocina—. Pero ya, dejemos de lado el tema de mis cicatrices.

—Como tú quieras, Kintsugi.

Cuéntame, ¿que ha sucedido en «La Boheme»? —pregunté cambiando de tema. Otra vez. Juntando los brazos y las piernas. Había dejado el té servido junto a mi, lo agarré y bebí un poco.

—Bill Skasgard se fue a los días que tú lo hiciste, el jefe se enojó porque quedó sin pan ni pedazo —contó y carcajeó.

—Eso le pasa por codicioso, me alegro que ahora nadie quiera trabajarle —comenté sintiendo un poco de ira y felicidad a la vez—, ¿tú sigues ahí?

Arthur asintió.
—Mientras no tenga otro trabajo seguro no me puedo salir, no puedo darme el lujo de ser impulsivo —comentó. Me hubiera sentido mal pero no fue así, no me ofendí—. Además, ¿cómo podría costear mis salidas contigo? No me olvido que me dejaste pagando con las entradas a la Ópera.

—¡Lo siento! —chillé al recordar y reí cubriéndome la boca—. ¿Aún está «La Traviata»?

Curiosamente, si —respondió cerrando los ojos con una sonrisa—. No te vuelvo a invitar.

—Oh, vamos... ahora tengo más tiempo libre —respondí coqueta. Él no quitaba su sonrisa pero esta vez me miraba con cariño pensando en que responder. Acarició su barbita y asintió resignado.

—¡Gracias! —respondí alargando la "s" como una serpiente y una enorme sonrisa.

—Dame tu teléfono para comprar las entradas.

—¿Y el tuyo?

—Me quedaba cinco por ciento de batería cuando hablamos por teléfono, me imagino que debe estar apagado —explicó dejando la taza a un lado.

—Tómalo, está a tu lado y de pasada pones a cargar tu teléfono, está el cargador en la sala —dije y me bajé de la mesa. Me dejó pasar primero por el pasillo a la sala y él me siguió de cerca. Me senté en el sofá a observarlo, se sentó en el sofá frente a mi; tenía dos sofas individuales y uno grande para tres personas. Se había sentado en uno de los individuales y con la fuerza de sus piernas lo acercó más cerca de mi mientras miraba el teléfono. Mi teléfono. Le pedí el suyo y como sabía que no lo pondría a cargar lo hice yo en el enchufe junto al televisor.

Volví a mi asiento y Arthur me miraba con una sonrisa.
—Ya las compré, las mandé a mi correo personal. Las compré para mañana —comentó y me dio una mirada. Sus ojitos pequeños me daban una cosita en el estómago. Me tiré hacia atrás para estar un poco más lejos de él—. Y me encontré algo.

—¿Qué encontraste?

Giró el teléfono a mi y me mostró Tinder.
Me sentí avergonzada por un momento, pero luego recordé que no había hablado con nadie así que no tenía nada que ocultar.
—Suceden cosas raras, ¿sabes? —pregunté, él me miraba expectante—. Todos los hombres con los que he hecho match han aparecido en mi vida.

—Pues, por algo están acá —respondió con obviedad.

—No, me refiero a que no les hablo y de repente aparecen en el trabajo o en la calle y están interesados en mi de la nada. De la nada —repetí poniéndole énfasis.

—A ver, intentémoslo —dijo acomodándose en su asiento—. ¿Qué opinas de este? —preguntó y me lo mostró.

—No sé cuál es mi problema pero me gustan los hombres con los "ojos tristes", no sé si me explico, como más pequeños y caídos. Y ese chico los tiene.

Expliqué apuntando la foto.

Arthur sin quitarme la mirada deslizó el dedo hacia arriba haciendo que en la pantalla saliera un sello azul, decía "súper like". Lo miré con la boca abierta, sorprendida. Nunca había hecho eso antes.
—Gracias, ahora lo veremos muy pronto —dije irónicamente moviendo los brazos.

—No le veo lo malo, ahí sale a cuantos metros están las personas de ti. No sería casualidad que lo veas, vive en la misma ciudad.

—¿Ahora quien normaliza las cosas? —pregunté alzando una ceja. Arthur me miró cómo si estuviera preguntando algo absurdo.

—Si quieres le hablamos y lo invitamos a la Ópera mañana.

—¡NO! —grité quitándole el teléfono. Él carcajeó, mucho tiempo sin escuchar su risa de esa manera. Nos miramos un rato en silencio y le pregunté:—¿Trabajas hoy?

Él negó con la cabeza con la sonrisa en sus labios.
—¿Entonces pasamos el día juntos? —pregunté otra vez y nuevamente movió la cabeza en un "si"—. Maravilloso.

—¿Vamos al cuarto? —preguntó moviendo las cejas de arriba hacia abajo coqueto sin reírse.

—Nada de eso amigo —respondí con risa.

—Estoy bromeando, vamos que me quiero recostar un momento y seguir platicando.

—Cárgame.

Se acercó a mi, puso sus manos en mi cuerpo y al igual que una princesa me cargó a la habitación. Me agarré de su cuello. Me recostó en la cama y él se posicionó al lado con los brazos abiertos. Tenía una mirada cansada ahora que lo veía mejor, descifraba por sus ojos que no quería seguir trabajando en «La Boheme».
¿Has visto a Anna? —preguntó de repente sacándome de onda.

—No desde ayer... —susurré.

—Conozco ese tono, ¿qué pasó ayer? —preguntó otra vez girando su cabeza a mi.

—Bueno... —dije dejando un silencio entremedio recordando lo cachonda que me encontraba por Ronnie. No podía contarle eso, me avergonzaba de mi misma, pero... era parte de la historia—. Ayer había sido mi segundo día de trabajo en el restaurante a unas cuadras más allá, no sé si lo has visto, no recuerdo su nombre pero es uno con las paredes de cristal, bien de los años ochenta.

Arthur asintió.
—Le había contado a Anna que mi jefe se llamaba Ronnie... Ronnie Radke y ella se enojó tanto, debiste ver su cara, como si hubiera visto al diablo en persona. Me dijo que me alejara de ese hombre porque era muy malo.

—¿Ella había salido con él?

—Parece que si... quizás que le habrá hecho —comenté con una mueca—. Bueno, la cosa fue que... —tragué saliva, aquí venía—. Nos pilló en la oficina a segundos de que yo le hiciera un oral a él.

—¡Edith! —exclamó sorprendido.

—Si, no sé qué me pasó... de repente estaba cachonda y luego... me di cuenta que tenía su pene en la cara —dije con mucha vergüenza—. Anna se quedó discutiendo con él y yo salí corriendo. No volveré mas a ese restaurante.

—¿Entonces estás sin trabajo otra vez?

—Así es... me siento un tanto perdida, como si no avanzara y eso me tiene estresada. La cabeza me da vueltas. No he hecho nada con mi vida, ni siquiera terminé mis estudios, ¿sabes como se siente eso? —dije sincera quedándome sin aire en las últimas palabras.

—No, basta, ven acá —dijo él atrayéndome a su cuerpo, me abrazó sobando mi espalda—. Todo pasa por algo, ya descubrirás que es lo que quieres. Por ahora descansa, trabajaste tantos años en la cafetería, ve a ver a tus padres, recuerda tus pasatiempos... disfruta.

—Pero no tengo dinero —confesé—. Tengo unos cuantos ahorros en el banco, no me durarán para toda la vida. Tengo que trabajar.

—Pero mientras tanto descansa, tienes la mente nublada, todo esto es un proceso, la vida es un proceso constante. Tú y yo somos un equipo ahora, yo no te dejaré sola y si necesitas yo te daré una mano.

—No quiero tu dinero Arthur, no soy abusadora.

—A mi no me molesta, nos conocemos tantos años que ya somos como familia.

—No, lo siento, no me acomoda —negué restregando mi rostro en su pecho.

—Bueno, entonces buscaremos que hacer ¿de acuerdo? Pero no te bajonees. Todo tiene solución menos la muerte.

—De acuerdo —le hice caso.

—Ahora descansa, me imagino que lo único que has hecho ha sido pensar todo una y otra vez. Tú cerebro necesita un descanso o te vas a enfermar.

Asentí.
—Luego saldremos un rato para que te distraigas —añadió.

—Pero no quiero.

—No fue una pregunta niña, saldremos.

—Bueno —dije resignada—. ¿Me abrazas para poder quedarme dormida?

—¿Como lo haces cuando estás sola, eh?

—Mira, tú me mal acostumbraste —ataqué—. Siempre que dormíamos juntos me abrazabas, así que ahora hazlo —le di la espalda. Con un gruñido lo hizo y me abrazó, su cuerpo cubría casi todo el mío, era más grande que yo y eso me daba tranquilidad.
Agarré su mano, hice que su brazo me agarrara la cintura y su mano quedara debajo del otro lado de mi cintura contra la cama. En un agarre completo como lo había hecho Bill en la cafetería, ese agarre al final me... me había gustado.

—¡Auh, Edith suéltame! —gritó Arthur—. ¡Me estás quemando!

—¡¿Qué?! ¡¿Otra vez?! —grité igual sacando su mano de mi cintura. Los dos nos separamos. Observé su brazo, éste estaba rojo pero no había alcanzado a quemarse, solo le había dejado una pequeña marca—. ¡Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento! —repetí muchas veces mirando su brazo con los ojos aguados.

—No llores —me dijo mostrándome el brazo y la otra mano tranquilizándome—. Estoy bien, iré por hielo, no te muevas.

Miré cómo se marchaba fuera de la habitación.
Lloré igual y me hice bolita en la cama de frente. Sollocé contra el colchón ahogando mis gritos para que Arthur no me escuchara. Mis manos agarraban mi cintura.
Era un momento de necesidad y lo único que hacía era daño. Necesitaba a Arthur conmigo y solo lo alejaba.
Un día de mierda nos esperaba.

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