Capítulo 5.
Trabajo nuevo.
Cinco de la mañana.
Me había despertado de repente.
Las marcas se habían puesto frías, muy frías.
Como si estuviera congelada literalmente. No me asusté. Es más, no tuve ninguna reacción al respecto.
Me senté en la cama con la mirada perdida sintiendo el frío recorrer mi cuerpo, me encontraba muy en paz. Algo dentro de mi estaba cambiando, no sé si aflorando o muriendo, pero no estaba asustas. Pensaba en el videojuego —y ahora serie— The Last Of Us. Pero seguía sin asustarme.
Si algo me pasaba, pues... me pasaba.
Mi teléfono debajo de la almohada vibraba.
Lo saqué de ahí y miré la pantalla, era Anna. Fruncí un poco el ceño.
—¿Anna? —pregunté confundida con la voz ronca—. Son las cinco de la mañana.
—Si, lo sé, ¿estas en tu casa? —preguntó, se escuchaba agitada.
—Obviamente. ¿Donde estás tú? —pregunté de vuelta.
—Estoy saliendo del departamento de Jacko, ¿puedo llegar a tu casa?
—Sabes que debes dejar de marcharte así, solo le haces daño al pobre hombre —aconsejé sobándome la cara con la otra mano libre—. Lo extrañarás cuando te deje ir y no tengas a quien esté pendiente de ti.
—Si, si, bueno, llego en veinte minutos —dijo ignorando lo que le había dicho. Siempre era lo mismo.
—Está bien —respondí y colgué.
Dejé el teléfono a un lado y me tiré hacia atrás, esta vez mirando el techo. Sin motivo comencé a pensar en un hombre, que me gustaba de un hombre. Después del acontecimiento con Hero me había dado cuenta que no sabía que era lo que quería.
"Barbilla marcada... linda sonrisa... dientes perfectamente alineados... nariz puntiaguda... y ojos azules o verdes... edad 37 años. Hagamos que sea difícil de conseguir" pensé. "Además de un cuerpo perfecto"
Sonreí de lado con una pequeña risa nasal.
Me gustaba desafiar al destino y fantasear un poco con lo imposible.
—A ver que tienes para mi, Dios —susurré desafiante—. Así como me has mandado hombre tras hombre, por último considera mis filtros.
Me la pasé en esa posición, con un brazo debajo de mi cabeza por un largo rato mirando el techo. No pensaba nada en realidad, estaba en blanco. Estaba... tranquila y en completo silencio.
Inhalaba y exhalaba cada tres minutos muy lento. Las cicatrices seguían frías y eso me mantenía en mi posición.
Sentía como pasaba la hora, sospechaba que Anna estaría a punto de llegar. Cerré los ojos y esperé la llamada. Diez minutos y ahí estaba.
—Voy —dije cuando atendí la llamada, Anna colgó a los segundos. Me levanté de la cama, me puse una sudadera y salí en ropa interior. Abrí la puerta y ahí estaba Anna en su peor momento; despeinada, desmaquillada y con la ropa desordenada, como si un viento fuerte la hubiera pillado. La dejé pasar y cerré la puerta. Ambas nos fuimos a mi habitación.
Me recosté como estaba antes, Anna se quitó la ropa y se acostó junto a mi igualando mi posición.
Ninguna dijo nada pero sabía que ella tenía mucho que decirme. Más que eso, contarme como había sido el sexo con Jacko.
Esperé.
Suspiró.
Ahí venía.
—Jacko me hace el amor... —susurró. No dije nada, sabía que tenía más por decir—. Ya no me coge y ya.
—¿Eso es malo? —pregunté con el mismo tono de voz.
—Tengo miedo —susurró con la voz entrecortada. Con el rabillo de mi ojo pude ver cómo las lágrimas negras bajaban por los costados de sus ojos hasta la almohada—. Tengo miedo a que me amen.
—Tenía que suceder en algún momento, lo sabías —respondí sin saber mucho que decir, giré mi cabeza a ella.
—Si, pero no tiene porque ser así...
—Él te ama, se preocupa por ti, no te hará daño —comenté haciéndole, al menos, considerar una opción—. Llevan un año cogiendo y aún así no ha visto a nadie más, vive para ti, sonríe apenas te ve.
Anna sollozó con las manos en su boca.
Ambas no éramos de consolarnos con demostraciones físicas así que no me acerqué ni ella lo hizo.
—¿Sabes qué es lo peor? —preguntó cuando se logró calmar—. Que yo también siento algo por él.
Sonreí de lado.
Estaba destinado a ser.
—No es necesario que le escribas o se junten en estos momentos, tómate tus días, tus meses, tus años y cuando sientas la necesidad de tenerlo cerca... se vuelven a ver. Te aseguro que él te esperará el tiempo que necesites.
Aclaró su garganta y sorbió su nariz.
—Está bien —susurró.
—Jamás te mentiría, Anna —aseguré y tomé su mano. Ella la aceptó y le dio un apretón pequeño sobando su dedo pulgar en mi palma. Ese gesto que siempre me ha gustado con todas las personas—. Ahora duerme un poco, te hará bien.
Ella asintió.
—Si Jacko llama no te preocupes, yo le explicaré la situación, así no tienes que quebrarte delante de él —le dije. Sonrió con los ojos aguados.
—No sé que hice para merecerte.
—Te mandas cagada tras cagada, eso me hizo quedarme contigo... alguien debe limpiar las cagadas —dije encogiéndome de hombros. Ella rió y me dio un golpe con el pie, se lo devolví.
—Hablamos en un rato —dijo con una sonrisa y se dio la vuelta. Con mi mano le hice un pequeño cariño en la espalda y me volví a quedar en mi posición.
Tres de la tarde y apenas estaba abriendo los ojos.
Anna ya se había marchado. Por un segundo pensé que se quedaría pero... al parecer no y el hecho de que no quería estar con alguien aplica en todos los aspectos.
Pero la entendía.
Tomé mi celular a los pies de la cama, estaba vibrando. Encendí la pantalla, se trataba de Tinder.
—Me niego a abrir esa app de nuevo —susurré con la voz rasposa—. No quiero —dije otra vez cuando en la pantalla apareció una llamada de Arthur. Hoy no estaría para nadie, necesitaba enfocarme en un nuevo ingreso.
Renuncié.
Pero... creo que olvidé el detalle de avisar.
Bueno, un error lo comete cualquiera. Además... ellos no pensaron en mi bienestar al dejar pasar por alto el manoseo de ese imbécil y el hecho de que me marcó.
Bueno... eso tampoco lo saben.
Y no lo sabrán.
Bah, ni al caso todo eso.
Sabía muy bien que hablar con Arthur sería para justificar ambas partes. Se creía psicólogo.
—Debo salir a buscar un nuevo empleo, quizá deba ir a ese restaurante del otro día, juro que vi que solicitaban gente —me dije a mi misma. Estaba sola, mi voz era lo único que se escuchaba. Debía hacerlo o me volvería loca—. Si, eso haré, ahora levanta ese perezoso trasero —dije de nuevo haciendo fuerzas. Ah, que rayos—. Cama arri bacama abajo —pensé en voz alta y solté una carcajada como tonta. No sabía que me estaba pasando, todas las emociones juntas y decía lo que pensaba.
Ahora tenía ganas de ver The Simpsons.
No es momento Edith, concéntrate.
Media hora después ya estaba lista y presentable.
Me puse las ultimas gotitas de perfume detrás de las orejas y tomé las llaves lista para salir de casa. Recé un poquito para que me fuese bien mientras salía y cerraba la puerta detrás de mi.
—Aquí vamos.
Mi teléfono en el bolsillo volvía a vibrar.
Lo miré, Arthur otra vez.
Sabía muy bien que debía hablar con él, al menos mandarle un mensaje pero no me sentía en condiciones. Haría lo que le había dicho a Anna, pensaría en mi y me tomaría mi tiempo.
Toqué el botón de bloqueo para cortar la llamada y caminé por la calle. Hacía frío.
Las marcas volvían a estar tranquilas en mi cintura, volvía a ser yo misma. Sentía frío, sentía miedo, sentía ansiedad. Menuda mierda.
Me concentré en mi respiración, contaba los pasos que daba para no sumergirme en mis inseguridades. Hace mucho no buscaba trabajo y daba una entrevista. Estaba algo oxidada.
Inhalé y exhalé.
Estando cada vez más cerca del restaurante mis manos sudaban más, las cicatrices picaban como nunca y el retorcijón en el estómago era insufrible. Pero... era extraño, esa sensación había bajado un poco más abajo y sentía excitación.
No podía ser. Me estaba mojando.
Estando a centímetros de la entrada, suspiré, me armé de valor y entré. Con la mirada busqué la caja o la entrada del personal para saber cómo podía encontrar a la persona indicada. A la vez que abrís la puerta me di cuenta de que le había pegado a alguien pero a la misma vez me había empujado hacia atrás. Mi expresión cambió rápidamente.
—Lo lamento, no me fije... no fue con intención —balbuceé y di un paso hacia adelante chocando con la puerta otra vez. ¡Tarada!
El chico para evitar mi caída, me tomó de la cintura manteniendo mi equilibrio. Estaba serio. Muy serio. Su mirada era única.
Pero... pero, pero... su tacto me había tranquilizado. Nuevamente la picazón había desaparecido. Estos hombres y sus tactos mágicos, ¿quizás necesitaba sexo?
Levanté la mirada y lo miré a los ojos.
—No te preocupes, yo tampoco me fijé, ando con la cabeza en todos lados... estoy buscando a mis meseros —explicó y me sonrió.
Lo observé detalladamente.
Todo un rockero encargado del restaurante, como cambian los tiempos.
—¿Tus meseros? —pregunté confundida y adormecida por su delicioso perfume.
Él asintió.
—Soy el dueño y gerente, los estoy buscando porque los clientes se han enfurecido —explicó otra vez y se giró a mirar hacia las mesas.
Tenia razón, tenían cara de que en cualquier momento le aventarían algo por la cabeza. Pobre hombre.
—Bueno, creo que choqué con la persona correcta —dije apretando los labios en una sonrisa cohibida.
—¿Buscas trabajo? —levantó una ceja.
Asentí y di unos pasos hacía el costado al percatarme que su mano seguían en mi cintura. Dios santo, no quería soltarme... un hermoso hombre no quería soltarme.
De un momento a otro escuché la voz de un hombre al fondo, sentado en su mesa, gritando porque pedía un mesero. Aproveché el momento en que él giró su cabeza y me separé de su agarre diciendo:
—¿Qué le pasa a ese hombre? Esas no son maneras.
—Necesito un mesero urgente —dijo sacando su mano y acariciando sus dedos en su palma, como si algo le hubiera quedado picando. Se giró a mi y muy cerca de mi rostro me dijo: —¿Alguna vez has trabajado en esto?
—No, pero... aprendo rápido —comenté encogiéndome de hombros.
El chico sonrió y asintió mirando mis labios.
No otro Hero, por favor. ¿Que le pasa a la vida tirándome hombres?
—Ve al baño, está al fondo a la izquierda, sigue el pasillo y lo encontrarás. Calmaré al hombre y te llevo el uniforme, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondí y me alejé.
La falta de su mano era un cambio notorio. A pasos tímidos le hice caso, no había nadie, sentía la curiosidad de saber dónde se habían metido todos los meseros. Estaban los cocineros, pero estaban muy tapados en pedidos, se les notaba en el rostro que iban a explotar en cualquier momento. Sus rostros rojos y sudados.
Pasé diciendo "permiso" casi en un susurro, habían una puerta en el pasillo que decía "mujeres" y una más allá de "hombres". Abrí la puerta y me quedé ahí esperándolo.
Me miré en el espejo, mi mirada era diferente.
Cerré los ojos y moví la cabeza a ambos lados, sabía a que se debía esa mirada. Oh, no, no saldría esa Edith.
Me senté en el lavamanos y esperé al chico que se metiera al baño y me entregara la ropa.
La puerta fue empujada a los cinco minutos.
—Te he traído el uniforme —dijo levantando la mano con una pequeña sonrisa. Asentí—. Me llamo Ronnie, por cierto. ¿Cuál es tu nombre?
—Edith, mucho gusto —respondí bajándome del lavamanos.
—El gusto es mío —respondió de vuelta acercándose a mi. Recibí la camiseta con el mandil—. Si quieres usa la camiseta, no estás obligada, aquí todos vestimos como queremos pero pensaba en esta para que no te mancharas —añadió haciendo un movimiento de hombros—. Tú primer día.
—Gracias —respondí evitando que siguiera hablando y divagando—. No tardo.
—Está bien —sonrió y salió del baño dejándole a solas. Miré la camiseta y el mandil. La camiseta tenía un perfume masculino muy leve, me imaginé que se debía porque en el restaurante solo trabajaban hombres. No estaba usada, eso se notaba. Solo... un leve aroma masculino. Y el mandil era de cuero con un detalle de púas en el borde. Precioso.
Me acerqué a la puerta, le puse el seguro y me cambié rápidamente. Tenía un calor increíble. Como andaba con una mochila, guardé mi ropa adentro y la dejé en un cubículo con la puerta semiabierta. Rogaba porque nadie me la robara.
Salí del baño arreglándome el mandil a medida que caminaba por el pasillo en busca de Ronnie. Estaba nerviosa. No estaba.
Caminé hasta el comedor donde se encontraban los clientes, uno se iba del restaurante molesto. Suspiré armando de valor y lo intercepté en la entrada.
—Señor, ¿está bien? —pregunté conectando su mirada con la mía, mostrándome afligida.
—¡No, pésima atención en este lugar! —exclamó agarrando la puerta listo para tirarla y salir.
—Espere, ¿me permitiría atenderlo? —le pregunté posicionando mi mano lentamente en su brazo—. Le prometo que no se arrepentirá de haberse quedado. Tuvimos un pequeño problema con los meseros, pero no se volver a a repetir, le doy las disculpas correspondientes.
El hombre lo dudo mirándome a los ojos.
Lo miré haciendo un gesto con mis cejas de "por favor". Él asintió y lentamente quitó su mal semblante.
—Muchas gracias —le dije y él volvió a su asiento.
Suspiré al tenerlo lejos, miré a la caja y ahí estaba Ronnie mirándome. Le hice una mueca con los labios y un gesto con los hombros y manos de: "tenía que intentarlo". Él asintió orgulloso tendiéndome una libreta y un bolígrafo, se lo tomé de las manos.
Seguí al señor y me paré delante de él con la libreta lista.
—Muy buenas tardes, mi nombre es Edith y yo seré su mesera. ¿Le interesa algo del menú? —pregunté con una sonrisa. A los minutos pude ver como los demás meseros hacían lo mismo con los demás clientes, habían aparecido.
Esperé a que el hombre decidiera de la carta lo que gustaba, lo anoté y con un "permiso" al igual que antes caminé en dirección a Ronnie que me miraba cada paso que daba. Sentía que me asechaba.
—Bien hecho —felicitó. Le mostré la libreta esperando que me dijera que hacer—. Me la entregas y yo se la pongo en la ventanilla a los chicos de cocina.
Asentí y se lo entregué.
Di media vuelta y seguí haciendo lo mismo con los demás clientes sin atender. Luego le preguntaría bien cómo funcionaba todo el sistema.
Extrañamente había conseguido trabajo a la primera.
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