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Capítulo 2.

Acoso laboral.

Me había quedado con el nuevo y estaba muy nerviosa sin razón alguna. Solo me había hecho "match" en una aplicación de citas y yo no sabía cómo le había hecho también.
Rezaba porque no quisiera hablar sobre eso.

Me acerqué a él y lo miré con los brazos en la cintura. Me miró y yo suspiré bajándole la mirada y apretando los labios, como lo iba a hacer.
—No te preocupes, sé de esto... no es mi primer trabajo —comentó con una risa pequeña.

—¿Si? —pregunté de vuelta mirándolo a los ojos. Él asintió y tomó la caja, habían clientes.

Los atendió, tomó sus pedidos, les ofreció lo que estaba en promoción y hasta bromas hizo.
Cuando se fueron a esperar al otro lado le pregunté:
—¿Has trabajado en una cafetería de estas? Digo, para saberte los precios y los pasos que debemos cumplir.

—No, pero antes de entrar hice mi tarea... —se giró y se apoyó contra la caja de una forma coqueta. Fingí que no lo había notado e hice mi trabajo de preparar los cafés que él había vendido.
Sentí su mirada pegada en mi, como si fuese su entretenimiento.

Mis manos temblaban y querían entorpecerse, no entendía porque. Jamás me había pasado, es más, sentía mis poses poco naturales por su mirada penetrante. ¡Ah, mierda!

No quería decirle nada porque sentía que se burlaría de mi y pensaría que realmente tenía efectos en mi.
"No serviría para modelo" pensé mentalmente.
Hasta un tic casi imperceptible tenía en el cuello.

Fingí que no estaba ahí, respiré y cerré los ojos por unos segundos para concentrarme mientras la máquina funcionaba y mezclaba el café con la leche. Le estaba dando la espalda, por supuesto.
Rezaba que llegara más gente.

A los segundos escuché:
—Buenas tardes, bienvenidos a «La Boheme», mi nombre es Bill. ¿Qué es lo que desean beber hoy? —se presentó amablemente. Me giré a terminar el cafe que me faltaba mientras le daba pequeñas miradas. Le salía tan natural.

Le ignoré, hice los cafés que él vendía.
Mientras menos tiempo para conversar teníamos era lo mejor. Solo quería que Anna viniese a buscarme para luego andar por ahí y conversar de lo sucedido. A ella le gustaba el chisme y a mi desahogarme con situaciones que me sacaban de mi zona de confort.

Luego de un rato el movimiento se detuvo y le hacía paso a los tan comunes "tiempos muertos" en la cafetería. Miraba mi celular en busca de que fuesen las cuatro de la tarde pero era como si el reloj girara al revés y estuviese escrito nuevamente mediodía en la pantalla. Que terrible.

Bill se apoyó en la barra para observarme.
No sé qué tanto me miraba, quizás tenía un payaso pintado en el rostro. Le di una mirada y le sonreí como si nada sucediera, pero él realmente quería analizarme.
—¿Todo bien? —le pregunté limpiando los objetos que había usado. Se quedó en silencio y a los segundos separó sus labios para decirme lo que tanto temía.

—Hicimos match en Tinder.

Eso parece —le respondí encogiéndome de hombros—. Pero es raro, ¿sabes? Porque yo no recuerdo haberlo hecho.

Bill rió.
No sé qué le veía de gracioso.
—Si deslizas a la derecha significa que has hecho match con otra persona si esa persona también te eligió anteriormente.

—No, yo entiendo como se hace... tampoco soy tan inoperante —me defendí con una risa—. Me refería a que no recuerdo que lo haya hecho porque anoche instalé la aplicación y a los tres primeros los rechacé, tú no estabas en la lista.

—Pero coincidimos... y tengo muchas ganas de conocerte —dijo sin darle muchas vueltas. Eso había sido rápido. Yendo ya al tema ignorando lo que había dicho. Estaba de pie frente a él, lentamente se fue acercando a mi como si yo no fuese a notarlo. No sabía que hacer ni que decirle. Me doblaba el tamaño por lo que tuve que mirar hacia arriba a medida que se acercaba.

—Yo... —carraspeé—. Yo no hago así las cosas... —confesé—. Y no me gusta conocer así a la gente.

—¿Y no te llamo la atención?

—Por supuesto pero algo me detiene —mentí, no quería conocerlo en absoluto y decirle que tenía cara de psicópata no ayudaría. Ya me daba cuenta de lo impulsivo que era—. No te sigas acercando —pedí pero me reí, mecanismo de defensa. Estúpido mecanismo de defensa que todos malinterpretan.

—Tus acciones piden lo contrario —dijo y pasó una de sus manos por un costado agarrando mi cintura atrayéndolo a su cuerpo. En ese momento puse mis manos en su pecho haciendo fuerza contra él. En su rostro solo veía una sonrisa y en la mía me imagino que solo se veía la ansiedad.

Reaccioné dándole una cachetada fuerte.
Primera vez que daba una cachetada y justamente se la pegaba a alguien más alto que yo, que me daba miedo por su cara de asesino.

Bill no me soltó, es más, apretó más fuerte como si intentara arrancar esa parte de mi cuerpo y su mirada de demente se dejaba ver aún más. Se había transformado completamente en una persona distinta, sus ojos se oscurecieron.
Después de todo, no estaba equivocada en lo psicópata de su aura. Jamás me equivocaba con esas personas.

—¡No me vuelvas a tocar! —exclamé mirándolo seriamente a los ojos. Ni con eso me soltaba. Intenté quitarle los dedos pero estaban muy agarrados. Lo empujé muchas veces hasta que un carraspeó detrás de él me asustó.

Miré en su dirección y ahí estaba un cliente mirándonos incómodo. Le di un empujón a Bill en el pecho por última vez, ahí aflojó su agarre.
Claro que, no lo moví mucho y corrí adentro en busca de Arthur.

Toqué la puerta de la oficina tres veces, escuchaba como hablaban del otro lado. Después de quince segundos una voz me dijo que pasara. Abrí la puerta y ahí estaban los dos del otro lado del escritorio ordenando papeles.
Levantaron la cabeza al mismo tiempo.

—Señorita Edith, ¿cómo va su turno? —preguntó el jefe.

Dudé en decirlo en voz alta, seguía temblando.
—Bien, gracias... —respondí forzando una sonrisa—. Arthur, ¿me permites una palabrita?

Éste me miró con los ojos ligeramente entrecerrados, asintió y caminó lejos del otro hombre.
—¿Le sucedió algo? Dígalo, estamos para ayudarla —insistió.

—No, solo... necesito hablar con él —le respondí apuntando a Arthur—. Gracias de todos modos.

Arthur me tomó por los brazos como siempre antes de que el jefe dijera algo más y me sacó de la oficina con delicadeza.

Estando afuera no me soltó pero me miró esperando a que le dijera a lo que había venido.
—Arthur, tenemos que hablar sobre el acoso laboral... —escupí—. El nuevo me agarró por la cintura sin mi consentimiento.

Levanté mis manos y dejé que él las viera temblar.
Sentía pena pero sobretodo vergüenza de mi misma sin saber por qué.
Arthur las observó y las tomó.

—Tómate lo que quede de turno, lamento que hayas tenido que pasar por eso. No fue mi intención... —confesó con mucho arrepentimiento. Me abrazó y no me soltó por unos segundos.

—No es tu culpa, nadie espera que sucedan estas cosas... —intenté calmar—. O quizás yo soy muy quisquillosa.

—No, si tú no le diste la confianza ni la instancia para hacerlo no debió haberte tocado. Ya pasa a ser acoso laboral —explicó.

—Pero él me dijo que quería conocerme y me preguntó si yo también quería... le dije que si aunque pensara lo contrario. Siento que eso me hace parte del acoso —expliqué con ansiedad. Me sentía igual de culpable.

—No Edith, olvida eso —pidió—. Ve a buscar tus cosas, yo iré a hablar con el muchacho y te mandaré un mensaje o nos juntamos, si te hace sentir más cómoda, ahí hablamos del tema.

—Gracias Arthur —respondí. Agarré su rostro con ambas manos y besé su mejilla. Me gustaba como era él.

Dejé que pasara delante de mi siguiendo el pasillo hasta la zona donde estaba antes con Bill y yo me fui por el otro lado en busca de mis cosas. Maldije al darme cuenta que mis cosas estaban debajo de la caja. Suspiré y caminé a pasos apresurados, al llegar allá, estaba Arthur dando la espalda a la caja, la sangre corría por mis oídos y solo era capaz de escuchar eso y sentir mis palpitaciones.
Agarré mi mochila de un solo jalón y salí caminando rápido sin que nadie me viera.
Crucé la puerta de vidrio y sin mirar a ningún lado caminé lejos. Respiraba agitada. No podía controlarme.
Primera vez en toda mi vida que me sucedía algo así. Me sentía sucia.

Caminé unos metros lejos del café sintiéndome segura cuando, de repente, unas manos me tomaron por los brazos. Me giré bruscamente mirando de quién se trataba. Era Anna.
—¿Estás bien? —preguntó murándome de pies a cabeza en busca de algún indicio que confirmara su duda. La miré a los ojos y dudé. No me había visto jamás de esta manera y no quería que fuese la primera vez.

—Si, todo bien.

—Saliste temprano, eso no es normal —cuestionó—. ¿Qué sucedió?

—Arthur me dejó salir temprano, tuve unos roces con Bill —respondí contándole parte de lo sucedido como si no fuese gran cosa.

—Mm... roces —dijo con una voz y movimiento de cejas coqueta. Reí por su gesto dejando de lado mi incomodidad—. ¿Vamos por un café y me cuentas todo, picarona?

—Trabajo en una tienda que venden café, no, por favor... —pedí. Por dentro suplicaba, ya no quería trabajar en un café.

—Entonces vamos por un yogurt helado —sugirió—. Con leche de almendras... —añadió al ver mi gesto de no estar segura. Asentí cediendo a su oferta, Anna agarró mi mano y me jaló con cariño hasta el puesto de yogurt más cercano.

Me pidió que me sentara mientras ella hacía la fila para poder comprar. Le hice caso, miré el entorno queriendo relajarme con el viento y el sonido de los árboles al mecerse. Respire profundo pero algo empezó a salir mal... mis manos involuntariamente temblaron. Las miré pero no podía parar. Claro que, no era un movimiento brusco como si tuviese Párkinson. No, se sentía diferente, como si el miedo aún estuviese en mi cuerpo pero mis sentidos no pudiesen detenerlo. No sé si me explico, el temblor era algo externo a mis sentidos.
Mi respiración se agitó, lo único que me preocupaba era que Anna no lo viera. ¿Tanto era el miedo que le tenía?

Levanté la mirada en busca de Anna, estaba comprando. Inhalé y exhalé diez veces cerrando los ojos y moviendo mis manos de un lado al otro como si me estuviera quitando el exceso de agua cada vez que me las lavaba. Jadeé por culpa de la pesadilla.

—¡Edith! —escuché la voz de Anna gritándome a lo lejos. Jadeé otra vez sin fruncir el ceño esta vez y con miedo abrí los ojos. Mis manos habían parado de temblar.

Miré a Anna, ella me miraba con una sonrisa caminando a mi con el yogurt en alto como si fuese su reina. Siempre me hacía lo mismo para levantar mi ánimo.
—Yogurt helado con leche de almendras y coco en láminas para mi chica especial —dijo y lo dejó frente a mi. Le di una de mis sonrisas más amplias sintiéndome terrible.

—Gracias —respondí—. ¿Cuánto te debo?

—Nada, yo invito —dijo mientras se sentaba al frente de mi en la mesa—. Me gusta salir contigo.

—Y a mi —suspiré—. Y a mi...

—Bueno ya, cuéntame que sucedió en la cafetería que te dejaron salir tan temprano —exigió—. Con lujos y detalles, señorita.

Miré mi yogurt y con la cuchara saqué un poco del mismo con unas láminas de coco. Levanté el utensilio lentamente hasta dejarlo frente a mi y tomándome mi tiempo le dije:
—Bill me acosó.

—¿Qué? —preguntó sin poder créelo.

—Eso... —dije llevando la cuchara a mi boca—. Al principio me hizo creer que le importaba lo que yo sentía al tener que enseñarle, me dijo que él ya sabía como manejarse en eso. Le agradecí, tú sabes... odio enseñar a nuevos porque con la mayoría es una pérdida de tiempo —expliqué moviendo la cuchara de un lado al otro mientras hablaba—. Vendía café y yo los preparaba, todo bien hasta ahí... hasta que... —hice una pausa pasando la lengua por los dientes sin levantar la mirada de mi yogurt con el cual jugaba, tenía ganas de llorar y no entendía porque. Pensaba en otra cosa mientras limpiaba mis dientes del coco, eso me daba tiempo para no romperme delante de ella—. Me preguntó por Tinder, el tema más temido en ese momento por mi...

Anna no decia nada, ni siquiera comía de su yogurt por lo metida que estaba en el tema.
—Le dije que no entendía cómo hacía match con alguien a quien ni siquiera había revisado su perfil, me dijo lo mismo que tú... que quizás era una señal. Me preguntó si yo quería conocerlo... y para no hacerlo sentir mal le dije que si pero que algo me lo impedía —conté y comí otro poco—. Se fue acercando a mi poco a poco... lentamente... hasta que no pudo estar más cerca y yo me reí como mecanismo de defensa... me agarró la cintura tan fuerte que lo empujé muchas veces pero no se alejó y eso me puso en pánico —confesé lo ultimo ya un poco más seria. Anna agarró mi mano, le di una sonrisa de lado—. No recuerdo que sucedió que me pude zafar y fui en busca de Arthur...

—Ay Edith... lo siento tanto —atinó a decir—. ¿No te hizo daño?

—No lo sé, no me he mirado.

Dejé el yogurt de lado y levanté mi camiseta lentamente, algo me palpitaba. Cuando me di cuenta Anna estaba chillando. Por suerte, donde nos encontrábamos no había gente y las únicas personas que estaban eran los vendedores de helado.

—¡¿Como fue que te agarró?! —exclamó.

—Metió su brazo por mi costado izquierdo y con su mano agarró mi otro costado haciendo enganche para atraerme a su cuerpo... como si fuese una serpiente... no lo sé —expliqué sin querer tocarme esas marcas como garras—. Pero te juro que su cara era de un completo psicopata, tal cual te había dicho la noche anterior.

—Si eso te hizo ese desgraciado, puedo asegurar que no es humano —comentó muy asustada—. Hay que ir a la policía a constatar lesiones, ¡no puede andar suelto!

—No quiero problemas Anna... estoy un poco cansada, creo que iré a casa —le dije y me puse de pie después de terminar mi yogurt de una sola cucharada.

—Prométeme que antes irás a un hospital.

—Si, lo haré —respondí. Claro que no lo haría, estaba asustada y estaba segura que si iba me dejarían internada.

Pero a su vez recordaba el antiguo caso de Purity Knight en el año 1997; la muchacha era acosada por un hombre que al final, después de haber ido a la policía, la secuestró y la enterró viva con una cámara en el ataúd, la cual, recuperó después para disfrutar de la agonía de la chica.

Claro que, esa historia había sido falsa en una página de internet, pero... mi paranoia era más grande. Esos casos suceden en la vida real después de todo.

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